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             Introducción 
            
              Desde sus orígenes, el hombre ha presentado un  comportamiento que ha variado con la cultura, el conocimiento y los avances del  momento, lo que le ha enfrentado a la doble posibilidad de reflejar una  conducta humana e inhumana. La libertad que posee en este sentido lo coloca  ante la disyuntiva de comportarse de manera digna o indigna. Ahora bien, ¿quién  nos dice cuál es la conducta más acertada?, o mejor, ¿qué patrón o patrones  seguimos para determinar el mejor comportamiento a seguir? Al parecer es la  ética. 
              Ayllón (1998), define ética como “la elección de la conducta  digna, al esfuerzo por obrar bien, a la ciencia y al arte de conseguirlo” (p.  9); esto sólo lo puede lograr el hombre, único animal que posee libertad  inteligente, que lo posibilita para ver la realidad que le presenta diferentes  posibilidades. Es así como el hombre inventa en esa realidad, busca nuevas  maneras que lo hacen crecer, administrar dicha realidad, que es lo que  conocemos como progreso. 
              El progreso que alcanza el hombre le impulsa a comportarse  de manera particular, según la ocasión, la circunstancia, el interés y los  objetivos que persiga, lo que necesariamente conduce, como dice Ayllón (1998),  a “diseñar un mundo habitable” (p. 11). 
              Todo este progreso ha hecho que en la historia de la  humanidad se presenten crisis periódicas, quizás hasta cíclicas, que de alguna  manera están asociadas a las innovaciones tecnológicas. Esto es producto de un  mundo en constante transformación que, como afirma Shumpeter (en Herrera y  colaboradores, 1994): “En su opinión la causa de ese comportamiento es la  innovación tecnológica, que es promovida por los empresarios” (p. 21). 
              Esto, por supuesto, produce cambios que repercuten en la  conducta de la humanidad, que para Bilbeny (1997), “estos cambios que han  tenido y tienen lugar, ante todo, en el mundo del conocimiento, son los que  permiten caracterizar nuestra época, en la historia de la cultura, como la  época de la revolución cognitiva” (p. 13). 
              Entonces el conocer más, que de  alguna manera define el momento histórico que vivimos, ¿es bueno y a la vez  perjudicial para el hombre? Diremos que depende del uso que hagamos de ese conocimiento; en ocasiones será bueno y en otras no  tanto. Para ejemplo pensemos en todo el conocimiento adquirido con las  investigaciones de la fusión nuclear, que permitió desarrollar procedimientos  para luchar contra el cáncer, pero desembocó en la bomba nuclear que mató a  millones de personas en Hiroshima y Nagasaki. 
              El presente trabajo tiene por finalidad recorrer las  consecuencias que ha traído la revolución del conocimiento, preguntando y  tratando de responder el porqué del comportamiento del hombre, su manera de ver  al mundo, su ética, que en consonancia con Ayllón (1998), “…es el arte de  construir nuestra propia vida, y como no vivimos aislados sino en convivencia,  con nuestras acciones éticas también construimos la sociedad y con nuestra  falta de ética la perjudicamos” (p. 12), siendo la ética el más útil  conocimiento del hombre ya que le permite vivir alejado del caos. 
                El impacto cognitivo 
              
              La producción de conocimiento ha sido constante durante toda  la historia de la humanidad, acrecentándose en demasía en el finalizado siglo  XX e inicio del presente, cuando prácticamente a diario unos conocimientos  sustituyen o soslayan a otros. Además, este conocimiento ha dejado de ser  propiedad de un pequeño grupo para llegar a ser posesión de un número grande de  personas, por lo cual esta revolución cognitiva ha hecho posible la  globalización del conocimiento. 
              Ahora bien, este boom del  conocimiento ha llevado al hombre a ver el mundo, la realidad, de manera  distinta a como lo hicieron sus antecesores. Bilbeny (1997), nos dice que en la  era de la revolución industrial, el hombre veía a la realidad como algo que  estaba al borde de él mismo, fuera de su alcance, para pasar en esta época a  ver la realidad desde su óptica, a la medida de sus necesidades e intereses. Es  como si el hombre de hoy ve cierto relativismo relacionado con los intereses  que lo mueven. En este sentido, Ayllón (1998), afirma que: “el relativismo propone  una conducta a la carta: que cada uno haga lo que le venga en gana” (p. 14). 
              Entonces, ¿la revolución  cognitiva hace que el hombre interprete al mundo según su conveniencia y se  desenvuelva en él de acuerdo a su interés? Al parecer, el cúmulo de conocimientos  adquiridos por la humanidad ha llevado a que el hombre se sienta poseedor casi  absoluto de la verdad, por lo que su comportamiento ante la realidad es como  una especie de patente de corso, que lleva confundir dicha realidad con el  deseo, con lo que a uno le parece debe ser.  
              Y esto, tal como lo afirma  Bilbeny (1997), no es más que la dependencia del conocimiento que las  generaciones presentes tienen y por ende a lo que entienden por conocimiento.  Es así como hoy es importante cómo manipular algo por sobre cómo funciona; no  existen límites para el conocer; los especialistas son más confiables ya que  ellos concentran el conocimiento de un tópico en particular y estos a su vez  dictan cánones de comportamiento en la mayoría de los casos. Todo esto hace que  el hombre de hoy represente la realidad según sus cuentas. 
              Esta visión actual que tiene la  raza humana de su realidad, ¿es producto sólo de sus intereses o hay algo más  que ayuda que sea así? Para Bilbeny (1997), “el llamado mundo digital, como no  podía ser menos, es el resultado de una revolución de medios, pero también de  nuevas asignaciones para el conocimiento, que atrapa unos valores y suelta  rápidamente otros” (p. 14), con lo cual el boom cognitivo no sólo se  enmarca en un avance técnico-científico, sino que además pasa a depender de los  medios. 
              Es así como pasamos de la revolución industrial apoyada  en los avances tecnológicos, a una revolución del conocimiento apoyada en los  medios de información, que ha hecho que lo cognitivo, el camino y la forma de  comportarse dependa de ellos. 
                El impacto de los medios 
              
