Una genuina sociedad educadora significa más
que una sociedad de buenas escuelas. Significa, entre otras cosas,
una sociedad con un sano sentido de lo que es bueno para la comunidad
y con una memoria de su propio pasado cultural.
Concepción Naval. Educar ciudadanos, p. 13
Introducción
Iniciar una investigación que tenga que ver con democracia,
usando experiencias del proceso educativo formal, requiere unas
premisas básicas que tienen que ver no solo con la pedagogía
como ciencia, sino también con una disposición del
espíritu que se ha denominado justicia.
La justicia tiene que ver con la bondad, la tolerancia, el reconocimiento
de los méritos, la proporcionalidad, la solidaridad, el equilibrio,
la honestidad, la rectitud, la responsabilidad, en síntesis,
con todo lo que tiene que ver con el respeto y el ejercicio de la
dignidad humana. No se trata de una opción a ser considerada
sólo por personas caritativas y sensibles, en cuanto a su
ayuda al prójimo, sino de una disposición que debe
obligar a cada persona a reconocer el valor propio de cualquier
semejante. En este sentido estamos en el campo de la ética
y por el lado de la escuela en el del desarrollo moral como uno
de los planteamientos necesarios de la escolaridad.
El desarrollo moral se plantea en los medios escolares formales
porque se requiere el cultivo de hábitos de comportamiento
y de pensamiento para formar la ciudadanía necesaria para
la época. Esto lo plantea Rubio Carracedo (1999) con claridad
en una de sus publicaciones: Todavía no hemos encontrado
la formula para compaginar o, al menos, para evitar las tensiones
entre ética y política, sin dañar irremediablemente
la una o la otra. Lo cual no significa que haya fracasado el planteamiento
de la ilustración, como piensa McIntyre (1981);es probable
que aún no encontramos tal formula, justamente porque no
existe, porque tales tensiones son inevitables e, incluso, es fuente
de fecundidad para ambas.
Trataremos en las próximas paginas de ir explicando la relación
que existe entre la enseñanza y un régimen de gobierno,
la democracia que algunos autores definen como modo
de vida y que por lo tanto, requiere de una hábitos de conducta
y costumbres, arraigadas en los ciudadanos, que se ha llamado ciudadanía.
Las diversas situaciones a que se nos ha sometido en los últimos
años, nos inducen a investigar, desde la perspectiva del
proceso de transmisión intencional, cómo se logra
esa condición de gobierno.
Algunas definiciones, o por qué parece que no somos demócratas
Parecería que la definición de un régimen
de gobierno tan extendido, por lo menos nominalmente, como es la
democracia, está más que sabido. Sin embargo, no es
superfluo que nos aproximemos a los rasgos básicos de ese
sistema para tratar de mejorar u optimizar su concepto. A este respecto,
Robert Dahl (1989) en una de sus publicaciones escribió algunas
cosas interesantes:
Un motivo importante de la confusión en torno de
lo que significa la democracia en nuestro mundo actual es que
ella se fue desarrollando a lo largo de varios milenios y desde
una variedad de fuentes diversas. Lo que nosotros entendemos por
democracia no es lo que hubiera entendido un ateniense de la época
de Pericles: nociones griegas, romanas, medievales y renacentistas
se han mezclado con otras de siglos posteriores para generar un
desorden teórico y prácticas que a menudo son, en
lo profundo, incongruentes entre sí.
Más aún, una mirada atenta a las ideas y prácticas
democráticas probablemente revele gran cantidad de problemas
para los cuales no parece existir una solución definitiva.
La propia noción de democracia ha sido siempre el blanco
preferido de los críticos, los que se dividen aproximadamente
en tres especies: por un lado, quienes se oponen fundamentalmente
a la democracia porque como Platón, creen que si bien ella
es posible, es intrínsecamente inconveniente; por otro
lado, los que se oponen a la democracia porque, como Robert Michels,
piensan que si bien sería conveniente en caso de ser posible,
lo cierto es que resulta intrínsecamente imposible; por
último, están los que simpatizan con la democracia
y desearían preservarla, pero de todos modos la critican
en algún aspecto importante. A los dos primeros tipos podríamos
llamarlos los críticos opositores, y al tercero,
los críticos benevolentes.
