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De Aprender a Desaprender o Cuando la Filosofía se hace Poiesis

Ubaldina Diaz Romero

Ha de callar el verbo para escuchar a la sangre, los murmullos del cuerpo, el rosario de angustias letales que agobian cuando el silencio se esparce entre dos. Volver a Pascal para comprender porqué le tememos al silencio. Apagar el televisor encendido en el espíritu desde tiempos inmemoriales, apurar la copa de la incertidumbre, amar lo ignoto y descoser el manto una y otra vez para que el tiempo se encargue de lo otro, de eso otro que no pensamos pero que sí intuimos.

Volver a la matriz cósmica, humildes ante el oscuro silencio, expectantes ante la pregunta pánica. Quienes hacemos de la cátedra de Filosofía el lugar de nuestros proyectos no estamos llamados a allanar el ámbito de las relaciones, sino a trastornarlo; no a facilitar los caminos del saber, sino, en un principio, a hacerlos no sólo más difíciles, sino propiamente infranqueables- Hemos de seguir una senda desnuda y recorrida. Seguir la senda sin pretensión de escuela, es la idea de identificar escuelas, tendencias o sistemas.

Aprender a desaprender es tarea nuestra, en nuestros recónditos silencios. Enseñar a desaprender es la misión de quien oficia en el rito ancestral de copular con los muertos…Las voces antiguas hablan un lenguaje remotamente familiar. Los giros, las costumbres, desafían los esfuerzos reiterados por horadar la sima de las significaciones. Desde el susurro inmemorial aprendemos a calcar los sentimientos, las acciones. Kant celebra la disciplina, el sistemático cultivo de la voluntad a través de la disciplina. Desoye las voces del instinto, de la conciencia curiosa por temor a la debilidad de carácter a la que conduce una vida anclada en los caprichos. La pregunta es: ¿Cómo avanzar en el proyecto de la humanidad si se socava de aquella manera, los espacios para el despliegue de sus facultades? ¿Es que la conciencia moral, ha de ser el límite de la reflexión? ¿Es que el cómo ha de frenar la posibilidad de avanzar en el conocimiento? ¿Es que los modos de ser se pueden calcar todo el tiempo?

Cuando enseñar es un arte, filosofar se hace poiesis. Cuando escuchamos el rumor de los fríos vientos ineluctables del progreso, la inquietud ha de llevar al hermeneuta hacia los confines de la pregunta. Estremecer las fibras íntimas del espíritu navegante, promover el riesgo y la especulación, fuera del ámbito emponzoñado de las certidumbres palaciegas. Cuando el saber se interroga a sí mismo, dista mucho de caer en las estériles garras del amo cuya visión panóptica intimida anulando la acción de la palabra.

Cuando la pregunta salta como león herido, liberado de las feroces embestidas de un potro de acero, de las letales caricias de una tormenta de acero, ábrese una trémula puerta por la cual se cuelan los rumores de los modos de ser no conocidos, de las ridículas e inverosímiles miradas, ante las cuales hoy vivimos vergüenza ajena cuando alguien los percibe.

El caso es interesante: a la luz de los absurdos florece un nuevo ser, un espíritu desterrado retorna por lo suyo al campo que le era vedado. Una vez la inquietud de la especie toca fondo, sólo queda salir a flote. A través de la pregunta.

Aprender es siempre incorporar, asimilar, capturar, apoderarse. Denota el aprendizaje una fuga desde la posición inicial, un desplazamiento de fronteras.
Un desplazamiento de fronteras implica correr los límites de un saber, un dispositivo, una acción. Cuando este desplazamiento desvela un procedimiento estamos en la vuelta sobre el sí mismo El sí mismo tejido de esfuerzos, esquemas, articulaciones entre lo aprendido y el procedimiento de su aprendizaje cuyos puntos son colocados en cuestión.
Las metáforas biológicas serán un soporte necesario para la aproximación al asunto. El crecimiento en especies vegetales puede darse desde un centro duro tomado como núcleo o desde la simple superposición de capas ligeramente idénticas, es decir, de estructura similar, pero cuyo tamaño va variando progresivamente siendo las más exteriores las más amplias y de diseño espacioso. En la médula del pensamiento, podríamos decir, no se encuentra un núcleo cerrado sino aquella sucesiva formación de capas cuyo grosor varía, determinadas por un impulso de crecimiento que penetra todas las nervaduras de la planta llegando a los pistilos de la flor.

Desentrañar las circunvoluciones de lo aprendido no equivale a desentrañar las circunvoluciones del cerebro: evidentemente no. Pero, un esfuerzo de aprender a olvidar un modo de aprender, llevará consigo la necesidad de esculcar con un fino bisturí los tejidos del asunto.

