Un desfijador de significado para la intervención de lo
corporal en el medio escolar
William Moreno G.*
Deberíamos tratar de descubrir cómo es que los sujetos
se ven constituidos gradual, progresiva, real y materialmente a
través de una multiplicidad de organismos, fuerzas, energías,
materiales, deseos, pensamientos, etcétera. Deberíamos
tratar de captar la sujeción, en su instancia material, como
una constitución de los sujetos (Foucault).
SÍNTESIS: En este artículo se presenta un
instrumento lector, que, puesto a prueba en una escuela pública
de Medellín, se expone a la consideración del profesorado
como herramienta que sirva para mirar qué pasa con la intervención
y con la expresión de los cuerpos en el medio escolar.
Apoyado en elementos provenientes de la estética, de la
an-tropología de las instituciones, de la comunicación
corporal y de la pedagogía motriz, el autor dispone de
una matriz (lector), que, fijándose a los enunciados corporales
(los que salen del cuerpo y se emiten sobre el cuerpo), ayuda
al proceso de significación y de simbolización del
cuerpo intervenido pedagógicamente.
SÍNTESE: Neste artigo se apresenta um instrumento
leitor, que posto a prova em uma escola pública de Medelim,
se expõe à consideração do professorado
como ferramenta que sirva para olhar o que acontece com a intervenção
e com a expressão dos corpos no meio escolar. Apoiado em
elementos provenientes da estética, da antropologia das
instituições, da comunicação corporal
e da pedagogia motriz, o autor dispõe de uma matriz (leitor),
que, fixando-se nos enunciados corporais (os que saem do corpo
e se emitem sobre o corpo) ajuda ao processo de significação
e de simbolização do corpo que sofreu intervenção
pedagógica.
* Instituto Universitario de Educación Física, Universidad
de Antioquia, Colombia.
1. Introducción
Este texto, apoyado en los registros de una investigación
sobre "La pertinencia histórica y cultural de las creencias
y discursos profesorales sobre la educación corporal"1,
y en una investigación dedicada al análisis estético
de los discursos de la Educación Física en el Medellín
del Siglo XIX2, presenta, poniéndolo en
práctica, un lector metodológico (IPC) que puede facilitar
una aproximación comprensiva a aquello que ocurre con el
cuerpo en la escuela. Parecería como si
las prácticas corporales escolares fueran objeto de un proceso
de positivización y de naturalización; que fueran
calificadas como buenas porque sí; "siempre han estado
aquí", "son como parte de esta escuela", "aquí
siempre se han hecho así"; "¿porqué
se han de dejar de hacer?". La naturalización de esos
discursos y de esas prácticas parece conducir a una invisivilización
corporal. El lector IPC pretende ayudar a fraguar y a develar aquellos
ejercicios, aquellos dispositivos y aquellas tácticas que
sutilmente se invisibilizan, pero que, en el marco de la institucionalidad
escolar, y mediadas por una intervención pedagógica,
se encaminan cotidiana e insidiosamente a la conformación
corporal desde un deseo de lo social 3.
2. Bases referenciales
2.1 A qué cuerpo nos referimos
La preocupación por la que transcurre este texto no pasa
por referirse, una vez más, al cuerpo hablado; a diferencia
de este ejercicio teórico, que no subvaloramos, lo que aquí
se intenta es afinar la comprensión crítica del rol
de la institucionalidad escolar en la conformación de un
modo de ser corporal. Se comparte la apuesta de explorar el cuerpo
como signo/símbolo, como superficie indicadora de lo que
pasa con el sujeto en el acto de sujeción (subjetivación);
quiere decir, como espacio político, no ya como un objeto
al que se puede mirar por encima del hombro; como espacio-tiempo
del drama de la experiencia. Más allá de una retórica,
de un saber sobre el cuerpo, lo que queremos es detenernos ante
el cuerpo vivido, sufriente.
Este giro diferencia dos estados del cuerpo: por
un lado, el "estado de enunciación", que quiere
significar aquel estado de expresión directa en el que se
dejan leer los ejercicios que sobre tal cuerpo desata la escolarización,
vehiculizando el deseo de lo social; por otro lado, el "estado
de representación" pedagógica (que no hay que
confundir con el nivel de las presunciones intelectuales y científicas),
pues allí, entre otros aspectos, está contenido el
sentido común profesoral y el acumulado práctico profesional
sobre lo corporal. En este último se dejan ver las "representaciones
pedagógicas de lo corporal4, de las que,
en tanto "oficiantes de lo corporal", participamos como
mediadores en el ejercicio gubernativo de los cuerpos. No debemos
pasar por alto que, profesores y profesoras, actuamos desde el orden
de un "cuerpo representado" (defigurado), representación
que constituye un "deber ser" que orienta la sujetación
y la subjetivación corporal a partir de un orden de presunción
corporal, que, dentro de la escuela, expresa e indica la dirección
en el deseo de lo social. Larrosa (2003, p. 13) plantea que "el
cuerpo nace y renace en sus signos; nada más que el cuerpo
revela al cuerpo"; en tal sentido, el cuerpo que aquí
se retoma es aquel que pasa ante nuestros sentidos, el cuerpo que
miramos y que manipulamos a diario. En los arreglos discursivos
e icónicos del nido pedagógico, en las expresiones
y en los intercambios verbales y no verbales, en la géstica
de los cuerpos ejercitados, creemos que se encuentra, esperándonos,
el sentido de aquellas encarnaciones que están mediadas por
una intervención pedagógica que se predica como superadora
de la llamada educación tradicional.
2.2 De qué escuela hablamos
La escolarización
como una matriz fosilizadade lo social
La escuela, como espacio, como lugar de tensión,
de restricción, de apertura y de contraste intercultural,
puede entenderse como una instancia de mediación cultural
entre los significados, los sentimientos y las conductas de la comunidad
social, y el desarrollo de las nuevas generaciones (Pérez,
pp. 11-12). Pero esa mediación tiene diversos sentidos: la
escuela se instituye, desde el punto de vista social, como un escenario
clásico de sujeción (subjetivación), lo que
quiere decir que allí, con y desde el cuerpo, desde una multiplicidad
de discursos, de dispositivos, de ejercicios conscientes o inconscientes
(a veces visibles y a veces invisibles), se da forma al sujeto.
La escuela, como instancia de mediación cultural (Ibíd.),
como institución (Mèlich, 1996, p. 81), como matriz5
de sensibilidad (Mandoki 1994, p. 179) o como sector de lo social
(Deleuze, 1998, p. 232), y desde sus condiciones de posibilidad
(cuerpo, entendimiento, disposición espacio-temporal, emocional
y de formas culturales), aporta significativamente a la conformación
de la capacidad sensible del sujeto. Allí, la intervención
corporal, matizada por los nuevos afanes (economía social
y política del cuerpo), es reactualizada. Para nuestro caso,
en el marco de una cultura de contención institucional, y
al lado de algunos nuevos dispositivos de intervención corporal,
parece que se remozan viejas prácticas para las nuevas urgencias.
Las fuerzas sociales, apunta Pérez (2000, p. 13), no presionan
ni promueven el cambio educativo de la institución escolar,
porque, en esta época de neoliberalismo, son otros los propósitos
y las preocupaciones que se priorizan en la vida económica
y social. La escuela, continúa dicho autor, sigue cumpliendo
bien la función social de clasificación y de guardería.
Es evidente la displicencia del Estado: es como si no importara
el abandono de la función educativa de la
escuela, que estaría siendo asumida ya por otros contextos6,
por otras instituciones de lo social, ubicadas fuera de la escuela
y propias de la racionalidad penitenciaria, tecnológica y
mediática7 (Mèlich, 1996; Gimeno,
2001; Pérez, 2000, Rivera 2004).
La "eclosión social" y la "efervescencia
juvenil", así como las prácticas de "embutimiento
corporal" de las instituciones educativas en estos tiempos
de la "racionalización educativa"8
y de las expectativas salvíficas de la educación en
razón del conflicto armado (mitificación), demandan
jaulas integradoras. En estas situaciones podrían encontrarse
algunas de las claves para explicar la pervivencia, en las escuelas
públicas, y frente a lo corporal, de las "rutinas clausus",
de las "prácticas y de las ejercitaciones de guardado
y de integración corporal", especie de reafirmación
de la escuela como "Institución total". Siguiendo
la lógica explicativa de Ángel I. Pérez, la
escuela (moderna), a pesar de los recambios históricos que
se predican, sostiene, de cara a la intervención pedagógica
de lo corporal, un conjunto de prácticas escolares dominantes,
una especie de "reglajes medievales", de formas de acompasamiento
y de integración social, que se inscriben en una cultura
de contención social mediante la escolarización. A
través de ella, la escuela somete y se somete a las demandas
de una cinética social hegemónica. Se descubre así,
con contundencia, la escuela de pobres como una institución
guardería.
La escuela y paradigmas
corporales (el escenariode un drama)
Mandoki (1994) nos sugiere pensar en la constitución de
un modo de ser corporal a partir de las estrategias de intercambio
estético, intercambio cuyos efectos están relacionados,
no sólo con la "razón social" de las matrices
donde se plantan, sino también con los paradigmas de sensibilidad
que definen el sentido de los diversos dispositivos y de las múltiples
acciones conformativas. Así, la aproximación comprensiva
a la matriz escolar demanda una consideración de los paradigmas
que históricamente han recreado lo corporal. Entre ellos
debemos considerar el paradigma biológico, el militar, el
moral-religioso, el somatocrático, el deportivo y el patriarcal;
estos según nuestra tesis, a pesar de la retórica
revisionista y progre que ha intentado permear la cultura escolar
y corporal (pedagogías socio-psi) en los últimos treinta
años, preforman de manera significativa (aún) los
discursos, las prácticas y los ejercicios que buscan la constitución
de lo corporal. Los diferenciadores, como pueden ser fuerte, patriótico,
moral, vigoroso, resistente, espirituoso, creyente, viril, sano,
culto, industrioso, obediente, dócil, femenino, fecundo,
eficiente, competitivo, limpio, bello... son signos de una operación
moral, estética y política, que siguen orientando
de modo relevante aunque se crean superados buena parte del "labrado
corporal" que se realiza, con nuestra mediación, desde
la escuela pública.
