| Ideas filosóficas que fundamentan la  pedagogía de Paulo Freire Marcos Santos Gómez *               Síntesis: El propósito del presente trabajo es destacar algunos fundamentos teóricos de  la pedagogía de Paulo Freire dentro del campo de la filosofía del siglo xx. Esta es una tarea necesaria para  esclarecer los puntos esenciales de una perspectiva pedagógica de enorme  importancia en la alfabetización y educación de adultos en América Latina. El  autor se ha centrado, en especial, en los pensadores que se relacionan con tres  aspectos vitales en este enfoque: 1) Las ideologías como elementos de  reproducción social y su superación mediante la «concientización»; 2) La  ubicación del punto de partida para el proceso educativo-alfabetizador en la  situación límite que vive el oprimido; 3) La naturaleza dialógica del ser  humano y su fundamental apertura.  Palabras clave: Paulo Freire; pedagogía del  oprimido; filosofía de la educación; diálogo; alfabetización y educación de  adultos.               SÍNTESE: O propósito do presente trabalho é destacar  alguns fundamentos teóricos da pedagogia de Paulo Freire dentro do campo da  filosofia do século xx. Esta é uma  tarefa necessária para esclarecer os pontos essenciais de uma perspectiva  pedagógica de enorme importância na alfabetização e educação de adultos na  América Latina. O autor centrou-se, especialmente, nos pensadores que se  relacionam com três aspectos vitais a partir deste enfoque: 1) As ideologias  como elemento de repro-dução social e sua superação mediante a  «conscientização»; 2) A localização do ponto de partida para o processo  educativo-alfabetizador na situação limite que o oprimido vive; 3) A natureza  dialógica do ser humano e sua fundamental abertura.  Palavras chave: Paulo  Freire; pedagogia do oprimido; filosofia da educação; diálogo; alfabetização e  educação de adultos.               Abstract: The aim of the present paper is to highlight, within the work frame of  20th century philosophy, some of the  theoretical foundations of Paulo Freire’s pedagogy. This is a necessary task in  order to shed some light on the essential items of a pedagogic approach of  enormous importance for adult education and adult literacy in Latin America.  The author has specially focused on those thinkers which can be related to  three main aspects of Freire’s approach: 1) Ideologies as an element of social  reproduction and how to overcome them through «becoming aware»; 2) Locating the  starting point of the literacy and educational process on the border line  situation experienced by the oppressed; 3) The dialogical nature of the human being  and its fundamental openness.  Key words: Paulo  Freire; pedagogy of the oppressed; philosophy of education; dialogue; adult  literacy; adult education.  1.       Introducción Mi objetivo principal en este ensayo es el  esclarecimiento de algunos elementos teóricos, procedentes de la tradición  filosófica, que sustentan la práctica educativa del «pedagogo de la  liberación», el brasileño Paulo Freire. Me parece que esta iniciativa cobra un  gran sentido en la medida en que numerosos movimientos sociales en el mundo se  inspiran en su pedagogía, como por ejemplo la educación popular desarrollada en  distintos lugares de Iberoamérica (Trilla, 2002, pp. 334-338; Barrio, 2005, p.  135; Cruz, 2004, pp. 901-902). En España, en particular, Freire es considerado  un gran educador por parte de algunos estudiosos (Santos Guerra, 1997, p. 356;  Flecha y Miquel, 2001, p. 324). De hecho, una importante motivación para la  redacción del presente trabajo ha sido demostrar, desde la reflexión, que la  «pedagogía del oprimido» continúa plena de sentido universal y vigencia.  El filósofo Enrique Dussel dedica algunas  páginas a la pedagogía de Paulo Freire, a la que compara con la de Piaget y  Vygotsky y con la psicología de Kohlberg, para destacar que Freire supone una  superación de todos ellos (Dussel, 2002, pp. 422-430). Afirma Dussel que estos,  a pesar de sus méritos, permanecen en una concepción individualista del proceso  educativo y del desarrollo del sujeto. En cambio, Freire, sostiene, es un  pedagogo más completo porque sitúa en el centro de su teoría y práctica  pedagógica el elemento de relación con los demás que supone todo  crecimiento personal, y el hecho de que este se ha de dar dentro de una  comunidad que también se va transformando a lo largo de la educación mutua de sus miembros. Freire enfatizará lo que podemos denominar «cualidad  relacional» del ser humano, que pasa a ocupar un lugar central en su visión del  proceso educativo. Por eso, las páginas que siguen las voy a dedicar  principalmente a la exposición y comentario de filósofos que realzaron este  aspecto de la existencia humana y que influyeron destacadamente en la  concepción dialógica de la pedagogía que ostentó Paulo Freire, como veremos.  