Acción educativa y desarrollo humano en
la universidad de hoy
Sabina Barone y Pablo Mella
(*)
SÍNTESIS: El presente artículo
reflexiona sobre el sentido de la educación en la universidad
actual a partir de la noción de acción de Hannah Arendt.
Su planteamiento quiere profundizar y dar voz a la experiencia fundamental
pero a menudo olvidada, en que se enraíza la
educación: el encuentro interpersonal, experiencia siempre
impredecible y transformadora. Llevando y adaptando al ámbito
educativo algunos conceptos elaborados por Arendt para el campo
político, los autores esbozan la educación como una
vida activa educativa que se refiere a la integridad de la
condición humana. En particular, la categoría de acción
educativa ilumina las dinámicas de mutuo enriquecimiento
y de construcción compartida de sentido que se activan en
la libre y paritaria interacción entre personas, fiel a las
condiciones humanas de la pluralidad y la natalidad.
Esta dimensión de la praxis educativa
se desconoce con frecuencia en el lenguaje adoptado en los planes
y en las reformas educativas de nivel nacional e internacional.
Como ejemplo de contraste, los autores refieren casos que siguen
los criterios dictados por la noción de desarrollo humano,
actual paradigma de interpretación de la realidad socioeconómica
internacional. El artículo analiza las argumentaciones del
discurso de dicho desarrollo, fundado en la teoría de las
capacidades elaborada por Amartya Sen, mostrando la insuficiencia
de sus presupuestos antropológicos: una concepción
moderna de la libertad restringida a la elección individual
autónoma, un sentido débil de la pertenencia comunitaria
a favor de una individualidad atomizada, el bienestar entendido
como logro individual. Es posible reconocer la influencia de este
enfoque en la visión instrumental de la educación
difundida hoy, que origina en el ámbito curricular fenómenos
como la «enfermedad del diploma» o el «currículo
sobrecargado». La perspectiva arendtiana permite dialogar críticamente
con estas problemáticas del mundo educativo contemporáneo
y ofrece estímulos para la experimentación pedagógica,
como enseña la referencia a una experiencia concreta de renovación
curricular en una universidad escandinava.
SÌNTESE: O presente artigo reflexiona
sobre o sentido da educação na universidade atual
a partir da noção de ação de Hannah
Arendt. Sua apresentação quer aprofundar e dar voz
à experiência fundamental mas geralmente esquecida
em que se enraíza a educação: o encontro
interpessoal, experiência sempre imprevisível e transformadora.
Levando e adaptando ao âmbito educativo alguns conceitos elaborados
por Arendt para o campo político, os autores esboçam
a educação como uma vida ativa educativa que
se refere à integridade da condição humana.
Em particular, a categoria de ação educativa
ilumina as dinâmicas de mútuo enriquecimento e de construção
compartilhada de sentido que se ativam na livre e paritária
interação entre pessoas, fiel às condições
humanas da pluralidade e da natalidade.
Esta dimensão da práxis educativa
se desconhece, com freqüência, na linguagem adotada nos
planos e nas reformas educativas de nível nacional e internacional.
Como exemplo de contraste, os autores citam casos que seguem os
critérios ditados pela noção de desenvolvimento
humano, atual paradigma de interpretação da realidade
sócio-econômica internacional. O artigo analisa as
argumentações do discurso de tal desenvolvimento,
fundado na teoria das capacidades elaborada por Amartya Sen, mostrando
a insuficiência de suas pressuposições antropológicas:
uma concepção moderna da liberdade restrita à
eleição individual autônoma, um sentido débil
da propriedade comunitária a favor de uma individualidade
atomizada, o bem-estar entendido como sucesso individual. É
possível reconhecer a influência deste enfoque na visão
instrumental da educação difundida hoje, que origina,
no âmbito curricular, fenômenos como a «doença
do diploma» ou o «currículo sobrecarregado».
A perspectiva arendtiana permite dialogar criticamente com estas
problemáticas do mundo educativo contemporâneo e oferece
estímulos para a experimentação pedagógica,
como ensina a referência a uma experiência concreta
de renovação curricular em uma universidade escandinava.
1. Introducción
Este ensayo pretende desarrollar una noción
destinada a pensar sobre la educación en nuestros días1. Esta noción es acción
educativa. «Pensar sobre la educación» no es
lo mismo que defender uno entre los paradigmas pedagógicos
conocidos o diseñar propuestas técnicas de planificación
institucional. Pensar es un acto humano por excelencia, que, como
propone la noción aristotélica de praxis, deserta
del dominio utilitario inmediato y nos abre a lo inusitado. Pensar
es buscar la verdad en nuestro mundo, persuadidos de que nunca se
la va a poseer, porque las realidades de la vida no se resuelven
con recetas acabadas y se resisten a nuestras posesividades.
La educación tampoco tiene recetas acabadas porque pertenece,
como el pensamiento, a la realidad plural de la vida humana en un
mundo común. Educar, como pensar, es un deseo (orexis)
de actuar inteligentemente con una apertura que trasciende los linderos
conocidos.
Con Hannah Arendt, en cuyo pensamiento se inspira
este ensayo, podemos entender la educación como acción.
La acción es la actividad humana fundamental por
la que aparecemos en un espacio común o público como
seres únicos e irrepetibles. Arendt entiende esta aparición
como autorrevelación, que no sólo es revelación
de uno mismo a uno mismo, sino también, y sobre todo, una
revelación de uno mismo ante los demás. Por eso, la
educación guarda similitudes con la esfera de lo público,
o, vale decir, con la política. Esto lleva a plantear la
convicción de que la educación, como acción
educativa, tiende a reforzar la esfera pública desde
su ámbito específico. ¿Qué implica
actuar en el ámbito educativo? Es eso lo que invitamos a
pensar con el contenido de estas páginas.
El desarrollo del presente ensayo refleja el itinerario
de investigación y la práctica educativa que hemos
realizado en los últimos dos años. Por un lado, está
el interés por la noción de desarrollo humano,
y, por otro, la preocupación por la educación intercultural
y el pensamiento de Hannah Arendt.
El desarrollo humano es la teoría hegemónica
del desarrollo en estos momentos, desde que el PNUD la popularizó
en su Informe de 1990. Expresión de moda, la noción
de desarrollo humano puede servir como puerta de entrada excepcional
para revisar nuestra acción educativa, porque pretende poner
en el centro de la discusión socioeconómica lo que
sería la humanidad de lo humano en nuestros días.
La primera parte del trabajo consiste en presentar críticamente
la noción de desarrollo humano, en la medida en que sirve
de modelo para muchas discusiones educativas en el ámbito
internacional2. Ahora
bien, no proponemos que se aplique mecánicamente la noción
de desarrollo humano a la educación. Apoyada en la teoría
de las capacidades de Amartya Sen (capability approach),
la noción de desarrollo humano esconde una visión
liberal de la política que nos parece criticable. En concreto,
defiende un concepto de libertad que pone el acento en la elección
racional de los individuos. La filosofía de Arendt ofrece
pistas para subsanar los déficit de la filosofía política
liberal de la teoría de las capacidades.
La segunda parte de este ensayo explica la noción
fenomenológica de vita activa de Arendt. Al mismo
tiempo, retoma los puntos claves de la filosofía política
liberal que sostienen el edificio conceptual del desarrollo humano
y que están implícitos en la noción de capacidades.
Además, adelanta las implicaciones de entender la educación
como vita activa.
La tercera parte propone una fenomenología
de la praxis educativa, inspirándose en la noción
arendtiana de vita activa. La educación es pensada
como vita activa educativa, que plantea el compromiso
de construir, conservar y revolucionar un mundo común signado
por la novedad de recién llegados. En este punto se precisará
el valor heurístico de la noción de acción
educativa.
La cuarta parte desarrolla las implicaciones de
la acción educativa en el marco del actual debate sobre el
currículo. Las conclusiones harán un breve balance
del camino recorrido.
2. Desarrollo humano y capacidades
Comencemos dando una idea general de lo que significa
desarrollo humano. Dicha idea se centra en el mejoramiento de la
calidad de vida y en el bienestar de los hombres. Pretende superar
una noción de desarrollo entendida sólo en términos
económicos (crecimiento del PBI o aumento del ingreso, industrialización,
libre mercado, etc.). Su propósito está resumido en
su eslogan: «Desarrollo de los seres humanos, para
los seres humanos, por los seres humanos».
La noción apareció como tal en 1990,
en el Informe de desarrollo humano publicado por el PNUD3. Este Informe, impulsado por Mahbub
ul Haq, se centró en introducir un Índice del Desarrollo
Humano (IDH) en las discusiones internacionales sobre el desarrollo.
La portada de dicha publicación muestra dos curvas que representan
los resultados de los dos modelos de medición del desarrollo
que se deseaban contraponer: la curva del IDH y la del PBI per cápita.
A pesar de haberse presentado asociada a una función matemática,
la definición de desarrollo humano no aparece con la misma
claridad que ofrece la noción de desarrollo como ingreso
per cápita. Sin embargo, la noción de desarrollo humano
ha entrado en el vocabulario mundial a través de las Cumbres
de la Tierra convocadas por la ONU, primero de manera tímida
en El Cairo, en 1994, y después de forma más clara
en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social, celebrada en Copenhague
en 1995. Richard Jolly antiguo director de la UNICEF, especialista
internacional sobre el desarrollo y arquitecto de los informes del
PNUD ha subrayado cómo la expresión desarrollo
humano ha ocupado el lugar de otros términos que se refieren
al desarrollo de manera más restrictiva, como desarrollo
de los recursos humanos, desarrollo social o desarrollo económico.