FOTO 1 Ritual de glorificación corporal
en una escuela pública de Medellín
Esta perspectiva sobre el cuerpo,
en lo social y en su interposición matricial y paradigmática,
aventura un develamiento de las relaciones de gobernabilidad que
subyacen a los dispositivos naturalizados y positivizados (escuela,
juego, ejercicio); cuestiones en apariencia desconectadas, como
la atención higiénica, la adaptación social,
la penalización, la recreación, la deportivización,
la asistencia, la promoción, la socialización, la
reinserción o la instrucción, revelan una lógica
interna, matizada por una intención de gobierno, que demanda
una lectura entre líneas; la lectura de las concepciones
y de las creencias que nos orientan, de las maniobras y de los ejercicios
que desplegamos sobre el cuerpo, se convierten en un ejercicio crítico
que está a la orden del día. La infantilización
(Querrien, 1977; Alzate, 2002; Narodowsky, 1994; Gimeno, 2003; Giroux,
2003), la histerización femenina (Varela, 1997), la higienización
(Devís, 1994; Barbero, 1995; Sáenz, 1997; Caruso,
2003), la estigmatización de lo popular (Giroux y Simon,
1998), la deportivización (Devís, 1994) se transforman
en dispositivos asociados, que, parece con nuestro consentimiento
o a nuestras espaldas, siguen teniendo una presencia importante
en la gestión escolar de lo corporal. El complejo de intercambios
sensibles escenificados en la escuela puede ser sopesado, en tanto
que son enunciados cargados de significación y de simbolismo;
sus lenguajes y sus escenarios poseen una adscripción paradigmática
que contiene niveles diferenciadores de carga pedagógica
y de intensidad energética, que propician el develado de
las huellas conformadoras que serán depositadas en los cuerpos
de la sujeción (subjetivación). Tal "carga interna
y externa" define el sentido y el peso de las diferentes unidades
(curricularizadas9 y no curricularizadas10)
del enunciado formativo. Este complejo estratégico encarnable
puede ser leído, inspirándose en la invitación
de Mandoki (1994), a través de un análisis de las
sensibilidades comprometidas en dicho acto educativo (comunicativo).
Figura 1- La IPC... dejando huella en el cuerpo
La problematización de la relación entre lo social,
la escuela y lo corporal, se traduce en múltiples preguntas
y en provocaciones de búsqueda, que marcan la emergencia
de un desfijador simbólico que ayude a una valoración
de los diversos eventos que propician la transformación de
los cuerpos escolarizados:
¿Qué orden social y, dentro de
él, qué modo de ser corporal se traslapa, como pretensión,
en la misión instruccional de la escolarización pública
básica? ¿Qué intereses ideológicos se
reproducen en tal mediación? ¿Cómo transita
y se transforma el cuerpo en el espacio-tiempo escolar? ¿Cómo,
desde dónde, sobre qué obediencias, resistencias y
claudicaciones se despliega el enunciado (el ejercicio) profesoral
sobre los cuerpos escolarizados camino de la conformación
sensible? En esa intervención, ¿qué encuentros
y qué desencuentros en torno al cuerpo se producen entre
la cultura que traen los escolares de la calle, la cultura profesional
y la cultura culta del profesor y de la escuela? ¿Cómo,
y a través de qué dispositivos, explícitos
e implícitos, se efectúa la intervención del
cuerpo en la escuela? ¿Cuáles son la magnitud y la
dirección de la motivación del despliegue energético
(ejercicio) sobre los cuerpos? ¿Qué correspondencias
o qué fraudes en esa intención se dan entre discurso
y ejercicio? ¿Qué paradigmas corporales movilizan
hoy la intervención corporal escolar? ¿Qué
cultura de la calle interactúa con la cultura culta de la
escuela (en esto de la estetización corporal), y cuáles
son las condiciones de posibilidad de esa interacción? Estas
preguntas nos orientan en el proceso de definición metodológica
y en la definición del foco de nuestra atención; ellas,
interesándose por la dinámica de los intercambios
sensibles en el contexto del ritual escolar, consultan aquellas
estrategias y aquellos dispositivos estetizantes11,
que, aunque se crean desvalorizados (por lo menos en el currículo
visible), despliegan una impresión energético-dramática
de alto peso en la constitución del sujeto. En el currículo
oculto, ellas son las que parecen dar cuenta del orden escolar12.
Las preguntas se agolpan, pero hay una cuestión central,
que, llegados a este punto, parece necesario plantear de cara al
objetivo que nos hemos propuesto en este texto:
¿Contamos, profesores y profesoras, con la herramienta
metodológica que permite hacer tal valoración y
desfijación de significados a partir de los enunciados
que se desprenden del cuerpo actuante y del cuerpo relacional?
¿Contamos con las herramientas que posibilitan comprender
el alcance sígnico y simbólico de las enunciaciones
corporales que se despliegan en el espacio-tiempo escolar?
3. El lector que proponemos (una caja de resonancia)
La cita de Foucault, con la que iniciamos este
texto, invita a un interesante giro en la aventura valorativa de
la dramática sujetativa; sugiere que la constitución
del sujeto, de su subjetividad (sujeción), que la constitución
de su pensar se y de su actuar se debe, ahora, leerse en su instancia
material, energética y emotiva. En esa dirección,
hablamos de la emergencia de una matriz IPC, que, a la manera de
un des-fijador de significado, nos permita un acercamiento crítico
a la vivencia dramática (energética) del cuerpo escolarizado.
El lector IPC13 surge como producto de la recontextualización
de algunos aportes de la antropología, de la comunicación
y de la pedagogía crítica. Su puesta en acción
para la lectura de enunciados discursivos (escriturales, gráficos,
etc.) y no discursivos (prácticos, corporales), la ha ido
depurando; parece que facilita una aproximación comprensiva
y crítica ("microscópica") al grabado cotidiano
del cuerpo de la escolarización. En ese proceso también
ha ido mostrando algunas de sus limitaciones; estos procesos analíticos
y fragmentadores están acompañados por la propensión
al puzzle. Larrosa (2003, p. 13) plantea que "cualquier definición
(en esto de la intervención de lo corporal) es siempre un
punto de vista parcial, determinado por un campo epistemológico
o cultura particular. En relación con el cuerpo, quizá
todo lo que podría ensayarse es algún tipo de esclarecimiento
fragmentario". Existe un riesgo cuando sometemos el cuerpo
a una mirada microanalítica que quiere capturar el significado
de cada acto corporal. No olvidamos aquí el sentido de la
génesis misma de las ciencias sociales y humanas en el terreno
de un interés de poder sobre el control y sobre la regulación
corporal. Es como si el espacio para que el cuerpo se expresara
por sí mismo se redujera en proporción directa al
aumento del "capital corporal hablado".
Figura 2 - Categorías para un análisis de los
enunciados estéticos (Mandoki, 1994)
Desde las lecciones de Barthes, con su análisis
hermenéutico en S/Z (2001), de Mandoki, con su "matriz
prosaica" (1994), o desde el planteamiento histórico
estético de una matriz para la educación física
en Gutiérrez y otros (2005), se plantea la posibilidad de
un artefacto decodificador de los lenguajes del cuerpo. Hablamos
de un instrumento que se detenga en la comunicación verbal
y no-verbal, en los ejercicios que se practiquen con el cuerpo para
intentar captar la intensidad y la dosificación del ejercicio,
en la fuerza del labrado. La "representación dramática"
expresa la escenificación de lo social en el espacio escolar,
y el lector capta la energía que allí se invierte;
lee el cuerpo, lee las instalaciones temporal-espaciales o las parafernalias
del orden escolar, lee los despliegues disciplinarios, que se acompañan
de señales, de ruidos, de castigos y de caricias; de condecoraciones
y de promociones; de juegos, de lúdica y de teatralización
laboral, eclesial, deportiva, cívica y sexual14.
El alcance del lector metodológico IPC15
puede ser estimado a partir de su despliegue en un ejercicio de
lectura crítica desarrollado a partir de los dos componentes
de la enunciación corporal. El lector capta los componentes
verbal y no verbal (sígnicos), y se detiene en la lectura
del componente simbólico (atributo energético). Da
cuenta de los rasgos proxémico, cronémico y motriz
del acto de la enunciación corporal. Uno y otro, componentes
como son retórico y dramático, dan cuenta de las condiciones
de posibilidad de los resultados sensibles (de las expectativas
y de los logros) del acto modelativo del cuerpo. Con dicho lector
se intenta una comprensión de los consentimientos, de las
resistencias y de los fraudes: una divisa de los dispositivos de
la subjetivación. En tal sentido, se recoge la invitación
de Mandoki (1994) de avanzar sobre la configuración de matrices
de análisis situadas, que es una forma de aproximación
crítica al cuerpo del drama escolar.
Figura 3 - El lector IPC que proponemos para
leer el << drama corporal escolar>>
El cuerpo puede ser reconocido en la vivencia de los y de las escolares
en sus relaciones, en sus padecimientos, en sus goces, en sus acomodaciones
y en sus resistencias, pero también queda expuesto a nuestra
mirada, en una parte muy significativa, en las pretensiones y en
las persuasiones que ensayamos (profesores y profesoras) en nuestro
despliegue profesional en la vida cotidiana de la escuela. El cuerpo
pretendido se deja leer, mediante este tipo de instrumentos, en
nuestros mitos y en nuestras creencias, en nuestras metáforas
corporales, en los rituales que propiciamos o en los rituales que
hacen los propios escolares, como también los profesores
y las profesoras; unos y otras en sus ejercicios de resistencia
y de acomodación (McLaren, 1998, pp. 53-62).
La IPC permite:
Vislumbrar el poder
estructurante o desestructurante (con relación al cuerpo)
de la escolarización en diferentes contextos. Facilitar
una perspectiva sobre las condiciones materiales e ideológicas
de la dominación escenificada en el cuerpo escolarizado,
e identificar las microrresistencias al ejercicio de corporización
hegemónico.
