Comenzamos el siglo XXI con la conciencia de encontrarnos en medio
de un cambio de época, con las enormes posibilidades que
la revolución científica y tecnológica brinda
para el desarrollo de la humanidad, que permite ir delineando la
nueva sociedad hacia la que vamos avanzando (la sociedad del conocimiento).
Así como nos permite saber que disponemos de los recursos
(económicos y tecnológicos) para erradicar el hambre
y la pobreza extrema del planeta, también sabemos que faltan
las decisiones políticas, económicas y sociales para
construir, entre todos, un desarrollo más igualitario.
La mencionada revolución científica y tecnológica
transformó las comunicaciones al punto tal que cambió
las nociones de espacio y de distancia. Sin embargo, poco hizo todavía
para cambiar la geografía del hambre y la exclusión.
En un "cambio de época" como el que estamos viviendo,
marcado por la densidad tecnológica y por su capacidad para
atravesar nuestros ámbitos de acción y hacerse presente
en nuestra cotidianeidad, Iberoamérica se encuentra con oportunidades
que debemos comprender, anticipar y aprovechar.
Las oportunidades se nos presentan, como suele ocurrir en estos
casos, en escenarios que encierran también una fuerte carga
de incertidumbre y de riesgos.
Estas oportunidades son nuevos espacios de acción que se
abren, en principio, por esa densidad tecnológica y por lo
que ella genera al impactar sobre los procesos sociales e históricos.
Podemos decir que esta irrupción produce una ruptura, una
fractura histórica cuyas consecuencias tienen que ver con
aquello que algunos especialistas han denominado "historia
larga".
Ahora bien, estas oportunidades no son sólo producto de
la densidad tecnológica, son oportunidades que están
también vinculadas a la iniciativa política. Oportunidades
vinculadas con nuestra capacidad de influir en la conformación
de un "orden" diferente tanto a nivel nacional como internacional.
Se trata de la aparición de nuevos espacios de acción
y de pensamiento que tienen, a mi entender, múltiples causas,
de las que quiero mencionar cuatro:
- el tránsito hacia una sociedad del conocimiento como
el que estamos viviendo. Con todo lo que este cambio societal
representa y lo que ello significa en cuanto a una fractura sistémica;
- el debilitamiento del pensamiento único y el fracaso
de la teoría del derrame;
- una nueva convergencia temática en las agendas de los
mandatarios iberoamericanos. Fundamentalmente en lo que respecta
a la reducción de la pobreza y la exclusión social;
- el fortalecimiento institucional de la Comunidad Iberoamericana
de Naciones, lo que debe traducirse en una consolidación
del "espacio cultural común".
Estas son oportunidades para llevar adelante una tarea conjunta,
un esfuerzo mancomunado en el que sea posible responder a las necesidades
de nuestra América Latina, particularmente a aquellas vinculadas
con los altos niveles de iniquidad, exclusión y polarización
social.
Son oportunidades, también, para recoger y valorar el papel
estratégico que desempeña la inversión en educación
y en investigación, ciencia y tecnología.
Ambas forman parte del núcleo de inversiones estratégicas
que la región necesita incrementar para cerrar una parte
de las brechas sociales y para proyectarse hacia un futuro donde
el conocimiento se constituye en una de las fuerzas impulsoras del
desarrollo.
Este planteo reconoce antecedentes como la Conferencia de Jomtien
o la Cumbre del Milenio, se encuentra plasmado en documentos de
diferentes organismos e instituciones regionales y, está
recogido en las Cumbres y Conferencias Iberoamericanas.
Los iberoamericanos, decía, en este tránsito hacia
una sociedad del conocimiento, necesitamos perfeccionar y profundizar
nuestras democracias; continuar transitando la senda del crecimiento,
pero de un crecimiento que sea sostenible y distributivo a la vez.
América Latina está ingresando al siglo XXI más
desigual y con una fuerte polarización social. Ya no es posible
repetir experiencias de crecimiento sin equidad y de desarrollo
sin justicia social.
Particularmente cuando la iniquidad y la exclusión se ven
exacerbadas por el carácter selectivo y diferencial de la
difusión tecnológica, lo que compromete doblemente
el futuro de nuestras sociedades.
En este momento de cambios, de transformaciones sistémicas,
se nos presentan oportunidades que pueden ser únicas. Es
un momento en el que se han renovado y multiplicado las ideas y
las prácticas. Un momento en el que podemos encontrar nuevos
espacios para pensar y actuar. Un momento en el que Iberoamérica
puede ser un lugar privilegiado para generar el sentido de un futuro
compartido.
