Está en:
OEI - Revista Iberoamericana de Educación - Revista Iberoamericana de Educación 2 -

OEI

Organización
de Estados
Iberoamericanos

Para la Educación,
la Ciencia
y la Cultura

Revista Iberoamericana de Educación
Número 2 - Educación, Trabajo y Empleo
Mayo - Agosto 1993

Panorama social de América Latina
Características destacadas de la evolución social de América Latina durante los años ochenta(*)

(*) Este documento de la División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), fue presentado en las reuniones de trabajo del Proyecto de Desarrollo de Estudios Prospectivos para el Diseño de Políticas y Estrategias de Educación, Ciencia y Cultura, por el director de dicha División, Adolfo Gurrieri.

1. En los años ochenta la región deshizo parte de lo andado por la senda del desarrollo al transferir mano de obra desde actividades de mayor productividad e ingreso hacia otras de productividad e ingresos más bajos.

La transformación productiva y el crecimiento económico que prevalecieron en la región desde la posguerra hasta los años setenta se lograron mediante una expansión del empleo que siguió los patrones habituales de los procesos de desarrollo. En lo fundamental, se transfirió mano de obra desde el medio rural y del sector agropecuario hacia los sectores industriales y de servicios del ámbito urbano, vale decir, desde el sector de menor productividad hacia otros de productividad más alta.

La aguda contracción económica de la región, anotada especialmente durante el primer quinquenio de la década, refleja en gran medida la reducción, cuando no la caída, del ritmo de crecimiento del producto industrial y la desarticulación y pérdida de dinamismo de la acción pública. Así, se derrumbaron dos pilares de la modalidad de transformación productiva y crecimiento existentes del pasado. Durante estos años en la mayoría de los países no surgieron otras actividades que los reemplazaran en su acción dinámica. El sector agropecuario no registró igual efecto y pudo mantener ritmos bajos pero positivos de crecimiento económico. Sin embargo, la gravitación del valor agregado de ese sector en el producto total -baja en muchos casos- no logró evitar el escaso crecimiento económico de la economía en su conjunto y la caída del producto por habitante en muchos países.

La magnitud y persistencia de la crisis económica de los años ochenta no se manifestó en toda su dimensión en el desempleo abierto, pues las sociedades modificaron las tendencias previas del empleo para defenderse lo mejor posible de las consecuencias de las caídas anotadas en la actividad de los sectores y agentes hasta entonces más dinámicos.

En efecto, y en primer lugar, entre 1980 y 1985 cambió la relación entre la evolución del empleo en el sector industrial y la del sector agropecuario. En el sector industrial, donde el empleo había crecido durante los años setenta a una tasa anual de 2.7% en la región, se redujo significativamente el ritmo de absorción, cuyo nivel absoluto se estancó o incluso disminuyó en algunos países. En el sector agropecuario en cambio se mantuvo, e incluso sobrepasó en algunos casos el ritmo de crecimiento previo; la tasa promedio anual de crecimiento del empleo aumentó de 1.1% en el período 1970-1980 a 2.7% en el primer quinquenio de los años ochenta.

En segundo lugar, la región había demostrado una extraordinaria capacidad de absorción en el sector de los servicios; en efecto, aparte de la generación de empleos derivada de la transformación productiva, cobijó también a una proporción de la mano de obra que no se empleaba en la industria, logrando simultáneamente aumentos del producto por persona ocupada. Durante el período examinado, en cambio, el sector de los servicios, cuyo nivel de actividad prácticamente no aumentó, y en cambio, absorbió los excedentes ya tradicionales, en mayores contingentes, en respuesta a la menor incorporación o incluso desplazamiento de mano de obra de la industria. De esta manera, fue incapaz de seguir aumentando el producto por persona ocupada, que incluso decreció significativamente. En otras palabras, la reacción económica y social frente al desafío de la crisis, que se tradujo en un crecimiento del empleo en este sector a la tasa más alta de la historia reciente, se hizo a costa de transferir mano de obra desde ocupaciones de mayor productividad a empleos de menor productividad, tanto desde el sector industrial como en el sector de los servicios.

2. Se acentuó la heterogeneidad productiva y la desigualdad distributiva del ingreso, al coexistir sectores modernos de cobertura más limitada con la expansión de actividades de baja productividad.

La reubicación de la mano de obra y el desigual desempeño productivo de los sectores hizo que aumentaran las disparidades de productividad en la población económicamente activa de la región. Se establecieron así condiciones que contribuyen a diferenciar, aún más que en el pasado, los ingresos de las personas ocupadas.

El empleo industrial, que representa el producto por persona ocupada más alto de la economía en la mayoría de los casos, disminuyó respecto del empleo total. En cambio, se incrementó la importancia del sector de los servicios, que según estimaciones preliminares, superó el 45% de participación en el empleo total. La tasa de crecimiento del empleo en este sector fue sistemáticamente mayor que la del empleo total, en la mayoría de los casos por un amplio margen; en países como Argentina y Brasil, creció a tasas superiores a 5% anual. El empleo en el sector agropecuario, en tanto, anotó una tendencia a mantener o superar su participación previa en el total, en los países estudiados.

Las caídas en el ritmo de crecimiento del empleo industrial guardaron relación con las declinaciones del producto del sector. A la vez, marcharon en el mismo sentido el crecimiento del producto y del empleo agropecuario. No ocurrió lo mismo con la evolución del empleo en los servicios, pues éste creció a su más alto ritmo en la historia reciente en momentos en que la producción se estancaba o decrecía en muchos países y crecía lentamente en el resto.

Como consecuencia de lo anterior, se incrementaron las ya elevadas disparidades intersectoriales previas del producto medio por persona ocupada. (Véase el gráfico 1). El del sector agropecuario siguió siendo sustancialmente más bajo que el de las otras agrupaciones sectoriales, con lo cual la población ocupada allí continuó alejada de los niveles medios nacionales. La relación entre los productos por persona ocupada de los sectores industrial y de los servicios se amplió a favor del primero, al tiempo que la participación respectiva de éstos en el empleo evolucionó en sentido contrario. En consecuencia, se amplió la heterogeneidad estructural, afectando negativamente la distribución del ingreso, como se comenta más adelante.

3. Durante la crisis, los países que experimentaron mayores aumentos en el desempleo abierto vieron reducida la importancia relativa del trabajo asalariado industrial y público, lo que no siempre fue acompañado por un aumento del empleo por cuenta propia de baja calificación.

No obstante los ya comentado esfuerzos por evitar un crecimiento explosivo de los porcentajes de desempleo, a mediados de los años ochenta éstos superaban ampliamente los valores de 1980. Su aumento y persistencia durante la década fue ciertamente uno de los efectos más notorios de la crisis. La contracción de la demanda de trabajo, sumada al incremento de las tasas de participación económica, especialmente de las mujeres, elevaron la tasa de desocupación abierta a niveles que en algunos países más que duplicaron las que existían a fines de los años setenta.

Con excepción de Costa Rica, en que el desempleo abierto urbano decreció a partir de 1983, tras haber aumentado en los años previos en alrededor de 50% con respecto a 1980, en los países analizados el aumento del desempleo afectó a todos los grupos etarios y categorías de la fuerza de trabajo. Sin embargo, a diferencia de lo que se observó en general hacia fines de los años sesenta, esta vez dicho incremento afectó más a los jefes de hogar, que son quienes suelen suministrar el ingreso principal. Por otra parte, el desempleo entre los jóvenes creció también a tasas elevadas y siguió mostrando niveles muy superiores a los de la población adulta. El fuerte aumento de la proporción de jóvenes de entre 15 y 19 años que buscaban trabajo por primera vez, conjuntamente con el incremento de los cesantes, revela claramente la contracción de la oferta de empleos durante la crisis, más aún, si se tiene en cuenta que durante el período en estudio disminuyó la tasa de participación económica de ese grupo etario.

Gráfico 1
AMÉRICA LATINA (OCHO PAÍSES)
ÍNDICES DE PRODUCTO POR PERSONA OCUPADA
SEGÚN RAMA DE ACTIVIDAD
(PROMEDIO 1980=100)

Asimismo, el incremento de la desocupación entre los adultos no jefes de hogar, mayoritariamente mujeres, refleja -además de la tendencia creciente a su mayor participación en la actividad- la presión que ejercieron por incorporarse también al empleo otros miembros del hogar, aparte de los jefes.

Los gobiernos y las sociedades enfrentaron los efectos de la crisis en el mercado laboral con distintas políticas y acciones. En la mayoría de los casos se verificaron simultáneamente aumentos del desempleo abierto y reducciones del porcentaje de asalariados. En los casos en que la reducción de los asalariados superaba nítidamente el aumento del desempleo, aumentaron los autoempleados no calificados.

Al examinar estos fenómenos en los principales centros urbanos de la región se puede observar, en primer lugar, que en cuatro de los seis países considerados los aumentos de la desocupación fueron acompañados por una disminución de la importancia relativa del empleo asalariado. Las excepciones corresponden a Costa Rica, en que el desempleo a fines de la década pasada había disminuido a los niveles previos a la crisis, y a Brasil. En este último país, donde en los años 1985 y 1986 se verificó un crecimiento económico extraordinariamente elevado, el incremento de un punto porcentual en el desempleo abierto entre 1979 y 1987 ocurrió simultáneamente con un incremento en las ocupaciones asalariadas y una reducción mayor del empleo no asalariado. Dentro de este último, sin embargo, se mantuvo la importancia relativa del autoempleo no calificado.

Por otra parte, entre los asalariados, las mayores reducciones de la participación en el empleo afectaron a los empleados públicos y a los asalariados de la industria manufacturera. En las áreas metropolitanas de Colombia, Uruguay y Venezuela, el empleo público se redujo más que las ocupaciones asalariadas en el sector privado, con lo cual disminuyeron los empleos de mejor calidad en términos de estabilidad, cobertura de la seguridad social y prestaciones sociales. El estancamiento o la menor absorción de empleo en el sector público significó también el bloqueo de una importante vía de ampliación de los estratos medios latinoamericanos.

Cabe agregar que sólo en tres de los once contextos urbanos de los seis países analizados, el empleo industrial no perdió importancia relativa entre los asalariados privados. Más aún, mientras la población económicamente activa en las zonas urbanas de esos países creció entre 12% y 20% en el período considerado, esa categoría de asalariados prácticamente se mantuvo en términos absolutos en cinco países y sólo aumentó levemente en Costa Rica. Este deterioro del empleo industrial es de especial relevancia por su vinculación con el nivel de desigualdad en la distribución del ingreso, por cuanto significa una pérdida de ocupaciones más productivas, estables y mejor remuneradas. De hecho, como se verá más adelante, los dos países más afectados por la caída del empleo industrial (Argentina y Venezuela) fueron los que durante el período 1980-1986 mostraron aumentos más significativos en el nivel de desigualdad de la distribución del ingreso.

Los cambios aludidos no siempre fueron acompañados por un crecimiento demasiado significativo del autoempleo no calificado. En las áreas metropolitanas de Río de Janeiro y São Paulo y en Montevideo las ocupaciones de trabajadores por cuenta propia sin calificación profesional o técnica se expandieron en la misma proporción que la población económicamente activa y a un ritmo menor que el conjunto del empleo no asalariado. En Bogotá el crecimiento de las ocupaciones de menor calidad no fue mayor que el correspondiente al empleo asalariado total. En Caracas éstas absorbieron menos empleo que el resto de las ocupaciones por cuenta propia. Los dos países que durante el período experimentaron mayor crecimiento de esas ocupaciones, Argentina y Costa Rica, presentaron características peculiares. En Costa Rica, la fuerte expansión de la categoría de los trabajadores independientes no calificados fue acompañada de una reducción del desempleo abierto en un contexto de salario mínimo real en alza y de altas tasas de crecimiento de la población económicamente activa. En Argentina el desempleo abierto se mantuvo entre 1981 y 1986 a tasas relativamente bajas (alrededor de 5%), aunque más altas que las históricas. Así, la fuerza de trabajo -que aumentó más de lo normal por la búsqueda de empleo de personas que en condiciones económicas más favorables probablemente no lo habrían considerado necesario- derivó también en una fuerte expansión del autoempleo no calificado.

