Funciones (re)veladas de la educación contemporánea: 
              aproximación crítica desde la psicología social 
              de la educación en España
            María de la Villa Moral Jiménez*, Anastasio Ovejero 
              Bernal**
            Síntesis: El análisis comprehensivo de las 
              principales funciones de la educación contemporánea 
              constituye el objeto fundamental de estudio en esta aproximación 
              desde la Psicología Social de la Educación al ámbito 
              educativo. Funciones de orientación, de educación 
              intercultural, socioafectivas, de cualificación profesional 
              y de promoción del desarrollo integral del alumnado, entre 
              otras, son analizadas en esta aportación teórica. 
              Se ofrece un análisis psicosociológico sobre renovados 
              órdenes y sobre diversas crisis a múltiples niveles 
              que caracterizan a esta sociedad calificada de postmoderna y global, 
              que influyen sobre las actuales demandas y retos planteados a la 
              institución académica. Se incide en la adopción 
              de un planteamiento de análisis crítico con la herencia 
              del patrimonio ilustrado, y en un abordaje teórico foucaultiano 
              de las funciones y de los poderes (re)velados, procediendo a reflexionar 
              sobre sus intereses y sobre los métodos de la praxis psicopedagógica. 
              Finalmente, se aboga por un mayor entendimiento entre escuela y 
              sociedad, entre aprendizaje y cultura global, y entre ciudadanía 
              y participación social con potencialidad transformadora. 
             
            Síntese: A análise compreensiva das principais 
              funções da educação contemporânea 
              constitui o objeto fundamental de estudo nesta aproximação 
              a partir da Psicologia Social da Educação no âmbito 
              educacional. Funções de orientação, 
              de educação intercultural, sócio-afetivas, 
              de qualificação profissional e de promoção 
              do desenvolvimento integral do alunado, entre outras, são 
              analisadas nesta matéria teórica. Oferece-se uma análise 
              psicossociológica sobre renovadas ordens e sobre diversas 
              crises em múltiplos níveis que caracterizam esta sociedade 
              qualificada de pós-moderna e global, que influenciam as atuais 
              demandas e desafios apresentados à instituição 
              acadêmica. Incide-se na adoção de um traçado 
              de análise crítica com a herança do patrimônio 
              ilustrado, e numa abordagem teórico foucaultiana das funções 
              e dos poderes (re)velados, vindo a refletir sobre seus interesses 
              e sobre os métodos da práxis psicopedagógica. 
              Finalmente, se advoga por um maior entendimento entre escola e sociedade, 
              entre aprendizagem e cultura global, e entre cidadania e participação 
              social com potencialidade transformadora. 
            *Profesora asociada, doctora de la Universidad de Oviedo. Área 
              de Psicología Social, España.  
            ** Catedrático de Psicología Social de la Universidad 
              de Valladolid, España. 
            1. INTRODUCCIÓN: Acerca de las funciones de la educación 
              en las coordenadas contemporáneas
            Poner freno y acelerar, reproducir y transformar, reprimir y progresar, 
              actuar enérgicamente de forma sutil y reformar como síndrome 
              de permanecer cambiando al modo heraclitiano, entre otras, 
              son algunas de las funciones dialécticamente reformuladas 
              que se cumplen en la escuela contemporánea, máxime 
              ante circunstancias cambiantes como las actuales a nivel de crisis 
              de pensamiento y de imposturas culturales varias (Jameson, 1999, 
              2000), ante el afianzamiento de tendencias globalizadoras político-sociales 
              dominantes (Arriola, 2001), y ante la progresión de renovados 
              (des)órdenes en muy diversos planos que afectan a nuestras 
              vidas (Chomsky, 2001; Fukuyama, 2000; Giddens, 2000; Giner, 1999; 
              Kaplan, 2000; McGuigan, 1999; Myers, 2000; Sennet, 2000). Visiones 
              ingenuas o excesivamente interesadas, desde las que se presuponga 
              que sólo se cumple una de las funciones propuestas en el 
              precedente binomio, aparte de plantear la contradicción aparente 
              como un indicador de estancamiento o de retroceso, serán 
              las que conciban a productor y a producto de forma excluyente bajo 
              una concepción simplista y unidimendional de las realidades 
              paradójicas de la institución académica sometida 
              a muy diversos condicionantes. Los sistemas sociales parecen estar 
              en crisis, y los sistemas educativos la arrastran desde hace tiempo, 
              aunque se agudiza al potenciarse mediante la interrelación 
              con los primeros. Escuela y sociedad han de realimentarse; de ahí 
              la demanda de cambios en la primera, con objeto de acompasar sus 
              funciones, sus procederes, sus valores priorizados, sus discursos 
              dominantes y su praxis a las condiciones que definen a la sociedad 
              contemporánea, propuesta ésta que se plantea incidiéndose 
              en la necesidad de aportar claves interpretativas y de responder 
              al reto de la interculturalidad (véase Bartolomé, 
              2000, 2004; García Garrido, 2004), o ante los nuevos retos 
              educativos de la globalización (véase Altarejos, Rodríguez 
              y Fontrodona, 2003; Apple, 2000; Crosley y Watson, 2003; Gimeno 
              Sacristán, 2001a, 2001b). Dada la unidad inextricable entre 
              lo individual y lo social, que se definen recursivamente, así 
              como adoptando como premisa básica la regulación macrocontextual 
              de realidades (inter)individuales, el objetivo fundamental de esta 
              aportación psicosocial no es otro que el desvelamiento de 
              alguna de las funciones (re)veladas de la educación, procediendo 
              a realizar un análisis comprehensivo de las mismas, centrándonos 
              en la adopción de una perspectiva de análisis foucaultiana. 
