Ha de callar el verbo para escuchar a la sangre, los murmullos
del cuerpo, el rosario de angustias letales que agobian cuando el
silencio se esparce entre dos. Volver a Pascal para comprender porqué
le tememos al silencio. Apagar el televisor encendido en el espíritu
desde tiempos inmemoriales, apurar la copa de la incertidumbre,
amar lo ignoto y descoser el manto una y otra vez para que el tiempo
se encargue de lo otro, de eso otro que no pensamos pero que sí
intuimos.
Volver a la matriz cósmica, humildes ante el oscuro silencio,
expectantes ante la pregunta pánica. Quienes hacemos de la
cátedra de Filosofía el lugar de nuestros proyectos
no estamos llamados a allanar el ámbito de las relaciones,
sino a trastornarlo; no a facilitar los caminos del saber, sino,
en un principio, a hacerlos no sólo más difíciles,
sino propiamente infranqueables- Hemos de seguir una senda desnuda
y recorrida. Seguir la senda sin pretensión de escuela, es
la idea de identificar escuelas, tendencias o sistemas.
Aprender a desaprender es tarea nuestra, en nuestros recónditos
silencios. Enseñar a desaprender es la misión de quien
oficia en el rito ancestral de copular con los muertos
Las
voces antiguas hablan un lenguaje remotamente familiar. Los giros,
las costumbres, desafían los esfuerzos reiterados por horadar
la sima de las significaciones. Desde el susurro inmemorial aprendemos
a calcar los sentimientos, las acciones. Kant celebra la disciplina,
el sistemático cultivo de la voluntad a través de
la disciplina. Desoye las voces del instinto, de la conciencia curiosa
por temor a la debilidad de carácter a la que conduce una
vida anclada en los caprichos. La pregunta es: ¿Cómo
avanzar en el proyecto de la humanidad si se socava de aquella manera,
los espacios para el despliegue de sus facultades? ¿Es que
la conciencia moral, ha de ser el límite de la reflexión?
¿Es que el cómo ha de frenar la posibilidad de avanzar
en el conocimiento? ¿Es que los modos de ser se pueden calcar
todo el tiempo?
Cuando enseñar es un arte, filosofar se hace poiesis. Cuando
escuchamos el rumor de los fríos vientos ineluctables del
progreso, la inquietud ha de llevar al hermeneuta hacia los confines
de la pregunta. Estremecer las fibras íntimas del espíritu
navegante, promover el riesgo y la especulación, fuera del
ámbito emponzoñado de las certidumbres palaciegas.
Cuando el saber se interroga a sí mismo, dista mucho de caer
en las estériles garras del amo cuya visión panóptica
intimida anulando la acción de la palabra.
Cuando la pregunta salta como león herido, liberado de las
feroces embestidas de un potro de acero, de las letales caricias
de una tormenta de acero, ábrese una trémula puerta
por la cual se cuelan los rumores de los modos de ser no conocidos,
de las ridículas e inverosímiles miradas, ante las
cuales hoy vivimos vergüenza ajena cuando alguien los percibe.
El caso es interesante: a la luz de los absurdos florece un nuevo
ser, un espíritu desterrado retorna por lo suyo al campo
que le era vedado. Una vez la inquietud de la especie toca fondo,
sólo queda salir a flote. A través de la pregunta.
Aprender es siempre incorporar, asimilar, capturar, apoderarse.
Denota el aprendizaje una fuga desde la posición inicial,
un desplazamiento de fronteras.
Un desplazamiento de fronteras implica correr los límites
de un saber, un dispositivo, una acción. Cuando este desplazamiento
desvela un procedimiento estamos en la vuelta sobre el sí
mismo El sí mismo tejido de esfuerzos, esquemas, articulaciones
entre lo aprendido y el procedimiento de su aprendizaje cuyos puntos
son colocados en cuestión.
Las metáforas biológicas serán un soporte necesario
para la aproximación al asunto. El crecimiento en especies
vegetales puede darse desde un centro duro tomado como núcleo
o desde la simple superposición de capas ligeramente idénticas,
es decir, de estructura similar, pero cuyo tamaño va variando
progresivamente siendo las más exteriores las más
amplias y de diseño espacioso. En la médula del pensamiento,
podríamos decir, no se encuentra un núcleo cerrado
sino aquella sucesiva formación de capas cuyo grosor varía,
determinadas por un impulso de crecimiento que penetra todas las
nervaduras de la planta llegando a los pistilos de la flor.
Desentrañar las circunvoluciones de lo aprendido no equivale
a desentrañar las circunvoluciones del cerebro: evidentemente
no. Pero, un esfuerzo de aprender a olvidar un modo de aprender,
llevará consigo la necesidad de esculcar con un fino bisturí
los tejidos del asunto.