Ante los avances de la sociedad de la información, esa forma de ilustración que fue la ciencia, ha sido sobrepasada por la contingencia de la información. Descubrir el saber en las toneladas de información, entraña la previa competencia para identificar los lugares y contextos de la producción del conocimiento. Nunca antes se hizo tan necesario aportar herramientas especializadas para el trabajo crítico.

Nunca antes acercarse al conocimiento demandó la prolijidad que demanda el estado de cosas de la sociedad de la información. Cuando el aprender aparece mediado por una serie de mecanismos enclaustradores de la pregunta pánica, cuando el sistema prevalece hasta negar la transformación, cuando el sentido común desborda el impulso primero de la pregunta fundamental, estamos ante la nada, ante una gran placenta informática que ofrece a todos iguales herramientas, discursos y hermenéuticas.

Introducirse en la compleja maquinaria del pensamiento humano supone olvidar la luz rutilante y centrarnos en esa mancha amarilla que nunca podemos ver. Apreciar los contactos con los niños, que tienen mejores intuiciones que las del adulto. Acercarnos a los sabios que deambulan por espacios marginados, discurrir en fin en cierto orden centrípeto que impulse la razón hacia la contrastación.

Múltiples lugares comunes, metáforas desgastadas, escudos cubiertos por la pátina del tiempo aparecen siempre como obstáculos a la visión de la pregunta. Ante las certidumbres y reposos, Aquiles dijo: No. Ante las ráfagas del silencioso oprobioso de las tardes tras las rejas, Mandela dijo: No. Ante los jueces que esgrimían los argumentos amañados de sus acusaciones, Nariño dijo: No. Ante las formas insinuantes de la seductora Salomé, el patriarca dijo: No. La fuerza que hace posible esta fuerza no se ancla en la reproducción de los esquemas, en la deliberada restricción del pensamiento, en la frase acuñada hace más de veinte siglos. Dicha fuerza se perfila y consolida en la búsqueda de las huellas que entre todos hemos colocado bajo el manto de un cielo estrellado. Los eternos problemas son eternos.

La transmutación de la sustancia en formas también es eterna. Volver a desandar el camino puede ser, sin duda, arriesgado pero lleva a la esperanza, le apuesta a la vida y no a la muerte. La pedagogía que nace como techné asciende en la historia a lugares empinados, en el pensamiento de grandes pensadores como Decroly, Montessori, Pestalozzi, Amós Comenio, entre los más conocidos. Le apuesta a la libertad pero con el correr de los días vuelve al campo del conducir, adiestrar y amaestrar. Aún es vigente la crítica de Paulo Freire: la pedagogía ha dejado de ser liberadora. Da por sentado que el ser humano es potencialmente apto para las camisas de fuerza. El campo restrictivo de los conocimientos articulados en los planes curriculares no deja espacios para la contemplación del sí mismo. Desde los antiguos se percibe una estela que atraviesa el discurrir del pensamiento, una especie de voluta que precede a la reflexión sobre el ser humano : este denominador común que caracteriza el hacer de occidente es denominado por algunos, libertad y constituído en el motor de la historia. Su expresión dista de ser unívoca: se aprecia tanto en la búsqueda de los modos de convivencia, como en la búsqueda del dominio de la naturaleza, o en el acucioso desentrañar artilugios y esguinces de la racionalidad.

La invitación a pensar el sí mismo no es el campo que privilegia la pedagogía occidental. No pensar el sí mismo invita a no pensarse como miembro de un contexto. Rechazar al Otro, por no ver en él el sí mismo. Pedagogía y Filosofía marcharon de la mano en el lejano marco de la Paideia Griega. En las mezquinas aulas de hoy, cuando el tiempo se enseñorea tiránicamente, acompañado de los esbirros matizados como noticias, novedades, impactos, moda, actualización, gangas, promociones, realizaciones, oportunidades, convocatorias a concursos, demandas, formatos y demás, aquella pareja se divorció en aras de una mayor autonomía en sus quehaceres.

Una pedagogía que dé por sentado lo que necesita el ser humano, sin interrogar el sí mismo de ese ser humano, el sí mismo envuelto en el viento implacable de los nuevos tiempos, es oscura, paralizante, depredadora, deshumanizante, castradora. Si no consulta ese nuevo modo de sensibilidad que prevalece en el disperso mundo de las nuevas generaciones, será siempre enjuta, seca, petrificada, anquilosada sumida en el plenum de los años de su gloria rampante, desde el ocaso del ejercicio de la autonomía de los estudiantes. Una pedagogía que gravite como ley eterna sobre los espíritus jóvenes, que apenas despiertan a la pregunta pánica, que mantenga la hoz en posición amenazante sobre la cabeza de aquellos que se asoman a la búsqueda de alternativas, degrada el sentido de la formación armónica pero al mismo tiempo intensa y arriesgada que ha de ser aquella cuya pretensión es perpetuarse en la memoria de sus estudiantes.

