La Revista Iberoamericana de Educación es una publicación editada por la OEI 

 ISSN: 1681-5653

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  Opinión

Los cambios culturales en la educación. Hacia la ética y equidad en la cultura

Nelson Astegher
Director del Instituto ICEP de Enseñanza y de Investigaciones, Rosario, Argentina


Hace tiempo y a lo lejos la escuela tradicional atesoraba en los libros sus verdades esenciales y el alumno obtenía de memoria conocimientos rigurosos o verdades categóricas. Se transmitía una erudición estática. Lo que se enseñaba permanecía vigente a través de los años.

No se producían los asombrosos cambios que agitan nuestro tiempo: las ciencias rasgan sus vestiduras habituales y entretejen sus campos. La geometría clásica ha sido escoltada por otros razonamientos metafísicos y relativistas, algo semejante ha ocurrido con la lógica, las verdades científicas son superadas por otras nuevas. Desde Heisenberg1, se ha visto tambalear la estructura de la ciencia estatal, y la geometría tetradimensional ha abierto el pensamiento a dimensiones inimaginables. Lo que hoy tenemos que transmitir se muestra en continuo cambio y debe ser transmitido en movimiento. Vivimos una cultura dinámica cuya característica es el gran movimiento de sus verdades. La estática tenía verdades definidas y definitivas. La condición evolutiva en una cultura dinámica, es la de seguir revelando siempre, aún a costa de desautorizar el saber descubierto recientemente.

Estas manifestaciones de la erudición y el saber solían ser consideradas como invariables e irreversibles. Tanto así era que aun los contenidos relativamente cambiantes eran enseñados de manera rigurosa. Esta Cultura podríamos decir que tenía sentido hasta algunos años cercanos al final del milenio pasado. En nuestros días, diez años equivalen a un siglo de otros tiempos. De poco podría servir el memorizar una gran cantidad de datos que cambian a diario y que pueden obtenerse presionando un botón.

Si el hombre es pensado como poseedor de un patrón de conducta, como ente inteligente, y no como enciclopedia, es mucho más importante que posea la capacidad o habilidad para descubrir lo que ignora. Que pueda analizar coherentemente la realidad, su propio entorno, que manipule los principios y no los datos versátiles, que sea apto para crearse un cuadro o esquema capaz de analizar cualquier realidad que examine, y no sólo transmitir lo que otros exponen. Debe enfrentar ineludiblemente su constante actualización. (Dewey2 distinguió entre educación como reproducción y como nutrición). Sobre nutrición debemos colocar el acento.

En épocas de cultura más estática y con insuficiencia de libros estos tenían un valor casi sacro. El catedrático era generalmente profesor-lector de un libro.

¿Cómo podría hoy aprenderse de memoria información que evoluciona en menos tiempo de lo que dura un ciclo de estudios?

Hoy importa más la capacidad para seguir aprendiendo y para actualizar lo aprendido (y hasta para olvidar lo innecesariamente endurecido en la memoria, para "desaprender" lo aprehendido). Debemos tener muy en cuenta la metafísica del conocimiento: la educación verdaderamente ventajosa proporciona comprensión de unos pocos principios generales que se apoyan, de manera firme, en su aplicación a una gran variedad de datos precisos. En la práctica se olvidarán los detalles particulares pero se recordarán, por un sentido común inconsciente, cómo aplicar los principios a las circunstancias inmediatas.

La función de la Universidad es capacitar al alumno para liberarse de los detalles en beneficio de los principios, las causas primeras. Cuando hablo de principios, no me refiero siquiera a enunciaciones verbales. Un principio que hemos asimilado es más un hábito mental que una enunciación formal. Se convierte en la manera en que reacciona la mente al estímulo apropiado en forma de circunstancias ilustrativas. Nadie da rodeos si tiene presentes sus conocimientos de forma clara y consciente. A menudo se habla del aprendizaje como si estuviéramos vigilando las páginas abiertas de todos los libros que hemos leído, y entonces, cuando se presenta la ocasión, elegimos la página conveniente para leer en voz alta al firmamento.