Ante los avances de la sociedad de la información, esa forma
de ilustración que fue la ciencia, ha sido sobrepasada por
la contingencia de la información. Descubrir el saber en
las toneladas de información, entraña la previa competencia
para identificar los lugares y contextos de la producción
del conocimiento. Nunca antes se hizo tan necesario aportar herramientas
especializadas para el trabajo crítico.
Nunca antes acercarse al conocimiento demandó la prolijidad
que demanda el estado de cosas de la sociedad de la información.
Cuando el aprender aparece mediado por una serie de mecanismos enclaustradores
de la pregunta pánica, cuando el sistema prevalece hasta
negar la transformación, cuando el sentido común desborda
el impulso primero de la pregunta fundamental, estamos ante la nada,
ante una gran placenta informática que ofrece a todos iguales
herramientas, discursos y hermenéuticas.
Introducirse en la compleja maquinaria del pensamiento humano supone
olvidar la luz rutilante y centrarnos en esa mancha amarilla que
nunca podemos ver. Apreciar los contactos con los niños,
que tienen mejores intuiciones que las del adulto. Acercarnos a
los sabios que deambulan por espacios marginados, discurrir en fin
en cierto orden centrípeto que impulse la razón hacia
la contrastación.
Múltiples lugares comunes, metáforas desgastadas,
escudos cubiertos por la pátina del tiempo aparecen siempre
como obstáculos a la visión de la pregunta. Ante las
certidumbres y reposos, Aquiles dijo: No. Ante las ráfagas
del silencioso oprobioso de las tardes tras las rejas, Mandela dijo:
No. Ante los jueces que esgrimían los argumentos amañados
de sus acusaciones, Nariño dijo: No. Ante las formas insinuantes
de la seductora Salomé, el patriarca dijo: No. La fuerza
que hace posible esta fuerza no se ancla en la reproducción
de los esquemas, en la deliberada restricción del pensamiento,
en la frase acuñada hace más de veinte siglos. Dicha
fuerza se perfila y consolida en la búsqueda de las huellas
que entre todos hemos colocado bajo el manto de un cielo estrellado.
Los eternos problemas son eternos.
La transmutación de la sustancia en formas también
es eterna. Volver a desandar el camino puede ser, sin duda, arriesgado
pero lleva a la esperanza, le apuesta a la vida y no a la muerte.
La pedagogía que nace como techné asciende en la historia
a lugares empinados, en el pensamiento de grandes pensadores como
Decroly, Montessori, Pestalozzi, Amós Comenio, entre los
más conocidos. Le apuesta a la libertad pero con el correr
de los días vuelve al campo del conducir, adiestrar y amaestrar.
Aún es vigente la crítica de Paulo Freire: la pedagogía
ha dejado de ser liberadora. Da por sentado que el ser humano es
potencialmente apto para las camisas de fuerza. El campo restrictivo
de los conocimientos articulados en los planes curriculares no deja
espacios para la contemplación del sí mismo. Desde
los antiguos se percibe una estela que atraviesa el discurrir del
pensamiento, una especie de voluta que precede a la reflexión
sobre el ser humano : este denominador común que caracteriza
el hacer de occidente es denominado por algunos, libertad y constituído
en el motor de la historia. Su expresión dista de ser unívoca:
se aprecia tanto en la búsqueda de los modos de convivencia,
como en la búsqueda del dominio de la naturaleza, o en el
acucioso desentrañar artilugios y esguinces de la racionalidad.
La invitación a pensar el sí mismo no es el campo
que privilegia la pedagogía occidental. No pensar el sí
mismo invita a no pensarse como miembro de un contexto. Rechazar
al Otro, por no ver en él el sí mismo. Pedagogía
y Filosofía marcharon de la mano en el lejano marco de la
Paideia Griega. En las mezquinas aulas de hoy, cuando el tiempo
se enseñorea tiránicamente, acompañado de los
esbirros matizados como noticias, novedades, impactos, moda, actualización,
gangas, promociones, realizaciones, oportunidades, convocatorias
a concursos, demandas, formatos y demás, aquella pareja se
divorció en aras de una mayor autonomía en sus quehaceres.
Una pedagogía que dé por sentado lo que necesita
el ser humano, sin interrogar el sí mismo de ese ser humano,
el sí mismo envuelto en el viento implacable de los nuevos
tiempos, es oscura, paralizante, depredadora, deshumanizante, castradora.
Si no consulta ese nuevo modo de sensibilidad que prevalece en el
disperso mundo de las nuevas generaciones, será siempre enjuta,
seca, petrificada, anquilosada sumida en el plenum de los años
de su gloria rampante, desde el ocaso del ejercicio de la autonomía
de los estudiantes. Una pedagogía que gravite como ley eterna
sobre los espíritus jóvenes, que apenas despiertan
a la pregunta pánica, que mantenga la hoz en posición
amenazante sobre la cabeza de aquellos que se asoman a la búsqueda
de alternativas, degrada el sentido de la formación armónica
pero al mismo tiempo intensa y arriesgada que ha de ser aquella
cuya pretensión es perpetuarse en la memoria de sus estudiantes.