A comienzos del siglo xxi, el desarrollo humano es considerado en
muchos lugares donde se trabaja por mejorar la sociedad actual como
un concepto fundamental e inclusivo, como un término-clave
que expresa de manera idónea un complejo conjunto de cuestiones,
dimensiones, prioridades, necesidades y fines relacionados con la
lucha por una vida mejor.
Como ya se dijo, en el Informe del PNUD
no encontramos una definición precisa de desarrollo humano.
En su prefacio, proclama que en los tiempos conmovedores de aquel
entonces se estaba «redescubriendo la verdad esencial de que
las personas deben estar en el centro de todo desarrollo»4.
Era el fin de la década perdida, cuando el modelo de desarrollo
apoyado sobre el ajuste estructural y sobre el libre mercado había
mostrado sus límites y su ineficacia. Pero, ¿en qué
consiste la centralidad de las personas? El Informe opta,
en la línea del rational choice y de una concepción
liberal de libertad, por entender que lo que humaniza es «ofrecer
a las personas (people) más opciones»5.
Desarrollar humanamente es dar opciones, pero, ¿no es justamente
eso lo que hacen los supermercados de hoy? Por tanto, se plantea
la necesidad de establecer cuáles opciones son las que permiten
desarrollar humanamente una sociedad contemporánea.
Para sorpresa de quien espera que la noción
de desarrollo humano se desprenda del modelo de desarrollo que pretende
superar, la primera opción que se enuncia para desarrollar
a las personas es acceso al ingreso, aunque el texto se apresura
a aclarar que el ingreso no se debe entender como un fin en sí
mismo sino como un medio para alcanzar el bienestar humano. Junto
al ingreso se presentan estas otras opciones: vida larga, conocimiento,
libertad política, seguridad personal, participación
en la vida de la comunidad y garantía de los derechos humanos6.
Después de esta enumeración, el Informe proclama
estar convencido de que las personas no se reducen a ser criaturas
económicas. Y concluye: «lo que hace fascinantes a las
personas y al estudio del proceso de desarrollo es el espectro completo
a través del cual las capacidades humanas se expanden y utilizan».
Tras la noción de desarrollo humano aparece
ahora este término complejo e impreciso, capacidades, que
Amartya Sen había elaborado en la década de los 807 y que comenzó a abandonar en 1999, precisamente
por su imprecisión y por la profundización de su posición
liberal. Por eso, un poco de historia puede ayudar a comprender
mejor este término. Los trabajos pioneros de Sen pertenecen
al campo de la teoría de la elección social (social
choice theory). Pretendían ofrecer un espacio de evaluación
alternativo para la elección social, que denominó
el «espacio de las capacidades» (capability space).
Hasta ese momento, la teoría de la elección social,
inspirada en la ética utilitarista, medía el bienestar
en función de la satisfacción de deseos o placeres
individuales, que se traducen en un sentimiento de realización
personal expresado en un estado mental de felicidad (happiness).
Se suele hablar de utilidades, traduciendo literalmente el vocablo
inglés utilities, que tiene el sentido de beneficio,
para hablar de esas satisfacciones. Según Sen, este espacio
de evaluación es problemático, porque la noción
de felicidad como satisfacción de deseos se escapa de cualquier
tentativa de precisión y no permite realizar una evaluación
consistente de lo que es de verdad valioso8.
La noción de capacidad pretende subsanar este déficit.
En una definición bien conocida por los especialistas del
área, Sen explica que una capacidad es «la habilidad
de una persona para realizar actos valiosos o para alcanzar estados
valiosos de ser; [...] representa las combinaciones alternativas
de cosas que una persona está en condiciones de hacer o de
ser». Por eso, Sen considera que «la capacidad es un tipo
de libertad: la libertad fundamental para [...] lograr diferentes
estilos de vida»10.
En la perspectiva que pretende abrir el enfoque
de las capacidades de Sen, el desarrollo se entiende como «la
expansión de las libertades reales que los ciudadanos disfrutan
para perseguir los objetivos que estiman valiosos, y en este sentido
la expansión de la capacidad humana puede verse, grosso modo,
como el aspecto central del proceso de desarrollo»11.
O, dicho negativamente, «el desarrollo consiste en la eliminación
de algunos tipos de constreñimiento (unfreedoms) que
dejan a las personas con poca opción y con poca oportunidad
de ejercer su agencia razonada (reasoned agency)»12.
Según Sen, la capacidad tiene que ver con
la libertad del individuo; pero, ¿qué concepto de libertad
se delinea en las definiciones de Sen? Pensamos que defiende lo
que puede denominarse un concepto liberal de libertad, el concepto
de libertad que se ha impuesto con los procesos históricos
de la modernidad13 . En la modernidad la discusión de la libertad
se ha desplazado hacia el individuo y hacia las oportunidades que
éste tenga para realizar sus preferencias. El mundo aparece
como un vasto campo de opciones donde el individuo elige maximizando
sus intereses vitales. Los pensadores liberales modernos favorecen
instituciones sociales dentro de las cuales las personas consiguen
satisfacer las metas que se han trazado de forma individual. En
el fondo, la libertad consiste en elegir el tipo de vida que cada
uno desea. No se aceptan valoraciones externas que no hayan sido
suscritas por la persona como individuo. El supuesto antropológico
y ético es que cada persona valora ciertos aspectos de su
vida por encima de otros, y que debe tener derecho de elegir sin
interferencias externas.
Sen ha construido su teoría de las capacidades
apoyándose en la filosofía de John Rawls, que básicamente
es una respuesta al utilitarismo como filosofía política14 . Por eso, la crítica a
los presupuestos de la filosofía política de Rawls
puede extenderse a la propuesta de Sen. Rawls plantea que el utilitarismo
relaciona de manera errónea los dos conceptos fundamentales
de la ética: lo correcto (the right) y el bien o lo
bueno (the good). En este punto, considera que el utilitarismo
sigue el camino de las éticas teleológicas: el bien
es definido como independiente de lo correcto, y lo correcto se
define como aquello que maximiza el bien. Para Rawls esto es problemático.
En su opinión, definir lo correcto como maximización
del bien implica dos ideas que no permiten elaborar una guía
que sirva para la distribución justa de los bienes de una
sociedad moderna. Primero, las éticas teleológicas
dejan aparte nuestros juicios de valor, como si pudieran distinguirse
de los juicios del sentido común. Segundo, exime al bien
de someterse a lo correcto. Por el contrario, la intuición
común de una justa distribución de los bienes de una
sociedad está ligada a lo correcto, no a lo bueno, es decir,
a que se siga un procedimiento claro e imparcial. Llegamos así
a una idea contraria a la defendida por las éticas teleológicas.
Lo correcto aparece como independiente del bien. Más aún,
para lograr una sociedad justa en la modernidad, Rawls concluye
que lo correcto debe anteceder a lo bueno.
Desde el punto de vista social según
este autor, las éticas teleológicas defienden
la realización de una idea de excelencia humana que está
asociada con lo que sus formas culturales consideran como el bien.
A esto llama perfeccionismo. El utilitarismo se viene a sumar
a la posición perfeccionista. «Esta noción se
encuentra en Aristóteles y en Nietzsche. Si el bien es definido
como placer, tenemos el hedonismo; si lo es como felicidad, el eudaimonismo,
y así sucesivamente. Voy a entender el principio de utilidad
en su forma clásica, es decir, como la satisfacción
del deseo... Los términos apropiados de la cooperación
social están fijados por cualquiera que, dadas las circunstancias,
obtenga la mayor suma de satisfacción de los deseos racionales
de los individuos»15. Rawls quiere concluir, dentro de su teoría de
la justicia, que el utilitarismo, al poner la satisfacción
del deseo como lo bueno, no es capaz de establecer reglas imparciales
para la distribución equitativa de los bienes. Pero los presupuestos
teóricos de Rawls, que proponen separar lo correcto y lo
justo de lo bueno, han provocado una discusión filosófica
sobre todo en el camp anglosajón que tiende a
simplificaciones perniciosas. En estas oposiciones conceptuales
sin matices se pierden dimensiones importantes para poder pensar
la educación. Conocer los límites de estas oposiciones
constituye un punto de partida fértil para tomar distancia
del esquema de educación que domina en nuestros días
influido por una visión liberal de la sociedad.
El debate filosófico-político anglosajón,
hegemónico hoy por hoy, se ha planteado como la oposición
entre lo justo y lo bueno, entre liberales y comunitaristas o entre
antiperfeccionismo y perfeccionismo. Estas oposiciones se traducen
en posturas políticas encontradas que debaten un punto: ¿debe
un Estado moderno defender una concepción de la vida buena?16. Por ejemplo, ¿debe favorecer
un tipo de políticas al margen de lo que piense la mayoría
de sus ciudadanos (financiar políticas educativas que favorezcan
la interacción cultural o las actividades artísticas
de una minoría)? En la medida en que la filosofía
política anglosajona sirve de soporte a la noción
de desarrollo humano, estas oposiciones están implícitas
en los debates educativos inspirados en la misma.
Para lo que vamos a desarrollar más adelante,
conviene explicitar el debate entre los perfeccionistas y los antiperfeccionistas.
