Organización de Estados Iberoamericanos Para la Educación, la Ciencia y la Cultura |
Revista
Iberoamericana de Educación Número 18 - Ciencia, Tecnología y Sociedad ante la Educación |
(*) Leonardo S. Vaccarezza es licenciado en Sociología, especialista en Sociología de la Ciencia, investigador, profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina) y, como tal, miembro del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología. Además, es profesor en una maestría sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad impartida por la citada Universidad. |
La primera cuestión citada anteriormente ha sido tratada por López Cerezo, lo cual nos invita a obviar su tratamiento. Esto alude al hecho de considerar como con todo otro campo intelectual o científico el carácter universal del conocimiento. En tal sentido, el campo CTS merece las mismas definiciones y categorías aunque quizá no sus determinaciones en el sur como en el norte. Sin embargo, veremos más adelante que diferentes componentes de lo que iremos delineando como el campo o pensamiento CTS en América Latina adolece de imitaciones o transferencias geográficas inadecuadas.
Respecto a la segunda cuestión qué podemos entender por movimiento, convendría abordarla al final de este trabajo, porque me cuesta deslindar la idea de movimiento de las posibles propuestas que pueden hacerse respecto al desarrollo de dicho campo. En cuanto al asunto de la legitimidad de uniformidad u homogeneidad del concepto de América Latina, debo aclarar de entrada que, si existe tal legitimidad, no se sustenta en la constatación de homogeneidad. Por el contrario, en muchos aspectos la ciencia y la tecnología como componentes de CTS y su mismo desarrollo son afectados por la diversidad. Sin embargo, por un lado las similitudes pueden autorizar una aproximación colectiva de la cuestión y, por otro, en muchos aspectos el pensamiento latinoamericano sobre CTS se ha proyectado como un discurso sobre América Latina en su conjunto, y sus cultores han adquirido, con frecuencia, liderazgo regional.
Por lo tanto, nos resta empezar por la cuestión de qué ciencia y de qué tecnología hablamos cuando nos referimos a América Latina, porque de otra forma sería difícil entender la peculiaridad que pueda tener el pensamiento o movimiento CTS en la región, y porque careceríamos de una referencia fundamental para sugerir líneas de trabajo en el abordaje de la CTS por parte de la educación. Después de una caracterización muy somera de la ciencia y la tecnología en América Latina, me gustaría sumergirme en el desarrollo histórico de su movimiento CTS. Entonces voy a destacar el tipo de problemas que fue abordado para conformar el pensamiento sobre este tema. Seguidamente, intentaré un juego de comparaciones entre el contenido de dicho pensamiento en sus comienzos y las características que muestra el movimiento en el presente. A continuación trataré de señalar, sobre la base del mosaico heterogéneo que presenta el campo de CTS, lo que existe y lo que falta en América Latina. Por último, destacaré las orientaciones que predominan en la enseñanza de la materia en la región.
La primera afirmación respecto a la ciencia y la tecnología de la región se refiere, obviamente, a su bajo nivel relativo en todos los indicadores que puedan utilizarse. El gasto en actividades de ciencia y tecnología en los países latinoamericanos alcanza poco menos de los 8.000 millones de dólares anuales, lo cual representa el 2,3% del gasto mundial en el sector. Es cierto que en esta década se experimentó un incremento en el gasto, mayor al promedio mundial, pero ello significó, en términos absolutos, 3.400 millones más a los bajos niveles de financiamiento que existían a comienzos de la misma. De todas formas, si consideramos que todo lo que gasta América Latina en ciencia y tecnología equivale a la mitad de lo que invierte la General Motors en I+D, no podemos dejar de impresionarnos con los desniveles dramáticos que sufre la región en comparación con las áreas desarrolladas.