              Desde el abordaje foucaultiano de las funciones de la escuela, del 
              poder y de la subjetivación (véase una aproximación 
              en Álvarez Yágüez, 2001; de la Higuera, 1999; 
              Sauquillo, 2001) aplicadas al abordaje comprehensivo de la educación, 
              como el aportado por Moral (2000, 2003, 2004a), se nos desvela poniendo 
              en entredicho aquello que había permanecido como cierto, 
              cargado de un supuesto halo benefactor bajo la acción inmanente 
              de una herencia iluminista con estatuto de verdad irrefutable. La 
              cuestión central es asignar lo que (re)produce la escuela 
              a uno u otro poder de acción, esto es, desenmascarar las 
              funciones asumidas como nucleares de la organización educativa, 
              que alcanzan estatuto de ser a través de conminaciones o 
              de prerrogativas varias, y de centrar en tales escenarios socioeducativos 
              el nivel de análisis, desvelando la preponderancia correspondiente 
              de la dinámica dominante y de sus modos de inoculación 
              entre el alumnado. Como mecanismos de poder fáctico, se trata 
              de promover el autodominio, el autocontrol, la sumisión y 
              la docilidad o el autogobierno, entre otros, potenciados por unas 
              acciones tendentes a dominar(se), controlar(se), disciplinar(se) 
              o gobernar(se). En este sentido, la función (re)velada de 
              la escuela bien podría ser, al modo foucaultiano, la de construir 
              seres dóciles física y psicológicamente, amoldados 
              a las tradiciones cuasireveladas de la institución 
              como garante de la continuidad de su sistema de vigilancia, de poder 
              y de subjetivación y custodia, como acción, no de 
              salvaguardia, sino de control durante más tiempo (post-escolarización) 
              y mejor (autocontrol). Precisamente decía Reimer (1973), 
              en La escuela ha muerto, que la función de 
              la escuela es custodiar un número creciente de personas durante 
              períodos cada vez más largos. Desde un posicionamiento 
              crítico, se aduce que en la escuela secundaria puede ser 
              que se persiga reconducir los desajustes, que, como consecuencia 
              de conflictos internos y de índole nomotética e ideográfica, 
              vayan jalonando esos años de (in)adaptación escolar 
              y esos atisbos de puesta en cuestión de algunos de los principios 
              obsoletos que interioriza el alumnado a base de acostumbrarse a 
              los métodos de la praxis psicopedagógica y a los fines 
              e intereses de la institución. Precisamente la frustración 
              de las búsquedas, a múltiples niveles, de alumnos 
              y de profesorado, se va haciendo cada vez más evidente, desenmascarándose 
              aquello que en instancias básicas permanece velado, tal como 
              se evidencia en el análisis de Moral (2004a) acerca de los 
              oficios de profesor y de alumno. La necesidad de la formación 
              del ser integral tiende a diluirse ante la falta de resolución 
              satisfactoria de necesidades personales. 
            La dinámica interna de la escuela como microorganización 
              inmanente y los condicionantes externos, entran con frecuencia en 
              conflicto de necesidades, de fines y de intereses. La interrelación 
              de dinámicas de carácter micropolítico, ideológico 
              y de control, y aquellas de naturaleza psicosocial (formas de liderazgo 
              con mecanismos informales y tácitos de influencia, de búsqueda 
              de metas comunes, de relaciones horizontales, de procesos socializadores, 
              etc.), se encubre bajo el presupuesto de la escuela como forma de 
              organización más laboral (rigidez de horarios, metas 
              formales impuestas, competitividad, evaluación del rendimiento 
              individual, entre otros) y de herencia del patrimonio ilustrado, 
              que la propiamente social. La escuela es un ecosistema social 
              (Gairín, 1993, 1996), una organización pensada y construida 
              por los grupos sociales en un momento determinado, y no algo connatural, 
              y, como tal, socioconstruido. Está básicamente al 
              servicio de intereses de los grupos de poder diluidos en relaciones 
              interpersonales según la concepción foucaultiana, 
              que actúan a través de mecanismos sutiles que no potencian 
              el cambio, y que tienden a fortalecer el sistema mediante el convencimiento 
              de su necesidad y la perpetuación de su modus operandi. 
              En la actualidad se sigue ampliando la sensación generalizada 
              de crisis no revitalizante en la sociedad y en el ámbito 
              académico, que es generadora y/o reflejo de una confusión 
              de nuestros propios estados o de meros productos de discursos dominantes. 
              Reaprender a instalarse en las coordenadas actuales supone un cambio 
              de perspectiva y un desplazamiento de las posiciones ganadas a lo 
              largo de siglos de progresiva instrucción, de acción 
              socializante y selectiva, y de invasión de la vida cotidiana. 
              La escuela no está dispuesta a esa resatelización 
              social, ya que perdería parte de su poder, que radica en 
              el inmovilismo de sus costumbres, y que prevalece por encima de 
              cambios «epidérmicos» tales como la sucesiva introducción 
              de tecnologías en el aula (véase Crook, 1998; Moral, 
              2004b; Ovejero, 1990a; Rojano, 2003; San José, 1998; Tiffin 
              y Rajasingham, 1997), de las interacciones y enseñanzas virtuales 
              por medios telemáticos (Barberá, Badía y Monimó, 
              2002; Gómez García y Carrillo, 2003), o de las reformas 
              que persiguen una educación de calidad ante las que deben 
              adoptarse iniciativas más acordes con los tiempos actuales 
              (Marchesi, 2001), y que actúan como meros lavados de cara 
              de acuerdo con Fernández-Enguita (2001) , como 
              innovaciones con las que tiñe su inmovilismo de un aparente 
              avance y de un intento de acompasamiento a las circunstancias y 
              a los imperativos contemporáneos.  
            En consecuencia, ya sean las funciones principales de la educación 
              las de ejercer control social, asegurar continuidad o introducir 
              el cambio social; socializar a los alumnos y ofrecer apoyo psicosocial 
              potenciándose con ello la función socioafectiva; actuar 
              como selección meritocrática del alumnado sometido 
              a diversos filtros sociales a pesar del acceso generalizado; potenciar 
              la promoción del progreso y perpetuar la herencia iluminista 
              y las creencias en la Verdad, en el Saber y en el Conocimiento; 
              promover la capacitación profesional para la inserción 
              sociolaboral; preparar para la vida y/o el trabajo o para la formación 
              integral del alumno como construcción optimizante de la persona, 
              o que se privilegie la función (re)productora de poder, lo 
              cierto es que todas las funciones precedentes continúan siendo 
              útiles a la institución como modo de preservar su 
              identidad. Además, la perpetuación de sus caracteres 
              (disciplinamientos, prácticas, valores, discursos, etc.) 
              se garantiza por la transmisión a través del acostumbramiento 
              social, sirviéndose de supuestos netamente modernos, 
              e incluso ilustrados en el más pleno sentido kantiano, en 
              unas coordenadas socioculturales postmodernas (Giroux, 1996, 
              1997; Hargreaves, 1996; Moral, 2000, 2003, 2004a; Moral y Ovejero, 
              2000; Moral y Pastor, 2000; Ovejero, 2000, 2002). Como síntoma 
              y símbolo del malestar de la modernidad, la escuela tradicional 
              representa un intento de mantener, en condiciones que están 
              cambiando, unas acciones privilegiadas (transmisión de la 
              Verdad, Academia del Saber, agencia socializante por excelencia, 
              inculcación y autogobierno, etc.) que entran en crisis en 
              la actual sociedad postmoderna.  