Para el autor brasileño, en el contexto de  nuestras sociedades e historia, la pedagogía necesariamente ha de ser una  «pedagogía del oprimido» que implica un posicionamiento político (Ferreira,  2003, p. 67). Pero teniendo en cuenta que la opresión que caracterizaría a  nuestras sociedades, a su juicio, adquiere numerosas formas y manifestaciones,  a menudo encubiertas, supone, por tanto, un prolongado y arduo esfuerzo llegar  a la «liberación». Como él mismo afirma:  [...] la liberación es un parto. Es un parto  doloroso. El hombre que nace de él es un hombre nuevo, hombre que solo es  viable en la y por la superación de la contradicción opresores-oprimidos que,  en última instancia, es la liberación de todos (Freire, 1992, p. 45).  Porque la opresión afecta a los aspectos más  profundos de la persona en la medida en que por la «educación» la incorporamos  a nuestro bagaje más íntimo. Para desarrollar esta idea, Freire recurre a un  enfoque de corte freudomarxista, fuertemente influenciado por Erich Fromm y su  idea de un «miedo a la libertad» operante en los individuos y grupos sociales.  Ambos se conocieron y coincidieron en Cuernavaca (México), donde el psicólogo  estuvo instalado un tiempo (Dussel, 2002, p. 432).  En las páginas que siguen, en definitiva,  intentaré desarrollar algunos aspectos de la pedagogía freiriana para entender  la perspectiva filosófica desde la que el brasileño se dirige a nosotros.  Comienzo con lo que él denominó «educación bancaria». Expondré algunos  planteamientos suyos relacionándolos con pensadores y corrientes intelectuales  que le influyeron(1). No obstante, no es este un estudio exhaustivo  que saque a relucir todas las fuentes filosóficas de Freire, ni que agote en  absoluto todas sus ricas y estrechas relaciones con la filosofía  latinoamericana, el cristianismo o la tradición hegeliano-marxista.  2.       La  educación bancaria: inconvenientes de la «verticalidad»  Paulo Freire denominó «educación bancaria» a  una manera de entender la educación como relación «vertical», o sea, en la que  uno (el educador) otorga y otros (los educandos) reciben conocimiento. Existe,  por tanto, en este modelo pedagógico una separación tajante entre los roles de  educador y educando (Freire, 1992, pp. 73-99). La educación bancaria se concibe  como narración de unos contenidos fijos, o como transmisión de una realidad que  no requiere reelaboración y que se presenta como la única posible (Freire,  1992, p. 75).  Según Freire, la educación bancaria supone  una violencia en la medida en que se efectúa desde la sordera hacia el otro que está siendo educado. Como afirma el propio Freire:  Referirse a la realidad como algo detenido,  estático, dividido y bien comportado o en su defecto hablar o disertar sobre  algo completamente ajeno a la experiencia existencial de los educandos deviene,  realmente, la suprema inquietud de esta educación (Freire, 1992, p. 75).  Es esta una violencia que se manifiesta  especialmente en la consideración del otro, el educando, como un  ignorante.  En la visión «bancaria» de la educación, el  «saber», el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan sabios a  los que juzgan ignorantes. Donación que se basa en una de las manifestaciones  instrumentales de la ideología de la opresión: la absolutización de la  ignorancia, que constituye lo que llamamos alienación de la ignorancia, según  la cual esta se encuentra siempre en el otro (Freire, 1992, p. 77).  Respecto a esta «absolutización de la  ignorancia» Freire relata cómo aprendió, gracias a una lección que siempre  recordaría, que no hay educación sin escuchar, ni sin considerar a nuestro  interlocutor maestro y sabio (Freire, 2002, pp. 22-25). Y también  hubo de toparse, como alfabetizador, con la naturalización de la ignorancia por  parte del propio sujeto oprimido. En relación con esto cuenta cómo comenzó una  charla con un juego de preguntas y respuestas gracias al cual reveló irrefutablemente  la sabiduría de los campesinos analfabetos que decían ser ignorantes, que  creían serlo (Freire, 2002, pp. 44-45). En realidad, podemos matizar, los  campesinos se sentían ignorantes pero no lo eran. De hecho, esto es lo que la  pedagogía de Freire pretende evidenciar en un primer momento, en un proceso  socrático por el que la sabiduría de los educandos sale a relucir.  Por supuesto, descubrir la sabiduría del otro requiere humildad por parte del educador. Como el propio Freire afirma:  No hay [...] diálogo si no hay humildad. La  pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no  puede ser un acto arrogante (Freire, 1992, p. 107).  Freire se opone a toda arrogancia y a la  separación tajante entre los participantes en un proceso educativo:  La educación debe comenzar por la superación  de la contradicción educador-educando. Debe fundarse en la conciliación de sus  polos, de tal manera que ambos se hagan, simultáneamente, educadores y  educandos (Freire, 1992, p. 77).  En realidad, toda educación liberadora, en  oposición a la educación bancaria, posee un destacado carácter recíproco, es  decir, se da «de todos con todos». Esto presupone un sentimiento profundamente  arraigado en el educador de que el otro vale, además de una sincera fe  en los hombres, en su poder creador para dotarse de un destino, y en que este  destino puede adecuarse a sus necesidades profundas. Dice:  Su creencia debe estar empapada de una  profunda creencia en los hombres. Creencia en su poder creador (Freire, 1992,  p. 81).  