Por otra parte, el valor relativo de estos guarismos se expresa en la contribución de la actividad ciencia y tecnología al producto bruto interno de los países. Para los latinoamericanos, los gastos en ciencia y tecnología representan menos del 0,5% promedio del PBI, mientras los países desarrollados se encuentran entre el 2 y el 3% en la mayoría de los casos. Si tomamos en cuenta el gasto en ciencia y tecnología como el recurso promedio que tienen los investigadores para llevar a cabo su tarea, en EEUU asciende a 171.000 dólares por investigador, y en el conjunto de países latinoamericanos a 59.000. Por cierto, éste es un indicador engañoso como todos los indicadores en la medida en que existen fuertes diferencias en los requerimientos de recursos para distintos tipos de investigación, de disciplinas o de campos tecnológicos. De todas formas, las diferencias son lo suficientemente amplias como para afirmar el marcado desnivel entre el norte y el sur.
La importancia de la actividad en ciencia y tecnología en el caudal ocupacional de los Estados se expresa en la proporción que representan los científicos y tecnólogos en el total de la población económicamente activa. Nuevamente la diferencia entre América Latina y EEUU es drástica: más del 7 por mil para éste país y diez veces menor (0,7 por mil) para los países latinoamericanos.
Un rasgo característico de la investigación científica en América Latina es su gran dependencia del Estado. En efecto, tanto por lo que se refiere al financiamiento como a quiénes ejecutan la investigación, allí el Estado aporta más del 70% del esfuerzo. Esto es contrario a lo que se observa en los países desarrollados: por ejemplo, en EEUU, el origen del financiamiento y la ejecución de las actividades científicas y tecnológicas están a cargo de las empresas privadas en más de las dos terceras partes. Si el gobierno financia un tercio, ejecuta, en cambio, menos del 10% del I+D. Valores semejantes aunque algo menores se observan en Canadá e incluso en España, que en muchos aspectos comparte con América Latina una débil tradición en política científica y tecnológica.
En el plano estrictamente tecnológico, las estadísticas sobre patentes describen un panorama entre el norte y el sur similar a los datos del I+D: el número de solicitudes de patentes es en EEUU del orden de los 200.000 por año, en tanto son más de 50.000 y de 40.000 en España y Canadá, respectivamente. En América Latina, sólo Brasil y México (pero ambos con marcados desniveles anuales) presentan cifras algo significativas: entre 6.000 y 10.000 patentes anuales. Aun así son valores marcadamente inferiores.
Estos datos, que muestran con crudeza la enorme brecha que separa a la región de los países productores de ciencia y tecnología, no indican, sin embargo, dos procesos temporales dignos de destacar. Después de la llamada «década perdida» de los 80, durante la cual el esfuerzo público en I+D sufrió importantes limitaciones, en los 90 los Estados latinoamericanos parecen haberse encaminado hacia una trayectoria más o menos continua de apoyo a las actividades de ciencia y tecnología. Aunque los datos no son muy firmes y completos por el momento, las cifras parecen indicar una tendencia similar a la de EEUU de paulatina transferencia del esfuerzo al sector empresarial. De acuerdo con esta apreciación, el subcontinente estaría embarcándose en la misma pauta del mundo desarrollado, otorgando un papel relevante el I+D como elemento clave de las actividades económico-productivas. Sin embargo, puede ser aventurado aceptar sin más tal afirmación. Aunque un sector de la economía comienza a prestar cierta atención a los insumos de conocimiento local, el alcance parece ser extremadamente modesto, sea en la magnitud de los recursos involucrados, sea en la relevancia del conocimiento tecnológico producido o utilizado. Desde hace unos diez años, varios gobiernos de la región han encarado programas sistemáticos de vinculación entre los centros del I+D públicos (especialmente universitarios) y las empresas privadas, creando parques tecnológicos, incubadoras de empresa, organismos de vinculación y transferencia, facilidades para la firma de contratos de investigación, financiamiento de innovación y riesgo compartido, etc., sin que, a decir de los expertos, los resultados hayan sido importantes. Esto debe entenderse claramente: no es que no existieran esfuerzos e interacciones tecnológicas entre la ciencia y la producción; el problema es que no constituyen un sistema autosostenido de relaciones dinámicas que marquen un rumbo claro a la investigación en ciencia y tecnología vinculado con las sociedades y las economías donde se desenvuelven. A esto volveremos luego.
