Introducción
Educación para el Desarrollo
Sostenible: Fundamentos, Programas e Instrumentos Para La Década (2005-2014)
(I)
A finales del siglo pasado, Ernesto Sábato nos iluminó con
un testamento magistral titulado Antes del fin. Allí plasmó con
rigor ético y con firme voluntad solidaria sus inquietudes
de infancia y sus añoranzas de madurez. Entre las confesiones
personales que nos transmitió el escritor en estas memorias,
dejó constancia de su continua preocupación vital,
casi obsesiva, por la búsqueda de un Absoluto o de pedazos
de un Absoluto que nos ayudaran a soportar las repugnantes relatividades.
Todo eso como una ardua tarea que nos entretiene y que nos estimula
a lo largo de la vida, tratando de discriminar entre dura realidad y sueños
inocentes:
- La
dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y de torpes
realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes,
santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del Absoluto,
que nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades.
- Los
sueños inocentes son aquellos que nos recuerdan que el hombre
sólo cabe en la utopía. Y que sólo quienes sean
capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo,
el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.
- Aquí confiesa
también, a mano alzada, que el fin de siglo nos sorprende a oscuras,
y que estamos rodeados de sombras, [...] que la historia no progresa, [...] y
que el hombre tampoco. Que no hay nada nuevo bajo el sol,
como diría
Eclesiastés.
Si la historia no progresa es porque se reiteran las guerras,
se multiplican las multinacionales que las sostienen, y se mantienen
los gobiernos que las apoyan. Lo que sí cambia son los problemas
del nuevo siglo, pues tanto sus causas como la naturaleza de sus
orígenes son de distinta cualidad y naturaleza a los acontecimientos
del pasado siglo. También la magnitud y la intensidad de
sus manifestaciones ha sufrido modificaciones: desigualdad exponencial,
cambio climático, agotamiento de los recursos, pérdida
de la biodiversidad natural y cultural, alteración de los
ciclos naturales, contaminación de los ecosistemas marítimos
y continentales... Hoy el pensamiento sostenible exige rigor en
los compromisos sociales, en igual medida que la que se invierte
en los compromisos estrictamente naturales; atender las demandas
del medio ambiente ya no es una cuestión de interés
exclusivo por los valores singulares de la flora y de la fauna
exótica de unos paraísos naturales perdidos.
Tras las Cumbres Mundiales del Medio Ambiente y el Desarrollo
de Río de Janeiro (1992) y de Johannesburgo (2002), se sentaron
las bases conceptuales y programáticas del legado de cambios
necesarios, que, en materia de medio ambiente, había que
traspasar de la década saliente a la década entrante
en el umbral del milenio. Se supone que el discurso de la sostenibilidad surge
con estas buenas intenciones, y también se supone que, además
de nuevas palabras, nos debería traer nuevas ideas, nuevos
programas y nuevas promesas. Atendiendo a estas recomendaciones,
la unesco decidió impulsar el Decenio de la Educación
para el Desarrollo Sostenible (2005-2014),como un instrumento programático
orientado a coordinar acciones, a promover iniciativas, a desarrollar
programas y a incentivar instrumentos sociales que contribuyeran
a reducir los problemas socioambientales del presente, y a paliar
sus causas. El Desarrollo Sostenible aparece como uno de los ocho
grandes desafíos de la humanidad, tal como lo recoge el
Informe sobre los Objetivos del Milenio. Establecer alianzas
internacionales supone un primer paso importante para abordar los
grandes problemas del presente, pero no basta con ello; necesitamos
utopías programa (en términos de Aranguren) que atiendan
estos ideales con la precisión instrumental que requieren.
Los balances de Johannesburgo sobre el cumplimiento de los objetivos
de Río de Janeiro no han sido todo lo esperanzadores que
debieran. Tampoco lo son las cifras de los últimos Informes
Mundiales sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, en los
que se evidencia la necesidad de invertir más esfuerzos
por priorizar un tipo de desarrollo más equitativo y consecuente
con las necesidades de desarrollo a escala humana.
Reconocemos que las celebraciones (ya sea en los términos
de la Década o en los del Milenio) son necesarias para seguir
viviendo en sociedades que miran al futuro. Toda celebración
tiene un componente ancestral que nos reconcilia mitológicamente
con nosotros mismos y con nuestros semejantes, con los ciclos,
con los elementos y con los demás seres vivientes; también
supone un instrumento para hacer de nuestros deseos individuales
opciones colectivas que abran paso a proyectos de futuro conjuntos.