Develar el sentido estratégico
de las prácticas corporales (su génesis, su evolución,
su transformación, su encubrimiento y su metamorfosis).
Captar las complicidades,
las transacciones, las dependencias, los encuentros y los desencuentros
de los diferentes actores y de las diferentes instituciones en
torno a la corporización; identificar el sentido de los
discursos profesorales en relación con una modelación
o con una capacitación corporal; ubicar las enseñanzas
prácticas y la línea estratégica de poder
que estas transmiten, deteniéndose en los diferentes actos;
develar el sentido de los fetiches, de las metáforas y
de los iconos que se despliegan con una carga persuasiva; en general,
develar el sentido de los rituales que posibilitan la incardinación
corporal (vía iniciatoria y confirmatoria).
4. Aplicando el lector IPC
Un evento de intervención pedagógica
corporal desarrollado en la institución educativa San Rodrigo
Mártir16 (escuela pública de Medellín),
se toma como base para aventurar el ejercicio significador y simbolizador.
Nos servimos de los enunciados (verbales y no
verbales) recogidos en esa institución, de registros del
patio de recreo y de algunas clases, sobre todo de la clase de Expresión
y Danza; nos valemos de los recuerdos de la colega Concha sobre
un evento pedagógico que respondió a una especie de
"sesión de equilibración corporal", que
ella ejecutó como estrategia compensatoria ante una experiencia
"desordenante" vivenciada por los niños y las niñas
el día en el que el reguetón17 se
tomó la escuela. La sesión permitió vislumbrar
el papel que juega la clase de "educación corporal"
en el contexto amplio de la cultura corporal institucional, captar
también el rol de la profesora en los ritos escolares, y,
específicamente, percibir los sentidos posibles de su actuación
de cara a las estrategias de control y de conformación corporal
institucional.
Cuadro 1 - La matriz IPC (cristales del prisma)
4.1 El despliegue del IPC como lector (ejemplo de aplicación)
"La primera demanda que suele dirigirse al aprendiz, en determinadas
épocas de su escolarización, tiene que ver con el
silencio y la quietud, como si un silencio no elegido y la pasividad
de los cuerpos sin gestos fuesen síntomas de un mayor interés
por el estudio y el aprendizaje" (Larrosa, 2003, p. 3).
En el bullicio del recreo
En medio del sopor que generaba el calor asfixiante al filo de
una mañana veraniega de Medellín, me hallaba sentado
en una banca de espera que colindaba con la ventana polarizada de
la rectoría. La mirada escrutadora del vigilante sesentón
que tenía su puesto de control en el mismo pasillo que marcaba
la entrada a la escuela, me hacía sentir incómodo.
En el patio discurría una película de escenas múltiples,
que me transportaba a mi propia vivencia de escolar, a mis vivencias
de profesor de escuela, a mi vivencia en un pasado ya algo lejano
en este barrio marginal. [En la escuela, como espacio panóptico,
las instancias de gobierno bordean la entrada y la salida; la ventana
del rector (con vidrio polarizado) y el puesto del vigilante, permiten
el control visual del pasillo de acceso, de la tienda escolar, del
patio de recreo, de la entrada a las aulas y a los servicios sanitarios;
desde allí, todo es visible].
Muchas cosas pasaban por mi cabeza durante dicha espera [...],
crecí en un barrio de clase obrera lindante con este extramuro
de "mujeres de la calle" y de travestís, ya digerido
por una ciudad a la que se le atravesó la entraña
con un moderno metro. Arrabal de burdeles y de casas-bares, pero,
por paradoja, convertido en santuario de la salud y del saber, allí
está enclavada mi universidad, la segunda del país,
que alberga a 30.000 personas. Miles de ellas hemos alimentado la
vida diurna y nocturna de este barriecito bohemio, en el que también
está el hospital público, el de la clase obrera, con
sus extensiones de maternidad, de caridad, y, por supuesto, su policlínica
de emergencia, esta última quizás una de las más
visitadas por unidad de tiempo en el mundo: las sirenas de las ambulancias
o el pitido sostenido de los automóviles que traen a los
heridos, son la constante acústica, que, entramada con los
sonidos de tangos, de guascas, de rancheras y de vallenatos, seguramente,
a fuerza de tanto escucharse, no desvelan ya a esta chiquillada.
En su extremo occidental está el río, que parte la
ciudad en dos partes iguales (depósito de alcantarillas que
constituye un ambiente irrespirable para los no acostumbrados).
En el extremo norte del barrio hay un inmenso cerro lleno de tugurios,
una montaña artificial, que no es otra cosa que un relleno
antiguo de basuras donde sus habitantes, desde su vientre (se dice),
con un pedazo de tubo de PVC, pueden extraer gas para cocinar. En
el centro está el cementerio tradicional, que contiene los
mausoleos de familias señoriales del pasado, y que hoy es
un lugar donde se entierra a gente del pueblo; allí está
situada la tumba de un lugarteniente del capo, a la que nunca se
le apaga la música ni le faltan flores. En su centro también
está el pulmón botánico de la ciudad, ayer
parque de los enamorados carentes de dinero. [Filiación:
escuela pública marginal situada a extramuros, lugar de los
relegados y de los excluidos; concentración de lo tangencial.
Tono acústico diferenciador del espacio social, sonido que
habla de la procedencia de los desplazamientos sociales, de la gente
del campo traída a la ciudad por la violencia política
y por la miseria. Cronémica de la ciudad y cambio de sentido
de los espacios, en la que los vivos y los muertos señoriales
abandonan el centro].
A pesar del moderno maquillaje, aquella zona sigue estando asociada
a la muerte, a lo sucio, a lo pecaminoso, al alcohol, a los olores
mortecinos, a la sangre y al desorden estudiantil (las pedreas).
Hoy esta zona de la ciudad está partida en dos por el puente
elevado que utiliza el moderno metro, desde donde los viajantes
nativos podrán alardear de sus viejas andanzas de ocio nocturno,
y los pocos turistas descubrir uno de los rincones míticos
de la ciudad. Ha cambiado el panorama de Lovaina, pero no la chiquillada;
puedo oler la procedencia de esos niños y de esas niñas
que de manera explicable no entran a este pasillo de espera, que
da por un extremo con el patio donde corretean, y, por el otro,
con la puerta del enrejado que pretende congelar y aislar, por unas
horas, su vivencia formativa. [Tiempo monocrómico y policrómico,
tiempos detenidos y organizados para la subjetivación. Proxémica
del control: rector, vigilante, profesores vigías, acceso
espacial; espacio para el juego, para la administración,
para la vigilancia; espacios permitidos y espacios prohibidos; la
escuela protegida por un cordón higiénico, de seguridad.
La ciudad y su espacialización económica, cultural,
social y política. La acústica y los olores de la
ciudad marginal, lo audible y lo inaudible, la inmundicia cercada].
Allí estaba, frente a mi, en el reducido
espacio [alta densidad/cobertura escolar] de aquel patio escolar,
la masa inestable de cientos de niños y de niñas,
que, por más que tuvieran tres o cuatro vigilantes profesorales
fácilmente distinguibles por su estado de vigías [proxémica
géstica de vigilante en tiempo libre/controlado], explotaban
en juegos indescifrables, en persecuciones, en empujones, en quites,
en patadas a balones, en guerra de tapas; en llantos, risas y sudor,
en algarabía del último recreo [pulso motriz y lúdica
del recreo, intenso, abierto, de parce18, y vigilado;
cinética de la calle que se toma la escuela y colisiona con
la cinética escolar deseada; centrípeta del recogimiento
necesario de la escolarización]. El estado de bocacalle o
estado de esquina, estado de parce, diría yo (interpretando
al pedagogo crítico McLaren), se mostraba en su máxima
expresión, como si se tomara la escuela hasta "casi
hacerla desaparecer" [volumen géstico salvaje]; en una
visita anterior, ya me había percatado de las dificultades
que tenían profesores y profesoras para movilizar, sobre
todo a los chicos [resistencia, expresión motriz en estado
de parce y de género], con el fin de conducirlos, desde allí,
a otro estado más propicio para la impresión escolar
[la intervención corporal de mayor valor oficial en el ritual
escolar]. Posiblemente, en esa situación se escenificaba
la energía convulsa que debía ser apaciguada o negociada
de cara a las actividades de enseñanza y aprendizaje, a los
logros de aula; de ella es muy probable que dependieran los intercambios
sensibles exitosos, los fracasos, y muy buena parte de las frustraciones
profesorales; esa energía atrevía, tenía la
fuerza incontenible de la calle, de su irreductibilidad, dado el
drama social de la ciudad; sobre ella es casi seguro que se armaban
las negociaciones que posibilitaban el tono requerido para la labor
educativa. Pienso en tantas estratagemas que desarrollan la escuela
y el profesorado (allí la Educación Física
ha jugado un rol especial) para someter la cinética de aquellos
cuerpos que se resisten a abandonar su estado de parce: campana,
música, actividades de recreo guiadas, tareas, misiones para
el descanso, vigilancia, regulación motriz de los desplazamientos,
oraciones, juramentos colectivos, encomendaciones de salida y de
entrada, juegos de iniciación y de cierre, castigos, premios
y clasificaciones, etc. [proxémias cinésica y quinética
del control, de gobierno].
Aquel conglomerado desbordante [densidad asfixiante]
me confirmaba que la "cultura física" que quería
comprender no se podía reducir al marco de lo que sucedía
en el reducto de la clase de Educación Física [proxémia
de las disciplinas, de las asignaturas, de las acciones interventoras];
en ese momento, ante mis ojos, en aquel ejercicio de control profesoral,
en aquel despliegue motriz impredecible, discurría una escena
[la expresión y la intervención corporal como texto]
que cobraba nuevos sentidos. En mis visitas a escuelas el año
anterior, en el marco de mi tesis, no reparaba en estas cosas. Ahora
intuía que la conformación corporal de aquella chiquillada
estaba también relacionada con esta aglomeración desbordante
(alta densidad escolar) y con los controles que demandaban los discursos
de la racionalización educativa y de la convivencia social
[ambiente político y social sobre el despliegue de lo corporal
en la ciudad y en la escuela] desde hacía algunos años19;
no en vano la escuela, en este tiempo de convulsión social,
es considerada por la retórica oficial como uno de los reductos
más valorados para la disciplinación (reinserción)
de los "nuevos descarriados".
