Disciplina, autoridad y malestar en la escuela
A partir de la modernidad, la infancia se constituye escolarmente,
mediante una relación de poder instituida en un ámbito,
la escuela, que se crea para brindar un tratamiento adecuado a los
niños. Narodoswky (1994) El ideario de la pedagogía
moderna se proponía homogeneizar a la población y
brindar igualdad de oportunidades a todos, pero estos ideales resultan
difíciles de cumplir porque el sistema social produce desigualdades
que la escuela no salva. Las críticas y descontentos referidos
a la educación son frecuentes en la actualidad, también
dentro de las escuelas el malestar de docentes y alumnos ocupa buena
parte de la actividad educativa y puede entenderse como síntoma
del contexto socio-histórico actual y también como
una característica propia del funcionamiento institucional.
El modelo de la globalización de la economía y de
los valores tiene como consecuencia la marginalidad y exclusión
de un número importante de personas, haciendo evidente una
dolorosa desigualdad. Al respecto Duschatzky y Corea (2002) optan
por el concepto de "expulsión social" para hacer
visible el acto de expulsar, como un movimiento que produce el sistema,
que en su dialéctica precisa de integrados y expulsados.
El neoliberalismo tiene sus efectos en la educación, al respecto
Da Silva (1995) advierte cómo se vale de un discurso proveniente
del campo empresarial al que es difícil no adherir como:
la búsqueda de la excelencia, la eficiencia, y la calidad
de la educación. Paralelamente se descalifica al sistema
educacional público, culpabilizando a los docentes que pasan
a ser los responsables, quedando de ese modo el poder económico
político absuelto de su responsabilidad.
Las escuelas, sobre todo aquellas a las que concurren niños
de los sectores más desfavorecidos, reciben múltiples
demandas que ponen en cuestión el para qué de su función.
Las prácticas docentes están social e históricamente
construidas, no son individuales ni aisladas, por lo tanto es necesario
que maestros y profesores analicen su proceder y puedan desnaturalizar
el saber cotidiano. Según McLaren (1990), mediante la reflexión
autocrítica estarían mejor preparados para elegir,
teniendo en cuenta en qué grado son liberadores u opresivos.
El malestar en la escuela
En El malestar en la cultura1 Freud plantea que una de las
características de la organización de la sociedad
humana es ser productora de malestar. La civilización se
apoya en la renuncia pulsional que supone la no satisfacción,
la postergación o la represión de las pulsiones. Siguiendo
esa idea, Ulloa (1995) habla del "síndrome de violentación
institucional", pues considera que para pertenecer a una institución
es necesario dejar de lado o limitar los propios deseos para instituir
un proyecto común.
Las escuelas, como toda institución, son generadoras de malestar,
pensarlas sin conflictos es ilusorio, los alumnos y docentes van
con ideales, ilusiones e intereses que muchas veces son incompatibles.
El docente va a enseñar pero no siempre el alumno va a aprender,
muchas veces dicen: "Vengo a la escuela porque me mandan",
"Lo más lindo de la escuela es el recreo", "Me
gusta la escuela porque me encuentro con mis amigos"
Los años escolares suelen concebirse como pasaje para acceder
a la sociedad de los adultos, tanto que muchos niños y adolescentes
se ven restringidos casi exclusivamente al rol de alumnos. La maquinaria
escolar tiende a establecer una exageración de ese rol observando,
registrando, calificando y estigmatizando: "no puede",
"no sabe", "no obedece", "es indisciplinado",
"tiene mala conducta".
Más allá de diversas cuestiones relacionadas con condiciones
de trabajo y escaso salario, para los docentes uno de los motivos
de malestar se refiere al comportamiento de los alumnos: "Es
difícil motivarlos para el aprendizaje". "Se tratan
muy mal entre compañeros, se agreden física y verbalmente".
"Faltan el respeto no reconocen la autoridad".
La representación de niños y adolescentes ávidos
de aprender todo lo que les enseñan y proceden sin molestar,
sin "problemas de conducta", conforman un ideal que la
realidad desmiente.
En muchas ocasiones los docentes se sienten impotentes y desamparados,
considerando que su tarea no está respaldada, ya sea desde
el propio sistema educativo o por falta de acompañamiento
de la familia de los alumnos. Sienten que deben soportar en soledad
la relación con padres y alumnos que presentan problemas,
percibiéndose sobrecargados en múltiples tareas y
exigencias. Otra tensión se produce cuando los docentes ponen
el acento en el aspecto instructivo de educar y pretenden ajustarse
estrictamente a contenidos curriculares, sin tener en cuenta a sus
alumnos reales. Se provoca un abismo entre lo que creen que deben
enseñar y lo que realmente pueden llevar a cabo, desconociendo
lo importante del aspecto formativo de su función.