En la filosofía política anglosajona se suele entender
por perfeccionismo la posición que defiende una concepción
de la vida buena de carácter universal. Según Thomas
Hurka17, el perfeccionismo
es una de las grandes tradiciones morales de Occidente. El perfeccionismo
entiende que ciertas dimensiones humanas, como el conocimiento,
el poder lograr lo que se desea, la amistad... son buenas con independencia
del placer que puedan dar. El acto moralmente correcto es aquel
que promueve estas dimensiones humanas. Precisando un poco más,
el perfeccionismo identifica el bien humano en relación con
la noción de naturaleza humana. Un perfeccionista como Hurka
sostiene que si el conocimiento y el poder lograr lo que se desea
son cosas buenas, se debe a que realizan aspectos de la naturaleza
humana. Para los perfeccionistas la racionalidad juega un papel
central en la naturaleza humana. Con esta convicción, los
perfeccionistas, con el pragmatismo que caracteriza a la escuela
anglosajona, procuran describir con exactitud y claridad lo que
implica una vida humana realizada, sobre todo en relación
con la racionalidad. A partir de ahí, sacan conclusiones
políticas para las reflexiones sobre la libertad y la igualdad.
Con tal trasfondo queremos presentar la tentativa
de Sabina Alkire, colaboradora estrecha de Amartya Sen. Alkire se
apropia del pensamiento del filósofo neoaristotélico
John Finnis, para indicar la conveniencia de elaborar una lista
completa pero abierta de capacidades humanas que servirían
para evaluar lo que es una vida humana florecida. Contraria a Sen,
Alkire cree que es posible y conveniente establecer una lista de
dimensiones humanas básicas de carácter universal
que permita concretizar el enfoque de las capacidades.
En su obra sobre la ley natural, Finnis elabora
una lista de bienes humanos básicos, que relaciona con el
uso de la razón práctica (ver cuadro 1).
Para Alkire, las descripciones objetivas de Finnis
admiten conservar un espacio donde se realicen especificaciones
históricas, culturales o personales de los bienes humanos
básicos18. Estos bienes son como los colores
primarios de cualquier teoría valorativa. Desde la discusión
planteada en el ámbito anglosajón entre perfeccionismo
y antiperfeccionismo, el esfuerzo de Alkire nos permite vislumbrar
una especie de perfeccionismo crítico o perfeccionismo hermenéutico,
es decir, la defensa de una concepción objetiva de la vida
buena que esté abierta a la interpretación de las
personas. La misma Alkire nos trae el ejemplo de cómo Finnis
ha reelaborado su lista de formas básicas de florecimiento
humano cuando ha trabajado con otros filósofos19.
Cuadro 1
Cuadro 2
Hacer listas sobre qué significa el desarrollo
humano puede ser útil en la medida en que no quite a las
personas su creatividad ni las someta al totalitarismo de una concepción
estática de la realidad. Cuando una institución educativa
planifica o traza criterios de evaluación, puede hacer este
ejercicio propuesto por Alkire, teniendo cuidado de no promover
una concepción liberal de la vida centrada sólo en
las opciones individuales ni alimentar dinamismos totalitarios en
sus prácticas. De todos modos, en la medida en que se limita
al enfoque de las capacidades, la tentativa de Alkire queda prisionera
de un esquema instrumental y no permite vislumbrar lo que es verdaderamente
humano de un encuentro: la radical imprevisibilidad de las decisiones
personales, la apertura respetuosa al misterio único de cada
persona y el enraizamiento del individuo en una condición
mundanal, elementos fundamentales para pensar la educación.
3. Más allá de las capacidades:
la vita activa
Como hemos mostrado, la noción de capacidades
está inspirada en los dos pilares fundamentales de la moderna
sociedad liberal: la idea de que el definitivo destinatario de la
actividad social es el individuo, y que el valor último que
se debe promover es la libertad de opción de ese individuo.
Hasta la caída del Muro de Berlín, unida al fin de
la Guerra Fría, esta visión individualista del ser
humano se veía contrarrestada por la propuesta socialista.
La alternativa socialista, sin embargo, cayó en un totalitarismo
colectivista que no soportó los procesos de individualización
que caracterizan la modernidad20.
Uno de los principales objetivos del pensamiento
de Arendt es construir una filosofía política que
corrija, al mismo tiempo, la aniquilación de la individualidad
que caracterizó a los regímenes totalitarios del siglo
xx, y el individualismo del capitalismo tardío de la sociedad
contemporánea. Este individualismo debilita el sentido de
la comunidad y de la tradición, y acaba por reducir la vida
humana a opciones concretas aquí y ahora. El mundo aparece
ante las personas afectadas por dicho individualismo como un campo
de oportunidades para sus deseos particulares. Parece no haber límites
para esta actividad desiderativa.
Para presentar una alternativa a esa concepción
individualista, de la que no parece librarse del todo la noción
de desarrollo humano, vamos a explicar la noción arendtiana
de vita activa, poniendo de relieve sus implicaciones antiliberales
y desplazando la discusión entre perfeccionismo y antiperfeccionismo
que opone de manera ingenua la objetividad y la subjetividad de
las prácticas humanas21.
Mostraremos en cuáles aspectos el pensamiento de Arendt puede
abrir nuevas perspectivas de análisis para la educación.
Tales perspectivas serán desarrolladas en la tercera parte
del ensayo.
La noción de vita activa permite
retomar de manera más amplia la crítica que hace la
noción de desarrollo humano al economicismo. Arendt no trata
simplemente de tomar distancia del homo oeconomicus, sino
de plantear una antropología filosófica novedosa.
Su objetivo es aclarar las actividades fundamentales que corresponden
a las condiciones básicas de la vida humana sobre la tierra22.
Estas condiciones se refieren a la realidad humana de una forma
que no se vale ni del lenguaje universal y a-histórico que
utiliza una metafísica clásica de las esencias (al
que es proclive el llamado perfeccionismo neoaristotélico),
ni del lenguaje relativista que suelen utilizar posiciones antimetafísicas
radicales (lo que puede suceder con ciertas posiciones antiperfeccionistas
liberales, como la de Sen). La perspectiva fenomenológica
de Arendt distingue tres actividades básicas que intentan
describir cómo habita el ser humano en el mundo. Dichas actividades
son: labor, trabajo y acción23 . Esta distinción ofrece una visión
menos simplificada de los seres humanos. Intenta mostrar la complejidad
de lo que somos y hacemos, planteando la tarea de pensar esa complejidad.
La labor es la actividad que corresponde
al metabolismo del cuerpo humano. Tiene que ver con las necesidades
vitales. «La condición humana de la labor es la misma
vida» (CH, p. 21), entendida desde la perspectiva biológica
como la zoé griega. Por medio de la labor los seres
humanos realizan lo vitalmente necesario: comer, beber, respirar,
vestirse, dormir... A pesar de conducirse en una línea de
declive nacer, crecer, reproducirse y morir, el proceso
vital de la labor es en sí mismo circular. La labor sigue
el ciclo de las necesidades corporales imponiendo el consumo inmediato,
que se caracteriza por la fugacidad. Dado que su efecto no perdura
en el tiempo, la actividad de la labor no conduce nunca a un fin
y encierra al ser humano en la eterna repetición de actos
que satisfacen sus necesidades. Mientras dure su vida, todo ser
humano se verá condicionado por la repetición y por
la fugacidad que proceden de esa actividad fundamental que es la
labor. En tal nivel no se puede expresar la unicidad del ser humano.
Arendt retoma y reinterpreta así la distinción entre
el óikos (dominio de lo privado signado por la necesidad)
y el agorá (esfera pública donde la libertad
se hace realidad). El aislamiento de la vida privada ídion
no permite que se desarrolle una identidad libre ligada a la
vida en común o pública koinón.
En ese sentido pensamos que, en estricto lenguaje arendtiano, no
se puede hablar con propiedad de una labor educativa. Sin embargo,
las personas implicadas en la educación nunca se escapan
de la condición laboriosa de la existencia, que impone su
ciclicidad y su fugacidad. Sobre esto volveremos más
adelante.
El trabajo es una actividad que corresponde
a lo no natural de la vida del ser humano. En dicho sentido, se
contrapone a la labor. El trabajo produce una obra que no es provisional
y tiende a escaparse de la ciclicidad. Las cosas que se hacen por
el trabajo gozan de cierta independencia en relación con
quien las produce. Por eso, pueden ser compartidas y constituyen
un lugar donde los seres humanos se sitúan. La actividad
del trabajo construye un mundo de cosas artificial, contrapuesto
al mundo natural, que trasciende la finitud temporal de la vida
de cada persona (CH, p. 22). Surge un mundo de cosas que antes no
existía, que sobrevivirá a sus creadores y que será
heredado por las personas que llegarán. Arendt dice que «la
condición humana del trabajo es la mundanidad» (CH,
p. 21). En cuanto representa una dimensión de permanencia
llamada a la durabilidad, la mundanidad es fundamental para el ser
humano. Por el trabajo se obtiene un escenario compartido donde
se puede interactuar con los demás, anclado en el espacio
pero trascendiendo en el tiempo. Ya no se trata de la simple zoé
o vida biológica, sino de un biós o forma
de vida humana. En este caso, pensamos que se puede hablar de un
trabajo educativo. Al profesor y al alumno se les exigen obras o
trabajos que sirven de base para la interacción humana que
es la educación. Sin embargo, la exigencia del trabajo de
producir una obra corre el riesgo de la reificación (CH,
p. 160 y ss.), la instrumentalización (CH, p. 171 y ss.)
y la mercantilización (CH, p. 177 y ss.). El trabajo tampoco
ofrece el marco adecuado para que se exprese la unicidad de cada
ser humano, lo más propio de su ser. Por eso, la educación
no puede reducirse a mero trabajo. Volveremos también sobre
esto en el apartado siguiente.