La clase y los recuerdos
de Concha
El ruido del silencio [lo audible y lo inaudible escolar] me sacó
de estos pensamientos; sin apenas darme cuenta, el panorama había
cambiado [administración del espacio-tiempo escolar y despliegue
corporal]. La escuela, siguiendo el recuerdo de la elaboración
de McLaren, había entrado en el espacio-tiempo del ejercicio
que más la distinguía, al momento de la motricidad
controlada y confinada; a la estaticidad corporal y centrípeta
del aprendizaje [dirección de las energías] centrada
en la autoridad del profesor o en la del texto [centrípeta
institucional]. Esta dinámica le daba a la escuela el matiz
subjetivador y objetivador, que, a la vez que la diferenciaba, la
relacionaba con las otras matrices de conformación social
[lo escolar como estrategia de lo social].
En un abrir y cerrar de ojos, el espacio-tiempo, y en él
las conductas, había sufrido una transformación radical.
El patio-cancha se convirtió en un aula que milimétricamente
tenía dispuestos los pequeños pupitres en una calculada
geométrica proxémica, que garantizaría el examen
de matemáticas que debería cumplirse a continuación.
Bajo un sol inclemente, y ante la mirada inquisidora de su profesora
(cuya postura y desplazamiento delataban con claridad su estado),
los estudiantes tomaban su lugar en completo orden y silencio [profesora
en estado de vigía, géstica tónica del control,
del examen]. A un costado, en la parte cubierta de dicho espacio,
en el suelo, acostados, en cuidadosas filas organizadas con criterio
de género y de estatura [proxémica corporal], se encontraba
otro grupo. Se veía a sus integrantes con los ojos cerrados
y relajados [tonicidad demandada para una mejor percepción/interiorización
de los mensajes]; bajo la batuta de la profesora Concha, y acompañados
de un "celestial canto gregoriano" que escapaba de una
vieja grabadora [centrípeta acústica e icónica],
eran conducidos por las mecedoras palabras de Concha desde "este
infierno terrenal" a un delicioso "viaje por el cielo"
(palabras usadas por la profesora); era conmovedor ver las expresiones
de recogimiento y de "transmutación" que denotaban
aquellos cuerpos [...]; la profesora, con su mirada, me lo insinuaba
con un orgullo inocultable. Al pensarlo ahora, entiendo su posterior
sentencia: "con ellos logro cosas, estados, reacciones que
nadie más logra, y eso ha generado cierto malestar y envidia
en algunos profesores" [léxica, acústica e icónica
moral religiosas y "estado de santidad"... encomendados,
silenciados, obedientes y sometidos].
En su conjunto, la escuela marchaba ahora a otro ritmo; silenciada,
aquietada e inmovilizada, la chiquillada se disponía a los
ejercicios con-formativos; era el tiempo de la voz del profesor
o el de la voz autorizada del alumno [motricidad, proxémica
y cronémica escolar]; espacio-tiempo del estado de estudiante
y del estado profesoral de predicador; sólo uno que otro
chico corría de un lado para otro buscando su aula; el tendero
recomponía sus bártulos y vendía a hurtadillas
a un chico, que, según me explicó luego, era de los
bravos del cerro; una señora intentaba a medias barrer el
patio, preparando seguramente el espacio para los de la tarde; el
celador abría el candado [control de los cuerpos, pulso escolar,
iconos del encierro] de la reja escolar para la entrada, al parecer,
de un profesor (la forma de caminar, de llevar los libros, de saludar
los chicos, sus cinésias preformadas por los años
del actuar profesoral [cinésias del profesorado, estado de
profesor] al que le habían asignado un cuerpo; su gestualidad
era elocuente, casi se podía aventurar la asignatura que
impartía, cuál era su estado civil, cuál su
proximidad a la jubilación, cuál su cansancio).
Las dos clases, la del examen y la de "expresión corporal"
me atraparon. Sin dudarlo, confiado en el retraso del rector, me
acerqué y solicité autorización a la profesora
del examen para hacer una fotografía; su negativa se fundamentó
en la ausencia del coordinador disciplinario. El sonido inconfundible
del canto gregoriano [icono musical religioso] atrajo mi atención,
y me desplacé hacia la clase, solicité la autorización
de la profesora para observar la sesión; su respuesta consistió
en decirme que no había ningún inconveniente, y su
actitud, a diferencia de la otra profesora, fue muy amigable. Lo
que percibí en aquel momento será abordado en otro
apartado de esta pesquisa; la información que retomo, para
mostrar el uso de la herramienta IPC, proviene de una conversación
con la profesora Concha (la que estaba orientando la sesión
de "Expresión"). La conversación (en la
que ella me permitió usar la grabadora) empezó al
término de la clase, cuando ya los estudiantes se aprestaban
a salir de la escuela (el rector no se presentó). En el mismo
patio, al empezar la conversación, un "duendecillo"
cruzó raudo ante nuestros ojos, y nos dio tema para iniciar.
Lo que dice la profesora
Pasa un chico corriendo en medio de nosotros
y de nuestra recién iniciada conversación... (La conversación
toma un nuevo giro)... Me dice la profe: "...¡Ahhhh siiiiiii!:
chicos con el pelo parado... así con el pelo parado y verde,
no pueden estar en el colegio (hace una pequeña pausa y continúa)...
porque... porque en el reglamento del colegio... (duda...)... en
el Manual de Convivencia (silencio...) dice claramente cómo
deben presentarse los muchachos en el colegio... (continúa
interrogándose a sí misma...): ¿Por qué
tenemos que permitir otra cultura diferente? (se responde ella misma
a continuación) ahhhh... es que nosotros somos otra cultura...
pues es como volver a rescatar los pelados...". Ella me dice
que el control no es fácil, que los pelaos de ahora, y sobre
todo los que son de este lugar, no son fáciles de llevar...
"...es que ellos me insisten, por ejemplo... profe, ¿porqué
no nos pones el reguetón (música de moda entre la
niñez y la juventud medellinense)? (se responde a sí
misma con una reflexión)... yo me puse a ver de dónde
viene el reguetón"... (silencio... piensa y continúa...)
"yo me he puesto a analizar de dónde viene esa música...
es una mezcla de muchas cosas... tiene afro (suena la campana y
se detiene un momento para continuar) ...tiene antillana (llega
una niña, ella le dice: yo les dije que hacia allá
no se me vayan... yo no puedo ir a cuidarles por allá"...
parece que al terminar su clase se queda en el lugar como vigía
de la salida del estudiantado hacia sus casas... la niña
sale corriendo, ella continua...) "...es una mezcla de muchas
músicas, y... cobija muchas culturas" (me dice poniendo
un acento que carga su decir de autoridad) "...es música
de la época... tiene hasta cosa gitana, apareció en...
(duda) a ella se unieron muchas cosas... lo empezaron a cantar los
negros en la zona baja del Bronx... (Hace un giro en el tono y prosigue...)...es
que solamente te pones a escuchar el reguetón una hora y
te paras pero volao... mejor dicho no querés más nada"...
(hace una larga pausa, como escudriñando recuerdos... y sigue
cargando la voz de un tono que habla del malestar que le produjo
lo que relata a continuación...): "Vinieron aquí
a presentarles una película y les dijeron (a los niños
y niñas) que les iban a dar un rato para que ellos bailaran
cuando... ¡PAAMMM!... ¡POOMMMM!... eso zumba, zumba
que zumba... no había control en el colegio... en todo el
colegio se perdió el control... la cosa terminó, pero
todos los niños siguieron volaos, volaos, todos se volaron...
es que eso no es lo sano para los pelaos... no había quien
les controlara... a mi, en ese día, me tocó una clase...
y (asumiendo un tono fuerte que sugería el empleado con la
chiquillada) ...qué pena... se van a acostar (sube la voz)...
ahhhh (denotando una respuesta de descontento de sus estudiantes)...
ahhh... es que usted (bajando el tono de la voz)... (Sube el tono
y habla como si tuviera a los chicos y a las chicas al frente...)
nada... se acuestan... (me mira...) fue la única forma de
bajarlos... (Vuelve a perder la mirada... se transporta posiblemente
a la clase...) ahora le voy a decir por qué.... (sube de
nuevo el tono, como si estuviera hablando a los chicos y a las chicas)
¡pero se acuestan ya! (Me mira... y la suelta...) ...ellos
vinieron todos asados y yo... yo no iba a peliar con ellos... yo
iba a salir mal... ellos se acostaron (baja la voz), muchos con
rabia... siiiiiii, con rabia... porque eso les revuelve muchas cosas
(puso una cara especial)... luego, después de la música
(canto gregoriano), cuando se relajaron, les dije: les voy a decir
porqué, porqué pasa esto; vean chicos: pasa esto,
esto y esto... ¿saben quién es el causante de que
ustedes se vuelvan de esa forma? ¿De que en ustedes no hubiera
sujeto?... el reguetón, entonces dijeron (cambia la voz...
simula en el tono la de la chiquillada...): sí, profe, usted
tiene toda la razón... salimos con un dolor de cabeza...
(lo dice con un tono... que me parece que quiere dar a entender
que los chicos han aceptado su razonamiento...) ...ustedes me dicen
que soy muy cansosa, porque les pongo a escuchar un pasillo (música
folklórica colombiana), porque les pongo a escuchar una cumbia
(música folklórica colombiana), porque les pongo a
escuchar un clásico (tono especial... en sus talleres la
vi usando cantos cristianos movidos muy usados por los movimientos
cristianos en las zonas deprimidas de la ciudad, y música
gregoriana...) pero... ¡Ahhhh siiiiiii!... ustedes no me pedían
que les sacara del reguetón... se reían... (me dice
soltando una carcajada...)... ellos no son bobos"... (ahora
me entra la duda...: significa que los chicos se quedaron satisfechos
y convencidos con su razonamiento, o que solamente habían
asumido una postura que la dejaba satisfecha a ella... pero ellos
quedan "en lo suyo"...) "¡Ahhh... yo siii!
