Presentación
La presentación a una revista de «divulgación
del pensamiento» suele cumplir dos funciones. La primera
es la de anticipar –servir de guía– a los lectores
los contenidos que van a encontrar en la publicación que
se ofrece a su lectura. Una segunda función es la de servir
como sucedáneo de un editorial, que la tradición
o una falsa neutralidad ideológica escamotean muy frecuentemente
en este tipo de boletines.
En la presente oportunidad, tal presentación se considera
eximida de la segunda de esas funciones. La magnífica introducción
hecha por los coordinadores de este monográfico –cuyo
contenido se desplegará a través de los números
40 y 41 de la RIE –, profesores José Gutiérrez
y Javier Benayas, es una fina síntesis de casi todo lo que
hubiésemos querido decir sobre la educación para
el desarrollo sostenible.
Por ese motivo, y sólo con el objeto de sumar referencias
y de señalar en particular alguna perspectiva de interés,
nos permitimos acudir a una cita que define los motivos que nos
impulsaron a tratar este tema, antes de presentar los artículos
y a los autores que incluimos en la primera entrega del monográfico:
La crisis ambiental es una crisis de civilización. Es la
crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural
que ha depredado a la naturaleza y ha negado a las culturas alternas.
El modelo civilizatorio dominante degrada el ambiente, subvalora
la diversidad cultural, y desconoce al Otro (al indígena,
al pobre, a la mujer, al negro, al Sur), mientras privilegia un
modo de producción y un estilo de vida insustentables, que
se han vuelto hegemónicos en el proceso de la globalización.
La crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. No es una
crisis ecológica, sino social. Es el resultado de una visión
mecanicista del mundo, que, ignorando los límites biofísicos
de la naturaleza y los estilos de vida de las diferentes culturas,
está acelerando el calentamiento global del planeta. Este
es un hecho antrópico y no natural. La crisis ambiental
es una crisis moral de instituciones políticas, de
aparatos jurídicos de dominación, de relaciones
sociales injustas, y de una racionalidad instrumental en conflicto
con la trama de la vida.
El discurso del «desarrollo sostenible» parte de una
idea equívoca. Las políticas del desarrollo sostenible
buscan armonizar el proceso económico con la conservación
de la naturaleza, favoreciendo un balance entre la satisfacción
de necesidades actuales y las de las generaciones futuras. Sin
embargo, pretende realizar sus objetivos revitalizando el viejo
mito desarrollista, y promoviendo la falacia de un crecimiento
económico sostenible sobre la naturaleza limitada del planeta.
Mas la crítica a esta noción del desarrollo sostenible
no invalida la verdad ni el sentido del concepto de sustentabilidad
para orientar la construcción de una nueva racionalidad
social y productiva.
El concepto de sustentabilidad se funda en el reconocimiento
de los límites y de las potencialidades de la naturaleza, así como
en la complejidad ambiental, inspirando una nueva comprensión
del mundo para enfrentar los desafíos de la humanidad en
el tercer milenio. El concepto de sustentabilidad promueve una
nueva alianza naturaleza-cultura fundando una nueva economía,
reorientando los potenciales de la ciencia y de la tecnología,
y construyendo una nueva cultura política fundada en una ética
de la sustentabilidad –en valores, en creencias, en sentimientos
y en saberes– que renueva los sentidos existenciales, los
mundos de vida y las formas de habitar el planeta Tierra1.
Abren este número 40 de la rie José Gutiérrez
(Universidad de Granada), Javier Benayas (Universidad Autónoma
de Madrid) y Susana Calvo (Ministerio de Medio Ambiente de España),
quienes tratan el tema del papel que debe jugar la educación
en el proceso de cambio que algunas organizaciones internacionales
se han propuesto impulsar para revertir la crisis ambiental, que
comprende desde el agotamiento de los recursos hasta la pobreza,
la equidad y la justicia social.
Por su parte, Edgar J. González-Gaudiano (Universidad Nacional
Autónoma de México), señala los resultados
de dos encuestas que trataron de indagar acerca del imaginario
y sobre el ideario de los educadores ambientales, confundidos por
la polémica que se planteó hace algunos años,
cuando se intentó sustituir la noción de educación
ambiental por la de educación para el desarrollo sustentable
(eds) y otras equivalentes.
