| Por qué se produce la violencia escolar y cómo prevenirla 
            María José Díaz-Aguado *SÍNTESIS: En este artículo se analizan, desde 
              una perspectiva ecológica, las condiciones de riesgo y de 
              protección de la violencia escolar, prestando una especial 
              atención a la serie de estudios que la autora ha dirigido 
              sobre este tema con adolescentes. Por otra parte, los resultados 
              que reflejan la especial relevancia que el modelo dominio-sumisión 
              tiene en los agresores, el aislamiento que caracteriza a la situación 
              de las víctimas, así como tres condiciones de riesgo 
              estrechamente asociadas con el currículum oculto de la escuela 
              tradicional respecto a la violencia: la tendencia a minimizarla, 
              su pasividad, y la ausencia de un tratamiento adecuado respecto 
              a la diversidad existente en el alumnado. A partir de ellos se propone 
              desarrollar la prevención a través de innovaciones 
              que ayuden a redefinir la función del profesorado y su disponibilidad 
              para ayudar, el papel del alumno, las relaciones que se establecen 
              entre compañeros mediante el aprendizaje cooperativo y del 
              currículum de la no-violencia, y la antítesis del 
              modelo de dominio-sumisión en el que se basa la violencia. 
              Las respuestas obtenidas en un programa evaluado con 783 adolescentes 
              confirman la eficacia y la viabilidad de dichos componentes en la 
              prevención de la violencia entre iguales, así como 
              en la mejora de las relaciones con el profesorado y en las propias 
              del aprendizaje.  SÍNTESIS: Neste artigo são analisadas, 
              sob uma perspectiva ecológica, as condições 
              de risco e de proteção da violência escolar, 
              prestando especial atenção à série de 
              estudos que a autora tem dirigido sobre este tema com adolescentes. 
              Por outro lado, os resultados que refletem a especial relevância 
              que o modelo domínio-submissão tem nos agressores, 
              o isolamento que caracteriza a situação das vítimas, 
              assim como três condições de risco estreitamente 
              associadas ao currículo oculto da escola tradicional em relação 
              à violência: a tendência a minimizá-la, 
              sua passividade, e a ausência de um tratamento adequado com 
              respeito à diversidade existente no alunado. A partir disso, 
              propõe-se a desenvolver a prevenção através 
              das inovações que ajudem a redefinir a função 
              do professorado e sua disponibilidade para ajudar, o papel do aluno, 
              as relações que se estabelecem entre companheiros 
              mediante a aprendizagem cooperativa e do currículo da não-violência, 
              e a antítese do modelo de domínio-submissão, 
              no qual se baseia a violência. As respostas obtidas em um 
              programa avaliado com 783 adolescentes confirmam a eficácia 
              e a viabilidade de tais componentes na prevenção da 
              violência entre iguais, assim como na melhora não só 
              das relações com o professorado como também 
              na aprendizagem.  * Catedrática de Psicología de la Educación, 
              Universidad Complutense, Madrid, España. 1. IntroducciónLas propuestas y los resultados que aquí 
              se presentan se sitúan dentro de una larga serie de investigaciones 
              sobre cómo prevenir la violencia desde la educación 
              [Díaz-Aguado (dir.), 1992, 1996, 2002, 2004]. La última, 
              a la que corresponden los datos específicos que sobre el 
              acoso entre escolares se incluyen en este texto, ha sido publicada 
              recientemente con el título Prevención de la violencia 
              y la lucha contra la exclusión desde la adolescencia 
              [Díaz-Aguado (dir.), 2004]1. Es la continuación de dos series anteriores: Programas 
              de educación para la tolerancia y prevención de la 
              violencia en los jóvenes, iniciada en 1994 mediante un 
              convenio de colaboración entre la Universidad Complutense, 
              el Ministerio de Educación y Ciencia y el Instituto Nacional 
              de la Juventud, que la publicó en cuatro libros y dos vídeos 
              [Díaz-Aguado (dir.),1996], y Prevenir la violencia 
              contra las mujeres construyendo la igualdad (Díaz-Aguado, 
              2002; Díaz-Aguado y Martínez Arias, 2001) publicada 
              por el Instituto de la Mujer. 2. Por qué se produce la violencia escolar2.1 Condiciones de riesgo y de protección desde un enfoque 
              ecológico-evolutivo Para prevenir la violencia escolar conviene tener en cuenta que 
              las condiciones de riesgo y de protección que sobre ella 
              influyen son múltiples y complejas. Además, que es 
              preciso analizarlas desde una perspectiva evolutiva y a distintos 
              niveles, incluyendo, junto a la interacción que el alumnado 
              establece en la escuela, la que existe en la familia, la calidad 
              de la colaboración entre ambos contextos, la influencia de 
              los medios de comunicación, o el conjunto de creencias, de 
              valores y de estructuras de la sociedad de la que forman parte. 
              Cuando se analiza cada caso de violencia escolar desde esta perspectiva, 
              suelen encontrarse incontables clases de riesgo y escasas o nulas 
              condiciones protectoras en cada nivel y desde edades tempranas. 
              Entre las categorías de riesgo detectadas en los estudios 
              científicos, y que suelen verse reflejadas en la mayoría 
              de los casos de violencia escolar, cabe destacar: la exclusión 
              social o el sentimiento de exclusión, la ausencia de límites, 
              la exposición a la violencia a través de los medios 
              de comunicación, la integración en bandas identificadas 
              con la violencia, la facilidad para disponer de armas, y la justificación 
              de la violencia en la sociedad en la que dichas circunstancias se 
              producen. Y faltan condiciones que hubieran podido proteger de tales 
              riesgos, como modelos sociales positivos y solidarios, colaboración 
              entre la familia y la escuela, contextos de ocio y de grupos de 
              pertenencia constructivos, o adultos disponibles y dispuestos a 
              ayudar. Para mejorar la convivencia escolar y para prevenir la violencia, 
              se debería intervenir lo antes posible (sin esperar a las 
              graves manifestaciones que suelen alertar sobre dicha necesidad) 
              y en todos estos niveles, desde una doble perspectiva:  
               La perspectiva evolutiva, analizando las condiciones 
                de riesgo y de protección que pueden existir en cada momento 
                evolutivo, en función de las tareas y de las habilidades 
                vitales básicas. La comprensión de dichas tareas 
                es de gran utilidad para adecuar la intervención a cada 
                edad, ayudando a desarrollar las habilidades críticas de 
                ese período, reforzando los logros conseguidos y compensando 
                las deficiencias que se hayan podido producir en edades anteriores. 
                Debido a esto, se propone que la prevención debe fortalecer 
                cuatro capacidades fundamentales que permitan al alumno/a: establecer 
                vínculos de calidad en diversos contextos; ser eficaz en 
                situaciones de estudio-trabajo, movilizando la energía 
                y el esfuerzo precisos para ello, y obteniendo el reconocimiento 
                social necesario; integrarse en grupos de iguales constructivos, 
                resistiendo presiones inadecuadas; y desarrollar una identidad 
                propia y diferenciada que le ayude a encontrar su lugar en el 
                mundo y le permita apropiarse de su futuro. La perspectiva ecológica, que trata de las condiciones 
                de riesgo y de protección en los complejos niveles de la 
                interacción individuo-ambiente, a partir de la cual se 
                pueda diseñar la prevención con actividades destinadas 
                a optimizar tanto el ambiente como la representación que 
                de él y de sus posibilidades tiene el alumnado, incluyendo 
                los escenarios en los que transcurre su vida (escolar, familiar, 
                de ocio...), las conexiones entre dichos escenarios, los medios 
                de comunicación, y el conjunto de las creencias y de las 
                estructuras de la sociedad. 2.2 El acoso entre iguales  En la última década se ha incrementado mucho la toma 
              de conciencia respecto a un problema que es tan viejo y generalizado 
              como la propia escuela tradicional: el acoso entre iguales. Los 
              resultados obtenidos en los estudios científicos realizados 
              sobre su incidencia reflejan que, a lo largo de su vida en la escuela, 
              todos los estudiantes parecen haber tenido contacto con la violencia 
              entre iguales, ya sea como víctimas, ya sea como agresores, 
              ya sea como espectadores, siendo esta última la situación 
              más frecuente.  Características de los agresores. El modelo dominio-sumisión 
              como origen de la violencia Entre las características más frecuentes observadas 
              en los alumnos que acosan a sus compañeros, destacan las 
              siguientes (Olweus, 1993 Pellegrini, Bartini y Brooks, 1999; Salmivalli 
              y otros, 1996; Schwartz, Dodge, Pettit y Bates, 1997): una situación 
              social negativa, aunque cuentan con algunos amigos que les siguen 
              en su conducta violenta; una acentuada tendencia a abusar de su 
              fuerza (suelen ser físicamente más fornidos que los 
              demás); son impulsivos, con escasas habilidades sociales, 
              con baja tolerancia a la frustración, y con dificultad para 
              cumplir normas; unas relaciones negativas con relación a 
              los adultos y un bajo rendimiento, problemas que se incrementan 
              con la edad; no son muy autocríticos, por lo que cabe considerar 
              el hecho observado en varias investigaciones al intentar evaluar 
              la autoestima de los agresores y encontrarla media o incluso alta. 