Un sentido para el que la educación cumple una función
central: la de crear las condiciones para que nuestros jóvenes
tengan las herramientas necesarias para transformar el escenario
cultural, social, político y económico.
Es cierto que no todo depende de la educación y que son
igualmente necesarias las oportunidades de empleo, de integración
social y de participación política de las que dispongan
las nuevas generaciones. Pero la educación es uno de los
factores centrales para poder aprovechar estas oportunidades.
Iberoamérica se presenta así como un bloque geo-cultural
en donde podemos ampliar nuestras capacidades de acción.
Los bloques regionales se proyectan como actores significativos
del siglo XXI, frente a Estados Nacionales que se ven interpelados
tanto por instancias globales, como por reivindicaciones locales.
Buena parte de aquellas instancias que mantienen la desigualdad
-dado el carácter concentrado y desterritorializado del poder
económico- lo hacen actuando a nivel global.
Ante semejante escala, el impacto que produce su accionar no puede
resolverse únicamente apelando a acciones distributivas de
nivel local. Se requiere de un fortalecimiento de la instancia nacional-estatal,
y ello puede lograrse potenciando nuestra capacidad de acción
coordinada a nivel regional.
La Comunidad Iberoamericana de Naciones nos ofrece así un
espacio de acción privilegiado para sumar propuestas y potenciar
nuestras fortalezas.
Promover el diálogo y el consenso dentro de marcos amplios
y a nivel regional sobre lo educativo constituye así un punto
de partida para identificar los nudos críticos, para valorar
los esfuerzos realizados, para analizar los grandes retos de las
políticas educativas y aportar nuevas ideas para la acción.
El canje de deuda por inversión en educación -en
donde la iniciativa española ha dado muestra de su compromiso
con el tema- los programas de formación docente y la conformación
de un espacio iberoamericano del conocimiento se mueven en este
sentido, buscando aprovechar las oportunidades que hoy se nos presentan
y multiplicando nuestras capacidades de acción y cooperación.
Los esfuerzos realizados durante los últimos años
en materia educativa han significado cambios importantes para los
sistemas de la región.
Las reformas curriculares y las transformaciones organizativas
y pedagógicas han tenido su traducción en mayores
porcentajes de escolarización.
Estos esfuerzos han significado una extensión de los años
de obligatoriedad de la educación básica y un crecimiento
de la atención a la educación inicial; han permitido
la instalación de sistemas de evaluación de la calidad;
fomentado el desarrollo de sistemas de capacitación y actualización
docente y; promovido la descentralización y la delegación
de responsabilidades y competencias a nivel de las escuelas, entre
otros.
Pero los esfuerzos realizados no han podido, en muchas ocasiones,
revertir situaciones de pobreza y exclusión que las economías
incrementaron a gran velocidad. Situaciones y procesos de fragmentación
social que han subvertido las características de los destinatarios
de la acción educativa.
Los nuevos contextos sociales y culturales nos remiten así,
muchas veces, a sujetos muy diferentes a los que la educación
tradicionalmente proyectaba como meta de su acción. Una situación
ante la que resulta necesario articular la educación con
lo social para tener una comprensión cabal del alcance y
la complejidad del fenómeno que se nos presenta.
Estas transformaciones acompañan un "cambio de época"
en el que la Comunidad Iberoamericana de Naciones se presenta como
un espacio propicio para que nos movamos dentro de un esquema de
mayor afinidad y podamos establecer bases sólidas para multiplicar
los tableros en donde desplegar nuestras acciones y hacernos presentes.
En "este cambio de época", la Comunidad Iberoamericana
de Naciones nos ofrece así un "puente" vigoroso
que resulta idóneo para llevar adelante políticas
autónomas que nos permitan reconfigurar la instancia nacional
en crisis. Políticas capaces de dar cuenta de nuestra identidad
y de responder a nuestras particulares trayectorias históricas.
Vivir juntos y organizar pacíficamente las relaciones de
interdependencia en las que nos hallamos inmersos es una de las
tareas centrales de una política orientada a concebirnos
como un todo, como la humanidad que somos y a la que pertenecemos.
Su éxito dependerá de nuestra capacidad para generar
condiciones de igualdad, para "comunicar a" y "comunicarnos
con" los otros y para corregir las desigualdades.
Se trata de una tarea que debe tener en cuenta las necesidades
de nuestras sociedades, pero que no puede limitarse a ellas. Su
acción debe tender también a conformar un orden internacional
más justo e igualitario en el que el respeto por la diversidad
sea un eje central.
|