|   Usar la lengua en la escuela (1)            Liliana Tolchinsky *   SÍNTESIS: La meta del proceso de aprendizaje de la lectura y la  escritura en un sentido amplio es la participación activa de los nuevos  miembros en las prácticas letradas de su comunidad. Dado que lo que se busca es  pericia en determinadas prácticas, el mejor camino para alcanzarla es por medio  de la inmersión en versiones auténticas de esas prácticas, en las cuales el uso  de la lengua y de los textos responde a propósitos que van más allá de la  enseñanza de la lectura y la escritura. Una vez discutidas las evidencias  empíricas que apoyan esta propuesta, se presentará un enfoque transversal de la  lectura y la escritura. Según este enfoque, la formación de miembros activos de  la cultura escrita ha de realizarse no solamente desde la clase de lengua sino  desde otras disciplinas curriculares no lingüísticas. A diferencia de lo que  sucede en el área de lengua, en la cual hay que tratar de que se cree la  necesidad para que tenga sentido introducir diversos tipos de texto, en las  otras áreas curriculares se trata de crear los textos para responder a  necesidades que ya existen. En las áreas no lingüísticas es donde hay más  posibilidades de utilizar con sentido textos auténticos con diversas  finalidades.  La propuesta de transversalidad  ha encontrado escollos importantes para atender los requerimientos de  diversidad y autenticidad de los textos, la interacción entre lengua oral y  escrita y el intercambio entre pares, entre ellos, el uso exclusivo de libros  de texto, la dificultad de encarar en las aulas un trabajo diversificado y la  fragmentación de responsabilidades. Estos escollos reflejan los cambios  cruciales que esta propuesta implica y algunos aspectos de nuestra cultura  escolar que convendría superar si se quiere formar lectores comprensivos y  críticos, ciudadanos hábiles en el manejo de la información escrita.   Palabras clave: aprendizaje de la  lectura; uso de la lengua; áreas no lingüísticas, cultura escolar; lectores  comprensivos y críticos.   SÍNTESE: A meta do processo de  aprendizagem da leitura e da escrita num sentido amplo consiste na participação  ativa dos novos membros nas práticas letradas de sua comunidade. Dado que o que  se busca é perícia em determinadas práticas, o melhor caminho para alcançá-la é  por meio da imersão em versões autênticas dessas práticas, nas quais o uso da  língua e dos textos responde a propósitos que vão mais além do ensino da  leitura e da escrita. Uma vez discutidas as evidências empíricas que apóiam  esta proposta, apresentarei um enfoque transversal da leitura e da escrita.  Segundo este enfoque, a formação de membros ativos da cultura escrita há de se  realizar não somente na classe de língua, mas também em outras disciplinas  curriculares não lingüísticas. Diferentemente do que sucede na área de língua,  na qual há que se tratar de criar a necessidade para que tenha sentido  introduzir diversos tipos de texto, nas outras áreas curriculares trata-se de  criar os textos para responder a necessidades que já existem. Nas áreas não  lingüísticas é onde há mais possibilidades de utilizar, com sentido, textos  autênticos com diversas finalidades.  A  proposta de transversalidade encontrou escolhos importantes para atender aos  requerimentos de diversidade e de autenticidade dos textos, à interação entre  língua oral e escrita e ao intercâmbio entre pares, entre eles, o uso exclusivo  de livros de texto, a dificuldade de encarar nas aulas um trabalho  diversificado e a fragmentação de responsabilidades. Estes obstáculos refletem  as mudanças cruciais que esta proposta implica e alguns aspectos de nossa  cultura escolar que conviria superar se se quiser formar leitores compreensivos  e críticos, cidadãos hábeis no manejo da informação escrita.  Palavras  chave: aprendizagem da leitura; uso da língua; áreas não lingüísticas, cultura  escolar; leitores compreensivos e críticos.   Abstract: The goal of the  reading-writing learning process is, in a broad sense, to have new members of  the community actively participating in those practices that need literate  subjects. Since the objective is skillfulness in certain practices, the best  way to achieve it is through submersion in authentic versions of those  practices. Practices in which the use of language and the use of texts answer  to intentions that go further than the mere teaching of reading and writing.  Once the empiric evidence that supports this thesis is discussed, I’ll present  an inter-disciplinary approach to reading and writing. According to this  approach, the training of active members of written culture must be undertaken  not only in language class, but in other non-linguistic curricular classes.  