4. Los disminuidos ingresos en la actividad productiva se repartieron en forma más desigual: se redujeron drásticamente los salarios y los ingresos de los autoempleados no calificados, mientras que las ganancias de los empleadores se vieron menos afectadas y en algunas ocasiones aumentaron.

Durante los años ochenta el nivel de los salarios se redujo acentuadamente, excepto en Colombia, donde no cambiaron, y en Brasil, en que crecieron. En tres de los cuatro países sobre los que se dispuso de información acerca de los salarios pagados en el sector público, éstos se redujeron más que los salarios pagados en el sector privado. Además, en Costa Rica y Uruguay, donde el sector público emplea alrededor de la quinta parte de la fuerza de trabajo urbana, la reducción de los salarios en ese sector fue particularmente acentuada. Dado que éstos son en promedio más altos que las remuneraciones medias del sector privado, los cambios aludidos contribuyeron a que los salarios se concentraran en los niveles más bajos.

A la vez, en la mayoría de los países los ingresos de los autoempleados no calificados decrecieron más que el promedio, exceptuándose de esta tendencia sólo Colombia, donde crecieron, y Venezuela, donde se mantuvieron. Este hecho es especialmente preocupante pues se trata de un grupo en que se concentran los perceptores de más bajos ingresos.

Más aún, la reducción de la importancia relativa o absoluta del empleo público y de la industria manufacturera significa que perdieron importancia fuentes de ingreso salariales que se caracterizan por su mayor estabilidad y acceso a la seguridad social.

La evolución de los salarios durante los años ochenta tuvo también otro efecto negativo. Al verificarse una reubicación de la fuerza de trabajo desde empleos de mayor productividad a otros de menor, la caída de los salarios la afectó doblemente. De un lado se pasó de salarios más altos a menores, y de otro, los nuevos salarios se deterioraron rápidamente.

Por último, en la mayoría de los contextos analizados, patrones y empleadores pudieron defender con éxito sus ingresos al conseguir que la reducción fuera pequeña o que se incrementaran en términos reales.

5. Se distribuyó menos equitativamente un ingreso per cápita que fue menor en la mayoría de los países de la región.

El crecimiento económico de los países latinoamericanos en el período 1950-1980 coexistió con una significativa concentración del ingreso, que no mejoró sustancialmente en la mayoría de los casos. Más allá de las importantes diferencias de grado de concentración constatables entre los países, algunos factores comunes permiten explicarla. Entre ellos se destacan la heterogeneidad productiva, la propiedad de los recursos naturales y del capital, y la dispar capacitación de los recursos humanos. De otro lado, la acción del sector público, vinculada a la existencia de regímenes de largo raigambre democrático, contrarrestó en algún grado las tendencias a la concentración.

Durante los años ochenta, y como se explicó en páginas anteriores, al menos dos de estos factores evolucionaron en forma tal que se acentuó la tendencia hacia la concentración del ingreso. En efecto, y en primer lugar, la nueva estructura del empleo mostró un aumento de la heterogeneidad sectorial del producto por persona ocupada, estrechamente vinculada a un significativo descenso de ese producto medio en el sector de los servicios, que en la actualidad emplea a cerca de la mitad de la población activa de la región. En segundo lugar, en varios países la actividad del sector público, a través del empleo, las remuneraciones y el gasto social en general, contribuyó también a modificar negativamente la distribución de los ingresos familiares, pues la reducción del gasto social por habitante afectó proporcionalmente más a los sectores de ingresos medios y bajos. Así, la nueva estructura del empleo, el incremento del desempleo abierto y la caída de las remuneraciones en el período examinado, contribuyeron al deterioro de la distribución del ingreso, que afectó a once de los catorce contextos geográficos de los seis países de la región comprendidos en este informe.

LA CALIDAD DE LA MEDICIÓN DE LOS INGRESOS Y SU CORRECCIÓN Y AJUSTE

Los datos sobre los ingresos que dieron lugar al estudio de las distribuciones y a las estimaciones de la pobreza se obtuvieron de las encuestas de hogares de propósitos múltiples que efectúan regularmente los países. Estas han venido mejorando paulatinamente las mediciones del ingreso corriente mensual de los distintos perceptores y ampliando su cobertura conceptual. A la medición de los ingresos primarios en efectivo las encuestas han ido agregando la de los ingresos en especie, las transferencias por concepto de jubilaciones y pensiones, los ingresos de la propiedad en efectivo e ingresos imputados por concepto de alquiler en el caso de los hogares que residen en viviendas propias.

No obstante, los datos sobre los ingresos que proporcionan estas encuestas suelen estar afectados por el carácter parcial del concepto que se investiga, y por el hecho de que las personas tienden en general a declarar ingresos inferiores a los que realmente perciben. Por tales razones, antes de efectuar las mediciones, se procedió a corregir y ajustar el monto de los ingresos captados por las encuestas. Para ello se utilizaron como patrón de referencia cuantitativo las partidas de la cuenta de ingresos y gastos de los hogares del sistema de cuentas nacionales.

En términos generales, el método de ajuste consistió en imputar a cada tipo o corriente de ingreso investigado en las encuestas de hogares las discrepancias observadas entre la declaración y el concepto correspondiente registrado en las cuentas nacionales.

Los principales cambios distributivos se pueden observar en las distribuciones del ingreso familiar total por grupos cuartílicos de hogares ordenados en una escala ascendente de ingreso familiar per cápita.

AMÉRICA LATINA (SEIS PAISES): DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO DE LOS HOGARES, SEGÚN CUARTILES DE INGRESO FAMILIAR PER CAPITA

Indice
del ingreso promedio
de los hogares

Participación en el ingreso (%)

Cociente entre ingresos promedio

Hogares
con ingreso inferior
al promedio (%)

Cuartiles

25% más rico
25% más pobre

10% más rico
40% más pobre

1

2

3

4

Argentina

AM 80

100

9,3

15,8

24,1

50,8

7,8

9,9

66

AM 86

94

8,8

14,4

22,3

54,5

9,5

12,6

74

Brasil

AM 79(a)

100

5,6

12,1

20,1

62,1

16,7

20,9

73

AM 87(a)

107

4,9

10,4

18,1

66,6

21,8

26,6

78

URB 79

100

5,6

11,5

19,7

63,3

16,4

23,3

75

URB 87

100

4,4

10,3

19,1

66,0

21,7

25,3

75

RUR 79

100

8,1

15,5

22,3

54,1

10,7

13,5

72

RUR 87

115

6,6

13,1

20,0

60,3

13,7

17,8

75

Colombia

AM 80

100

5,7

12,4

21,8

60,1

17,3

27,6

75

AM 86

110

5,8

13,0

22,1

59,1

15,5

25,2

73

URB 80

100

5,3

13,1

22,3

59,3

13,3

23,8

72

URB 86

125

5,5

14,1

23,9

56,5

12,5

23,4

72

Costa Rica

AM 81

100

9,3

16,1

27,1

47,5

8,4

8,6

66

AM 88

90

8,5

16,5

25,8

49,3

8,9

9,4

68

URB 81

100

9,6

17,5

27,1

45,8

7,6

8,5

66

URB 88

86

8,5

16,2

25,2

50,1

7,6

8,8

67

RUR 81

100

7,9

17,3

26,4

48,4

9,5

10,8

66

RUR 88

92

7,8

17,0

26,4

48,4

8,3

9,5

66

Uruguay

AM 81

100

10,1

16,2

22,8

50,9

7,5

8,6

68

AM 89

95

10,5

15,8

23,3

50,3

7,2

8,8

69

URB 81

100

10,5

16,4

23,3

49,8

8,0

9,3

67

URB 89

86

11,1

16,0

20,4

52,5

7,7

10,0

72

Venezuela

AM 81

100

8,3

17,0

24,9

49,8

9,7

11,8

64

AM 86

95

7,6

15,5

24,6

52,3

11,8

12,5

67

URB 81

100

9,4

18,0

27,1

45,5

8,7

8,9

67

URB 86

78

8,1

16,4

25,0

50,6

9,4

10,1

67

RUR 81

100

10,2

19,0

26,6

44,3

9,0

9,6

67

RUR 86

90

9,0

15,8

24,6

50,6

10,5

10,5

69

Fuente: Estimaciones de la CEPAL

Nota: AM=área metropolitana; URB=zonas urbanas, y RUR=zonas rurales.

(a) Corresponde a un promedio de las áreas metropolitanas de Río de Janeiro y Sao Paulo.

Los índices de ingreso promedio revelan que los cambios distributivos se verificaron efectivamente en un contexto de reducción del ingreso familiar en cuatro de los seis países. Esas disminuciones fueron de entre 5% y 6% en las áreas metropolitanas de Argentina, Uruguay y Venezuela y de 10% en la de Costa Rica. En las zonas urbanas restantes de esos mismos países, las reducciones fueron sustancialmente mayores (de entre 14% y 22%), en tanto que en las zonas rurales de Costa Rica y Venezuela, alcanzaron a alrededor de 10%. En Brasil y Colombia, en cambio, los ingresos familiares crecieron, aunque a tasas muy distintas en las diferentes zonas geográficas. En ambos casos, el último año considerado (1986 y 1987, respectivamente) muestra un producto por habitante mayor que el de 1980, derivado de los procesos de rápido crecimiento de mediados de los años ochenta registrados en estos países, luego de la contracción de comienzos del decenio.

Por su parte, la caída del ingreso en Argentina, Costa Rica y Venezuela y su aumento en Brasil, fueron acompañados por incrementos de la desigualdad en cada una de las zonas geográficas de esos países. En todas ellas se amplió la distancia entre los ingresos de los hogares pertenecientes a los cuartiles extremos de las respectivas distribuciones. Así, la mayor desigualdad observada a finales del período examinado fue el resultado de una baja en el porcentaje de participación de los tres cuartiles de hogares de menores ingresos y de un alza en el cuartil superior. En particular, los hogares del cuartil inferior -que en su mayoría se encuentran en situación de pobreza- perdieron participación en el ingreso total, con excepción de los hogares urbanos de Colombia y Uruguay, países en los que la distribución del ingreso no empeoró entre los años considerados. Más aún, las pérdidas relativas fueron acompañadas de disminuciones absolutas del ingreso de ese cuartil, las que a su vez fueron mayores en las áreas urbanas no metropolitanas que en la ciudades capitales o áreas metropolitanas, de modo que al distanciamiento del ingreso entre hogares de estratos altos y bajos se sumó el aumento de las diferencias de ingresos entre hogares de distintos contextos, incrementándose la desigualdad distributiva en el conjunto de las áreas urbanas.

También fue significativo el retroceso que experimentaron los hogares de los estratos medios urbanos, de los cuales una alta proporción se encuentra en los dos cuartiles que abarcan el 50% intermedio de la distribución. Con excepción de Colombia, los hogares de ese estrato anotaron una merma de su participación en el ingreso total acompañada de una caída absoluta de los ingresos, con variaciones de entre 4% en Caracas y 15% en San José en el caso de las áreas metropolitanas, y de entre 6% en las áreas urbanas de Brasil (excluidas Río de Janeiro y São Paulo) y 28% en el resto urbano de Venezuela. Con ello se revirtió la tendencia al crecimiento o mantención del ingreso y la lenta incorporación al consumo que habían experimentado esos estratos medios durante los años setenta. Los hogares del decil superior (más rico), en cambio, aumentaron su participación en el ingreso, con excepción de los casos de Montevideo y de las áreas urbanas de Colombia.

Los cambios aludidos en la estructura de la distribución del ingreso en los años ochenta no llegaron a modificar el ordenamiento de los países en la dimensión de la desigualdad. No obstante el fuerte deterioro experimentado por Argentina

-tendencia registrada desde mediados de los años setenta-, los seis países analizados siguieron presentando estructuras de distribución del ingreso muy diferentes: Argentina, Costa Rica, Uruguay y Venezuela siguieron teniendo patrones distributivos urbanos significativamente más igualitarios que Brasil y Colombia. En los primeros, los hogares del cuartil inferior captaron entre 8% y 11% del ingreso total, en tanto que en los últimos sólo se alcanzaron porcentajes comprendidos entre 4% y 6%. Los mayores niveles de pobreza absoluta de Brasil y Colombia son un reflejo, en este sentido, no sólo de sus niveles algo menores de ingreso por habitante, sino también del alto grado de desigualdad de distribución.

