Los costos humanos, políticos y económicos de la
violencia urbana y social:
Comprender el fenómeno de la violencia en toda su complejidad,
y contribuir a su erradicación son pasos esenciales para
garantizar el Estado de derecho democrático.
Instituto Latinoamericano de Análisis del
Conflicto (ILACON)
Centro de Análisis de Seguridad Pública y
Violencia Urbana (CASP)
La violencia es una constante en la vida de un gran número
de personas en todo el mundo, y nos afecta a todos de un modo u
otro. Para muchos, permanecer a salvo consiste en cerrar puertas
y ventanas, y evitar lugares peligrosos. Para otros, no hay escapatoria,
porque la amenaza de la violencia está detrás de esas
puertas, oculto a los ojos de los demás. Y para quienes viven
en medio de guerras y conflictos, la violencia impregna todos los
aspectos de la vida.
Dra. Gro Harlem Brundtland[1].
La violencia y el grado de inseguridad ciudadana imperante en América
Latina alcanza proporciones epidémicas. Esa violencia y esa
inseguridad, en lo económico y social, socavan por una parte
las bases del sistema democrático y, por otra parte, drenan
una enorme cantidad de recursos públicos y privados que son
indispensables para el desarrollo y para el crecimiento con equidad.
En lo político, crean condiciones de inestabilidad y reacciones
de grupos humanos contra causas y actores aparentes, contribuyendo
a volver más erráticas algunas políticas gubernamentales
y al deterioro adicional de instituciones públicas que deberían
ser los pilares fundamentales para la contención y erradicación
de la violencia.
El objetivo en este documento no es medir la cantidad exacta de
violencia, sus costos o precisar los grados de inseguridad percibidos
como consecuencia, cuestión escasamente posible por la imprecisión
y dispersión de las fuentes de datos, sino más bien
proponer una evaluación de los fenómenos y tratar,
en la medida de lo posible, de proyectar sus consecuencias en el
futuro inmediato y mediato.
El desarrollo de conductas violentas en zonas urbanas se ha convertido
ya en una característica estructural de las sociedades latinoamericanas.
Además de la violencia social y el incremento de actividades
criminales, se asiste a una creciente ausencia de observación
de muchas normas de convivencia civil expresada en una alteración
de las buenas prácticas de interacción
social que se observan en la calle, en el tránsito, en el
transporte público, etc. y que tiene como una de sus características
fundamentales la pérdida progresiva de tolerancia y un relacionamiento
entre individuos que reviste características preocupantes.
Este fenómeno que contiene en sí mismo un germen
de violencia, no recibe una atención demasiado generalizada.
De hecho, no es espectacular, es progresiva y se instala en el campo
social casi imperceptiblemente, aún cuando sus efectos son
importantes y contribuyen a erosionar en su medida el relacionamiento
social colectivo.
Es por esos fundamentos que, la violencia en general y la violencia
urbana en particular se están convirtiendo en un punto de
agenda importante para diversos actores sociales y políticos
dentro de América Latina. La violencia es un fenómenos
sistémico y como tal será observada en este documento,
enfocada además como un fenómeno multicausal y multidimensional
que es determinado por los aspectos particulares de las diferentes
realidades nacionales en sus facetas históricas, políticas,
socio económicas, educativas y culturales.
De esta manera, la consideración de la violencia urbana
en este documento abarca más allá de sus manifestaciones
específicas, incursionando adicionalmente en los motivos
y procesos de construcción de la percepción y el sentimiento
de inseguridad en la población y los cambios que provoca
en la vida cotidiana de los individuos, familias y grupos sociales.
Desde esas perspectivas, algunas de las principales observaciones
y conclusiones de este estudio nos muestran:
A comienzos del Siglo XXI la violencia es la primera causa de muerte
en América Latina en la amplia faja que comprende a las personas
entre los 15 y los 45 años. Esta violencia se ha extendido
epidémicamente desde mediados de la denominada década
perdida y no se limita a su letalidad, que es uno de sus aspectos,
y tampoco ha parado de crecer hasta ahora. Más aún,
no se visualizan elementos que, en el actual estado de cosas, contribuyan
a mitigarla o reducirla rápidamente. De esta forma, las sociedades
latinoamericanas se inscriben dentro de las más violentas
del mundo, con la excepción de algunas sociedades africanas.
Indudablemente, no todas las sociedades regionales exhiben un patrón
homogéneo, existiendo algunas de ellas que excepcionalmente
se inscriben dentro de los parámetros moderados, pero, son
precisamente eso, excepciones. Extrayendo el caso de Colombia, paradójicamente,
el resto de los países no experimentan situaciones de guerra
internas o externas o episodios de violencia política significativos,
como los desarrollados durante las décadas del setenta y
del ochenta. Sin embargo, la letalidad registrada en el ejercicio
de la violencia supera como se verá las bajas registradas
en algunos frentes de guerra.
La violencia regional, en consecuencia, no es política.
