Fracaso escolar, maltrato en las escuelas, incivismo juvenil, vandalismo
Tal y como se están desarrollando estos fenómenos
en la actualidad, podríamos catalogarlos como una especie
de pandemia social, entendiendo esto como una enfermedad social
que se extiende por el mundo. Barcelona hace algún tiempo,
Paris y otras ciudades francesas más recientemente.
Así como para una previsible pandemia de gripe aviar parece
que no hay, todavía, una vacuna disponible, si la hay para
la pandemia de incivismo que se extiende por las ciudades
del mundo.
No obstante, hay que decir que la vacuna contra la pandemia
de incivismo no tiene efectos inmediatos, son a largo plazo, pero
es preciso saber que si no se actúa a tiempo, la extensión
de la misma y sus graves consecuencias están fatalmente aseguradas.
La vacuna contra esta especie de peste, precisa necesariamente
y de manera prioritaria, dos componentes que se refuerzan entre
si: justicia social y educación humanizadora.
Es en el proceso educativo en el que hay que dar pie al desarrollo
de las actitudes favorables a la disminución de las desigualdades,
a la participación constructiva, a la aceptación razonada
y razonable de las diferencias entre las personas, a la eliminación
de la impunidad ante las acciones injustas, a la solidaridad, al
desarrollo de la sensibilidad, en una palabra, a la humanización,
pero no solo mediante discursos moralizantes sino provocando activamente
cambios estructurales concretos en la vida familiar, en las instituciones
educativas y en la sociedad, de modo que los valores puedan ser
interiorizados prácticamente en la vida cotidiana de relación
con las otras personas.
Es obvio que la capacidad de convivencia y ciudadanía, la
solidaridad, el respeto, las actitudes democráticas, etc.
no surgen naturalmente de las personas, como la hierba o las plantas
silvestres, hay que sembrarlos, cultivarlos y regarlos. Hay que
educar.
Hablar de educación implica un proyecto amplio que ayude
a socializar a las nuevas generaciones sobre la base de una reflexión
crítica y con profundidad del actual legado cultural, con
el fin de capacitarlas para que ellas diseñen de manera mejorada
nuestro mundo.
Por eso la educación no es únicamente algo que se
refiera al individuo, la familia o la escuela, sino que debe ser
un proyecto político y social de grandes dimensiones, que
englobe todo lo anterior e incluya de manera prioritaria los medios
de comunicación, en especial la televisión.
Desgraciadamente la educación se nos presenta como un producto
de consumo y únicamente como el medio para encontrar trabajo
y percibir un salario o adquirir prestigio social. También
para eso sirve la educación, pero es más que eso.
Me viene a la memoria algo que escribió Ruben de Ventós,
muy a cuento con esta interpretación estrecha de los objetivos
de la educación:
¿Y por qué trabajas todo en el día,
padre?
Para que tú puedas ir a la escuela.
¿Y por qué he de ir a la escuela?
Para estudiar y aprender muchas cosas.
¿Y por qué he de estudiar y aprender muchas
cosas?
Para que cuando seas mayor puedas ganarte la vida.
¿Y por qué debo ganarme la vida, padre?
Para poder casarte, tener hijos...
¿Y que los hijos vayan a la escuela? Así
yo voy a la escuela para que mis hijos vayan a la escuela, para
que...»
La educación debe ser la llave de la transformación,
no solo personal sino también social, la educación
es la única forma de liberar al hombre de destinos a los
que parece estar fatalmente condenado, es lo que nos permite vislumbrar
que el hijo del pobre no tiene que ser siempre pobre o que el ignorante
tenga que ser siempre ignorante, o que a las personas con minusvalías,
los enfermos y los viejos se les considere de por vida, no en teoría
pero si en la práctica, personas de segunda categoría.
Educar es liberar al hombre del destino fatal y del sentimiento
de desesperanza.
La falta de educación por razones, económicas,
sociales, familiares o debido a errores en los objetivos del sistema
educativo- tiene una estrecha relación con la generación
de conflictos, tanto en los países industrializados como
en los países en desarrollo. Porque la falta de educación
conlleva la percepción de una injusticia, real o percibida,
que es una de las fuentes más comunes de conflictos y de
violencia entre los individuos, los grupos y los países.
La educación debe promover valores del propio pensamiento
y de la relación con los demás, la educación,
si no se da, si es pobre, mala o mal orientada, hace, entre otras
cosas, que las personas no sepan explicitar racionalmente sus demandas,
lo cual lleva en muchas ocasiones a la expresión en forma
de rebelión brutal y destructiva.
Por eso educar no puede limitarse a ser un medio para obtener un
titulo, un empleo y un salario.
Es preciso que la educación ayude a la formación
de valores que supongan aprender a convivir desde la comprensión
y el respeto hacia el otro, a su individualidad, su diversidad,
a la diferencia.
Valores que impliquen capacidad para armonizar las propias necesidades
con las necesidades de los demás, que permita y facilite
la expresión de las propias ideas así como el respeto
a las ideas de los otros, valores que supongan capacidad para la
reflexión critica del mundo que nos rodea, que es lo único
que va a permitir, con el tiempo, con mucho tiempo, la desaparición
o minimización de los fundamentalismos religiosos, ideológicos
o políticos, de las concepciones dogmáticas e intransigentes,
porque la educación puede ayudarnos a reconocernos como un
producto de muchas culturas, tradiciones y memorias, todas respetables
y ninguna excluyente.
La violencia incívica y salvaje que se da en nuestras ciudades,
aunque pueda explicarse, no tiene ninguna justificación,
por lo que son necesarios planteamientos firmes por parte de las
autoridades y condenas justas y ejemplares por parte de los jueces.
Los hechos incívicos, la violencia, no deben quedar impunes
pues es bien sabido que la impunidad es la denegación abierta
de la justicia, pero aun siendo todo ello imprescindible, no es
suficiente para erradicarla. Es preciso que reflexionemos también,
amplia y profundamente, sobre las injusticias sociales que se repiten
una y otra vez sin visos de solución y sobre la forma de
educar.
La educación no compete únicamente a las familias
ni a las escuelas ni a la sociedad, compete a todos, es una responsabilidad
ineludible y compartida en distintos grados por las tres instancias
y con añadido de responsabilidad a los gobernantes.
Si queremos que nuestras ciudades no se deshumanicen y estallen
en actos de violencia e incivismo que tanto deterioran la convivencia,
hay que ir mas allá del conformismo y la indiferencia ante
las injusticias sociales y también del objetivo casi único
de que hay que educar para ganarse la vida, pretendiendo
únicamente que nuestros niños y niñas, adolescentes
y jóvenes crezcan como seres inteligentes e informados pero
insensibles, insolidariamente competitivos, egoístas, e incapaces
de distinguir la diferencia entre bienestar humano y capacidad adquisitiva.
Hay que educar para el progreso, que no se debe de medir únicamente
por los avances tecnológicos, por la capacidad para competir
y la rentabilidad económica, aspectos que deben ser bienvenidos,
siempre que se tenga claro que lo fundamental del progreso humano
es el bienestar individual y social de las personas.
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