En efecto, podríamos decir que la ciencia y la tecnología de América Latina carecen de una guía clara de orientación. La investigación científica tuvo un desarrollo modesto pero relativamente temprano en Argentina, Brasil y México, y en particular en el primero. Esto permitió que, en una situación de relativa carencia, destacaran grupos de investigación aislados con capacidad para afrontar los desafíos del momento en la frontera internacional del conocimiento. Lo que el historiador peruano Cueto denominó «excelencia en la periferia», se constituyó como fenómeno posible gracias al contexto de una ciencia internacional todavía dominada, en grandes áreas, por el modo artesanal de hacer ciencia, regida por las pautas dominantes de la ciencia académica. Así, el primer premio Nobel científico de América Latina, Bernardo Houssay, desarrolló sus investigaciones fisiológicas en su laboratorio de la universidad pública, equivalente al de los principales países científicos. Equivalente no sólo en tipo y cantidad de equipos y recursos todavía no se había producido la actividad dominada por la llamada big science, sino también en cuanto a la racionalidad, justificación o fuente de legitimidad de la ciencia misma.
Esta ciencia académica sufrió en varios países latinoamericanos los embates de la inestabilidad política, el oscurantismo ideológico y el autoritarismo. Pero la Argentina constituye un caso paradigmático. La historia de los tres premios Nobel argentinos en ciencia reproduce de manera emblemática los efectos de esta política: como dije, B. Houssay desarrolló sus investigaciones en una universidad pública. El segundo, Federico Leloir, aunque comenzó trabajando en ella, debió ampararse en los recursos de una fundación privada para contar con un laboratorio adecuado. El tercero, César Milstein, debió migrar directamente a Inglaterra porque, después de una crisis política nacional, fue separado de su cargo como investigador en una institución pública donde había comenzado a crear el primer laboratorio de biología molecular del Continente. Esta sucesión describe la parábola del desdibujamiento de la ciencia académica en la Argentina, pero, seguramente con menor énfasis, es el caso de varios países latinoamericanos.
Por otra parte, a partir de los 50 América Latina se embarcó en la formulación de políticas científicas y tecnológicas. Esto llevó a un fuerte proceso de institucionalización, tanto de la investigación científica y tecnológica como de distintos mecanismos de desarrollo en el sector: sistemas de promoción del I+D, legislación en transferencia de tecnología, planificación de la ciencia, métodos de diagnóstico de recursos, sistemas de fijación de prioridades tecnológicas, etc. Los resultados más destacables de este período han sido: profesionalización de las actividades científicas, fortaleciéndose tanto la figura del académico como la del asalariado de organismos públicos sectoriales o de laboratorios del I+D de empresas públicas; creación de organismos de promoción y planificación de ciencia y tecnología con una serie de prácticas de evaluación, asignación de recursos y difusión de resultados; creación de organismos sectoriales de investigación tecnológica en áreas prioritarias para las economías nacionales, en el marco de un modelo económico basado en la industrialización por sustitución de importaciones como principio de desarrollo económico, y en algunas prioridades militares; importantes laboratorios tecnológicos en las grandes empresas públicas, sobre todo extractivas e industriales.
A fines de la década de los 50 y durante las dos siguientes, las actividades de ciencia y tecnología se llevaron a cabo sobre la base del esfuerzo casi exclusivo del Estado (incluyendo la actividad de las universidades públicas). Independientemente del hecho de que estos esfuerzos no provocaron una dinámica sostenida de innovación en el conocimiento y en la economía (predominó en muchos sectores el divorcio entre investigación y producción), se desarrollaron dos modelos contiguos de investigación en ciencia y tecnología con consignas y misiones claras y fuentes de legitimidad para sus funciones: a) por una parte, la ciencia académica, basada principalmente en las universidades e incorporada aunque de manera periférica a la comunidad científica internacional, de quien recibe su legitimidad, orientaciones y formas de organización, apoyándose en los criterios de calidad y excelencia; b) por otra parte, una actividad tecnológica, sustentada sobre todo en organismos sectoriales, y legitimada por un aparato de planificación estatal destinado a la resolución de problemas prácticos y a la transferencia de tecnologías al sector productivo o de defensa. Ambos, financiados por el Estado, respondían, sin embargo, a lógicas diferentes.
