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Revista Iberoamericana de Educación
Número 6
Género y Educación

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Revista Iberoamericana de Educación
Número 6
Género y Educación

Septiembre - Diciembre 1994

Mujeres progresistas: una apuesta por la igualdad desde la educación informal

María Jesús González Vázquez (*)

(*) María Jesús González Vázquez es licenciada en Ciencias de la Educación, profesora de Pedagogía y Psicología y directora del Centro Cultural "Bohemios" de Madrid (España).Con más de veinte años de experiencia en el movimiento ciudadano, en la actualidad es presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Progresistas Por la Igualdad (F.R.A.M.P.P.I), de la que es socia fundadora.

El movimiento asociativo de mujeres progresistas por la igualdad, que emerge en Madrid en 1986, lo hace desde unos grupos de reflexión, que observaban preocupadamente cómo el mensaje feminista no traspasaba una serie de barreras. No llegaba a la gran masa de mujeres, quedándose en círculos reducidos, generalmente de las capas más ilustradas y de las cuales no todas vencían las resistencias mentales de una educación tradicional y, en el mejor de los casos, no pasaban a una acción solidaria.

Era necesario hacer calar la idea de igualdad de una forma generalizada en la población femenina, para, aprovechando la coyuntura de gobiernos progresistas, poder reivindicar y conseguir unas medidas legislativas y unas políticas sociales correctoras de la situación de discriminación en que se encontraban las mujeres. Sobre todo las que pertenecían a los sectores sociales más desfavorecidos.

Era necesario promover la participación de las mujeres en la dinámica social, fomentar su asociacionismo y su integración en el ámbito de lo público.

Probablemente estos planteamientos no eran inéditos en el plano teórico, pero se acompañaban de la constatación de que había que abordar el trabajo feminista con otra metodología, empezando por no anteponer el término al concepto. Había que afrontar el hecho del rechazo que el término «feminista» provocaba en muchas mujeres y la confusa percepción que la sociedad tenía-tiene de su significado.

Había que evitar que las palabras crearan barreras y lograr el objetivo de contactar positivamente con colectivos de mujeres que padecían importantes carencias culturales, necesidades sociales y situaciones de discriminación concretas o generalizadas. Mujeres que, por otra parte, casi nunca identificaban su situación personal como parte de una problemática colectiva. Había que crear una conciencia de grupo, una solidaridad de género, buscando el acercamiento, facilitándolo y ofertando apoyos y soluciones.

Era necesario que las mujeres llegasen a asumir todo el contenido y el significado del trabajo feminista en favor de la igualdad de oportunidades, para la aceptación y la comprensión natural del término «feminismo».

Era imprescindible también el contacto próximo y cotidiano de las mujeres más concienciadas con aquellas otras de su entorno, en el que debían de actuar como agentes dinamizadores, pero en el que era imprescindible que se percibiera su dimensión de normalidad: había que superar la identificación de mujer feminista con extremista, agresiva, rara, casi marginal o lesbiana de necesidad.

Basándonos en estas consideraciones previas, y algunas otras que omitimos, se asumió la denominación de Mujeres Progresistas Por la Igualdad, atendiendo a nuestro posicionamiento en favor de los sectores de mujeres más desfavorecidos de la sociedad y al objetivo fundamental de conseguir la igualdad real de hombres y mujeres.

Para buscar la proximidad y el acercamiento se establecieron delegaciones en los Distritos Municipales de Madrid y en los pueblos de la Comunidad Autónoma, que rápidamente se transformaron en Asociaciones Locales, constituyéndose con ellas la Federación Regional de Asociaciones de Mujeres Progresistas Por la Igualdad (F.R.A.M.P.P.I.).

