Hoy en Chile, según las últimas cifras oficiales,
uno de cada cinco de nosotros, los chilenos, satisfacen apenas sus
necesidades mínimas; 2.230.000 personas luchan diariamente
por alcanzar apenas ese mínimo y 850.000 personas sencillamente
no lo logran; su ingreso no alcanza a satisfacer sus necesidades
básicas alimenticias. La distribución del ingreso
es alarmantemente injusta en sus extremos, el 10% más rico
se lleva el 45,2% del ingreso, mientras el 10% más pobre
alcanza el 1,2% de ese mismo ingreso; esto no ha variado en los
últimos años y nada hace pensar que podría
mejorar, aún cuando es un tema que está en el centro
de la discusión política y todos los estamentos sostienen
que es un grave problema.
Las consecuencias de esto son impredecibles. Muchos de los males
de esta sociedad, como la delincuencia y el vandalismo se originan
en esta realidad. ¿Podemos permitir que exista esa pobreza
y esperar que solo el crecimiento económico lo solucione?
¿Podemos los académicos contribuir a que la pobreza
disminuya y la distribución del ingreso sea más equitativa?
La respuesta que surge inicialmente ante la pregunta es no; en
una primera instancia tendemos a responder que es un asunto del
Gobierno y que los Ministerios u otros organismos deben preocuparse
de estos temas. También tendemos a asignar a los organismos
internacionales su cuota de responsabilidad en el asunto y, de una
u otra manera, dejamos pasar la oportunidad que tenemos, como académicos,
de influir o colaborar a un desarrollo sostenible del país.
En ocasiones, a lo sumo, realizamos investigaciones para estudiar
las causas, efectos o potenciales soluciones de la pobreza.
Por otra parte, sin lugar a dudas, la gran mayoría de las
decisiones que, desde el sector público o privado, ejercen
influencia en la pobreza y la desigualdad son tomadas por un número
reducido de personas que, cada vez en mayor porcentaje, tienen una
formación universitaria. Ministros, jefes de organismos,
gerentes de empresas, directores, son formados en las aulas universitarias.
Cada día es más difícil que una persona sin
estudios universitarios tenga acceso a una posición que le
permita tomar decisiones económicas de importancia.
Como profesores de esta clase dirigente, proveniente principal,
pero no excluyentemente, de carreras de Ingeniería, Ingeniería
Comercial y Derecho, el papel que jugamos es inevitablemente importante
en la formación de ésta; así en los aspectos
técnicos, como en los valóricos. Históricamente
la formación se ha centrado y concentrado en aspectos técnicos
y no valoricos, lo que queda en evidencia si revisamos las mallas
curriculares de las diversas carreras; los ramos de formación
valórica son muy escasos o sencillamente no existen. Una
primera aproximación entonces a la contribución docente
al desarrollo equitativo está en la formación valórica.
Profesionales, futuros decidores, formados con sólidos principios
de respeto a la dignidad humana, honestidad, lealtad, serán
sin lugar a dudas una clase dirigente que mejorará la relación
empleado-trabajador en muchos aspectos, potenciando el pacto social
necesario para que cada uno de nosotros crezca junto al país.
Esta propuesta no lleva a privilegiar los temas valóricos
sobre los temas técnicos; los temas técnicos son sin
lugar a dudas los que hacen la diferencia de capacidades y son la
esencia de cada carrera. La propuesta busca incorporar aspectos
éticos y valóricos allí donde hoy no existen
o tienen escasa presencia. No es un cambio radical, es solo considerar
además de la técnica, lo ético. Los temas valóricos
a considerar deben caer necesariamente dentro del espíritu
y las orientaciones de cada escuela, enmarcados en el espíritu
universalmente aceptado de desarrollo sostenible, con sus pilares
de desarrollo económico, desarrollo social y protección
del medio ambiente.
Sin embargo, el punto en el cual es posible aportar más
a la eliminación de la pobreza y la desigualdad en el ingreso,
es el enfoque que se le da a ramos como finanzas, economía,
costos, evaluación de proyectos, estrategia empresarial,
etc. El enfoque actual, basado en gran parte en la literatura o
enseñanza de autores norteamericanos o locales con gran influencia
norteamericana, se distingue por el culto a la maximización
de utilidades como único y definitivo símbolo de éxito;
todas las teorías, los esquemas, las técnicas, etc.,
tienen como norte la obtención de utilidades crecientes.
Se maximiza la utilidad de las personas y de las empresas en Microeconomía,
se maximiza el PIB del país en Macroeconomía, maximizamos
el ROI y las utilidades en Finanzas, minimizamos costos (para maximizar
la utilidad), basamos nuestra estrategia teniendo como meta aumentar
el valor (monetario, por supuesto) de la empresa. La economía,
que trata eficiencia y equidad, brinda amplísima tribuna
a temas de eficiencia y escasa o casi nula a temas de equidad.
El alumno que escucha desde su primer día de clases este
discurso inequívoco sobre maximización de utilidades
está condicionado a ejercer durante su labor profesional
la búsqueda incesante de esa utilidad como señal de
su éxito personal. Todas las decisiones que tome esta clase
dirigente buscarán maximizar la utilidad monetaria, cada
uno de sus pasos irá encaminado en esa dirección,
con las consecuencias desfavorables que esto provoca en el cuadro
social. Esta actitud, inevitable en cada dirigente dada su formación,
no hace más que acrecentar a nivel social la pobreza y la
desigualdad en el ingreso, producto de que la suma de cada una de
esas decisiones constituye la decisión social.
La Responsabilidad Social Académica está entonces
en el enfoque que damos a las cátedras. El enfoque clásico
maximizador de utilidades debe ser cambiado; debe abarcar temas
de equidad, de desarrollo humano y de responsabilidad social. Los
mismos temas que hoy tratamos exclusivamente como temas económicos
deben ser tratados desde la perspectiva social; no repetir que el
fin último de la empresa es la maximización de utilidades;
repetir que el fin principal de la empresa es obtener utilidades,
pero esta obtención de utilidades no es su única razón
de ser. El fin último es el mejoramiento del nivel de vida
de la sociedad, como consecuencia de una maximización de
utilidades privada.
No propongo darle un gran giro a la formación y centrarla
en temas de responsabilidad social, sino solo incorporar esos temas
de manera explícita en los programas, sin variar la esencia
de cada una de las materias. Enseñar que la empresa debe
maximizar utilidades, como ha sido hasta ahora, pero maximizar utilidades
una vez hayamos considerado e incorporado a la gestión los
aspectos de responsabilidad social a los que nos obliga la urgencia
ética de solucionar la pobreza.
Un alumno que durante su formación haya recibido e internalizado
conceptos hoy asociados al naciente campo de la Responsabilidad
Social Empresarial, tanto en su dimensión interna, abordando
temas de recursos humanos, derechos laborales y gestión ambiental
de recursos naturales, como en su dimensión externa, donde
temas como la integración de las empresas en sus comunidades,
su interacción con su entorno físico, la relación
con sus socios comerciales, los derechos humanos, la lucha contra
la corrupción, etc. deben ser parte de los temas que el estudiante
debe conocer. Si los conoce bien, sin lugar a dudas estará
más dispuesto a considerar en sus decisiones futuras estos
factores y su accionar será seguramente influenciado por
los mismos.
Sólo en la medida que demos énfasis en nuestra docencia
a la importancia del desarrollo social de todos haremos que las
futuras clases dirigentes afronten sus decisiones desde una perspectiva
socialmente responsables. Esa es nuestra contribución a un
mundo mejor.
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