Es una violencia fundamentalmente urbana y con un componente criminal
importante. Si bien no existe unanimidad sobre las causas, hay fuertes
indicios en el sentido de indicar que gran parte de esta violencia
parece derivar de un conjunto común de conflictos económicos
y sociales fuertemente circunscripta a concentraciones urbanas.
La violencia, en algunas ciudades y partes de ellas en América
Latina, se ha vuelto una rutina cotidiana, introduciéndose
como una realidad funcional inserta en la vida diaria de sus habitantes.
Dentro de esas consideraciones, la violencia se concentra fundamentalmente
en las áreas urbanas más pobres y, al mismo tiempo,
exhibe una incidencia fuerte en los jóvenes, iniciándose
de hecho en edades tempranas, donde, la incidencia del consumo de
alcohol y drogas es un factor que no puede ignorarse en su potencia
de disparador de la violencia y factor criminógeno.
La condición de la niñez y juventud en la región
exhibe un panorama bastante más que precario. Así,
la próxima generación es una de las más
activas protagonistas y receptores de la violencia. Únicamente
en referencia a los homicidios, las tasas correspondientes a jóvenes,
desempleados y de modesta condición son abrumadoras. Muchas
veces, la violencia juvenil representa estrategias de supervivencia
en un contexto realmente hostil por la ausencia de oportunidades,
el desempleo y el involucramiento en situaciones con un fuerte potencial
criminógeno. De acuerdo con los datos del Department of Injuries
and Violence Prevention de la Organización Mundial de la
Salud, en el año 2000 se produjeron 199.000 homicidios en
el mundo en individuos de entre 10 y 29 años, equivalentes
a una tasa de 9.2 x 100.000 personas: el promedio variaba entre
0,9 x 100.000 en países de alto ingreso a 17,6 x 100.000
en África y 36,4 x 100.000 en América Latina. Krug
ha estimado sobre estudios de violencia no fatal, que por cada homicidio
juvenil hay entre 20 a 40 víctimas de violencia juvenil no
fatal que necesitan tratamiento hospitalario.
La región experimenta, además, una percepción
de riesgo y una sensación de inseguridad generalizada que
comienza a provocar reacciones de distinta índole en varios
de los países. Se trata de una situación compleja:
la violencia se concentra mayoritariamente en los estratos socio
económicos más deprimidos; la reacción fundamental
contra la inseguridad se produce en el seno de la clase media; el
Estado y sus órganos competentes no aciertan mayormente a
contener la violencia y bastante menos todavía a la prevención
en el medio y largo plazo. Esto provoca, progresivamente, la privatización
de hecho de una función fundamental del Estado, dando origen
y consolidando diferentes respuestas según las situaciones:
agencias de seguridad privada, patrullas de vecinos, actos de justicia
por mano propia, orden impuesto por los soldados del
tráfico de drogas, por mencionar a los más notorios.
La violencia se expande y se instala cotidianamente en ámbitos
que tradicionalmente funcionaban como lugares de contención
y educación como las escuelas. Los hechos de violencia escolar
grave, incluyendo el uso de armas, han comenzado a ser rutinarios
en la región. La presencia del tráfico de drogas en
recintos escolares y de enseñanza secundaria tampoco son
hechos infrecuentes.
La violencia también se instala progresivamente en los espacios
públicos: el vandalismo contra la propiedad pública
y privada, violencia en espectáculos artísticos, en
eventos deportivos y en fiestas y reuniones juveniles es un hecho
cotidiano, transformando a muchos de esos espacios en territorios
hostiles. Esto contribuye decisivamente en el sentimiento
de inseguridad de los ciudadanos y abona el cambio de actitudes
vitales con respecto a esos espacios.
Se encuentra un notable incremento de la violencia relacionada
con el tráfico y el consumo de drogas, especialmente en las
grandes concentraciones urbanas. La droga, en especial cocaína,
origina un enorme cúmulo de circunstancias generadoras de
violencia: el enfrentamiento entre bandas de traficantes, de éstas
con la policía, el incremento de actos de violencia y crímenes
cometidos bajo la influencia de estupefacientes y los delitos cometidos
para obtener dinero para su consumo, a vía de ejemplo. Observaciones
recientes han mostrado una tendencia del tráfico a ampliar
mercados dirigiéndose con productos de baja calidad y alta
peligrosidad hacia jóvenes y población especialmente
vulnerable en términos socio económicos.
El conjunto de hechos y tendencias analizadas muestran que se han
producido y se producirán en el futuro inmediato y mediato
una profundización en la gravedad de la situación
si no se adoptan cambios de naturaleza drástica tanto en
las políticas generales de seguridad, como en políticas
tendientes a corregir causas de naturaleza cuasi estructural.
Junto al crecimiento de la violencia y en las proporciones que
ella ha alcanzado, se patentiza y se hace evidente un conjunto de
crisis íntimamente vinculadas entre sí y que, resumidamente
pueden enumerarse de la siguiente manera: crisis en el sistema de
contención estatal, crisis en los cuerpos policiales, crisis
en la justicia penal y colapso de los sistemas carcelarios.