Lalander, R. (2004)(1) refiere que la democracia en cada momento
no reproduce lo que se pensaba originalmente en Atenas, y por lo
tanto, hay que verla o captarla de una manera especifica en cada
tiempo y en cada comunidad según las diversas idiosincrasias
que se viven o conforman en esa comunidad.
Se define la democracia como un intento de establecer la aristocracia
en todos los ciudadanos, es decir, hacerlos a todos excelentes por
la virtud. Entendiendo el término areté en
su acepción original. Obviamente, la democracia requiere
de manera vital de los hábitos cívicos y de los hábitos
intelectuales que impedirán al sistema desfallecer. Eso es
frecuente, como escribe un autor contemporáneo como Aníbal
Romero:
Las sociedades, en otras palabras, no perecen de causas
naturales, sólo pocas veces se desintegran como producto
de un asesinato (agresión externa); la más
frecuente causa de deterioro y fracaso es el suicidio: la consecuencia
de deficiencias en la capacidad creadora de la dirigencia. Estas
fallas pueden manifestarse de dos maneras: a través de
la demagogia o del autoritarismo. O bien porque los líderes,
por cansancio y autocomplacencia, se entregan al peligroso arte
de ilusionar a las mayorías, o porque, llevados de ambición
excesiva y una ausencia de humildad, den por oprimir a la mayoría,
quebrando así el vínculo de lealtad y credibilidad
que sostenía al sistema (Prólogo de La
miseria del populismo).
Existen a mi entender varias causas de este aparente fracaso de
la enseñanza. La más central es que se pretende enseñar
cognoscitivamente algo que no es teórico solamente, sino
que es una práctica, un modo de vida, como es
la democracia. Y las escuelas tienen sistemas que no son precisamente
democráticos y muchas veces son exactamente lo contrario.
Aspectos de ese tipo de escuela van desde la obligatoriedad de sentarse
físicamente donde el maestro quiera bajo sanciones,
pasando por horarios opresivos que buscan mas la comodidad del maestro,
hasta una disciplina que no busca cultivar hábitos
en el alumno sino tener tranquilidad para los docentes. Escribe
J. Dewey (1996):
Uno de los instrumentos mas importantes para producir hombres
democráticos es un sistema escolar estructurado con ese
propósito [...] Por tanto, la tarea de las escuelas no
solo es unir los espíritus de las generaciones, sino formar
personalidades por la organización o por el método,
así como por el contenido de la institución.
Los diversos programas de estudio y de actividades producidos por
el Estado reflejan el pensamiento de los funcionarios que en ese
momento redactaron el documento. No obstante las fallas que pueda
presentar, se requiere un ente de control y de planificación.
Y esto siempre en función de una ciudad que requiere de un
orden, aunque a veces ese orden degenere en la tentación
del mando por el mando, es decir autoritarismo incluso hasta caer
en el totalitarismo. Nos hacemos eco de lo que comenta Naval (1995):
El hombre, cuya imagen se revela en la obras de los grandes
griegos, es el hombre político. La educación no
era una suma de artes y organizaciones privadas orientadas a la
formación de una individualidad perfecta e independiente.
Era tan imposible un espíritu ajeno al Estado, como un
Estado ajeno al espíritu.
Profundizando más en el tema, nos damos cuenta de que al
ser la justicia un hábito necesario para la vida democrática,
no se transmite por vía de información de conocimientos
sino que es el resultado de una atmósfera que
se respira en una comunidad (en este caso la escolar). Por este
mismo criterio, percibimos que otra raíz de distorsión
es la de costumbres familiares mal asentadas en lo referente a participación
y dialogo constructivo. Se logra con esas costumbres, que van desde
comer juntos, cultivar la urbanidad en la mesa y la interpersonal
buscando mejores formas de convivencia, y eso solo se cultiva en
el seno de las familias. Y es un dato que nuestra realidad familiar,
es un punto débil, ciertamente, para el logro democrático.