(afirma con tono tajante... y, a continuación, lanza una
interrogación): ¿si a mi no me hubieran hecho tanto
daño mis educadores...? (se acercan unas niñas y unos
niños, ella dice, sólo los hombres... uno de ellos
exclama jubiloso un "¡siiiiii vieronnn!", dirigiéndose
a las chicas que llegan corriendo a su lado expectantes... esperando
una aprobación sobre algo de su profe... sólo entre
profe y alumnos saben de qué están hablando... yo
quedo tuerto... si vio... si vio... -grita el niño a las
niñas- y salen a la carrera... Ella me mira y continúa...)
"yo no voy a hablar mal de mis educadores... yo digo... ¿si
a mi no me hubieran hecho daño... tanto daño de niña...
en la parte educativa...? yo no voy hablar mal de mis educadores...
ellos, ellos fueron los que me... (interrumpe, piensa...) ...gracias
a ellos... (interrumpe... me mira y sigue...) ...pero ahora, mirando
lo que me ha tocado hacer en este ir y venir de la vida... cómo
hace uno daño como educador..."20.
El día de la experiencia de la película del reguetón,
que provoca, según la profesora, una especial alteración
en los escolares y en la escuela, llama mi atención. Eso
que había pasado rápidamente ante mis ojos y ante
mis oídos, mediado por las representaciones, por los recuerdos
de la profesora, y también por mis propios sentidos, experiencias
e intereses, pujaba por salir con otros sentidos; eso, lo visto
y lo escuchado, para mi era algo distinto a la vida normal y rutinaria
de la escuela; era algo más que las estandarizadas dinámicas
de ambientación lúdica, que, ni siquiera el Estado,
aplicaba con recursos públicos [la profesora era pagada directamente
con recursos (doscientos pesos) que aportaba semanalmente cada estudiante;
cuestión que se repetía en varias instituciones educativas
de la ciudad].
Mi sensibilidad frente a lo que estaba ocurriendo en ese momento,
se hallaba conectada con la preocupación que sustentaba con
mayor peso mi visita a aquella escuela perdida entre moteles, bares,
talleres y lavaderos de automóvil del viejo Lovaina; barrio
de la recreación licenciosa de la gente plebe de la ciudad.
4.2 La pregunta
Las emociones que me provocaron las primeras
impresiones de esta visita escolar fueron muy fuertes y estimulantes.
Allí, ante mis ojos, saltaban de manera sugerente enunciados
corporales y ambientales (el pelo verde y parado del chico, la expresión
musical y danzarina popular, los cuerpos de los niños sumidos
en el examen en el patio-cancha, el icono cancha convertido en espacio
del ejercicio y del examen, el icono gregoriano, la disposición
ordenada de objetos y de cuerpos, los roles de los profesores, los
rituales...); brotaban las enunciaciones discursivas asociadas a
lo corporal; los pensamientos, el decir y las acciones de Concha
y de sus colegas hablaban de la presencia de una tecnología
corporal, pero también se dejaban sentir, con mucha fuerza,
las reacciones de la chiquillada, reacciones que daban cuenta de
sus propios rituales y de la presencia de otra cultura en el mundo
de la escuela; una cultura que la escuela parece desde este caso
concreto y bajo unas condiciones de posibilidad situadas, deseaba
esconder, invisibilizar y someter21.
Había en el horizonte una superficie investigativa
atractiva, provocadora. Los explicadores conceptuales construidos,
reconstruidos o en estado de construcción durante el proceso
investigativo, querían lanzarse para exponer lo que los sentidos
captaban. Intercambio sensible, gobernabilidad, sujeto, estados
del profesor, estados del estudiante, ritual escolar, cronémia,
proxémia, motricidad, comunicación y lenguaje, se
interponían de modo interesante entre mi percepción
y la actuación de los actores escolares con los que allí
interactuaba. También los viajes (la evocación) a
los discursos de la educación corporal del siglo XIX22
le daban un nuevo sentido a las cosas que veía en aquella
escena. La aglomeración, el recreo, los juegos salvajes,
el canto gregoriano, el reguetón, el candado escolar, el
cuerpo del profesor, su géstica y su postura, las reconvenciones,
la campana, el crucifijo (icono religioso) o el busto de Bolívar
(icono patriótico) que decoraban el patio escolar, iban cobrando
una nueva significación. Los interrogantes, desde esas impresiones
múltiples y renovadas, se ampliaban. Se presentaba allí
una posibilidad para interrogar a la "cultura física"
escolar en su relación con la conformación de un modo
de ser corporal, mediado por los discursos y por las creencias profesorales.
4.3 La inquietud
Un detente acerca de la dinámica de los ejercicios que se
despliegan sobre el cuerpo de los escolares, hace sentir desde las
disposiciones y desde las instalaciones discursivas, gésticas,
icónicas y acústicas desplegadas la modorra del tiempo
histórico en la escuela pública de Medellín.
Es como si los doscientos años de delimitación local
de poder entre el régimen moral religioso y el político
social, sobre todo en torno a lo escolar y a lo corporal, hubiesen
pasado en vano.
Es de presumir que la existencia, en los marcos
de la educación primaria, de ejercicios clásicos de
modelación corporal con claros visos de estructuración
moral disciplinante, hicieran parte de un dispositivo histórico
de juegos estratégicos conformadores del modo de ser moral23,
a través de la escolarización; es como si la pretensión
de un modo de ser corporal se siguiera centrando en el poder moral:
allí, el modo de ser intelectual se insinúa como un
pretexto para un atenazamiento moral de los cuerpos de la pobrería;
juegos que, en Colombia, parece ser, no han podido o no han querido
ser regulados o controlados por el poder de lo público desde
el siglo XIX24. El respeto a la expresión
y a la diversidad parecen quedar en mera retórica de ocasión
y de papel; hay indicios en la vida cotidiana escolar de la pervivencia
dramática de antiguas connivencias y de arraigadas creencias
sobre la modelación moral y cultural, que siguen motivando
las prácticas instruccionales; de allí las prácticas
de la "cultura física".
De cara al ejercicio que nos hemos propuesto (la aplicación
IPC), y mirando en el submundo de los "textos escolares",
se deja observar, en el cotidiano escolar, un choque de trenes entre
la cultura popular (en este caso expresada en la cultura parce,
que trae el estudiante, y la "cultura culta" de la escuela,
del profesorado). La voz del profesor toma partido, no es neutra,
indica que ocupa un lugar respecto a la avanzada de la conformación
corporal de la cultura hegemónica. Se impone una línea
histórica (que parece reconocible ya en los inicios de la
escuela pública colombiana en la primera mitad de siglo XIX).
Parece que, a través de las prácticas de la Educación
Física, el paradigma moral cultural hegemónico encuentra
un medio que intenta contrarrestar, con relativo éxito y
desde su paradigma corporal, los embates de la cultura de la calle.
Presupuesto que este instrumento lector permite una aproximación
problemática a las prácticas discursivas y no discursivas
que se despliegan desde la escolarización con el objetivo
de la encarnación de unos valores privilegiados desde el
orden de lo social, leer las prácticas estetizantes que acompañan
dichos ejercicios formales de la instrucción sobre el cuerpo
es su propósito.
5. Cuatro pliegues de la IPC en un mismo enunciado corporal
El cruce de los componentes de los enunciados que definen la intervención
pedagógica de lo corporal (usos de la matriz IPC), en el
caso estudiado, arroja pistas para la tematización, la problematización,
el desarrollo hipotético y el desarrollo conjetural, y permite,
además, una orientación para los procesos de análisis
de la información. Veamos:
5.1 Sobre la filiación
En la adscripción que hace Concha de lo del reguetón,
se manifiesta la estigmatización que hace la cultura culta
escolar de lo urbano, de lo antillano, de lo caribe y de lo gitano;
de los estereotipos del Harlem o del Bronx, "nidos de negros,
de ilegales e inmigrantes", cunas de ritmos de carnaval condenados
e integrados por la cultura oficial, así como por los estereotipos
sobre los antillanos o sobre los gitanos, tenidos como rumberos
y como improductivos, vuelven y juegan en la hoguera oficial de
la cultura reguetona.
La regulación social se sigue ejerciendo a través
de una especie de negación/invisivilización de lo
popular, mediada por un desconocimiento de su cuerpo y de su expresión.
No tiene lugar en la escena escolar, ni lugar en el espacio tiempo
social; para ellos, es el reducto extramural y marginal, la ciudad
oscura, lo relegado. El espacio público filtra desde la escuela
el cuerpo escenificable en lo público; las manifestaciones
alternativas y extrañas son reducidas al espacio de lo íntimo,
de lo subrepticio o de lo privado en su marginación, en su
reducción, en su control.
La fuerza del espíritu reguetón habla de la escuela
como si se tratara de un espacio de encuentro, no siempre armonioso
ni tolerante, de filiaciones diferentes. A espaldas del profesor,
los cuerpos abandonan la "compostura" (cinésias),
y se desdoblan en una "géstica parce", de la calle,
de la esquina, de la gallada (pandilla), de carnaval, que la escuela
desea someter.
El "carnaval" presiona por llegar a
ser un espacio del que siempre fue excluido, y Concha dispone de
una contrapropuesta cultural. Una asignatura (la corporal), que,
en el currículo explícito, sigue siendo de segunda
categoría y está cargada de sospechas25,
mientras que en el currículo implícito u oculto funciona
como bastión del orden escolar. En la respuesta pedagógica
a los desórdenes de la "cultura inculta" se evidencian
los ecos (en la escuela de pobres, en la de todos) de viejas tensiones
filiales. El rol y la importancia de Concha en "el manejo de
lo corporal" tienen su sentido filial. En palabras de Pedraz
(2005, p. 6), el "edufísico" se convierte en un
administrador del lenguaje corporal hegemónico que impide
organizar la experiencia corporal desde la diferencia.