              Entre los principales antecedentes familiares, suelen destacarse: 
              la ausencia de una relación afectiva cálida y segura 
              por parte de los padres, sobre todo de la madre, que manifiesta 
              actitudes negativas o escasa disponibilidad para atender al niño; 
              y fuertes dificultades para enseñar a respetar límites, 
              combinando la permisividad ante conductas antisociales con el frecuente 
              empleo de métodos autoritarios y coercitivos, utilizando 
              en muchos casos el castigo corporal.  En el estudio que realizamos con adolescentes (Díaz-Aguado, 
              Martínez Arias y Martín Seoane, 2004) se refleja, 
              así mismo, que los agresores tienen menor disponibilidad 
              de estrategias no violentas para la resolución de conflictos, 
              detectando, por otra parte, las siguientes carencias en torno a 
              las cuales convendría también orientar la prevención 
              de este problema:  
               Están de acuerdo con las creencias que llevan a justificar 
                la violencia y la intolerancia en distintos tipos de relaciones, 
                incluidas las que se producen entre pares, manifestándose 
                igualmente como más racistas, xenófobos y sexistas, 
                es decir, que tienden a identificarse con un modelo social basado 
                en el dominio de los unos y en la sumisión de los otros. 
               Tienen dificultades para colocarse en el lugar de los demás. 
                Su razonamiento moral es primitivo si se compara con el de sus 
                compañeros, siendo más frecuente entre los agresores 
                la identificación de la justicia con «hacer a los 
                demás lo que te hacen a ti o con lo que crees que te hacen», 
                orientación que puede explicar su tendencia a vengar ofensas 
                reales o supuestas. Y comulgan con una serie de conceptos relacionados 
                con el acoso escolar, como los de chivato y cobarde, 
                que utilizan para justificarlo y para mantener la conspiración 
                de silencio que lo perpetúa.  Están menos satisfechos que sus compañeros con 
                su aprendizaje escolar y con las relaciones que establecen con 
                los profesores. En ese sentido, parece existir una estrecha relación 
                entre la tendencia a acosar a los condiscípulos y la de 
                hacerlo con el profesorado, y entre ambos problemas y la percepción 
                de haber sufrido tal tipo de situaciones en la relación 
                con los profesores (Mendoza, 2005). Son considerados por sus compañeros como intolerantes 
                y arrogantes, pero al mismo tiempo se sienten fracasados. El conjunto 
                de características en las que destacan sugiere que cuentan 
                con iguales que les siguen en sus agresiones, formando grupos 
                con disposición a la violencia, en los que se integrarían 
                individuos que no han tenido muchas oportunidades de protagonismo 
                positivo en el sistema escolar. Su frecuencia es mayor en la adolescencia temprana (13-15 años), 
                en los cursos de educación secundaria obligatoria, en los 
                que se experimenta una mayor dependencia del grupo de compañeros, 
                en aquellos que suelen resultar más difíciles para 
                el profesorado de secundaria en el contexto evaluado en este estudio 
                [Díaz-Aguado (dir.), 2004].  Los resultados expuestos ponen de manifiesto la importancia que 
              tiene erradicar situaciones de exclusión desde las primeras 
              etapas educativas, y favorecer la identificación de los adolescentes 
              con los valores de respeto mutuo, de empatía y de no violencia 
              para prevenir el acoso entre escolares.  La situación de las víctimas Entre los estudiantes que son víctimas de acoso suelen diferenciarse 
              dos situaciones (Díaz-Aguado, Martínez Arias y Martín 
              Seoane, 2004; Olweus, 1993; Pellegrini, Bartini y Brooks, 1999; 
              Salmivalli y otros, 1996; Schwartz, Dodge, Pettit y Bates, 1997; 
              Smith y otros, 2004):  
               La víctima típica, o víctima pasiva, 
                que se caracteriza por una situación social de aislamiento, 
                en relación con la cual cabe considerar su escasa asertividad 
                y su dificultad de comunicación; una conducta muy pasiva; 
                miedo ante la violencia y manifestación de vulnerabilidad 
                (de no poder defenderse ante la intimidación); acusada 
                ansiedad, inseguridad y baja autoestima, características 
                que cabe relacionar con la tendencia observada en algunas investigaciones 
                en las víctimas pasivas acerca de culpabilizarse ellas 
                mismas de su situación y hasta de negarla, debido quizás 
                a que la consideran como más vergonzosa de lo que lo hacen 
                con la suya los agresores (que a veces parecen estar orgullosos 
                de serlo).  La victima activa, que se caracteriza por una situación 
                social de aislamiento y de aguda impopularidad, llegando a encontrarse 
                entre los alumnos con mayor rechazo por parte sus compañeros 
                (superior al que tienen los agresores y las víctimas pasivas), 
                situación que podría estar en el origen de su selección 
                como víctimas, aunque, como en el caso de las anteriores, 
                también podría agravarse con la victimización; 
                una tendencia excesiva e impulsiva a actuar, a intervenir sin 
                llegar a poder elegir la conducta que puede resultar más 
                adecuada a cada situación; con problemas de concentración 
                (llegando incluso, en algunos casos, a la hiperactividad), y con 
                cierta disponibilidad a reaccionar mediante conductas agresivas 
                e irritantes. Dichas características han hecho que, en 
                ocasiones, este tipo de víctimas sea considerada como «provocadora», 
                asociación que convendría evitar para prevenir la 
                frecuente tendencia a culpar a la víctima que suele existir 
                respecto a cualquier tipo de violencia, también en la escolar. 
                La situación de las víctimas activas es la que parece 
                tener un peor pronóstico a largo plazo. Una significación especial respecto a la prevención 
              de la victimización tienen los resultados obtenidos en algunos 
              estudios (aunque poco mencionados en el conjunto de la investigación), 
              según los cuales el riesgo de ser víctima de acoso 
              se incrementa por el hecho de pertenecer a una minoría étnica 
              en situación de desventaja (Díaz-Aguado, 1992; Troyna 
              y Hatcher, 1992); por presentar dificultades de aprendizaje 
              en aulas ordinarias (Nabuzoka y Smith, 1993); por manifestar complicaciones 
              de expresión verbal (Hugh-Jones y Smith (1999); o por la 
              que puede existir entre los chicos que contrarían el estereotipo 
              sexista tradicional (Rivers, 1999; Young y Sweeting, 2004). ¿Cómo interpretar los resultados obtenidos sobre las 
              características de las víctimas? ¿Pueden ser 
              considerados como meros problemas individuales, y, por tanto, superables 
              a través del entrenamiento de las víctimas en habilidades 
              para salir de dicha situación? o ¿exigen ser reconocidos 
              también como problemas de un sistema escolar en el que pueden 
              reproducirse los distintos tipos de exclusión y de acoso 
              (racista, sexista...) que tienen lugar en el conjunto de la sociedad? 