Se producen cambios de naturaleza institucional que
resultan sumamente preocupantes como tendencia. Se trata de la supresión
del control estatal en parcelas del territorio urbano que pasan
a ser controladas por los agentes del crimen organizado, en particular
los relacionados con el tráfico de drogas. De esta manera,
en ciertos barrios se produce un entramado de relaciones complejas
entre parte de la población y los barones del
crimen organizado que recuerdan a ciertas estructuras medievales
propias del feudalismo.
El armamento en manos de civiles ha crecido en forma sostenida
en los últimos veinticinco años. Eso se refleja claramente
en la letalidad de la violencia regional. Si bien se encuentran
algunas políticas nacionales de mayor control y de retiro
de armas en poder de la población civil, la consistencia
y seriedad de ellas se ve afectada justamente por la escasa coordinación
de las autoridades regionales y la dudosa seriedad y consistencia
encarnada en las políticas nacionales de exportación
de armamento ligero, que en ocasiones demasiado frecuentes es triangulada
y reingresa al territorio nacional en forma directa al mercado negro.
El contrabando y el porcentaje de armas clandestinas que tienen
su origen en depósitos policiales o militares tampoco es
un tema menor. Los agentes del tráfico de drogas en muchos
lugares de América Latina están mejor armados que
los cuerpos de seguridad encargados de reprimirlos. Tan abundante
es el parque de armas clandestinas que, en algunos países
se ha detectado el alquiler y aún el leasing
de armas para el crimen.
Los costos económicos de la violencia adquieren magnitudes
descomunales en la región, comprendiendo tantos los costos
de prevención como los de reparación, a los cuales
se suma el costo del capital humano perdido o lesionado y la pérdida
de productividad derivada. El equivalente en puntos de PBI que esto
insume son inversiones restadas precisamente al desarrollo del insumo
humano, clave en el desarrollo de una región que lo necesita
de forma urgente: educación, salud e infraestructura indispensable.
Desde esta perspectiva, el estado de violencia conspira en forma
directa contra el desarrollo nacional y regional. El Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) calculó oportunamente el conjunto de
estos costos para el año 2000 en 168.000 millones de dólares,
equivalentes al 14,2% del PBI regional.
Una consecuencia directa de la sensación de inseguridad
y sus corolarios prácticos es una profundización en
las grietas sociales, ahondándolas y profundizándolas.
En muchos casos comienza a percibirse la victimización
de la pobreza, ofreciendo un panorama oscuro en la proyección
inmediata. Potentes combustibles de la violencia lo constituyen
la desigualdad social y la segregación urbana con una constelación
de problemas adicionales dentro de los cuales se inscriben el desempleo,
la precarización del trabajo, el nada universal acceso a
los servicios de salud, las deficiencias en el sistema educacional
y su incapacidad de retener a muchos activos humanos valiosos y
la incertidumbre económica.
Frente a la percepción de la insuficiencia de las respuestas
estatales en materia de seguridad, comienzan a proliferar en varias
partes de la región las manifestaciones de sistemas informales
de justicia: ejecuciones policiales (los ya célebres autos
de resistencia), justicia por mano propia, matadores
de alquiler, patrullas civiles urbanas armadas, linchamientos,
etc.
El conjunto del presente documento y los análisis en él
contenidos no revisten una toma de posición así como
tampoco un desarrollo ideológico sobre las causas de la violencia
social. Debe entenderse como un primer aporte donde se fija un estado
de situación, parcial de necesidad, tanto por los recursos
disponibles así como por las limitaciones de muchas de las
fuentes de información disponibles. Desde esta perspectiva,
se trata de evitar en la medida de lo posible, ideologizaciones
y denuncias que sobre abundan en el contexto regional insistiéndose
en la incidencia y probables explicaciones que son, infelizmente,
bastante menos frecuentes. De esta forma, el documento busca aportar
a algunos de los escenarios de conflicto actuales y potenciales,
con la intención que sea un aporte para el diseño
de mejores políticas y materia prima para la toma de decisiones
en temas particularmente sensibles para el conjunto de la sociedad.
En documentos posteriores, se tratará de profundizar en aquellas
constataciones que resultan más importantes.
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[1] Dra. Gro Harlem Brundtland, Directora General de la Organización
Mundial de la Salud, en Informe Mundial sobre la violencia
y la salud. Organización Panamericana de la Salud,
Washington DC 2002.
(1) El Instituto Latinoamericano de Análisis del Conflicto
(ILACON) www.ilacon.org
tiene el agrado de anunciar la aparición del documento América
Latina: La Sociedad Sitiada, en el marco de la Iniciativa
Paz para el Desarrollo. Se trata de un documento de siete capítulos
que enfoca el actual estado de la violencia social en América
Latina y que se abre a discusión entre todos los interesados
en el tema. Solicitando el documento por correo, el mismo será
enviado por correo electrónico: infogral@ilacon.org
- cslbrasil@grupocsl.org
El presente artículo es un Resumen Ejecutivo de dicho documento.
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