| Educcción 2021: para una historia  del futuro António Nóvoa ** Rector de la Universidad de Lisboa, Portugal.   El tiempo, como el mundo, tiene dos  hemisferios:uno superior y visible, que es el pasado, otro inferior
 e  invisible, 
            que es el futuro. En medio de uno y otro
 hemisferio están los  horizontes del tiempo,
 que son estos instantes del presente en el que vivimos,
 donde el pasado termina y empieza el futuro.
 Padre António Vieira, História  do futuro, 17181.
  Síntesis: Pensar en el futuro es un ejercicio  arriesgado y muchas veces fútil, pero, sin embargo, es difícil resistir a la  tentación de imaginar lo que está por llegar, intentando, de ese modo, alcanzar  un destino que tantas veces se nos escapa. Como escribe Pierre Furter –a quien  este ensayo está dedicado2–  el horizonte no existe para llevarnos de vuelta a nuestro origen, sino para que  podamos medir toda la distancia que aún nos queda por recorrer. El homo  viator construye su casa apenas para el tiempo que precisa, pues caminando  es como encuentra y descubre el sentido de su propia acción (Furter, 1966, p.  26).Necesitamos altura de miras, un  pensamiento que no se cierre en las fronteras de lo inmediato o en la ilusión  de un futuro perfecto. A la manera de Reinhart Koselleck (1990), me interesa  comprender de qué modo el pasado está inscrito en nuestra experiencia y cómo el  futuro se vislumbra ya en la historia presente.
 Este texto está organizado a  partir de una lógica pasado-futuro. Señalo, simbólicamente, tres momentos que  definen otros tantos de transición: 1870, 1920 y 1970. Procuraré contextualizar  históricamente cada uno de esos momentos y explicar de qué modo las cuestiones  que en ellos se plantean abren camino, dentro de los sistemas educativos, a  evoluciones contradictorias que llegan hasta nuestros días.
 En la última parte, el tiempo  futuro, intentaré esbozar una síntesis de estas evoluciones, definiendo mis  propias opciones sobre el escenario más deseable para la educación 2021.
 Palabras clave: aprendizaje;  educación del futuro; educación permanente; espacio público de educación;  modelo escolar; pedagogía moderna.
 Síntese: Pensar o futuro é um exercício arriscado  e, muitas vezes, fútil. Mas, apesar dos avisos, não resistimos à tentação de  imaginar o que nos irá acontecer, procurando, assim, agarrar um destino que  tantas vezes nos escapa. Como escreve Pierre Furter – a quem este ensaio é  dedicado3 – o horizonte não existe para nos trazer de  volta à origem, mas para nos permitir medir toda a distância que temos a  percorrer. O homo viator constrói uma casa apenas para o tempo  necessário, pois é caminhando que ele se encontra e descobre o sentido da sua  acção (Furter, 1966, p. 26).
 Precisamos de vistas largas, de um pensamento que não se feche nem nas  fronteiras do imediato, nem na ilusão de um futuro mais-que-perfeito. À maneira  de Reinhart Koselleck (1990), interessa-me compreender de que modo o passado  está inscrito na nossa experiência actual e de que modo o futuro se insinua já  na história presente.
 O texto está organizado numa lógica passado-futuro. Assinalo,  simbolicamente, três datas que definem momentos de transição: 1870, 1920 e  1970. Procurarei contextualizar historicamente cada um destes momentos e  explicar de que modo as questões que eles suscitam abrem, hoje, para evoluções  contraditórias dos sistemas educativos.
 Na última parte, um tempo futuro, buscarei uma síntese destas evoluções,  definindo as minhas próprias opções quanto ao cenário mais desejável para a  Educação 2021.
 Palavras-chave: aprendizagem; educação do futuro; educação permanente;  espaço público de educação; modelo escolar; pedagogia moderna.
 Abstract: To think about the future is a risky and  many times futile endeavor. However, we give in to the temptation of imagining  what is going to happen. And in that way, we try to seize the ever escaping  fate. Like Pierre Furter –to whom this essay is dedicated4–   has written: the horizon does not exist in order to take us back to the  starting point, but so we can ponder the distance that is still left. The homo  viator builds his house just for the time that is needed, because when he  walks he finds and discovers the meaning of his own actions (Furter, 1966, p.  26).
 We need broad mindsets, encouraged by thoughts that are not limited by  the borders of the immediate present, nor by the illusions of a future perfect.  Just like Reinhart Koselleck (1990), I’m interested in understanding how the  past is engraved in our experience, and how the future is insinuated in present  history.
 This text is structured around the future-present logics. I point out,  symbolically, three moments that constitute moments of transition: 1870, 1920 y  1970. I have tried to contextualize each of them historically, and to explain  how the issues established open up to contradictory evolutions of the educative  systems.
 In the last part, the future, I suggest a synthesis of these evolutions  and I define my own options regarding the most desirable scenario for 2021  education.