Con posterioridad este movimiento se iría extendiendo por otras Comunidades Autónomas, constituyéndose una Federación estatal, consolidada, pero todavía en proceso de desarrollo. Ahora mismo, con unos postulados similares y con unos objetivos comunes, pero con proyectos específicos para cada medio, podemos decir que aquel esfuerzo inicial del grupo de Madrid está dando frutos por toda España. Se ha contribuido decisivamente a que el concepto de igualdad haya calado en la sociedad actual. Pero antes de enumerar otros logros, hay que concretar las actuaciones y analizar las dificultades de implantación y de funcionamiento de todo este período, porque de éstas se derivó la apuesta decidida por priorizar actividades de tipo educativo y cultural en nuestros programas de actuación.

Al acercarnos a los barrios y pueblos, tratamos de conocer cuál es la situación económica y cultural y cuáles son las demandas de las mujeres. A pesar de la diversidad en los aspectos mencionados entre unos distritos y otros, y sobre todo en relación con los pueblos, hay una serie de elementos comunes a todos los colectivos femeninos. Por lo general, las mujeres, por una parte, demandan actuaciones educativas y culturales. Por otra, rechazan el establecimiento de cualquier compromiso y la asunción de cualquier responsabilidad. Esperan recibir el esfuerzo de la Asociación de modo placentero y de forma pasiva. Sus motivaciones no son siempre culturales en sentido estricto. Buscan salir del aislamiento cotidiano, comunicarse. Pocas veces se plantean algún esfuerzo personal, ni adoptan una actitud reivindicativa. La mayoría presenta muchas carencias formativas, bien porque en su día no tuvieron oportunidades de aprender, bien porque la tradición les marcó otros caminos, pero casi siempre porque el trabajo doméstico y la atención familiar han absorbido toda su capacidad y todo su tiempo, impidiéndoles ocuparse de sí mismas y de su formación. Son, en su mayoría, lo que se viene denominando amas de casa.

Su horario está condicionado por el trabajo o la actividad de los demás miembros de la familia. No están concienciadas respecto a los planteamientos feministas. En algunos casos los rechazan y carecen de hábitos de participación. Se resisten a asociarse y a pagar unas cuotas, por módicas que sean, y no siempre por razones de insolvencia económica. Hay también mujeres incorporadas al mundo laboral: no todas por voluntad propia ni por un sentido de la realización o independencia personal. Algunas tienen mayor conciencia reivindicativa, pero con poco sentido de solidaridad de género y escasa disponibilidad. Soportan la carga de la doble jornada al no tener compartidas ni las cargas familiares, ni el trabajo del hogar.

Hay que trabajar con mujeres que presentan una gran atonía participativa pero con una demanda de apoyos diversos. Mujeres en situaciones de dependencia no sólo económica, sino de criterio respecto al compañero, tanto en lo que se refiere a su propia dinámica vital, de formación o de participación social, como en sus opciones políticas.

Ante esta situación, hay que posponer o disfrazar fines reivindicativos y optar por mejorar los puntos de partida de las mujeres. Se aborda decisivamente el hecho de que el nivel educativo y cultural refleja la discriminación sufrida en este terreno por las mujeres de varias generaciones, y que el camino hacia la igualdad empieza por una contribución a suplir esas carencias.

Se elaboran programas de actividades con unos contenidos culturales atrayentes, próximos a los intereses tradicionales de las mujeres pero con claros elementos concienciadores, y se establece un plan de trabajo en dos niveles. De federación, en primer lugar, creando unos servicios de asesoramiento y apoyo, a la par que de coordinación y canalización de actuaciones reivindicativas ante las instituciones, sobre todo o inicialmente, en los terrenos legislativo, educativo y sanitario.

Y en segundo lugar, en las asociaciones locales se desarrollan programas concretos de actividades que comprenden charlas-coloquio, visitas culturales, cursos de habilidades sociales o de formación de animadoras socioculturales. Se trata, en principio, de implicar a las mujeres en la participación, ocupando positivamente su tiempo de ocio. Posteriormente se llevarán a cabo programas más comprometidos. Pero siempre nos movemos en el campo de la educación informal. Atendemos a mujeres a las que les resulta muy difícil integrarse en programas de enseñanza reglada, aunque las animamos también a participar en ellos y los reivindicamos ante las instituciones competentes.