Unlike what usually happens in language class, in which we have to create a  necessity in order to insert a text in a meaningful way, in other classes we  have to create texts that fulfill needs that already exist. In non-linguistic  curricular areas is where there are more chances of using authentic texts in a  meaningful way and with different purposes. The inter-disciplinary approach has  found major issues in order to fulfill the requirements of text authenticity  and diversity, of interaction between written and spoken language, and peers  exchange of ideas. Among these issues were: exclusive use of text books,  difficulties with starting diversified tasks inside the classroom and  responsibility fragmentation. These issues show the crucial changes entailed by  this approach and some regards that our school culture should overcome if we  are to train critical and intelligent readers, citizens skilled at dealing with  written information.  Key  words: reading learning process; use of language; non-linguistic curricular  areas; school culture; critical and intelligent readers.  1.      Introducción En los últimos veinte años ha  nacido una auténtica ciencia de la lectura. El progreso de las neurociencias y  de la psicología cognitiva ha posibilitado el acceso a los mecanismos  neuronales y al funcionamiento íntimo de las operaciones mentales que  intervienen en la lectura. La imaginería por resonancia magnética ha  posibilitado visualizar las regiones cerebrales que se activan mientras  decodificamos y entendemos las palabras (Dehaene, 2007). Sin duda, nuestro  cerebro es eficaz para recibir información lingüística por la vía visual, sin  embargo, está claro que el acceso a la lectura no depende solamente de las  posibilidades de nuestro cerebro. Lo prueban el casi billón de personas en el  mundo que aún no saben ni leer ni escribir. A pesar de los avances en la  comprensión de las operaciones mentales involucradas en la lectura, no se  consigue paliar el analfabetismo endémico de la pobreza.  Es más, aun en aquellos casos en  los cuales el acceso a la lectura en un sentido estrictamente cognitivo está  garantizado, tampoco se ha conseguido garantizar el éxito total. Se calcula que  «un 25% de la población tiene problemas para leer textos que requieren  inferencias» (Triebel, 2005), y según varias evaluaciones internacionales (pisa, 2003, 2007; pirls, 2000) un alto porcentaje de  alumnos en Estados Unidos y en diversos países de Europa, como España o Italia,  demuestran enormes dificultades en el manejo de la información escrita. Sucede  que la posibilidad de leer comprendiendo y realizando inferencias o la de usar  información escrita, abarca mucho más que la habilidad de procesar lengua  visualmente. Los modelos explicativos de la lectura incluyen, además de los  componentes estrictamente cognitivos, componentes psicológicos y ecológicos que  abarcan aspectos tales como la motivación, el estilo de aprendizaje, las  expectativas docentes, las diferencias de género, el entorno del hogar, el  social y el cultural en interacción (Joshi y Aaron, 2000). Los procesos  cognitivos definen la lectura en sentido estrecho (Moraïs, 1994: Olson 2007)  pero son los componentes sociales y culturales los que aportan su sentido  amplio. En palabras de Manguel:  […] al seguir un texto, el lector  pronuncia su significado a través de un entramado de significados aprendidos,  convenciones sociales, lecturas anteriores, experiencia personal y gusto  personal (Manguel, 1996, p. 37, versión en inglés).  En el presente trabajo nos  detendremos en la noción de aprendizaje de la lectura y escritura en sentido  amplio, para proponer la meta pedagógica del proceso de alfabetización: la  participación activa en las prácticas de una comunidad letrada. A partir de una  breve exposición de algunas distinciones sobre diferentes tipos de  conocimientos y maneras de aprendizaje, que servirán para comprender mejor la  meta propuesta y el camino trazado para alcanzarla, y la discusión de ciertas  evidencias empíricas a favor del aprendizaje por participación directa en las  prácticas de una cultura letrada, se presentará una propuesta de transversalidad  de la lectura y la escritura en la que la formación de parti-cipantes activos  en la cultura escrita se realice también desde las áreas curriculares no  lingüísticas y no solamente en la clase de lengua. Por último, me ocuparé de  algunos de los escollos con los que topa una propuesta de transversalidad como  esta.  2.      Empecemos por el final Así como reconocemos en el  analfabetismo una carencia mucho más amplia que la de saber leer y escribir,  atribuimos al supuesto resultado de la alfabetización algo mucho más  comprensivo que saber leer y escribir. En castellano no contamos con un término  que exprese el dominio de la lengua escrita en el sentido amplio que intentamos  abarcar. Propongo que ese resultado para el cual no tenemos un término preciso  sea lograr una participación activa de los nuevos miembros de la comunidad en  las prácticas propias de una cultura escrita: leer periódicos, seguir las  instrucciones de un prospecto de medicamentos, dar charlas científicas,  escribir libros, rellenar formularios, interpretar diagramas financieros,  responder a encuestas y entrevistas, consultar blogs, discutir en foros,  y la lista podría cubrir varias páginas. Algunas de estas son prácticas de la  vida cotidiana que se rigen por el criterio de utilidad, otras circulan en  las distintas esferas de poder (político, burocrático, informativo, científico,  etc.) y en otras predominan los usos estéticos (Tolchinsky, 1990). La meta de  la enseñanza de la lectura y la escritura es la formación de participantes  activos en toda la gama de prácticas.  