 Key words: learning; education of the future; continuing studies;  educative public space; school model; modern pedagogy.
  1.      Primer tiempo histórico
              1870 - Consolidación y difusión del modelo escolar Tomemos  1870 como marco simbólico. En este período, y  un poco por todas partes, se asiste a la consolidación del modelo escolar, es  decir, de una forma de concebir y organizar la educación que, en lo esencial,  ha llegado hasta nuestros días. No entraré a explicar un «objeto» que es  conocido por todos, pero sí es importante destacar su permanencia y el modo  como resistió a los avatares del siglo xx.  David Tyack creó una expresión perfecta: The one best system. El modelo  escolar se impuso como «el mejor y único sistema», es decir, como la única  forma concebible e imaginable de asegurar la educación de los niños.  A finales del siglo xix, este modelo se extiende al conjunto  de la infancia a través de la escolarización obligatoria, que se constituye  como una institución central en la consolidación de los estados-nación. La  difusión mundial de este modelo y, en cierto sentido, su universalización,  confirman la centralidad que este adquiere en las sociedades contemporáneas.  La acción llevada a cabo por  estadistas y educadores, médicos y profesores, arquitectos y pedagogos, entre  tantos otros, ha contribuido a dar forma a un modelo preocupado por asegurar la  afirmación de la identidad nacional y la preparación para la nueva sociedad  industrial en espacios que preserven la salud de los niños y les permita  progresar de forma sistemática en el aprendizaje escolar.  La adquisición de un estatuto  profesional por parte de los profesores es un elemento central en este proceso.  Serán formados en escuelas de magisterio, anteriormente llamadas «escuelas  normales», designación que revela claramente la lógica homogeneizadora que  prevalece en la edificación de los grandes sistemas públicos de enseñanza.  La expansión de la escolaridad  «de masas» (mass schooling) es uno de los grandes acontecimientos que va  a transformar las sociedades a lo largo del siglo xx. Al ganar la lucha secular contra el trabajo de niños y  jóvenes, la escuela define nuevas formas de organización de la vida familiar y  social. Es imposible pensar en el siglo xx  sin pensar en la escuela del siglo xx.  1.1    Desde el pasado hasta el futuro  Hoy día el sistema de enseñanza,  público y homogéneo, está puesto en entredicho por corrientes y tendencias que  lo consideran obsoleto e incapaz de renovarse. Las críticas parten desde los  frentes más diversos y se alimentan de un sentimiento de «crisis».  Es posible identificar, al menos,  tres espacios de evolución en los sistemas de enseñanza que, aunque diferentes,  son portadores de visiones semejantes sobre la educación. No se trata de  hipótesis futuristas, pues están muy presentes en la realidad cotidiana de  nuestros días.  El primer escenario apunta hacia  el regreso de formas de educación familiar. A partir de argumentos que van desde  la responsabilidad educativa primordial de los padres, hasta la necesidad de  preservar los valores de una determinada comunidad local, se elaboran  propuestas que ponen en tela de juicio la dimensión pública de la educación. La  idea de que cada familia o comunidad debe tener su propia escuela, reservada a  los suyos y protegida de los otros, se sitúa en las antípodas de un  proyecto de escuela pública que garantice la presencia de todos y la  construcción de una identidad compartida. Una de las formas más evidentes de  este escenario es la expansión de la «educación en casa» (homeschooling),  que se va desarrollando a través de redes familiares, culturales y religiosas,  soportada sobre el acceso a las nuevas tecnologías.  El segundo escenario se basa  también en una definición de la educación como un «bien privado», insistiendo  sobre todo en las ventajas de las leyes de mercado en la educación y en la  promoción de una dinámica competitiva entre las escuelas. Desde el extremo de  esta perspectiva, el Estado debería abstenerse de intervenir en el mercado de  los servicios educativos, limitándose apenas: por un lado, a crear y divulgar  indicadores de calidad de las escuelas que permita a cada familia elegir con  criterio el mejor centro para sus hijos; y, por otro, a financiar de modo  suplementario a los menos favorecidos, por ejemplo a través del cheque escolar5, a fin de  asegurar cierta equidad en el acceso a la educación.  El tercer escenario se basa en la  importancia de las nuevas tecnologías, de las que resultan formas totalmente  distintas de enseñanza que hacen desnecesarias las escuelas tradicionales y  promueven una enseñanza individualizada. La educación puede ocurrir en  cualquier lugar y a cualquier hora, teniendo como referencia profesores reales  o virtuales. Autores diversos señalan la tecnología como la clave para la  educación del futuro: «Las escuelas, tal como las conocemos hoy, dejarán de  existir. En su lugar habrá centros de aprendizaje que funcionarán siete días  por semana, 24 horas al día. Los estudiantes tendrán acceso a los profesores,  pero a distancia. Las clases pasarán a estar dentro de sus ordenadores». Frases  de este tipo se oyen todos los días. Se trata de un futuro que los enormes  avances en la producción de «herramientas» interactivas de aprendizaje colocan  cada vez más al alcance de la mano.  