Otras definiciones, la ciudad y el ciudadano
El concepto clásico de Polis no es solamente el concepto
de lugar físico espacio de convivencia e interrelación
humana, las características actuales, presentes en nuestra
sociedad de globalización e interrelación informática,
han dado unas facetas insospechadas a las comunidades humanas. En
este momento, una ciudad es mucho mas compleja que lo que pudiera
haber sido algo en la antigüedad. Solo observando los distintos
aspectos de tecnología que se usa en el hogar la informática
que permiten comunicarse a grandes distancias de manera inmediata
y sin desplazamiento en el espacio, que permiten hacer transacciones
económicas y tener acceso a formación académica,
sin mayor inconveniente que el tener el PC a disposición,
sacamos la conclusión de que es totalmente distinta la cultura
y la civilización que en anteriores etapas.
Necesariamente esto determina la condición educativa de
las personas y de los distintos planes y programas, así como
las condiciones de las personas en función de su trabajo
y acceso al campo productivo, consecuencia de su formación
académica. Esta formación académica tiene que
ver con el cultivo de hábitos y no con la acumulación
de conocimientos. Si pudiéramos concebir una idea correcta
sin un hábito correcto como pensaba Dewey tal
vez podríamos prescindir de éste para ejecutarla,
pero un deseo toma forma definida sólo cuando está
conectado con una idea, y ésta a su vez se forma cuando hay
un hábito que la respalde.
Planteamos esto porque, en las comunidades se generan necesariamente
unas disposiciones jurídicas, en cuanto relaciones interpersonales,
que no tienen ninguna relación con lo social de anteriores
épocas. Esto tiene un peligro, pues la vulnerabilidad de
las ideas que no están asentadas en hábitos, no persisten.
Al producirse un salto en lo tecnológico se produjo una nueva
concepción de la vida, en lo físico, en el movimiento
de las ciudades o transporte de masas, afectando la situación
de las familias, de la educación y de los modos de producción
económicos. Sigue comentando Naval (1995) las bases de ese
pensamiento:
La educación y las instituciones son como las dos
columnas que soportan el edificio de la ciudad. Ellas tienen el
mismo fin: la felicidad y la prosperidad del cuerpo social [...]
por eso pedagogía y política tienen el mismo fin:
la felicidad de la ciudad; y tienen el mismo punto de apoyo: la
psicología humana.
Quizá el problema de la inestabilidad de las culturas y
del producir enfermedades, miedos e inestabilidades surge de este
problema, que por otra parte, es meramente educativo, está
enclavado en las escuelas y en los núcleos familiares.
De tal manera se han establecido estos cambios, que los conceptos
de ciudadano de las épocas pasadas y clásicas, son
totalmente diferentes de lo que podríamos llamar ciudadano
de esta época. Vale la pena aclarar los diversos estadios
o momentos que enmarcan ese elemento. El habitante de la ciudad
debe poseer unos hábitos, que conforman esa ciudadanía,
unas especiales connotaciones jurídicas, que determinan
su identidad, y ambas cosas producen unos compromisos políticos.
Esto, junto a los requisitos sociales formarían la
base de lo que podríamos llamar ciudadanía.
Estructura de nuestra escuela y estructura que quisiéramos
para la democracia
Escribía un autor hace años que una escuela es un
lugar donde confluyen memoria y deseos. La idea de formación
a partir de un lugar como una escuela, establece que se ponga el
empeño de la comunidad en lograr que se consigan una serie
de elementos que conformen un ciudadano, y esos elementos están
supeditados a los deseos ligados al bien común de esa comunidad.
Lograr que ese bien común sea realmente lo deseado y también
lo cribado por la memoria que se ha establecido como
logros y apariencia de logros, es una de esas características
especialmente importante para esa comunidad. Por esto, cuando se
conforma el gobierno de una comunidad, este debe tener como norte
de su acción la consecución de la virtud en el ciudadano
a través del sistema de leyes y de la educación formal
escolar, de otra manera no se conforma una sociedad civil propiamente
dicha y la solución y resolución de problemas se torna
un proceso arduo que con frecuencia llega a callejones sin salida.