Los cambios ocurridos durante los años 80 han tenido una impronta específica sobre este esquema. Dos cuestiones son claves al respecto: a) el cambio de rol del Estado, es decir, la disminución de sus funciones reguladoras y productivas; b) la apertura de las economías latinoamericanas al comercio y a la competitividad internacionales. Lo primero tuvo impacto directo sobre el financiamiento estatal de la investigación pero, sobre todo, fue fuente de orientación y legitimidad de la actividad, especialmente para el caso de los organismos sectoriales. La investigación universitaria reencontró su discurso legitimador en la importancia creciente que tiene para las nuevas tecnologías la investigación básica (fundamentalmente desarrollada en las universidades), o sea, lo que ha dado en llamarse la cientización de la tecnología y la innovación industrial. La apertura de la economía tiene un impacto equívoco sobre la demanda de investigación en ciencia y tecnología: por una parte, el supuesto de la competitividad exigiría a las empresas locales abastecerse de conocimientos nuevos, a fin de no quedar desplazados del concierto internacional o de encontrar nichos novedosos de mercado donde poder desempeñarse; por otra parte, la apertura obligaría a una homogeneización tecnológica mayor, por lo que la transferencia internacional de tecnología y no la inventiva local se convertiría en el instrumento clave del aumento de la competitividad. La internacionalización de las inversiones productivas, además, puede maniatar la innovación tecnológica de las subsidiarias locales a los descubrimientos y desarrollos ocurridos en los centros internacionales de investigación.
En este sentido, la investigación en ciencia y tecnología de los países latinoamericanos parece haber entrado en un vacío de legitimación para los estrechos márgenes que impone la política económica enmarcada en los principios neoliberales. Dentro de estos márgenes, la pura racionalidad instrumental exige una división internacional más drástica de la producción de conocimientos. Nada supone que la globalización y la homogeneización de los criterios de competitividad den lugar a aventuras autónomas de innovación tecnológica. Más aún, cuando cada vez más es el Estado el protagonista principal en la fijación de las orientaciones de conocimiento, y no la ciencia.
Un libro de hace unos tres años que ha tenido un impacto importante en la reflexión sobre la ciencia y la tecnología contemporáneas, escrito por Gibbons y otros autores, entre ellos el brasileño Simón Schwartzman, da cuenta de los más recientes cambios en la forma de producción de conocimientos en ciencia y tecnología. Según dichos autores, la investigación científica se origina y justifica cada vez más en el «contexto de aplicación» del conocimiento, esto es, en las posibilidades y expectativas de su utilización. De esa forma, la selección de temas de investigación, los métodos, los tiempos y las oportunidades no se fijan autónomamente por los científicos sino, cada vez más, por redes de actores que persiguen los más variados intereses en relación con los conocimientos posibles, entre los cuales los empresarios, los ingenieros de planta, los financistas, tienen un papel más relevante. Esto no afecta sólo a la investigación aplicada, sino fundamentalmente a la básica; de hecho, la distinción entre una y otra es cada vez más tenue y cada vez más entra el conocimiento básico en la racionalidad utilitaria de la empresa productiva. La dinámica de estas redes refuerza el liderazgo de los países centrales no sólo ahora, a través de la excelencia de sus grupos académicos, sino de la estrecha ligazón de sentido compartido entre empresas y laboratorios. Por lo tanto la investigación académica latinoamericana sufre un doble status periférico: en cuanto a su posición relativamente marginal de la comunidad científica internacional, y en cuanto a su capacidad de integrarse en el «contexto de aplicación» marcado por la corriente de innovación y producción del capital internacional. En tal sentido, no es seguro que la necesaria inserción en el comercio internacional de América Latina favorezca su posición en la producción de conocimientos en ciencia y tecnología.