Estos tres escenarios son viables  y hay señales claras de su emergencia en los últimos años. Intentan combatir la  excesiva intervención del Estado en la educación y superar las limitaciones del  modelo escolar y de una organización homogeneizada de los sistemas de  enseñanza. Personalmente, temo que lleguen a acentuar todavía más las  desigualdades escolares y sociales, al promover formas de «tribalización» de la  escuela y de la sociedad.  Por todo ello,  en la última parte del texto argumentaré a favor de un escenario que valore la  dimensión pública de la educación que vaya asumiendo, no obstante, una  diversidad cada vez mayor de formas organizativas, curriculares y pedagógicas  que rompan con un sistema excesivamente burocratizado.  2.      Segundo tiempo histórico 1920
              - Escuela nueva y pegadogía moderna En 1920 se publica el  libro-manifiesto de la «escuela nueva» o «escuela activa», Transformemos la  escuela, de Adolphe Ferrière. Se trata de un hito simbólico de la modernidad  escolar y pedagógica. Entre 1870 y 1920 se asiste a un avance sin precedentes  en el desarrollo de las ideas pedagógicas, que recurren a los más variados  conocimientos (psicológicos, sociológicos, médicos, filosóficos, etc.) en los  ámbitos de los estudios sobre la infancia y de la producción de una «ciencia de  la educación».  Es difícil resumir en un solo  párrafo las tesis de la escuela nueva. Con todo, no estaremos muy lejos de una  definición si mencionamos cuatro principios básicos: educación integral, autonomía  de los educandos, métodos activos y diferenciación pedagógica. A estos  principios habría que añadir la referencia de Edouard Claparède a la revolución  copernicana, que pone al niño como elemento central con el fin de garantizar  una educación a su medida6.  La pedagogía moderna elabora y  difunde socialmente modos de concebir la educación que se convertirán en  dominantes en la sociedad del siglo xx.  Todos, dentro y fuera de la escuela, somos herederos de esas: 
                «[...] teorías modernas de la educación que  vienen del centro de Europa y que consisten en una mezcla sorprendente de cosas  sensatas y de disparates, y que contribuirán a revolucionar de arriba a abajo  el sistema de enseñanza tras la bandera del progreso de la educación» (Arendt,  1972, p. 229).  El comentario de Hannah Arendt es  quizá demasiado severo, pero no por ello deja de retratar bien esa especie de  amalgama que se conoce como escuela nueva o escuela activa. El concepto de  «educación integral» es el que mejor simboliza este movimiento y sus  desmesuradas ambiciones: la escuela debe encargarse de la formación del niño en  todas las dimensiones de su vida. Al asumir este programa imposible y creer que  lo podría cumplir, la escuela amplió sus propósitos a lo largo del siglo xx y se metió en tal berenjenal que  perdió la noción de sus prioridades.  La realidad de las últimas  décadas confirma los peligros de una «escuela sobrecargada». Es cierto que ha  habido conquistas importantes, sobre todo en el plano social –la escuela  compensa la ausencia de la sociedad y de la familia, contribuyendo a una mejor  integración de niños y jóvenes–, pero cuando todo y cualquier cosa es esencial,  resulta imposible concretar unos planes medianamente racionales e inteligentes.  La escuela se ha desviado muchas veces de las tareas de enseñanza y de  aprendizaje para implicarse en tareas sociales.  2.1    Desde el pasado hasta el futuro  En nuestros días, la principal  crítica a la escuela es su incapacidad para promover el aprendizaje y para  responder a los desafíos de la sociedad del conocimiento. Hay quien vaya  todavía más lejos y defina como prioridad para la escuela actual «hacer que  todos los alumnos tengan verdaderamente éxito». La cita está extraída de las  conclusiones de un debate sobre el futuro de la escuela que tuvo lugar en  Francia en el 2003-20047.  En rigor, lo que se nos plantea  es un problema sobre el propio sentido de la escuela. ¿Para qué sirve la  escuela en las sociedades contemporáneas? Las respuestas del pasado ya no  sirven y tenemos dificultades en encontrar nuevas respuestas. Vale la pena  recordar el trabajo realizado por la   ocde sobre la escuela del mañana, en el que  se presentan seis escenarios posibles, agrupados en cuatro tendencias8: 
               Status  quo—     Mantenimiento  de sistemas burocráticos de enseñanza
 Reescolarización.—     La  escuela en el centro de la colectividad.
 —     La  escuela como organización centrada en el aprendizaje.
 Desescolarización—     Expansión  del modelo de mercado.
 —     Redes  de educandos y sociedad en red.
 Crisis—     Éxodo  de profesores y desintegración del sistema.