Comenta Touraine (1994):
[...] lo que es valido para la sociedad es válido
también para el individuo. La educación del individuo
debe ser una disciplina que lo libere de una visión estrecha,
irracional, que le impone sus propias pasiones y la familia, y
lo abra al conocimiento racional y a la participación en
una sociedad que organiza la razón.
Es un tema interesante el repensar la estructura escolar que nos
domina desde hace muchos años.
La búsqueda de razones por las que un sistema de gobierno
no produce realmente lo que se quisiera, en cuanto a personas que
participan de él y a los frutos que se recogen de ese mismo
sistema, se suele hacer en el sistema educativo como un constructo
mental, pero con menos frecuencia se piensa en la estructura de
la escuela como institución social. Hay una diferencia entre
ambos conceptos: uno es la idea y el otro es la vida misma en un
aula de clases. Es pertinente hacer la aclaratoria porque, no se
tienen claro los diversos planos que conforman una escuela y los
que se definen como un sistema o proyecto escolar propiamente dicho.
En el primer caso, la estructura de una escuela depende mucho de
la cultura de la comunidad donde está inserta o en los rasgos
de motivación que la produjeron, es decir, las ideologías
y las razones que produjeron esa institución. Por otra parte,
esa escuela tiene, o sigue, unas directrices de programas y medios
para la consecución de los objetivos previstos que se quieren
lograr con esas actividades, contenidos y acciones propias de un
medio escolar.
Una propuesta interesante en este sentido ha sido el llamado proyecto
escuela que se inició en varios sitios de Venezuela,
sin embargo, no reflejó todo el esfuerzo de las instituciones
y personas involucradas en ese proyecto y como muchas cosas, terminó
por identificarse con el ambiente de la escuela o de la comunidad
donde se insertó, con lo cual perdió su identidad
propia y pasó a ser una parte más del sistema anterior.
La democracia requiere un tipo de docente especial, en el sentido
de su formación académica y cultural. Es decir, abierto
al diálogo, con capacidad de escuchar, sin prejuicios estereotipados
sobre las personas o los grupos de producción intelectual
y con el hábito de la deliberación y la corrección
de errores una vez localizados. Ese docente no lo están formando
las diversas escuelas de educación o pedagógicos.
Se necesita un plus en esos formadores, que está
en el plano de la cultura y en la conformación del carácter
personal y no solo en la especialización académica.
Se requiere una formación en un ambiente de libertad y de
apertura espiritual, que haga crecer a las personas en su carácter
más que en su erudición, sin obviar esta por supuesto.
Algunos medios adecuados a esos fines
Con frecuencia nos preguntamos de dónde vienen esas costumbres
no democráticas en las personas que convivimos en el país.
Si concebimos que la democracia es algo que se aprende, entonces
debe haber algún problema en los proceso educativos. Esto
pone el dedo en la llaga de los múltiples problemas del progreso
de la transmisión y allí tenemos la primera tarea,
que es lograr el acuerdo que aumentará la fuerza para lograr
metas planteadas. La posibilidad de consenso en el proceso educativo
dentro de un sistema democrático es central, diría
vital, para la conservación del sistema. No podemos concebir
un sistema educativo no democrático, para formar gente de
mentalidad democrática. Un sistema, lamentablemente represivo
con mucha frecuencia, que no da oportunidad para el dialogo, que
no cultiva la deliberación ni el pensamiento critico por
la pregunta. Escribe Briceño Iragorri (1956):
En una democracia que no respete la vida superior del espíritu
y no se deje orientar por ella, donde la demagogia tenga la mano
libre, la vida nacional se encuentra rápidamente y fácilmente
rebajada al nivel de lo mediocre, pues la demagogia porfía
en bajar la cultura al nivel de las masas en lugar de levantar
las masas a un plano superior por medio de la educación.