En un breve, incisivo y apasionado ensayo, Michel Sato (Universidades
Federal do Mato Grosso y Federal de São Carlos) plantea
la necesidad que tiene la educación ambiental de abrirse
y de incorporar todas aquellas perspectivas disciplinares que forman
parte de la vida de la tierra. En un rápido recorrido nos
muestra, a modo de ejemplo, cómo adquieren sentido ambiental
la pintura de R. Magritte, la cinematografía de F. Fellini,
la poesía de O. Paz, o las filosofías de G. Bachelard
y deH. Arendt.
Daniela Tylbury y María J. Hernández Ramos nos recuerdan,
desde la Macquarie University, en Australia, que el pensamiento
iberoamericano trascendió, hace ya mucho tiempo, las fronteras
comunitarias. Las autoras se proponen demostrar, a través
de la exploración de la relación existente entre
educación, cambio cultural y sostenibilidad, que la eds
tiene aspectos novedosos que podrían impactar de manera
positiva en el desarrollo conceptual y en la práctica de
la educación ambiental en Latinoamérica.
El trabajo de Francisco J. Perales Palacios (Universidad de Granada)
y de Alcira Rivarossa (Universidad de Río Cuarto) se orienta
hacia la práctica docente. Ejercicios de resolución
de problemas que aquejan a nuestro mundo pueden servir como disparador
para educar ambientalmente. Los resultados de sendas experiencias
llevadas a cabo en países y en contextos educativos distintos,
muestran las potencialidades de esta opción pedagógica.
El número –que no el monográfico– se
cierra con un artículo coral, en el que Daniel Gil Pérez
y Amparo Vilches (Universidad de Valencia), y Juan Carlos Toscano
Grimaldi y Óscar Macías Álvarez (OEI), tras
analizar las razones que llevaron a las Naciones Unidas a instituir
la Década de la Educación para un Futuro Sostenible,abordan
el concepto de sostenibilidad, describen la actual situación
de emergencia planetaria, analizan sus causas, y discuten las posibles
soluciones.
Sirvan las últimas líneas de esta «Presentación» para
hacer explícito el agradecimiento de quienes hacemos la
rie a los profesores Gutiérrez y Benayas, por su paciente
y eficaz trabajo de coordinación académica del monográfico
que iniciamos en el presente número y completaremos en el
41, en el que se expondrán nuevas aportaciones del pensamiento
iberoamericano sobre la EDS.
Roberto Martínez Santiago
Notas
1 Manifiesto por la vida. Por
una ética para la sustentabilidad.
La idea
de elaborar un Manifiesto para la Sustentabilidad surgió del
Simposio
sobre Ética y Desarrollo Sustentable, celebrado en Bogotá,
Colombia, entre los días 2 y 4
de mayo de 2002, en el cual participaron: Carlos Galano (Argentina);
Marianella Curi
(Bolivia); Óscar Motomura, Carlos Walter Porto Gonçalves,
Marina Silva (Brasil); Augusto
Ángel, Felipe Ángel, José María Borrero,
Julio Carrizosa, Hernán Cortés, Margarita Flórez,
Alfonso Llano, Alicia Lozano, Juan Mayr, Klaus Schütze y Luis
Carlos Valenzuela (Colombia);
Eduardo Mora y Lorena San Román (Costa Rica); Ismael Clark
(Cuba); Antonio Elizalde y
Sara Larraín (Chile); María Fernanda Espinosa y Sebastián
Haji Manchineri (Ecuador); Luis
Alberto Franco (Guatemala); Luis Manuel Guerra, Beatriz Paredes y
Gabriel Quadri
(México); Guillermo Castro (Panamá); Eloisa Tréllez
(Perú); Juan Carlos Ramírez (CEPAL);
Lorena San Román y Mirian Vilela (Consejo de la Tierra); Fernando
Calderón (PNUD);
Ricardo Sánchez y Enrique Leff (PNUMA).
Una primera versión del mismo fue presentada ante la Séptima
Reunión del
Comité Intersesional del Foro de Ministros de Medio Ambiente
de América Latina y el Caribe,
celebrada en São Paulo, Brasil, entre los días 15 y
17 de mayo de 2002. La presente versión
es una reelaboración de ese texto, basada en las consultas
realizadas con los participantes
del Simposio, así como en los comentarios de un grupo de personas,
entre las cuales
agradecemos las sugerencias de Lucia Helena de Oliveira Cunha (Brasil),
Diana Luque,
Mario Núñez, Armando Páez y José Romero
(México).
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