  En este momento, me interesa  analizar los dos escenarios de la reescolarización, los más estimulantes para  pensar el futuro de la escuela.  El primero de estos escenarios –La  escuela en el centro de la colectividad– insiste en las tendencias a la  sobrecarga de la institución escolar a que ya hemos hecho referencia. Desde  esta perspectiva, la escuela debería orientarse principalmente hacia tareas  sociales de apoyo a los niños y a sus familias, sobre todo en el caso de los  menos favorecidos y, sin dejar de lado la transmisión del saber, debería  ocuparse de un conjunto de funciones sociales y culturales, constituyéndose en  lugar de referencia para las comunidades locales. Al insertarse en una larga  tradición que liga escuela y sociedad, este escenario concede a la escuela un  papel asistencial relevante, para así compensar la incapacidad de las familias  para garantizar las condiciones necesarias para el desarrollo de los niños..  El segundo escenario –La  escuela como organización centrada en el aprendizaje– destaca la  importancia del saber y del aprendizaje en las sociedades del siglo xxi, rechazando la idea de que la  escuela puede cargar con todo, pero identificando, en contrapartida, los  aspectos centrales, específicos y prioritarios del trabajo escolar. El debate  no es nuevo. Hace más de veinte años, Daniel Hameline refería la necesidad de  regresar, con inteligencia, «al lugar específico de la escuela dentro del  conjunto de instancias a través de las cuales una sociedad educa a sus  miembros» (1984/1985, p. 80).  En muchos países aparece un  dualismo cada vez más acentuado: las clases altas invierten en una educación  (privada) que tiene como elemento estructurante el aprendizaje, mientras los  niños de medios más pobres son encaminados hacia escuelas (públicas) cada vez  más propensas a dimensiones sociales y asistenciales. Se trata de una tendencia  indeseable para el futuro.  Por todo ello,  en la última parte del texto, argumentaré a favor de una escuela centrada en el  aprendizaje que invierta la tendencia a sobrecargar la escuela, aunque siendo  consciente de que la defensa de este escenario solo tiene sentido si se  produce, simultáneamente, un refuerzo del espacio público de la educación,  tesis que avanzaré en el punto siguiente.  3.      Tercer tiempo histórico 1970
              - Desescolarización de la sociedad 1870-1920-1970: cien años  después, el modelo escolar es seriamente puesto en entredicho por toda una  serie de movimientos y corrientes que pugnan por la «desescolarización de la  sociedad»9.  La educación permanente es uno de los conceptos clave de este pensamiento  radical que se elaboró durante los años sesenta.  Ya en 1966, Pierre Furter dedica  un capítulo de su libro Educación y vida a esta problemática,  concluyendo del siguiente modo: 
               En resumen, constatamos que la  educación permanente no puede ser reducida ni a una educación «extra-escolar»,  ni «complementaria», ni «prolongada», ni «fundamental», ni tampoco «de  adultos», porque todas estas interpretaciones solo ven una parte del problema.  La educación permanente no es algo que se añada a un determinado sistema. No es  un sector nuevo, una nueva área. Consiste en una nueva perspectiva, que lleva  los educadores a redefinir toda y cualquier educación (1966, p. 136).  Pierre Furter anticipa así los  escritos de Ivan Illich y de toda una generación que realizará una fuerte  crítica a la escuela como institución. El famoso informe de la unesco coordinado por Edgar Faure, Apprendre  à être, publicado en 1972, continúa esta reflexión al intentar abrir la  educación a todas las edades y a todas las dimensiones de la vida. Hay dos  utopías que atraviesan el pensamiento de estos autores: por un lado, la  posibilidad de una «educación desescolarizada», es decir, de una educación  libre de estructuras institucionales y basada en redes informales de  aprendizaje; y, por otro lado, la defensa de una educación que no se limite,  fundamentalmente, a aspectos relacionados con la formación profesional, sino  que incluya también cuestiones ligadas a la sociedad, a la cultura y al  «aprender a ser».  Pronto se descubrió que estas  utopías eran solo ilusiones. Los discursos y las prácticas de la educación  permanente a lo largo de los años setenta y ochenta evolucionaron precisamente  en sentido contrario. En vez de a la desescolarización, se asistió al triunfo  de una «sociedad pedagógica», de una sociedad que estableció una relación  pedagógica con niños, jóvenes y adultos. En vez de una educación abierta a  todas las dimensiones de la vida, se asistió a la redefinición de la educación  permanente como una «educación y formación a lo largo de la vida» fundada sobre  el principio de la «empleabilidad».  