6. En la mayoría de los casos, el 5% más rico vio mantenerse o aumentar sus ingresos, en tanto que el 75% inferior vio reducirse los suyos, agudizándose el contraste entre bienestar y pobreza.

El crecimiento de la participación en el ingreso de los estratos altos en el total, que puso de manifiesto el aumento de la desigualdad, no tuvo el mismo significado en todos los casos. En Brasil y Argentina el cambio de la participación en el ingreso en favor de los hogares del cuartil superior llevó a un crecimiento absoluto de los ingresos medios de ese cuartil, tal como se aprecia en los valores del ingreso promedio por habitante en términos del valor de la línea de pobreza. En Costa Rica y Venezuela, en cambio, los aumentos de la participación de ese cuartil no llegaron a contrarrestar los efectos de la caída generalizada del ingreso, aunque las cifras correspondientes a San José y Caracas indican que los hogares pertenecientes al 5% superior de esas áreas metropolitanas no experimentaron pérdidas absolutas. En efecto, en la mayoría de las zonas geográficas examinadas, mientras los estratos bajos y medios padecían una fuerte contracción del monto absoluto de ingresos y de su participación relativa en la distribución -situación que en un caso ponía en peligro su capacidad de satisfacer necesidades básicas y en el otro aumentaba fuertemente su vulnerabilidad social y económica- el 10% superior elevaba su participación relativa y el 5% superior aumentaba, además, el nivel absoluto de sus ingresos. De modo que el estrato alto predominó sobre todos los demás en cuanto a capacidad de captación de ingresos, y dentro de él, se destacó el poder del 5% superior. (Véase el gráfico 2).

Es interesante destacar que dos países de la región que tradicionalmente han estado entre los que ostentan patrones distributivos relativamente más igualitarios en América Latina lograron defender mejor los niveles absolutos de ingreso del cuartil más pobre. Así, en Montevideo esos hogares son los que entre 1981 y 1989 tuvieron el menor descenso de su ingreso en comparación con todos los grupos restantes. Por su parte, entre 1981 y 1988, los hogares del cuartil inferior en el área metropolitana de San José tuvieron pérdidas menores que el 50% de los hogares de los dos cuartiles siguientes en la distribución y sólo levemente superiores al promedio. Ello contribuyó a que ambos países continuaran estando entre los de menor concentración en la región. En el Gran Buenos Aires, en cambio, la caída del ingreso de los hogares del cuartil inferior entre 1980 y 1986 fue la más alta entre todos los grupos, triplicando la reducción del ingreso promedio por hogar durante el período. (Véase el gráfico 2). Este hecho contribuyó decisivamente a que continuara el empeoramiento de la distribución del ingreso y el aumento de la pobreza, tendencia iniciada en Argentina a mediados de los años setenta y exacerbada durante la década pasada.

7. Para vastos sectores de la población el ingreso promedio por habitante tiene cada vez menos significado.

El aumento de la concentración del ingreso durante los años ochenta modificó el perfil distributivo de modo tal que el ingreso promedio en cada una de las zonas geográficas se hizo menos representativo de los ingresos del conjunto de los hogares. (Véase el gráfico 3). Si ya a fines de los años setenta sólo uno de cada tres hogares tenía ingresos superiores al promedio, avanzada la década de 1980 en Argentina, Brasil y Colombia, sólo uno de cada cuatro hogares obtenía un ingreso más alto que el promedio. En Costa Rica, Uruguay y Venezuela, se produjo también un "corrimiento hacia arriba" del ingreso promedio por hogar, de forma tal que ese ingreso representó cada vez más a hogares de la parte superior de la pirámide distributiva.

Gráfico 2

AMÉRICA LATINA (SEIS ÁREAS METROPOLITANAS):
VARIACIÓN PORCENTUAL DEL INGRESO DE LOS HOGARES
DE DISTINTOS ESTRATOS DURANTE LOS AÑOS OCHENTA

Gráfico 3

AMÉRICA LATINA (SEIS PAÍSES):
PORCENTAJE DE HOGARES CON INGRESO INFERIOR AL PROMEDIO

No cabe referirse aquí a las diversas consecuencias de esta alta y creciente desigualdad en una región que mucho antes de la crisis abarcaba a países que se encontraban entre los de más alto nivel de desigualdad distributiva del mundo. Sí pueden mencionarse dos consecuencias directas: en la actualidad, más que a comienzos de los años ochenta, el ingreso promedio por hogar (o por habitante) es un indicador inadecuado para comparar los niveles de bienestar entre países o entre zonas de un mismo país; la brecha agregada de los ingresos entre los hogares que lograron situarse sobre el promedio y los que se encontraban por debajo de los umbrales mínimos de consumo -los de los pobres- aumentó, estrechándose la viabilidad de las estrategias destinadas a disminuir la extensión de la pobreza en un contexto de crecimiento sin mejoras significativas en cuanto a distribución del ingreso. Al mismo tiempo, se hacen más necesarias estrategias basadas en un consenso encaminado a introducir cambios para reducir la desigualdad distributiva.

8. Aumentaron los porcentajes de población en extrema pobreza revirtiéndose la tendencia de las tres décadas de posguerra.

La pobreza no es un fenómeno nuevo en la región. Las primeras estimaciones realizadas por la CEPAL sobre 1970 ya alertaban sobre la significativa magnitud del problema, al señalar que más de dos quintas partes de la población latinoamericana (cerca de unos 113 millones de personas), vivían en situación de pobreza, y que 63 % de ellas residían en áreas rurales.

El crecimiento económico y el aumento registrado en la capacidad de absorción de empleo que experimentó la región en el decenio de 1970, particularmente en las zonas urbanas, trajeron consigo una reducción de los índices de pobreza de 40% a 35% de los hogares en 1980. Ello no impidió, sin embargo, que la población en situación de pobreza siguiera aumentando, hasta llegar a 136 millones al final de la década de 1970.

En la primera mitad de los años ochenta se revirtió la tendencia a la disminución de la magnitud de la pobreza en términos relativos y siguió aumentando la cantidad absoluta de pobres. La considerable reducción de la capacidad de absorción del empleo urbano, el aumento de la desocupación abierta y el desplazamiento de parte de la fuerza de trabajo hacia ocupaciones de menor productividad, con la consiguiente reducción de los salarios, son -como ya se señaló- los factores que más contribuyeron a aumentar los problemas de pobreza en la región, particularmente en el medio urbano.

EL MÉTODO UTILIZADO PARA EFECTUAR LAS ESTIMACIONES DE POBREZA

Las estimaciones de pobreza absoluta que se presentan en este informe fueron realizadas por la CEPAL mediante el "método de ingreso", basado en el cálculo de las líneas de pobreza. Estas representan el monto del ingreso que permite que cada hogar satisfaga las necesidades básicas de todos sus miembros. La determinación de la línea de pobreza de cada país y zona geográfica se basó en la estimación del costo de una canasta básica de alimentos que cubre las necesidades nutricionales de la población, y que considera sus hábitos de consumo, así como la disponibilidad efectiva de alimentos en el país y sus precios relativos. Al valor de esta canasta se sumó una estimación de los recursos requeridos por los hogares para satisfacer el conjunto de las necesidades básicas no alimentarias.

Se denomina línea de indigencia el costo de la canasta básica alimentaria y se define a los indigentes (o extremadamente pobres) como personas que residen en hogares cuyos ingresos son tan bajos que aunque los destinaran íntegramente a comprar alimentos, no lograrían satisfacer adecuadamente las necesidades nutricionales de todos sus miembros. El valor de la línea de pobreza en las zonas urbanas se obtuvo duplicando el valor de la línea de indigencia, en tanto que el de las zonas rurales se calculó incrementando en 75% el presupuesto básico de alimentación.

En el cálculo de las líneas de indigencia se tuvieron en cuenta las diferencias de precios de los alimentos entre las áreas metropolitanas y las restantes zonas urbanas y rurales. En general, la canasta básica de alimentos de las zonas urbanas no metropolitanas se estimó con precios 5% inferiores a los de éstas, y las de las zonas rurales con precios 25% más bajos que las de las áreas metropolitanas.

Los porcentajes de hogares y de población pobre e indigente se obtuvieron contrastando el valor mensual per cápita del presupuesto total con el ingreso total de cada hogar expresado también en términos per cápita. Los índices nacionales de pobreza e indigencia se calcularon como promedios ponderados de los índices de cada área geográfica, por lo cual están influidos no sólo por la incidencia de la pobreza en cada una de ellas, sino también por la importancia relativa de esas áreas dentro de la población total de cada país.

Por su parte, y contrastando con el estancamiento o retroceso de la mayoría de los sectores productivos, el desempeño del sector agropecuario fue relativamente mejor. Aunque no se tienen cifras definitivas sobre la migración del campo a la ciudad durante la década, todo parece indicar que su ritmo se ha reducido. Así, en el medio rural los fenómenos no tuvieron el mismo sentido o al menos la misma intensidad que en las áreas urbanas.

Los procesos mencionados elevaron el número de personas en situación de pobreza a 170 millones (43%) en 1986 y, según estimaciones basadas en supuestos conservadores, es probable que éstos hayan alcanzado a fines de los años ochenta a 183 millones (44%). Ello significa que entre 1980 y 1986 la población en condiciones de pobreza creció a tasas superiores a las de la población total y a las de la pobreza en el período 1970-1980.

Según estimaciones sobre la magnitud de la pobreza alrededor de 1980 y de 1986 en diez países latinoamericanos efectuadas por la CEPAL, precisamente los mayores aumentos de pobreza e indigencia se produjeron en las áreas metropolitanas y urbanas en general, en contraste con lo sucedido en el área rural, donde en cinco países (Brasil, Colombia, Panamá, Uruguay y Venezuela) se mantuvo o se redujo el porcentaje de pobreza rural. (Véase el el gráfico 4). Con todo, el grado de severidad de la misma continuó siendo mayor en las zonas rurales, no obstante que la pobreza creció relativamente más en las zonas urbanas: tanto en 1980 como alrededor de 1986 cerca de 55% del total de pobres rurales eran extremadamente pobres o indigentes, mientras que en las zonas urbanas éstos alcanzaban a 35%.

9. Actualmente los pobres urbanos en América Latina son más numerosos que los pobres rurales.

No obstante que la comparación de la incidencia de la pobreza entre zonas urbanas y rurales continuó resultando adversa para estas últimas, que registraron 60% de pobres frente al 36% de las zonas urbanas, las tendencias a la urbanización y las características de la crisis contribuyeron a que la pobreza en América Latina se transformara durante los años ochenta en un problema predominantemente urbano.

De acuerdo con cifras referentes al número de personas pobres e indigentes, que en todos los casos fueron más altas que las obtenidas a nivel de los hogares -debido al mayor tamaño medio de las familias pobres en comparación con las no pobres- hubo un aumento cercano a 28 millones de pobres, puesto que de 109 millones alrededor de 1980 se pasó a 137 millones alrededor de 1986. De este incremento, 27 millones correspondieron a pobres urbanos. Así, al final del período considerado en las estimaciones de la CEPAL, las zonas urbanas de la región pasaron a albergar cerca de 55% del total de pobres, porcentaje significativamente superior al 46% calculado para 1980 y al 37% registrado en 1970. (Véase el gráfico 5).

Conjuntamente con la concentración urbana, una segunda característica que marcó el crecimiento de la pobreza durante los años ochenta fue su mayor heterogeneidad. Esta estuvo relacionada con procesos de movilidad descendente desencadenados por la crisis. Al crecimiento tendencial de la denominada "pobreza estructural o crónica" (población con insuficiencia de ingresos y carencias extremas respecto a las necesidades básicas), se agregaron contingentes importantes de "pobres recientes" (población con ingresos inferiores a la línea de pobreza, que no presenta carencias críticas en sus necesidades básicas de educación, salud y vivienda). Los antecedentes disponibles revelan, en efecto, que la crisis afectó más, en proporción, a los hogares cuyos ingresos estaban cercanos al valor de la línea de pobreza, y menos a aquellos que se encontraban en torno a la línea de indigencia (que sólo equivale al valor de la canasta básica alimentaria). Así, por ejemplo, en las ciudades principales de siete de nueve de los países estudiados, entre 70% y 85% del incremento de los hogares en situación de pobreza correspondió a hogares no indigentes; incluso en dos casos (Panamá y Uruguay) el porcentaje de hogares situado bajo la línea de indigencia disminuyó levemente. Las dos excepciones corresponden a las áreas metropolitanas de Brasil (Río de Janeiro y São Paulo) y de Colombia (Bogotá), ambas en países que tienen concentraciones mayores del ingreso y donde los porcentajes de indigentes son muy altos. Allí, los incrementos de pobreza extrema alcanzaron a alrededor de dos terceras partes del aumento total.