Padecemos todavía una parálisis del pensamiento inducida en los alumnos por la acumulación, sin objeto, de conocimientos precisos, indiferentes e inservibles.

El primordial propósito de un profesor universitario debe ser mostrarse en su auténtico carácter, esto es, como un hombre ignorante que piensa, que utiliza activamente esa pequeña porción de conocimientos. En cierto sentido, el conocimiento disminuye a medida que aumenta la sabiduría, puesto que los detalles son absorbidos por los principios. Los detalles del conocimiento que sean importantes, se aprenderán de forma definitiva en cada circunstancia de la vida, pero el hábito de la utilización activa de principios bien comprendidos es la posesión final de la sabiduría.

Deben quedar muy claras las diferencias entre una educación para la memoria y los datos, y una educación que es actividad inteligente y búsqueda de destrezas para seguir aprendiendo y para disponer eficazmente de la información, o concebir la nueva verdad si es necesario.

Usualmente relacionamos estudios y aprendizaje, con la niñez. (Esto ya lo ha observado Mannheim3). Porque el mayor era precisamente el que no tenía que ir a la escuela, el que había recibido ese cupo básico de conocimientos, esa dosis primordial y definitiva de verdades con las que ya podía quedarse tranquilo. Ser adulto era no tener que estudiar más. No se veía razón para seguir aprendiendo. Pero eso que era válido para una cultura estancada no lo es más en nuestro tiempo. De allí la creciente importancia de la educación continua.

En el pensamiento tradicional, el fin era sólo conocido por el catedrático. El alumno no tenía idea de hacia dónde se dirigía, ni de lo que le irían a enseñar mañana ni para qué le enseñaban lo que le estaban ilustrando hoy.

El hombre, no importa cual sea su ocupación o tarea, es naturalmente un filósofo y no puede dejar de serlo aunque se lo proponga. Lo que pasa es que su filosofía, la de la generalidad de los hombres, es la que otros pensaron por él y está constituida por el repertorio más o menos amplio de ideas y valoraciones con las que cuenta y desde las cuales vive sin reparar en ellas, sin preocuparse por saber de donde le vienen ni que significan.

La nueva visión de esta educación del naciente siglo es el lograr pensadores, hombres y mujeres capaces de analizar la realidad, el entorno de lo cotidiano.

En el período escolar inicial, el estudiante ha estado mentalmente inclinado sobre su pupitre, en la universidad deberá ponerse de pié y reconocer su alrededor. Deberá abandonar los detalles y comenzar a reconocer los principios. Quizá de esta manera, podamos superar las insuficiencias de una sociedad que haciendo uso eficaz de la ciencia, se muestra impotente para comprenderla.

Necesitamos complementar la ciencia de la naturaleza física con los dogmas de la razón humana.

Los períodos más elevados de la evolución, coinciden con un ser que puede indagarse a sí mismo y vislumbrar la infinitud del espíritu, su propio yo interior.

De esta manera, la comprensión lograda por cada persona que estudie, que avance por el saber, se transmutará en principios, guiando a su poseedor hacia el preludio de la sabiduría, hacia el conocimiento de sí mismo.

Debe ser ésta desde hoy nuestra tarea.

Notas

1Werner Karl Heisenberg (1901-1976), físico y Premio Nobel alemán, que desarrolló un sistema de mecánica cuánti-ca y cuya indeterminación o principio de incertidumbre ha ejercido una profunda influencia en la física y en la filosofía del siglo XX.
2John Dewey (1859-1952), filósofo, psicólogo y educador estadounidense.
3Karl Mannheim (1893-1947), sociólogo alemán, fundador de la sociología del conocimiento.

Correo electrónico: fastegher@hotmail.com Número 40/2
10-10- 06

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