3.1    Desde el pasado hasta el futuro  ¿Y ahora qué? Podemos imaginar  tres escenarios que, en cierto sentido, se incluyen en la búsqueda de  alternativas para el modelo escolar y para la forma como este ha ido  evolucionando desde finales del siglo xix.  El primer escenario se basa en la  sustitución de las estructuras escolares tradicionales por la valorización  educativa de un conjunto de espacios e instituciones sociales. La idea de redes  de aprendizaje surge con naturalidad, reelaborada a partir de fugas hacia el  pasado y hacia el futuro. La «fuga hacia el pasado» se revela en el mito de un  pasado sin escuelas, en el cual las personas se educaban en la vida, en sociedad,  aprendiendo de modo informal y convivencial. La «fuga hacia el futuro» se  alimenta, claro está, de una utopía tecnológica, de un dispositivo que permita,  de una vez por todas, poner el aprendizaje y el saber al alcance de todos. El  escenario de las redes se va imponiendo día a día como el más plausible. Desde  el punto de vista social, el permanente descenso de la natalidad, junto a la  mejora de los niveles educativos de la población y al aumento significativo de  la esperanza de vida, liberan un contingente notable de energías personales y  sociales disponible para tareas educativas y culturales. Desde el punto de  vista tecnológico, los sorprendentes avances de Internet («inter»-«red») nos  invitan a no excluir, de antemano, ninguna evolución futura.  El segundo escenario está  presente hoy en día en las políticas educativas de todo el mundo,  particularmente en la   Unión Europea. No se trata de una posibilidad, sino de una  realidad concreta. El concepto de lifelong learning (aprendizaje a lo  largo de la vida) se considera central para la definición de las estrategias  educativas. En contraste con las intenciones de los defensores de la educación  permanente, su operatividad se hace fundamentalmente en el marco de las  políticas de empleo y reconversión profesional. El término «empleabilidad», que  ocupa un lugar central en la famosa Estrategia de Lisboa adoptada por la Unión Europea en el  año 2000, define los esfuerzos educativos a lo largo de la vida, esencialmente,  como la obligación de todos los trabajadores de mantenerse aptos para  desempeñar nuevas tareas profesionales. La educación permanente comenzó siendo  un derecho por el cual lucharon sucesivas generaciones de trabajadores;  luego se transformó en una necesidad dictada por los cambios en el mundo  del trabajo; y ahora se impone como una obligación con vistas a  conseguir un empleo digno. El conjunto de los sistemas escolares, desde la  escuela obligatoria hasta la universidad (véase el Proceso de Bolonia), está  siendo redefinido a la luz de estas perspectivas.               El tercer escenario apunta hacia  la necesidad de redefinir la misión de la escuela de una manera más modesta,  más orientada hacia el aprendizaje. La escuela debe liberarse de su visión  regeneradora o reparadora de la sociedad y asumir que no es más que una entre  las muchas instituciones de la sociedad que promueven la educación. En ese  sentido, se impone pensar de otro modo el espacio público de la educación,  aprovechando las potencialidades culturales y educativas que existen en la  sociedad y descargando responsabilidades entre las entidades públicas y  privadas implicadas.  Por todo ello,  la idea de un nuevo contrato educativo celebrado con la sociedad –y no apenas  con la escuela–, cimentado sobre el refuerzo del espacio público de la  educación, está en el centro del escenario que defenderé en la última parte del  texto.  4       Un tiempo futuro 2021
              - Todavía sin nombre En esta última parte seguiré los  consejos de Pierre Furter (1966) e intentaré introducir en el presente un  esbozo del futuro, para así dar al primero una forma que permita la eclosión  del segundo. Más que una anticipación, probaré a proyectar escenarios del  futuro, aquellos con los que me identifico de entre los muchos posibles. Al  hacerlo estoy trazando caminos y definiendo orientaciones para la acción en el  presente. El año 2021 es un futuro todavía sin nombre, pero suficientemente  cercano como para que podamos inscribir en él, desde ya, nuestras  preocupaciones.  En las páginas anteriores he  avanzado una serie de escenarios, unos más probables que otros. Al final de  cada una de las tres partes he señalado, en cursiva, las evoluciones deseables.  Ahora voy a retomarlas y defenderlas en conjunto, como programas para pensar y  actuar en el campo educativo. 
               1.º Educación pública, escuelas  diferentes.2.º Escuela centrada en el  aprendizaje.
 3.º Espacio público de educación:  un nuevo contrato educativo.