UN BRINDIS POR EUTHERPE.

El campo abierto de la pregunta pánica exige la borradura de limites; la asunción de los riesgos; la interceptación de los mensajes provenientes de otros campos; la exultación de las formas del pensamiento; la profanación de los libros; la malversación de los pensamientos: todo esto indica que el futuro está aquí: cierta relativización del tiempo y del espacio en el trabajo de reflexión forzosamente nos coloca en la posición de hablar con los muertos sacudiéndoles la pátina del tiempo, desbrozando las capas sucesivas de discursos superpuestos cuya red separa el destello del pensamiento de la mirada expectante que le interpela.

Aprender a desaprender supone deponer las armas del entendimiento seguro. Hacer de la precisión un estorbo y del extravío una manera de vivir. Si en el más intimo ser de lo filosófico lo que sobrevive es el amor a la búsqueda del conocimiento, ella se encuentra inserta en todas las ramas del saber perseguido por la especie humana. No es una reinsertada. Ha estado allí siempre y por ello es parte de aquellos proyectos, de aquel horizonte limitado o amplio que construimos desde la primera infancia. Por ello también es parte de la labor del enseñante de Filosofía vivir en constante riesgo de ser tildado de ambiguo, de poco conocedor de los campos del conocimiento, de elástico como un caucho, de promotor de incertidumbres. Vivir en el constante riesgo significa además asumir las responsabilidades del tiempo de Hoy. Nadar contra la corriente de las disciplinas del conocimiento, de sus milenarios límites, de sus inalterables posiciones frente a los objetos. Vivir en la incertidumbre tiene la ventaja de que siempre tendremos la razón a última hora.

Dejemos las apologías para los discípulos. Está bien que ellos hagan apologías. Propongamos la mirada intempestiva sobre ese hacer humano que es inhumano, sobre ese logro de la ciencia que no aprovecha ciertamente a aquel ser que la produce y mucho menos a los millones a quienes se aplica. Dejemos la etología de lado para avanzar hacia una comprensión desligada de los campos de exterminio sembrados por las armas mortíferas de una comunidad científica desnaturalizada, anclada en los intereses económicos de las grandes multinacionales. Vivamos una pedagogía desnaturalizada en su esencia, que destierra el conducir de su campo epistemológico para quedarse en la sugerencia, el lenguaje inquietante, el brillo metálico de las alocuciones, el que sólo destella en el espacio mudo de las incertidumbres. Una pedagogía que aplicada al quehacer filosófico, sustraiga al espíritu de la metáfora luz-oscuridad del movimiento ilustrado.

ILUSTRACIÓN POR INFORMACIÓN.

Frente a las luces de una minusválida Ilustración desangrada por las TICS, de una Ilustración vuelta Información, propongamos una vuelta al sí mismo. ¿Porqué el temor a hablar consigo mismo, que intuyera ha siglos Blas Pascal? ¿Porqué nos asalta tanto tiempo el miedo cuando se va la luz? ¿Porqué la noche sigue atormentándonos? ¿Porqué persiste la escisión luz-oscuridad? ¿Qué es este miedo de mirar hacia dentro de esa casa construida con los materiales del deber ser?

Al lado de estos reclamos lastimeros que colocan a la suscrita a la altura de una gallina angustiada por los polluelos ante la sombra del gavilán, la urgencia de las formas nos impele a aceptar los requerimientos de las administraciones que indagan por el cómo de una clase, cómo de una investigación, cómo de una explicación. Este rosario de cómos tiene la pretensión fiscalizadora de cualquier falso demiurgo que habiendo creado un ser, observa cómo éste comienza a tomar vida propia y a tomar decisiones contrarias a sus dictados.

Ser docente de Filosofía, entraña la necesidad de ser abrupto en la definición, reacio a la explicación, amoroso en la descripción. Complacerse en la búsqueda de las opciones y alternativas a las teorías consolidadas; deleitarse en la construcción de puentes novedosos entre los saberes y los haceres. Auto inventarse los estruendos: buscar las grietas, las fallas geológicas en el terreno administrado de las regularidades y hacer de aquéllas el punto de partida para el trabajo de reflexión.

El apabullamiento de las ágiles mentes dispuestas a navegar, apabullamiento revestido de cátedra magistral, es pedagogía negra para la Filosofía. La admiración construye actitudes, pero también se degrada en la fascinación que paraliza, cual ojos de serpiente.

