EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE: FUNDAMENTOS,
PROGRAMAS E INSTRUMENTOS PARA LA DÉCADA (2005-2014) (II)
José Gutiérrez *
Javier Benayas **
La década avanza en tiempo real. Ahora que ya estamos plenamente
instalados en el nuevo siglo, en el siglo que algunos científicos
como Ramón Margaleff, artistas como Eduardo Chillida, literatos
como Günter Gras, políticos como Al Gore, teólogos
como Leonardo Boff, o naturalistas como Joaquín Araujo, han
catalogado como el Siglo de la Ecología, seguimos buscando
ideas motrices que nos permitan construir mundos a nuestra medida,
mundos pensados y construidos a escala humana, y escalas humanas
dotadas de instrumentos tecnológicos, científicos
y artísticos para cambiar el mundo que tenemos sin destruir
el que deseamos.
Es muy posible que el discurso de la sostenibilidad sehaya
instalado con estas intenciones, pero hemos de exigirle resultados,
evidencias y pruebas convincentes. Con el eslogan Decenio de la
Educación para el Desarrollo Sostenible, se pretende avanzar
hacia modelos de organización social, económica y
política más igualitarios y equitativos, más
ecológicos, más humanos, más desarrollados
y solidarios. Esta es una de las principales razones que ha llevado
a la unesco a promover y a impulsar un tratamiento sostenido de
dichas ideas a lo largo de toda una década (2005-2014).
Pero, entre la retórica de las palabras y la liturgia de
los ritos, cabe el riesgo de que se nos pase otra década
templando gaitas, es decir, construyendo ecobarómetros,
ecotermómetros y clepsidras para ver pasar el tiempo, sin
analizar las causas de los problemas socioambientales que hay detrás
del modelo de civilización que estamos construyendo entre
todos. ¡No seamos ingenuos! Los problemas ambientales no son
responsabilidad de los ciclos naturales ni de los cambios termodinámicos,
climáticos o geológicos producidos a través
de una visión animista de corte aristotélico clásico.
Los cambios ambientales tienen un origen social, son fruto de las
acciones del ser humano y de sus construcciones científicas
y tecnológicas, que interaccionan y que modifican el medio
físico y sus sistemas en sentidos positivo o negativo, con
resultados imprevisibles a largo plazo.
Tener en nuestras manos las semillas del futuro y disponer de
parcelas abonadas para sembrar las bases de las sociedades posibles,
son tareas que nadie puede emprender en solitario desde su casa,
desde su empresa o desde su despacho personal. Las alianzas, las
convenciones y las celebraciones son necesarias y pueden contribuir
a ello, siempre y cuando sean planificadas, construidas y ejecutadas
desde el mismo soporte de participación y de implicación
que requieren sus acciones a distintos niveles. La responsabilidad
moral y colectiva que encarnan los organismos de gestión
internacional es incalculable. Su pedagogía va más
allá de la imagen pública que transmiten, pues suponen
un referente que marca pautas en las que puedan reflejarse. Las
voces de renovación que se vienen escuchando en los últimos
años en el campo de la sustentabilidad, han de trasladarse
y deben ocupar espacios para llegar a ser algo más que voces
de la mente (en el sentido que les da Bruner), y pensamientos volátiles
en la mente de sus actores.
Ante la pregunta de Miguel Delibes acerca de las Cumbres y de
las Declaraciones Ambientales Internacionales, su padre le responde:
Desde luego, las grades Cumbres (Río, Johannesburgo)
han dado de sí menos de lo que esperábamos, pero
sin duda mucho más que si no se hubiesen celebrado. Defiendo,
por tanto, la utilidad de estas reuniones, incluso aunque sirvieran
sólo como símbolos, como mensajes a la ciudadanía
de que los problemas ambientales son serios, están ahí
y tenemos que darles importancia1 .
Si bien los ciudadanos empiezan a estar cansados de promesas intangibles,
demostrar la inutilidad de una declaración de intenciones
como la inmersa en la naturaleza de la Década no es tarea
fácil, entre otras cosas porque habrá que esperar
a que pase el tiempo para establecer el saldo final y para hacer
la contabilidad analítica de los progresos, de los avances
y de los retrocesos. Lo que sí está en nuestras manos
es el ejercicio de la ciudadanía democrática para
aportar ideas, para implicarnos en programas, y para pedir el rendimiento
público de cuentas que nos corresponde.
El fracaso de la tecnociencia, el desencanto de la razón,
la pérdida del fundamento, la incredulidad ante los
grandes relatos, la disolución del sentido de la historia,
la fragmentación de las éticas universales, y la caída
de los grandes mitos de la sociedad postmoderna, han destronado
muchas de las promesas de la sociedad del bienestar, abriendo paso
a la llamada sociedad del riesgo.
En paralelo a la proclamación de la Década de la
unesco, el término sostenibilidad empieza a hacer aguas y
a perder credibilidad, como otro fracaso más de los subproductos
de diseño nacidos en el seno de la Sociedad del Bienestar.
En plena guerra entre israelíes y palestinos, la Secretaria
de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, habló de un
alto el fuego sostenible al entrevistarse con Mahmud Abbas,
presidente palestino; una idea que ya tenía precedente en
la operación de intervención preventiva desplegada
en Irak por los norteamericanos, que había sido catalogada
como libertad sostenible hacía ya cuatro años.
Ahora lo único que nos falta es la inteligencia sostenible,
para poder hacer frente a los múltiples descalabros que nosotros
mismos estamos provocando en nuestro entorno.
Dado el grado de complejidad tecnológica alcanzado, la
alteración ambiental, por efecto de las acciones humanas
en la sociedad actual, es inevitable. Todo organismo modifica su
medio ambiente al apropiarse de algunos de sus componentes, y al
agregarle los productos de desecho de su metabolismo. En el caso
del ser humano, éste agrega también los desperdicios
de su industria y de su consumo. No se trata de impedir la alteración
de la biosfera; tampoco de volver a las cavernas y de prescindir
del fuego, del agua caliente, de la televisión, de Internet,
ni de las múltiples comodidades del mundo actual, pero sí
de incorporar a nuestro bagaje cultural un elenco de comportamientos
proambientales que nos permita sobreponernos a las consecuencias
indeseables de nuestra actividad como seres humanos.
«¡Evolución sí, destrucción desaforada
no!», proclama Mario Bunge2:
Sabemos que no es inevitable que sigamos destruyendo la biosfera
por efecto de la explotación incontrolada de recursos naturales
o de la guerra. Si quisiéramos, podríamos convertirnos,
de torpes explotadores, en sabios administradores de los ecosistemas
a los que tenemos acceso, porque el ser humano es el único
ser viviente capaz de aprender que no tiene por qué ensuciar
su propio nido más de lo necesario.
Notas:
* Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico
en Educación, Facultad de Ciencias de la Educación,
Universidad de Granada, España.
** Departamento de Ecología, Facultad de Ciencias, Universidad
Autónoma de Madrid, España.
1- M. Delibes, y M. Delibes (2005): La Tierra herida. ¿Qué
mundo heredarán nuestros hijos?, pp. 146-147, Barcelona,
Destino.
2- M. Bunge (1989): Mente y sociedad, p. 179, Madrid, Alianza
Universidad.
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