Además, Freire relaciona la educación  bancaria con una suerte de prohibición de ser feliz, un desafortunado  distanciamiento entre los hombres que se relaciona con un doloroso rechazo a la  vida. El educador bancario es, y en esto Freire sigue muy de cerca a Erich  Fromm, un «necrófilo» (Freire, 1992, p. 85). En términos generales, el pedagogo  brasileño coincide con la propuesta de «humanizar» la vida que desarrolla Fromm  en sus obras. Para el psicólogo, la vida humana ha de racio-nalizarse, no en  el sentido de intelectualizarla, sino en el de humanizarla, es decir, haciendo  que responda a las necesidades específicamente humanas (Fromm, 1992; 1999).  Esta humanización implica el desarrollo de una equilibrada vinculación afectiva  con los otros hombres y con el mundo, ya no gobernada por la cosificación, sino  trasmutada en una suerte de amor maduro que describe bellamente como una  relación fraterna (Fromm, 1974). En sus reflexiones demuestra la humana necesidad  de fraternidad, porque para él la felicidad siempre es con el otro, nunca solitaria.  Según Freire, una tarea fundamental para todo  educador sería la identificación y superación de su propia verticalidad  psicológica que lo predispone en contra del diálogo. Pero la pedagogía  freiriana parece apuntar más lejos que la visión psicologista de Fromm. En este  sentido, como afirma el profesor Dussel:  [...] no es la sola inteligencia teórica o  moral (esto se supone, pero no es el objetivo principal), ni siquiera el  desbloqueo pulsional hacia una normal tensión del orden afectivo (à la Freud, que también se supone), sino algo completamente  distinto: Freire intenta la educación de la víctima en el proceso mismo  histórico, comunitario y real por el que deja de ser víctima (Dussel, 2002, p.  431).  La horizontalización de las relaciones humanas  que propone llevar a cabo en el acto educativo es una ubicación factual del  oprimido fuera de la estructura opresora. Es decir, en toda educación  liberadora se realiza de hecho la utopía de unas relaciones humanas auténticas,  que desde la perspectiva del pedagogo brasileño han de ser «horizontales». Y  esto apunta a una doble transformación: en el corazón de la persona y en las  estructuras sociales.  La interacción horizontal es ya una  realización de la utopía de una sociedad sin oprimidos, es decir, una sociedad  estructurada de forma que no cohíba la expresión de las personas. La utopía,  pues, está ya presente en el medio para lograrla. No es un fin ajeno al momento  actual, sino que se encuentra necesariamente en el proceso educativo. Pero,  para que acontezca esta encarnación del ideal y «sane» el hombre, es preciso  vencer a la carga ideológica que el sujeto oprimido ostenta, incorporada a sí  mismo. Se requiere combatir contra los obstáculos que operan en sentido  contrario y se oponen a nuestra salud, obstáculos que pesan como un lastre  dentro de nuestro espíritu. En este sentido, en las líneas que siguen voy a  profundizar en las relaciones entre educación bancaria e «ideología»,  entendiendo esta última como el lastre que dificulta lo que para Freire no es sino  una normalización de la existencia humana. La pedagogía del oprimido, en este  sentido, es una rectificación efectuada en el interior y el exterior del hombre  por él mismo, siempre desde su libertad, que lo conduce a su carril, a la senda  que había perdido. Según Freire, que irradia un considerable optimismo, esto es  posible. Pero no podemos olvidar las nefastas consecuencias de la falsa  conciencia que uno porta en sí mismo, porque es precisamente su detección el  primer paso del proceso de «concientización», al que tanto se refiere nuestro  pedagogo en sus obras, que devuelve a la persona el dominio de sus propias  riendas.  3.       Ideología  y «concientización» Se conoce como «ideología» el conjunto de  creencias e ideas (políticas, religiosas, morales, etc.) que legitiman una  determinada configuración social, justificándola y, a veces, encubriendo las  verdaderas razones de que las cosas sean como son, concepto hegeliano usado por  los marxistas desde los Manuscritos sobre economía y filosofía que  escribiera Marx (Marx, 1993). Aunque hay distintas formas de entenderlo, yo voy  a seguir esta tradición que concibe a la ideología como sirvienta de un régimen  económico y social concreto.  