El joven reguetón porta el tono y la tonalidad de la ciudad
marginal, de los desheredados; tiene su brillo, su energía,
su sencillez. A fuerza (escénica) de ruidos y de insinuaciones
escandalosas, trata de hacerse visible en el espectáculo
urbano. Parece que el reguetón es un pretexto de la visivilización
de los marginales, que quiere ser contenido (no comprendido), a
toda costa, por la cultura corporal institucional.
Los roles de los sujetos se adaptan: el profesor transita a través
de su condición de experto académico (ilustrado, erudito,
versado), de vigía de la buena moral y de las buenas costumbres,
de predicador (catequizador, moralizador, revelador, místico),
o de parce (cómplice, compinche, implicado); por su lado,
el estudiante transita por sus diversas formas de asunción
ritual: como aprendiz (estudiante, educando), como pío (piadoso,
místico), como guerrero o como parcero. La máscara
del teatro escolar recubre la transformación que reclama
el drama. La escuela es un sistema que alberga a los clientes por
reclutamiento forzoso, y parece que su proceso complejo (dosificado)
de libertad-coacción (Santos Guerra, 2003, p. 32) fomentará
la "transmutabilidad" de los actores. Se trata de una
larga representación, en la que al final lo que cuenta es
haber pasado por ella, llevar sus marcas. El estudiante, en una
lucha sin cuartel, trata de imponer su fuerza emotiva, su cuerpo
(que es producto también de otras colisiones externas a la
escuela), su vivencia cultural, sus códigos, su danza, pero
la escuela, parece que en contravía (después de tanta
retórica humanística), sólo desea imponer su
formato.
Los indicios de tal choque filial y de tal discriminación
inclusiva abundan. El uniforme escolar (reflejado en la ropa, en
los manuales o en las formaciones) actúa como dispositivo
de una afiliación impuesta, que se hace visible socialmente
a través de un color, de un talante, de un escudo, de un
himno o de una bandera. Una condición/distinción institucionalizada
(que se exhibe en el cuerpo) que oculta los gustos por indumentarias
parceras en chicos y en chicas, que oculta el "desorden",
las diferencias. En Medellín, a las escuelas públicas
se acude con bluyin (los chicos) o con vestido (las chicas). El
uniforme y el "peinado oficial" intentan borrar las huellas,
ya no del cuerpo propio, sino del cuerpo que se vive realmente por
fuera del teatro de la escuela. Se insinúan coloraciones
de cabello y cortes a medio borrar, perforaciones vacías
en narices, orejas, lenguas, abdómenes, etc.; huellas en
el cuerpo que hablan de los gustos sometidos de chicos y de chicas.
El reguetón, producto de una hibridación icónica
(regue, rap...), habla de la deslocalización y de la glocalización
del cuerpo y de sus usos (prácticas de ocio y de consumo).
El canto gregoriano evoca el recogimiento monasterial de los cuerpos,
la música europea de conventos, de iglesias y de abadías;
la música-rezo que funde las voces en una oración.
La uniformización (indumentaria, acústica, icónica,
etc.) borra de entrada cualquier viso de diferenciación,
cualquier adscripción o afiliación alternativa; la
escuela anuncia de esa manera que en ella la recepción conformativa
se da en una sola dirección, que es la que impone la cultura
corporal legitimada institucionalmente. La escuela no quiere trabajar
con la chiquillada tal como es esta, sino que desea que lo que entre
de puertas hacia adentro sea fiel (imagen corporal) al deber ser
que se añora o que se desea. La chiquillada intenta subvertir
tímidamente "el uniforme", pero el control es contundente
y avasallador. El manual de convivencia, así como los contratos
y los consensos pedagógicos (escolares), son también
herramientas "consensuadas" para legitimar la conformación
corporal unidireccional y el castigo al infractor. Desde esa perspectiva,
el cuerpo visible en el espacio escolar lleva el sello de la compostura
oficial.
5.2 Sobre la motricidad
La palabra reguetón, y sobre todo su canto, suena fuerte,
irrumpe en la noche y despierta a la ciudad. Habla con fuerza de
la juventud (le da presencia social), habla de sus sentimientos
y de sus pasiones, de sus frustraciones, de sus críticas
"al padre", al sistema; habla del amor a la madre, de
la aventura, del conflicto social. La palabra reguetona, en cuanto
a su tono y a medida que avanza la función, aumenta en volumen,
en fuerza, e incrementa su frecuencia/presencia y su intensidad,
que raya con el estrépito; por otra parte, sus tramas se
hacen más complejas, más cargadas.
En el canto reguetón prima la voz erótica, sexual
(maximal), a la que acompañan las léxicas política
y étnica/tribu (a manera de denuncia, de grito de combate).
La palabra reguetona es medio de agitación juvenil que tiene
sus propios espacios para hacerse fuerte. Ellos, los escolares,
buscan territorios de bajo control para desplegar su corporalidad:
suburbios, barriadas, puentes, calles y parques nocturnos, extramuros,
lugares del carnaval de las clases pobres y medias urbanas, son
espacios del reguetón. Con mucha fuerza, éste se expresa
en los sectores más marginales y excluidos.
La escuela de pobres es un bastión del gobierno de la "cultura
culta", de un gobierno que se escenifica a fuerza de imposición
de hábitos y de gustos corporales. Dicha escuela, museo de
las tradiciones conservadoras que marcan la dirección de
la preformación corporal, es fiel guardiana contra aquellas
prácticas que "relajan y erotizan" el cuerpo, porque
"la escuela es para estudiar". En el espacio escolar la
intensidad de la palabra reguetona es baja, se susurra, o, pasada
por la censura estética, se expresa filtrada y "cristianizada"
en los actos oficiales.
Los escolares "se asan" ante la inflexibilidad y el tono
escolar, pero luego, sentidos el peso y la impotencia ante la estrategia
escolar (¡se acuestan y se relajan!), entonan con el ritual.
El drama corporal "revuelve a los sujetos", pero parece
que los escolares se las arreglan (consentimiento) para manejar
el contento de los gobiernos escolar y familiar en torno a la conducta
y a la expresión corporal en los ambientes institucionalizados;
la escuela, vista a distancia, es patética, porque parece
un baile de sordos con aislantes en los pies y en la piel.
Los discursos y las creencias que han orientado la IPC parece que
se mantienen incólumes. El baile, la danza y el contacto
emocionado de los cuerpos se siguen observando como amenazas para
la vida escolar, para el gobierno de los cuerpos; si eso es así,
seguimos respondiendo a viejos llamados:
El cuerpo es un templo del Espíritu
Santo. ¡Cómo profanan algunos ese templo...! Y lo
manchan más horriblemente y destruyen con los abrumadores
y secretos pecados que han hecho tan fatal progreso en nuestra
juventud. Mas nuestros institutores hacen poco por alejar el mal,
y más echan combustibles a la hoguera. Cuando [...] añadimos
[...] bailes provocativos, representaciones [...] que hacen tan
honda imprevisión en el alma del joven y estimulan dañosamente
y halagan duramente la vigilia y el sueño, ¿quién
se maravilla que de estos pecados cobren imperio sobre nuestros
jóvenes, y destruyan su alma como su cuerpo? ¿Damos
pasos serios para evitar esas influencias? ¿No las miramos
más bien como indigencia, arreglando nosotros mismos las
danzas?26.
La escuela, en su función protectora, intenta un ajuste
doloroso de lo corporal. La centrípeta escolar, aún,
se acordona ante la cultura popular que se dibuja en la géstica
de los escolares; los muros de las escuelas, en vez de caer, se
levantan unos metros más; la escuela de pobres, por mucho
que se pretenda un cepo oxigenante y desinfectante, sigue siendo
para el cuerpo, para la formación de la corporeidad, una
"jaula de hierro"; todo parece indicar que en ella, todavía,
se dibujan formas sutiles de martirio y de ayuno sanador encubiertos
en una retórica humanizante.
Cada espacio-tiempo escolar tiene un "marco de habla y de
juego" definido desde el territorio de las disciplinas, de
la oración, del deporte reglado o de la higiene. Allí,
desde el ejercicio, se impone la eficacia gestual, la mesura corporal.
La escuela es un espacio dispuesto para los usos civilizados y disciplinados
del cuerpo, y no un espacio para el carnaval. El canto reguetón
acelera el pulso, aumenta la adrenalina, pone los cuerpos a tono
para otras búsquedas y para otras aproximaciones que estorban
a la escolarización; el reguetón no tiene permiso
para asistir a la escuela.
Es como si el panacústico normativo de los higienistas escolares
siguiera retumbando, atravesando los tiempos, en el imaginario didáctico
del profesorado. Pedro Felipe Monjau no habló en vano para
la escuela; casi siglo y medio después, los educadores del
cuerpo lo seguimos al pie de la letra:
[...] Ténganse muy presentes y no se olviden
que fuera de los casos de haber de combatir influencias deletéreas
imprevistas, pasajeras y eventuales, el ejercicio o el reposo de
los órganos son los mejores, los más sencillos, los
más expeditos y los más eficaces medios de disminuir
o de aumentar la excitabilidad27.
5.3 Sobre la proxémica
La educación física se juega en el amplio espectro
de las "prácticas estetizantes" que fluyen en la
vida de las escuelas. Afinando el oído, se perciben en esos
ejercicios ruidos de la colisión entre la "cultura culta"
escolar y la cultura popular (Giroux y Simon, 1998, pp. 172-195,
y Milstein y Mendes, pp. 79-80). Lo cotidiano pugna por entrar a
la escuela, y la "cultura académica" por integrarla
o por excluirla. En el cuerpo se escenifican los juegos de poder.
La escuela, en su "centrípeta cultural", intenta
alejarse de "lo inculto y lo vulgar", de lo pagano. Para
ello, recurre a múltiples estrategias que se apoyan en los
dispositivos discursivos verbales y no verbales, y en un conjunto
de procedimientos que dosifican "la carga" que marcará
la huella en el cuerpo.