La lista de actividades recién  propuesta, aunque incompleta, involucra un «rango enciclopédico» (Olson, 2007)  de materiales y medios que exigen una sujeción a diferentes convenciones  gráficas y lingüísticas. El léxico, la construcción sintáctica de las frases,  la organización textual y la disposición gráfica de una noticia periodística  difieren notablemente de los de un prospecto médico, una instancia o una  resolución ministerial. En cada uno de estos materiales aparecen usos  especializados de vocabulario así como usos diferenciados de cifras, gráficos e  imágenes. Cada uno de estos diversos textos cuenta con dispositivos gráficos  propios que los caracterizan y que sirven, al mismo tiempo, como señales de  identidad y como pistas para su interpretación. Reconocemos por sus  características físicas y gráficas diccionarios, índices, programas, anuncios o  guías turísticas, aunque no sepamos procesar la lengua en la que están  escritos. Además de piezas discursivas, los materiales que se utilizan en el  desarrollo de las prácticas sociales son objetos gráficos.  Las prácticas sociales y los  materiales asociados a ellas cambian constantemente y varían según diferentes  contextos. Cinco años atrás no hubiéramos incluido la creación de bitácoras (blogs) en la lista de actividades. Históricamente la invención de la escritura  significó la aparición de unos tipos de texto impensables en culturas de  oralidad primaria: listas, tablas o calendarios (Ong, 1982). Aún en nuestros  días la introducción de la escritura en comunidades ágrafas provoca un aumento  casi inmediato de los géneros discursivos existentes antes de su introducción  (Biber, 1995), tal como sucedió con la introducción de Internet, que creó  nuevos modos discursivos y multiplicó las maneras de leer y escribir.  En la lista de actividades  aparecen muchas que se realizan por escrito, como por ejemplo, la redacción de  artículos científicos o la lectura de periódicos, y otras que se realizan  oralmente, como la par-ticipación en un debate político o en una conferencia  académica. Sin embargo, detrás de un artículo científico o de un libro suele  haber muchas horas de discusión oral y muchas horas de lectura y escritura  suelen preceder a una presentación oral. En las actividades de una comunidad  letrada, lo oral y lo escrito interjuegan y se influyen mutuamente. Lo oral y  lo escrito no solo interactúan en los procesos de producción sino también en  las características lingüísticas de los productos. La expresión escrita de una  persona alfabetizada difiere notablemente de la de una persona no alfabetizada,  pero también es sustancialmente distinta su expresión oral. Sucede, no  obstante, que las personas letradas pueden, intencionalmente, escribir como se  habla y hablar como se escribe, pueden tener un control explícito sobre sus  producciones orales y escritas del cual carecen las personas no alfabetizadas  (Ravid y Tolchinsky, 2002).  He resaltado dos de las  características de las prácticas letradas para poder reflexionar luego sobre su  incidencia en las decisiones educativas.  3.      El camino ¿Cuál será la manera más adecuada  de lograr la incorporación de nuevos participantes en las prácticas letradas de  nuestra comunidad? ¿Cuál será el mejor camino para formar participantes  críticos e innovadores? Dos precisiones resultan necesarias para poder  adentrarnos en el camino propuesto: hemos de precisar qué aprendemos y cómo puede realizarse este aprendizaje. Aprendemos y almacenamos conocimiento  declarativo y procedimientos. El conocimiento declarativo es el conocimiento de  hechos o sucesos que pueden ser directamente recordados. El conocimiento  procedimental, que subyace a las habilidades o procedimientos, no suele ser  fácilmente verbalizable, aunque el sujeto lo posea sin dudas. Saber que el agua hierve a 100 ºC  es un conocimiento declarativo; saber cómo hacer que el agua hierva, qué  pasos hay que seguir para conseguir que hierva, es un procedimiento que podríamos  llegar a verbalizar; sin embargo, gatear es algo que todos sabemos hacer  pero que resulta muy difícil de verbalizar.  El aprendizaje del léxico de una  lengua (de las múltiples unidades   indivisibles de significante / significado que la conforman) es un  aprendizaje de datos. Si hemos aprendido que, como propone Cortázar (1962) «esa  parte del cuerpo situada a la derecha abajo envuelta casi siempre en cuero y  gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en un escalón» se llama pie, hemos aprendido un dato. Si luego queremos referirnos a los dos que cada uno  tiene y decimos pies, estamos aplicando el procedimiento de formación de  plurales en castellano (agregar una -s a la cadena acabada en vocal). Claro que  a este procedimiento le precedió el aprendizaje de un dato (que el sonido /s/  corresponde al significado «plural»). Sabemos, además, que podemos combinar pie con artículos (el pie), adjetivos (pie grande) pero no solo con  verbos *pie corre. Una pieza léxica contiene tanto información  declarativa como procedimental.  