La acción (y la palabra) es el dominio
más específico de lo humano, que, según Arendt,
corresponde a una dimensión de la vita activa casi
ignorada por la tradición filosófica occidental (CH,
p. 200 y ss.). «La acción, única actividad que
se da entre los hombres sin la mediación de cosas o de materia,
corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho
de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en
el mundo» (CH, pp. 21-22). Esta primera definición de
acción en La condición humana transparenta
la convicción arendtiana de que lo que es de verdad humano
no pertenece al reino de la necesidad ni a la racionalidad instrumental.
Pero sí pone de relieve la noción de pluralidad. Ya
hemos dicho que el pensamiento de Arendt es, en buena medida, una
reacción a los totalitarismos del siglo xx; quiere recuperar
la singularidad del individuo sin negar la multiplicidad de los
actores. Más aún, sólo la multiplicidad de
seres humanos hace posible la singularidad de cada uno. Aquí
tenemos un punto de partida muy diferente al del individuo atómico,
que, en última instancia, presupone la noción hegemónica
de desarrollo humano inspirada en el enfoque de las capacidades24
. En la acción, en ese sentido fenomenológico específico,
cada ser humano aparece en el mundo manifestándose ante los
demás como un ser irrepetible e impredecible, no como un
individuo abstracto consumidor de bienes (por eso aquí resulta
irrelevante si la lista de bienes primarios o de capacidades básicas
está abierta o cerrada). La unicidad del individuo, que se
pone de manifiesto en la acción, implica una novedad que
no le viene de sus obras ni de sus opciones, sino de su propia aparición.
El discurso del desarrollo humano no permite pensar en la novedad
que implica la llegada de otras personas al mundo. Tampoco permite
pensar adecuadamente en el hecho de que estas personas llegan a
un mundo que ya está constituido por acciones humanas anteriores
que están llamadas a perdurar en el tiempo, es decir, carece
de sentido de la historia.
La noción arendtiana de acción concebida
como unión de palabra y acción debe ser
estudiada con mucho detenimiento, pues el pensamiento de Arendt
se desarrolla con un discurso que huye del sistema25. Veamos tan sólo dos de sus trazos más
característicos.
En primer lugar, la acción inicia (o re-inicia)
procesos por los que la persona se pone en relación con las
demás como iguales, constituyendo un auténtico y renovado
espacio público donde cada uno puede aparecer sin ser instrumentalizado26 . En la medida en que cada persona
se manifiesta de manera no-instrumental o manipuladora, se expone
a las demás y se despoja de los dinamismos egocéntricos
de la personalidad. Para Arendt, lo importante es que las personas
participen en esta actividad de manifestación mostrando lo
mejor de sí mismas, su excelencia, otro de los elementos
impensables dentro del liberalismo que caracteriza el discurso del
desarrollo humano27. La acción se acerca al sentido aristotélico
de praxis, es decir, a un acto que tiene su fin en sí mismo,
independientemente de su utilidad (CH, p. 209). En este punto, el
horizonte conceptual arendtiano de la acción genera una crítica
más radical del utilitarismo que el espacio de las capacidades
(CH, pp. 172-174). El enfoque de las capacidades sigue defendiendo
un antropocentrismo individualista, donde lo que cuenta es la propia
valoración de estados y de quehaceres. Por el contrario,
la acción es una autorrevelación de la identidad
del individuo que no podría lograr de manera solitaria. No
tiene una finalidad fuera de sí misma, como el trabajo, lo
que implicaría una instrumentalización de las personas
y la idea de que podemos acabar con los asuntos humanos, una tentación
en la que ha caído parcialmente el discurso del desarrollo
humano28. Para Arendt, la acción actualiza el espacio público
en sentido estricto, como una esfera de confrontación de
personas iguales. Lo específico de la acción es el
poder de instaurar relaciones entre las personas, poniendo en movimiento
acciones concertadas.
En segundo lugar, y por el mismo proceso de manifestación
de cada persona, se verifica una novedad que no siempre viene dada
por el contenido inaudito de lo expresado o lo realizado, sino por
el mero hecho de la irrupción de alguien diferente en el
espacio público. «Con palabra y acto nos insertamos
en el mundo humano y esta inserción es como un segundo nacimiento,
en el que confirmamos y asumimos el hecho desnudo de nuestra original
apariencia física» (CH, p. 201). Con ese rasgo se llega
a la noción de natalidad, central en la obra de Arendt
y muy importante para su pensamiento sobre la educación.
El hecho de nacer sirve para ilustrar la manera específica
en que los seres humanos están en el mundo, es decir, como
la posibilidad de renovarse y de renovar a pesar de su fragilidad29. Natalidad es el término
que utiliza Arendt para referirse a la capacidad humana de renovación,
que se lleva a cabo continuamente a través de la recepción
de los recién llegados y del gusto por compartir con ellos
la esfera pública. Su finalidad es la reconstrucción
del mundo común30.
La natalidad pone de manifiesto lo imprevisible de la acción
humana, otro aspecto que el enfoque del desarrollo humano no toma
en consideración. Para Arendt la misión de la educación
consiste, ante todo, en conservar esa natalidad.
4. Vita activa y comunidad educativa:
la acción educativa
La noción de acción educativa que
queremos presentar se sirve de las reflexiones de Arendt sobre la
vita activa31. Hay que hacer una clarificación
desde el inicio. Ella pensó su noción de acción
para la esfera política, no para la educación. Inclusive
en el ensayo que dedica a la educación32 parece establecer una distinción neta entre lo
político y lo educativo. Sin embargo, tal distinción
debe entenderse en el marco de los objetivos del ensayo de Arendt,
que evalúa las reformas educativas de la escuela primaria
estadounidense. Dentro de ese marco, queda claro que lo que es válido
para la democracia política no lo es siempre para la democracia
educativa. En dicho escrito busca recuperar una noción de
autoridad que resulta imprescindible para forjar la personalidad
de niños y niñas. Por ese camino muestra cuán
absurdo es entregar a la infantilidad de los alumnos todo el proceso
educativo. No obstante, en el mismo ensayo afirma que la misión
de la educación es conservar la natalidad, una noción
que, como hemos visto, pertenece a la esfera de la acción.
Por otra parte, de otros textos de la autora se puede colegir la
posibilidad del papel crítico de las universidades en la
sociedad de masas33 . Eso hace pensar en una misión
política de la universidad. Formulemos así una pregunta
que nos guíe en la reflexión: bajo las condiciones
de la sociedad de masas, ¿en qué puede consistir la
misión educativa de la universidad como institución?
La universidad ha conocido en la segunda mitad
del siglo xx los efectos nocivos de la masificación de la
enseñanza34, que no es más que un reflejo
de su opción por entrar en las reglas de juego del proyecto
social de la modernidad. Aunque sea muy problemático abogar
por una concepción elitista de la educación superior,
no se puede dejar de reconocer el problema que implica la masificación
de la enseñanza universitaria en detrimento de la educación,
del saber, y, sobre todo, del pensar. Frente a esta problemática,
la noción arendtiana de natalidad ofrece un horizonte
de cuestionamientos que permite pensar nuevas perspectivas educativas.
¿Cómo unir natalidad y educación? El punto de
intersección se encuentra en la acción educativa.
La acción educativa conserva la novedad acogiendo la pluralidad,
aceptando la imprevisibilidad, cuidando la fragilidad
e introduciendo la narración en la vida educativa.
Desde el punto de vista práctico, esto implica promover que
todos los miembros de la comunidad educativa adquieren una comprensión
de sí mismos, abandonando la idea de que el mundo o su posición
en él son realidades fijas, determinadas o inmutables. Veamos
punto por punto estos rasgos de la acción educativa, pues
tienen implicaciones directas para la formación de una actitud
política en la sociedad de masas.
En una sociedad de masas cultivar la pluralidad
significa reaccionar a la homogeneización de los seres humanos.
Como ya vimos en una cita de Arendt, no existe el ser humano, sino
los seres humanos, con su inevitable multiplicidad de posicionamientos.
En el ejercicio de reconocer la presencia del otro, como otro, podemos
desvelarnos de verdad como personas únicas e irrepetibles.
Pero eso lleva aparejado dejar que el otro se manifieste en su unicidad.
La acción educativa actualiza así una dimensión
de la existencia humana que valoriza la multiplicidad de los discursos
humanos. Las consecuencias directas para el cultivo de una formación
pluralista e inclusiva son evidentes. Pero creemos que también
tiene implicaciones cognitivas importantes, que pueden reconocer
y promover la diversidad de los procesos de aprendizaje en lo personal
y en lo cultural35.
La aceptación de la pluralidad de perspectivas
posibles supone admitir la imprevisibilidad de la otra persona
como fuente de enriquecimiento para la relación que es la
educación. Admitir al otro como imprevisible predispone a
escuchar su palabra y su acción como una oportunidad en la
que se puede desvelar algo nuevo. Favorece una actitud flexible
y una disposición al riesgo en las distintas interacciones
de la praxis educativa. Además, exige renunciar a la rígida
clasificación del otro motivada por la búsqueda de
falsas seguridades o por el ansia de obtener resultados acabados
y mensurables. De este modo se abre el campo a lo inusitado. Entonces,
la innovación puede ocurrir en la educación más
allá de las meras reformas, sin que las relaciones entre
los actores educativos se vean amenazadas36.