            2. PLANTEAMIENTO: Acerca del conflicto entre los poderes y 
              las demandas a la institución académica 
            Siendo el objetivo fundamental de esta aproximación psicosocial 
              a las identidades y crisis de la educación contemporánea 
              analizar las principales funciones (re)veladas de la institución, 
              a continuación se procede a exponer y a interpretar reflexivamente 
              las principales funciones ejercidas por la escuela, interrelacionándolas 
              con aquellas otras demandadas, que, de acuerdo con una visión 
              prospectiva, adquieren la categoría de retos educativos: 
             
            
              -  Enseñar para la vida es una pretensión 
                deweiniana difícil de conseguir, ante la falta de ajuste 
                que domina ambos escenario vitales: el de la vida real 
                y el de la vida académica, sometidos a una relación 
                complejizada. La escuela es un microcosmos social donde se reproducen 
                las relaciones sociales de poder y de intercambio, las de una 
                sociedad reducida, con sus normas, sus jerarquías, sus 
                vínculos, sus discursos, sus conflictos, etc. Semejantes 
                relaciones se ven potenciadas por vínculos entrelazados 
                e intrincados que redefinen renovadas formas de interdependencia 
                dominantes en la sociedad contemporánea, según Fox 
                y Cloward (2001). De acuerdo con el supuesto planteado, la orientación 
                instrumentalista de Dewey (1916, 1927, 1967) parece haber 
                encontrado reflejo en intentos de resituar funcionalmente a la 
                escuela en la vida cotidiana, aunque la microsociedad proyectada 
                no se ha instrumentalizado. Las instituciones educativas se insertan 
                en un contexto sociocultural, realimentándose de aquél. 
                Son un producto social; de ahí que estén sujetas 
                a la acción moduladora de circunstancias de muy diversa 
                índole, definidas por el resultado de procesos sociales 
                complejos y nunca neutrales, que representan una organización 
                pensada y construida por ciertos grupos sociales (Domínguez 
                y Díez, 1996; Gairín, 1993, 1996; Gairín 
                y Antúnez, 1993; González, 1990, 1993, 1994). Son 
                también un producto histórico conceptualizado como 
                resultado de circunstancias sociohistóricas que han coadyuvado 
                en un sentido y no en otro. En tales instituciones educativas, 
                la dificultad de educar para la vida en libertad también 
                se evidencia, máxime si desde una aproximación crítica 
                se constata que no se respeta la libre elección para enseñar/aprender 
                en un período de instrucción/formación forzada, 
                en la que, de acuerdo con Santos Guerra (1995), se aplican recursos 
                eufemísticos a la hora de denominar esa postescolarización, 
                con el objeto de hacer menos evidenciable lo que lo es de por 
                sí. En tal sentido se manifiesta Guéhenno (2000), 
                quien incluso cuestiona el porvenir de la libertad bajo los imperativos 
                globalizadores. Se van agudizando las contradicciones de la escuela 
                a cuya acción paradójica nos vemos sometidos, y 
                que, en parte, nos obligan. Una escuela que debe enseñar 
                a vivir en el futuro que ya ha comenzado, es una petición 
                de Cacace (1994) en La edad de la paradoja, si bien los 
                (post)adolescentes contemporáneos se hallan cautivos en 
                un período de moratoria psicosocial (Castillo, 1997, 1999). 
                La paradoja de la adolescencia en sí misma y sus crisis 
                realimentadas socialmente, tal y como evidencian Moral y Ovejero 
                (2004a), se interrelaciona con la paradoja de la formación, 
                la de la escuela-trabajo, potenciándose ambas y entrando 
                en conflicto (Moral y Ovejero, 1999, 2004b). Ciertas funciones 
                instrumentales y expresivas de la educación están 
                en crisis, máxime en los centros de secundaria en los que 
                las demandas de cualificación profesional, de preparación 
                para una sociedad móvil, de superespecialización, 
                de aprendizajes prácticos, etc., chocan de frente con las 
                dudas acerca de la adecuación de su preparación 
                para insertarse profesionalmente en el mundo laboral, con la demanda 
                de diversificación de los perfiles profesionales en los 
                jóvenes (véase Marín, Garrido, Troyano y 
                Bueno, 2002), con la desmotivación creciente del alumnado, 
                con las críticas acerca de sus procedimientos disciplinares, 
                y con las que existen con la propia institución (Moral, 
                2004c).
 
                   
              -  Sobre el sedimento de la contradicción existente entre 
                lo esperado de la institución académica y lo ofertado, 
                se deposita la insatisfacción institucional de los jóvenes. 
                Se conviene en que, a medida que se avanza, se instaura un cierto 
                descontento por las expectativas no cumplidas, un acostrumbramiento 
                a base de rutinización, un apaciguamiento de las posiciones 
                críticas ante el sistema, o una potenciación de 
                comportamientos de oposición sistemática; la representación 
                de roles de obligado cumplimiento, una gradual desconfianza respecto 
                a la capacidad del sistema educativo de satisfacer ciertas metas 
                académicas inducidas y unas búsquedas personales, 
                etc. Algunos planteamientos inmovilistas de la educación 
                tradicional, como potenciar la competición en detrimento 
                de un aprendizaje más cooperativo; la prevalencia de roles 
                formales; la pretensión de racionalidad y de acción 
                eficaz; la asignación de competencias; el uso de procedimientos 
                basados en el empleo del poder sancionador y de recompensas; la 
                jerarquización de las funciones o la ordenación 
                de las relaciones interpersonales, entre otros, todavía 
                continúan siendo plenamente imperantes. Ese ir al colegio 
                se convierte para algunos en una tarea (auto)impuesta de obligado 
                cumplimiento. Percepciones de los alumnos y del profesorado están 
                influidas por visiones estereotípicas, lo que se constata 
                en el análisis descriptivo de de Pablos (1997), en el que 
                se recogen las opiniones de los profesores acerca de cuestiones 
                relativas a ocupaciones y a intereses de los estudiantes actuales, 
                cuya desmotivación, desinterés, desilusión, 
                e incluso desviación social, son algunas de las características 
                que conforman esa realidad percibida y poco alentadora. Y, aunque 
                en líneas generales los alumnos se muestran satisfechos 
                con su devenir en el ámbito académico, lo cierto 
                es que basta recordar el hallazgo de Woods (1990) acerca de la 
                importancia otorgada por los estudiantes a las relaciones sociales 
                entre iguales, como factor fundamental que modula su satisfacción 
                en el ámbito académico. Eso no resulta sorprendente, 
                sino que puede ser empleado para corroborar que son las prácticas 
                informales dentro del aula y del centro las conformadoras de la 
                vida socioacadémica del alumno. La priorización 
                de las relaciones oficializadas (relación vertical profesor-alumnos) 
                actúa en detrimento de la potenciación de las interacciones 
                entre pares, que resultan ser prácticamente endémicas 
                (Hammersley, 1990), y que se considera, equivocadamente, que «contribuirían 
                a distraer a los niños de los verdaderos aprendizajes» 
                (Vásquez y Martínez, 1996, p. 144). Incluso puede 
                ocurrir que la excelencia escolar no sea sino una realidad 
                fabricada, en expresión de Perrenoud (1990), pero que, 
                una vez construida, se va reforzando con cada acatamiento y con 
                cada interiorización de la conveniencia de las jerarquías 
                y de sus principios de acción. En ese lugar llamado 
                escuela parafraseando el título de la obra de 
                Martínez y Bujons (2001) se estimulan el acatamiento 
                y la interiorización de ciertas prerrogativas y conminaciones 
                mediante aprendizajes y evaluaciones individualistas y competitivos, 
                lo que influye de manera negativa en la posibilidad de potenciar 
                otras alternativas psicopedagógicas, que inciden sobre 
                variables eminentemente psicosociales. Sin embargo, semejantes 
                prácticas instruccionales no coartan el desarrollo de vínculos 
                de amistad como fuente de actividades compartidas, de apoyo mutuo 
                y de influencia recíproca (véase Fuertes, Martínez 
                y Hernández, 2001). En cualquier caso, se confirma que 
                lo que más se valora por parte del alumnado es la vida 
                social que se hace en el centro, supuesto corroborado en la investigación 
                sobre satisfacción institucional de Moral (2004c). 