Desde un punto de vista social y antropológico, celebrar
contribuye a reforzar lazos, salvo en aquellos casos en los que
el término, en su sentido más literal de celebrar,
y como dijo Lázaro Carreter, celebramos hasta funerales.
Es cierto que a veces nos excedemos en la importancia que le otorgamos
a los ritos y a las convenciones, o que ponemos demasiadas energías
y recursos en la superficie de iniciativas que no van más
allá de la declaración de intenciones universales
y del relanzamiento de promesas en el vacío. Luego está la
cuestión de lo que la Década puede significar culturalmente
en cada continente y en cada territorio, aun a sabiendas de que
lo sostenible admite visiones contrapuestas y enfrentadas. Si los
modos de celebración cultural son diferentes en esencia,
también lo han de ser los compases, los ritmos y las velocidades.
Buscar equilibrios para que no sea la fiesta de unos pocos, es
un reto en la construcción de significados comunes.
Son muchas las preguntas que le podríamos formular a la
Década, y tal vez muy fácil formularlas con ánimo
destructivo. Lo que de verdad resulta complicado es ofrecer alternativas
sólidas y diseñar instrumentos inteligentes que doten
de contenido programático al conjunto de aspiraciones nobles
que promueve una iniciativa como esta:
- ¿En
qué medida la Década va a contribuir al progreso
social y a la mejora de nuestras circunstancias cuando se trata
de un dilema importante en el que somos juez y parte?
- ¿Seremos
capaces de evaluar con precisión los logros alcanzados en términos
de sostenibilidad y de dar pruebas públicas de ello?
- ¿Tendrá la
unesco autonomía, energías y recursos suficientes para desarrollar
proyectos de contenido socioambiental controvertido, y ejecutar compromisos
de largo alcance que no sean sólo declaraciones universales
de buena voluntad?
Transgredir los compromisos e incumplir las promesas es una opción
más de las posibles; la historia ha de desmentir el rumbo
de los acontecimientos o dar la razón, en cualquier caso,
a los más optimistas. Los promotores de la Década
podrán pasar a la historia de forma gloriosa, o simplemente
pasarán desapercibidos o criticados por no haber cumplido
en este decenio con la fracción de Objetivos del Milenio
que les corresponde, es decir, con un uno por ciento, con una centésima
parte de los posibles programas, de los recursos y de las acciones
que se hayan de emprender. Los actores de la Década podrán
escribir su propio libreto y diseñar el rumbo de su destino,
o bien renunciar cómodamente a sus legítimos derechos
para dejar en manos de unos pocos lo que debería ser patrimonio
de la humanidad.
Mirándonos el ombligo podríamos pasarnos una o varias
décadas sin descender al subsuelo de la realidad planetaria,
o negando la presencia de la atmósfera que nos envuelve.
Si bien no nos es ajeno poder comprobar las múltiples relatividades
y diferencias socioambientales en los diversos niveles de existencia
en los que se mantienen muchos pueblos y seres humanos, ya sea
por debajo de la línea de la dignidad humana, ya sea en
unas condiciones de subsistencia ligadas a modelos de relación
con el medio ambiente y con el aprovechamiento precario de sus
recursos naturales, tampoco nos son extraños los escenarios
globalizados que comparten escaparate con modos de subsistencia
situados a varios miles de siglos de brecha temporal, digital o
existencial.
De antemano, no va a ser una década animosa, optimista,
exenta de contratiempos y de novedades inéditas en lo social
y en lo ambiental. Desde que a comienzos de siglo pusimos el contador
del milenio a cero, la contabilidad de la Historia nos ha aportado
pruebas más que suficientes. El presente siempre tiene una
capacidad prodigiosa para sorprender y para desbordar nuestra limitada
posibilidad de imaginar lo posible.
Siendo optimistas, hemos de reconocer que diez años son
algo más que una década. Si tuviésemos una
bola de cristal, podríamos adivinar el porvenir de la década,
y, de entrada, modificar su futuro. Pero no tenemos certezas solventes
acerca de lo que puede acontecer antes del fin; tampoco
son muy halagüeños los comienzos, aunque por falta
de ilusiones, de energías y de esperanzas no será,
pues, como diría María Zambrano, «no se pasa
de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero»,
y en ello hay mucho de voluntad individual y de acción colectiva.
José Gutiérrez*
Javier Benayas **
* Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico
en Educación, Facultad de Ciencias de la Educación,
Universidad de Granada, España.
** Departamento de Ecología, Facultad de Ciencias, Universidad
Autónoma de Madrid, España.
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