Para abordar el tratamiento de lo religioso en la escuela conviene
partir de dos precauciones. La primera, relativa a la oportunidad
del momento, la segunda, al posicionamiento a favor o en contra
de la Iglesia católica, que pueda asociarse al modo cómo
se trate el tema.
En relación con la primera, la relevancia del tema hace
que aparezca como inoportuno casi siempre. Incluso, en algunos casos,
hay quien se resiste a abordado con profundidad, por temor a nuevos
debates, que signifiquen una invitación a la presencia
de las iglesias en la escuela. Nada más lejano de nuestra
intención ni de nuestra voluntad. Nuestro planteamiento se
sitúa en el marco más genérico del cómo
abordar la educación cívica, la educación en
valores y la educación moral en nuestras escuelas y en nuestro
tiempo.
Respecto a la segunda, conviene precisar que nuestra propuesta
no trata de promover viejos anticlericalismos, ni de plantear la
cuestión jurídicamente. Trata de abordar el tema en
clave pedagógica y en función del sujeto que aprende.
Sería un error identificar nuestras consideraciones con posiciones
que hacen de este tema un objeto de debate en clave exclusivamente
política, clerical o anticlerical.
Expondremos nuestra posición de forma concisa, con voluntad
de contribuir a formular aquellos mínimos sobre los que entendemos
conviene alcanzar un acuerdo, y lo haremos en tres planos. El primero,
sobre la conveniencia de la formación religiosa en una determinada
confesión. El segundo sobre la necesidad de un conjunto de
aprendizajes sobre la presencia e influencia de las religiones,
no solo en nuestra sociedad sino también en otras y en la
comprensión de los procesos sociales, culturales y científicos
de nuestro mundo. Y el tercero sobre la integración en los
procesos de formación, de reflexión, conocimiento
y comprensión crítica, en relación con los
limites de lo inmanente, con lo trascendente; y los medios y recursos
que han caracterizado a los procesos de seducción religiosa
en la historia de la humanidad.
La formación religiosa en una determinada confesión
no es función de la escuela en sociedades plurales y democráticas.
Corresponde a la familia y a las iglesias. Sólo sería
comprensible en las escuelas confesionales al margen de la actividad
puramente lectiva del centro y siempre que en la práctica
comporte promoción de la autonomía de la persona y
reconocimiento de la diferencia como valor. No todas las prácticas
educativas religiosas tienen la misma legitimidad.
En relación con el segundo plano entendemos que ese conjunto
de aprendizajes es necesario para todos y de forma completa y no
sesgada históricamente. Es cierto que determinadas religiones
han pesado más que otras en nuestra historia, pero conviene
considerar las influencias de todas. Este tipo de contenidos debe
estar distribuido en las diferentes asignaturas o bien como un ámbito
específico. En su tratamiento deberían considerarse
los mismos criterios pedagógicos que se adoptan para abordar
adecuadamente el resto de cuestiones socialmente controvertidas,
propias de un modelo de sociedad plural.
En relación con el tercero entendemos que es un tipo de
formación necesaria que debería incorporarse en los
programas de educación en valores, analizando tanto situaciones
que plantean cuestiones que van más allá de lo inmanente,
como analizando los medios y recursos que las religiones, las iglesias,
y de manera especial las sectas utilizan.
Parece difícil imaginar que se vuelvan a tematizar estas
cuestiones sin referimos necesariamente a una religión en
concreto; sin embargo, pensamos que es necesario. Un modelo de escuela
plural debería abordar en su acción pedagógica
lo religioso y el tratamiento de lo trascendente, sobre la base
de una sociedad en la que la diversidad religiosa añade elementos
diferentes y nuevos a la diversidad cultural existente. La convivencialidad
intercultural sólo será posible si, en los proyectos
pedagógicos de educación en valores, integramos el
cultivo de nuestra identidad personal y colectiva cultural, la comprensión
del otro y de las otras culturas, además de la capacidad
de auto crítica y de diálogo, y en relación
también con cuestiones corno las que aquí planteamos.
Pensamos que es precisamente en un modelo de escuela como el que
apuntamos, donde mejor podemos garantizar una forma singular de
expresión y evolución humana autónoma y coherente
construida en relación con lo transcendente. No plantearnos
estas cuestiones es facilitar el camino para que algunas religiones,
clásicas o emergentes, alcancen el monopolio del sentido
de la respuesta a un mundo consumista en el que es difícil
encontrar valores morales, y dejar el terreno abonado a la imposición
de fundamentalismos.
Pero de todas formas hay dos cuestiones finales de especial importancia.
La primera apunta a la necesaria formación del profesorado
en educación en valores y en cuestiones como las aquí
apuntadas, y la segunda a una cuestión legal: todo lo anterior
no es posible si la iglesia católica en nuestro país
no renuncia a los privilegios que tiene y que dificultan abordar
esta cuestión en clave pedagógica y democrática.
(*) Publicado en La Vanguardia de Barcelona el 16 de octubre de
2004.
(**) Iñaki Echebarría (UB), Mercè Izquierdo
(UAB), Mique1 Martínez (UB), Pep Menéndez (Centre
d'Estudis Joan XXIII de Bellvitge), Ramón Plandiura (UPF),
Enric Prats (UB) y Jaume Trilla (UB).
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