 
                   
              -  Orientar, (re)construir personalidades, desarrollar potencialidades, 
                esto es, socializar, constituye otra de las funciones asignadas 
                a la educación. La escuela debería actuar como agencia 
                orientadora, siendo uno de sus fines explícitos el pleno 
                desarrollo de la personalidad del alumno y su formación 
                integral, de manera que, junto a la formación academicista, 
                se debe orientar el desarrollo personal y psicosocial del estudiantado. 
                La inculcación de valores de participación, la asunción 
                de responsabilidades individuales y sociales, la adopción 
                de toma de decisiones, el fomento de actitudes de tolerancia, 
                el entrenamiento en habilidades sociales, la prevención 
                en materia sociocomunitaria, y un sinfín de objetivos, 
                se proponen como si la socialización del individuo se hiciese 
                recaer sobre esta instancia con un poder de acción 
                que se ve limitado por las circunstancias de la crisis de la educación 
                y de lo social, cuya implementación ha de conllevar 
                la acción de corresponsabilización de otros estamentos 
                implicados en la acción socializante, tales como la familia 
                o la comunidad. En cambio, la delegación de excesivas responsabilidades 
                en la institución académica se contraviene con la 
                propia crisis de responsabilidad que atraviesa ésta en 
                condiciones de cambio entrópico a nivel macroestructural, 
                evidenciada en análisis como los de Postman (2000). De 
                acuerdo con lo expuesto por Karweitz (1994): «Precisamente 
                en un momento en el que otras organizaciones sociales no pueden 
                cumplir con sus obligaciones, existe el peligro de someter a la 
                escuela a exigencias excesivas con la formulación de nuevos 
                objetivos. Por ejemplo, si la familia ya no puede educar a sus 
                hijos según unas normas morales establecidas, la escuela 
                debe asumir esta responsabilidad, aun cuando es evidente que la 
                escuela, por sí sola, no puede alterar las oportunidades 
                vitales de los niños» (recogido por Creemers, 1997, 
                p. 43). Es evidente que, si bien se depositan en los centros académicos 
                funciones de formación integral del alumnado desde 
                la infancia hasta la postadolescencia, la socialización 
                familiar (véase Gracia-Fuster y Musitu, 2000) no puede 
                verse reemplazada por la instrucción académica, 
                circunstancia suficientemente explicitada en referencia a propuestas 
                que redunden en la mejora de los estilos comunicativos y en la 
                adecuada redefinición de límites disciplinares paternos 
                (Herbert, 2002), en la potenciación de abordajes del clima 
                social familiar (Moreno, Vacas y Roa, 2000; Pichardo, 2000), y 
                en aproximaciones a sus procesos interaccionales conflictuados 
                (Megías y otros, 2003), constatándose que padres 
                e hijos adolescentes participan de una dinámica interaccional, 
                mostrando disparidad de opiniones en la percepción de las 
                crisis emocionales y de identidad (Olmedo, del Barrio y Santed, 
                2000). Se intentan remediar las crisis de cada una de ellas componiendo 
                una solución intermedia; sin embargo, la responsabilidad 
                de cada estamento debe potenciarse. Ciertamente, cargar de responsabilidades 
                subsidiarias a la escuela como institución, es una estrategia 
                de descarga de otros estamentos que puede contribuir a agudizar 
                la crisis de identidad de la institución en las actuales 
                coordenadas.
 
                   
              -  Las funciones individuales de promoción del desarrollo 
                integral de la personalidad del alumno se relacionan con otras 
                dirigidas a la adaptación a la vida o a la mera transmisión 
                de conocimientos, que se suman a las de adquisición y entrenamiento 
                en habilidades de autodominio y en la resatelización psicosocial 
                del alumnado (inclusión en el grupo de iguales, procesos 
                de identidad, liderazgo grupal, etc.). Con ello se hace referencia 
                a la función socializadora y socioafectiva de la enseñanza. 
                Forjadora de actitudes, reguladora de comportamientos, entrenadora 
                en roles y en la adopción de posicionamientos frente a 
                las exigencias grupales, instructora de normas de actuación, 
                instigadora de valores compartidos y de representaciones colectivas 
                y un largo etcétera, la escuela enseña aprendiendo. 
                En este sentido se manifiesta Herrán (2003), incidiendo 
                en el poder transformador de la educación mediante actuaciones 
                que han de promover el cambio social. Renovados valores se van 
                enraizando en la praxis psicopedagógica, de acuerdo con 
                las demandas de condicionantes macrocontextuales (véase 
                House y Howe, 2001; Luque, 2001; Reboul, 1999). La dimensión 
                propedéutica del sistema educativo es otra de las que se 
                priorizan, de acuerdo con Martínez, Buxarrais y Vera (1996). 