En el dominio específico que nos  ocupa, los significados de los pares signo / sonido (que la grafía n significa /n/; la p significa /p/, etc.) en nuestro sistema de escritura  constituyen un conocimiento declarativo. También lo son las correspondencias  entre letras cursivas y de imprenta o el hecho de que en el idioma español  escrito se comienza una frase con mayúsculas. En el aprendizaje de la lectura y  la escritura el niño tendrá que aprender estos y otros datos pero muchos más  procedimientos. Tendrá que aprender, por ejemplo, cómo combinar los pares signo  / sonido en palabras y estas en frases, a escanear un texto para que las letras  puedan ser captadas por la parte más sensible de nuestra retina; cómo revisar  un índice para encontrar el tema que le interesa leer en profundidad…  Esta diferenciación no es  estática. Conocimientos declarativos pueden tornarse procedimentales y  viceversa; conocimientos de un tipo en una fase de un proceso evolutivo o de  aprendizaje pueden transformarse en conocimientos de otro tipo en otra fase.  En cuanto a la manera en que el  aprendizaje puede realizarse, según una distinción que luego matizaremos,  algunos conocimientos (tanto declarativos como de procedimientos) son  adquiridos de manera implícita, sin intención ni conciencia de adquirirlos,  simplemente por el hecho de que son procesados por nuestro sistema cognitivo  (Karmiloff-Smith, 1992). Otros conocimientos, en cambio, son aprendidos  explícitamente, es decir, con la intención de realizar un aprendizaje y poniendo  en marcha de manera voluntaria los procesos pertinentes. Los aprendizajes  implícitos se basan en la activación de procesos asociativos elementales que  son sensibles a las propiedades estadísticas de los estímulos (Reber, 1989).  Los aprendizajes explícitos, en  cambio, se basan en la intención que dicta la selección y la dirección del  procesamiento de la información (Whittlesea y Wright, 1997). De manera  implícita, sin que medie un control intencional o una enseñanza explícita,  aprendemos las regularidades combinatorias de nuestra ortografía o los  movimientos oculares necesarios para que las letras puedan ser captadas por la  parte más sensible de nuestra retina. También sucede que la intención puede  estar dirigida hacia un aspecto del material que se procesa y obtenerse un  aprendizaje de otro aspecto. Por ejemplo, cuando un niño intenta decodificar  una palabra desconocida (darle un sonido a cada una de las letras que la  componen), aprende implícitamente su estructura ortográfica y para ello puede  bastar una exposición. Se produce un aprendizaje ortográfico aunque la  intención estaba dirigida hacia la decodificación. Este medio «autodidacta» es  más poderoso que la instrucción explícita de la estructura ortográfica de las  palabras (Share, 2004).  Las distinciones que acabamos de  reseñar nos posibilitarán entender la respuesta a la pregunta inicial de este  apartado. Si la meta pedagógica es alcanzar un nivel de pericia en las  prácticas letradas de nuestra comunidad, ¿cuál de los caminos posibles de  aprendizaje se presenta como el más aconsejable para alcanzarla?  Trabajos recientes en ciencia  cognitiva, cognición social y en distintas aproximaciones socioculturales a la  lengua y al aprendizaje de la lectura y la escritura sostienen que si uno de  nuestros objetivos pedagógicos es lograr un alto grado de pericia en una  determinada práctica se hace necesaria la inmersión en una comunidad de  aprendizaje en la cual se lleven a cabo versiones auténticas de esa  práctica (2) [The New London Group, 1996, p. 84 (la  negrita es mía)].  Por inmersión se entiende  la participación directa de los nuevos usuarios en un grupo que esté realizando  efectivamente las tareas involucradas en las prácticas. Son auténticas las prácticas con un propósito más allá de la enseñanza de la lectura y la  escritura y con materiales que fueron elaborados para transmitir un mensaje y  no para aprender a leer o a escribir (Purcell-Gates, Duke y Martineau, 2007, p.  14). Concretamente, si se trata de conseguir lectores activos de periódicos o  novelas, los aprendices han de involucrarse en la lectura de periódicos y de  novelas, no en manuales que explican las características de una noticia  periodística. En periódicos que han sido publicados para transmitir noticias o  en novelas que han sido escritas para ser leídas y no para enseñar a leer.  En la realización de estas  prácticas circulan procedimientos y datos, por lo que los participantes  directos obtienen, necesariamente, los dos tipos de conocimiento. Ahora bien,  el supuesto evolutivo es que el aprendizaje no progresa de representaciones  explícitas de conocimiento declarativo a representaciones implícitas de  carácter procedimental sino que durante la participación en estas tareas los  jóvenes participantes forman representaciones implícitas que se van acumulando y  re-elaborando (re-representando) y a medida que se van reelaborando se van  haciendo más explícitas y verbalizables (Karmiloff-Smith, 1992). Al mismo  tiempo, algunos datos o procedimientos que se obtienen de manera explícita, por  ejemplo, léxico o instrucciones para identificar la idea principal de un texto,  se tornan con la práctica en maneras de hacer implícitas y automáticas.  