El malestar en el docente puede producir actitudes de aislamiento
que, cuando es excesivo, ocasiona efectos nocivos, uno de los cuales
es la pérdida de "funcionalidad" (Ulloa, 1995).
Otro es la dificultad de formar equipos de trabajo que genera una
superposición (todos hacen lo mismo), desaprovechándose
los esfuerzos.
La transformación en un funcionario implica que el docente
torne su trabajo en rutinario, repetitivo, falto de creatividad
y deseo. Esta actitud repercute en los alumnos con diversos efectos.
Entre el que se destaca, según (Souto 2000), la "ficción
pedagógica" consistente en un como sí: como sí
se transmitieran conocimientos por parte del docente y un como sí
se aprendiera por parte de los alumnos. El docente puede quedar
atrapado en el malestar si sostiene como ideal cumplir con todo
lo que se le demanda, pero también podría tener un
aspecto transformador si lo conduce a interrogarse sobre su deseo,
su función y sus prácticas.
Autoridad y disciplina
Hace unos años estaba garantizado que el lugar del docente
era el del saber y el poder, ahora, muchas veces, la autoridad del
docente no es reconocida por los alumnos.
La autoridad y el poder están estrechamente relacionados,
siendo ambos componentes de las relaciones de individuos y grupos.
Para Bourdieu y Passeron la acción pedagógica se vale
de relaciones de fuerza para imponer representaciones que se hallan
al servicio de la clase dominante, constituyendo una forma de violencia
simbólica. La autoridad pedagógica se presenta como
un derecho de imposición legítimo de quien educa,
por lo que está necesariamente implicada en la acción
pedagógica. Foucault (1975) denominó a la escuela
junto con las fábricas, hospitales y cárceles instituciones
de secuestro, atribuyéndoles un tipo de poder donde la disciplina
se considera fundamental. En ellas, además de órdenes,
se toma el derecho de enjuiciar, castigar o recompensar a sus miembros,
siendo algunos aceptados y otros expulsados. La vigilancia, el control
y la corrección son característicos de las relaciones
de poder que existen en esas instituciones.
Hasta hace unos años podría decirse que padres y docentes
personificaban para el alumno la autoridad conferida por la sociedad.
Últimamente, tanto docentes como padres plantean que sus
alumnos o hijos no los respetan, manifestando su impotencia para
transmitir las enseñanzas y directivas correspondientes.
A veces, algunos docentes temen caer en posiciones autoritarias
confundiendo autoritarismo con autoridad. Sin embargo el autoritarismo
se manifiesta como defecto en el ejercicio del poder, pues se basa
en un poder arbitrario donde alguien se erige en el lugar de la
Ley. El docente autoritario sitúa su práctica en el
eje dominación-omnipotencia, es decir, intenta dirigir esperando
solo sumisión y obediencia, desconociendo al alumno en su
alteridad. Uno de los recursos más utilizado por un docente
autoritario suele ser la intimidación que puede generar tanto,
miedo a la sanción disciplinaria, a repetir de grado, como
por el contrario, generar ira, desobediencias o actos de violencia.
También el que "deja hacer", porque no se puede
constituir como autoridad es promotor de situaciones de desorden,
apatía y violencia. El exceso de permisividad cuando no se
toma en cuenta una ley que organice lugares, marque diferencias,
pueda llevar a naturalizar cualquier situación. Tanto la
posición laissez faire como la autoritaria obstaculizan la
constitución de un sujeto autónomo y responsable.
La puesta de límites para favorecer el aprendizaje pasa a
ocupar un lugar central, que deriva en excesos e insuficiencias
y conduce a la cuestión de la disciplina. La palabra disciplina
tiene un doble significado estrechamente vinculado a lo educativo.
Hace referencia tanto a las áreas del conocimiento, como
a las reglas que mantienen el orden y la obediencia. Un aspecto
positivo de esta acepción relaciona la disciplina con una
forma de autodominio, que permite a un sujeto conducirse de tal
manera que alcance sus metas a pesar de los obstáculos. Alude
al esfuerzo, al trabajo, a la constancia que son necesarios asumir,
para apropiarse de los conocimientos. En su aspecto negativo la
disciplina se orienta más a enseñar a obedecer que
a ayudar a reflexionar. Tanto en la familia como en la escuela la
prohibición, la censura y el castigo suelen ser los métodos
pedagógicos privilegiados.
Ante una situación en la que el docente decida sancionar,
sería importante diferenciar entre un mero castigo y una
acción que pudiera tener una finalidad educativa. La urgencia
en tomar una medida disciplinaria, la creencia en el castigo ejemplificador,
puede tener efectos indeseados. ¿Por qué no tomarse
un poco de tiempo para evaluar la situación? Dar lugar a
la duda aceptando la incertidumbre que provocan las situaciones
complejas posibilita también reflexionar, con otros, sobre
diferentes alternativas de solución.
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Notas
1 Freud Sigmund: El malestar en la cultura
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