Sintetizando la caracterización de la ciencia y la tecnología de la región, diríamos que adolece de dos debilidades básicas: a) su escasa magnitud, tal como quedó indicado con los guarismos que antes presentamos; b) su desvinculación con la sociedad a la que pertenece, con el agravante de esa relativa pérdida de sustento y legitimidad que prevaleció en las dos décadas precedentes, sustentada en el Estado, por una parte, y en su integración en una ciencia internacional fuertemente académica, por la otra.
Si el movimiento que ha venido a denominarse Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) se origina en Europa a partir de la confluencia de la sociología de la ciencia, que con un enfoque institucional desarrolló Merton a partir de los años 30, por un lado, y por el otro, de la relación entre ciencia y poder puesta de relieve por Bernal en los mismos años, como así también los desarrollos de Solla Price reclamando un enfoque interdisciplinario que postulaba una «ciencia de la ciencia», en América Latina el origen del movimiento se encuentra en la reflexión de la ciencia y la tecnología como una competencia de las políticas públicas. De tal forma, aun sin formar parte de una comunidad consciente identificada como CTS, esto se configuró como un pensamiento latinoamericano en política científica y tecnológica.
Algunos nombres son claves en este pensamiento: Jorge Sábato, Amílcar Herrera, César Varsavsky, Miguel Wionseck, Máximo Halty, Francisco Sagasti, Osvaldo Sunkel, Marcel Roche, José Leite Lopes, por mencionar solo algunos. Entre ellos existieron científicos de ciencias exactas y naturales transformados en pensadores sociales e ideólogos a partir de su reflexión sobre su propia experiencia como investigadores, como también economistas que canalizaron el pensamiento de la CEPAL hacia la cuestión de la ciencia y la tecnología.
El pensamiento latinoamericano nace a fines de la década de los 60 como una crítica diferenciada a la situación de la ciencia y la tecnología y de algunos aspectos de la política estatal en la materia. Desde mediados de los años 50 y 60, organismos internacionales como la UNESCO y la OEA se constituyeron como puentes institucionales claves para la introducción de políticas de ciencia y tecnología en América Latina. Ello significó un traspaso relativamente acrítico de las experiencias europeas de postguerra que la habían llevado a disminuir la brecha de ciencia y tecnología con EEUU. Como antes dijimos, esto se expresó en la creación de consejos nacionales de Ciencia y Técnica y de organismos sectoriales de investigación tecnológica, en la formulación de planes específicos, en la constitución de una burocracia estatal vinculada al área, en la confección de diagnósticos e instrumentos de planificación y gestión. El ingreso de capitales multinacionales a partir de esos años significó el dictado de políticas específicas de transferencia internacional de tecnologías, con resultantes contradictorias respecto a la promoción de la ciencia y la tecnología nativas.
En este marco, el pensamiento latinoamericano de política científica se apoya en los siguientes puntos:
Al margen de estas debilidades y de su fracaso en la incidencia sobre las políticas de gobierno, el juicio latinoamericano sobre políticas de ciencia y tecnología se construyó como un pensamiento coherente, ya que, contando con las diferencias existentes entre sus distintos cultores, destacó el carácter social y estructural de la ciencia y la tecnología y, por ende, de las políticas específicas. En segundo lugar, se constituyó como un pensamiento legítimamente autónomo de la región, refutando la transferencia acrítica y descontextualizada de ideas, marcos conceptuales, creencias, formatos institucionales y usos administrativos de los países centrales a los periféricos. En tercer lugar, dejaron constituida una comunidad de pensamiento que, al margen de los abandonos temporales de las ideas desarrolladas, se relacionan con aquéllos.
