La Revista Iberoamericana de Educación es una publicación editada por la OEI 

 ISSN: 1022-6508

Está en: OEI - Revista Iberoamericana de Educación - Número 41

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 Número 41: Mayo-Agosto / Maio-Agosto 2006

Educación para el desarrollo / Educação para o desenvolvimento

  Índice número 41 

EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE: FUNDAMENTOS, PROGRAMAS E INSTRUMENTOS PARA LA DÉCADA (2005-2014) (II)

José Gutiérrez *
Javier Benayas **

La década avanza en tiempo real. Ahora que ya estamos plenamente instalados en el nuevo siglo, en el siglo que algunos científicos como Ramón Margaleff, artistas como Eduardo Chillida, literatos como Günter Gras, políticos como Al Gore, teólogos como Leonardo Boff, o naturalistas como Joaquín Araujo, han catalogado como el Siglo de la Ecología, seguimos buscando ideas motrices que nos permitan construir mundos a nuestra medida, mundos pensados y construidos a escala humana, y escalas humanas dotadas de instrumentos tecnológicos, científicos y artísticos para cambiar el mundo que tenemos sin destruir el que deseamos.

Es muy posible que el discurso de la sostenibilidad sehaya instalado con estas intenciones, pero hemos de exigirle resultados, evidencias y pruebas convincentes. Con el eslogan Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible, se pretende avanzar hacia modelos de organización social, económica y política más igualitarios y equitativos, más ecológicos, más humanos, más desarrollados y solidarios. Esta es una de las principales razones que ha llevado a la unesco a promover y a impulsar un tratamiento sostenido de dichas ideas a lo largo de toda una década (2005-2014).

Pero, entre la retórica de las palabras y la liturgia de los ritos, cabe el riesgo de que se nos pase otra década templando gaitas, es decir, construyendo ecobarómetros, ecotermómetros y clepsidras para ver pasar el tiempo, sin analizar las causas de los problemas socioambientales que hay detrás del modelo de civilización que estamos construyendo entre todos. ¡No seamos ingenuos! Los problemas ambientales no son responsabilidad de los ciclos naturales ni de los cambios termodinámicos, climáticos o geológicos producidos a través de una visión animista de corte aristotélico clásico. Los cambios ambientales tienen un origen social, son fruto de las acciones del ser humano y de sus construcciones científicas y tecnológicas, que interaccionan y que modifican el medio físico y sus sistemas en sentidos positivo o negativo, con resultados imprevisibles a largo plazo.

Tener en nuestras manos las semillas del futuro y disponer de parcelas abonadas para sembrar las bases de las sociedades posibles, son tareas que nadie puede emprender en solitario desde su casa, desde su empresa o desde su despacho personal. Las alianzas, las convenciones y las celebraciones son necesarias y pueden contribuir a ello, siempre y cuando sean planificadas, construidas y ejecutadas desde el mismo soporte de participación y de implicación que requieren sus acciones a distintos niveles. La responsabilidad moral y colectiva que encarnan los organismos de gestión internacional es incalculable. Su pedagogía va más allá de la imagen pública que transmiten, pues suponen un referente que marca pautas en las que puedan reflejarse. Las voces de renovación que se vienen escuchando en los últimos años en el campo de la sustentabilidad, han de trasladarse y deben ocupar espacios para llegar a ser algo más que voces de la mente (en el sentido que les da Bruner), y pensamientos volátiles en la mente de sus actores.

Ante la pregunta de Miguel Delibes acerca de las Cumbres y de las Declaraciones Ambientales Internacionales, su padre le responde:

Desde luego, las grades Cumbres (Río, Johannesburgo) han dado de sí menos de lo que esperábamos, pero sin duda mucho más que si no se hubiesen celebrado. Defiendo, por tanto, la utilidad de estas reuniones, incluso aunque sirvieran sólo como símbolos, como mensajes a la ciudadanía de que los problemas ambientales son serios, están ahí y tenemos que darles importancia1 .

Si bien los ciudadanos empiezan a estar cansados de promesas intangibles, demostrar la inutilidad de una declaración de intenciones como la inmersa en la naturaleza de la Década no es tarea fácil, entre otras cosas porque habrá que esperar a que pase el tiempo para establecer el saldo final y para hacer la contabilidad analítica de los progresos, de los avances y de los retrocesos. Lo que sí está en nuestras manos es el ejercicio de la ciudadanía democrática para aportar ideas, para implicarnos en programas, y para pedir el rendimiento público de cuentas que nos corresponde.

El fracaso de la tecnociencia, el desencanto de la razón, la pér­dida del fundamento, la incredulidad ante los grandes relatos, la disolución del sentido de la historia, la fragmentación de las éticas universales, y la caída de los grandes mitos de la sociedad postmoderna, han destronado muchas de las promesas de la sociedad del bienestar, abriendo paso a la llamada sociedad del riesgo.

En paralelo a la proclamación de la Década de la unesco, el término sostenibilidad empieza a hacer aguas y a perder credibilidad, como otro fracaso más de los subproductos de diseño nacidos en el seno de la Sociedad del Bienestar. En plena guerra entre israelíes y palestinos, la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, habló de un alto el fuego sostenible al entrevistarse con Mahmud Abbas, presidente palestino; una idea que ya tenía precedente en la operación de intervención preventiva desplegada en Irak por los norteamericanos, que había sido catalogada como libertad sostenible hacía ya cuatro años. Ahora lo único que nos falta es la inteligencia sostenible, para poder hacer frente a los múltiples descalabros que nosotros mismos estamos provocando en nuestro entorno.

Dado el grado de complejidad tecnológica alcanzado, la alteración ambiental, por efecto de las acciones humanas en la sociedad actual, es inevitable. Todo organismo modifica su medio ambiente al apropiarse de algunos de sus componentes, y al agregarle los productos de desecho de su metabolismo. En el caso del ser humano, éste agrega también los desperdicios de su industria y de su consumo. No se trata de impedir la alteración de la biosfera; tampoco de volver a las cavernas y de prescindir del fuego, del agua caliente, de la televisión, de Internet, ni de las múltiples comodidades del mundo actual, pero sí de incorporar a nuestro bagaje cultural un elenco de comportamientos proambientales que nos permita sobreponernos a las consecuencias indeseables de nuestra actividad como seres humanos.

«¡Evolución sí, destrucción desaforada no!», proclama Mario Bunge2:

Sabemos que no es inevitable que sigamos destruyendo la biosfera por efecto de la explotación incontrolada de recursos naturales o de la guerra. Si quisiéramos, podríamos convertirnos, de torpes explotadores, en sabios administradores de los ecosistemas a los que tenemos acceso, porque el ser humano es el único ser viviente capaz de aprender que no tiene por qué ensuciar su propio nido más de lo necesario.

 

Notas:

* Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Granada, España.

** Departamento de Ecología, Facultad de Ciencias, Universidad Autónoma de Madrid, España.

1- M. Delibes, y M. Delibes (2005): La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?, pp. 146-147, Barcelona, Destino.

2- M. Bunge (1989): Mente y sociedad, p. 179, Madrid, Alianza Universidad.

 


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