El papel determinante que las ideologías  cumplen en la reproducción y consolidación de las estructuras de clase es  explicado por autores de enorme influencia en el pedagogo que estamos  estudiando, tales como Gramsci, Lukács, Horkheimer o Marcuse de quienes recoge  elementos, como señala el profesor Dussel (Dussel, 2002, pp. 430-439). Freire  conecta con estas perspectivas neomarxistas que se alejan del economicismo del  marxismo ortodoxo y, como en los citados autores, cree posible la  transformación revolucionaria desde los niveles superiores de la cultura, es  decir, desde el discurso y las ideas, que pueden incidir en la dirección del  cambio. A la ideología se la puede combatir, según ellos, en su mismo ámbito:  el pensamiento y las ideas. La liberación se puede centrar en una praxis  ejecutada en la palabra y a través de ella, criticando las creencias asentadas  y desvelando los corsés ideológicos. Y es que este desvelamiento, de por sí, ya  incide en una transformación de la sociedad. Por ejemplo, Lukács destaca que la  lucha por la emancipación no solo será en el plano de la realidad económica y social,  sino también en el plano de las ideas:  El proletariado se realiza a sí mismo al  suprimirse y superarse, al combatir hasta el final su lucha de clase y producir  así la sociedad sin clases. La lucha por esta sociedad [...] no es solo una  lucha con el enemigo externo, con la burguesía, sino también y al mismo tiempo  una lucha del proletariado consigo mismo, con los efectos destructores y  humillantes del sistema capitalista en su consciencia de clase. [...] El  proletariado no puede ahorrarse ninguna autocrítica, pues solo la verdad puede  aportarle la victoria: la autocrítica ha de ser, por lo tanto, su elemento  vital. (Lukács, 1984, p. 166)  También Gramsci, en su valoración de la  función crítica y transformadora del pensamiento, afirmará:  Una filosofía de la praxis no puede dejar de  presentarse inicialmente como una actitud polémica y crítica, como superación  del modo de pensar precedente y del pensamiento concreto existente (o del mundo  cultural existente). Es decir, debe presentarse ante todo como crítica del  «sentido común» (Gramsci, 1972, p. 21).  Pero nuevamente es la influencia de Erich  Fromm la que parece ser determinante en Freire. Aquel define la enajenación, en  términos psicológicos, como la incorporación de unas creencias ajenas operantes  en nosotros, que simulan ser propias y favorecer al sujeto oprimido, que, así,  vive engañado. La ideología sería la lógica del opresor que se incorpora al  pensamiento del oprimido, aun más, la lógica de una estructura producida por  una civilización creada por el hombre contra sí mismo y que oculta su  enajenación. Así define Fromm el concepto de «enajenación»:  Entendemos por enajenación un modo de  experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría  decirse que ha sido enajenado de sí mismo. No se siente a sí mismo como centro  de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las  consecuencias de ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y  a los cuales quizás hasta adora. La persona enajenada no tiene contacto consigo  misma, lo mismo que no lo tiene con ninguna otra persona. Él, como todos los  demás, se siente como se sienten las cosas, con los sentidos y con el sentido  común, pero al mismo tiempo sin relacionarse productivamente consigo mismo y  con el mundo exterior (Fromm, 1992, p. 105).  En el freudomarxismo y la primera Escuela de  Frankfurt resulta vital la toma de conciencia de esta enajenación que supone el  haber interiorizado una lógica ajena que opera contra nuestros propios  intereses, o sea, de manera ideológica. Por eso, es precisamente a través de la  toma de conciencia de la función legitimadora de las creencias y concepciones  del mundo que nos conforman, como apunta Marcuse, que habría de comenzarse el  proceso de liberación:  Toda liberación depende de la toma de  conciencia de la servidumbre, y el surgimiento de esta conciencia se ve  estorbado siempre por el predominio de necesidades y satisfacciones que, en  grado sumo, se han convertido en propias del individuo (Marcuse, 1998, p. 37).  Y, por supuesto, la Teoría Crítica del  primer Horkheimer se plantea en una dirección muy semejante (Estrada, 1990, pp.  27-28).  En relación con la educación, la verticalidad propia de toda educación bancaria, a la que me referí en líneas anteriores,  llegaría a convertirse en una forma de ser, en una personalidad. Esto es lo que  Erich Fromm denomina «carácter social»: el tipo de personalidad que una  sociedad concreta fomenta y requiere que adoptemos, para perpetuarse a sí misma  (Fromm, 1992, pp. 71-90). Según esto, lo ideológico nos constituiría  hondamente, en los basamentos de nuestra identidad.  En consecuencia, en la medida en que, víctima  de su enajenación ideológica, el oprimido generalmente no es consciente de su  opresión, un primer paso en la pedagogía de la liberación es la concientización, por la que el sujeto oprimido retoma las riendas de la realidad,  percatándose del grado en que su propia persona había dejado de pertenecerle.  Así, afirma nuestro pedagogo que:  El gran problema radica en cómo podrán los  oprimidos, como seres duales, inauténticos, que «alojan» al opresor en sí,  participar de la elaboración, de la pedagogía para su liberación. Solo en la  medida en que se descubran «alojando» al opresor podrán contribuir a la  construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual  ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La  pedagogía del oprimido, que no puede ser elaborada por los opresores, es un  instrumento para este descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos  y el de los opresores por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización  (Freire, 1992, p. 41).  