Organización de Estados Iberoamericanos Para la Educación, la Ciencia y la Cultura |
Revista
Iberoamericana de Educación Número 11 - Educación Ambiental: Teoría y Práctica |
(*) María Novo es titular de la Cátedra Unesco de Educación Ambiental de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España y directora del máster en Educación Ambiental de dicha Universidad. Ha dictado cursos y conferencias en numerosas universidades y foros nacionales y extranjeros durante las últimas décadas y es autora de diversos libros y artículos sobre el tema, los últimos de ellos los titulados Bases para una estrategia española de Educación Ambiental (ICONA, 1993) y La Educación Ambiental: bases éticas, conceptuales y metodológicas (Univérsitas, 1995). |
Aproximarse a un planteamiento que integre y relacione la Educación Ambiental desarrollada en ámbitos escolares (Educación formal) con aquella otra que vienen desarrollando las organizaciones no gubernamentales, grupos ecologistas, ayuntamientos y comunidades autónomas, etc., creemos que requiere, como premisa previa, un estudio evolutivo que dé cuenta de las raíces de este movimiento educativo y de su progresiva configuración como vía formativa de primer orden, atenta a un problema gravemente preocupante como es el deterioro de nuestro medio ambiente.
Nos proponemos, por tanto, introducir este estudio con una breve secuencia de los acontecimientos que marcan la evolución de la Educación Ambiental, desde sus inicios como movimiento institucional, hacia el año 1968, hasta el momento presente. Creemos que ello nos permitirá comprender mejor el modo en que se han ido consolidando los principios inspiradores de esta corriente educativa, para que así podamos situarnos con mayor claridad en un contexto científico cuyos debates teóricos y realizaciones prácticas ocupan los últimos treinta años de nuestra historia.
Seguidamente nos centraremos ya en delimitar los que, a nuestro juicio, pueden ser considerados como «ejes vertebradores» de la Educación Ambiental, tanto si ésta se desarrolla en el ámbito formal como si alcanza al no formal. El hecho de que todas y cada una de estas consideraciones sean aplicables a ambos espacios formativos da cuenta de las interrelaciones que mantienen inextricablemente unidas unas y otras experiencias. En efecto, hoy no puede hablarse ya de una Educación Ambiental escolar que no se apoye en recursos organizados ad hoc por los ayuntamientos, las comunidades autónomas, etc., y que no se vea beneficiada por la inmensa e interesante labor que están llevando a cabo las granjas-escuela, los centros de Educación Ambiental, organizaciones no gubernamentales, etc.
Finalmente, querríamos dedicar una parte de nuestro trabajo a desarrollar un planteamiento prospectivo que nos permita otear el futuro, considerando cuál está siendo y, sobre todo, cuál puede ser el papel de las organizaciones de Educación Ambiental no formal en una sociedad en cambio como la que vivimos.
Resultaría difícil señalar una fecha que fije la aparición del movimiento que denominamos Educación Ambiental (en adelante E.A.). La fundación del Council for Environmental Education (Consejo de Educación Ambiental) en la Universidad de Reading, Inglaterra (año 1968), suele ser el punto de referencia. Este organismo, de carácter planificador y coordinador, pretendía aglutinar e impulsar el naciente trabajo que, sobre el medio ambiente, estaban desarrollando algunas escuelas y centros educativos del Reino Unido.
Es evidente la orientación conservacionista del movimiento en este momento inicial. No podía ser de otro modo, dada la antigua y amplia tradición conservacionista de los países anglosajones.
Una característica del movimiento de E.A. en sus orígenes, común en otros países, es el hecho de que se inicia desde las bases educativas. Son los maestros quienes realizan los primeros ensayos de E.A., muchas veces en el seno de trabajos de campo en asignaturas de Ciencias Naturales, actividades de conocimiento del medio, de cuidado y conservación de la naturaleza, de estudios del entorno, etc.
Paralelamente, las ideas que luego compondrán el modelo que ahora conocemos se iban desarrollando también en el ámbito no formal, principalmente en el seno de los grupos ecologistas, que en aquellos momentos eran escasos, pero muy activos.
En cuanto a la siguiente década, 1960-70, podríamos definirla como la del arraigo del movimiento en determinados grupos más avanzados y concienciados. La tarea más urgente que se nos presentaba a quienes trabajábamos en este ámbito era la de progresar conceptualmente en un campo que se estaba configurando al mismo tiempo que íbamos caminando.
Una «conquista» que ahora puede parecernos lejana pero que requirió de largos debates y procesos, consistió en ampliar el concepto de medio ambiente, que hasta ese momento estaba asociado casi exclusivamente al medio natural, extendiéndolo a lo que eran no sólo los aspectos naturales sino también los aspectos sociales. Costó trabajo que se entendiera que medio ambiente no era solo un ecosistema natural (una charca, un bosque), sino que la ciudad, los sistemas económicos, etc., también eran sistemas ambientales de enorme incidencia en los impactos globales.