              La aparición de la imprenta  facilitó que las ideas, puntos de vista, transmisión de conocimiento y cultura,  llegara a un número mayor de personas, que sin embargo seguía siendo una  cantidad pequeña en comparación con los miles de habitantes de un país o los  millones que poblaban el mundo de entonces. Esto hacía que las ideas  predominantes para el momento se mantuvieran vigentes por más tiempo, las  costumbres estuvieran más arraigadas y la manera de ver la realidad fuera más  compartida, menos individualista. 
              La masificación de la  información a través de la televisión, la radio, la transmisiones vía satélite  y más recientemente con la aparición de Internet, ha hecho que el conocimiento  se multiplique para llegar a millones de personas en todo el mundo, haciendo  que las ideas, puntos de vista, costumbres y valores, sean sustituidos con  mayor frecuencia; por lo que coincidiendo con Bilbeny (1997), la explosión  cognitiva ha traído como consecuencia una primacía de la cultura informativa  sobre la valorativa, lo que ha conducido a un rompimiento entre los hechos y  las ideas, con graves consecuencias sobre estas, por lo que el autor mencionado  afirma: “la ética —también la política— tienen que  humillarse a esta nueva situación que el mismo tiempo quizás le devuelva toda  su razón de ser” (p. 19). 
              Esto ha conducido a que de un  conjunto de valores sustentados en afirmaciones religiosas y del alma, pasemos  a la creencia de un conjunto de valores multiculturales originados en la  mayoría de las sociedades urbanas, que conduce al valor individual, a hacer y  comportarse como uno mejor se sienta, muchas veces inducidos por los medios,  con lo cual los cambios de códigos morales “se dan más por acumulación que por  superación de estratos” (Bilbeny, 1997, p. 19). Entonces, ¿ante quiénes somos  responsables: ante nosotros, ante los demás, ante los medios o ante Dios?  Carecer de una responsabilidad ante alguien, necesariamente lleva a que la  moral, la forma de comportarse no sea la misma, incluso en circunstancias  similares, sino que responden a un interés particular o de un grupo  determinado. 
              Se comprende esta situación si consideramos que vivimos  en la época de la Internet y de la realidad virtual, de las imágenes vía  satélite, que nos hacen estar y a la vez no estar en un lugar, ante una  situación, ni siquiera tener presente a los demás, convirtiéndose en una  sociedad en que se multiplican los individuos informados pero insensibles,  crueles a pesar de su inteligencia. 
                El impacto del conocimiento y los medios en la ética 
              