La transmisión de gobierno no es, como podríamos
suponer, una simple actividad de cambio de mandos. Debe ser la consecuencia
de una actitud ante la vida, ante los sucesos naturales y comunitarios,
que provienen de un tipo de educación. Entonces, ¿qué
significa realmente un cambio de gobierno? En realidad es una continuidad
real de hábitos del hacer ciudadano, laboriosidad por ejemplo,
de hábitos de pensamiento, y de ideales de trascendencia
de la propia acción, que ponen el norte del caminar ciudadano
en la dignidad del otro. Esto proviene de una escuela
bien dirigida a la racionalidad de sus alumnos, a la apertura de
mente y a compartir con otros sus inquietudes, que suelen ser de
justicia. Por eso, pensamos que pedagogía y política
tienen un mismo fin, que es la felicidad del ciudadano, y el mismo
punto de apoyo, que es el cultivo de hábitos en la persona
humana.
Conclusiones y recomendaciones
Siendo la educación, como tarea, necesaria e importante
para el individuo y mucho más para la persona, es algo que
pertenece a la comunidad antes que a cualquier otra instancia. Esa
actividad es sobre todo un proceso de optimización de posibilidades,
que le son entregadas en su naturaleza, y en las cuales consigue
su conexión con la realidad que la circunda, sobre todo la
social.
Esto hace que sea el Estado como ente consecuencial de la naturaleza
social de la persona humana el responsable de que ésta funcione
en primer lugar, y luego, quizás un proceso descentralizador
de funciones a las comunidades que gobiernan los centros educativos
pueda exigir que funcione bien. Adler destaca tres modos
básicos de enseñanza que deben estar presentes en
la escuela: instrucción didáctica; entrenamiento y
enseñanza socrática. Son las bases para la creación
de una mentalidad racional en los alumnos, lo que forma el instrumento
para la ciudadanía.
Y esto porque aunque el Estado sea el responsable de la creación
y mantenimiento de las escuelas, no puede tener todo el peso no
es su competencia de lo que es realmente la calidad y pertinencia
de la educación. Esto lo recoge con claridad Hannah Arendt
(1996):
Quien exige la asistencia a la escuela no es la familia
sino el Estado, es decir, el mundo publico, y por consiguiente,
en relación con el niño, la escuela viene a representar
el mundo, aunque no sea de verdad el mundo (p. 200).
Una de las primeras recomendaciones que podemos hacer es la descentralización
del proceso educativo y darle el máximo de poder decisorio
a las asambleas de padres y representantes de los centros educativos,
en cualquier sitio del país. Esto llevaría a una serie
de errores iniciales en el manejo y conducción del ente escolar,
pero es por esa vía que podemos dar la conducción
certera, al haber aprendido por ensayo y error los diversos
procesos. De esa manera se puede dar el impulso vital a cada escuela,
como lo confirma José A. Marina (1998):
Las necesidades vitales imponen una adecuación a
la realidad, una comunicación con otros seres y una cooperación
con ellos en el plano práctico. Todas estas cosas exigen
la configuración de la conciencia del sujeto de un espacio
objetivo, común, interpersonal, firme (p. 132).
Bibliografía
ARENDT, Hannah (1996): La condición humana. Paidós
Editorial.
BRICEÑO IRAGORRI, Mario (1956): La hora undécima.
Ediciones de la Presidencia de la Republica, Caracas.
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Pamplona, España.
MARINA, José Antonio (1997): Ética para náufragos.
Ediciones Anagrama, Barcelona.
LALANDER, Richard (2004): Suicide of the Elephants? (Venezuelan
Decentralization Between Partyarchy and Chavismo). Institute
of Latin American Studies Monograph 42. Stockholm University, Finland.
ROMERO, Aníbal (1994): La miseria del populismo.
Ediciones Centauro, Caracas.
RUBIO CARRACEDO, José (1999): Paradigmas de la política
(Del Estado justo al Estado legitimo). Anthropos, Barcelona
TOURAINE, Alain (1994): Critica de la Modernidad. Fondo
de Cultura Económica, México.
Nota
(1) Modern democracies are not as a simple as the political
system of Aristoteles Athens. Political institutions change
and the studies of political have proven to be cumulative. Further,
the behavior and development of one political system is affected
by other political system is seldom isolated, p. 17 LALANDER,
Richard (2004): Suicide of the Elephants?
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