4.      Las evidencias Vamos a discutir algunas  evidencias empíricas en favor de que la inmersión en el uso de materiales  auténticos favorece el aprendizaje de la lectura y la escritura en sentido  amplio.  Las primeras surgen de un estudio  realizado por Pressley (2006). A partir de un seguimiento de contextos  educativos en los cuales se obtuvieron buenos resultados (más del 95% del  alumnado superó las pruebas estatales y continuó con estudios superiores a  pesar de su bajo nivel educativo inicial) este autor identifica las  características que considera responsables del éxito obtenido. Estas son:         Un  equilibrio claro entre trabajo en habilidades básicas y lectura con sentido.  Los niños participan en experiencias literarias, y también leen y discuten una  profusión de textos periodísticos, publicitarios e instruccionales.         Los  alumnos redactan a menudo según un proceso de producción que contempla  planificación-borrador-revisión y un incremento en las demandas de coherencia y  cohesión a medida que pasan los años. La mayor parte del tiempo los alumnos  están ocupados en tareas académicas complejas más que en la resolución de  ejercicios.         Se  enseñan estrategias de comprensión lectora desde el principio. No se sigue el  típico razonamiento escolar de resolver primero la mecánica de la lectura y  luego la comprensión, sino que desde el principio se trabaja la interpretación  con distintos tipos de texto ya que cada uno exige estrategias diferentes.         Hay  mucho trabajo en pequeños grupos. Interacción entre pares para tareas de  lectura y producción de textos.         Los  profesores especialistas (música, arte) intervienen activamente en el programa  de desarrollo del conocimiento letrado. Sobre este punto, que considero crucial  para la consecución de nuestra meta pedagógica, volveré con más detalle en el  próximo apartado.  La diversidad de tipos de texto,  la autenticidad de los materiales y propósitos, así como la interacción entre  pares, aparecen como las características de aula que mejor contribuyen a la  formación de estudiantes letrados. Estas características operacionalizan de  alguna manera la noción de inmersión en versiones auténticas de prácticas  letradas en contextos escolares. No se trata de suprimir el trabajo didáctico  sobre las habilidades básicas o la ejercitación, sino de equilibrarlo y lograr  que se realice en el contexto de actividades con sentido.  Pero, ¿cuál es el papel de la  enseñanza explícita en este planteamiento? Para responder a esta pregunta  Purcell-Gates, Duke y Martineau (2007) investigaron el impacto de la enseñanza  explícita de las características lingüísticas de los textos científicos  informativos y procedimentales en la habilidad de los niños de tercer grado de  primaria para leerlos y escribirlos. Se propusieron determinar el peso relativo  del grado de autenticidad de los textos frente al grado de enseñanza explícita  en el aumento de esta habilidad. Investigaron también en qué medida este impacto  difiere según el origen socioeducativo de los alumnos. Este punto es  especialmente importante ya que hay numerosos estudios que señalan una relación  inversa entre nivel socioeducativo y necesidad de enseñanza explícita (cuanto  más bajo es el nivel socioeducativo, mayor necesidad de enseñanza explícita).  Los resultados mostraron que no  hay influencia alguna de la enseñanza explícita en el aumento de la habilidad  de los niños de segundo y tercer grado. En cambio, el grado de autenticidad de  los textos y el grado de participación de los niños resultaron altamente  relacionados con el aumento en la habilidad para leer, entender y producir este  tipo de textos. La educación de los padres no tiene relación alguna con el  hecho de que los niños obtengan un mayor beneficio de la enseñanza explícita de  las formas lingüísticas. En los niños provenientes de hogares de nivel  educativo bajo creció la habilidad de comprender, leer y producir estos textos  al mismo ritmo que en los niños provenientes de hogares de alto nivel  educativo. Había marcadas diferencias iniciales, pero el hecho de que los  ritmos de aprendizaje no difieran implica que no hay una mayor influencia en  uno u otro grupo.  La conclusión a la cual los  autores llegan es fundamental para nuestro argumento:  Aunque no podamos proclamar un  efecto causal de la autenticidad, estos resultados demuestran que las formas  lingüísticas son aprendidas más efectivamente en el contexto de auténticos usos  de la lengua (Purcell-Gates, Duke y Martineau, 2007).  No se trata de restar importancia  al aprendizaje de las formas lingüísticas, en este caso las características  específicas de los textos científicos informativos y procedimentales, sino de  buscar cuál es la manera más adecuada de lograr su aprendizaje. A estas edades la  aproxi-mación más adecuada parece ser el uso de material auténtico. Tenemos que  tener en cuenta el carácter evolutivo del conocimiento lingüístico, las  condiciones del aprendizaje de las formas y que las funciones lingüísticas  varían con la edad de los sujetos. Para niños de ocho o nueve años, la  enseñanza explícita de las formas lingüísticas que caracterizan cada tipo de  texto puede no ser la más adecuada y por ello no facilitar el aprendizaje  (Snow, 2000). Una enseñanza más explícita puede ser útil para niños mayores,  sobre todo si ha sido precedida por una práctica sostenida que haya facilitado  procesos de representación que tornen más accesibles a la reflexión explícita  las características lingüísticas de los textos.  