En cualquier caso, esta concientización  supone asumir la propia circunstancia partiendo de la realidad que envuelve al  oprimido. Esto es lo que, en las líneas que siguen, voy a exponer.  4.       La  situación límite como punto de partida de la pedagogía Freire hace partir toda educación que se  pretenda liberadora de la propia realidad vital del oprimido. Insiste en que  para tender a una vida mejor hay que situarse en el punto de vista y la  realidad del oprimido. Dicho en otras palabras, su pedagogía trata de ubicarse  en la situación límite como punto de partida para la posterior  concientización y comprensión crítica de la realidad a que me he referido en el  parágrafo anterior. Esta idea es expresada con claridad por el propio pedagogo,  cuando se interroga directamente:  ¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará  preparado para entender el significado terrible de una sociedad opresora  (Freire, 1992, p. 40).  Pues bien, a la hora de enfocar este tema  Freire se muestra deudor de sus lecturas e influencias existencialistas y  personalistas. En primer lugar, nos referiremos al filósofo existencialista  alemán Jaspers, que él cita asiduamente en sus obras principales (v. g. Freire,  1989, p. 104). Freire se inspira en la noción de situación límite de este, pero  le da un nuevo sentido, según expresa Dussel (Dussel, 2002, p. 432).  Cuando Jaspers nombra «situaciones límite» se  refiere a:  Situaciones tales como las de que estoy  siempre en situación, que no pueda vivir sin lucha y sin sufrimiento, que yo  asumo inevitablemente la culpa, que tengo que morir, [...]. Estas situaciones no  cambian, salvo solamente en su modo de manifestarse; referidas a nuestra  existencia empírica, presentan el carácter de ser definitivas, últimas. Son opacas  a la mirada; en nuestra existencia empírica ya no vemos nada más tras  ellas. Son a manera de un muro con el que tropezamos y ante el que fracasamos.  No podemos cambiarlas, sino tan solo esclarecerlas, sin poder explicarlas ni  deducirlas partiendo de otra cosa. (Jaspers, 1958b, pp. 66-67)  No son algo abarcable para la ciencia y los  saberes explicativos, pero su importancia es tal que, en palabras de Jaspers:  Llegamos a ser nosotros mismos entrando en  las situaciones límites con los ojos bien abiertos (Jaspers, 1958b, p. 67).  Porque en ellas realizamos una especie de  salto:  Desde la existencia empírica a la  «existencia», a la que estaba encerrada germinalmente, a lo que se  esclarece a sí mismo como posibilidad, a lo real (Jaspers, 1958b, p.  70).  Es decir, por las situaciones límite intuimos  un más allá del límite que señalan, fuera de la existencia empírica.  Pero lo crucial de dichas situaciones es que solo en ellas nos encontramos a nosotros  mismos como existentes:  Experimentar las situaciones límite y  «existir» son una misma cosa (Jaspers, 1958b, p. 67).  Nos revelan nuestra existencia y nos  conocemos en ellas.  La situación límite del oprimido es, para  Freire, un punto de partida material, económico y político de unas  connotaciones algo diferentes a las que parece referirse el filósofo alemán con  su noción de «situación límite». Es algo producido por el hombre y que apunta a  su propia superación en la historia, en la forma de una humanización de la  historia. Apunta a la utopía superadora, como las situaciones límites en  Jaspers apuntaban a una existencia más completa. Por eso, la educación  liberadora parte de la realidad en la que se encuentra el educando oprimido.  Como el pedagogo de Recife dice:  Será a partir de la situación presente,  existencial y concreta, reflejando el conjunto de aspiraciones del pueblo, que  podremos organizar el contenido programático de la educación y acrecentaremos  la acción revolucionaria (Freire, 1992, p. 115).  Esta realidad del oprimido son las  estructuras de dominación que lo constituyen como oprimido. Como es sabido, en  su práctica pedagógica Freire se situó en la máxima negatividad posible, la del  oprimido que busca su educación, que con su silencio apunta al escándalo de su  mala-educación (de su educación como excluido) y a la necesidad de su  superación. En este sentido, el educando oprimido en el límite, para Freire, es  sobre todo el adulto analfabeto y pobre (Dussel, 2002, p. 433).  Hay que resaltar que la aspiración de Freire  es llegar a un encuentro del ser humano consigo mismo, a partir de la referida  situación límite de los analfabetos. La liberación del oprimido es la  liberación de todos los hombres. Certeramente, lo afirma:  La pedagogía del oprimido, que busca la  restauración de la intersubjetividad, aparece como la pedagogía del hombre  (Freire, 1992, p. 52).  En este sentido, su pedagogía apunta a la  situación en que todos los seres humanos puedan hablar y, sobre todo,  escucharse. Desembocamos, por tanto, en el diálogo como característica  específicamente humana y humanizante. En Freire, la utopía es,  fundamentalmente, diálogo. Esto es así, también, para algunos autores  contemporáneos que, como Jaspers, se mueven en la órbita existencialista y  personalista. A continuación, desarrollo este punto.  