Gráfico 4

AMÉRICA LATINA (DIEZ PAÍSES):
EVOLUCIÓN DE LA POBREZA DURANTE LOS AÑOS SETENTA Y OCHENTA

Gráfico 4

(Conclusión)

Gráfico 5

AMERICA LATINA (19 PAÍSES):
DISTRIBUCIÓN PRCENTUAL DE LOS HOGARES
POBRES E INDIGENTES, POR ÁREAS URBANAS Y RURALES

DETERMINACIÓN DE LAS CANASTAS BÁSICAS DE ALIMENTOS
Y VALOR DE LAS LÍNEAS DE INDIGENCIA Y DE POBREZA

La canasta básica de cada país y zona urbano-rural se basó en la observación del gasto efectivo en alimentos de un estrato de la población cuya pauta de consumo se utilizó como referencia. Este estrato correspondió, en general, al segundo cuartil de la distribución del ingreso per cápita de los hogares, estimada a partir de las encuestas de presupuestos familiares realizadas en la región durante los años ochenta. La exclusión de los hogares de los percentiles más bajos de la distribución tuvo por objeto no incorporar hábitos alimentarios determinados por la extrema escasez de recursos, que normalmente se traducen en dietas insuficientes y desbalanceadas.

No obstante, las canastas básicas de alimentos son normativas ya que no reproducen exactamente el nivel y la estructura de la ingesta alimentaria del estrato poblacional de referencia. Esto por cuanto dichas dietas se ajustaron a los requerimientos de energía derivados de las últimas recomendaciones de FAO/OMS/UNU y se modificaron por la vía de excluir una gran cantidad de bienes en atención a consideraciones de costo o prescindibilidad de los mismos, sin que ello significara que estas canastas fuesen de costo mínimo.

La calidad de las dietas en que se basó el cálculo de las líneas de indigencia se trató de asegurar satisfaciendo tanto el nivel total de calorías y proteínas de la población de cada país y zona urbano-rural, como determinadas normas dietéticas. Además de las referentes a vitaminas y otros nutrientes básicos, se tomaron en consideración las relacionadas con el origen de las calorías y la calidad de las proteínas. Respecto de estas últimas, se estableció el criterio de que al menos 35% del total fuera de origen animal.

El costo de la canasta alimentaria urbana por persona-día, a precios promedio del segundo semestre de 1988, se estimó en alrededor de 90 centavos de dólar, utilizando el tipo de cambio promedio de la serie "rf" de las estadísticas del Fondo Monetario Internacional. El siguiente cuadro resume los valores mensuales de las líneas de indigencia y de pobreza que se utilizaron para hacer las estimaciones de pobreza en diez países de América Latina

Líneas de indigencia Líneas de Pobreza
(Presupuestos mensuales por persona en dólares a precios
del segundo semenstre de 1988)
Área metropolitana Resto urbano Área rural Área metropolitana Resto urbano Área rural
Argentina 31.5 30.0 23.6 63.1 59.9 41.4
Brasil a) 28.5 25.0 20.0 57.0 50.1 35.5
Colombia 29.0 26.7 21.8 58.1 53.3 38.1
Costa Rica 26.3 25.5 19.8 52.7 50.1 34.6
Chile --- 22.6 --- 17.4 --- 45.2 30.5
Guatemala 26.0 21.0 17.8 51.9 41.9 31.2
México --- 26.5 --- 22.1 --- 53.0 --- 38.6
Panamá 33.8 32.1 25.4 67.6 64.2 44.4
Perú 29.8 25.4 20.1 53.6 50.9 35.1
Uruguay 25.8 24.5 19.3 51.5 49.0 33.8
Venezuela 33.5 33.5 26.5 70.6 67.1 46.3

a/ Promedio ponderado de los valores correspondientes a Río de Janeiro y São Paulo

Los fenómenos señalados imponen nuevos desafíos a los países de la región. Por una parte, la mayor concentración de pobreza en los centros urbanos y el alto grado de segregación espacial que presenta la población con carencias extremas en las principales ciudades, permiten identificar "bolsones de pobreza" condición que facilita la ejecución de políticas "focalizadas" y de corte asistencial, destinadas a combatirla. Pero, al mismo tiempo, las propias características de los "pobres recientes" ponen de manifiesto la necesidad de elaborar políticas de capacitación, empleo e ingresos que permitan ampliar las posibilidades de esos sectores de insertarse en el trabajo de manera productiva y estable en ocupaciones que les aseguren niveles de consumo superiores a los mínimos que definen el umbral de pobreza.

10. Una proporción importante de los estratos medios urbanos son ahora más vulnerables a los efectos de las nuevas políticas de estabilización o ajuste.

Particularmente preocupante es el hecho de que la crisis aumentó la vulnerabilidad económica de muchos hogares urbanos como consecuencia de los cambios en los ingresos. En efecto, dichos cambios se tradujeron en una mayor concentración de los hogares en torno del valor de la línea de pobreza, modificándose el perfil distributivo en cada subárea geográfica. Este fenómeno ha podido ser examinado mediante antecedentes sobre los cambios en la proporción de hogares que se ubican en las "áreas de riesgo", particularmente los que se encuentran inmediatamente por encima de la línea de pobreza. En el cuadro siguiente se observa que durante los años ochenta aumentó significativamente la proporción de hogares con ingresos cercanos a los de la línea de pobreza, especialmente aquellos cuyos ingresos per cápita estaban comprendidos entre 0.9 y 1.25 veces el valor de esa línea. En las áreas metropolitanas de Brasil, Colombia y Venezuela se llegó a concentrar entre 11% y 12% del total de hogares en torno a esos límites de ingreso. En el Gran Buenos Aires y Montevideo los hogares de ese tramo alcanzaron a 8.3% y 6.2%, respectivamente, mientras que en el área metropolitana de San José se elevó a 14.4%. Más aún, con excepción de las áreas metropolitanas de Brasil y Colombia, en todas las zonas urbanas restantes, los hogares cuyos ingresos superaban en no más de 25% el valor de la línea de pobreza representaban más de la mitad del total de los hogares pobres.

Al examinar la importancia de las principales corrientes de ingreso dentro del ingreso total de los hogares urbanos, y particularmente de los ubicados en torno a la línea de pobreza, se observa que alrededor de 1980 y de 1986, cerca de 70% de los recursos de esos hogares provenía de sueldos y salarios y transferencias monetarias (jubilaciones, pensiones, montepíos), ingresos todos que en períodos inflacionarios suelen experimentar caídas pronunciadas en cuanto a poder de compra. Los fenómenos aludidos indican que un segmento importante de los hogares se hizo más vulnerable frente a las crisis inflacionarias y a las eventuales reducciones de las remuneraciones y transferencias. En otros términos, disminuciones relativamente pequeñas de los ingresos -o del orden de magnitud de las que ocurrieron durante los años ochenta- pueden afectar a proporciones muy significativas de los hogares, haciéndolos pasar a formar parte de los estratos pobres. Asimismo, las políticas de ingreso moderadas pueden también sacar de la situación de pobreza absoluta a porcentajes relativamente altos de los hogares.

AMÉRICA LATINA (SEIS PAÍSES): DISTRIBUCIÓN DE LOS HOGARES POR TRAMOS DE INGRESO
PER CAPITA, EN TÉRMINOS DE LÍNEAS DE POBREZA

  ARGENTINA BRASIL COLOMBIA COSTA RICA URUGUAY VENEZUELA
  1980 1986 1979 1987 1980 1986 1981 1988 1981 1989 1981 1986
ÁREAS METROPOLITANAS

(indigentes) 0 a 0,5

1,4

2,7

5,6

8,0

10,4

11,1

4,6

5,2

1,2

0,9

3,1

3,8

0,5 a 0,9

2,5

3,5

11,5

13,0

15,7

16,7

7,9

10,3

3,3

4,0

6,8

9,8

0,9 a 1,0

1,0

2,9

3,4

3,3

4,2

3,6

2,9

3,9

1,5

2,0

2,2

2,4

(pobres)

(4,9)

(9,1)

(20,5)

(24,3)

(30,3)

(31,4)

(15,4)

(19,4)

(6,0)

(6,9)

(12,1)

(16,0)

1 a 1.25

4.4

5.4

7.6

8.3

9.4

8.3

6.9

10.5

4.1

4.2

6.9

8.6

1.25 a 2.0

16.8

20.4

19.1

19.0

17.4

20.3

21.2

24.4

16.6

18.4

23.0

17.6

más de 2.0

73.8

65.1

52.8

48.4

42.9

40.0

56.5

45.7

73.3

70.5

58.0

57.8

RESTO DE LAS ÁREAS URBANAS
(Indigentes) -- --

12.6

15.6

14.1

16.3

6.1

6.4

3.2

2.2

5.5

11.1

0.5 a 0.9 -- --

17.5

18.1

19.3

16.6

8.5

12.2

7.0

8.9

10.9

17.7

0.9 a 1.0 -- --

3.7

9.6

3.5

4.2

2.3

3.3

2.7

2.8

4.4

3.7

(Pobres) -- --

(33.8)

(37.3)

(36.9)

(37.1)

(16.9)

(21.9)

(21.9)

(13.9)

(20.6)

(32.5)

1 a 1.25 -- --

8.9

8.7

8.8

8.7

8.3

12.2

7.2

8.4

8.1

10.8

1.25 a 2.0 -- --

19.2

17.4

18.2

20.4

21.7

24.4

19.8

26.1

23.2

22.8

más de 2.0 -- --

38.1

36.6

36.1

33.8

53.1

41.5

60.1

51.6

47.9

33.9

Fuente: Estimaciones de la CEPAL

11. A pesar de la crisis, durante los años ochenta continuó aumentando el capital educativo de la población.

Al utilizar un indicador adecuado para medir el capital humano, como es el nivel promedio de educación formal, se observa un avance en todas las etapas del ciclo de vida, desde las edades adultas más activas (25 a 59 años) hasta los primeros años (3 a 5 años) pasando por la niñez (6 a 14 años) y la juventud (15 a 24 años). Tanto por su efecto positivo en cuanto a la existencia de recursos humanos disponibles para la transformación productiva que se requiere en la mayoría de los países de la región, como por sus favorables efectos en la capacidad de socialización de los hogares, el progreso observado resulta particularmente importante.

Por otra parte, si se considera que diez años de estudios es el mínimo requerido para que un joven o un adulto puedan enfrentar los problemas que plantea la participación en sociedades crecientemente complejas y en procesos productivos rápidamente cambiantes, así como para cumplir un rol complementario al de la escuela en la educación de los hijos, se puede observar que en los años ochenta también se produjo un avance significativo en esas capacidades. En efecto, en las catorce áreas geográficas que se investigaron se registró un aumento en la proporción de adultos con diez o más años de educación. Así, en el resto urbano de Costa Rica pasaron de aproximadamente 26% a 40%, y en Bogotá de 30% a un 40%. Por otra parte, en las áreas metropolitanas se siguieron registrando los niveles más altos de adultos con estas características, con 43.5% en el caso de San José y Montevideo, mientras que los niveles más bajos correspondieron a las áreas rurales de Brasil y Venezuela con 3.5% y 5%, respectivamente.

Entre los jóvenes de 20 a 24 años que aún residen en su hogar de origen (no autónomos), los avances se reflejaron en que se redujo la proporción de los que desertaban con menos de diez años de estudios. Las mayores disminuciones se registraron en las áreas metropolitanas de Brasil y Uruguay, pasando de alrededor de 53% a 45% en el primer caso y de 43% a 36.5% en el segundo. Estas mejoras fueron más leves en el caso de las áreas urbanas no metropolitanas de los países analizados, resultando casi imperceptibles en las dos áreas rurales estudiadas.