Abrirse al riesgo de lo nuevo en relaciones humanas
no instrumentales pone de manifiesto la fragilidad constitutiva
de la acción, y, por tanto, de nuestra condición humana.
Como ya se ha dicho, la acción nunca se realiza en solitario.
Se lleva a cabo en una pluralidad humana que interactúa en
todo momento con nuestra capacidad de hacer, modificándola.
«Debido a que el actor siempre se mueve entre y en relación
con otros seres actuantes, nunca es simplemente un agente,
sino que siempre y al mismo tiempo es un paciente» (CH, p.
213). De manera análoga, los acontecimientos colectivos que
surgen de la concertación son intrínsecamente frágiles,
porque están expuestos a la contingencia del actuar humano.
Al cuidar la fragilidad de los asuntos humanos, se adquiere el compromiso
con la renovación continua de los vínculos compartidos.
La modernidad, con su cultura del trabajo, se resiste a aceptar
la fragilidad de las actividades humanas. La modernidad no quiere
saber nada del sufrimiento y sólo valoriza los logros y los
triunfos. Por eso, en la medida en que la universidad se moderniza
tiende a preverlo todo y a perder la capacidad de acoger institucionalmente
esta condición básica de los seres humanos. La falta
de acogida de la fragilidad se nota, por ejemplo, en la poca preocupación
que se muestra en general por los estudiantes con dificultades.
También, en prácticas burocráticas rígidas
que dificultan dar respuesta a las necesidades personales en la
comunidad educativa. Las universidades se suelen enorgullecer de
sus egresados como profesionales exitosos, y no tanto como personas
capaces de compartir y de crear relaciones humanas en el espacio
público.
La acción educativa, por tanto, trata con
un quién, no con un qué. Los miembros de la comunidad
educativa no son números de matrícula o claves de
materia. Son vidas que se despliegan en el tiempo presente y que
necesitan llenarse de sentido tendiendo un puente entre su pasado
y su futuro. Este sentido necesita la presencia de los otros para
revelarse. Los otros son testigos de las acciones y de las palabras
por las que se manifiesta el quién de cada persona. El propio
quién escapa de la voluntad y de la comprensión del
actor, pues depende de las narraciones de los otros que siguen a
la autorrevelación del actor. Por eso, las interacciones
humanas generan siempre historias37. La revelación de sí
mismo se hace a través de la narración. El
actor no es capaz de alcanzar el pleno sentido de su acción,
que sólo emerge post-factum, después de ser
narrada en el espacio público. Para Arendt el narrador, como
historiador, está en mejores condiciones que el actor de
captar el sentido de la acción, así como de conocer
su quién. Esta idea es problemática38, pero queremos rescatar un aspecto
positivo: la identidad surge de la pluralidad y no es una construcción
solipsista. La comunidad educativa tendría que ser, en este
sentido, un espacio privilegiado donde se explayara la propia identidad,
contando con el testimonio de los otros y aceptando la mutua dependencia
constitutiva. Desde tal perspectiva podemos preguntarnos: ¿en
qué medida el debate sobre el currículo está
pensado para un quién? Intentaremos dar algunas pistas en
el cuarto apartado.
Lo reflexionado hasta aquí sobre la acción
educativa nos permite retomar otras dimensiones de la educación
como vita activa, o lo que bien se puede llamar vita activa
educativa. Un primer paso es poder situarse en relación con
las exigencias de la labor. Ya hemos dicho que la labor plantea
dos problemas fundamentales ligados a la condición humana
de la vida: la ciclicidad y la fugacidad. La ciclicidad
se manifiesta en la repetición del ciclo educativo. Cada
año el docente o la institución educativa tienen la
impresión de arrancar de cero, de que en el fondo las cosas
no progresan en línea recta, y que el afán educativo
es el mismo. Escenas análogas parecen repetirse. Las estaciones
semejan marcar la vida de las instituciones educativas: verano,
invierno... Sin embargo, todas las personas implicadas en la educación
deben aprender a contar con el tedio inherente a la vida humana
y aprender a convivir con él. La fugacidad acompaña
las actividades educativas todos los días: el encuentro entre
alumnos y profesores está marcado por el paso incontenible
de los segundos. En la universidad masificada siempre se tiene la
sensación de que no hay tiempo para un encuentro verdadero.
La natalidad viene a corregir esta experiencia propia de la labor,
recordando que cada grupo es diferente; más aún, que
cada alumna y cada alumno son diferentes, que vale la pena esmerarse
en acoger a los recién llegados a una etapa nueva, porque
nunca sucede lo mismo aunque se repita la mayoría de las
actividades educativas. La natalidad puede ayudar a sobreponerse
al hartazgo que comporta lo laborioso en la educación, y,
más todavía, a entender el propio hartazgo que producen
las escenas repetidas «como un signo de que un encuentro ético
está en proceso»39.
Cuando los alumnos o los profesores se hartan de actividades educativas
en las que se ven implicados o cuestionados, se pone de manifiesto
un malestar en este mundo común que exige ser enfrentado
renovadamente hasta que sus causas no sean del todo transformadas40.
Un segundo paso consiste en dar una justa dimensión
a la esfera del trabajo en la educación. La actividad
educativa se plasma en obras, pero ese no debe ser su objetivo último,
sino la condición de posibilitar para algo más decisivo
que es la disposición a construir, conservar y revolucionar
el mundo común41
. La universidad de hoy quiere tener un campus arquitectónicamente
bien construido, no sólo con edificios adecuados, sino con
sus obras de arte y sus lugares de esparcimiento; quiere un currículo
competitivo, claro y actualizado; desea establecer sistemas evaluativos
que midan la eficacia de sus cursos, de sus profesores, de sus alumnos,
de sus administradores..., para concursar con las otras universidades;
en fin, la universidad de hoy pone en funcionamiento todo un aparato
burocrático de archivos y de diplomas que dan testimonio
de que el trabajo académico ha sido concluido satisfactoriamente.
En esta mundanidad de la universidad se corre el riesgo de
reificar, instrumentalizar y mercantilizar la acción educativa.
Por reificación Arendt entiende un aspecto negativo del trabajo,
que tiende a transformarlo todo en cosas tangibles y acabadas, sin
contar con la persona que las hace (CH, p. 163). Piénsese
en el sistema de eva-luación por calificaciones que usan
todas las universidades. Este sistema sigue midiendo resultados
tangibles según criterios cuantitativos. O piénsese
en el sistema de evaluación de cada curso, que no produce
cambios en los profesores o en la estructura departamental. No obstante,
buena parte de lo que acontece en la educación no se puede
medir, ni predecir, ni dar por acabado. Como consecuencia de la
reificación, se da la instrumentalización de la existencia.
Todo se convierte en mero medio para fines utilitarios (CH, p. 172).
La pregunta típica del alumnado: ¿para qué sirve
esto, profesor? se explica en la mayoría de los casos por
la dimensión instrumental que impone la sociedad del trabajo.
La educación puede colaborar a suavizar esta exigencia pragmática,
favoreciendo experiencias complementarias de gratuidad que difícilmente
se tendrán en el mercado de trabajo. En fin, la mercantilización
de la que habla Arendt es deudora de la idea marxista de que la
sociedad capitalista convierte todo valor de uso en valor de cambio.
La mercantilización es quizás el golpe más
bajo que se le puede dar a la educación: la institución
se ciñe a ideales de calidad total que rigen el comercio,
y las relaciones alumno-profesor toman la forma de cliente-negociante42.
En La condición humana la noción
de acción está ligada a la de espacio público,
que es la esfera donde se relacionan los actores expresando su unicidad
y realizando su libertad. Haciendo una analogía con la noción
de espacio público, podemos considerar la comunidad educativa
como la esfera que realiza la acción educativa, más
allá de relaciones mercantiles o instrumentales. En este
ámbito, las actividades académicas surgen como una
búsqueda compartida del conocimiento, con una mayor sensibilidad
hacia los aspectos públicos del quehacer científico,
y creando un abanico de prioridades distintas de las que prevalecen
hoy día, marcadas por el utilitarismo. Se valora la creatividad
y la originalidad de la investigación, evitando que ésta
se convierta en un mero instrumento para afirmar el propio ego.
La investigación compartida se abre a la novedad porque acepta
la fragilidad del saber construido en la pluralidad. Lo producido
se ve sometido a la crítica y a la apropiación de
los otros. Con este modo de entender las cosas no resulta extraño
que una investigación comenzada en una dirección se
vea reconducida por otra que no se pudo prever. Así, los
miembros de la comunidad educativa pueden dar cabida a inquietudes
referidas a la integridad de la condición humana. También
la relación en la comunidad académica se ve favorecida.
Con frecuencia, la correspondencia entre los académicos es
un discurso que se escucha a sí mismo y que busca ante todo
refutar a los demás como contrincantes. En fin, en el espacio
público educativo los resultados de la investigación
pueden ser compartidos sin temor al robo, porque no se perderán
los financiamientos o el paper que garantiza el puesto. En
tal situación el saber se construye en la medida en que es
realmente inter-essante43 para todas las personas que comparten
la vida educativa. Inter-essa aquello que abre nuevas perspectivas
de sentido sobre el mundo y sobre la propia identidad.