  4.1    Educación pública, escuelas diferentes  En los tiempos actuales, tal vez  aún más que en tiempos pasados, la educación debe definirse como un «bien  público». Las sociedades contemporáneas, fuertemente globalizadas, viven  enormemente aisladas y divididas en el plano social, cultural y religioso, como  si la facilidad de comunicación en todo el planeta hubiese conducido,  paradójicamente, a un déficit en las formas de convivencia.  Las ideologías de la educación  como un «bien privado», algunas particularmente seductoras, contribuyen  inevitablemente a la tribalización de la sociedad. Evidentemente, el día en que  cada grupo social o religioso tenga su propia escuela, fundada en creencias y  valores propios, la acción pedagógica se hará más coherente y armónica, pero  por el camino se habrá perdido una de las principales cualidades de la escuela  pública: la posibilidad de instaurar historias compartidas y culturas de diálogo.  En una reflexión notable, Arwin  Appadurai alerta de los riesgos del diálogo, pero explica que no tenemos otra  alternativa. De ahí que sugiera una estrategia de selectividad con la cual no  nos sintamos obligados «a compartir toda nuestra humanidad en todas las  ocasiones» (2006, p. 37). La escuela es, justamente, una de las instituciones  donde esta participación compartida puede tener lugar de forma prudente y  selectiva, asentando de ese modo una base sólida y evolutiva sobre la que  construir prácticas de vida en común.  No obstante,  la defensa hoy día de una educación pública  pasa por un cambio en los sistemas de enseñanza que permita el desarrollo y  coexistencia de diferentes tipos de escuelas. En vez de la homogeneización que  caracterizó la historia del siglo xx,  ahora se impone una apertura a la diferencia, desde todos los puntos de vista: 
               a)  Libertad en la organización de escuelas diferentes, por ejemplo  con contratos con entidades o asociaciones locales.b)  Libertad en la construcción de diferentes proyectos educativos,  por ejemplo con iniciativas de grupos de profesores o asociaciones pedagógicas.
 c)  Libertad en la definición de trayectorias escolares y  currículos diferenciados, por ejemplo a través de acuerdos con sociedades  científicas o universidades.
  Las entidades públicas deben  poder mantener, evidentemente, su capacidad contractual y de regulación sobre  el sistema de enseñanza pública. La apertura a la diferencia permitirá también  modelos diversos de dirección y gestión de los centros escolares, así como una  mayor responsabilización por parte de las diversas entidades. La innovación y  experimentación, debidamente evaluadas, deberán constituirse como procesos  naturales.  La apertura a la diferencia debe  también traducirse en una mayor libertad de elección de los establecimientos de  enseñanza. Las familias y los alumnos deben poder elegir su centro y,  simultáneamente, participar en la definición de su proyecto educativo. Pero  siempre en el contexto de una dimensión pública. Esto quiere decir que los alumnos  pueden elegir su centro escolar, pero los centros no pueden elegir a sus  alumnos. Dicho de otro modo, los centros no deben utilizar esta libertad para  seleccionar socialmente a sus alumnos, introduciendo así factores de  discriminación y desigualdad en el acceso a los servicios públicos de  educación.  La propuesta que aquí se elabora  retoma la aspiración de Claparède, «una escuela a la medida de cada alumno»,  pero la define más allá de los aspectos meramente pedagógicos –la aplicación de  una pedagogía diferenciada en función de las necesidades de cada alumno–,  proyectándola en el plano de la organización de escuelas diferentes.  4.2    Escuela centrada en el aprendizaje  La defensa de una escuela  centrada en el aprendizaje intenta invertir la sobrecarga de una escuela a la  cual la sociedad va atribuyendo progresivamente todo tipo de misiones. No se  trata de abogar o proponer el regreso a ningún pasado mítico, y mucho menos de  defender programas mínimos como el «leer, escribir y contar» o las tendencias  al back to basics. Estos movimientos, que adquirieron gran importancia  ante la crisis de la escuela y  su  incapacidad para dar respuestas frente a la masificación de la enseñanza, se  basan en la defensa de una enseñanza tradicional y se han revelado enormemente  pobres, tanto teórica como prácticamente. Se trata, en cambio, de abrir nuevas  perspectivas que pongan al aprendizaje, en su sentido más amplio, en el centro  de nuestras preocupaciones.  Sin embargo, quedan dos  cuestiones fundamentales por resolver. En primer lugar, garantizar que todos  los niños adquieran una base común de conocimientos: toda política educativa  debe asumir este objetivo, sin considerar el fracaso como una fatalidad  imposible de combatir. En segundo lugar, promover diferentes programas de escolarización,  adaptados a las inclinaciones y proyectos de cada uno. Es necesario que los  niños y los jóvenes, sobre todo aquellos que vienen de medios desfavorecidos,  reencuentren un sentido para la escuela, pues solamente de ese modo  conseguiremos que «todos los alumnos tengan éxito verdaderamente».  