              La respuesta que se dé a estos interrogantes tiene una gran 
              importancia, porque de ella dependerá la eficacia de las 
              intervenciones que se lleven a cabo, así como la posibilidad 
              de contribuir a contrarrestar la frecuente tendencia que se produce 
              en todo tipo de violencia (incluida la escolar) a justificar el 
              acoso culpabilizando a la víctima, que suele activarse no 
              sólo en los agresores sino también en las propias 
              víctimas y en las personas de su entorno. Tal tendencia está 
              muy relacionada con la necesidad de creer que el mundo es justo 
              (Lerner, 1980), y con la de confiar en que los graves 
              acontecimientos que observamos a nuestro alrededor no nos sucederán. 
              Para no contribuir a dicha tendencia, y sí a la de su superación, 
              es preciso cuidar de forma especial las descripciones psicológicas 
              acerca de la situación de la víctima, enfatizando 
              los cambios que es necesario llevar a cabo en la escuela para prevenir 
              la violencia, evitando describir las características individuales 
              que incrementen el riesgo con términos que puedan activar 
              la tendencia a culpar a la víctima. El papel de los compañeros frente a la exclusión 
              y al acoso El estudio del papel de los compañeros que no participan 
              directamente en el acoso está creciendo de forma importante 
              en los últimos años (Cowie, 2000; Pellegrini, Bartini 
              y Brooks, 1999; Salmivalli y otros, 1996; 1998), al observarse que 
              suelen estar presentes en la mayoría de las situaciones en 
              las que se produce. Como reflejo de la importancia que tiene su 
              papel, cabe destacar uno de los resultados que, de manera sistemática, 
              se repite en los estudios sobre el perfil de las víctimas 
              y de los agresores, en los que se observa que las primeras suelen 
              estar muy aisladas, sin amigos, y ser bastante impopulares, sufriendo 
              ambos problemas en mayor medida que los agresores, sobre todo entre 
              las víctimas activas. Para explicarlo conviene tener en cuenta 
              que la falta de amigos puede originar el inicio de la victimización, 
              y que ésta puede hacer que disminuya aún más 
              la popularidad de quien la sufre y de que aumente su aislamiento 
              (Baker, 1998; Cowie, 2000; Pellegrini y otros., 1999; Salmivalli 
              y otros, 1996; Smith y otros., 2004). Por otra parte, también 
              se ha observado que tener amigos y caer bien son circunstancias 
              que protegen contra la víctimización, aunque 
              el carácter protector de los amigos es casi nulo si proceden 
              del grupo de víctimas, debido tal vez a su debilidad a la 
              hora de intervenir. De ahí se desprende que, para prevenir 
              la violencia, es necesario intervenir con el conjunto de la clase, 
              favoreciendo el tipo de relaciones entre compañeros que inhiba 
              su aparición (Salmivalli, 1999).  Características de la escuela tradicional que incrementan 
              el riesgo: incoherencia y currículum oculto respecto a la 
              violencia  El conjunto de resultados obtenidos sobre el acoso entre iguales, 
              refleja que determinadas características de la escuela tradicional 
              contribuyen a dicho problema y dificultan su superación, 
              como son:   La tendencia a minimizar la gravedad de las agresiones 
              entre iguales, considerándolas como inevitables sobre 
              todo entre los chicos, o como problemas que ellos deben aprender 
              a resolver sin que los adultos intervengan, para hacerse más 
              fuertes, para «curtirse». Como reflejo de su extensión 
              actual, cabe destacar que, en nuestro estudio (Díaz-Aguado, 
              Martínez Arias y Martín Seoane, 2004), el 37,6% de 
              los adolescentes evaluados manifestó su aceptación 
              de la creencia de que «Si no devuelves los golpes que 
              recibes, los demás pensarán que eres un cobarde», 
              muy de acuerdo con una de las frases que con cierta frecuencia siguen 
              transmitiendo los adultos a los niños: «Si te pegan, 
              pega», en la que se refleja que la incoherencia escolar respecto 
              a esta violencia expresa otra incoherencia existente aún 
              más amplia en el resto de la sociedad en relación 
              con dicho problema. 
              El tratamiento tradicionalmente dado a la diversidad, actuando 
                como si no existiera. En función de esto puede explicarse 
                que el hecho de estar en minoría, de ser percibido como 
                diferente, de tener un problema, o de destacar por una cualidad 
                envidiada, incremente la probabilidad de ser elegido como víctima 
                de acoso (a través de motes, de aislamiento...). Insuficiencia de la respuesta que la escuela tradicional 
                suele dar cuando se produce la violencia entre escolares, 
                que deja a las víctimas sin la ayuda que necesitarían 
                para salir de la situación, y que suele ser interpretada 
                por los agresores como un apoyo implícito. Esa falta de 
                respuesta está relacionada con la forma tradicional de 
                definir el papel del profesorado, sobre todo en el nivel de la 
                educación secundaria, orientado de forma casi exclusiva 
                a impartir una determinada materia.  En relación con la falta de respuesta de la escuela tradicional 
              respecto a la violencia, cabe interpretar el resultado obtenido 
              en nuestra investigación (Díaz-Aguado, Martínez 
              Arias y Martín Seoane, 2004), según el cual el 34,6% 
              de los adolescentes evaluados declaró que nunca pediría 
              ayuda al profesorado si sufriera acoso de parte de sus compañeros, 
              aludiendo, para justificarlo, que «los profesores de secundaria 
              están para enseñarte, no para resolver tus problemas», 
              aunque matizan que «sí pedirían ayuda a un profesor 
              que diera confianza». Tales respuestas reflejan la necesidad 
              de adaptar el papel del profesorado a la nueva situación 
              para incrementar su eficacia educativa, así como para la 
              ayuda que puedan proporcionar en la prevención de la violencia. 
              Aunque cada día es mayor la disponibilidad del profesorado 
              para acabar con los problemas expuestos, y aunque ello debería 
              contribuir a erradicar la violencia escolar, no siempre sucede así, 
              debido a la dificultad que supone cambiar pautas muy arraigadas 
              en dicha institución, para cuya superación es preciso 
              dotar al profesorado de los medios que lo hagan posible. 2.3 Exclusión escolar y violencia  Existen muy pocas investigaciones que relacionen la violencia entre 
              escolares con los procesos de discriminación y de exclusión 
              en la interacción profesor-alumno, tema que comienza a ser 
              conceptualizado como condición de riesgo en los últimos 
              años. Este cambio en su representación puede ayudar 
              a comprender su posible influencia en el maltrato entre escolares, 
              al incrementar situaciones de riesgo (aislamiento, modelo y justificación 
              para el maltrato, deterioro del clima del aula, división 
              del grupo de clase en subgrupos enfrentados, elevado nivel de estrés...), 
              y reducir las condiciones de protección contra la violencia 
              (adultos a los que acudir, contextos y modelos para la resolución 
              pacífica de los conflictos, normas coherentes y contrarias 
              a todo tipo de violencia...).  Como reflejo de la influencia que sobre todo tipo de violencia 
              pueden tener las experiencias de exclusión vividas en la 
              escuela, cabe considerar los resultados obtenidos desde los primeros 
              estudios longitudinales realizados sobre este tema, en los que se 
              ha observado que los individuos que llevaron a cabo acciones antisociales 
              graves en la juventud y en la edad adulta, se diferenciaban desde 
              los 8 años de sus compañeros por las siguientes razones: 
              ser rechazados por sus compañeros de clase; llevarse mal 
              con sus profesores; manifestar hostilidad hacia diversas figuras 
              de autoridad; expresar baja autoestima; tener dificultades para 
              concentrarse, para planificar y para terminar sus tareas; falta 
              de identificación con el sistema escolar; y abandonar prematuramente 
              la escuela (Glueck y Glueck, 1960; Coleman, 1982; Conger y otros, 
              1965). Los resultados obtenidos en nuestras investigaciones con estudiantes 
              de secundaria sugieren también que la exclusión social 
              puede estar en el origen de su identificación con la violencia 
              [Díaz-Aguado, (dir.), 1996]. En este sentido, una de las 
              evidencias más significativas procede del estudio comparativo 
              realizado para elaborar los Programas de educación para 