En segundo lugar, y ya en el campo educativo formal, fue necesario superar esa tendencia de la tradición educativa a compartimentar los aprendizajes, a asignarlos (de ahí el término «asignatura») en bloques estancos, reflejo más o menos riguroso de las respectivas ciencias que se pretende enseñar. En esta línea, la tarea consistió en convencer, también desde las bases, a las autoridades educativas, de quela E.A. tenía que ser una dimensión que impregnara todo el curriculo; de que no queríamos una nueva asignatura para el curriculo escolar.
En tercer lugar, hay que destacar que en la década de los setenta se comenzaron a dar los primeros pasos interdisciplinarios, las primeras experiencias en las que el medio ambiente era considerado como un centro de interés y en las que intervenían profesores de distintas materias. Estos trabajos fueron el cimiento de toda la comprensión de un nuevo método de acercamiento a la realidad, que posteriormente desarrollaríamos en esta línea.
Como cuarta aportación, cabe recordar este período como una década especialmente difícil para afianzar algo que hoy está bastante asumido, afortunadamente, y es que la E.A. si es algo es antes que nada un movimiento ético. Este planteamiento fue difícil de consolidar en un movimiento nacido de la tradición conservacionista, pero creemos que tuvo la virtualidad de permitir que se fuese avanzando más allá del simple conservacionismo, sin necesidad de abandonarlo.
En el plano de la E.A. no formal, esta década coincide con el despegue de los grupos ecologistas, y comienzan a aparecer en los países anglosajones algunas experiencias pioneras en dotar a estos colectivos de una cierta dimensión educativa, a través de manifiestos, conferencias, etc., al tiempo que se van sensibilizando algunas instituciones extraescolares de tipo local para crear estructuras de apoyo a la escuela en su acción a favor del medio ambiente.
Naturalmente esta evolución que vamos reseñando no se presenta de un modo uniforme, ni en lo que se refiere a los países ni a los grupos dentro de cada país. Pero puede afirmarse que unos y otros van consiguiendo notables avances, con vistas a lo que será el período que se avecina.
Y con ello entramos en la siguiente década. Podemos considerar el decenio 1980-90 como el del salto de la conciencia sobre la problemática ambiental desde los grupos minoritarios a la ciudadanía en general; el del desarrollo de las ONGs. y de los grupos ecologistas; el del afianzamiento de experiencias de E.A. en el ámbito no formal (granjas-escuela, aulas de la naturaleza, etc.).
Se trata de una década en la que la crisis ecológica se acentúa y los problemas demográficos se unen a los fuertes desequilibrios Norte-Sur. Es el momento en que empieza a divulgarse más allá del mundo científico todo el problema de la capa de ozono, de los cambios climáticos, etc. El avance más importante quizá sea que ahora se generaliza al fin la comprensión de que la problemática ambiental es un fenómeno global y comienza a percibirse esta idea de globalidad que lleva aparejada la idea de relación, la idea de interrelaciones entre los problemas y entre los fenómenos ambientales.
Tal percepción de la problemática, que se desarrolla íntimamente ligada a una autopercepción que considera a los hombres y mujeres de nuestro tiempo como «ciudadanos de la aldea global», toma cuerpo al tiempo que se hace evidente la comprensión de que los problemas ambientales no son una suma de problemas aislados sino el resultado de fenómenos sinérgicos, de la interacción entre todos esos problemas, como una verdadera «emergencia» del sistema.
Por iniciativa de Naciones Unidas y al objeto de estudiar de modo interrelacionado los problemas ambientales de nuestro planeta, en el año 1983 comienza sus trabajos la Comisión Brundtland, que invierte varios años en recorrer distintas áreas del planeta, entrevistando a expertos, campesinos, habitantes de las ciudades, gobernantes, etc. Una de las conclusiones de su Informe, emitido en el año 1987 bajo el título de «Nuestro futuro común», es que resulta imprescindible vincular los problemas ambientales con la economía internacional y sobre todo con los modelos de desarrollo. Ello viene a consolidar una opinión que manteníamos muchos profesionales ambientalistas desde hacía años: que los problemas del entorno no había que verlos sólo por referencia a sus consecuencias, sino que era necesario preguntarse por las causas (dónde se originaban) y que siempre, cuando íbamos a los orígenes, nos encontrábamos con los modelos económicos, con los modelos de desarrollo utilizados.
Probablemente, una de las mayores aportaciones de la Comisión sea su propuesta del desarrollo sostenible: un modelo económico que recoge también toda la trayectoria anterior (se había trabajado mucho sobre la idea del ecodesarrollo). Se entiende, desde la Comisión Brundtland, que el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras. Ello supone tomar en cuenta el equilibrio social y ecológico como garantía de un planeta que se desenvuelve, sin poner en peligro la idea de una humanidad en armonía entre sí y con la naturaleza.