Para que el aprendizaje pueda  tener lugar, la escuela tendrá, sin duda, que cumplir algunas misiones sociales  y asistenciales. Los dramas de la miseria, el hambre y los malos tratos, los  embarazos prematuros o el consumo de drogas, entre tantos otros, hacen inviable  un proyecto educativo coherente. Pero asumir estas tareas, provisionalmente,  por imperativo ético no es lo mismo que definirlas como misiones primordiales  de la escuela, y esto ha sido el mayor error de la escuela sobrecargada.  Una nueva perspectiva del  aprendizaje deberá enriquecerse con los estudios y contribuciones que se vienen  formulando en diversos campos científicos y culturales, pero que en gran parte  no han llegado todavía a las teorías educativas, y mucho menos a las prácticas  escolares: los trabajos recientes en neurociencias sobre la importancia de las  emociones, los sentimientos y la conciencia en el aprendizaje; las investigaciones  que destacan el papel de la memoria y la creatividad; los trabajos en  psicología cognitiva sobre las diferentes formas de inteligencia; las teorías  de la imprevisibilidad sobre el carácter inesperado e incluso «desorganizado»  de muchos aprendizajes y la importancia de atribuirles sentido y significado;  las consecuencias para el aprendizaje de las nuevas tecnologías, de las  distintas formas de navegación virtual y procesamiento de la información;  etcétera.  Pese a que la reflexión anterior  nos llevaría muy lejos y obligaría a iniciar un nuevo texto, lo que sí merece  la pena subrayar es que muchas de estas teorías comparten un sustrato común, el  principio de complejidad, un elemento que entra en contradicción con gran parte  de los presupuestos de la enseñanza tradicional, como que el aprendizaje se  procesa desde lo más simple a lo más complejo, o desde lo más concreto a lo más  abstracto. El aprendizaje no es un proceso lineal y debe ser ponderado  partiendo de una perspectiva multipolar, algo muy diferente de las  simplificaciones que caracterizan tanto a la escuela tradicional como a la  pedagogía moderna.  Promover el aprendizaje es  comprender la importancia de su relación con el saber, es instaurar nuevas  formas de pensar y trabajar en la escuela, es construir un conocimiento que se  inscriba en una trayectoria personal. Hablar de una mirada compleja y  transdisciplinar no es rechazar el papel de las disciplinas tradicionales, sino  asumir que el conocimiento escolar tiene que estar más próximo del conocimiento  científico y de la complejidad que este viene adquiriendo en las últimas  décadas.  Simultáneamente –y este no es un  aspecto menor– es necesario que las escuelas se liberen de las estructuras  físicas en que viven desde finales del siglo xix.  En esa época, hace ya casi 150 años, los edificios escolares fueron ideados con  gran osadía y creatividad, aunando proyectos y conocimientos de profesores,  arquitectos, higienistas, médicos, pedagogos y tantos otros especialistas. Hoy  es necesario movilizar con el mismo vigor nuevas energías para la creación de  ambientes educativos innovadores, espacios de aprendizaje que estén a la altura  de los desafíos de la época contemporánea.  4.3    Espacio público de educación: un nuevo contrato educativo  Las frases «A la escuela lo que  es de la escuela, A la sociedad lo que es de la sociedad» sintetizan bien las  ideas que venimos a presentar aquí. La propuesta anterior –Escuela centrada  en el aprendizaje– solo tiene sentido si la sociedad se responsabiliza  progresivamente de un conjunto de tareas que hasta ahora han sido asumidas por  la escuela. Sería fácil enunciar, en un desorden calculado, algunas de ellas:  la protección del medioambiente, la preservación del patrimonio cultural, el  combate a la droga y a la drogodependencia, la educación para la salud, la  educación sexual, el entrenamiento para situaciones de emergencia, la promoción  de comportamientos saludables, la educación para una buena alimentación, la  educación para el consumo, el combate a los malos tratos y a la violencia  doméstica, la educación para la ciudadanía, la prevención de la delincuencia  juvenil, etcétera.  Sin ignorar el papel de la  escuela en muchas de estas tareas, ¿acaso estas no deberían ser asumidas  primordialmente por otras instancias sociales? ¿No deberíamos responsabilizar  en parte a las familias, pero también a las comunidades locales, las  asociaciones culturales, las entidades laborales, las iglesias, los museos, las  organizaciones científicas, los centros de salud y los espacios artísticos y  deportivos en el cumplimiento de buena parte de estas tareas?  No se trata de regresar al debate  sobre la relación escuela-sociedad, sino de promover la construcción de un  espacio público de educación en el cual la escuela tenga su lugar, aunque este  no sea un lugar hegemónico ni único en la educación de los niños y de los jóvenes.  La propuesta que os hago rompe con la tradición de atribuir a la escuela todas  las misiones y se inspira en las formas de convivialidad sugeridas por Ivan  Illich.  