5.       El  diálogo como utopía:  alteridad y apertura en el ser humano  Jaspers resulta enormemente afín al  pensamiento de Freire. No solo por la concepción de la sabiduría que se abre en  la situación límite, sino en la medida en que para el filósofo alemán la  relación de comunicación existencial resulta crucial en la felicidad del hombre  y su realización (Jaspers, 1958a, pp. 449-521). Será este filósofo, y otros que  voy a tratar en las líneas que siguen, quienes enfatizan el aspecto relacional  que nos constituye y que convierte la educación dialógica que propuso y  practicó Freire en la única posible, en la auténticamente humana. Esta  necesaria comunicación entre los hombres, su mutua influencia e interacción, es  fundada por Jaspers a partir del hecho de que:  Yo no puedo llegar a ser yo mismo si el otro  no lo es, yo no puedo estar cierto de mí si no estoy también cierto del otro  (Jaspers, 1958a, p. 458).  El filósofo existencialista, con su habitual  laconismo, desarrolla en una de sus obras principales la idea de que uno no  llega a ser uno mismo si no es a través de la comunicación (existencial) con un  tú libre.  Se precisa un tipo de relación horizontal  para que los hombres, al comunicarse, se expresen y crezcan. Bien es cierto que  Jaspers restringe esto a la comunicación entre amigos en lo que él denomina  «comunicación existencial». En esta, el sujeto es consciente de la importancia  de la comunicación para el autodesarrollo:  La conciencia de ser un factor decisivo para  sí mismo y para el otro empuja a estar en la disposición más extrema para la  comunicación (Jaspers, 1958a, p. 458).  Tanto que:  Toda pérdida y fallo en la comunicación es  propiamente una pérdida del ser (Jaspers, 1958a, p. 459).  Según sus propias palabras:  En la comunicación, por virtud de la cual yo  me sé captado a mi vez, el otro es solamente este otro: su singularidad es el modo en que se manifiesta la sustancialidad de este ser (Jaspers, 1958a,  p. 459).  La otra persona es sujeto irrepetible y  singular. Es en esta comunicación directa y profunda en la que el sí mismo, por  emplear la expresión jasperiana, se conoce y se re-crea. En ella se da  una creación mutua en la que los sujetos participantes se van implicando. En  este juego, y solo en él, el sujeto llega a conocerse. Por eso, tiene sentido  la tesis de que el propio autodesarrollo requiere de la libertad y el libre  desarrollo del otro. En cualquier caso, Jaspers no ignora los límites y  dificultades de la comunicación existencial (Jaspers, 1958a, pp. 459-461), pero  insiste en la importancia vital para el propio individuo de que se encuentren  modos de llevarla a cabo.  La interacción humana, al menos la que  Jaspers denomina «existencial», nunca es un desarrollo solitario de un yo  innato, sino una re-creación del yo en la comunicación mutua. Del otro parte la  construcción de uno mismo. Esta importancia radical de la alteridad, de lo que  podemos denominar cualidad relacional del hombre, aparece con mayor fuerza en  los filósofos Martin Buber y Gabriel Marcel. Si nos detenemos en la obra Ser  y tener de Marcel (Marcel, 2003), nos encontramos que en ella aparece  varias veces resaltada esta necesidad para la persona de crearse con los demás.  En los trabajos de este pensador existencialista la idea de «encarnación», de  «existencia encarnada», nos remite a esta cualidad humana de ser afectados.  Porque si somos seres encarnados, somos en un cuerpo que es afectado por el  mundo, en situación. Esta situación envuelve cada faceta del yo. El  propio cuerpo es un centro rodeado y abrazado por la realidad, permeable al  mundo, presto a ser contagiado por este. Vivir, en este sentido, supone estar  abierto a una realidad con la cual entro en una especie de comunicación. No  existimos en el solipsismo sino en la comunicación, en la apertura al otro.  Así, afirma el filósofo francés:  Romper, en consecuencia, de una vez por todas  con las metáforas que representan a la conciencia como un círculo luminoso  alrededor del cual no habría para ella sino tinieblas. Es al contrario, es la  sombra quien ocupa el centro (Marcel, 2003, p. 15).  Y esa luz periférica brilla con su mayor  intensidad en la persona del otro. Un otro no cosificado, no convertido en  objeto. Siempre que sea así, que nuestra relación no sea una relación con una  cosa, el otro ser humano nos afectará profundamente. En esto coinciden Marcel y  Buber. El prójimo se constituye, más allá de un mero objeto, en un complemento  de mi personalidad, en el necesario túque me interpela (Buber, 1998).  Destacan ambos pensadores por su estrecha  relación con las ideas freirianas respecto a la «dialogicidad» esencial del  hombre. Así, Freire afirmará que:  Esta transitividad de la conciencia hace  permeable al hombre. Lo lleva a vencer su falta de compromiso con la  existencia, característica de la conciencia intransitiva, y lo compromete casi  totalmente. Es por eso por lo que existir es un concepto dinámico, implica un  diálogo eterno del hombre con el hombre; del hombre con el mundo; del hombre  con su Creador (Freire, 1989, p. 53).  