Los contenidos, las reconvenciones, los juegos y los ejercicios;
las escenificaciones festivas, cívicas y religiosas; las
performances murales y extramurales, apoyan la "protección
infantil". Parece que el tutelaje escolar se apoya en una especie
de "infantilización cultural y corporal" (nido)
para proteger al sujeto de las "culturas alternativas",
extrañas a la tradición y a las "buenas formas".
En palabras del profesorado, se trata de "recuperar a los pelaos",
y esa recuperación se ejerce como hace cien años,
es decir, colocando un "cordón higiénico"
protector, con malla y con candado sobre la escuela. La vieja descalificación
que el Estado hacía de la familia y de la calle (proxémica
conflictiva), sirve de pretexto para un tutelaje interesado de los
cuerpos de los deseados "futuros ciudadanos". La escuela,
enceguecida por sus viejos preceptos, no "encuentra sujeto"
en las prácticas culturales populares. El "carnaval",
con su aleatoriedad y su impredecibilidad, alerta a los "anticuerpos"
escolares que protegen el "cuerpo glorificado" de los
sujetos. Lo que llega de la calle a los cuerpos de los escolares
es extraño, extravagante, viciado, y perjudica el normal
funcionamiento de la vida de la escuela.
El reguetón rompe el formato léxico del pop; es más
agresivo (sin acudir a los referentes más urbanos y postmodernos
alcanzados por el rock en su formato metálico); el intercambio
léxico que propone está en clave, es código
que acerca a los propios y aleja a los extraños. Marca distancias
(palabra "culta", palabra "inculta"; palabra
de la escuela, palabra de la calle). Se mueve entre el engaño
(quite, finta...) y la complicidad. Lo tropical, "tan propenso
a la lujuria y al desorden" (prejuicio decimonónico),
tan cercano al corazón y tan lejano de la razón, debe
ser desterrado de la escuela; el Manual de Convivencia protege de
la cultura extraña, que es la de la entraña. Es como
si lo extraño, lo vulgar, lo ocioso, se siguiera definiendo
en función del "recogimiento corporal", del "imperio
del alma", del imperio sobre los sentidos y sobre las sensaciones;
aún resuenan con mucho volumen en nuestras escuelas las advertencias
de Corruvieras sobre el control de los cuerpos, que, al danzar,
abren poros y corazón: "deben bailar los pies y no la
mente", la aproximación debe ser controlada. En esta
proxémica excluyente se invisibilizan los intratables; el
pueblo, a lo suyo.
En la escuela se escenifica la oposición entre el reguetón
(urbano) y las expresiones rurales (bambuco, cumbia) tradicionales.
Es un enfrentamiento entre lo viejo y lo joven, entre lo de adultos
y lo de jóvenes. Se insinúa en el icono reguetón
un desafió, un desplante. Se escenifica una confrontación,
con el cuerpo y con la vestimenta, entre la cultura oficial y la
cultura popular. Las escenografías formales y rígidas
de la danza tradicional o de la gimnástica, corren el peligro
de romperse ante la informalidad de la disposición salvaje
de los cuerpos para la práctica reguetona. El ritmo de la
escolarización demanda un cuerpo clasificado y altamente
enmarcado, que no existe en esta danza irregular.
5.4 Sobre la cronémica
La escuela pierde su atractivo, parece el escenario de un fraude
(entre retórica y dramática, entre signo y símbolo,
entre pasado y presente) que los estudiantes rápidamente
comprenden y aprenden a sortear. Calvo (2006, 2, en prensa) afirma
que "la escuela se ha convertido en una simuladora, que finge
tener lo que no tiene". El tiempo de Concha y el tiempo de
la chiquillada no es el mismo, y, con ello, son diferentes los ritmos
temporales; el reguetón marca una época a la que algunos
tenemos acceso restringido. La chiquillada despacha la preocupación
y la incomprensión de dicha cultura por parte del adulto
con un razonamiento que deja tranquila a Concha; pero ese razonamiento
define un juego retórico que esconde el verdadero sentimiento
juvenil. La cultura culta escolar no consulta los "nuevos tiempos",
sino que se reafirma en la imposición o en la simulación.
La trova reguetona parte de referentes léxicos tradicionales
de la trova "suburbana" caribe, cultivada por los hijos
de los que emigraron a las urbes estadounidenses; su eco, rompiendo
tiempo y espacio, llega hasta estos cuerpos; remite al otro tiempo
dejado, o habla de la cruda vivencia del inmigrante (ni de aquí
ni de allá). Sin espacio y sin tiempo, como los de aquí,
deslocalizados, desarraigados. En sus tonadas se nota que se les
ha movido violentamente el espacio-tiempo.
La escuela aparece como una guardería, que se autojustifica
con el paso de la información y de la conformación
"cívicas". Lo que se dice y lo que se hace en torno
a lo corporal no se corresponde con el sentimiento ni con las emociones
del sujeto. La escuela, al invisibilizar lo popular, parece como
si patrocinara una ruptura ética en el intercambio sensible
entre los sujetos escolarizados (la escuela, una pantomima). A la
mejor manera decimonónica, la escuela despliega todos sus
dispositivos para cerrarse a la influencia "extraña"
de lo popular, de lo vicioso, de lo oscuro (centrípeta protectiva).
Los niños "volaos" y descontrolados vuelven al
redil de las buenas formas a través de un ajuste de su "excitación"
(confesión, padrenuestro gregoriano y redención);
todo vuelve a su cauce normal y natural, la sociedad puede dormir
tranquila, la escuela está detenida en el tiempo, el peso
de la escolarización es contundente. Viejos remedios escolares
en nuestras manos son puestos en acción cuando estos indefensos
e incompletos seres se desbordan en su cinética loca e histérica:
La fijación del límite conveniente
sale de la esfera del poder del niño, por lo cual viene
a ser deber del institutor intervenir en el momento preciso, e
inculcar en los niños hábitos de moderación
en los goces, así como de una pronta sujeción del
deseo físico a los dictados de la razón28.
6. Palabras finales
Digamos, para terminar, que la IPC permite ocuparse de las formas
de identidad, que, desde el ritual escolar, desde la tradición
o desde los rituales mediáticos, fomentan, resisten o se
imponen al sujeto; la escuela, en su labor con-formadora, se las
tiene que ver con circuitos y con redes, con "comunidades extrañas"
que han roto moldes y canales, tiempos y espacios, para acceder
al concurso subjetivante del sujeto. La escuela, en su necesaria
desescolarización, debe pensarse en la "desterritorialización
y en la deshomogenización cultural" que se impone (García
Canclini, 1995). A expensas, a ultranza y en contravía sobre
los restos, sobre la negación, sobre el avasallamiento, sobre
una especie de "criminalización" o de satanización
(fobias eclesiásticas) de una cultura popular vivida, la
escuela de la época sigue trasmitiendo una cultura corporal
contextualizada (por nosotros y por nosotras) con pretensiones de
racionalidad; lo demás es tachado de extraño. Las
recreaciones populares, como ayer la gimnasia de circo o los juegos
de azar, entre otras prácticas cotidianas de la ciudad, quieren
ser desplazadas por prácticas culturales cultas, entendidas
estas últimas como el producto selectivo hecho muchas veces
sin contar, ya no con la voz de profesores y de profesoras (conculcada
o integrada), sino tampoco con la voz del alumno y de la alumna.
La lectura de las "condiciones sensibles" (espacio-temporales,
culturales y corporales) de la educación del cuerpo a través
de la herramienta IPC (revisada por una teoría de la dominación),
nos permite descubrir nuevas perspectivas de la salud en nuestras
escuelas, nuevos ángulos del fenómeno conformador.
Presenta una estrategia lectora, que, aproximando al "observador"
a los intersticios del ejercicio escolar, le descubren la "cancha",
"el patio" o el "extramuro" en tanto espacios
políticos como escenarios dramáticos del cuerpo de
los sujetos escolarizados, incluido el drama de los profesores y
de las profesoras que mediamos en dicho proceso. Es en el espacio
tiempo de la experiencia cotidiana de estos actores donde se puede
lograr un reconocimiento crítico comprensivo de los intercambios,
de las tensiones y de los juegos de poder que pugnan, no siempre
"amigablemente", por la constitución del sujeto.
Allí la retórica escolar es contrastada con las impresiones
que quedan expuestas en los ambientes y en los cuerpos.
La escuela se descubre en su drama segregativo. El yo escolarizado
no se dimensiona en su situación histórica y cultural;
la identidad es una pretensión regida y buscada día
a día, minuto a minuto, centímetro a centímetro,
a través de un ejercicio tecnológico (pedagogía
corporal) que se antepone como camisa de fuerza sobre la energía
y sobre las emociones del sujeto; en la laicidad retardada se juega
una dimensión crítica del estado de la salud democrática
de nuestras escuelas.
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Notas:
1 Nombre de la tesis doctoral
que preparo en el Departamento de Didáctica y Organización
Escolar de la Universidad de Valencia (España).
2 Proyecto puesto en marcha por
la Línea de Historia de la Educación Física
de la Universidad de Antioquia. Sus integrantes son los siguientes
profesores: Carmen Gutiérrez, León J. Urrego, Sandra
Pulido, Cristina Londoño, Verónica Cevallos, John
Montoya y el autor del presente trabajo.
3 Sector que reúne problemas
diversos, casos, instituciones, personal (asistente social, trabajador
social, maestros, jueces, pensadores, intelectuales, etc.); que
configura las relaciones entre lo público y lo privado, entre
lo judicial, lo administrativo y lo ordinario; entre lo urbano y
lo rural; entre la escuela, la medicina y la familia. Sector donde
se escenifican las alianzas, las hostilidades y las resistencias
de los diferentes agentes y actores sociales; lugar o paisaje donde
se define lo político, lo estético, lo económico,
lo político, lo educativo y lo judicial; escenario sobre
el que se despliega el Estado. (Esta definición de lo social
se inspira en el trabajo que G. Deleuze publica como epílogo
a la obra La policía de las familias, de J. Donzelot (1996).