Entre los niños de 6 a 14 años se redujo tanto el porcentaje de inasistentes como el de rezagados, lo que permitió aumentar la proporción de los que culminarán la escolaridad obligatoria con una edad adecuada, como asimismo la probabilidad de elevar la proporción de los jóvenes que, al superar el umbral educativo antes definido, lograrán ampliar las oportunidades de autogeneración de bienestar económico y social. En los países y áreas estudiadas se destacan los avances entre los niños de Brasil y Colombia. En Brasil, los porcentajes de inasistentes pasaron de alrededor de 40% a 13% en las áreas rurales y de 17% a 6% en el resto urbano. En Colombia, se redujo el porcentaje de niños rezagados en los estudios, que en las áreas urbanas no metropolitanas, descendieron de 53% a un 38%, y en Bogotá de 44% a un 30%, aproximadamente.

Por su parte, también en la población de los niños en edad preescolar se verificó un incremento en los porcentajes de asistencia a establecimientos de enseñanza, lo que significó una importante mejora en su apresto a edades tempranas y por consiguiente, en los eventuales logros educacionales posteriores. Los avances más notables se observaron en Brasil. En Río de Janeiro y São Paulo, el porcentaje de asistencia a instituciones preescolares pasó de 29% a 55%, y en las áreas rurales de 7% a 22%.

Estos avances responden en buena medida a la maduración de la fuerte inversión pública en educación realizada en las dos décadas anteriores, así como a la ampliación y fortalecimiento en la población de la mayoría de los países de la región, de un patrón cultural con fuerte énfasis en materia de logros educacionales. En algunos países, como Brasil, ello se combinó con una decidida política de expansión educativa en la década de 1980.

Los antecedentes anteriores deben ser tomados en cuenta al conjeturar sobre la evolución futura de los recursos humanos en la región. Al respecto, debe subrayarse la tendencia a la reducción del gasto público en educación per cápita que predominó en la última década, lo que tuvo consecuencias negativas tanto en materia de infraestructura y equipamiento pedagógico, cuanto en las condiciones de vida del personal docente, lo que en la mayoría de los casos produjo un deterioro en la calidad de la educación proporcionada por el sistema de educación pública. Dicho deterioro se manifestó a su vez en la incapacidad para atender de manera adecuada las demandas educativas provenientes de las nuevas exigencias productivas y sociales. Entre otros aspectos, esto fue abriendo importantes espacios para la expansión de alternativas de educación privada que, por sus requisitos de acceso, suelen reclutar a sus alumnos en los estratos socioeconómicos más altos, y por la mejor calidad de la enseñanza y la posibilidad de mejores contactos con el mundo de las empresas, van formando circuitos estratificados de educación, trabajo y bienestar. Algunas consecuencias de este fenómeno sobre la equidad y la integración social comienzan a hacerse perceptibles mientras otras no son todavía fácilmente discernibles(1).

12. Pese a la expansión educativa, América Latina aún no ha conseguido que una importante proporción de su población alcance los niveles educacionales requeridos por aquellas ocupaciones que generan niveles aceptables de productividad.

El mundo actual se caracteriza por la aceleración de la innovación tecnológica. La capacidad para adaptarse a las nuevas situaciones, adoptando tecnologías o evaluando su utilidad relativa para diferentes usos, está relacionada con un perfil cognoscitivo básico que incluye al menos dos componentes principales: las habilidades para el manejo de símbolos, como en el caso de las matemáticas, y el acceso a los lenguajes en que las nuevas tecnologías se discuten, se describen y se difunden. La adquisición y consolidación de estas habilidades requiere a su vez el ejercicio continuado y sistemático en el uso de símbolos, lo que suele lograrse tras muchos años de educación formal. Si bien la duración de un período mínimo de capacitación para la adquisición de estas habilidades varía con rapidez y depende de la calidad e intensidad de la enseñanza que se imparta en cada lugar, es posible afirmar que, en la actualidad, segmentos mayoritarios de la población adulta, y aun de la población joven de los países de América Latina y el Caribe, no han alcanzado ese nivel mínimo.

CAPACIDAD EQUIVALENTE MENSUAL DE LOS INGRESOS POR TRABAJO
(CEMIT):
un indicador para la valoración relativa de las diferentes inserciones ocupacionales

Este indicador se aplica a las personas ocupadas que perciben ingresos y trabajan más de 20 horas semanales. Sus valores resultan del cociente entre el valor equivalente mensual del ingreso horario percibido y el valor de la línea de pobreza per cápita. El equivalente mensual es el monto de ingreso por 44 horas semanales calculado sobre la base de la remuneración por hora realmente percibida. Por su parte, la línea de pobreza per cápita es la que estimó la CEPAL para cada país y área de acuerdo con la composición socio-demográfica y características económicas de ésta.

En resumen este indicador estandariza las retribuciones del trabajo, tanto por unidad de tiempo como de acuerdo con su poder adquisitivo, y puede interpretarse como la cantidad de veces en términos de la línea de pobreza per cápita a que equivalen los ingresos de 44 horas semanales de trabajo.

En consecuencia, los valores de la CEMIT no deben interpretarse en ningún caso como indicativos de la capacidad de bienestar proporcionada por cada nivel de retribución, pero sí pueden considerarse como una aproximación a las diferentes valoraciones relativas implícitas en las distintas inserciones ocupacionales.

Los habituales reparos a la estandarización por horas trabajadas no resultarían limitantes en este caso por al menos dos razones. Primero, porque el hecho de haber circunscrito el cálculo a quienes trabajan más de 20 horas semanales, centra el análisis en la fuerza de trabajo con mayor inserción en el sistema productivo y delimita el rango de variación del coeficiente de estandarización por horas trabajadas. Segundo, porque el indicador se construye para medir el valor relativo de retribución a cada inserción, sin una referencia directa al nivel de bienestar real que es capaz de proporcionar.

Más de la mitad de los adultos residentes en áreas urbanas durante la segunda mitad de la década de 1980 no había alcanzado diez años de educación formal. En los países considerados, las proporciones variaban entre alrededor de 56% a 77% en pueblos y ciudades, mientras que en el sector rural dichas proporciones se ubicaban entre 87% y 96%. Aun reduciendo el umbral de exigencia a seis años de estudios, el porcentaje de adultos que en áreas metropolitanas y urbanas no superaban ese nivel educacional oscilaba entre 12% y 62.5%, mientras que en las áreas rurales dicho porcentaje se ubicaba entre 44% y 92%.

Entre 36% y 58% de los jóvenes de 20 a 24 años que residen en su hogar de origen en áreas urbanas, habían dejado de estudiar antes de alcanzar a cursar diez años de educación formal, mientras que en las áreas rurales la proporción llegó a ubicarse entre 75% y 84%. Al analizar la situación de los más jóvenes (los de 15 a 19 años), pero tomando como umbral sólo seis años de estudios, se observó que entre 2% y 28% en las áreas urbanas, y entre 17% y 63% en las rurales, habían abandonado sus estudios sin superar el límite antes referido.

13. Los avances globales en materia de educación no fueron acompañados por logros equivalentes en cuanto a ingresos.

Si bien la educación siguió jugando un papel muy significativo en la determinación de las oportunidades de bienestar mediante el trabajo, durante la crisis se debilitó su rol tradicional como motor principal de la movilidad social. El mayor volumen de personas que llegó a los estratos educacionales medios y altos, se encontró con que no sólo había menos puestos de trabajo en las ocupaciones a las que habitualmente se tenía acceso mediante esos niveles educacionales, sino que esos puestos de trabajo eran peor remunerados.

Al combinarse la disminución de las retribuciones en ocupaciones similares con el aumento relativo de las ocupaciones con menores retribuciones, en el transcurso de gran parte de la década de 1980 se observaron reducciones significativas en la capacidad equivalente mensual de los ingresos por trabajo (CEMIT) de las personas adultas que trabajaban más de 20 horas semanales. Estas reducciones afectaron en alguna medida a todos los estratos educacionales en 11 de las 14 áreas analizadas. En esos casos, la magnitud relativa del descenso fue de entre 5% y 35%, siendo ligeramente superior en los estratos con más educación que en los medios y bajos. (Véase el gráfico 6).

Los cambios en las retribuciones para las ocupaciones características de cada estrato educacional, se pueden observar en la síntesis que se presenta en el cuadro 17 sobre cinco áreas metropolitanas de la región. Allí se observa que en tres de las cinco ciudades examinadas se redujeron entre 13% y 30% las retribuciones a las ocupaciones típicas de los estratos educacionales más altos; durante la segunda mitad de la década, en todas las ciudades, al menos una de las ocupaciones típicas de los estratos educacionales medios (vendedores o administrativos en el sector público o privado), obtuvo ingresos menores que a principios de la misma. También hubo reducciones de ingresos entre las ocupaciones características de los estratos educacionales bajos (obreros, operarios y trabajadores de los servicios), en tres de las cinco ciudades.

Gráfico 6

AMÉRICA LATINA (SEIS ÁREAS METROPOLITANAS):
CAPACIDAD EQUIVALENTE MENSUAL DE LOS INGRESOS POR TRABAJO
PARA LAS PERSONAS DE 25 A 59 AÑOS QUE TRABAJAN MAS DE 20 HORAS SEMANALES

(1ª parte)

AMÉRICA LATINA (CUATRO ÁREAS METROPOLITANAS) PERSONAS DE 25 A 59 AÑOS QUE TRABAJAN MÁS DE 20 HORAS SEMANALES Y PERCIBEN INGRESOSO, POR NIVELES EDUCACIONALES, SEGÚN LAS INSERCIONES OCUPACIONALES MÁS FRECUENTES
(Porcentajes)

Área y tipo de inserción
ocupacional más frecuente

Nivel educacional y periodo a)

0-5

6-9

10 y más

Inicio - final

Inicio - final

Inicio - final

Sao Paulo y Río de Janeiro

Dir. / gerente patrón

--

--

3,0

2,5

3,4

4,9

Prof. / técnico CP patrón

--

--

--

--

4,7

3,6

Dir. / gerente AS públ. y priv.

2,6

1,9

8,7

4,7

18,4

14,0

Prof./ técnico AS públ. y priv.

2,1

1,3

6,6

5,0

29,4

23,3

Vendedoras C.P.

2,4

3,8

3,1

3,2

2,3

2,7

Administrativo AS públ. y priv.

3,2

3,6

17,1

12,8

19,1

21,2

Obreros y operarios CP

12,1

12,5

6,6

9,6

2,0

2,4

Vendedores AS priv.

3,1

4,7

6,2

8,7

4,1

6,2

Vendedores ambulantes CP

1,9

2,2

1,6

2,7

0,6

0,5

Obreros y operarios AS públ. y priv.

30,5

29,0

20,0

22,3

4,4

7,8

Trabajadores servic. AS públ. y priv.

20,1

21,2

15,9

16,5

5,4

7,7

Servivio doméstico

8,2

8,8

2,1

2,6

0,2

0,4

Bogotá

Prof./ técnico. Dir. CP patrón

0,4

1,3

2,3

0,9

11,9

9,0

Prof./ técnico Dir. AS priv.

0,3

0,2

4,1

1,1

21,1

15,4

Prof./técnico. Dor. AS públ.

0,1

0,1

1,2

0,3

18,0

12,8

Vendedores CP

12,6

15,1

8,6

10,8

6,3

7,6

Administrativo AS publ.

0,4

0,5

6,5

2,9

7,4

7,0

Obreros y operarios CP

15,6

14,9

15,8

12,9

2,8

5,0

Vendedores AS priv.

3,6

5,1

7,9

9,4

7,1

8,4

Administrativo AS priv.

2,2

2,3

9,6

8,4

14,0

16,3

Obreros y operarios AS priv.

31,9

29,7

23,0

29,1

3,7

7,8

Trabajadores serv. AS priv.

18,6

18,2

7,2

9,6

1,7

2,5

Fuente: CEPAL, sobre la base de las encuestas de hogares de los respectivos países
Nota: CP=cuenta propia; AS=asalariados
A/ Los períodos inicial y final corresponden a los niños analizados de cada país a lo largo de todo el documento

(2ª parte)

AMÉRICA LATINA (CUATRO ÁREAS METROPOLITANAS) PERSONAS DE 25 A 59 AÑOS QUE TRABAJAN MÁS DE 20 HORAS SEMANALES Y PERCIBEN INGRESOSO, POR NIVELES EDUCACIONALES, SEGÚN LAS INSERCIONES OCUPACIONALES MÁS FRECUENTES
(Porcentajes)

Área y tipo de inserción
ocupacional más frecuente

Nivel educativo y periodo a)

 

0-5

6-9

10 y más

 

Inicio - final

Inicio - final

Inicio - final

Montevideo

Prof. / técnico Dir. CP patrón

0,9

0,2

1,2

1,6

9,0

7,4

Prof./ técnico Dir. AS priv.

