Durante años se interpretó que la educación
de cariz progresista y democrático debía dejar que
los niños y las niñas se desarrollaran libremente,
y, para no obstaculizar su libertad, era necesario que el adulto
no hiciera imposiciones ni les coaccionara de ningún modo.
En mi opinión fue un error en el que caímos muchos
padres hace ya años, y siguen cayendo otros muchos ahora.
Entiendo que la educación, progresista, democrática,
seria y humanamente constructiva, no lo es por dejar hacer a los
niños y niñas todo lo que estos quieren y cuando quieren,
sino que, teniendo en cuenta sus necesidades como personas, les
ayuda a satisfacerlas, pero con un respeto absoluto para el conjunto
de las exigencias familiares y sociales elementales, de tal modo
que sea posible una convivencia democrática, y por consiguiente,
razonable y respetuosa, con la libertad lícita y necesaria
de los demás.
La educación ha de ayudar a los niños y niñas
a desarrollar recursos y posibilidades que le permitan el ejercicio
de la libertad, y la educación, familiar y escolar, debe
hacer libres a los niños y las niñas, no dejándoles
hacer todo aquello que estos quieren, sino dándoles fuerzas
y facilitándoles recursos, para aumentar sus diversas posibilidades
como personas.
Dejar que un niño pequeño, por ejemplo, se adentre
en el mar, el solo, sin ayuda, cuando aun no sabe nadar ni defenderse
de las olas -con el consiguiente riesgo de morir ahogado-, bajo
el pretexto de que ha de ser libre, coincidiremos todos, que seria
una irresponsabilidad absoluta. Esto que se ve muy claro porque
pone en peligro la integridad física del niño, no
está tan claro en otros aspectos que afectan a su integridad
psicológica y moral.
Cuando se habla de libertad, debemos también hablar de responsabilidad,
y, pese a que a alguien no guste, de cierto grado de coacción.
No existe libertad sin responsabilidad, ni es posible la educación
sin un cierto grado, medido, razonable y justo de coacción,
de imposición.
Desde una posición, llamémosla progresista y democrática
de la educación, podemos renunciar a muchas imposiciones,
debemos renunciar a todas la imposiciones inútiles, innecesarias
e injustas, pero no podemos renunciar a una cierta medida de imposición
obligada en beneficio del desarrollo integral de los niños
y las niñas.
Es preciso eliminar todas las imposiciones y coacciones que frenan
o obstaculizan el desarrollo de las facultades de los niños
y las niñas, pero al mismo tiempo, es necesario imponer todas
aquellas normas y pautas de comportamiento, necesarias para que
les ayuden a ser personas, en el más amplio sentido de la
palabra, y que les ayuden a entender también, cuales son
sus responsabilidades como seres humanos, de manera que comprendan
que, justamente al lado de sus derechos, que deberán ser
respetados ineludiblemente, están sus deberes, como están
también los derechos individuales y colectivos de los demás,
que, del mismo modo que los suyos, deben ser escrupulosamente preservados.
Es ya un tópico, pero creo que hay que repetir a nuestros
chicos y chicas, sin ningún tipo de complejo, que su libertad
no es absoluta, que no puede serlo de ningún modo, porque
hay que armonizarla con la libertad de los demás, y que por
consiguiente, y ahí va el tópico, su libertad termina
donde empieza la libertad de las otras personas.
El objetivo de la libertad, en la niñez y la adolescencia,
debe, fundamentalmente, posibilitar el desarrollo y uso pleno de
las facultades de los muchachos y muchachas, facilitándoles
los recursos y las fuerzas necesarias para vivir y gozar realmente
de la libertad, al tiempo que aprenden a hacer un uso correcto de
la misma.
Cuando se habla de que hay que ejercer la autoridad sobre los niños,
por parte de los padres y de los maestros en esta etapa de sus vidas,
hay que señalar que la autoridad es necesaria, imprescindible,
para establecer puntos de referencia para que regulen sus comportamientos,
y también, para compensar el sentimiento de debilidad que
todos los niños y adolescentes tienen, aun los que no lo
aparentan, y es precisamente porque ellos todavía no tienen
suficiente seguridad, que precisan estar seguros de aquellos de
quienes dependen. Y flaco favor hacemos los adultos a los niños,
cuando no somos capaces de ser puntos de referencia razonablemente
estables para ellos.
Pero es necesario que los adultos distingamos entre autoridad y
autoritarismo. Si la autoridad es imprescindible y es buena, como
hemos señalado, el autoritarismo, es del todo negativo, porque
al ser irracional y arbitrario, niega a los chicos y chicas el derecho
a su autonomía personal .
El objetivo de las actitudes autoritarias, aunque se diga que son
" por el bien del niño", son simplemente para demostrar
quien es el que manda, esto ocurre también en las relaciones
personales y sociales en la vida adulta.
El autoritarismo, el, "se hace porque yo lo digo, y punto",
es una desviación grave de la autoridad y atenta contra los
intereses vitales del niño.
Y no estará de más añadir que la autoridad
no tiene valor por si misma, que solo tiene valor cuando se ejerce
en el sentido del desarrollo, del progreso y de la vida de las personas
y de los pueblos.
Pero así comprendida, no ejercer la autoridad es una dejación
grave de los deberes que los educadores tienen, pero sobre todo,
hay que decirlo claramente, de los padres, que no pueden delegar
ese privilegio y a la vez obligación, ni en la escuela ni
en ninguna otra persona o institución.
Todos nos lamentamos de las conductas incívicas de algunos
adolescentes y jóvenes, y reseño especialmente, "algunos",
últimamente denunciadas a través de los medios de
comunicación, y son verdaderamente lamentables, pero hay
que decir que estos comportamientos no suelen darse por generación
espontánea, tienen su origen y proceso.
Y la falta de autoridad de los padres, sin ser el único
factor, es, sin dudarlo, uno de los más importantes en la
degradación de algunas de las conductas indeseables de nuestros
niños, adolescentes y jóvenes.
Con lo dicho, soy consciente que no se aborda más que una
parte, importante creo yo, pero no suficiente, de los problemas
de nuestros muchachos y muchachas en relación al fracaso
escolar y a las actitudes incívicas, espero tener la oportunidad
de proponer otras reflexiones al respecto.
|