              la tolerancia y prevención de la violencia en los jóvenes, 
              llevado a cabo con 601 chicos entre 14 y 20 años de centros 
              de secundaria de Madrid, en el que observamos que los que se identificaban 
              con dicho problema (la violencia) se diferenciaban del resto de 
              sus compañeros y compañeras de clase por razonar sobre 
              situaciones de conflicto entre derechos de forma más primitiva 
              (con mayor absolutismo e individualidad); por justificar la violencia 
              y utilizarla con más frecuencia; por llevarse mal con los 
              profesores; por ser rechazados por los demás de la clase, 
              y por ser percibidos como agresivos, con fuerte necesidad de protagonismo, 
              inmaduros, antipáticos y con problemas para comprender la 
              debilidad de los demás. Este perfil refleja como posibles 
              causas de la violencia la dificultad para sentirse aceptados y reconocidos 
              por la escuela y por el sistema social en el que se incluyen. Tal 
              resultado apoya, una vez más, la importancia que tiene la 
              lucha contra la exclusión que se produce en la escuela para 
              prevenir todo tipo de violencia, y en función de la cual 
              puede explicarse la eficacia de los programas que favorecen la integración 
              en grupos de compañeros constructivos para lograr la desvinculación 
              con los grupos violentos [Díaz-Aguado (dir.), 1996; Hritz 
              y Gabow, 1997]. 2.4 El profesorado como víctima  Las noticias que con cierta frecuencia aparecen en los medios de 
              comunicación nos alertan sobre algunos casos en los que el 
              profesorado, especialmente en secundaria, llega a ser víctima 
              de la violencia de sus alumnos. En este sentido, ¿qué 
              se encuentra en los estudios científicos? En las escasas 
              investigaciones realizadas, se confirma la necesidad de incluirla 
              en los estudios sobre acoso (Terry, 1998) y de evaluarla desde una 
              doble dirección, que permita registrar tanto el maltrato 
              que pudiera existir desde el profesorado hacia el alumnado, estudiado 
              desde hace décadas con otra denominación (tratamiento 
              discriminatorio generalmente), como desde el alumnado hacia el profesorado, 
              problema que parece estar creciendo en los últimos años, 
              y en el que los adolescentes reconocen estar participando con una 
              frecuencia cada vez mayor (Mendoza, 2005).  En la investigación realizada por Terry (1998) con 101 profesores 
              de siete centros de secundaria del norte de Midlands (Reino Unido), 
              se encuentra que el 9.9% afirma haber sufrido bullying, o 
              haber sido acosado por parte de sus alumnos varias veces por semana. 
              Así se confirma la hipótesis según la cual 
              los profesores novatos sufren dicha situación con mayor frecuencia 
              que los que llevan tiempo. Sin embargo, no se confirma que las mujeres 
              la sufran más que los hombres. Respecto a si conocen algún 
              compañero que sufra el bullying de sus alumnos, sólo 
              el 9.9% dice no conocer a ninguno, dato que conviene relacionar 
              con el obtenido al preguntar si conocen a algún profesor 
              que dirija a sus alumnos este tipo de comportamientos, a lo que 
              el 51.4% responde que conoce a uno, y el 22.7% que a tres o más. 
              Por tanto, parece que el deterioro de las relaciones en la escuela 
              hace que la experiencia de intimidación llegue incluso a 
              las relaciones entre profesores y alumnos en ambas direcciones. 
             2.5 Violencia, género y sexismo Uno de los resultados más repetidos en los estudios sobre 
              la violencia es el de que los hombres la utilizan con mayor frecuencia 
              y de forma más grave que las mujeres (Rutter y otros, 1998; 
              Scrandroglio y otros, 2002), diferencia que se manifiesta desde 
              la infancia en cualquier contexto, incluido el escolar (Olafsen 
              y Viemero, 2000; Olweus, 1993; Whitney y Smith, 1993), y que, como 
              sucede en otros contextos y edades, cabe relacionar con los estereotipos 
              masculinos tradicionales, en los que se asocia el valor del hombre 
              con el dominio, con el control absoluto y con la violencia (Cowie, 
              2000; Díaz-Aguado y Martínez Arias, 2001). Los análisis 
              realizados sobre la frecuencia con la que se sufren en la escuela 
              situaciones de víctimización en función del 
              género, encuentran resultados menos consistentes (Olafsen 
              y Viemero, 2000; Smith y Sharp, 1994).  Para explicar la relación entre agresión y género, 
              conviene tener en cuenta que la principal condición de riesgo 
              de violencia no es el sexo como condición biológica, 
              sino la identificación con el dominio de los demás, 
              asociado al estereotipo masculino tradicional. Esta identificación 
              incrementa el riesgo de convertirse en agresor de los compañeros 
              tanto en los chicos, entre los que suele ser más frecuente, 
              como en las chicas (Young y Sweeting, 2004). Por otra parte, en diversas investigaciones también se pone 
              de manifiesto la necesidad de considerar diferencias cualitativas, 
              puesto que, por ejemplo, la utilización de la violencia por 
              las mujeres suele ser mucho más indirecta (Österman, 
              1998) y está influida por presiones situacionales con mayor 
              intensidad (Salmivalli y otros,1998).  En nuestro estudio (Díaz-Aguado, Martínez Arias y 
              Martín Seoane, 2004) se encuentra, así mismo, que 
              los chicos manifiestan en casi todos los indicadores evaluados un 
              riesgo superior de violencia y de intolerancia que las chicas. La 
              ausencia de diferencias de género en el ocio puede ser interpretada 
              como un indicador de la fuerte presión grupal que suele existir 
              en dicho contexto, que podría obstaculizar los mecanismos 
              de inhibición de la violencia en las adolescentes, lo que 
              refleja la necesidad de orientar la superación del sexismo 
              de forma que favorezca una identificación con la totalidad 
              de los valores tradicionalmente asociados a lo femenino (la empatía, 
              la ternura) y a lo mascu-lino (la fuerza y el poder), sin que nadie 
              tenga que identificarse con los problemas a los que dichos estereotipos 
              conducían (como la violencia). 2.6 Cambios sociales y riesgo de violencia escolar  Para comprender la posible influencia que los actuales cambios 
              macrosociales de la denominada Revolución Tecnológica 
              pueden tener en esta situación, es preciso considerar que 
              reducen la eficacia de determinadas condiciones que hasta hace poco 
              protegían a la infancia de la violencia adulta. Como se pone 
              de manifiesto en algunos de los casos de violencia protagonizados 
              en los últimos años por niños y adolescentes, 
              que han sido ampliamente divulgados por los medios de comunicación, 
              en los que se refleja que reproducen guiones imposibles de 
              inventar en dichas edades, y que disponen de una información 
              para ejercer la violencia a la que hasta ahora en dichas 
              edades no se tenía acceso, vemos que estos cambios afectan 
              de una forma muy especial a los dos contextos educativos básicos 
              tradicionales, tal como se estructuraban desde la Revolución 
              Industrial:  
               La familia nuclear, que se aisló de la 
                familia extensa, especializándose en el cuidado de los/as 
                hijos/as en torno a una figura, la de la madre, aislada también 
                de lo que sucedía más allá del reducido mundo 
                privado en el que transcurría su vida.  La escuela tradicional, que se extendió a sectores 
                cada vez más amplios de la población. Estuvo estructurada 
                en torno a tres principios que parecen ser insostenibles hoy: 
                la negación de la diversidad, cuya máxima expresión 
                era la orientación de la educación a un alumno medio 
                que nunca existió, y que excluía a quien no podía 
                adaptarse a dicha referencia antes de llegar a la adolescencia; 
                la obediencia incondicional al profesorado; y el currículum 
                oculto, en fun-ción del cual se definían los papeles 
                de profesor, de alumno, de compañero, y algunas normas 
                no explícitas de respuesta a los conflictos, basadas en 
                el dominio y en la sumisión, que entraban en contradicción 
                con los valores que la escuela pretendía construir.  Para prevenir la violencia escolar es preciso adaptar los dos principales 
              contextos educativos, la escuela y la familia, a los actuales cambios 
              sociales, estructurando las relaciones y las actividades que en 
              ella se producen de forma que resulten más coherentes con 
              los valores democráticos que nuestra sociedad pretende transmitir. 