La defensa de un espacio público  de educación solo tiene sentido si este es «deliberativo», según la acepción  que Jürgen Habermas (1989) le ha dado a este concepto. No basta atribuir  responsabilidades a las diversas entidades. Es necesario que estas tengan voz y  capacidad de decisión sobre los asuntos educativos. La puesta en práctica de  esta idea obligará a encontrar formas de organización de los ciudadanos para el  ejercicio de estas tareas, sobre todo a través de los órganos locales de  gobierno.  Desde esta perspectiva, la  propuesta adquiere todo su sentido, abriéndose a la posibilidad de un nuevo  contrato educativo con responsabilidad compartida entre un conjunto de actores  y de instancias sociales, no solamente en manos de educadores profesionales. Si  bien es verdad que la escuela ha cumplido a lo largo del siglo xx un importantísimo trabajo social, no  es menos cierto que hoy resulta esencial evolucionar hacia una mayor  responsabilización de la sociedad.  Muchas zonas del mundo y de  nuestros propios países todavía viven en situaciones de miseria y pobreza,  tanto económica como cultural. Pero, de un modo general, se ha verificado una  enorme evolución en las cualificaciones escolares de los adultos. Durante  muchas décadas hubo un foso generacional: los más jóvenes alcanzaban  formaciones  académicas muy superiores a  las de sus mayores. Ahora, por primera vez, hay generaciones adultas con  formación idéntica a las de las generaciones más jóvenes, lo cual les permite  una intervención educativa más consistente. Paralelamente, ha aumentado la  esperanza y la calidad de vida de las personas mayores, así como su  disponibilidad para tareas sociales y culturales. Las sociedades se han dotado  de instituciones culturales, científicas, deportivas y artísticas como nunca  antes en el pasado. Todas estas transformaciones hacen viable un escenario que  hasta hace poco resultaba utópico.  En sentido contrario, se podrá  argumentar que, a pesar de estas evoluciones, la «sociedad civil» revela  señales de gran fragilidad, sobre todo por la corrosión de algunos lazos y  estructuras tradicionales. Pero este argumento solamente viene a reforzar la  necesidad de reconstruir solidaridades, espacios de convivencia y de vida  social y cultural que tengan como uno de sus puntos centrales la educación de  niños y jóvenes.    *   *  *  *   *  *  *   *  *  Son muchos los futuros posibles,  pero solo uno tendrá lugar, dependiendo de nuestra capacidad para pensar y  actuar. Os dejo algunas contribuciones modestas, basadas en tres propuestas que  podrán orientar programas de trabajo y políticas educativas.  Es necesario abrir los sistemas  de enseñanza a nuevas ideas: en vez de la homogeneidad y la rigidez, la  diferencia y el cambio; en vez de la escuela sobrecargada, una nueva concepción  del aprendizaje; en vez del enajenamiento de la sociedad, el refuerzo del  espacio público de la educación.  Estas propuestas genéricas no se  basan en situaciones concretas ni en casos específicos. Procuran, eso sí,  provocar un debate que va más allá de las fronteras nacionales y abren nuevos  horizontes para la educación. Son ideas que solo serán útiles si son  debidamente contextualizadas y adaptadas a la realidad de cada región y de cada  país.  Hannah Arendt escribía que una  crisis apenas se hace catastrófica si respondemos a ella con ideas  preconcebidas, es decir, con prejuicios (1972, p. 225). Tenía razón. El  pensamiento contemporáneo sobre educación tiene que ir más allá de lo ya  conocido y alimentarse de un pensamiento utópico que se exprese «por la  capacidad no solo de pensar el futuro en el presente, sino también de organizar  el presente de manera que permita actuar sobre ese futuro» (Furter, 1970, p.  7).  Bibliografía Appadurai, Arwin (2006): «The Risks of Dialogue», en New Stakes for  Intercultural Dialogue. París: unesco,  pp. 33-37.Arendt, Hannah  (1972): La Crise  de la culture. París: Gallimard (1.ª ed., 1957).
 Claparède, Edouard  (1920): L’école sur mesure. Ginebra: Payot.
 Commission  du  Débat sur l’Avenir de l’École (2004): Pour la réussite de tous les élèves.  París: La   Documentation Française.
 Faure, Edgar  (coord.) (1972) : Apprendre à être. París: Fayard / unesco.
 Ferrière, Adolphe  (1920) : Transformons l’école. Bâle: Azed.
 Furter, Pierre (1966):  Educação e vida. Petrópolis-Río de  Janeiro: Vozes.
 — (1970): Educação e reflexão. Petrópolis-Río de Janeiro: Vozes  (3.ª ed.).
 — (1977): L’Amérique utopique.  Essai sur la contribution de la pensée utopique au développement de la  formation des latino-américains. Ginebra,  Université de Genève.
 Habermas, Jürgen (1989): The Structural Transformation of the Public Sphere.  Cambridge:  Polity.
 Hameline, Daniel (1984/1985): «Changer l’école! Changer l’école! Il y a cent ans  que l’on dit ça…», en Le Temps Stratégique, n.º 11, pp. 73-80.
 Illich, Ivan (1971): Deschooling Society. Nueva York: Harper & Row  Publishers.
 Koselleck, Reinhart (1990): Le Futur passé - Contribution à la sémantique des  temps historiques. París: Éditions de l’École des Hautes Études en Sciences  Sociales (ehess).
 OCDE (2001): Quel avenir pour nos écoles? París: ocde.
 Tyack, David (1974): The One Best System. A History of American  Urban Education. Cambridge, ma: Harvard University Press.
 Vieira, P. António (1982): História do futuro. Lisboa: Imprenta  Nacional (1.ª ed., 1718).
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