UN BRINDIS POR EUTHERPE.
El campo abierto de la pregunta pánica exige la borradura
de limites; la asunción de los riesgos; la interceptación
de los mensajes provenientes de otros campos; la exultación
de las formas del pensamiento; la profanación de los libros;
la malversación de los pensamientos: todo esto indica que
el futuro está aquí: cierta relativización
del tiempo y del espacio en el trabajo de reflexión forzosamente
nos coloca en la posición de hablar con los muertos sacudiéndoles
la pátina del tiempo, desbrozando las capas sucesivas de
discursos superpuestos cuya red separa el destello del pensamiento
de la mirada expectante que le interpela.
Aprender a desaprender supone deponer las armas del entendimiento
seguro. Hacer de la precisión un estorbo y del extravío
una manera de vivir. Si en el más intimo ser de lo filosófico
lo que sobrevive es el amor a la búsqueda del conocimiento,
ella se encuentra inserta en todas las ramas del saber perseguido
por la especie humana. No es una reinsertada. Ha estado allí
siempre y por ello es parte de aquellos proyectos, de aquel horizonte
limitado o amplio que construimos desde la primera infancia. Por
ello también es parte de la labor del enseñante de
Filosofía vivir en constante riesgo de ser tildado de ambiguo,
de poco conocedor de los campos del conocimiento, de elástico
como un caucho, de promotor de incertidumbres. Vivir en el constante
riesgo significa además asumir las responsabilidades del
tiempo de Hoy. Nadar contra la corriente de las disciplinas del
conocimiento, de sus milenarios límites, de sus inalterables
posiciones frente a los objetos. Vivir en la incertidumbre tiene
la ventaja de que siempre tendremos la razón a última
hora.
Dejemos las apologías para los discípulos. Está
bien que ellos hagan apologías. Propongamos la mirada intempestiva
sobre ese hacer humano que es inhumano, sobre ese logro de la ciencia
que no aprovecha ciertamente a aquel ser que la produce y mucho
menos a los millones a quienes se aplica. Dejemos la etología
de lado para avanzar hacia una comprensión desligada de los
campos de exterminio sembrados por las armas mortíferas de
una comunidad científica desnaturalizada, anclada en los
intereses económicos de las grandes multinacionales. Vivamos
una pedagogía desnaturalizada en su esencia, que destierra
el conducir de su campo epistemológico para quedarse en la
sugerencia, el lenguaje inquietante, el brillo metálico de
las alocuciones, el que sólo destella en el espacio mudo
de las incertidumbres. Una pedagogía que aplicada al quehacer
filosófico, sustraiga al espíritu de la metáfora
luz-oscuridad del movimiento ilustrado.
ILUSTRACIÓN POR INFORMACIÓN.
Frente a las luces de una minusválida Ilustración
desangrada por las TICS, de una Ilustración vuelta Información,
propongamos una vuelta al sí mismo. ¿Porqué
el temor a hablar consigo mismo, que intuyera ha siglos Blas Pascal?
¿Porqué nos asalta tanto tiempo el miedo cuando se
va la luz? ¿Porqué la noche sigue atormentándonos?
¿Porqué persiste la escisión luz-oscuridad?
¿Qué es este miedo de mirar hacia dentro de esa casa
construida con los materiales del deber ser?
Al lado de estos reclamos lastimeros que colocan a la suscrita
a la altura de una gallina angustiada por los polluelos ante la
sombra del gavilán, la urgencia de las formas nos impele
a aceptar los requerimientos de las administraciones que indagan
por el cómo de una clase, cómo de una investigación,
cómo de una explicación. Este rosario de cómos
tiene la pretensión fiscalizadora de cualquier falso demiurgo
que habiendo creado un ser, observa cómo éste comienza
a tomar vida propia y a tomar decisiones contrarias a sus dictados.
Ser docente de Filosofía, entraña la necesidad de
ser abrupto en la definición, reacio a la explicación,
amoroso en la descripción. Complacerse en la búsqueda
de las opciones y alternativas a las teorías consolidadas;
deleitarse en la construcción de puentes novedosos entre
los saberes y los haceres. Auto inventarse los estruendos: buscar
las grietas, las fallas geológicas en el terreno administrado
de las regularidades y hacer de aquéllas el punto de partida
para el trabajo de reflexión.
El apabullamiento de las ágiles mentes dispuestas a navegar,
apabullamiento revestido de cátedra magistral, es pedagogía
negra para la Filosofía. La admiración construye actitudes,
pero también se degrada en la fascinación que paraliza,
cual ojos de serpiente.