4.1    Un enfoque transversal de la lectura y la escritura  Si aceptamos la meta pedagógica  se plantean dos alternativas. La primera consiste en encarar la enseñanza de  las múltiples actividades letradas en el área de lengua de manera casi  exclusiva. Así, habría que crear situaciones de uso justificado de material  auténtico para que los alumnos desarrollen su capacidad de interpretarlos y de  producirlos. Una segunda alternativa, que propondremos aquí, consiste en  trabajar los requerimientos de diversidad, autenticidad e interacción entre  pares también en el contexto de las áreas curriculares no lingüísticas.  No son alternativas excluyentes, se complementan perfectamente. Pero no hay  duda de que la primera ya se asume como necesaria. La comunidad educativa asume  que el desarrollo de la competencia letrada es un objetivo primordial e  ineludible del área de lengua. No sucede lo mismo con la segunda alternativa.  En general, no se considera que ha de formar parte de las preocupaciones  didácticas de las demás áreas curriculares trabajar sobre lectura y escritura  en el sentido amplio que propongo en este artículo. Y sin embargo, en las áreas  no lingüísticas es donde resultaría más fácil cumplir con los requerimientos  que resultan claves para conseguir una formación en la cultura escrita.  En las áreas curriculares se  necesita realmente comprender y redactar textos de distinto contenido temático  (temas de historia, geografía, química, biología, fisiología, matemáticas,  física, etc.), y diversas formas retóricas (ensayos expositivos, polémicas  argumentativas, cuestionarios, descripciones, definiciones, noticias  periodísticas, listados de instrucciones, y aquí también la lista es abierta).  A diferencia de lo que sucede en el área de lengua en la cual hay que tratar de  que se cree la necesidad para que tenga sentido introducir diversos tipos de  texto, en las otras áreas curriculares se trata de crear los textos para  responder a necesidades preexistentes. En las áreas no lingüísticas es donde  hay más posibilidades de utilizar con sentido textos auténticos con diversas  finalidades.  La idea es simple: en lugar de  aprender a confeccionar un índice en la clase de lengua esperando que este  conocimiento se aplique en la clase de ciencias naturales, se trata de  satisfacer la necesidad real de confeccionar un índice para el trabajo de  ciencias naturales enseñando cómo se hace un índice. De manera similar, en  lugar de aprender a organizar una bibliografía en la clase de lengua,  aprovechar la necesidad real de organizar una bibliografía para el trabajo de  historia. Al preparar una bibliografía que necesitan realmente, los alumnos se  encuentran con problemas que no hubieran surgido si se hubieran limitado a  consultar un texto que enseña cómo preparar una bibliografía (Tolchinsky y  Simó, 2001). De lo que se trata es de transformar las actividades de lectura y  escritura que se dan inevitablemente en todas las áreas curriculares en objeto  de reflexión y de planificación explícita por parte del tutor o de los docentes  de las distintas áreas. Este es uno de los sentidos de transversalidad que  estamos proponiendo: a través del currículo escolar.  Un enfoque transversal de la  lectura y la escritura:  1. Facilita el acceso a los  contenidos de las distintas áreas. Cuanto mejor lean y comprendan los distintos  materiales que consultan para geografía, historia, ciencias naturales o  sociales más fácilmente accederán a los contenidos de estas áreas de  conocimiento. Al aplicar distintas maneras de leer (intensiva, extensiva,  exploratoria, puntual, selectiva) a los textos consultados, mayor facilidad  tendrán para acceder y organizar una mayor cantidad de material. Al trabajar  los productos discursivos y los procesos de lectura y escritura en el entorno  específico de las distintas áreas, los aprendices se familiarizan con las  formas lingüísticas y con la organización textual propia del área. Así, se  facilita su participación en esas formas de comunicación y, por lo tanto, su  acceso a la información que circula en esa comunidad discursiva.  2. Posibilita que las  dificultades de lectura o escritura no interfieran en el momento de la  evaluación del rendimiento en otras áreas curriculares. Las habilidades de  lectura y escritura tienen un enorme peso en el rendimiento escolar, no  solamente en el área de lengua. La habilidad lectora, la capacidad de redactar  y de ortografiar pesan en las evaluaciones de los docentes en todas las áreas  de conocimiento pero son transparentes durante el proceso de enseñanza.  