                La educación actúa como constructo optimizador de 
                la persona y contribuye a su formación, modelando educativamente 
                al individuo. Esa capacitación para desarrollar una disciplina 
                (función propedéutica) particular se va espaciando 
                en el tiempo mediante la (post)escolarización, e incluso 
                va perdiendo cualitativamente su poder de acción, ya que 
                el papel de la capacitación de la escolaridad primaria 
                y secundaria como instrumento motivador para la búsqueda 
                y la consecución de una especialización en cualquier 
                disciplina, parece estar desprestigiado. La obligatoriedad de 
                la enseñanza puede llegar a convertirse hasta en una nueva 
                pseudojerarquización. Tal vez sea cierto, como vaticinaron 
                autores como Varela (1990), que las últimas reformas educativas 
                en España podrían convertirse en un instrumento 
                de mayor jerarquización y diversificación de los 
                modos escolares de educación, puesto que, debido a su escasa 
                sensibilidad social y a la ampliación de la obligatoriedad, 
                se podría condicionar la perpetuación de un sistema 
                educativo impuesto y con consecuencias negativas sobre el rendimiento 
                académico (véase Martínez-Otero, 1997). Por 
                otro lado, si se propone como función fundamental de la 
                educación la formación en valores y actitudes, 
                debemos convenir con Bolívar (1995) en que el centro escolar 
                ha de ser concebido como una comunidad de aprendizaje y de investigación, 
                en el que, superando la posibilidad de que la educación 
                en valores se limite a ser sólo un tópico más 
                del currículo, se construya una comunidad educativa que 
                favorezca el desarrollo de las actitudes (pre)dominantes, de acuerdo 
                con las demandas sociales puestas de relieve en trabajos en los 
                que se incide en los nuevos retos educativos de educación 
                para la ciudadanía (véase Altarejos y otros, 2003; 
                Crosley y Watson, 2003; Luque, 2001; Marco, 2002). Gracias a la 
                socialización de los individuos, la sociedad ejerce una 
                acción de incorporar a esos miembros, perpetuando así 
                su existencia en el tiempo. Educar(se) es el ejercicio de interiorizar 
                algo que se llega a adoptar como propio, de modo que nos socializan 
                para estar educados, y nos educan como mecanismo de endoculturación 
                en el sentido que le dio Hannah Arendt (1957) como ejercicio 
                de dominio a través de las normas reguladoras de la condición 
                humana, siendo, para ciertas ideologías marxistas, 
                actos de control social y de planteamientos desenmascaradores 
                de la no naturalidad de lo dado por supuesto, tales como los foucaultianos.
 
                   
              -  La función de aprendizaje social, en la que los iguales 
                son el objeto de vinculación, aunque se propenda a reprender 
                las interacciones horizontales en el aula, es otra de las funciones 
                de la escuela como producto social. Las prácticas educativas 
                tradicionales tienden a desalentar la interacción entre 
                los miembros integrantes del grupo-clase, cuestión de innegables 
                connotaciones psicosociales negativas, ya que la educación 
                debe concebirse como un proceso en el cual el aprendizaje está 
                condicionado por la interacción humana, tal como se evidencia 
                desde la Psicología Social de la Educación en los 
                análisis de Ovejero (1986, 1988, 1990b, 1993, 1995, 1996, 
                2000). El avance en el aprendizaje académico y social está 
                condicionado desde el punto de vista social, de modo que el individuo, 
                en cuanto miembro integrante de un grupo, actúa bajo ciertas 
                circunstancias de manera distinta a como lo haría en caso 
                de no pertenecer a él, o en presencia de otro grupo socializador 
                que le impusiera la asunción de otros presupuestos o patrones 
                de actuación. Incluso se puede aseverar que el grupo 
                construye una nueva realidad social, en los términos 
                expresados por Götz-Marchand (1984). El joven aprovecha cualquier 
                situación interactiva, ya sea en el ámbito académico 
                o en cualquier otro, para afianzar su identidad, así como 
                para poner a prueba su sistema de valores y para juzgar (y ser 
                juzgado) por los demás, pues los procesos de interacción 
                social entre iguales constituyen el vehículo idóneo 
                de conformación de la identidad durante ese período, 
                tanto en el ámbito académico como en el extraescolar 
                (Moral, 1997, 2004d; Moral y Ovejero, 1998). De ahí la 
                pertinencia de emprender una aproximación a las relaciones 
                con los iguales, vinculada básicamente al primer ámbito 
                aludido. La conexión escuela-identidad se difunde a través 
                de las relaciones dentro del grupo-clase, tanto entre compañeros 
                como en el trato profesor-alumno, enfocado siempre éste 
                desde la convicción de que la transmisión de conocimientos, 
                como indicó Giroux (1988, 1997), ha de ser un medio no 
                contemplado como el fin prioritario de la educación. Por 
                lo general, algunos investigadores sostienen que las interacciones 
                entre alumnos no son, en esencia, una consecuencia de la cultura 
                de la escuela, sino que, de acuerdo con la teoría del 
                conflicto de culturas de Willis (1981), podrían interpretarse 
                como expresión de una «cultura de jóvenes». 
                La presencia del adolescente en la institución escolar 
                es compartida y se diversifica en innumerables contactos sociales 
                con el grupo de alumnos, de manera que los procesos interpersonales 
                en el aula no se desarrollan en el vacío, sino vinculados 
                a una institución o a un marco; de ahí la necesidad 
                de que se emprenda el estudio del clima y de la cultura de la 
                organización educativa (véase Aguirre, 1995; Badillo, 
                1995). El grupo-clase representa una organización social 
                en marcos institucionales, en la que se ponen en marcha multitud 
                de procesos de carácter psicosocial que condicionan las 
                percepciones individuales, y en el que los procesos de liderazgo, 
                de competición y/o de cooperación, las interacciones 
                informales, las expectativas sociales, la cohesión grupal 
                y un largo etcétera, condicionan en gran medida las percepciones 
                escolares del alumnado sobre la institución académica 
                y sobre la convivencia escolar, tal como se comprobó en 
                la citada investigación de de Pablos (1997), o en las de 
                Gotzens, Castelló, Genovard y Badía (2003) sobre 
                la disciplina en el aula. Siendo así, el abordaje exhaustivo 
                de estos procesos psicosociales resulta imprescindible para conformar 
                una visión global de las realidades individuales subjetivadas, 
                condicionadas socialmente sobre el ámbito académico. 
                
 
                   
              -  La conexión de la función socializante con la 
                labor reproductora del proceso de endoculturación 
                es otra de las posibles. Se alude al continuum que va de la reproducción 
                a la reconstrucción crítica del conocimiento y de 
                la experiencia, de acuerdo con Pérez Gómez (1993). 
                Acciones reflexivas tales como el mencionado autoconocimiento 
                promovido entre los alumnos, se proponen como mecanismos de inoculación 
                del poder de acción de la escuela. En tal sentido, la función 
                reproductora de poder se relaciona con la asunción de la 
                naturaleza política de la educación, evidenciada 
                por Freire (1985) y matizada por López Martín (2000), 
                como algo necesario en cualquier análisis comprehensivo 
                de las funciones (re)veladas de la institución. Las escuelas 
                parecen representar una de las más importantes agencias 
                en las que se materializa la educación, esto es, los individuos 
                producen y son el resultado de relaciones sociales y de praxis 
                psicopedagógicas específicas. En ese sentido, y 
                de acuerdo con la interpretación de Freire, comentada por 
                Giroux (1985), la educación incluye y transciende la noción 
                de escolaridad. La recontextualización de la educación 
                dentro de un escenario y de intereses políticos, debe comprobarse 
                desenmascarando cualquier intento de separar las funciones de 
                la educación y la institución misma de la política 
                y del poder. Según palabras del maestro Freire (1985, p. 