Otra tradición importante en América Latina que puede ser inscrita en el movimiento CTS es la que Dagnino y Thomas denominan pensamiento «descriptivo inductivo» como diferente al anterior, al que califican como «normativo de izquierda». Dicho pensamiento no estuvo dirigido a orientar políticas a partir de un marco teórico-normativo general, sino a abordar, a través de estudios empíricos y en especial de estudios de casos de empresas industriales, los condicionantes micro para la elección de tecnologías. Los estudios coordinados por Jorge Katz, sin embargo, no se centran en el enfoque tradicional neoclásico de la selección tecnológica en función de los precios relativos de los factores, sino en aspectos novedosos derivados de una visión evolucionista del cambio técnico. Los procesos de aprendizaje, adaptación y trayectorias tecnológicas fueron puestos de relieve para describir el papel de la tecnología en la empresa productiva.
Estos estudios constituyeron una fuerte tradición de investigación en la región, que emergió contemporáneamente al derrotero seguido por los planteos neo-schumpeterianos de la innovación en los países centrales. Veremos más adelante hasta qué punto este paradigma que en los países centrales aún compite con la orientación neoclásica, parece haberse convertido en América Latina en el dominante y oficial del movimiento CTS.
Una característica fundamental de la tradición de los estudios de innovación en la región es su limitación al nivel micro de la empresa. Esto lleva a cierta restricción para sugerir políticas tecnológicas que no se expresan de otra manera que en la acumulación de experiencias individuales. De ahí que una derivación operativa de estas políticas consista en facilitar estímulos de innovación y efectos de demostración entre las unidades productivas y los sectores. Por otra parte, la importancia de las innovaciones de tipo incrementativo y adaptativo no ayudan a la formulación de políticas de prioridades tecnológicas ni a innovaciones radicales.
En ese sentido, la tradición de estudios de innovación no ha podido extender puentes con la tradición del pensamiento latinoamericano en política de ciencia y tecnología. Aún más, desde el momento que pone atención en lo que las empresas de la región experimentan en la adaptación de tecnología importada, llegando a transformaciones importantes en procesos y productos, se ha sugerido que estos estudios contradicen la validez de la teoría de la dependencia tecnológica, ya que estos procesos de aprendizaje en planta suponen grados de libertad más amplios frente a la transferencia de tecnología.
¿Cuál es la actual situación del movimiento CTS en la región? Nos interesa destacar las dos tradiciones que a nuestro juicio enmarcan originariamente el movimiento CTS en América Latina. Hemos soslayado, sin embargo, trabajos de mayor o menor envergadura, pero que en cierta manera resultan aislados y no configuran una tradición previa a los últimos diez años. Por lo tanto, aun con bastante dosis de injusticia, afirmamos el predominio y casi el carácter exclusivo de las dos tradiciones descritas como fundamentos históricos del movimiento CTS.
Los años 90 presentan un panorama mucho más complejo. Ya hemos visto algunos cambios cruciales en la situación de la ciencia y la tecnología en países periféricos como los de América Latina. Esto forma un contexto de incertidumbres que puede expresarse en las siguientes preguntas:
Estas son algunas de las preguntas que deben afrontar los estudios de CTS en la región. De hecho, los años 90 encuentran un movimiento CTS con cambios que vale la pena destacar:
Como síntesis de los cambios ocurridos en el movimiento CTS indicamos lo siguiente: a) complejidad temática; b) profesionalización (tanto de los cultores como de las instituciones locus de la producción CTS y de los medios de comunicación); c) constitución más integrada de una comunidad intelectual de CTS; d) mayor dependencia intelectual de las corrientes de pensamiento internacional sobre el tema (y esto tanto como comprensión y teorización de las relaciones entre la ciencia, la tecnología y lo social, como en lo que hace a las propuestas de intervención desde lo político y lo administrativo en las actividades de ciencia y tecnología); e) menor potencial de propuestas sobre el papel, función o ubicación de la ciencia y la tecnología para la resolución de los problemas de la región.