Porque el yo está ligado a la existencia de  los otros y por ellos existe. Así también lo expresa Marcel:  No solo tenemos el derecho de afirmar que los  otros existen, sino que estaría dispuesto a sostener que la existencia no puede  ser atribuida más que a los otros en tanto que otros, y que no puedo pensarme a  mí mismo como existente, sino en tanto que me concibo como no siendo los otros;  por consiguiente, como otro que ellos (Marcel, 2003, p. 97).  Como en Buber, en Marcel resulta fundamental  la idea de que lo que me hace ser un yo singular es la presencia del tú, sin cuyo influjo ni siquiera puedo estar presente a mí mismo como conciencia  personal.  Pero sobre todo, como cima de este  pensamiento acerca de la otredad, se sitúa el filósofo Lévinas, quien se  refiere a la ética como una relación básica (y fundacional) con lo ajeno, con  lo otro que no somos pero a lo que debemos el propio ser. Para Lévinas, en  efecto, la ética precede a toda sabiduría y entronca con profundidades muy por  debajo de los discursos y las elaboraciones racionales. En este sentido, los  profesores Mèlich y Bárcena apuntan a una educación que se haga cargo del otro,  que lo acoja y tenga en cuenta su rostro. Y un necesario camino en este proceso  pasa por la asunción de que:  El otro, es decir, la memoria de la víctima, sabe  lo que el vencedor ha olvidado: que el presente no es solo el efecto de la  acción del vencedor sino también que está construido sobre los cadáveres de las  víctimas (Mèlich y Bárcena, 1999, p. 478).  Es decir, el reconocimiento del rostro del  otro requiere el reconocimiento del sufrimiento en la historia humana. En este  sentido:  Auschwitz nos enseña que nada puede ser ajeno  a un posicionamiento ético. Un posicionamiento ético significa tomarse en serio  al otro, es decir, poner al otro como punto de partida. El dolor del otro, del  que no tiene poder, del que no tiene palabra, es también mi dolor, un dolor que  es constitutivo de mi subjetividad humana (Mèlich, 2004, p. 131).  En cierta obra, también el profesor Reyes  Mate se refiere a la memoria de ese otro silenciado, como el lodazal de  invisible sufrimiento donde se hunden los cimientos de la civilización (Reyes  Mate, 2003).  Para Freire, también, el hombre se realiza y  se encuentra a sí mismo como ser en relación con un otro desbordante. La  necesaria presencia del otro frente a una radical soledad fundamenta el énfasis  de la pedagogía freiriana puesto en una suerte de diálogo horizontal cuyo  aspecto principal es la escucha activa. Es solo así que la persona puede salir  de sí y mejorar su existencia, más allá de las meras necesidades empíricas  básicas, perfeccionándose. Y esta transitividad, como apertura a la relación y  realización de la misma, es lo normal en el ser humano, lo que se adecua a sus  necesidades y naturaleza profunda.  El diálogo como encuentro de los hombres para  la «pronunciación» del mundo es una condición fundamental para su verdadera  humanización (Freire, 1992, p. 178).  Solo desde el diálogo puede el ser humano, y  la persona concreta, ir conociéndose como ser en permanente reconstrucción en un  mundo también en continua reelaboración.  Todo esto remite a una fundamental apertura  del hombre y la historia, cuestión que también aparece considerada de manera  especial por el personalismo cristiano de Mounier. Hay una gran afinidad entre  Mounier y la pedagogía freiriana. Para Freire, educar también consistiría en  mostrar implícitamente que no existen planes a priori, que solo las elecciones  personales del educando constituirán su futuro. Así, la función de los  educadores sería acercar su libertad al educando y mostrársela. Dicho de otro  modo, el educador educaría para cierta responsabilidad (y desde cierta  responsabilidad hacia el otro, añadiría Lévinas). En términos semejantes define  Sartre la función pedagógica del existencialismo:  [...] el primer paso del existencialismo es  poner a todo hombre en posesión de lo que es y hacer descansar sobre él la  responsabilidad total de su existencia (Sartre, 1996, p. 22).  El existencialismo sartreano también destaca  esta apertura del hombre, y de él puede desprenderse la necesidad de una  humildad que consiste en saber que no hay escrito un destino, ni glorioso, ni  miserable. El educador, desde esta perspectiva, debería partir de la  profundización en el momento presente. De hecho, partir de la realidad del  educando es la única forma de impedir una relación violenta, de no violentarlo  y, por tanto, de no bancarizar la educación.  La libertad y el compromiso vertebran, pues,  toda acción educativa. Estos son los ejes de la educación personalista que  propugna Mounier (Mounier, 2002, pp. 437-444). El personalismo cristiano  sintetiza, como hemos dicho, gran parte del enfoque y los planteamientos que  cimentan la pedagogía de la liberación freiriana. De manera reveladora, Mounier  afirma:  La educación no mira esencialmente ni al  ciudadano, ni al profesional, ni al personaje social. No tiene como función  rectora hacer unos ciudadanos conscientes, unos buenos patriotas o pequeños  fascistas, o pequeños comunistas o pequeños mundanos. Tiene como misión  despertar personas capaces de vivir y de comprometerse como personas (Mounier,  2002, p. 437).  