0,3

0,5

1,7

1,9

12,0

11,0

Vendedores C.P.

6,3

7,9

5,4

5,5

4,2

4,4

Prof./ técnico Dir AS públ.

0,5

0,2

1,3

1,2

14,4

10,4

Administrativo AS públ.

1,9

1,2

6,8

5,4

15,7

15,0

Vendedores AS priv.

1,6

2,9

4,2

4,0

5,1

6,2

Administrativo AS púb.

0,6

1,0

6,0

5,8

12,7

15,4

Operarios y serv. AS públ.

10,3

11,3

10,8

11,2

4,6

4,1

Trabajadores servic. AS públ.

6,9

5,5

7,6

6,4

3,9

2,7

Obreros y operarios AS públ.

6,4

6,0

5,6

5,0

1,3

2,6

Obreros y operarios AS priv.

36,6

32,7

31,1

30,5

8,6

9,9

Trabajadores servic. AS priv.

23,8

26,0

12,2

15,4

1,9

3,3

Caracas

Prof./ técnico, Dir. CP patrón

2,5

2,1

2,5

2,8

8,2

7,9

Prof./ técnico, Dir. AS priv.

1,2

0,4

4,2

4,2

16,5

21,6

Prof./ técnico. Dir, AS públ.

0,8

0,3

3,7

3,6

21,3

19,1

Vendedores CP

6,2

4,9

4,9

4,7

2,2

4,5

Vendedores AS priv.

4,4

5,2

6,3

6,7

6,4

5,7

Conductores AS priv.

5,0

5,2

5,1

5,5

0,7

0,6

Administrativo AS priv.

3,0

2,3

10,3

7,7

13,9

10,0

Administrativo AS públi.

1,2

0,7

8,9

5,8

8,6

6,5

Conductores CP

4,3

4,3

5,5

4,9

1,0

0,9

Obreros y operarios AS priv.

23,9

21,9

16,7

16,7

4,5

3,9

Obreros y operarios CP

7,5

6,3

5,7

6,5

1,7

1,7

Trabajadores serv. AS publ.

8,3

6,6

6,3

5,2

2,4

1,4

Trabajadores serv. AS priv.

21,9

30,3

8,4

14,3

1,9

2,1

Fuente: CEPAL, sobre la base de las encuestas de hogares de los respectivos países
Nota: CP=cuenta propia; AS=asalariados
A/ Los períodos inicial y final corresponden a los niños analizados de cada país a lo largo de todo el documento

En el cuadro anterior, se presentan los porcentajes de personas ocupadas en tipos de inserciones ocupacionales seleccionados de modo de asegurar la representatividad de los más característicos en cada nivel educativo. Allí se puede apreciar con cierto detalle el aumento relativo de las ocupaciones con menores retribuciones dentro de cada nivel educacional en algunas áreas metropolitanas de la región al inicio y final del período en estudio, así como el modo en que fueron afectados los adultos del estrato educativo más alto. Se puede observar también que el aumento relativo de las ocupaciones con menores retribuciones dentro de los niveles educacionales medio y bajo, no fue compensado por la disminución -también observada- de los porcentajes de personas con estos niveles educacionales, puesto que, en general, las ocupaciones de bajos ingresos aumentaron su participación simultáneamente en todos los niveles educativos.

14. Los jóvenes que no estudian ni trabajan constituyen actualmente una proporción mayor que al principio de la década. Esta situación, que afecta principalmente a quienes provienen de hogares de ingresos bajos, es un indicador de riesgo de marginalidad y de reproducción de hogares con elevada vulnerabilidad económica y social.

Si bien el mayor aumento de jóvenes que no estudian ni trabajan se registró en Caracas y en las áreas no metropolitanas de Venezuela y de Colombia, el fenómeno, esencialmente urbano, se manifiesta con claridad en al menos ocho de las once áreas analizadas. En las áreas urbanas no metropolitanas de Venezuela la proporción de varones jóvenes(2) en esta situación pasó de 15% a alrededor de 21% en el período considerado; sin embargo, mientras entre los que residían en hogares con ingresos per cápita correspondientes al cuartil más bajo, el cambio fue de 23% a 30%, entre los jóvenes provenientes de hogares ubicados en el otro extremo de la distribución de ingreso (cuarto cuartil), los que no estudiaban ni trabajaban pasaron de 9% a 12%. Análoga situación se observa en las áreas urbanas no metropolitanas de Colombia, en que mientras en el total se anotó un aumento de entre 13% y 18%, los jóvenes del primer cuartil en esa situación pasaron de 21% a 30% y los del cuarto cuartil de 6% a 7%.

Las cifras precedentes y las del resto del cuadro siguiente reflejan tanto las significativas diferencias en cuanto a la situación de los jóvenes del estrato de ingresos bajos respecto de los de ingresos altos, como el mayor impacto de la crisis que con pocas excepciones se manifiesta en un aumento de la diferencia en las proporciones de los que no estudian ni trabajan entre los estratos referidos. Los resultados constituyen un dato adicional sobre la forma en que se acumulan las diferentes manifestaciones de la falta de equidad, que afecta no sólo las oportunidades de movilidad social, sino también de reubicación laboral o de refugio durante un período de recesión. En efecto, ante el deterioro económico generalizado y las escasas oportunidades de empleo, los jóvenes provenientes de hogares de ingresos bajos pudieron aprovechar menos que los restantes jóvenes su forzada inactividad para mantenerse o retornar al sistema educativo a fin de acumular conocimientos, lo que, una vez reactivada la economía, les podría haber permitido ampliar sus alternativas de inserción productiva en un mercado laboral que el avance tecnológico hace cada día más exigente y la escasez más competitivo.

AMÉRICA LATINA (SEIS PAÍSES): VARONES JÓVENES NO AUTÓNOMOS DE 15 A 24 AÑOS
QUE NO TRABAJAN NI ESTUDIAN, POR CUARTILES DE INGRESOS DEL HOGAR
(Porcentajes)

Cuartiles

País

Área

Año

Total

C1

C4

Argentina

B.A.

80

11,9

17,6

6,3

B.A.

86

10,5

20,3

2,2

Brasil

A.M. a/

79

10,7

21,2

3,7

A.M. a/

87

10,8

23,1

3,4

URB.

79

10,3

19,0

4,5

URB.

87

10,9

21,1

5,8

RUR.

79

4,2

5,3

2,9

RUR.

87

5,1

6,6

3,5

Colombia

BOG.

80

9,3

17,1

1,9

BOG.

86

11,7

17,4

4,8

URB.

80

13,3

21,3

6,3

URB.

86

18,0

29,8

7,4

Costa Rica

S.J.

88

9,3

22,6

3,1

URB.

88

11,7

23,5

6,4

RUR.

88

11,3

22,7

4,4

Uruguay

MVD.

81

9,6

16,9

2,2

MVD.

89

11,0

18,5

2,5

URB.

81

12,8

20,5

5,3

URB.

86

13,8

20,5

6,2

Venezuela

A.M.

81

13,0

24,1

5,1

A.M.

86

18,5

29,8

8,9

URB.

81

15,0

23,1

8,8

URB.

86

20,6

30,3

11,9

RUR.

81

10,5

12,7

7,6

RUR.

86

13,3

16,3

8,7

Fuente: CEPAL, sobre la base de las encuestas de hogares de los respectivos países.
Nota: C1=primer cuartil de ingresos del hogar, C4=cuarto cuartil de ingreso del hogar;
A.M.=área metropolitana; B.A.=Buenos Aires; BOG.=Bogotá; S.J.=San José; MVD.=Montevideo; URB.=zonas urbanas; y RUR=zonas rurales
A/ Corresponde a un promedio de las áreas metropolitanas de Río de Janeiro y Sao Paulo

CUARTILES DE INGRESO PER CÁPITA DE LOS HOGARES:
una aproximación a los estratos de ingresos

Para asegurar la comparabilidad en el tiempo de las diferencias entre estratos de ingresos en distintas dimensiones sociales, se requiere mantener la composición de los grupos que se comparan. De ese modo, se evita "contaminar" la información de un grupo con la de otro, entre los momentos seleccionados para evaluar la evolución.

El "panel" es el diseño muestral más adecuado para el análisis, a partir de encuestas, de la evolución de las diferencias entre grupos. El mismo consiste en mantener el total o una porción significativa de las unidades muestrales a través de los diferentes períodos de relevamiento. Dado que éste no es el diseño más frecuente entre las encuestas de hogares de la región, principal fuente de información de este informe, fue necesario adoptar una alternativa metodológica que permitiera reducir al mínimo las probabilidades de cambios en la composición de los grupos entre los períodos analizados. La alternativa elegida consistió en asimilar los estratos de ingreso a los cuartiles en que se ubican los hogares en la distribución creciente de sus ingresos per cápita.

La elección resultó la más adecuada, en particular porque el carácter de estructura relativa de los cuartiles hace que la composición de los grupos sea menos sensible a cambios generalizados en los niveles de ingreso de los hogares, como los que se sucedieron en la región durante los años ochenta (1).

El análisis propiamente tal se realizó observando el comportamiento a través de los cuatro grupos cuartílicos, aunque en este trabajo se presentan sólo los cuartiles primero y cuarto a fin de facilitar la lectura analítica de la información.

______

(1) Una argumentación más extensa se puede obtener en Rubén Kaztman y Pascual Gerstenfeld: "Notas sobre los criterios a utilizar para la construcción de los estratos socioeconómicos en el Panorama social", marzo de 1990, mimeo.

Los obstáculos para el retorno al sistema educativo se perfilan con mayor claridad cuando se observa que aún en la segunda mitad de los años ochenta, del 50% al 80% de los jóvenes de 15 a 19 años, de estratos bajos en las áreas urbanas de Colombia o Brasil que habían abandonado sus estudios, lo había hecho con menos de seis años de educación. Este agudo problema de deserción temprana con insuficiente capital educativo hace muy difícil que estos jóvenes sustituyan trabajo por educación durante períodos de deterioro de las oportunidades laborales. Ello, porque, suelen haber perdido los hábitos de estudio, si es que en algún momento tuvieron la posibilidad de adquirirlos, o bien, porque sus emergencias económicas, aún en un marco de escasas oportunidades laborales, no les permiten disponer del tiempo y la dedicación que requieren la mayoría de los mecanismos de capacitación disponibles en la sociedad.

15. El origen socioeconómico de las personas continuó operando como un importante factor en la determinación de sus logros.

La población de la región sigue compitiendo por el logro de un mayor bienestar con importantes diferencias en las condiciones de partida de los individuos definidas por su origen socioeconómico.

Si tomamos la ubicación de los hogares según sus niveles de ingresos per cápita como una buena aproximación al estrato socioeconómico, y la asistencia a establecimientos preescolares como el comienzo del circuito de apresto educacional institucionalizado, es posible cuantificar algunas de las diferencias en las condiciones de partida. Durante la segunda mitad de los años ochenta, en los países y áreas analizados se observa, que el porcentaje de niños pertenecientes a hogares del nivel superior y que asistían a establecimientos preescolares, duplicaban el porcentaje correspondiente al nivel más bajo, como en los casos de Río de Janeiro y São Paulo y Montevideo, que registraban alrededor de 85% los primeros y de 43% los segundos. Pese a lo significativo de estas diferencias, ellas significaron una mejoría con respecto al comienzo de la década, cuando la relación era tres veces superior y en algunos casos cuatro veces.