A continuación abordaremos otra panorámica para describir el campo CTS. Reservamos el concepto de campo a las funciones estrictamente cognitivas que llevan a cabo los distintos cultores de la reflexión sobre las relaciones entre la ciencia, la tecnología y lo social. El concepto de movimiento hace referencia a la conformación de un sujeto político (o a un conjunto más o menos integrado o contradictorio de sujetos políticos) que pretende intervenir en situaciones de poder social global sobre la base de reivindicaciones u objetivos de cambio específicos (sean sectoriales o globales). Como se puede deducir de lo indicado antes, mi hipótesis es que la evolución histórica de CTS en América Latina ha derivado de un status de movimiento al de campo, y que su desarrollo contemporáneo se restringe a este nivel, comparado con el de los países desarrollados, especialmente EEUU.
Una característica fundamental por lo menos teórica del campo CTS es su constitución multidisciplinaria. En determinadas regiones del campo pueden estar formándose perspectivas inter o transdisciplinarias, pero ello no es general para todo el campo. Hablo de transdisciplinariedad cuando es posible construir un objeto cognitivo nuevo a partir de la intersección de distintas perspectivas de análisis. Un ejemplo de ello puede ser la paulatina confluencia de la teoría evolucionista de la innovación, de raíz económica, con el enfoque constructivista de la ciencia aplicada a la tecnología, o lo que ha dado en llamarse la teoría de la red-actor para dar cuenta de la construcción de conocimientos. La multidisciplinariedad, en cambio, se refiere a la reunión, más o menos articulada pero no fusionada, de perspectivas sobre un determinado objeto o problema social: en este caso, por ejemplo, los problemas de vinculación entre la universidad y la empresa pueden ser analizados desde una perspectiva administrativa de actores político-institucionales, o desde un horizonte sociológico de interacción entre actores individuales.
Por otra parte, el campo CTS contiene una variedad de objetivos y problemas de análisis: innovación, políticas, construcción de saberes, gestión, etc. De ahí que una panorámica de análisis del campo consista en confeccionar una matriz entre problemas y disciplinas. Nuestra pregunta respecto al campo CTS en América Latina sería, entonces, qué problemas son abordados a través de qué disciplinas:
Dije antes que en América Latina la reflexión sobre CTS ha derivado en mayor medida hacia la constitución de un campo de conocimientos que hacia la formación de un movimiento social. En lo que caracterizamos como los inicios de la problemática CTS, sus cultores independientemente de su posición o perspectiva teórica parecían estar comprometidos, en mayor o menor medida, en una militancia crítica de la ciencia y la tecnología. Respecto a la ciencia, la crítica hacia la dependencia cultural de la ciencia latinoamericana pretendía revolucionar la orientación de su desarrollo hacia los problemas de la sociedad local. De la misma forma, los planteos en torno a las políticas tecnológicas y a las críticas hacia las instituciones heredadas o trasplantadas de tales políticas buscaban movilizar los resortes del Estado (e inducir a políticos, empresarios, científicos, funcionarios) en pos de decisiones y mecanismos que aseguraran un desarrollo tecnológico acorde con las necesidades nacionales. Con este carácter, el esfuerzo intelectual llevado a cabo en los 60-70 se encaminó hacia la conformación, por lo menos tácita, de un movimiento de opinión y presión social.
Como vimos, ahora la política se ha transformado en gestión y la militancia del movimiento en formación de expertos. De ahí que, sea por el acotamiento al medio académico de los tópicos de conocimiento de CTS, sea por la lógica de la administración como principio de adaptación a los dictámenes de la competitividad internacional, el esfuerzo intelectual de CTS prescinde por ahora de su carácter movilizador y de su pretensión de cambio.
Esto puede verse con claridad si tenemos en cuenta qué tópicos predominan en la formación CTS en América Latina. De un total de 16 programas de postgrado vinculados al campo en universidades latinoamericanas, 9 están dirigidos a la formación de gestores en tecnología e innovación, 1 relacionado con la formación en economía de la innovación como núcleo central (aunque combine con formación en gestión tecnológica), 4 coordinan asuntos de gestión con una visión más amplia de la problemática de las políticas en ciencia y tecnología, y 2 vinculan estudios sociales de la ciencia y la tecnología con análisis organizacionales y de gestión desde una perspectiva no predominantemente administrativa.