Nuestros programas educativos no implican una renuncia a modificar la situación real de desigualdad de las mujeres ni a la reivindicación de sus derechos. Son un medio de transformación de dicha situación, en cuanto que los contenidos y la metodología no sólo mejoran sus conocimientos sino que modifican actitudes. Los programas de sexualidad o de psicología femenina que vamos incorporando permiten a las mujeres un mejor conocimiento y aprecio de su cuerpo, superando las definiciones sociales sobre lo bello, lo joven y lo atractivo. Les permiten mejorar su autoestima y una valoración positiva de su propia vida. La identificación de su problemática con la del grupo y el desarrollo de sentimientos y actitudes de solidaridad.

Se incorporan también programas sobre Historia de las mujeres o Literatura femenina. Se trata en todo momento de transmitir no sólo el hecho cultural, sino el papel de la mujer en ese hecho. Transmitir las posibilidades y realidades femeninas fuera del ámbito tradicional o doméstico, lo que permite ir avanzando en el cuestionamiento de los roles.

En el aspecto metodológico, siempre en cualquier programa, se utilizan recursos que favorecen el trabajo en grupo, la discusión y el contraste de opiniones, es decir, técnicas de dinámica de grupos.

En los momentos actuales, cuando podemos analizar nuestra trayectoria con una perspectiva de años, estamos comprobando que los programas de Educación y Cultura siguen siendo, básicamente, imprescindibles en el trabajo con las mujeres. Ciertamente estamos viendo el fruto del acceso de las mujeres-niñas a la educación obligatoria y a otros niveles. Las generaciones jóvenes no están en la misma situación cultural de hace diez años, cuando empezamos este trabajo. Para ellas la igualdad educativa es una venturosa realidad, pero tenemos a otras mujeres -sus madres- que siguen necesitando actuaciones educativas y son la razón fundamental de nuestro trabajo.

La opción, como punto de partida de la educación informal como contenido y método de trabajo, así como los condicionantes que nos llevaron a ella, no deben excluir, sin embargo, la atención de las demandas, cada vez más emergentes, de otros sectores de mujeres que quieren insertarse o reincorporarse al mundo laboral. No debe excluir tampoco el apoyo a las que desde este campo o desde la acción política demandan la no discriminación en el acceso a los puestos de responsabilidad y de poder de decisión.

No se puede, desde las organizaciones de mujeres, permitir que se pierdan potencialidades, pero para ello también es necesario un esfuerzo de formación.

En nuestras sociedades desarrolladas muchas mujeres abandonaron su profesión en el momento de la crianza de sus hijos. La superación de esta etapa o bien una crisis o pérdida de pareja las determina a volver al mercado de trabajo. Los cambios producidos en éste, que suponen la desaparición de una serie de funciones y la aparición de nuevas profesiones y métodos de trabajo, exigen a las antiguas profesionales una nueva formación o un completo reciclaje. Las que nunca tuvieron una preparación de tipo profesional, con mayor motivo, tienen una necesidad absoluta de adquirirla. Pero no se trata sólo de nuevos conocimientos y de nuevas técnicas.

Las mujeres tienen que aprender a instruirse, a inspirar confianza en la gente y a ganársela. No podemos obviar el hecho, constatado socialmente, de que mientras a los hombres se les supone capacidad y aptitudes, nosotras, las mujeres, tenemos siempre que demostrarla.

Cuando hablamos de integración o reincorporación de las mujeres al mundo laboral, no estamos tratando de aspiraciones quiméricas de justicia de género, ni de viejas y justas reivindicaciones feministas. Estamos en sintonía con informes de grupos de analistas y sociólogos que sugieren la necesidad de un ajuste estructural que permita un desarrollo social y económico positivos.