Por nuestro inter-esse, no debemos olvidar
que en la comunidad educativa está siempre en juego el quién
de cada uno de sus miembros, es decir, la construcción pública
de la propia identidad y de la pertenencia al mundo común.
Se trata de un dinamismo de continua renovación en el que
cada persona (no sólo los estudiantes sino también
los profesores) se descubre deudora en el reencuentro con el otro
que le revela un fragmento inesperado de sentido. La comunidad educativa
se convierte así en el espacio donde se experimenta la importancia
de la escucha, de la reciprocidad y de la acogida de la diferencia
en la construcción de un saber fiel a la condición
humana. La educación contribuye a insertar en el mundo a
cada uno de los recién llegados, promoviendo la fidelidad
a la realidad de la pluralidad y el coraje de asumir la propia unicidad
y la diferencia44.
Con tal perspectiva puede irse más allá.
Repensar la comunidad educativa desde la acción educativa
pone sobre el tapete la potencialidad política intrínseca
a la visión de la educación delineada hasta ahora
en el presente ensayo. Podemos retornar ahora a la pregunta que
servía de guía a esta parte, es decir, en qué
consiste el papel educativo de la universidad en el contexto de
la sociedad de masas. En primer lugar, la universidad ha de garantizar
un espacio autónomo para el ejercicio independiente del pensamiento.
En ella, los miembros de la comunidad educativa pueden pronunciarse
desde su unicidad, rompiendo el anonimato y la estandarización
que promueve la educación masificada. Por esta vía,
el pensamiento que persigue la comunidad educativa como espacio
público no se limita al saber instrumental, sino que promueve
la búsqueda de alternativas a lo ya establecido rebasando
formulaciones manidas. En segundo lugar, como resultado del cultivo
de la independencia del pensamiento, la comunidad educativa desarrolla
su papel político específico en la sociedad. Aparece
aquí el tema arendtiano de la relevancia político-moral
del pensar, elaborado con ocasión del proceso a Eichmann.
En su incansable confrontación con el fenómeno totalitario,
Arendt llega a identificar la ausencia de pensamiento45
como conformidad irreflexiva y banal del individuo a la regla
de la mayoría con la raíz o con la nueva forma
con la cual el mal se ha manifestado en la esfera política
durante el siglo xx. Tal ausencia de pensamiento no sólo
ha caracterizado el adoctrinamiento colectivo de los regímenes
totalitarios, sino que sigue siendo una experiencia «tan común
en nuestra vida cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos
aún la propensión, de detenernos y de pensar»46. Absorbidos como estamos por el ejercicio individual
de elegir entre opciones más satisfactorias o por el esfuerzo
de cumplir con parámetros prefijados de eficiencia, nos olvidamos
de cuestionar el sistema que impone tales opciones y parámetros.
Eso constituye para Arendt una señal de alerta, el indicador
de una pasividad deshumanizante asumida por el individuo contemporáneo
en su relación con la realidad. El ejercicio del pensamiento
independiente en la comunidad educativa gana así una significación
política, no sólo cognitiva. Da el coraje necesario
para resistir toda tentativa homogeneizante que amenace la unicidad
de las personas.
Para una comunidad educativa como espacio público
el punto decisivo es articularse alrededor del quién de la
educación, no del qué. Las implicaciones no son sólo
ético-políticas y afectivas; son también pedagógicas
y cognitivas.
5. Pensar el currículo desde la acción
educativa
En esta parte pretendemos pensar acerca del debate
pedagógico sobre el currículo a partir de la noción
de acción educativa. Confiamos en que la visión educativa
que hemos desarrollado hasta aquí pueda aportar pistas significativas
para aquellas y aquellos que están implicados en el ámbito
educativo, comprometidos en mantener vivos el interés (¿o
mejor debemos decir ya el inter-esse?) y la voluntad de reflexionar
sobre la propia praxis47.
Dicha reflexión no quiere ser exhaustiva,
sino proponer tan solo algunas indicaciones que muestren la fertilidad
de la perspectiva esbozada hasta aquí48. Nuestra reflexión privilegia uno de los aspectos
peculiares de la acción educativa, es decir, la implicación
del quién del educador y del educando en una actividad igualitaria
por la que se construye el saber en común. Vamos a hacer
referencia a un caso concreto de desarrollo del currículo
en la Universidad de Lund (Suecia). Esa experiencia, que explícitamente
hace referencia al pensamiento de Arendt, viene a confirmar también
la fertilidad de la reflexión arendtiana para el ámbito
educativo, e indica la difusión que está alcanzando.
Este ejemplo no lo presentamos como una mera aplicación de
la visión educativa esbozada por nosotros. No adoptamos una
perspectiva instrumental, contradictoria con la posición
que hemos defendido, ni pretendemos apropiarnos de un experimento
en el que no hemos participado.
Hoy en día existen muchas definiciones
del currículo que son más o menos comprehensivas.
Con Eraut49 entendemos el currículo
como la articulación de finalidades, objetivos, pedagogía
y métodos de evaluación. Esta definición es
muy amplia, casi omnicomprensiva. Ahora bien, el currículo
no se agota en estos aspectos explícitos. Se ha llamado la
atención sobre la existencia de un meta-nivel curricular,
que se inspira en las discusiones del currículo oculto (I.
Illich)50. Nuestras
reflexiones, inspiradas en Arendt, se colocan en este meta-nivel.
Hemos planteado la acción educativa en relación crítica
con los valores predominantes en la sociedad contemporánea,
marcada por el liberalismo y el utilitarismo. Tales valores se cuelan
subrepticiamente en las prácticas de la universidad masificada,
sofocando la gratuidad del encuentro interpersonal que es el aspecto
central de la acción educativa.
En el debate curricular actual se plantea el dilema
entre la enfermedad del diploma (diploma disease, según
la expresión de R. P. Doré)51 y el currículo sobrecargado (overcrowded curriculum).
El utilitarismo se refleja con claridad en una práctica
educativa que se reduce a la búsqueda compulsiva de certificados
para insertarse ventajosamente en la sociedad competitiva del trabajo.
También se refleja en una multiplicación innecesaria
de cursos o de contenidos que responden a demandas del mercado de
último minuto, dejando de lado el desarrollo de la integridad
de la persona. Sin entrar en los detalles de este debate, queremos
destacar que las enfermedades de la educación ignoran justamente
el quién que está en juego en la vida educativa. La
importancia de la inserción en el mundo del trabajo no debe
suprimir la fundamental inclusión de las personas en un mundo
común, según la bella y sugestiva expresión
de Arendt. El quién del profesor y del estudiante no puede
ser instrumentalizado u objetivado por el tecnicismo del lenguaje
curricular dominante, sino que debe ser colocado en el centro, concibiendo
a cada quién como actor (y paciente al mismo tiempo) de la
vida educativa activa. Para poder actuar educativamente, el profesor
ha de cultivar una disposición altruista de renuncia al propio
saber52. Tal renuncia es condición
de posibilidad para que su saber llegue al estudiante y despierte
la unicidad de éste. Sólo así el alumno se
apropia y transforma las palabras del profesor, de tal manera que
se autorrevela. Esto implica una relación libre con los conceptos,
para velar por la relevancia de la comunicación. En lugares
donde la investigación universitaria se ve absorbida.por
la competencia, conviene renunciar al concepto puro y aséptico
para fortalecer la construcción colectiva del saber; en lugares
donde la enseñanza ha perdido calidad, se necesita más
rigor para que se pueda expresar de manera menos equívoca
lo que realmente cada quién anda buscando. En el campo del
currículo eso se traduce en el empleo de múltiples
técnicas de enseñanza, de materiales didácticos
variados, de métodos de evaluación flexibles y creativos,
así como en la voluntad de incluir a los estudiantes en todos
los procesos de reflexión y de cambio.
La experiencia realizada en la Universidad de
Lund53 es un esfuerzo en esta dirección.
Se trata de la tentativa de renovar el programa de un curso universitario
y de sus criterios de evaluación, que se realizó involucrando
a los estudiantes de pregrado (undergraduate) de dos departamentos:
educación e ingeniería. A los estudiantes de educación
se les pidió que hicieran una exploración motivadora
de los de ingeniería, a través de una observación
participativa y de la aplicación de cuestionarios. Los resultados
fueron discutidos por el consejo académico y por los estudiantes
de la escuela de ingeniería. Esta acción educativa
llegó a la reformulación del programa del curso y
de sus criterios de evaluación.
Para los autores del citado artículo, el
resultado más importante de la experiencia fue la creación
de un espacio de encuentro entre estudiantes y responsables de las
facultades, en el que se compartieron distintas perspectivas. En
ese espacio se logró una distancia crítica acerca
de las prácticas de los implicados, desarrollando una actitud
reflexiva sobre sus conocimientos. Estamos ante un ejemplo de colaboración
interdepartamental significativo. Hubo una disposición institucional
de renovarse, acogiendo las perspectivas de los recién llegados,
y otra del estudiantado de compartir la responsabilidad del cambio
de la comunidad educativa.