El que un niño haya tenido o no experiencia de apresto preescolar, y la extensión e intensidad de esa experiencia, se suman a los efectos de su origen socioeconómico, determinando diferencias en cuanto a probabilidades de éxito en su desempeño educativo posterior. Ya entre los 10 y 14 años de edad se registra una distancia en materia de logros educacionales de 1 a 2 años de estudios en favor de los niños del cuarto cuartil de ingresos del hogar respecto de los del primero. Entre los jóvenes de 15 a 24 años que aún residen en su hogar de origen, dicha diferencia pasa a ser de alrededor de 3 años de estudios acumulados y en algunos casos, como por ejemplo, en las áreas metropolitanas y urbanas de Brasil, de 4 años de estudios. Es conveniente subrayar que la situación socioeconómica de los hogares tiene un impacto sobre el desempeño de los estudiantes que, como se verá en el punto siguiente, es en buena medida independiente del efecto del capital educativo del hogar. Ello se manifiesta en el hecho de que el origen socioeconómico produce diferencias significativas en los logros escolares, aun cuando se comparen categorías de estudiantes con climas educacionales similares en sus hogares.

EL CLIMA EDUCACIONAL DEL HOGAR:
un indicador crucial del contexto de socialización de los niños

Este indicador registra el promedio de años de estudios alcanzados por el conjunto de las personas de 15 y más años que residen en el hogar. Sus valores resultan del cociente entre la suma de los años de estudios alcanzados por los miembros de 15 y más años de edad en un hogar y el total de personas en ese grupo etario en ese hogar.

En pruebas realizadas con distintas mediciones del desempeño educacional de los niños, este indicador mostró mayor capacidad de discriminación que otros alternativos, como por ejemplo, el nivel de educación del jefe de hogar. El mejor comportamiento estadístico podría responder al menos a dos razones. En primer lugar, al hecho de que el clima educacional incorpora por definición más información acerca del contexto educacional de cada hogar que aquellos referidos a sólo alguno de sus miembros. Segundo, porque como consecuencia de lo anterior resulta más dinámico desde la perspectiva del ciclo de vida del hogar, al incorporar en él, más oportunamente, el impacto derivado de los cambios que se van produciendo de generación en generación en la estructura educativa global. Esta situación alude, por ejemplo, al valor que agregaría la educación de un hijo de 15 o más años respecto de la de sus padres, como referencia para el contexto educacional de otro hijo menor.

16. El clima educacional de los hogares tiene una gran influencia en los logros de niños y jóvenes.

Tanto en forma independiente, como a través de su interacción con las condiciones económicas de los hogares, el clima educacional incide en los logros de niños y jóvenes, y en particular, en sus progresos educacionales. (Véanse los gráficos 7 y 8).

En el estudio realizado se obtuvieron datos sobre los efectos de éste y otros factores en la proporción de niños que asisten a establecimientos de educación preescolar y en las tasas de asistencia y desempeño en las edades posteriores. Como síntesis de esos datos, a continuación se presentan resultados acerca del efecto en el porcentaje de niños rezagados respecto a la cantidad de años de estudios compatibles con su edad.

Tanto entre los escolares que residen en hogares del primer cuartil de ingresos como entre los correspondientes al cuarto cuartil, durante la segunda mitad de los años ochenta se observa que en el marco de un bajo clima educacional en el hogar, el nivel de rezago es sistemáticamente mayor en alrededor de 30 puntos porcentuales respecto de la proporción de rezagados entre los niños provenientes de hogares con elevado clima educacional. En el primer cuartil, por ejemplo, los hogares con clima educacional bajo en las áreas analizadas presentaban entre 27% y 77% de rezago escolar, mientras que entre los que gozaban de un clima educacional alto, dicho porcentaje oscilaba entre 12% y 30%.

Gráfico 7

AMÉRICA LATINA (SEIS ÁREAS METROPOLITANAS):
PROMEDIO DE AÑOS DE ESTUDIO DE LOS NIÑOS DE 10 A 14 AÑOS POR
CLIMA EDUCACIONAL DEL HOGAR SEGÚN CUARTILES DE INGRESO

Gráfico 8

AMÉRICA LATINA (TRES PAÍSES): PROMEDIO DE AÑOS DE ESTUDIO
DE LOS NIÑOS DE 10 A 14 AÑOS POR CLIMA EDUCACIONAL DEL HOGAR

SEGÚN CUARTILES DE INGRESO

17. Otros factores de significativa incidencia en los logros de niños y jóvenes son la constitución de la familia y la infraestructura de la vivienda.

Respecto a la constitución de la familia, se observaron efectos negativos para el desempeño escolar en los niños que vivían en hogares de jefatura femenina con ausencia de cónyuge, y efectos más serios aún en el caso de los hogares encabezados por parejas en unión libre. Sin embargo, en ambos casos, los resultados reflejan una menor influencia negativa que la ya señalada respecto del clima educacional del hogar. El efecto negativo en el desempeño escolar de los hogares con jefatura femenina sin cónyuge se traduce más en deserción que en rezago, lo que se observa con mayor nitidez entre los hogares de menores ingresos.

Finalmente, entre los pocos países con información disponible sobre densidad de ocupación de las viviendas, se observa que el hacinamiento también tiene un efecto negativo de consideración en el desempeño escolar.

Como se puede ver, los factores analizados inciden en la demanda de servicios educacionales, así como en la capacidad de aprovecharlos una vez que se accede al servicio. No obstante, tanto por las consecuencias que tienen los logros educativos para las formas de inserción en la estructura productiva, como por sus posteriores consecuencias para la capacidad de socialización de los hogares que estas personas constituyan a futuro, la acumulación de los efectos de los factores mencionados se extiende a otras etapas del ciclo de vida, lo que ratifica la importancia de su papel en la reproducción de situaciones de alta vulnerabilidad económica y social.

El hecho de destacar las consecuencias que tienen el clima educacional, el hacinamiento, y la forma en que los hogares están constituidos en el desempeño educacional, tiene la virtud de desplegar el abanico posible de políticas sociales integradas, dirigidas a desactivar circuitos viciosos que afectan de manera negativa el desarrollo económico y social.

18. El capital educativo siguió gravitando fuertemente en la capacidad para generar ingresos por trabajo.

A medida que las personas avanzan en las etapas de su ciclo de vida, el capital educativo acumulado contribuye de manera significativa a definir la amplitud y el tipo de oportunidades de bienestar a las que pueden tener acceso. Entre los jóvenes de 15 a 24 años que constituyeron un hogar propio (jóvenes autónomos) se constata que, en la segunda mitad de los años ochenta, la capacidad equivalente mensual de los ingresos por trabajo (CEMIT) de la mayoría de los que tenían diez o más años de educación duplicó en promedio la de aquellos que contaban con menos de seis años de educación, y resultó alrededor de 50% superior a la de los que alcanzaron entre seis y nueve años de estudios.

Al examinar a los adultos de 25 a 59 años, esta vez desagregando por sexos, a fin de aumentar la comparabilidad, se observa que el valor de la CEMIT de las personas con 10 o más años de estudios equivale al doble o triple, y en algunos casos llega a ser hasta cuatro veces superior a las CEMIT obtenidas por los que tienen menos de 6 años de educación, y el doble de los que alcanzaron entre 6 y 9 años de estudios.

Desde la perspectiva de los procesos productivos y de su repercusión en el bienestar económico de las personas, las consecuencias de una insuficiente incorporación de capital se pueden observar analizando las diferencias entre estratos educacionales, de las ocupaciones que alcanzan más frecuentemente los adultos de 25 a 59 años, por un lado y por otro, de los porcentajes de jóvenes autónomos de 15 a 24 años que trabajando sin estudiar no pueden mantener un núcleo familiar básico fuera de la pobreza.

La síntesis presentada refleja en forma elocuente la medida en que el capital educativo continúa gravitando en la capacidad de generar ingresos por trabajo. Pero además permite constatar el grado de incidencia de dicho capital en la diferencia de logros económicos de las personas de distintos estratos educacionales en cada etapa del ciclo de vida, y la manera en que se van separando las diferentes ramas del árbol de oportunidades, desde el estado inicial, definidos según las condiciones socioeconómicas de los hogares de origen.

19. Pese a que en la mayoría de las dimensiones sociales las áreas rurales continuaron en desventaja con respecto a las zonas urbanas, durante los años ochenta se debilitó el "sesgo antirrural" que había caracterizado el desarrollo de la región en décadas anteriores.

El debilitamiento del sesgo antirrural se reflejó en el hecho de que, en la mayoría de los países y dimensiones sociales en los que se produjo un deterioro general, las zonas rurales mostraron descensos menores o de similar intensidad que las áreas urbanas y metropolitanas, y allí donde se registró una mejoría, el área rural aumentó relativamente más, o bien, con similar intensidad que las otras áreas.

En el caso de los niños de 10 a 14 años, se observa que los que residían en las zonas rurales de Brasil, mejoraron su promedio de años de estudios levemente más que el resto de las áreas. La mejoría promedio en el campo fue de medio año, lo que para los niños del primer cuartil rural significó un aumento de 50%. Dicho aumento no impidió que éstos continuaran en desventaja frente a los niños urbanos, dado que en 1987 habían alcanzado un promedio de 1.4 años de estudios, frente al 2.9 de Río de Janeiro y São Paulo. La relación equivalente para los niños del cuartil de ingresos más altos era de 3.3 años de estudios como promedio en el sector rural contra 4.5 en Río de Janeiro y São Paulo. En el caso de Venezuela la situación de los niños de las áreas rurales mejoró en forma similar a la del resto urbano, mientras que empeoró levemente el desempeño de los que residían en Caracas. Las diferencias entre el campo y la ciudad resultaron algo menores que en Brasil en un contexto de mayores niveles de logros. Por ejemplo, en 1986, los niños del primer cuartil rural registraban un promedio de 3.3 años de estudios frente al 4.5 que alcanzaban los niños del resto urbano.

El análisis de los datos relativos a los jóvenes de 15 a 24 años que residían en su hogar de origen, arroja resultados similares a los obtenidos sobre los niños. Por ejemplo, entre 1979 y 1987 los jóvenes brasileños del primer cuartil rural aumentaron su promedio en 1.5 años de estudios, llevándolo a 3.3, lo que significó un incremento de 80%, mientras que en Río de Janeiro y São Paulo los del cuartil análogo alcanzaban a un promedio de 5.7. Por su parte, los jóvenes rurales venezolanos mejoraron relativamente más que los de las áreas urbanas y metropolitanas. Los del primer cuartil rural alcanzaron en 1986 a un promedio de 5.2 años de estudios frente al 7.9 de los que estaban en una situación de ingresos similar pero que residían en Caracas; a su vez, los del cuarto cuartil rural llegaron durante ese año a un promedio de 6.6 años de estudios frente al 10.8 que alcanzaron los de igual cuartil en Caracas.

La evolución del promedio de la capacidad equivalente mensual de los ingresos por trabajo (CEMIT) de las personas de 25 a 59 años por estrato educacional, fue diferente para los trabajadores del campo y de la ciudad dependiendo de su nivel de instrucción, y relativamente favorable a los primeros en los niveles educacionales bajo y medio. En efecto, entre los trabajadores de nivel educacional más bajo (0 a 5 años de estudios), en los tres países con información disponible por área geográfica, la evolución de la CEMIT fue relativamente favorable a los trabajadores rurales. Lo mismo ocurrió en dos de los tres casos entre los que habían alcanzado 6 a 9 años de estudios. Pero entre los trabajadores con 10 o más años de estudios, los que se defendieron mejor de la crisis fueron los de las áreas metropolitanas. A su vez, el examen de estos datos permite señalar otro resultado interesante, cual es que las diferencias entre los niveles de remuneración por trabajo entre el campo y la ciudad parecen obedecer más al capital educativo incorporado en la población de esas áreas que a características vinculadas a las estructuras productivas propias de cada una de ellas. Esta interpretación surge al observar que las diferencias de la CEMIT entre el campo y la ciudad en cada nivel educativo, son relativamente bajas, pero lo que sí arroja diferencias significativas es la proporción de personas con baja educación en cada área y las retribuciones entre los de baja y alta educación, cualquiera que sea el área que se considere. En este sentido, y seguramente debido a la mayor homogeneidad en la distribución de sus recursos humanos entre el campo y la ciudad, Costa Rica se distingue con claridad de Venezuela, y especialmente de Brasil. Un corolario de la conclusión anterior es que los análisis acerca de la evolución de las diferencias entre las retribuciones de los trabajadores urbanos y rurales deben hacerse sobre cada estrato educativo. Desde esa perspectiva, los datos del cuadro siguiente muestran que las diferencias tendieron a equipararse, durante los años ochenta, independientemente de la situación habida al inicio del período.