Hoy ya no hablamos de razón. Hablamos de racionalidad que como tal, involucra el reto de construir comprensión en la complejidad del mundo que nos ha correspondido vivir: hoy, el mundo se cierra herméticamente sobre nosotros y nos conmina a la conciencia ecológica, al despertar a las preguntas obvias, irrisorias, antes que a la pregunta metafísica. Se nos impone por naturaleza, apropiarnos de las preguntas del hoy para avizorar los cambios del mañana. Los filósofos han de ser faros: faros que se yerguen en la tormenta. Faros inoficiosos que por momentos bailan como el barco ebrio, ligeros como corchos entre las olas de un mar embravecido. Exultantes de emoción algunas veces, como el autor de este célebre poema, presos de la mala conciencia en otras rondas nocturnas sin luceros. Entonces, los filósofos, persistentes buscadores del saber serán esos faros móviles para quienes la misión no ha de ser tanto indicar a los navegantes el rumbo, sino adiestrarles para que por sus propios medios, hallen siempre el rumbo, no buscando el faro sino hurgando en sus propias preguntas, sino fungiendo como mediadores ante su propio Yo en conflicto.

Por tanto, se sigue persiguiendo aquello que, desde Aristóteles, la filosofía llama "thaumazein": admirarse, maravillarse, entusiasmarse, saber qué se sabe y qué no se sabe. Es la miseria-grandeza del filosofar. Citemos de nuevo a Pascal: "los hombres, no pudiendo curar la muerte, la miseria y la ignorancia, han decidido no pensar". La elección supone un ingenuo intento por desplazar la mirada del límite de la conciencia desgraciada en la conciencia de su finitud. Reconocerlo y regodearse en su reconocimiento, extingue la premura y da paso a la serenidad de la autarquía, el espacio para la autocontemplación y el goce de sí.

La fe invita al filósofo no a predicar sino a pensar. Filosofar no es otra cosa que pensar a partir de "los maestros de la sospecha". Es así "senderos del bosque" en el sentido heideggeriano: caminos que no conducen a ninguna parte, sólo al bosque mismo y al trabajo de los leñadores, caminos del bosque que son largos desvíos e incluso sendas perdidas. Es búsqueda, navegación, viaje, como aparece ya desde el poema de Parménides, con múltiples caminos y encrucijadas.

La filosofía nunca ha estado acabada ni lo estará. Ya hemos dicho que es búsqueda preñada de entusiasmo y eros: una erótica que pregunta siempre. Cuando Perícles delinea su polis lo hace desde una perspectiva filosófica: "Amamos lo bello y vivimos con simplicidad, y nos gustan la ciencia y la sabia disciplina" . La pólis no puede renunciar al conocimiento y mucho menos al conocimiento filosófico: la indagación por la belleza, la vida buena y el saber vivir bien, el sentido de la ciencia y de la ley, son connaturales al ejercicio político de la filosofía y al ejercicio filosófico de la política. Aristóteles abre su metafísica con la célebre expresión: "todo hombre por naturaleza desea saber" indicando ya que la filosofía como conocimiento siempre está acosada por el deseo; deseo que crea grados en el saber.

Quienes hacen de su cátedra de Filosofía un viaje sueltan amarras, despliegan velas y el barco ebrio emprende su danza paroxística de la cresta a la sima de las olas. En el horizonte mientras, ve dibujarse las figuras familiares de los remotos titanes del pensamiento y se adentra en la atmósfera canicular para seguir el consejo de la Pitia a Zenón: "copula con los muertos".

Este mismo consejo lo escuchamos muchos siglos después en palabras de nuestro compatriota Rafael Gutiérrez Girardot cuando saluda alegre y nostálgicamente a los que le invitan a participar en una reunión con motivo de la celebración de un Foro de Filosofía: Hay que pensar en los muertos. Pero entre la Pitia y Girardot, se yergue un obelisco impresionante, pues la cópula deviene unión de elementos, conexión. El Pensar aparece como un Dios que sitúa por encima de los elementos materiales, su opción.

BIBLIOGRAFÍA

Deleuze- Guattari. Qué es la Filosofía. Colección Argumentos. Editorial Anagrama. Barcelona. 1993.
Mosterín, Jesús. Historia de la Filosofía. Tomo 4. Aristóteles. Alianza Editorial. Madrid. 1994
Blanchot, Maurice. El diálogo inconcluso. Monteavila Editores. Caracas. 1970.
Pascal, Blas. Obras Escogidas.Editorial Gredos. 1.968.
Kant. Enmanuel. Ensayos sobre Pedagogía. Editorial Akal. Barcelona. 2001.

 

  Número 38/4
10 - 04- 06

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