              Existe un consenso cada vez más generalizado sobre el papel 
              que la cooperación puede tener para conseguirlo, así 
              como sobre la necesidad de llevarla a cabo a los más diversos 
              niveles (Ahmed y Braithwaite, 2004; Conoley y Goldstein, 2004; Gini, 
              2004; Johnson y Johnson, 1999; Reinke y Herman, 2002). 3. Estudios sobre prevención de la violencia escolarLas investigaciones realizadas sobre programas de prevención 
              de la violencia escolar pueden agruparse en dos tipos: las que se 
              orientan específicamente contra el acoso entre iguales, que 
              siguen por lo común la metodología iniciada por Olweus; 
              y las que se plantean desde una perspectiva más amplia como 
              programas de prevención de la violencia escolar o de la violencia 
              en general, basadas de forma habitual en el desarrollo de habilidades 
              sociales. 3.1 Programas específicos contra el acoso entre iguales 
              en la escuela En el programa pionero desarrollado en 42 escuelas de Noruega por 
              Olweus (1991) con 2500 alumnos de 10 a 15 años, se informaba 
              a los centros sobre los resultados obtenidos en la evaluación 
              de dicho problema, así como sobre la respuesta que daba el 
              contexto, tratando de sensibilizar a profesores, a padres y a compañeros 
              sobre la necesidad de no permitirlo, y creando vigilancia, normas 
              y sanciones claras contra dicha situación. La evaluación 
              de los resultados del programa reflejó una significativa 
              disminución del acoso (de más del 50%), tanto a partir 
              de los informes de los agresores como de las víctimas, sin 
              que las agresiones se desplazaran a otros contextos. Se observó, 
              además, una mejoría del clima social y de la satisfacción 
              de los alumnos con la escuela, así como una disminución 
              general del comportamiento antisocial. Estos resultados cabe relacionarlos, 
              por lo menos en parte, con la sensibilidad que existía en 
              Noruega antes del programa, tras el suicidio de tres alumnos de 
              10 a 14 años producido después de haber sufrido el 
              acoso de sus compañeros (Stevens, de Bourdeauhuij y van Oost, 
              2000). Los intentos posteriores de alcanzar los excelentes resultados 
              obtenidos en este primer estudio no han sido tan positivos. Como 
              demostración cabe considerar, por ejemplo, el programa desarrollado 
              en Bélgica (Flandes) por Stevens, de Bourdeauhuij y van Oost, 
              (2000) con tres de los componentes básicos de la intervención 
              contra el bullying: una política escolar de normas 
              y de sanciones claramente contrarias al acoso; cuatro sesiones en 
              el aula sobre estrategias y habilidades de resolución de 
              conflictos de acoso y de apoyo a las víctimas; y el tratamiento 
              específico con agresores y con víctimas. La comparación 
              de los resultados obtenidos en las escuelas experimentales de primaria 
              con las de control refleja una significativa eficacia según 
              lo que declaran los agresores, pero no según lo que declaran 
              las víctimas. En las escuelas de secundaria el programa no 
              resulta eficaz a partir de ninguno de estos dos indicadores, dificultad 
              que ya había sido detectada en otros trabajos (Smith y Sharp, 
              1994), y que se atribuye a lo inadecuado que puede resultar tratar 
              de influir en adolescentes basándose en normas establecidas 
              por los adultos. De eso se deriva la necesidad de adaptar los programas 
              desde una perspectiva evolutiva (Stevens y otros, 2000). Las investigaciones 
              posteriores permiten concluir que la eficacia de los resultados 
              de los programas contra el bullying mejoran cuando se desarrollan 
              de forma continua y desde una perspectiva de largo plazo, que como 
              una intervención concreta (Carney y Merrell, 2001); que con 
              frecuencia la eficacia sólo se observa en una de las dos 
              perspectivas evaluadas, la de las víctimas (Menesini y Smorti, 
              1997) o la de los agresores (Stevens y otros, 2000); o que la disponibilidad 
              de los iguales para hacer de mediadores en la resolución 
              de conflictos y para apoyar a las víctimas es mucho menor 
              entre los chicos (Nailor y Cowie, 1999).  Los análisis más recientes sobre la evaluación 
              de los programas contra el acoso reflejan un creciente consenso 
              en la necesidad de ampliar sus objetivos y sus actividades más 
              allá del tratamiento específico del acoso entre iguales, 
              para tratar de mejorar la calidad de vida en la escuela favoreciendo 
              la cooperación a distintos niveles (Gini, 2004; Ortega, 2003). 
             3.2 Programas escolares de prevención de la violencia 
               La revisión de los programas escolares planteada desde una 
              perspectiva general con el objetivo de prevenir la violencia, refleja 
              que, aunque son abundantes las publicaciones que describen pautas 
              de intervención, son muy escasas las que suministran evidencia 
              empírica sobre su eficacia, y menos aún las que proporcionan 
              evaluaciones basadas en la comparación de los cambios producidos 
              por el programa con un grupo de control. Las pocas investigaciones 
              que analizan la eficacia de la prevención informan con cierta 
              frecuencia de resultados de escasa relevancia (Webster, 1993; Wilson-Brewer 
              y otros, 1991). En ese sentido se pueden interpretar, por ejemplo, 
              las conclusiones de la revisión a las que llegaron Fields 
              y McNamara (2003), en las que se observa que la evidencia experimental 
              disponible hasta la fecha sobre programas de prevención primaria 
              de la violencia llevados a cabo con adolescentes, incluyendo la 
              comparación con grupos de control, es muy limitada. Otra 
              carencia importante es la que tiene que ver con la ausencia de un 
              marco teórico coherente que fundamente la intervención 
              y que ayude a explicar los resultados, con lo cual puede considerarse 
              también la necesidad de diseñar los programas de forma 
              que incluyan la dimensión moral que debe tener la educación 
              contra la violencia, incrementando los valores democráticos 
              y el sentido de comunidad (Edwards, 2001), puesto que es la conexión 
              con los valores morales (Ortega, Sánchez y Menesini, 2002) 
              la que guía las decisiones que permitirán utilizar 
              las habilidades en torno a cuyo entrenamiento gira la mayoría 
              de los programas. En tal sentido cabe destacar, por ejemplo, la 
              eficacia comprobada en escuelas de primaria de los Programas 
              de construcción de la paz aplicados de forma generalizada 
              y continuada, en los que, junto al entrenamiento en resolución 
              de conflictos, se educa en valores democráticos, de tolerancia 
              y de respeto intercultural (Aber y Jones, 2003).  Cuando la valoración de los programas de prevención 
              se realiza por los equipos directivos de los centros, destacan por 
              su eficacia, en primer lugar, los que buscan cambiar la escuela 
              para adaptarla mejor a las necesidades de los alumnos; en segundo 
              lugar, los que promueven cambios y habilidades en el profesorado 
              para prevenir la violencia; y, en tercer lugar, los que simplemente 
              pretenden modificar la conducta individual de los alumnos violentos 
              (Heerboth, 2000).  Los intentos de concretar una agenda de investigación 
              sobre la prevención de la violencia escolar llevan a destacar 
              la necesidad de definir cuáles son las condiciones básicas 
              que contribuyen a promover un entorno escolar de calidad en el que 
              no tenga cabida la violencia, implicando, a través de la 
              cooperación, al profesorado, al alumnado y a las familias. 