              El hombre, como todo ser viviente, evoluciona de acuerdo a  un código genético que determina sus características; de igual manera la raza  humana evoluciona culturalmente, que no es más que la acumulación de experiencia  y, eso es conocimiento, producto de la tecnología que para Bilbeny (1997), es  “la única información que realmente producimos y cuyo uso hace que vuelva o se  revierta de nuevo en nosotros” (p. 32). 
              Sin embargo, el hombre también produce información a través  de su comportamiento, de sus acciones ante situaciones de la vida diaria que  forman la historia, así como también por medio de  
              sus escritos (novelas, ensayos, etc.), y en ambos casos también retornan a él.  Es quizás por esto y por otros factores del ser humano, que vemos cómo la  evolución cultural se lleva a cabo con mayor celeridad que los cambios  biológicos, debido a que en la primera es el propio hombre quien tiene en sus  manos la manipulación de dicha evolución, sencillamente porque en sus manos  están los mecanismos por los que adquirimos información. 
              Ahora bien, esa manipulación de los mecanismos (medios) que  nos permiten acceder a la información, conduce muchas veces a una dualidad en  las costumbres y en la manera de comportarnos. Y es la ética la que puede  ayudarnos en este sentido, ya que precisamente existe para permitirnos poner  orden en nuestras decisiones o al menos para poder decidir entre dos o más  opciones. 
              Pero la cosa no es tan fácil, ya que la revolución del  conocimiento apoyada o dependiente de los medios, conlleva un cambio profundo  de la mentalidad, haciendo que valores como el orden, la moral, el deber y la  obligación, no puedan ser compartidos de igual manera como lo fueran en épocas  pasadas, en que los hábitos y creencias eran más estables. Y más aún, todo este  panorama ha hecho que el hombre se sienta dueño de muchos derechos y de pocos  deberes, lo que acrecienta la crisis actual, que en épocas pasadas se  presentaba de manera invertida. Al respecto Kung (2000), nos dice: 
              En nuestro repaso histórico hemos visto que los deberes han  sido formulados miles de años antes que los derechos. Sin embargo, 200 años  después de la Revolución de 1789 vivimos en una sociedad en la que  
              los individuos y grupos reivindican constantemente sus derechos frente a otros,  sin reconocer para si mismos ninguna clase de deberes (p. 141). 
              En gran medida, esto que llamamos crisis de valores es  producto de un cambio en la revolución del conocimiento, que no es más que  reemplazar unos hábitos o creencias por otros, lo cual es presentado por los  medios que propagan la información. En este sentido se coincide con Bilbeny  (1997), cuando dice que “cada nueva revolución tecnológica y el conocimiento ha  venido a representar la sustitución de unos códigos éticos por otros y aun una  revolución en la ética” (p. 42). 
              Pero esto no queda allí, ya que tanto la revolución  tecnológica como las tecnologías de la información no son meramente productores  de conocimiento y nuevas formas de comunicación, sino que también propician una  nueva manera de interacción humana que, necesariamente, influirá en el orden de  los hábitos y las creencias. 
                Conclusiones 
              
              La ética de nuestro tiempo se encuentra impactada por una  serie de circunstancias que han hecho que se halle en un estado constante de  inestabilidad. En primer lugar, tenemos la revolución cognitiva, que desplaza a  unos conocimientos para que emerjan otros, los cuales están apareciendo a cada  instante de manera vertiginosa. Por otra parte, a diferencia del siglo XX, al  final de este e inicios del nuevo siglo, el conocimiento se ha hecho universal,  se ha globalizado, dejando de ser propiedad de un pequeño grupo de elegidos,  para pasar a ser dominio de masas. 
              Todo esto lleva al hombre a interpretar la realidad de  acuerdo con sus intereses y necesidades, a un relativismo particular. La  acumulación de conocimiento hace que el hombre piense que es poseedor de la  verdad absoluta y por tanto hace las cosas de acuerdo a como a cada uno le  parece deben ser. 
              La acumulación de conocimiento es posible por la dependencia  que estos tienen de los medios de información, lo cual ha generado que exista  una importancia relevante de la cultura informativa sobre la valorativa, lo que  ha llevado a que “la correlación cultural entre hechos e ideas ha vuelto a  desequilibrarse, pero ahora en detrimento de estas últimas (Bilbeny, 1997, p.  19). 
              En gran medida esto se produce debido a que el hombre maneja  los medios y con ellos manipula la información e incluso induce el uso de la  misma, es decir, dirige el comportamiento, empujando a hacer lo que le interesa  a un sector particular de la sociedad y haciendo creer que tenemos muchos  derechos pero pocos o ningún tipo de deber, con lo cual unos códigos éticos han  sido reemplazados por otros. 
              Por tal motivo, Ayllón (1998) nos dice que nuestra  civilización: “No está segura de que haya un modo de vivir moral, digno del  hombre. Y por eso no sabe educar: sabe instruir; es decir informar al niño  sobre muchas cuestiones…” y agrega: “Pero no sabe decirle que es lo que debe hacer  con su vida” (p.18). 
            Si en verdad existe una manera digna del hombre para  vivir, parece un desperdicio dejar pasar la vida y no haberse informado de lo  trascendental, de lo que le permitirá saber que hacer con su vida. 
             Bibliografía 
             AYLLÓN, J. R. (1998): Ética razonada. Madrid, Ediciones  Palabras, S.A. 
              BILBENY, N. (1997): La revolución de la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Barcelona,  Editorial Anagrama. 
              HERRERA, A. y colaboradores (1994):  Las nuevas tecnologías y el futuro de  América Latina. Riesgos y oportunidades. México, Siglo Veintiuno Editores. 
              KUNG, H. (2000): Una ética mundial para la economía y la  política. México, Fondo de Cultura Económica. 
             
              
            
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