Digo que son transparentes porque vemos sus resultados pero no las vemos en sí  mismas. Es decir, vemos lo que resultó de haber leído un artículo de  enciclopedia, pero no vemos el proceso de lectura en el área de contenido en la  cual hubo que leer el artículo. Lo mismo puede plantearse para resumir,  definir, subrayar y/o citar. Vemos, y muchas veces evaluamos, los resúmenes,  las definiciones, la utilización de subrayados y citas pero no trabajamos en sí  ninguna de estas cuestiones en los contenidos temáticos en los cuales luego  inciden. O sea, que la facilidad o dificultad de los alumnos para leer,  resumir, definir, o redactar afecta su rendimiento y su evaluación en todas las  áreas curriculares pero no se trabajan en el entorno del área.           La  propuesta de transversalidad lleva a que estas habilidades se consideren  durante los procesos de enseñanza / aprendizaje, y a que los profesores de las  diferentes áreas de conocimiento las vean y las incorporen como parte de sus  preocupaciones. Si estas habilidades se vuelven opacas para los profesores –si  las ven durante los procesos de enseñanza– podrán tornarse transparentes tanto para los alumnos como para los docentes en el momento de la evaluación.  Es decir, sugerimos trabajarlas directamente cuando se las necesite para que no  molesten y no interfieran en la evaluación.  3. Provee de sentido a la  reflexión explícita sobre las características lingüísticas de los textos. En el  contexto de las otras áreas curriculares la reflexión sobre las características  de los textos (resúmenes, notas, cuestionarios, esquemas o informes) se torna  un medio para realizar una determinada tarea con un contenido y propósito  definidos. No es un ejercicio para aprender las características de los  distintos tipos de texto. Por ejemplo, al detenerse en cómo resumir el  contenido consultado en tres enciclopedias sobre «primates que aprenden a  hablar»para un trabajo sobre ese tema en el área de conocimiento del  medio, los alumnos de tercero están resolviendo una necesidad auténtica y no  aprendiendo una técnica de resumen. Descubrir los puntos claves de un texto,  eliminar los que no lo son, combinar los semejantes, señalar los puntos  divergentes, verterlos en las propias palabras y darles un orden es muy  complicado. Pero, estudiar «la técnica de resumen» separada de los textos que  se han de resumir, resulta, a veces, absurdo.           La  mayoría de estas tareas, desde las reflexiones necesarias para organizar los  procesos de producción (planificación, borrador, revisiones, modificaciones)  hasta los detalles ortográficos y de formato, tienen otro sentido cuando se  realizan en el contexto de las áreas curriculares no lingüísticas. La  consideración explícita de todos estos aspectos en el contexto de las tareas  que los aprendices realizan en las distintas áreas de conocimiento, les da  sentido y utilidad.  4. Por último, el trabajo en las  áreas no lingüísticas preserva el contenido específico de las distintas áreas  de conocimiento. Esta es una cuestión crucial que, aunque haya aparecido en  distintos argumentos, es importante volver a resaltar. Tanto a través del tutor  como por medio de los especialistas en las distintas áreas de conocimiento se  trata de adquirir vocabularios especializados, organizaciones textuales  específicas y maneras de leer adecuadas a distintas disciplinas.           La  mejor situación para trabajar con los textos es la que nos brinda la necesidad  de leerlos y escribirlos. Se trata de superar la disociación entre aquellos  momentos en los que se enseña a leer o a escribir un determinado tipo de texto  y aquellos otros momentos en los que se necesita escribir un determinado tipo  de texto. Supuestamente los aprendices deberían aplicar en unos lo que han  aprendido en los otros, pero sabemos que no siempre es así. Una manera de  acabar con esta disociación es incorporar a la práctica docente la idea de que  cada área de conocimiento se sirve de géneros discursivos propios que influyen  en gran medida en su comprensión. El estudio de los contenidos propios de  cualquier área no se puede disociar del estudio de los géneros discursivos que  le son propios. Es decir, aun cuando propongamos la transversalidad insistimos  en la importancia de la especificidad de contenido.  5.      Los escollos La propuesta de transversalidad  tiene una larga historia en algunos países europeos (Tynjälä, Mason y Lonka,  2001). En Estados Unidos el movimiento Writing Across the Curriculum se  inició en la década de 1980 para intentar superar las enormes dificultades de  redacción de los estudiantes universitarios. Este movimiento propone integrar  las tareas de escritura en todas las disciplinas basándose en la convicción de  que cada disciplina tiene sus propias convenciones lingüísticas y que estas  convenciones deben ser enseñadas para que los estudiantes puedan participar en  las diferentes tareas académicas. En España también se llevan a cabo algunas  iniciativas que se centran en el desarrollo de la competencia en lengua escrita  a través de tareas en todas las asignaturas (Jorba, Gómez y Prat, 1999).  