              Para lograrlo, es necesario establecer «protocolos de intervención 
              que ayuden a conseguirlo, simplificando cuáles son sus componentes 
              básicos» (Reinke y Herman, 2002, p. 796).  3.3 La cooperación y la construcción de la no-violencia 
              como componentes de la prevención  Los programas de prevención de la violencia que evaluamos 
              en nuestro último estudio (Díaz-Aguado, 2004) giran 
              alrededor de dos componentes básicos, que cambian la forma 
              de definir las relaciones en las aulas: la estructuración 
              de las actividades educativas mediante la cooperación en 
              equipos heterogéneos, que puede llevarse a cabo a través 
              de cualquier materia; y el desarrollo de una secuencia de 16 actividades 
              en las que la cooperación se aplica a contenidos relacionados 
              con el currículum de la no violencia, incluyendo problemas 
              de acoso entre iguales, pero no sólo eso. El aprendizaje cooperativo en equipos heterogéneos El enfoque sociohistórico de la psicología de la 
              actividad (Bruner, 1999; Newman, Griffin y Cole, 1989; Vygostky, 
              1978) representa el marco fundamental para explicar la naturaleza 
              de las innovaciones incluidas en nuestro programa, así como 
              su eficacia para adaptar la escuela a las exigencias de la sociedad 
              actual y a las características de la adolescencia. Dichas 
              actividades suponen, respecto a los procedimientos tradicionales, 
              dos innovaciones básicas: 
               La agrupación de los alumnos en equipos heterogéneos 
                (en rendimiento, en nivel de integración en el colectivo 
                de la clase, en grupos étnicos, en género, en riesgo 
                de violencia....), que ayuda a superar las segregaciones y las 
                exclusiones que de lo contrario se producen en la escuela, a través 
                de las cuales se perpetúan las que existen en el resto 
                de la sociedad, y en las que se priva a los individuos de riesgo 
                de las oportunidades necesarias para prevenir la violencia. Esta 
                característica contribuye a luchar contra la exclusión, 
                y a superar la desigual distribución del protagonismo que 
                suele producirse en las aulas, que son el origen del desapego 
                que algunos alumnos sienten hacia ellas y de muchas de las conductas 
                de violencia. Un significativo incremento del poder y de la responsabilidad 
                que se da a los alumnos en su propio aprendizaje, sobre todo 
                en las actividades en las que se les pide que desempeñen 
                papeles adultos como expertos en diversas áreas (medios 
                de comunicación, prevención, política...). 
                Por ejemplo, elaborando la Declaración de los Derechos 
                Humanos, un decálogo para erradicar la violencia escolar, 
                o campañas de prevención contra la violencia de 
                género dirigidas a adolescentes. Los resultados obtenidos 
                han permitido comprobar que ayudar a los y las jóvenes 
                a desempeñar el papel de expertos es muy eficaz. Cuando, 
                v. gr., hacen de expertos contra la violencia, adquieren las habilidades 
                formales que dicha actividad supone, y se apropian al mismo tiempo 
                de sus objetivos: la justicia, la tolerancia y el respeto mutuo. Estas actividades favorecen el aprendizaje significativo al proporcionar 
              un contexto social mucho más relevante que el de las actividades 
              escolares tradicionales, y suponen la realización de tareas 
              completas en las que se llega a una producción final (Bruner, 
              1999). Así, al tratar al adolescente como si fuera un profesional 
              capaz de prevenir la violencia, y al proporcionarle el apoyo y la 
              motivación necesarias, se favorece que pueda descubrir el 
              significado que esta tarea tiene para el experto que habitualmente 
              la realiza, y que llegue a identificarse con dicho significado de 
              forma mucho más eficaz que si le pidiéramos que llevara 
              a cabo, paso a paso, sus distintos componentes al estilo de los 
              ejercicios de los tradicionales libros de texto: estudiar conceptos 
              y definiciones sobre violencia, comprender los caminos que sigue 
              un profesional de los medios de comunicación, aplicarlos 
              a una situación hipotética, realizar individualmente 
              los ejercicios que vienen escritos en el Manual en función 
              de unos determinados criterios... La eficacia de las tareas completas 
              compartidas ha sido explicada desde la psicología de la actividad, 
              en función de su relevancia para activar la zona de construcción 
              del conocimiento y de potenciar así el aprendizaje (Newman, 
              Griffin y Cole, 1989). El currículum de la no-violencia  A lo largo de investigaciones anteriores [Díaz-Aguado (dir.), 
              1996; 2003; Díaz-Aguado y Martínez Arias, 2001] hemos 
              venido desarrollando una serie de tareas sobre cómo enseñar 
              a construir los valores de igualdad, de respeto a los derechos humanos, 
              a la tolerancia, y el rechazo al sexismo y a la violencia, que en 
              el último trabajo [Díaz-Aguado, (dir)., 2004] se completan 
              con algunas actividades dirigidas de manera específica contra 
              el acoso entre iguales en la escuela y en el ocio, a través 
              de una secuencia de 16 actividades básicas:  
              Democracia es igualdad. 
                 
                   Activación de esquemas previos y de habilidades 
                    básicas de comunicación a partir de un spot. 
                 Discusión sobre distintos tipos de discriminación, 
                  enfatizando la conexión con la vida cotidiana y con las 
                  discriminaciones que se producen en la escuela.   La construcción de los derechos humanos como base de 
                la convivencia. 
                 
                   Elaboración de una declaración sobre 
                    los derechos humanos.   Comparación con la declaración elaborada 
                    en 1948. 
                 Discusión sobre las violaciones de los derechos 
                  humanos en la vida cotidiana.   Favoreciendo una representación general de la violencia 
                que ayude a combatirla. 
                 
                   Discusión sobre la naturaleza de la violencia, 
                    a partir del vídeo Odio y destrucción. 
                 Discusión sobre acoso y victimización. 
                  Racismo y xenofobia como ampliación del bloque A. 
                 
                   Aprendiendo a detectar el racismo.  
                 Qué mala memoria tenemos.   Sexismo y violencia de género. 
                 
                   Detección del sexismo y generación de 
                    alternativas.   Discusión sobre la violencia de género 
                    a partir del vídeo Hogar, triste hogar.  
                 Elaboración de un mensaje para prevenir o para 
                  detener la violencia de género.   Violencia entre iguales en la escuela y en el ocio. 
                 
                   Detección de las distorsiones que contribuyen 
                    a la violencia en general.   Detección de las distorsiones que contribuyen 
                    a la violencia entre adolescentes.   Discusión sobre estrategias para prevenir o 
                    para detener la violencia en el ocio. 
                 Elaboración de un decálogo para erradicar 
                  la violencia desde las relaciones que se establecen en la escuela. 
                  Sesión de discusión final sobre la integración 
                de los temas tratados con anterioridad en la propia identidad. 
               Evaluación de la eficacia del programa El programa descrito fue evaluado con 783 adolescentes de centros 
              educativos de la Comunidad de Madrid, comparando los cambios producidos 
              en el grupo experimental con los del grupo de control, para lo cual 
              se aplicaron, antes y después de la intervención, 
              los siguientes instrumentos: El Cuestionario de Evaluación 
              de la Violencia entre iguales en la Escuela y en el Ocio; el 
              Cuestionario de Actitudes hacia la Diversidad y la Violencia; 
              y el Cuestionario sobre Estrategias de Prevención de la 
              Violencia en el Ocio. A partir de ellos se comprobó una 
              significativa eficacia del programa para:  
               Reducir las situaciones de violencia en la escuela, especialmente 
                las más graves, tal como son percibidas por las víctimas 
                como por los agresores.  Prevenir las situaciones de violencia grave en el ocio, tomando 
                en cuenta cómo son percibidas por las víctimas y 
                por los agresores. En ese caso se ayuda a modificar las expectativas 
                pesimistas que el profesorado tiene a veces sobre la imposibilidad 
                de prever, desde la escuela, formas de violencia que se producen 
                fuera de ella, y cuyas principales causas suelen situarse más 
                allá del sistema escolar.  Reducir las situaciones de exclusión en la escuela, 
                tal como son percibidas por las víctimas, que, cuando no 
                se interviene, tienden a incrementarse con el tiempo.  Desarrollar una representación de la violencia que se 
                apoye en todo lo que pueda combatirla, y promover la tolerancia 
                ayudando a superar las creencias que conducen a la violencia entre 
                iguales, al sexismo y a la violencia doméstica, al racismo 
                y a la xenofobia. Incrementar la disponibilidad de estrategias de prevención 
                de la violencia en el ocio más positivas y elaboradas, 
                rechazando el empleo de la violencia como forma de resolución 
                de conflictos.  Mejorar la calidad de la relación con el aprendizaje 
                y con el profesorado, tal como es evaluada tanto por el alumnado 
                que participa en el programa como por sus profesores. También 
                se debe observar una tendencia encaminada a mejorar el resto de 
                las relaciones y de los contextos sobre los que tratan las actividades 
                del programa: la clase, los amigos, los compañeros, el 
                instituto, el ocio.  Como muestra de cómo ve el alumnado el cambio originado 
              por las innovaciones propuestas, incluimos a continuación 
              extractos de las entrevistas llevadas a cabo en uno de los estudios-piloto 
              realizados con anterioridad a la comprobación experimental 
              que ya describimos. Manuel, Jorge y Jaime eran alumnos de un aula 
              en la que, antes de llevarse a cabo el programa, la convivencia 
              había llegado a deteriorarse de forma muy preocupante, tanto 
              entre los propios alumnos como entre éstos y sus profesores; 
              un aula compuesta en gran parte por repetidores, y con un alto porcentaje 
              de estudiantes caracterizados por su conducta violenta.  