                167): «Ya se efectúe de modo ingenuo o astuto separar 
                la educación de la política, no sólo resulta 
                artificial sino peligroso. Pensar en la educación como 
                independiente del poder que la constituye, divorciada del mundo 
                en el que se forja, nos lleva, bien a reducirla a un mundo de 
                valores y de ideales abstractos (que el pedagogo construye dentro 
                de su conciencia sin ni siquiera entender el condicionamiento 
                que le lleva a pensar de ese modo), bien a convertirla en un repertorio 
                de técnicas de comportamiento, o a percibirla como un trampolín 
                para modificar la realidad».
 
                   
              -  Transmisión aséptica de conocimientos. He ahí 
                una de las funciones abiertamente enmascaradoras de la 
                educación. Los centros educativos transmiten unos conocimientos 
                que no son neutrales, sino que se seleccionan de la totalidad 
                del conocimiento disponible, aunque desde visiones ingenuas relativas 
                a la cuasirrevelación de los mismos se sostiene 
                que existe y se practica la neutralidad. El objetivo de la selección 
                estará conectado con la acción y la reacción 
                de mecanismos de poder que recrean unos particulares conocimientos, 
                dotándolos de un halo de verdad revelada y única, 
                a partir de la aceptación acrítica o del mero acostumbramiento. 
                Bajo el ideal iluminista se encubre la realidad social de la escuela 
                como institución, y de la escolaridad como medio de acción. 
                A pesar del aparente formalismo del proceso de enseñanza-aprendizaje, 
                del edificio institucional o de la aparente creencia (Fé) 
                en la Verdad de los Conocimientos, parece hallarse una realidad 
                social compleja y contradictoria, que cuestiona veladamente la 
                adecuación de las funciones de la escuela con la realidad 
                social «de afuera». La realidad social de la escuela 
                como producto social, de la escolarización como método 
                sociocultural y de la naturaleza social de los alumnos y de los 
                individuos implicados en este proceso, potencian la realidad del 
                artefacto de acuerdo con una perspectiva de análisis 
                postestructuralista como la compilada por Veiga-Neto (1997). La 
                transmisión de conocimientos resulta ser una función 
                muy pobre. Es más, la transmisión aséptica 
                de la Verdad no es posible, de manera que en nuestra memoria colectiva 
                hay representaciones que se han convertido en realidades y que 
                han adquirido la categoría de Verdad irrefutable. Una vez 
                efectuada la selección, lo dado por supuesto, como ya hemos 
                dicho, adquiere la categoría de verdad cuasirrevelada. 
                En relación con ello, la transmisión de mitos 
                sociales a nuestros niños y adolescentes constituye 
                otra de las funciones de la escuela como institución, que 
                no hace sino reconstruir y recrear dichos mitos, reforzando la 
                categoría de Verdad. Las escuelas actúan como legitimadoras 
                de ciertas formas de conocimiento, que van adquiriendo estatus 
                de credo. El conjunto de creencias y de imágenes simbólicas, 
                las alegorías que representan aspectos del género 
                humano, la creencia refutada como irrealizable, y el producto 
                de la imaginación colectiva, entre otras asunciones colectivas, 
                son aceptadas como verdades por quien las narra, potenciándose 
                el carácter mítico de lo narrado debido a la inexistencia 
                de una fuente única a la que se pueda atribuir esa «verdad» 
                inventada; de ahí que sean la sociedad y la propia escuela, 
                como instrumentos de apoyo endoculturador, las que la emitan y 
                las reifiquen socialmente, reafirmándose tal pseudoverdad 
                con cada adhesión. 
 
                   
              -  Mediante la educación también se puede ejercer 
                una función de integración (léase 
                normalización desde planteamientos foucaultianos) 
                social, lo que representa un presupuesto según el 
                cual la educación debe promover la interiorización 
                y la actuación responsable ante los problemas que acucian 
                a la sociedad en permanente estado de crisis. La adaptación 
                psicosociológica gradual de un individuo a una sociedad 
                supone una participación de las personas y de los grupos 
                de esa sociedad (con sus mitos, sus verdades, sus normas, sus 
                roles, sus asunciones, sus supuestos, etc.). En una sociedad cambiante 
                hay que adaptarse cambiando tal como ya se ha visto, 
                e integrarse es un acto de endoculturización a través 
                de la incorporación a lo establecido, anticipando idealmente 
                lo prospectivo. En planteamientos de hace décadas (Gil 
                Muñoz, 1975, p. 50) ya se demandaban cambios: «Antes, 
                para una sociedad estática, el objetivo de la educación 
                era el de formar buenos ciudadanos, responsables, honrados. Ahora 
                podríamos decir que, en una sociedad en constante evolución, 
                consiste en preparar al individuo para una integración 
                fructífera, atendiendo más a la psicología 
                individual que a la social. Es decir, que la educación 
                debe tender a una interiorización y toma de conciencia 
                y aún de postura, con responsabilidad ante los grandes 
                mensajes y problemas de nuestra cultura». A ello se suma 
                la función transformadora de la sociedad, tradicionalmente 
                otorgada a la educación, que suele ser incumplida en los 
                supuestos en los que se proclama. El cambio a través de 
                la educación es lento e insidioso, siendo, más que 
                un instrumento generador de cambio, uno de mantenimiento de ese 
                (supuesto) cambio social. En propuestas sobre la implicación 
                de las escuelas como escenarios de cambio, se prioriza la concienciación 
                de los agentes de la comunidad educativa, sobre todo del profesorado, 
                sobre la potencialidad de cambio que radica en ellos. La acción 
                transformadora de la sociedad mediante las instituciones académicas, 
                a modo de acción benefactora, es al mismo tiempo una función 
                reproductora. Al observar la relación de influencias entre 
                educación y sociedad, se conviene en afirmar que, dependiendo 
                del grado de crisis de cada uno de los sistemas, la escuela 
                puede ser que no contribuya ni a frenar ni a acelerar la transformación 
                de la sociedad si se halla en un proceso de crisis equiparable 
                al de ella, incluso tal vez exacerbado por la falta de ajuste 
                entre ambas instancias. Si, por el contrario, el sistema educativo 
                representa aún un instrumento de inoculación de 
                cambio menos desintegrado que la esfera social y sus conflictos 
                entre (des)órdenes postindustriales y postmodernos, será 
                un eficaz instrumento de producción de órdenes y/o 
                de salvaguardia de lo establecido. Sólo será un 
                eficaz instrumento de cambio si va adoptando una postura crítica, 
                transformadora y emancipadora ante la necesaria reformulación 
                de sus principios, de sus métodos, de sus poderes, de sus 
                fines y de sus mecanismos reguladores. 