Hoy ya no hablamos de razón. Hablamos de racionalidad que
como tal, involucra el reto de construir comprensión en la
complejidad del mundo que nos ha correspondido vivir: hoy, el mundo
se cierra herméticamente sobre nosotros y nos conmina a la
conciencia ecológica, al despertar a las preguntas obvias,
irrisorias, antes que a la pregunta metafísica. Se nos impone
por naturaleza, apropiarnos de las preguntas del hoy para avizorar
los cambios del mañana. Los filósofos han de ser faros:
faros que se yerguen en la tormenta. Faros inoficiosos que por momentos
bailan como el barco ebrio, ligeros como corchos entre las olas
de un mar embravecido. Exultantes de emoción algunas veces,
como el autor de este célebre poema, presos de la mala conciencia
en otras rondas nocturnas sin luceros. Entonces, los filósofos,
persistentes buscadores del saber serán esos faros móviles
para quienes la misión no ha de ser tanto indicar a los navegantes
el rumbo, sino adiestrarles para que por sus propios medios, hallen
siempre el rumbo, no buscando el faro sino hurgando en sus propias
preguntas, sino fungiendo como mediadores ante su propio Yo en conflicto.
Por tanto, se sigue persiguiendo aquello que, desde Aristóteles,
la filosofía llama "thaumazein": admirarse, maravillarse,
entusiasmarse, saber qué se sabe y qué no se sabe.
Es la miseria-grandeza del filosofar. Citemos de nuevo a Pascal:
"los hombres, no pudiendo curar la muerte, la miseria y la
ignorancia, han decidido no pensar". La elección supone
un ingenuo intento por desplazar la mirada del límite de
la conciencia desgraciada en la conciencia de su finitud. Reconocerlo
y regodearse en su reconocimiento, extingue la premura y da paso
a la serenidad de la autarquía, el espacio para la autocontemplación
y el goce de sí.
La fe invita al filósofo no a predicar sino a pensar. Filosofar
no es otra cosa que pensar a partir de "los maestros de la
sospecha". Es así "senderos del bosque" en
el sentido heideggeriano: caminos que no conducen a ninguna parte,
sólo al bosque mismo y al trabajo de los leñadores,
caminos del bosque que son largos desvíos e incluso sendas
perdidas. Es búsqueda, navegación, viaje, como aparece
ya desde el poema de Parménides, con múltiples caminos
y encrucijadas.
La filosofía nunca ha estado acabada ni lo estará.
Ya hemos dicho que es búsqueda preñada de entusiasmo
y eros: una erótica que pregunta siempre. Cuando Perícles
delinea su polis lo hace desde una perspectiva filosófica:
"Amamos lo bello y vivimos con simplicidad, y nos gustan la
ciencia y la sabia disciplina" . La pólis no puede renunciar
al conocimiento y mucho menos al conocimiento filosófico:
la indagación por la belleza, la vida buena y el saber vivir
bien, el sentido de la ciencia y de la ley, son connaturales al
ejercicio político de la filosofía y al ejercicio
filosófico de la política. Aristóteles abre
su metafísica con la célebre expresión: "todo
hombre por naturaleza desea saber" indicando ya que la filosofía
como conocimiento siempre está acosada por el deseo; deseo
que crea grados en el saber.
Quienes hacen de su cátedra de Filosofía un viaje
sueltan amarras, despliegan velas y el barco ebrio emprende su danza
paroxística de la cresta a la sima de las olas. En el horizonte
mientras, ve dibujarse las figuras familiares de los remotos titanes
del pensamiento y se adentra en la atmósfera canicular para
seguir el consejo de la Pitia a Zenón: "copula con los
muertos".
Este mismo consejo lo escuchamos muchos siglos después en
palabras de nuestro compatriota Rafael Gutiérrez Girardot
cuando saluda alegre y nostálgicamente a los que le invitan
a participar en una reunión con motivo de la celebración
de un Foro de Filosofía: Hay que pensar en los muertos. Pero
entre la Pitia y Girardot, se yergue un obelisco impresionante,
pues la cópula deviene unión de elementos, conexión.
El Pensar aparece como un Dios que sitúa por encima de los
elementos materiales, su opción.
BIBLIOGRAFÍA
Deleuze- Guattari. Qué es la Filosofía. Colección
Argumentos. Editorial Anagrama. Barcelona. 1993.
Mosterín, Jesús. Historia de la Filosofía.
Tomo 4. Aristóteles. Alianza Editorial. Madrid. 1994
Blanchot, Maurice. El diálogo inconcluso. Monteavila Editores.
Caracas. 1970.
Pascal, Blas. Obras Escogidas.Editorial Gredos. 1.968.
Kant. Enmanuel. Ensayos sobre Pedagogía. Editorial Akal.
Barcelona. 2001.
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