              
                Manuel (antes de participar en el programa): «Me 
                  han echado de clase muchas veces por enfrentarme a algunos profesores 
                  [
]. Me faltan al respeto. Abusan de ser profesores. Como 
                  el otro día, una profesora me dijo que la clase estaba 
                  mejor sin mí, y yo le contesté que si estaba mejor 
                  sin mí entonces también estaba mejor sin ella 
                  [...]. Si me porto mal y hay unas normas, que me las expliquen. 
                  Podrían intentar hablar conmigo, llevarme por otro camino 
                  [...] son profesores. Ellos sabrán cómo, pero 
                  no diciéndome esas cosas, porque me incitan a que me 
                  ponga nervioso y empeore todo. Esta clase es problemática. 
                  Todos lo dicen. Nos hemos juntado la mayoría repetidores 
                  [...] este año he empezado mal y no creo que tenga solución. 
                  ¿Si tú fueras director del instituto, qué 
                  harías para resolver estas situaciones? Cambiar el 
                  modo de dar la clase y echar al alumno o al profesor. Porque 
                  a mí me expulsan, pero a ellos no». Manuel (después del programa, en el que participó 
                  de manera intermitente debido a las expulsiones): «El ambiente 
                  de clase ha mejorado. En grupos vamos mejor. Aprendemos más, 
                  porque como hay personas que tienen más nivel, sacan 
                  mejor nota, y, al final, todo se acaba pegando [...]. Trabajar 
                  en clase es contagioso [...]. La relación con los profesores 
                  ha mejorado [...]. Me parece bien que se trate el tema de la 
                  violencia en clase, porque tengo el carácter muy fuerte 
                  y me enfado mucho. Y si me hacen algo...me pongo nervioso. Depende 
                  de con quién me controlo o no [..] ya me he dado cuenta 
                  de que me puedo perjudicar; me he dado cuenta de que aquí 
                  en el instituto no sirve para nada. ¿Por qué 
                  te expulsaron? Por acumulación de partes... no me 
                  echaron porque sí. Me lo merezco. Me he dado cuenta de 
                  que por hacer el tonto voy a tener que repetir». Jorge (después de participar en el programa): 
                  «El ambiente en clase ha mejorado mucho. Al principio dábamos 
                  mucha guerra. Hemos mejorado, nos hemos tranquilizado. Este 
                  trimestre todo el mundo se da cuenta de que tiene que aprobar 
                  el curso, que nos pasamos mucho con los profesores [...]. Creo 
                  que el trabajo en grupos ha influido. Nos conocemos mejor, nos 
                  ayudamos en los deberes, prestamos más atención 
                  a la asignatura, las clases se hacen más divertidas [...]. 
                  Aprendemos más porque todas las dudas se resuelven entre 
                  los cuatro del grupo; no tenemos que preguntar al profesor [...]. 
                  Las clases antes eran muy aburridas y ahora son divertidas [...]. 
                  En ética hablamos de problemas de la calle que tenemos 
                  nosotros. De la violencia en la calle, de los derechos humanos... 
                  a mi me sirve para mi vida. ¿Por qué? Hablamos 
                  de lo que se debe hacer y no se debe hacer, y luego, cuando 
                  se te presenta un problema en la calle, lo solucionas de otra 
                  manera. Por ejemplo, si nos pasa otra vez lo del bar (una situación 
                  de violencia entre bandas descrita al principio de la entrevista 
                  y vivida antes de tratar en clase el tema de la violencia), 
                  pasamos y nos vamos aunque se rían; nos da igual; si 
                  les plantas cara lo único que consigues es pelearte y 
                  tener más problemas; es preferible que se rían». Jaime (antes de participar en el programa): «¿Hay 
                  situaciones de violencia en el instituto? Sí, más 
                  de una pelea ya ha pasado, pero no de pandillas, cosas aisladas. 
                  Es que este instituto es muy conflictivo. Este barrio está 
                  dividido en distintas zonas y se llevan muy mal entre ellas. 
                  Los conflictos se crean fuera del instituto pero se resuelven 
                  aquí, porque, claro, aquí nos juntamos todos, 
                  hay mucha diversidad ideológica. Racistas y todo. ¿Qué 
                  hace el instituto para resolver estos conflictos? El Instituto 
                  lo que hace es echar a algunos alumnos y ya está. En 
                  esta clase han acumulado lo peor, casi todos son repetidores 
                  y eso se nota, pero las actitudes en clase son distintas según 
                  el profesor. Hay profesores con los que no nos metemos». 
                 Jaime (después de participar en el programa): 
                  «El trabajo en grupos va bastante mejor. Se hace más 
                  sencillo, porque unos con otros nos podemos ayudar; en unas 
                  materias uno sabe más y ayuda al resto, y en otras al 
                  revés
 ¿Qué te parece cómo 
                  se han formado los grupos? A ti te gustaría ponerte 
                  con tus amigos, pero la verdad es que están haciendo 
                  los grupos muy bien compensados y funcionan; yo creo que ha 
                  mejorado el rendimiento del grupo. ¿Todo el mundo trabaja? 
                  Sí, y si alguien se escaquea se le dice algo 
                  y ya está. ¿Quién se lo dice? Los 
                  miembros del grupo. Dentro del grupo nos ponemos de acuerdo, 
                  nos organizamos el trabajo [...]. La relación con los 
                  profesores ha mejorado, y ahora trabajamos más». 4. Conclusiones sobre cómo prevenir la violencia desde 
              las relaciones que se establecen en la escuelaA partir de lo analizado en este artículo se desprende que, 
              para prevenir la violencia desde las relaciones que se establecen 
              en la escuela, es preciso:  
               Adaptar la educación a los actuales cambios sociales, 
                desarrollando la colaboración a múltiples niveles, 
                de forma que sea posible afrontar los complejos retos sociales 
                que la educación vive hoy. Para conseguirlo, hay que redefinir 
                los papeles a partir de los cuales se estructura la interacción 
                educativa, dando al alumnado un papel más activo en su 
                propia educación, permitiendo que el profesorado incremente 
                su autoridad, y poniendo en marcha nuevos esquemas de colaboración 
                entre la escuela y la familia, así como con el resto de 
                la sociedad. Estos objetivos exigen promover nuevos contextos 
                que ayuden a la búsqueda conjunta de soluciones para una 
                meta compartida, como es la de mejorar la educación, basados 
                en el respeto mutuo entre los distintos agentes educativos, porque 
                si la escuela no está hoy aislada de los problemas que 
                se producen fuera de ella, tampoco debería estarlo para 
                las soluciones.  Mejorar la calidad del vínculo educativo y desarrollar 
                el empowerment. Los estudios sobre el origen de la violencia 
                llevan a destacar la falta de calidad del vínculo educativo 
                como una de sus principales causas. Para prevenirla desde la escuela, 
                es imprescindible que el profesorado desarrolle su poder de referencia, 
                así como distribuir el protagonismo académico entre 
                el alumnado, incrementando con ello lo que suele denominarse en 
                distintos foros internacionales como empowerment. La escuela 
                debe promoverlo, favoreciendo que cada alumno/a defina y desarrolle 
                sus propios proyectos escolares. Los procedimientos educativos 
                participativos, como el aprendizaje cooperativo en grupos heterogéneos, 
                son de gran eficacia para conseguirlo. El fortalecimiento de las 
                personas encargadas de la educación, sobre todo del profesorado, 
                debe ser destacado también como una condición básica 
                para mejorarla.  Desarrollar alternativas a la violencia en los contextos 
                y en los individuos. La violencia puede ser utilizada para 
                responder a funciones psicosociales cuando se carece de alternativas. 