 
                   
              -  A partir de la adopción de un posicionamiento 
                optimizante crítico con la visión más ingenua 
                de la educación como heredera de un patrimonio ilustrado 
                que actúa como garante de la tradición en unas condiciones 
                de surgimiento de nuevos órdenes en el plano productivo, 
                de pensamiento o psicosociales, se sigue concibiendo el sistema 
                educativo como organización social en constante cambio. 
                Aunque sea una paradoja, aparece como salvaguardia de la tradición 
                con todo su ceremonial, persuasivamente familiar en sus prácticas, 
                constante en sus rutinas, dominador de sus disciplinamientos entrenados 
                a lo largo de generaciones, inoculando sus ideologías de 
                forma sutil, priorizando los mismos valores obsoletos en unas 
                condiciones cambiantes, etc., no obstante sus constantes reformas. 
                Estas maneras de cambio que encubren realidades mutantes, reificándolas 
                en diseños curriculares, en asignaturas o en categorías 
                lingüísticas varias, se reformulan bajo la apariencia 
                del cambio, hipostasiándolo. De cualquier modo, hemos de 
                convenir con Fernández-Enguita (2001) en la interrogación 
                planteada: ¿Parte del problema o parte de la solución? 
                La postescolarización, como ocupación del tiempo 
                de los postadolescentes contemporáneos, se interpreta desde 
                aproximaciones críticas como un supuesto nada desdeñable. 
                Se propone que la función de la educación secundaria 
                actual no es, ni más ni menos, que la postescolarización 
                como mecanismo de distracción enmascarado bajo la parafernalia 
                de las reformas, de los diseños curriculares, de la formación 
                integral, de la educación para la salud o de la introducción 
                de la tecnología en el aula como herramienta llamativa. 
                Se trata de desvelar la función de control sobre los postadolescentes, 
                cuya inserción socioprofesional se va ralentizando en el 
                tiempo (Moral y Ovejero, 1999, 2004b). Hace ya décadas, 
                Moncada (1983) advirtió sobre el subterfugio que representa 
                la postescolarización, un rito fácil de anquilosarse 
                en la etapa de la adolescencia forzosa bajo un sistema de jerarquías 
                y de privilegios. Las nuevas jerarquías (im)ponen órdenes 
                y subordinación a categorías o a poderes, que, aunque 
                reformados, se mantienen. Como orden escalonado, las jerarquías 
                de las instituciones académicas se enmascaran al diluirse 
                en relaciones interpersonales, si bien desvelarlas supone descifrar 
                su código de transmutación y las nuevas formas adoptadas. 
                En cualquier caso, el aumento del consumo formativo escolar y 
                extraescolar parece prevalecer por encima de las tesis llamadas 
                contraculturales, que llevan décadas anunciando la muerte 
                de la institución. 
 
             
            En definitiva, un nuevo orden está surgiendo sin ambages, 
              aunque resulta difícil conseguir la suficiente perspectiva 
              como para apreciar su advenimiento insidiosamente progresivo. Se 
              precisa una educación para una nueva sociedad, a la que, 
              como todas las generaciones precedentes creemos estar asistiendo, 
              y que es una petición que se repite con vehemencia (véase 
              Cacace, 1994; Hargreaves, 1996; Lesourne, 1995; Moral y Ovejero, 
              1999, 2000a; Ovejero, 2000, 2002). El derecho a la enseñanza-aprendizaje 
              que parece hacerse efectivo mediante la escolarización no 
              se agota en ella, ya que debe prevalecer la voluntad de aprender, 
              y no tanto la potestad de enseñar; la curiosidad epistémica, 
              más que la selección y posterior adoctrinamiento en 
              epistemes dominantes; el ejercicio de responsabilidades compartidas, 
              por encima de bienes comunes que se nos representen como tales; 
              el autocontrol necesitado de pruebas y reformulado mediante ensayos, 
              más allá de los disciplinamientos; la mediación 
              del enseñante, antes que su mera labor instructora; o la 
              formación integral del individuo, que no se completa con 
              condicionamientos de la conciencia refleja del educando. Desinstrumentalizaciones 
              de las búsquedas inducidas, reasignación de significados 
              a la enseñanza como algo más que una labor de custodia 
              y de entrenamiento, desinstitucionalizaciones de enseñanzas 
              regladas de asuntos de la vida cotidiana, y un largo etcétera, 
              son peticiones que redundan en la necesidad de desmontar las sobreimplicaciones 
              y las sobredemandas que se depositan en la escuela como institución 
              que potencia/suple otras búsquedas, aunque puede ser que 
              las recriminaciones ante su abarcante labor sean empleadas a modo 
              de subterfugio para eludir responsabilidades que son de todos. En 
              cualquier caso, se nos deben proporcionar los instrumentos de análisis 
              del nuevo orden, sugiriéndonos las claves de interpretación 
              para descifrarlo. Sin embargo, las preguntas no son como se las 
              hizo hace años García Hoz (1983): ¿fracasa 
              la educación?, ni ¿fracasan los alumnos?, 
              sino más bien, ¿fracasa la escolaridad? o, acaso, ¿todo 
              proviene y/o refleja el fracaso y las crisis de la propia sociedad 
              contemporánea? 
            3. A MODO DE REFLEXIÓN FINAL: Visiones prospectivas 
              e interrogantes
            Acuciado por las condiciones de la sociedad contemporánea, 
              el compromiso que debería existir entre alguna de las funciones 
              básicas de la educación esto es, académica, 
              socializadora, de desarrollo personal y de preparación profesional 
              se hace cada vez más insostenible. Todas estas funciones 
              (com)prometidas son como campos de fuerzas que tiran hacia uno y 
              otro lado de un alumno postmoderno que se halla en el centro 
              de la vorágine, al que desde el punto de vista académico 
              se le instruye para que sea un alumno ilustrado en una sociedad 
              en la que se duda de los principios que se le inoculan, como quien 
              pretende legar a la posteridad descreída la confianza en 
              los valores de la tradición. En nuestros días, a los 
              alumnos en colegios y en institutos se les enseñan contenidos 
              que puede ser que les ayuden a desarrollar sus potencialidades, 
              y se fomenta la necesidad de buscar y de alcanzar la Verdad y la 
              Razón y a confiar ciegamente en la Ciencia, como quien siente 
              fe en ideales iluministas puestos en entredicho. Se les cualifica 
              para desempeñar trabajos que no se corresponden con aquello 
              para lo que han sido preparados. Se les anima a comprender el universo 
              a través del conocimiento, cuando en realidad el descreimiento 
              hace mella en el mundo del pensamiento. Así, sus funciones 
              han entrado en profundas crisis interrelacionadas con las de la 
              sociedad actual (véase Brezinga, 1990; Cherryholmes, 1999; 
              Duch, 1997; Gervilla, 1993; Giroux, 1985, 1988, 1993, 1997; Trilla, 
              1995; Varela y Álvarez-Uría, 1991). En las escuelas 
              se interrelacionan contradicciones, discursos, funciones, métodos, 
              ideologías, tradiciones, poderes, etc., que se nos muestran 
              como apariencia representada que alcanza el estatuto de realidad. 