20. En el mundo del trabajo, las mujeres se mantuvieron en clara desventaja frente a los hombres.

Hombres y mujeres muestran diferencias significativas en cuanto a la capacidad equivalente mensual de sus ingresos por trabajo para mantener un núcleo familiar básico fuera de la pobreza.

AMÉRICA LATINA (SEIS PAÍSES); CEMIT DE LAS PERSONAS DE 25 A 59 AÑOS QUE TRABAJAN MÁS DE 20 HORAS SEMANALES Y PERCIBEN INGRESOS, POR NIVELES EDUCACIONALES Y POR SEXOS
(promedios)

Niveles educacionales

País

Área

Año

Total

0-5

6-9

10 y más

Argentina

B.A.

80

8,9

5,6

7,4

14,2

B.A.

86

6,3

4,8

5,7

8,3

Brasil

A.M. a/

79

6,7

4,1

6,6

13,6

A.M. a/

87

7,3

3,8

5,5

13,7

URB.

79

6,2

4,0

7,2

13,5

URB.

87

6,5

3,7

6,0

12,9

RUR.

79

3,1

2,8

6,5

12,4

RUR.

87

4,4

3,9

7,9

11,7

Colombia

BOG.

80

4,9

2,2

3,3

9,7

BOG.

86

4,7

2,7

3,4

6,8

URB.

80

4,2

2,3

3,9

8,3

URB.

86

4,4

2,9

3,7

6,6

Costa Rica

S.J.

81

7,7

4,6

5,9

10,7

S.J.

88

5,9

3,4

4,2

7,9

URB.

81

7,8

5,5

6,2

11,5

URB.

88

5,6

4,0

4,4

7,1

RUR.

81

7,9

7,0

7,5

13,8

RUR.

88

6,0

5,4

5,7

8,3

Uruguay

MVD.

81

6,8

4,4

5,4

9,5

MVD.

89

5,8

3,6

4,6

7,4

URB.

81

5,6

4,3

5,3

7,7

URB.

89

4,3

3,4

3,9

5,5

Venezuela

A.M.

81

9,0

6,5

8,1

12,4

A.M.

86

8,5

4,6

6,1

12,2

URB.

81

8,2

5,8

7,8

12,3

URB.

86

6,1

4,3

5,4

8,7

RUR.

81

7,4

6,1

9,2

16,3

RUR.

86

5,7

4,7

6,1

13,4

Fuente: CEPAL, sobre la base de las encuestas de hogares de los respectivos países.
Nota: CEMIT=capacidad equivalente mensua de los ingresos por trabajo; A.M.=área metropolitana; B.A.=Buenos Aires; BOG.=Bogotá; S.J.=San José; MVD.=Montevideo;
URB.=zonas urbanas; y RUR=zonas rurales.
a/ Los tramos de educación considerados son: primaria incompleta, primaria completa y secundaria incompleta y secundria completa y más, el lugar de 0-5, 6-9, 10 y más, respectivamente en ambos años.
b/ Corresponde a un promedio de las áreas metropolitanas de Río de Janeiro y Sao Paulo

A modo de ilustración, en relación a los jóvenes de entre 15 y 24 años, en la segunda mitad de los años ochenta, la proporción de mujeres con menos de 10 años de estudios y cuyos ingresos por trabajo las habilitaba para mantener un núcleo familiar básico fuera de la pobreza, resultaba ser en muchos casos 30 puntos porcentuales menor que la proporción correspondiente entre los hombres, alcanzando a veces a diferencias de 50 a 60 puntos porcentuales. Así sucedió en el resto urbano de Venezuela donde, en 1986, sólo 9% de las mujeres en el estrato educacional más bajo lograban alcanzar la referida capacidad de ingresos frente al 73% de los hombres. En el estrato educacional siguiente (6 a 9 años de estudios), alrededor de 35% de las mujeres alcanzaron dicho nivel de ingresos frente al 84% de los hombres del mismo estrato. Aun en los casos en que se registran las diferencias menores, éstas fueron siempre desventajosas para las mujeres y no bajaron de 10%.

Por su parte, en el estrato educacional de 10 o más años de estudios, se observan situaciones que van desde aquellas en que la situación de las mujeres jóvenes se aproxima a la de los hombres, hasta diferencias desfavorables para las primeras de alrededor de 25 puntos porcentuales, como en el caso de Montevideo en 1989.

Resultados análogos surgen del examen de la situación entre los adultos. El indicador utilizado en este caso fue la capacidad equivalente mensual de los ingresos por trabajo de las mujeres como porcentaje de la de los varones en cada estrato educacional. En la segunda mitad de los años ochenta, entre los adultos con menores niveles educativos, la relación entre la CEMIT femenina y la CEMIT masculina osciló entre 45% y 90% en las áreas analizadas, y el promedio no ponderado de los resultados alcanzó a 62%. En el estrato educacional de 6 a 9 años de estudios, la relación osciló entre 44% y 82%, registrándose un promedio no ponderado de 65%. Por su parte, en el estrato de 10 o más años de estudios, las cifras se situaron entre 49% y 98%, con un promedio no ponderado de 72%. Utilizando los valores absolutos de la CEMIT en el último año analizado sobre hombres y mujeres adultos, encontramos que los ingresos horarios de las mujeres con un máximo de 9 años de educación son menores que los de los hombres que lograron 5 años de estudios, como máximo en todos los países y áreas analizados. A su vez, los promedios no ponderados de las CEMIT en la segunda mitad de los años ochenta resultaron ser los siguientes:

SEXO

ESTRATO EDUCACIONAL
(años de estudio)

CEMIT
(promedio)

Mujeres

0 a 5

2.6

Mujeres

6 a 9

3.7

Hombres

0 a 5

4.2

Hombres

6 a 9

5.7

Mujeres

10 ó más

7.6

Hombres

10 ó más

10.5

Estas situaciones de discriminación no son exclusivas de los países latinoamericanos. En efecto, según datos de 1986, el sueldo de las mujeres en países como Japón representaba 43% del sueldo de los hombres, y aun en países donde los sesgos eran los más bajos, como en Suecia, alcanzaba a 90%. Existen, sin embargo, en América Latina, condiciones que hacen que la discriminación tenga consecuencias más graves que en otras regiones. Tales condiciones son, entre otras, el bajo nivel de los ingresos examinados, particularmente entre los jóvenes y adultos con insuficiente nivel educacional, la carencia de protección laboral de las jóvenes con bajos niveles educacionales, y el importante aumento observado en cuanto a la jefatura femenina y uniones libres. La fuerte interacción entre estos fenómenos en la década de 1980 permite anticipar un incremento en la proporción de niños en hogares con baja capacidad de socialización y de satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros. Por otro lado, la información disponible permitió detectar un aumento relativo de los logros educacionales de las mujeres jóvenes con respecto a los hombres jóvenes. Esto puede deberse, por un lado, a una inversión educativa adicional que conscientemente suelen realizar las mujeres procurando compensar la discriminación de que son objeto en el mercado de trabajo, y por otro, a un menor ritmo de avance de los hombres en el sistema educativo debido a las mayores presiones experimentadas durante la crisis para complementar el ingreso de sus hogares.

21. Al agravamiento que experimentó durante la crisis la situación de los estratos de ingresos bajos se añadió, como fenómeno digno de destacarse, un marcado deterioro de la calidad de vida de los estratos medios urbanos.

El deterioro relativo de las condiciones de vida de los distintos estratos se puede observar al examinar la evolución "del ingreso per cápita promedio expresado en términos del valor de la línea de pobreza" en cada grupo cuartílico de hogares. Si consideramos que los estratos medios urbanos, según el nivel de desarrollo relativo de cada país de la región, se ubican grosso modo, en el tercer y/o en el segundo cuartil, se puede constatar que el promedio no ponderado para las áreas metropolitanas y urbanas del indicador antes mencionado registra, en la década de 1980, descensos de alrededor de 10% en los tres primeros cuartiles, mientras que en el cuarto cuartil, o sea en 25% de los hogares con mayores ingresos, se mantuvo en promedio el ingreso per cápita expresado en términos del valor de la línea de pobreza.

Por otra parte, cuando se clasifican los tipos de inserción ocupacional de la población adulta atendiendo a la distinción corriente entre ocupaciones típicas de los estratos bajos, medios y altos, resulta notorio el impacto de la crisis en los ingresos horarios relativos no sólo de los empleos menos calificados sino también de las inserciones ocupacionales más frecuentes entre los estratos medios asalariados, como son los vendedores de comercio, y el personal administrativo de empresas privadas y, particularmente, el del sector público. Esta situación posiblemente responda a la crisis y a los procesos de reestructuración productiva iniciados o reforzados a partir de ella. A pesar de que en algún caso la información se refiere a categorías amplias de inserción ocupacional, estas observaciones alertan acerca de la importancia de los cambios en las condiciones de vida de las clases medias en los años ochenta, y la consecuente necesidad de instar a que se efectúen indagaciones específicas y en profundidad sobre el tema.

El deterioro de la situación de las clases medias también se refleja en otros resultados. En el último cuadro presentado se examina la relación entre los logros educacionales de las personas adultas y la capacidad equivalente mensual de los ingresos que perciben por su trabajo. Allí se observa que la crisis debilitó la capacidad tradicional de la educación para mantener o mejorar las posiciones económicas absolutas y relativas de los estratos medios, cuyos logros se ubican mayoritariamente en el intervalo de 10 o más años de educación, lo que se tradujo en una reducción de las distancias entre los promedios de ingresos por trabajo percibidos por los adultos de este estrato educacional respecto de los obtenidos en los estratos de menor nivel educativo.

En suma, ya sea que se analicen por medio de la distribución del ingreso per cápita de los hogares, de los ingresos por trabajo relacionados con distintos tipos de ocupaciones de la estructura productiva o con distintos niveles educativos, los datos examinados tienden a configurar un cuadro en que se destacan no sólo el aumento de los pobres y de los indigentes, sino también el incremento de la vulnerabilidad económica y social de los estratos medios. En consecuencia, los resultados y conjeturas anteriores tienden a subrayar la necesidad de realizar una evaluación más compleja de los cambios en materia de equidad en los años ochenta, prestando más atención a las transformaciones verificadas en la situación de los estratos sociales medios, por ser quienes, debido a su capital educacional y a sus tipos de inserción laboral más frecuentes, estuvieron más expuestos a los mecanismos de deterioro antes mencionados. Ello es significativo, máxime cuando se tiene en cuenta que estos grupos fueron en el pasado los principales beneficiarios de un gasto público social que en el transcurso de los años ochenta experimentó importantes reducciones y que en la actualidad tiende a "focalizarse" en los segmentos más pobres de la población.

Notas

(1) Sobre este punto se está realizando actualmente una importante polémica, que se podría sintetizar en que algunos sostienen que el espacio dejado por la educación pública permite un uso menos regresivo de los escasos recursos públicos y que la iniciativa privada en este campo suele mostrar mayor flexibilidad para incorporar innovaciones en los rápidamente cambiantes conocimientos y tecnologías que son requeridas en la actualidad para mantener un mínimo nivel de competencia a nivel internacional. Otros, por su parte señalan la creciente distancia entre la calidad de la enseñanza que se imparte en los establecimientos públicos y privados y el peligro de que se consoliden circuitos educacionales estratificados en los cuales circularían niños y jóvenes que provienen de distintos estratos socioeconómicos, reduciéndose los niveles de integración social. Más aún, se señala que la tendencia a que los grupos con mayor influencia en la sociedad opten por la educación privada probablemente esté relacionada con un debilitamiento de su compromiso con la escuela pública y con la concepción según la cual ésta es básicamente una empresa colectiva cuyos resultados afectan directa o indirectamente el destino de todos los ciudadanos.

(2) El indicador utilizado representa a los jóvenes de ambos sexos, pero se ha limitado a la población masculina como forma de evitar el sesgo estadístico por el cual muchas jóvenes que trabajan son clasificadas como no activas e incluidas en la categoría denominada "quehaceres domésticos", con lo cual se distorsionan las estimaciones sobre este género.

Índice Revista 2
Educación, Trabajo y Empleo
Revista Iberoamericana de Educación
Biblioteca Digital OEI

Buscador | Mapa del sitio | Contactar
| Página inicial OEI |