Esta experiencia pone de manifiesto varios aspectos
para el cambio curricular. Es imprescindible, en primer lugar, la
honestidad en el análisis de la realidad (need analysis),
tomando en consideración las perspectivas de los distintos
actores (y pacientes). En segundo lugar, queda claro que la participación
no se limita a una mera consulta estudiantil, sino a reformular
juntos las tareas educativas. En tercer lugar, es vital que se produzca
en todos los niveles una preocupación crítica sobre
las distintas metodologías educativas. En cuarto lugar, se
plantea que el seguimiento de los procesos de cambio educativo se
mantenga abierto a las nuevas contribuciones de los participantes,
exigiendo flexibilidad y agilidad en la reformulación de
lo pretendido54.
6. Conclusión
Favoreciendo una creación colectiva que
está atenta a la condición humana, la vita activa
educativa está implicada en una dinámica de renovación
que no se limita a seguir los dictámenes de la última
moda educativa. Poniendo la acción educativa en el centro
del debate curricular, este dinamismo creativo puede liberar a todos
los participantes del espacio público educativo de la confusión
ingenua entre una renovación que responde a necesidades vitales,
y otra encandilada por las formalidades de lo nuevo.
Una institución universitaria
que se compromete con la acción educativa, lo hace también
con nuestra condición humana. No ignora los aspectos laboriosos
y utilitarios de nuestra existencia, pero tampoco se deja abatir
por ellos. La atestación de que se está actuando educativamente
se manifiesta en la experiencia del don de la renovación,
que acontece cada vez que nos disponemos a recrear un mundo común.
El compromiso con la diferencia que trae aparejada la acción
educativa es, al mismo tiempo, un compromiso con la complejidad
del mundo y con el respeto de la unicidad de las personas. La educación
universitaria actual debe resistirse al nuevo totalitarismo de la
sociedad de la información o del conocimiento, y propiciar
una sociedad del pensamiento55
. Estar informado no es sinónimo de pensar, ni acarrea automáticamente
un desarrollo humano o un mejoramiento en la calidad de vida. La
verdadera eudaimonia (CH, p. 174) ocurre con la revelación
discursiva de cada persona, más allá de todo esquema
preestablecido en este mundo común recreado por y con los
recién llegados.
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Sen, A. (1998): «Capacidad y bienestar»,
en M. Nussbaum y A. Sen. (comp.), La calidad de vida. México,
Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 53-83.
(2000): Development as Freedom, Oxford,
OUP (traducción castellana: Desarrollo y libertad).
Barcelona, Planeta, 1999.
Thornley, A. y Perera, R.: «Léducation
et le développement humain», texto en línea,
23 pp., <http://www.acdi-cida.gc.ca>.
Walzer, M. (1998): «Objetividad y significado
social», en M. Nussbaum. y A. Sen. (eds.): La calidad de
vida. México, Universidad de las Naciones Unidas / Fondo
de Cultura Económica, 1993, pp. 219-235.
Notas
(*) Profesores
del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó, Santo
Domingo, República Dominicana.
1 Los orígenes
del ensayo que presentamos se remontan a una serie de talleres que
fueron realizados para el Programa de Formación Permanente
del Profesorado de la Pontificia Universidad Católica Madre
y Maestra, en Santiago de los Caballeros (Rep. Dominicana). Sin
el entusiasmo y el cariño de su coordinadora, Ana Margarita
Haché de Yunén, estas páginas no habrían
aparecido. Fue ella quien compartió la convicción
de que dichas ideas podían ser inspiradoras para personas
que se dedican a la educación, especialmente en el ámbito
universitario. Y a ella está dedicado nuestro trabajo.
2Ver, por ejemplo,
A. Thornley y R. Perera: «Léducation et le développement
humain», texto en línea, 23 pp. (http://www.acdi-cida.gc.ca)
D. Filmus: «Desafíos de la educación para el
desarrollo humano integral», texto en línea, s. f.,
12 pp. (http://www.iadb.org/etica/documentos/ar_fil_desaf.pdf) C. Saint-Pierre
(1988): «La enseñanza superior y su papel esencial en
el desarrollo humano», en Diálogo de la Unesco, núm.
25, pp. 7-9.
3 PNUD (Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo) (1990): Human Development
Report, Oxford, OUP.
4 Íbid,
p. III.
5 Íbid.
6Con el paso del
tiempo, el elenco de opciones utilizado por los Informes sobre el
Desarrollo Humano sigue siendo similar, y, sin embargo, se cuestiona
poco. En sus versiones más recientes se nos habla de «vivir
una vida larga y sana, tener conocimientos, tener acceso a los recursos
necesarios para alcanzar un nivel de vida decoroso y poder participar
en la vida de la comunidad». PNUD, Informe sobre desarrollo
humano 2001, p. 11.
7 A. Sen (1998):
«Capacidad y bienestar», en M. Nussbaum y A. Sen (comp.):
La calidad de vida. México, Fondo de Cultura Económica,
1993, pp. 53-83, y S. Deneulin (2001): «El trasfondo conceptual
y ético del desarrollo humano», en Estudios Sociales
34 (2001), núm. 124, pp. 79-85.
8 A. Sen (2000):
Desarrollo y libertad. Barcelona, Planeta, pp. 78 ss.
9 A. Sen, «Capacidad
y bienestar», op. cit, p. 54. Traducción modificada.
10 A. Sen, Desarrollo
y libertad, op. cit., p. 100.
11 Citado por
S. Deneulin y P. Mella (2002): «On Possibilitated Capabilities:
The Role of Collective History in the Liberation from Unfreedoms»,
artículo presentado en la Conferencia «Promoting Womens
Capabilities: Examining Nussbaums Capabilities Approach».
Cambridge University, 9-10 de septiembre de 2002, 24 pp., aquí
pp. 1-2; texto en línea http://www.st-edmunds.cam.ac.uk/vhi/nussbaum/papers/deneulin.pdf
12 A. Sen (1999):
Desarrollo y libertad, op. cit., p. 16 (traducción corregida:
Development as Freedom. Oxford, Oxford University Press, p. XII).
13 A. Hernández
(2002): Libertad política, Trabajo de grado. Santo Domingo,
Instituto Filosófico Pedro Fco. Bonó.
14 J. Rawls
(1985): Teoría de la justicia, trad. María D. González.
México, Fondo de Cultura Económica, 1971, pp. 40 y
ss.
15 Íbid,
p. 44.
16 En el ámbito
anglosajón se suele denominar esta posición interventora
del Estado como paternalismo. Cf. S. Deneulin (2001): Perfectionism,
Paternalism and Liberalism in Sen and Nussbaums Capability
Approach. Oxford, manuscrito, 19 pp.
17 T. Hurka (1987):
«The Well Rounded Life», en The Journal of Philosophy
84, núm. 12, pp. 727-746.
18 S. Alkire
(2002): Valuing Freedoms. Sens Capability Approach and Poverty
Reduction, Oxford, OUP, p. 44. Ver también S. Alkire (2002):
«Dimensions of Human Development», en World Development
30, núm. 2, pp.181-205.
19 G. Grisez,
J. Boyle y J. Finnis (1987): «Practical Principles, Moral Truth
and UltimateEnds», en American Journal of Jurisprudence, 32
, pp. 99-151. Citado por S. Alkire.
20 Es un tema
controvertido desde el mismo origen de la sociología. Para
Durkheim el individuo no existe en las culturas tradicionales, donde
nunca se elogiaba la individualidad. Sólo con la aparición
de las sociedades modernas, y, más en concreto, con la división
del trabajo, el individuo se convierte en punto central de interés.
El debate sobre la importancia del individuo sigue abierto en las
ciencias sociales. Cf. A. Giddens (1995): La transformación
del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea.
Madrid, Península, 1991, pp. 97 y ss. También en la
filosofía contemporánea se entiende que la modernidad
aparece ligada al «Yo pienso» cartesiano, desvinculado
de toda inscripción comunitaria y tradicional. Hannah Arendt
participa de esta crítica.
21 Para un planteamiento
menos dicotómico del problema de la subjetividad y la objetividad
en el ámbito del desarrollo humano y de la teoría
de las capacidades, ver M. Walzer (1998): «Objetividad y significado
social», en M. Nussbaum y A. Sen (eds.), La calidad de vida.
México, The United Nations University / Fondo de Cultura
Económica, 1993, pp. 219-235.
22 H. Arendt
(1993): La condición humana, trad. Ramón Gil Novales.
Barcelona, Paidós, 1958, p. 21. De ahora en adelante, esta
obra se citará directamente en el cuerpo del artículo
con las siglas CH seguidas de la página.
23 En inglés,
labor, work y action respectivamente. Las traducciones en francés
y en italiano han optado por hacerlo en estos términos :
travail-lavoro, oeuvre-opera, actionazione. De esta manera, se busca
expresar el sentido arendtiano de work, la actividad humana que
acaba con la producción de un objeto. Hemos optado por seguir
la versión castellana, ya consagrada, para evitar mayores
equívocos.
24 El totalitarismo
se caracteriza por la aniquilación de la unicidad u originalidad
del individuo. Con otros trazos, las consideraciones de Arendt reaparecen
en sus análisis de la sociedad de masas. Esta sociedad aniquila
la individualidad a través del consumo: todos hacemos las
mismas cosas para satisfacer la esfera productiva. La noción
de desarrollo humano no critica de manera decisiva la masificación
propia de las sociedades modernas. Más aún, el desarrollo
humano corre el riesgo de hacer un buen servicio a la moderna sociedad
de masas, en la medida en que el capability approach tiene la misma
forma de una teoría microeconómica del consumidor.