Nosotros mismos hemos desarrollado experiencias de trabajo a través de  currículum en la escuela primaria, particularmente en las áreas de conocimiento  del medio y música (Tolchinsky y Simó, 2001). Todas estas iniciativas han  demostrado la utilidad del trabajo «transversal». Sin embargo, aunque  razonable, simple y justificada empíricamente, la propuesta ha encontrado  escollos importantes para atender los requerimientos de diversidad y  autenticidad de los textos, la interacción entre lengua oral y escrita propia  de las actividades letradas y la interacción entre pares.  Una propuesta que exige el uso de  múltiples textos choca, naturalmente, con el uso exclusivo de libros de texto.  La propuesta de transversalidad no pretende sustituir al libro de texto pero  exige que no sea el único texto que se utiliza en clase. No reiteraremos aquí  las razones que justifican esta exigencia, solamente resaltaremos que los  libros de texto «homogenizan» las formas discursivas y borran las convenciones  textuales y gráficas presentes en los textos auténticos. La homogeneización  inevitable de los textos escolares impide el acceso a los lenguajes de  especialidad y a las formas retóricas de las distintas comunidades discursivas.  Claro que los textos escolares facilitan y organizan el contenido y sería  absurdo insinuar su eliminación. El problema aparece cuando estos son los  únicos textos que se utilizan o cuando la exploración del contenido se hace a  través de un único interlocutor (el maestro). Por lo tanto, un uso exclusivo de  libros de texto difícilmente podrá contribuir al logro de la meta propuesta.  La dificultad de encarar en las  aulas un trabajo diversificado constituye otra dificultad que es necesario  superar. El mismo texto en todas las manos facilita el control, la  secuenciación de contenidos y la evaluación. La variedad de textos, el trabajo  en pequeños grupos, la búsqueda de material, la consulta de diversas fuentes,  el hecho de que algunos alumnos estén redactando mientras otros están  conversando y otros leyendo genera una dinámica de aula que para muchos  profesores es insostenible. Esta dificultad se manifiesta también en la  disociación bastante forzada entre competencia escrita y competencia oral,  típica de las planificaciones escolares con poco o nulo énfasis en la  interacción entre lo oral y lo escrito que es propia de las prácticas letradas  (discutir en grupo para escribir individualmente, leer individualmente para  preparar un debate grupal, escribir para preparar una presentación oral, etc.).  Mencionaré, por último, la  fragmentación de responsabilidades como escollo a la propuesta de  transversalidad. El trabajo de Pressley (2004) demuestra claramente la  necesidad de que el centro asuma al papel alfabetizador en sentido amplio. La  responsabilidad no ha de concentrarse en el aula de Lengua con la demanda de  que se aplique en las otras asignaturas lo que se enseña en Lengua. Tampoco se  trata, obviamente, de convertir las clases de otras asignaturas en clase de  Lengua. La idea es que cada docente logre una participación directa de los  alumnos en las prácticas discursivas propias de su especialidad.  Los escollos mencionados  reflejan, por un lado, los cambios cruciales que esta propuesta aparentemente  simple implica y, por otro lado, algunos aspectos de nuestra cultura escolar  que convendría superar si queremos formar lectores comprensivos y críticos,  ciudadanos hábiles en el manejo de la información escrita.  Bibliografía Biber, Douglas (1995): Dimensions  of Register Variation: A Cross-Linguistic Comparison. Cambridge,  ma:  Cambridge University Press.  Cortázar, Julio (1962): Historia de cronopios y de famas. Buenos  Aires: Minotauro (Metamorfosis).  Dehaene, Stanislas (2007): Les Neurones de la lecture. París:  Odile Jacob.  Joshi, Malatesha y Aaron,  P. G. (2000): «The Component Model of Reading: Simple View of Reading Made a  Little more Complex», en Reading Psychology, vol. 21, n.º 2, pp. 85-97.  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Tolchinsky, Liliana (2007): «Using Language at School», trabajo  presentado en el simposio «Between Spoken and Written Language: What Makes a  Literate Israeli Student?», organizado por la Academia Israelí  de Ciencias y Humanidades, 15 de octubre, Jerusalén.  —(1990): «Lo práctico, lo  científico y lo literario: tres componentes en la noción de “alfabetismo”», en CL  & E: Comunicación, Lenguaje y Educación, n.º 6, pp. 53-62.  — y Simó, Rosa (2003): Escribir y leer a través del  curriculum. Barcelona: Horsori. (Cuadernos de Educación.)  Triebel, Armin (2005): «Literacy in Developed and Developing  Countries», en N. Bascia, A. y otros (eds.) International Handbook  of Educational Policy. Dordrecht:  Springer (pp. 793-812).  Tynjälä, Päivi, Mason, Lucia y Lonka, Kirsti (2001): «Writing as a Learning Tool. An  Introduction», en Päivi Tynjälä,  Lucia Mason y Kirsti Lonka (eds.) Writing as a Learning  Tool. Integrating Theory and  Practice. Dordrecht: Kluwer.  Whittlesea, Bruce W. 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              de Barcelona,
            España. 2 Recent work in cognitive science, social  cognition, and sociocultural approaches to language and literacy argues that if  one of our pedagogical goals is a degree of mastery in practice, then immersion in a community of learning engaged in authentic versions of such practice is necessary. |