La concepción antropológica de una persona  esencialmente libre, comprometida con unos valores y abierta al otro  caracteriza la visión de este autor. Para él, la continua transformación de lo  humano resulta el rasgo vital y definitorio de la existencia. Una visión  dinámica frente a la visión estática que caracteriza a las concepciones que  Freire denomina «bancarias».  La persona realizada por su relación con el  mundo y con los demás seres humanos, por una parte, y la apertura e  indeterminación de su destino, por otra, parecen el punto «final» de la  pedagogía de la liberación que desarrolla Paulo Freire. Aunque el diálogo,  además de punto final, es el medio continuamente presente en la pedagogía, si  esta pretende ser liberadora, o sea, si pretende generar un cauce de expresión  y elaboración humana de la realidad. Como ya expresé anteriormente, el fin  siempre está presente en los medios. Citando de nuevo al filósofo  latinoamericano Enrique Dussel, deseo señalar en este sentido que la pedagogía  de Freire:  [...] es una pedagogía planetaria que se  propone el surgimiento de una conciencia ético-crítica. Su acción educadora  tiende, entonces, no solo a un mejoramiento cognitivo, aun de las víctimas  sociales, o afectivo pulsional, sino a la producción de una conciencia  ético-crítica que se origina en las mismas víctimas por ser los sujetos  históricos privilegiados de su propia liberación. El acto pedagógico crítico se  ejerce en el sujeto mismo y en su praxis de transformación: la liberación así  es el «lugar» y el «propósito» de esta pedagogía (Dussel, 2002, p. 439).  6.       Conclusión Para finalizar, solo quiero expresar una  escueta reflexión: he señalado que la pedagogía del oprimido de Paulo Freire  supone una síntesis de importantes corrientes filosóficas del siglo xx aplicadas al quehacer educativo;  pero, sobre todo, deseo destacar que, si bien es cierto que la pedagogía del  oprimido encaja, lógicamente, con la realidad del Tercer Mundo y en ella  encuentra su eco y razón de ser, creo que, si el Tercer Mundo es un producto  del primero y ambos mundos se relacionan como dos caras de una misma moneda,  Freire tiene pleno sentido universal. Espero haber mostrado lo suficiente este  punto. El pedagogo brasileño nos enseña que en el hecho de tomar en cuenta al  otro nos va la propia vida. Sin duda, la utopía de los seres humanos  colaborando, conversando y, sobre todo, escuchándose, está llena de sentido y  vigencia.  Bibliografía Barrio,  José Luís (2005): «La transformación educativa y social en las comunidades de  aprendizaje», en Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, n.º 17. Salamanca: Universidad de Salamanca, pp. 129-156.  Blanco,  Rogelio (1982): La pedagogía de Paulo Freire. Ideología y método de  la educación liberadora. Madrid: Zero-Zyx.  Buber,  Martin (1998): Yo y tú. Madrid: Caparrós.  Cruz,  María del Carmen (2004): «Orígenes de la educación popular en Chalatenango: una  innovación educativa (Parte I)», en Estudios Centroamericanos (eca), n.º 671, año lix, septiembre. San Salvador: Ediciones  Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (uca),  pp. 897-925.  Dussel,  Enrique (2002): Ética de la liberación en la edad de la globalización y de  la exclusión. Madrid: Trotta.  Estrada,  Juan Antonio (1990): La teoría crítica de Max Horkheimer. 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              de Ciencias de la 
            Educación, Universidad de Granada (España). 1 Las influencias intelectuales de Freire aparecen enumeradas,
              por ejemplo, por Rogelio Blanco (Blanco, 1982: 17-19) y Enrique
              Dussel (Dussel, 2002, p. 439). El propio pedagogo, en alguna ocasión, enumera los autores y lecturas que realizó y que le
              influyeron (V. g. Freire, 2002, p. 17). Pero como él mismo resaltó, a menudo las principales
              fuentes que fueron inspirando su pedagogía no fueron otras que las situaciones existenciales
              y vitales que le tocó en suerte vivir; en definitiva, su vida, sus amigos, sus conversaciones.
              Así queda claro, por ejemplo, a lo largo de su libro Pedagogía de la esperanza (Freire, 2002)
              lo que es enormemente coherente con su pedagogía, pues en ella no hay una separación
              entre la vida y la teoría. Nuestro pedagogo elaboró su pensamiento, en primer lugar, en su
              interacción con otras personas. Acerca de la contribución de Freire al esclarecimiento de
              la naturaleza de la teoría y la práctica afirma Giroux que en él «la teoría debe contemplarse
              como la producción de formas de discurso que surgen a partir de diversas situaciones
            sociales específicas» (Giroux, 1997, p. 169). |