25 A. Enegrén
ha hablado de la andadura topológica del pensamiento de Arendt,
que no se preocupa por hacer rigurosas construcciones conceptuales.
Ver La pensée politique de Hannah Arendt, París, PUF,
1984.
26 «Actuar,
en su sentido más general, significa tomar una iniciativa,
comenzar [...], poner algo en movimiento» (CH, 201).
27 Para una crítica
de este aspecto al pensamiento de A. Sen y M. Nussbaum, ver R. Arneson
(2000): «Perfectionism and Politics», en Ethics 111, pp.
37-63.
28 Ver nuevamente
la nota 6.
29 Aquí
puede haber una polémica con la idea heideggeriana de que
la existencia auténtica depende de asumir de manera voluntaria
nuestro ser para la muerte. «La natalidad, y no la mortalidad,
puede ser la categoría central del pensamiento político,
diferenciado del metafísico» (CH, 23).
30 Mundo común,
otra expresión característica de Arendt, no se refiere
exclusivamente al espacio público, en nuestra opinión,
sino también al mundo natural con el que está en contacto
nuestro cuerpo laborante, y al mundo artificial producido por nuestro
trabajo. Mundo adquiere aquí el sentido fenomenológico
más amplio que encontramos en Husserl, pero es corregido
de su sentido solipsista al adjetivarse con el epíteto común.
31 Las implicaciones
de la filosofía de Arendt para la educación están
siendo cada vez más trabajadas de un tiempo a esta parte.
Véase, a título de ejemplo, F. Bárcena y J.
C. Mèlich (2000): La educación como acontecimiento
ético. Natalidad, narración y hospitalidad. Barcelona,
Paidós, pp. 63-90; M. Gordon (ed.) (2001): Hannah Arendt
and Education. Renewing our Common World. Boulder, Colorado, Westview
Press, y M. Fourton: (2002): «Hannah Arendt ou le courage de
la différence», en Carriérologie. Revue Francophone
Internationale 8, núm. 4, pp. 637-656.
32 H. Arendt
(1996): «La crisis de la educación», en ídem,
Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión
política, trad. Ana Poljak. Barcelona, Península,
pp.185-208.
33 H. Arendt
(1996): «La crisis en la cultura: su significado político
y social», en ídem, Entre el pasado y el futuro. Ocho
ejercicios sobre la reflexión política, trad. Ana
Poljak. Barcelona, Península, pp. 209-238.
34 Sobre este
asunto, ver Michel de Certeau (1999): «Las universidades ante
la cultura de masas», en ídem, La cultura en plural,
trad. R. Paredes. Buenos Aires, Nueva Visión, 1974, pp. 83-99.
35 Hay una amplia
literatura sobre este tema, desarrollada sobre todo en los últimos
quince años. Algunas de las contribuciones más significativas
se pueden encontrar en G. Hofstede (1986): «Cultural Differences
in Teaching and Learning», en International Journal of Intercultural
Relations 10, pp. 301-320; D. Demetrio (1995): «Modalità
interculturali di pensiero», en VV. AA., Leducazione
allinterculturalità. Premesse e sperimentazioni. Turín,
Edizioni Gruppo Abele, pp. 24-30; D. Demetrio (1995): «Erranza
e pedagogia dellinteriorità», en VV. AA., Leducazione
allinterculturalità. Premesse e sperimentazioni. Turín,
Edizioni Gruppo Abele, pp. 31-37; E. Thomas (1997): «Developing
a Culture Sensitive Pedagogy: Tackling a Problem of Melding Global
Culture within Existing Cultural Contexts», en International
Journal of Educational Development, 17, pp. 13-26; E. Thomas (2000):
Culture and Schooling: Building Bridges Between Research, Praxis,
and Professionalism. Chichester, Wiley.
36 Por eso,
en la perspectiva abierta por Arendt la oposición entre espíritu
de reforma y espíritu revolucionario pierde su agudeza, como
subrayaremos más adelante en la nota 41.
37 En inglés
se distingue story de history. La primera expresión significa
cuento o narración, mientras la segunda se refiere siempre
a la ciencia histórica. En castellano tenemos una sola palabra
para ambos sentidos. En este contexto, Arendt se refiere a stories.
38 Desde nuestro
punto de vista, existe la posibilidad de que uno se convierta en
el narrador de su propia vida, inspirándose en la narración
de los otros. Es el caso de la noción de identidad narrativa
de Paul Ricoeur. No vemos por qué se debe dar la exclusividad
de contar la historia del actor al otro. Para una reflexión
sobre la relación entre la identidad narrativa de Ricoeur
y la educación, ver F. Bárcena y J. C. Mèlich,
op. cit., pp. 91-124.
39 N. Levinson
(2001): «The Paradox of Natality: Teaching in the Midst of
Belatedness», en M. Gordon (ed.), Hannah Arendt and Education.
Renewing our Common World. Boulder, Colorado, Westview Press, pp.
11-36, aquí p. 28.
40 Í N.
Levinson, íbidem, hace sus reflexiones en el contexto de
la enseñanza interétnica en Estados Unidos. Los alumnos
negros están hartos de que se les ponga a hablar delante
de los alumnos blancos sobre cómo se sienten como oprimidos.
Y éstos están hartos de que se les haga cargar con
una injusticia de la que no son responsables. La estrategia que
propone la autora es interpretar ese hartazgo como un signo de que
las cosas aún no están resueltas, y que ambos grupos
han llegado a un mundo común en el que deben interactuar
con el peso histórico de la discriminación racial.
El profesor no se debe cansar de estos hartazgos, porque la escena
que para él se repite en realidad es nueva, ya que la interacción
en el aula se da entre alumnos recién llegados a su curso.
41 Í Paradójicamente,
el pensamiento de Arendt no contrapone la conservación y
la revolución. La educación, como la natalidad, consiste
justamente en conservar lo revolucionario que tiene cada persona
o recién llegado. Los términos educación conservadora
o educación progresista pierden su pertinencia con este modo
de ver las cosas. Al respecto, ver M. Gordon (2001): «Hannah
Arendt on Authority: Conservatism in Education Reconsidered»,
en Gordon, M. (ed.), Hannah Arendt and Education. Renewing our Common
World. Boulder, Colorado, Westview Press, pp. 37-65.
42 Í Para
una crítica del concepto de calidad total en educación
ver J. Seibold (2000): «La calidad integral en educación.
Reflexiones sobre un nuevo concepto de calidad educativa que integre
valores y equidad educativa», en Revista Iberoamericana de
Educación, núm. 23. Texto en línea, http://www.campus-oei.org/revista/rie23f.htm
43 Í Estamos
jugando con una observación lingüística que realiza
Arendt con respecto a la pluralidad, condición humana de
la acción. Los romanos identificaban el vivir humano con
la expresión inter homines esse, o sea, estar entre los seres
humanos (CH, 22). Llevando más lejos esta observación,
puede decirse que lo verdaderamente inter-essante para los seres
humanos surge de la condición humana de la pluralidad, no
del self interest.
44 Í
En este sentido es significativo el enfoque de M. Fourton, ya citado,
que invita al «courage de la différence».
45 Í Se
suele traducir de esta manera la expresión thoughtlessness,
neologismo creado por la propia Arendt. Cfr. H. Arendt (1999): Eichmann
en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Barcelona,
Lumen (edic. orig. inglés, 1963).
46 Í H.
Arendt (1984): La vida del espíritu. El pensar, la voluntad
y el juicio en la filosofía y en la política. Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1978, p. 14.
47 Í D.
Schon (1983): The Reflective Practitioner: How Professional Think
in Action. Cambridge, Cambridge University Press.
48 Í Comparar
estas ideas con las reflexiones de la denominada pedagogía
crítica o con la pedagogía comunitaria, inspiradas
con frecuencia en Paulo Freire, podría resultar un interesante
campo de investigación. En el contexto de este ensayo, dedicado
sobre todo a la educación universitaria formal, tales indagaciones
exceden nuestro objetivo.
49 Í M.
R. Eraut (1976): «Some Perspectives on Curriculum Development
in Teacher Education», en Education for Teaching, núm.
99, pp. 11-21.
50 I. Illich (1974):
«Después de la escuela, ¿qué?», en
I. Illich et al., Un mundo sin escuela. México, Nueva Imagen.
Texto en línea, http://www.ivanillich.org/Liumse.htm
51 R. P. Doré
(1976): The Diploma Disease: Education, Qualification and Development.
Berkeley, University of California Press.
52 En ese sentido
puede verse M. de Certeau (1969): «Dar la palabra: experiencia
pedagógica», en VV. AA., La soledad. Una verdad olvidada
de la comunicación con los demás. Bilbao, Desclée
de Brower, pp. 119-137.
53 P. Odenrick
y P. Szybek (2002): «Reflexive Knowledge Production in Higher
Education», Ponencia presentada en la 5.ª Conferencia
Europea de Investigación Educativa. Lisboa, 11-14 septiembre
2002, 9 pp. Esta ponencia se puede obtener por Internet.
54 En este sentido,
se puede hacer referencia a la insistencia de M. Fullan (1991) de
tomar en cuenta las experiencias reales de todos los implicados
en la renovación educativa. Ver, The New Meaning of Educational
Change. Londres, Cassell.
55 Ver en ese
sentido, H. Arendt (1984): La vida del espíritu. El pensar,
la voluntad y el juicio en la filosofía y en la política.
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1971.
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