4 Inspirado en los trabajos de
B. Bernstein y M. Díaz (1990) sobre campo intelectual y campo
pedagógico de la educación, y en el estudio de A.
Hargreaves (2003) sobre la voz del profesor y su conculcamiento,
podríamos diferenciar dos órdenes de "abstracción
operativa de lo corporal", especie de estados de representación:
uno, el estado de las "representaciones intelectuales"
del cuerpo (en la cabeza de los intelectuales, que, desde "afuera",
operan a través de manuales escolares, de normativas, de
definiciones de política curricular, de cuestionamientos
y de orientaciones oficiales o no oficiales; el otro estado es el
de las "representaciones pedagógicas del cuerpo",
basadas en ideas, en pensamientos, en elaboraciones y en normativas,
que, desde la propia experiencia profesoral, "orientan"
los ejercicios de intervención de lo corporal.
5 Familia, clase social, escuela,
deporte, milicia, religión, género, profesión,
disciplina, etc.
6 Gimeno (2001, pp. 36-50, y
2005, pp. 39-62) plantea elementos para un debate sobre la crisis
de la educación cara a cara, y sobre el sentido de la crisis
de la educación en la conversación. Profundiza en
el debate sobre el significado de los modelos educativos alternativos
sobrevenidos con motivo del advenimiento de la sociedad de la información;
avanza en un debate necesario sobre el sentido de la escuela en
el contexto de la argumentación de los globalizadores y de
los "globalófilos".
7 Mèlich (1996, p. 82,
citando a Finkielkraut), sostiene que la escuela debilitada sería
la última excepción al self-service que se impone
de la mano de la crisis de las instituciones tradicionales.
8 Observaciones hechas en escuelas
públicas de Medellín parecen indicar que, a pesar
de los esfuerzos por mejorar los centros, en algunos de ellos prima
una "cultura de contención corporal" que cultiva
un conjunto de dispositivos reguladores de los cuerpos, y que está
centrada en las formaciones religiosas, cívicas y disciplinarias;
en tácticas puntuales que se despliegan dentro de las clases
y de los recreos, preocupándose más, al parecer, por
el silenciamiento y el aquietamiento corporal, que por la disposición
de los cuerpos hacia la función "positiva" de la
escuela que se predica.
9 Me refiero a las unidades didácticas
asociadas a la Educación Física, a la expresión
corporal, a la educación sexual, a la educación cívica
y a la educación estética, todas ellas explícitas
en la disposición curricular de la institución escolar.
Este complejo incluye también las microintervenciones preformativas
(implícitas) contenidas en los discursos sobre higiene corporal
disciplinaria (postural, alimentaria, etc.), y que están
presentes en las múltiples consignas educativas.
10 Se refiere a aquellas prácticas
no curriculares que se programan fuera del horario académico,
pero que tienen peso en la conformación corporal; hago alusión
a las prácticas cívicas, religiosas, deportivas y
artísticas.
11 Conjunto de actividades
que componen el arbitrario corporal de la escuela: ejercitaciones
de la Educación Física deportiva, de la educación
artística; e higiénicas, que se valen de la lúdica,
de la recreación, de la representación, de las maniobras
y de las disposiciones de control y de regulación disciplinaria
caracterizadas por el alto compromiso energético y emocional
en la expresión corporal (castigos y ceremoniales -reconocimientos,
oraciones, confesiones y reconvenciones-, festejos, paradas cívicas
y religiosas, actividades artísticas; campañas sobre
limpieza, sobre presentación, sobre convivencia, sobre cuidado,
sobre nutrición, sobre sexualidad y sobre decorados). Milstein
y Mandes (1998, p. 75) hablan de prácticas de estetización
corporal; desde mi perspectiva, esa multiplicidad de prácticas
conforma la estrategia global de Educación Corporal (intervención
pedagógica) del sujeto escolarizado.
12 En observaciones hechas
en una escuela de otra comuna de la ciudad de Medellín, se
registra la pervivencia de la "formación" (práctica
que se realiza indistintamente a la entrada o a la salida de la
jornada escolar, al inicio o al final de la semana), que contiene
ejercicios disciplinarios, "santificadores", físicos,
patrióticos y musicales, que la convierten en un dispositivo
privilegiado; que hace parte de una "cultura de contención
corporal", y que define un sistema de control corporal sistemático
que parece soportar la disciplina institucional.
13 Intervención pedagógica
de lo corporal. Instrumento de valoración de un enunciado
corporal (lo que dice el cuerpo a través de su expresión
o de su ejercitación), o de una enunciación corporal
(lo que se dice sobre el cuerpo con el objetivo de modelarlo o de
capacitarlo).
14 Mèlich (1996, p.
80) plantea que lo que se propone al nuevo maestro es que, al igual
que un actor en una obra dramática, se aprenda un papel,
un rol, y para esto se requiere una "fachada" y un escenario.
Erving Goffman, citado por Mèlich (p. 79), descubre la escenografía
social claramente reflejada en el ámbito escolar.
15 Inspirada conceptual y operativamente
en la matriz prosaica propuesta por Katia Mandoki (1994), en los
trabajos de Marta Castañar "Pedagogía del gest
i missatge no verbal" (1996) y "Cuerpo: gesto y mensaje
no verbal" (2001, pp. 39-49), y en la matriz de la Educación
Física propuesta por García Canclini y otros (2005).
16 Nombre ficticio.
17 Existe una idea muy generalizada
sobre los orígenes de este ritmo: se plantea que prospera
en la década de los noventa en Estados Unidos, de la mano
de los inmigrantes panameños y puertorriqueños, de
allí se desplaza hacia el centro y el sur del continente,
y ahora tiene una presencia significativa en Europa. El reguetón
se identifica como una fusión del reggae y del rap.
18 Así se nombra al
amigo de esquina, de pandilla, de gallada; el parce es el compinche,
el socio (Henao y Castañeda, 2002).
19 Las plazas de administradores
y de profesores, así como los presupuestos escolares, se
entregan en función del número de escolares. Por otro
lado, buena parte de los recursos para la educación pública
han sido entregados a particulares (entre ellos las congregaciones
religiosas).
20 Fragmentos de una entrevista
con María Concepción (Concha), profesora de la institución
educativa San Rodrigo Mártir, marzo de 2004, Medellín.
Al terminar su clase (12-2/3,2004).
21 En observaciones posteriores
que hice en una institución aledaña (formaba parte
del mismo complejo educativo de la zona), comprobé que no
hay homogeneidad en la cultura institucional y profesoral. La profesora
de Educación Física y de Ética y Valores usaba
los cantos reguetón en una sesión del tipo "expresión
corporal", que animaba el día del hombre; chicos y chicas,
entre los 11 y los 14 años, cantaban y bailaban de manera
sugerente, estimulados por la profesora dentro del aula. Una de
las canciones, interpretada por una niña, decía: "Hoy
es noche de sexo y voy a devorarte de la linda [...], y voy a cumplir
tus fantasías [...], te juro por dios que serás mía
[...], acércate, te diré que nadie te lo va ser como
yo, nadie te va a tocal como yo [...], te encuentro en la cama trae
la toalla que te vas a mojar enfles, mami enfles (texto tal como
lo copió la niña).
22 Paralelamente, con estas
primeras aproximaciones al trabajo de campo avanzaba en un recorrido
por los discursos de la educación física del siglo
XIX con mis colegas del grupo de investigación de historia
de la Educación Física, quehacer que complementaba
el reconocimiento histórico de la intervención corporal
escolarizada iniciado ya con las labores de investigación
que había desarrollado en el 2003 para la suficiencia investigativa
en la Universidad de Valencia.
23 Uso las denominaciones modo
de ser corporal (físico), intelectual y moral, con la carga
que contienen esos conceptos en el complejo de nuestra cultura pedagógica
desde principios del siglo XIX.
24 En los primeros meses de
2006 se insinúa un tímido debate sobre la enseñanza
de la religión en las instituciones educativas públicas.
La educación religiosa, en Colombia, aparece como "una
de las nueve áreas obligatorias y fundamentales" para
la formación. Desde el punto de vista de la Iglesia Católica,
"el tema de la educación religiosa es un asunto prioritario,
y no quiere que las nuevas generaciones de fieles pierdan la oportunidad
de ser evangelizadas" (Redactor de El Tiempo, 25 de enero de
2006).
25 Los oficiantes de lo corporal,
en una cantidad significativa, ni siquiera -para completar el colmo-
hacen parte de la "plantilla profesoral". No tienen contrato
ni seguridad social, se les paga a destajo, por clase; los niños
llevan quincenalmente una cuota para el salario de Concha. A pesar
de todo, y aunque "vergonzante", hay una importante función
que estos profesores y profesoras deben cumplir. Nos recuerda Adorno
(1974, p. 71) que la escuela difícilmente logra cumplir su
ordenamiento sin su ejercicio; la "integración civilizadora"
que esta predica, la realiza, según él, a través
del potencial de la fuerza física. En el caso que analizamos,
vemos que la fuerza y el talante moral, función que antes
desempeñaban los militares retirados (Moreno 2005), los capellanes
escolares o el cura de la parroquia, se funden, también aquí,
en el rol del "edufísico". La Educación
Física en la escuela primaria también se apoya, en
Medellín, en practicantes universitarios o en animadores
del sector deportivo (Instituto Municipal de Deporte) y de la Compensación
Social, que obran como "respiro" para un magisterio que
casi siempre está en fase de prejubilación.
26 Llamado al profesorado desde
Bogotá, a través del Periódico de la Escuela
Normal, el 22 de febrero de 1876. Sobre las implicaciones de la
permisividad dentro de la escuela de la cultura extraña,
ver García Canclini, 2000.
27 Según constatación
de la Línea de Historia de la Educación Física
de la Universidad de Antioquia, en los periódicos y en las
instituciones educativas de la época (finales del siglo XIX)
circulaba el texto "Elementos de la Higiene privada o arte
de conservar la salud del individuo", de Pedro Felipe Monjau.
28 Periódico de la Escuela
Normal de Instrucción Pública del 22 de enero de 1876,
Medellín (García Canclini, 2000).
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