              A través del análisis de Santos Guerra (1995), se 
              intenta evidenciar esa falsa apariencia mediante un ejercicio de 
              desvelamiento de las funciones y de las contradicciones de la escuela, 
              tales como las relativas al reclutamiento forzoso que pretende 
              educar para la libertad; la pretensión de educar en 
              y para la democracia desde una institución jerárquica, 
              cuyo escalafón se encarna en la organización, en la 
              estamentalización, así como en el curriculum oculto; 
              el desarrollo de la autonomía desde una institución 
              heterónoma, que recibe y formula muchas prescripciones 
              que le restan autonomía; la pretensión de educar 
              para los valores democráticos y para la vida tantas veces 
              contradicha; educar la creatividad, el espíritu crítico 
              y el pensamiento divergente en una institución epistemológicamente 
              jerárquica; el deseo de ser una institución igualadora 
              que mantiene el elitismo y que busca la diversidad, pero que 
              forma para competencias culturales comunes; la pretensión 
              de educar para la participación desde la falta de 
              implicación; educar para la exigencia democrática 
              desde una institución acrítica consigo misma, y que 
              pretende ser neutral en cuanto al compromiso político 
              o a la filiación ideológica desde una posición 
              muy definida (véase Santos Guerra, 1995, pp. 129-131). Tal 
              vez por todas estas contradicciones la escuela es lo que es. Las 
              consecuencias derivadas de este hiato como símbolos y como 
              síntomas del malestar de la modernidad y de esta sociedad 
              postindustrial, agudizan las ambivalencias de los estados personales 
              del adolescente escolarizado.  
            En esta sociedad postmoderna la labor de la educación no 
              debe ser la de moldear educandos como reflejo de una sociedad en 
              crisis, sino más bien la de formar ciudadanos críticos 
              que sean capaces de responsabilizarse, de tomar conciencia en la 
              resolución de conflictos que afecten a la comunidad, de implicarse 
              de manera solidaria, y de vincularse unos a otros en el intento 
              de construcción de unas actitudes y de unos valores interculturales. 
              De modo análogo a la visión crítica sobre educación 
              que se ha aportado, también la educación social debe 
              estar integrada críticamente en la propia dinámica 
              escolar, siendo uno de sus propósitos que el alumno aprenda 
              a sentirse agente activo y responsable, por cuanto el involucramiento 
              activo de éste lo convierte en un sujeto con la potencialidad 
              entrenada para la transformación. Desde esa visión 
              prospectiva, las propuestas educativo-preventivas permitirán 
              enriquecer la formación en valores de los alumnos, y dotarlos 
              de oportunidades de elección/rechazo y de pautas de actuación 
              cívica; así mismo, transmitirán unos contenidos 
              integrados dentro de su rutina académica, que los alejarán 
              de la idea relativa a la educación para la ciudadanía 
              como algo relegado a intervenciones puntuales; e, idealmente, posibilitarán 
              (re)integrarlos a una comunidad de ciudadanos más cohesionada 
              y participativa. Ya se aluda a la necesidad de formar ciudadanos 
              libres y autónomos capaces de analizar la realidad que les 
              rodea y transformarla, relacionándose persona y entorno de 
              forma dialéctica como principal función de la educación, 
              ya a la resistencia significativa como opción válida 
              frente a las relaciones de poder y dominación, o ya se entienda 
              la educación como un proyecto político, a la escuela 
              como esfera pública democrática y a los profesores 
              como intelectuales transformativos, entre otras opciones 
              críticas, lo cierto es que en todas ellas la teoría-práctica 
              de la enseñanza consiste en desarrollar un discurso-acción 
              renovador. Una intervención desde la que se abogue por la 
              máxima integración ecológica entre personas 
              y ambientes sólo podrá implementarse con éxito 
              si se prevén cambios parejos en la comunidad educativa, que 
              favorezcan la adecuación de las demandas a un ámbito 
              educativo más participativo. Debe existir un ajuste entre 
              escuela y comunidad a múltiples niveles, que posibilite, 
              o, al menos, que no entorpezca la incardinación de tales 
              propuestas transformadoras. 
            En fin, en un momento en el que todos nos sentimos legitimados 
              para dilucidar cuáles deben ser las funciones priorizadas 
              y los retos de la educación en la sociedad contemporánea, 
              precisamente porque hemos sido/somos partes implicadas como alumnos, 
              padres, docentes, comunidad educativa, etc., ha de convenirse que 
              cualquier posicionamiento está condicionado por el grado 
              de interiorización de lo legitimado, por el grado de ajuste 
              o de rechazo con respecto a lo inculcado, por la (clari)videncia 
              con la que se supone que uno cree en la verdad revelada de la escuela 
              como institución inmutable, o por la cantidad y la calidad 
              del estado de autogobierno y de autocontrol (auto)impuestos mediante 
              la escolarización, entre otras adhesiones o críticas. 
              Con independencia de ello, y lo queramos o no, la escuela y el tipo 
              de educación recibida son el punto de referencia ineludible 
              de nuestras vidas en un momento particular, o acaso de toda la vida, 
              dada nuestra condición de (post)escolarizados. En nuestro 
              sistema colectivo de referencias la vida académica ocupa 
              un puesto prioritario, siendo lo tocante a ellas inexcusable, y, 
              ya sea que mostremos nuestra adhesión o nuestra crítica, 
              en cualquier caso actúa como referente. En unas condiciones 
              cambiantes como las descritas, se precisa un mayor entendimiento 
              entre escuela y sociedad, tratando de aunar búsquedas y demandas, 
              cambios y permanencias de una y otra, superando la confusión 
              de posturas y de agentes y la exacerbación de poderes. Ante 
              los inminentes retos educativos, escuela y comunidad, como agencias 
              sometidas a la acción de representaciones colectivas que 
              condicionan a cada uno de esos estamentos sociales, deben interrelacionarse 
              en un renovado proyecto educativo de redefinición comprehensiva 
              de sus funciones, y de asesoramiento e intervención socioeducativa 
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