Informes como el elaborado por un grupo de expertos de alto nivel de la O.C.D.E., partiendo de la situación de hecho de la persistente desigualdad de oportunidades de las mujeres, que no permite rentabilizar plenamente su contribución al crecimiento económico y al progreso social, han estudiado las interrelaciones entre el proceso de ajuste estructural y la integración de las mujeres en el proceso económico. Las líneas de acción que se indican en dicho informe no sólo mejorarían la situación de las mujeres sino el funcionamiento de todo el sistema económico.

Por otra parte, partiendo del hecho de que las mujeres, que representan más del 50% de la población, están infrautilizadas desde el punto de vista productivo, la Comunidad Europea pone en marcha la iniciativa N.O.W: el programa Nuevas Oportunidades para las Mujeres, que trata de promover la igualdad de oportunidades de este colectivo en el empleo y en la formación profesional. El fundamento de esta iniciativa, que se desarrolla en doce países comunitarios incluida España, está en la necesidad de la incorporación de la creatividad y de la energía de las mujeres al mundo profesional. Desde el punto de vista del movimiento asociativo, la incorporación de la mujer al mundo laboral y a los puestos de decisión económica o política es una aspiración de justicia social y de desarrollo y consolidación de los sistemas democráticos. Pero es una aspiración realista y bien fundamentada.

La cuestión es el papel que el movimiento asociativo quiere o puede jugar en este proceso de formación de las mujeres para su integración en el mundo laboral. La opción puede estar en mantenerse en una línea reivindicativa o en asumir y llevar a cabo proyectos de formación. Esta parece, en principio, más propia de las instituciones, a menos que éstas faciliten los recursos económicos a las asociaciones, como ocurre en algunos casos. Entonces habría que considerar la capacidad de gestión y los recursos humanos de cada entidad para asumir proyectos y la demanda de las mujeres en su ámbito de actuación. En este sentido, algunas de las Asociaciones de Mujeres Progresistas también desarrollan programas de formación profesional. Pero todas trabajan en la modificación de actitudes o de desarrollo de las habilidades sociales básicas y previas.

A través de la actividad educativa se han ido incorporando a los contenidos programáticos todos los grandes temas que abarcan la problemática de la mujer.

Después de todos estos años de labor asociativa podemos decir que la actitud de las mujeres, que se han integrado en nuestras asociaciones y han participado con una cierta asiduidad, es mucho más positiva respecto a las reivindicaciones feministas tradicionales. Están más concienciadas y han asumido con naturalidad los conceptos feminismo e igualdad, si bien ésta última se plantea más como una aspiración para sus hijas o las generaciones de éstas. Se conforman con parcelas propias de independencia, pero ya no renuncian fácilmente a ellas. Sin embargo, el paso al compromiso activo con las asociaciones no se produce con facilidad. Aunque sí han aprendido que pertenecer a ellas supone tener una parcela de vida propia y sobre todo el estímulo para reforzarla y ampliarla. Esto en sí es ya un logro importante, porque para muchas mujeres el hecho de inscribirse en una asociación, sobre todo si tiene un fundamento reivindicativo en el terreno de la igualdad, es una decisión difícil, significa en muchos casos empezar a cuestionarse su trayectoria personal y la permanencia en espacios que domina. Adentrarse en otros nuevos produce inseguridad, porque supone ir saltando o sorteando una serie de barreras sociales o psicológicas.

El entorno social prima el sentido de lo individual, el interés personal o familiar, mientras que la participación conduce a la valoración de problemas o intereses colectivos e implica el olvidado valor de la solidaridad.

Finalmente, después de todo el esfuerzo desarrollado por el Movimiento de Mujeres en general, y de nuestra experiencia y aportaciones en particular, consideramos que sigue siendo necesario incentivar cada paso, cada aproximación de las mujeres a la participación. Y que es imprescindible un esfuerzo de imaginación y trabajo educativos, que, combinando las motivaciones próximas de las mujeres con unos contenidos liberadores y progresistas, las puedan llevar a la superación del desinterés participativo y de la alienación personal.

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