                Por eso, y para prevenirla, es preciso desarrollarlas estableciendo 
                contextos y procedimientos alternativos en el sistema escolar 
                (como las asambleas de aula que pueden llevarse a cabo en las 
                tutorías) y en la familia, por medio de los cuales y de 
                forma normalizada (sin que nadie se sienta amenazado en ellos) 
                puedan expresarse las tensiones y las discrepancias y resolverse 
                los conflictos sin recurrir a la violencia (a través de 
                la comunicación, la negociación, la me-diación...), 
                en donde las víctimas puedan encontrar la ayuda que necesitan 
                sin ser estigmatizadas por ello; y promoviendo alternativas en 
                todos los individuos (alumnado, profesorado...) mediante habilidades 
                que permitan afrontar la tensión y resolver los conflictos 
                sin recurrir a la violencia. Romper la conspiración de silencio sobre la violencia 
                escolar, e insertar su tratamiento en un contexto normalizado 
                orientado a mejorar la convivencia. Entre las condiciones 
                que contribuyen a la violencia escolar, destacan tres características 
                de la escuela tradicional: la justificación o la permisividad 
                de la violencia entre chicos, como forma de resolución 
                de conflictos entre iguales; el tratamiento habitual que se da 
                a la diversidad actuando como si no existiera; y la falta de respuesta 
                del profesorado ante la violencia entre escolares, que deja a 
                las víctimas sin ayuda, y que suele ser interpretada por 
                los agresores como un apoyo implícito. Dicha falta de respuesta 
                está relacionada con la forma tradicional de definir el 
                papel del profesorado, especialmente en secundaria, orientado 
                de manera casi exclusiva a impartir una determinada materia. Y, 
                como sugieren los propios profesores, podría superarse 
                si recibieran el apoyo y la formación adecuados para afrontar 
                el tipo de problemas que conducen a la violencia desde una perspectiva 
                de ciudadanía democrática. En este ámbito 
                hay que situar el establecimiento de contextos normalizados orientados 
                a mejorar la convivencia, en los que las víctimas puedan 
                encontrar la ayuda que necesitan y los agresores recibir una adecuada 
                disciplina, porque, de lo contrario, la impunidad de la violencia 
                contribuye a su incremento.  Enseñar a condenar toda forma de violencia, favoreciendo 
                una representación que ayude a combatirla. Conviene 
                orientar el rechazo a la violencia desde una perspectiva que incluya 
                tanto su repudio de forma general, con independencia de quién 
                sea la víctima y quién el agresor, como un tratamiento 
                específico de sus manifestaciones más frecuentes: 
                la violencia de género y la violencia entre iguales, ya 
                sea en la escuela, ya en el ocio. Las medidas disciplinarias deben 
                contribuir a lograr ese objetivo, ayudando a generar cambios cognitivos, 
                emocionales y conductuales, que permitan que el agresor se ponga 
                en el lugar de la víctima, que se arrepienta de haber empleado 
                la violencia, y que intente reparar el daño originado. 
                La eficacia de estos tres componentes mejora cuando se integran 
                en un mismo proceso. Favorecer la identificación con el respeto a los 
                derechos humanos, estimulando el desarrollo de la capacidad 
                para ponerse en el lugar del otro, motor básico de todo 
                el desarrollo socio-emocional, y que en sus niveles más 
                evolucionados se extiende a todos los seres humanos, así 
                como la comprensión de los derechos universales y la capacidad 
                de usar esa comprensión en las propias decisiones morales, 
                coordinando dichos derechos con el deber de respetarlos. Al incluir 
                el rechazo a la violencia dentro de tal perspectiva conceptualizándola 
                como una grave amenaza a los derechos humanos, se favorece su 
                comprensión como un problema que afecta a cualquier individuo, 
                puesto que pone en peligro el nivel de justicia necesario para 
                que se respeten también sus derechos.  Incluir actividades específicamente dirigidas a prevenir 
                la victimización dentro de los programas de prevención 
                de la violencia, enseñando a decir no en situaciones que 
                puedan implicar abuso; pedir ayuda cuando se necesite; y estar 
                preparado emocionalmente para no sentirse culpable cuando se es 
                víctima.  Prevenir la intolerancia y el sexismo. Determinadas 
                actitudes y creencias existentes en nuestra sociedad hacia los 
                papeles y las relaciones en cuyo contexto se produce la violencia 
                ejercen una influencia decisiva en el riesgo de ejercerla, como 
                son las creencias racistas, sexistas y xenófobas, la conceptualización 
                de la violencia entre iguales como una expresión de valentía, 
                o cualquier otra creencia que lleve a rechazar a las personas 
                que se perciben diferentes, situación en la que todos/as 
                podemos encontrarnos. De ahí se deriva la necesidad de 
                enseñar a detectar y a corregir dichas actitudes, como 
                un requisito necesario para prevenir la violencia en todas sus 
                manifestaciones.  Educar en la ciudadanía democrática, mejorando 
                la coherencia entre los valores que se pretenden enseñar 
                y la práctica educativa. Uno de los principales obstáculos 
                que debe superar hoy la educación es el que ha sido denominado 
                currículum oculto. El incremento de los problemas 
                de indisciplina descritos en los últimos años, sobre 
                todo por el profesorado de secundaria, pone de manifiesto que 
                el currículum oculto ha perdido eficacia como forma de 
                control, y que para superar estas dificultades es necesario avanzar 
                en la construcción de la democracia desde la escuela, una 
                de las mejores herramientas para luchar contra la violencia y 
                la exclusión. Por todo ello, es preciso incrementar la 
                participación del alumnado en la construcción y 
                en la aplicación de las normas que regulan la convivencia, 
                y mejorar la eficacia educativa de la disciplina.  Poner a disposición del profesorado los medios que 
                permitan adaptar la escuela a una situación nueva. 
                Para llevar a la práctica los principios expuestos, es 
                preciso desarrollar condiciones que permitan a los profesores 
                llevarlas a cabo. En tal sentido, conviene tener en cuenta la 
                necesidad de apoyarlos, facilitando que adquieran las habilidades 
                necesarias para conseguirlo, y creando condiciones que posibiliten 
                la cooperación entre ellos sin caer en la frecuente tendencia 
                a sobrevalorar sus posibilidades para desarrollar objetivos muy 
                complejos sin los medios necesarios, ni en la tendencia contraria, 
                infravalorando la capacidad de unos profesionales para adquirir 
                las habilidades necesarias que permitan adaptar la educación 
                a las exigencias de la situación actual.  BIBLIOGRAFÍA Aber, L., y Jones, S. (2003): «Developmental Trajectories 
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              Psychological well-being, and Gender-atypical Behavior: A Gender 
              Diagnosticity Approach», en Sex Roles, 50, 7-8, pp. 
              525-555. Notas 1 Estos programas han sido publicados 
              por el Instituto de la Juventud en tres libros y un vídeo 
              con el título Prevención de la violencia y lucha contra 
              la exclusión desde la adolescencia, que pueden pedir de forma 
              gratuita las instituciones que trabajan en este ámbito, explicando 
              el objetivo de la solicitud a: foroinjuve@mtas.es. 
              Los tres libros están disponibles en Internet en la dirección 
              mtas.es/injuve/novedades/prevenciónviolencia.htm 
              Y los tres programas de vídeo en la videoteca virtual de 
              atei, a través de la dirección www.atei.es, dentro 
              de los «Programas de atención a la diversidad y educación 
              en valores en la escuela actual». También a través 
              de: http://mariajosediaz-aguado.tk    |