Resumen
El presente artículo aborda la compleja relación entre arte e historia desde un material que ambos comparten: el tiempo. El transcurrir del tiempo es continuo. Podemos reparar en él cuando en su interior se producen cambios. El encadenamiento de esos cambios hace posible medirlo, discriminar dentro del continuo alguna especie de frecuencia. Siempre es una alteración, un conflicto, lo que corta la homogeneidad y permite distinguir un antes y un después. Si hemos podido establecer momentos, configuramos la duración, que deja de ser absoluta e indeterminada y se vuelve relativa.
El conflicto es condición para la imagen temporal. Si aquellos eventos en puja se organizan en la conciencia se llega a la idea de ritmo. Al asumir éste, además, una dimensión estética, o sea, al integrar un entramado formal, estamos ante un ritmo musical. El ritmo musical, por consiguiente, es la distribución deliberada de una serie de eventos sonoros en el tiempo que se enhebran con intenciones poéticas. Comprendemos el ritmo musical a través de una categoría intuitiva: la sucesión –el sucederse– que es más que una secuencia sonora, que un sonido tras otro. El fluir musical acaece e instala un episodio voluntario total y en constante renovación mediante nexos dinámicos que incorporan y semantizan sus rupturas. A partir de esta premisa, el carácter poético del tiempo musical, éste es trabajado aquí desde distintas perspectivas estéticas, como acontencer y como devenir, intentando redefinir algunos de sus rasgos y relativizando lugares comunes en torno a su caracterización. Así, cuestiones complejas como el pasado y el presente en el arte y la vigencia de algunos de sus componentes estructurales se ponen en discusión proponiendo desmontar las fronteras tradicionales que delimitaron espacio y tiempo y las nociones de estatismo y dinámica que funcionan como atributos casi naturalizados al describirlos.
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