En términos generales, el perfil profesional que los programas de formación proponen a sus alumnos es el de adquirir «pericia» en los manejos gerenciales, sobre todo de la tecnología dentro de las empresas, y, en menor medida, en las organizaciones de I+D o en los organismos públicos y privados de promoción y financiamiento de ciencia y tecnología.
Un estudio realizado por Dagnino, Thomas y Gomes, basado en una muestra de 312 trabajos presentados a los principales eventos académicos de la región durante 1996, presenta la siguiente distribución según los enfoques disciplinarios:
Por otra parte, dadas las características de los trabajos, los autores señalan el predominio claro de: a) los estudios aplicados sobre los de naturaleza especulativa o teórica; b) los estudios de caso y sectoriales sobre los comparativos y nacionales o regionales; c) los estudios micro sobre los macro; d) los estudios administrativos y económicos sobre los políticos, sociológicos y éticos.
Creo que vale la pena llamar la atención sobre estos resultados. En primer lugar, el predominio disciplinar parece subrayar la importancia de los criterios de eficiencia administrativa y tecnológica. Por una parte, la baja participación de estudios de tipo sociológico sugiere una escasa penetración de las perspectivas intelectuales que enriquezcan la comprensión de actores y de procesos en sus relaciones sociales. El pobre interés en estudios de políticas macro sugiere quizá la falta de motivación de parte de la intelectualidad del campo por aportar comprensión y rectificación al papel de los poderes públicos y a la viabilidad de sus programas. La poca preocupación por cuestiones éticas sugiere el soslayamiento de un punto de vista crítico sobre las consecuencias o el ejercicio del poder del conocimiento científico y la tecnología.
El predominio de estudios micro reitera el bajo interés por el impacto y la relevancia social de las cuestiones de la ciencia y la tecnología. Como antes dijimos, en apariencia la orientación predominante privilegia la acumulación de experiencias micro y de las individuales como estrategia agregada de cambio social, sin reparar en los procesos de escala global, propia de los actores políticos del sistema: Estado, movimientos sociales, partidos políticos, corporaciones (como las empresariales y científicas). Estos son actores ausentes en la interpretación latinoamericana del escenario CTS. La misma apreciación cabe si tenemos en cuenta el predominio de los estudios de caso por encima de los comparativos o de nivel nacional y regional.
Pero la gran ausente, tanto en este recuento de trabajos de congresos como en los programas de formación CTS, parece ser la misma sociedad. En efecto, la S de las siglas CTS debería referirse más a lo «social» como categoría cognitiva, que a la «sociedad» como ámbito de desarrollo de los fenómenos y como sujeto colectivo. Nada permite suponer que en interés de los cultores del campo se pretenda una democratización de la ciencia y la tecnología, una apropiación de su dinámica y de sus resultados por parte de la sociedad en su conjunto. Llama la atención que, por una parte, no existan trabajos o programas (en medida relevante) que destaquen desde un punto de vista crítico los impactos tecnológicos sobre la vida de la sociedad (calidad, tejido social, integración social, distribución de beneficios, etc.); por otra, que no se registren estudios o programas de formación destinados a plantear la cuestión de la divulgación científica y tecnológica como procesos de apropiación simbólica por parte de los ciudadanos respecto de los contenidos de la ciencia y la tecnología.
Se ha puesto en uso el concepto de «sociedad del conocimiento» como una categoría gnoseólogica de la idea de sociedad postindustrial. En la región se repite la necesidad de avanzar sobre el desarrollo de este tipo de sociedad si no se quiere perder el tren de la historia. Pero una sociedad así no es posible sin la democratización del conocimiento.
Tal es, a mi juicio, la carencia fundamental de la evolución del campo CTS en la región; una carencia que quizás se explique por la escasa atención brindada a los problemas de la ciencia y la tecnología a lo largo del proceso educacional del individuo. Esta es una tarea pendiente que no se restringe a facilitar la comprensión de los contenidos estáticos de la ciencia, sino a entender su dinámica de producción, de forma que pueda romperse la exclusión a partir de lo esotérico y la sociedad se apropie del contenido y evolución del conocimiento.
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