A partir de ese momento se empieza a trabajar con más énfasis en todos los temas de desarrollo sostenible vinculados con la E.A., y hay que destacar que, en este concepto y en este momento están ya reconocidasdos ideas fundamentales, básicas para interpretar la problemática ambiental y actuar en consecuencia, incluso en lo que afecta al ámbito educativo.
La primera es la idea de necesidades. La teoría del desarrollo sostenible habla de satisfacer necesidades, pero es preciso preguntarse: ¿qué necesidades? ¿la necesidad de aire acondicionado del mundo desarrollado o las necesidades de alimentación de un individuo del África subsahariana?... El Informe Brundtland habla de que en particular hay que satisfacer las necesidades esenciales de los más pobres, es decir, hay que otorgar una cierta prioridad a aquellos que todavía no tienen cubiertos los niveles básicos de calidad de vida.
La segunda es la idea de límites. En el Informe también se afirma que no se pueden satisfacer todas las supuestas «necesidades» que cualquier comunidad plantee, porque existen unas limitaciones, fundamentalmente impuestas por la capacidad de carga de los ecosistemas. En la práctica, esa capacidad de carga está muy modificada por la tecnología, por la organización social, etc. Pero, en definitiva, la biosfera en su conjunto tiene una capacidad de carga para soportar una población que requiere agua, suelo, alimentos, etc., y que produce contaminación, desechos. Ello plantea unos límites, tanto en la utilización de los recursos no renovables como en la velocidad de uso de los renovables. Por tanto, estas dos ideas, necesidades y límites, empiezan ya a jugar un papel importante en la interpretación de la problemática ambiental desde el ámbito educativo.
Concluyendo esa década, ilustrados por el Informe Brundtland, hemos aprendido que tenemos que desarrollar la E.A. con el contexto Norte-Sur como marco; que, aunque trabajemos en entornos locales, tenemos que aprender a pensar globalmente desde la idea de la biosfera. Ese es el gran aprendizaje de la década de los ochenta. Tenemos que actuar donde estamos, tenemos que comprometernos con nuestros entornos locales, pero tenemos que aprender a pensar globalmente, a pensar en términos de relaciones de todos con todo lo existente.
Hemos visto así establecerse los vínculos entre la E.A. y el desarrollo sostenible. Ésta es la línea de gran parte de los trabajos que se realizan en ese momento. La pregunta que surge inmediatamente es la siguiente: ¿qué significa introducir elementos de desarrollo sostenible en la tarea educativa? ¿cómo aplicar esos principios a nuestro trabajo, sea en el campo formal o en el no formal? Entonces se empieza a comprender que una de las vías, no la única, viene dada por el favorecimiento de la descentralización en la toma de decisiones, en la gestión de los recursos, etc. Descentralización que va también vinculada a la autonomía de las pequeñas comunidades (autosuficiencia alimentaria, energética, etc.).
En el año 1987 tiene lugar un hito importante dentro de esta década: el Congreso de Moscú. En él la Unesco reúne a expertos de todo el mundo para el desarrollo de una Estrategia de E.A. para la década de los noventa. Nuestro trabajo, a lo largo de más de 10 días, estuvo encaminado a definir las líneas directrices de la E.A. para el fin de siglo. Y hay que resaltar que uno de los aspectos en los que estuvimos de acuerdo fue en que no es posible definir las finalidades de la E.A. sin tener en cuenta las realidades económicas, sociales y ecológicas de cada sociedad y los objetivos que ésta se haya fijado para su desarrollo. Como vemos, la vinculación entre la E.A. y los modelos de desarrollo se hace cada vez más evidente.
En las conclusiones del Congreso se propone a los países miembros que vayan desarrollando sus propias estrategias y que la E.A. alcance a todos los colectivos sociales. Definitivamente en Moscú se ve claro que la escuela y lo que está fuera de la escuela tienen que fundirse para hacer E.A.. Que es muy importante que la E.A. formal, la no formal y la informal constituyan un sistema y, como elementos del mismo, se realimenten y se apoyen.
Entramos así en la década de los noventa, con una nueva concepción del desarrollo: el desarrollo sostenible, que va acompañada por un mayor protagonismo de la mujer, por un fortalecimiento de la sociedad civil, y una fusión entre los ideales de los grupos ecologistas y los de las ONGs. que trabajan en cooperación para el desarrollo, actuando el medio ambiente como elemento aglutinador.
Esta década que nos ha tocado vivir, bastante difícil, parece haber asistido a la profundización de la crisis ambiental, porque a los problemas de deforestación, de cambio climático, de agotamiento de recursos, de contaminación creciente, etc., se unen hambrunas enormes, se añade una deuda externa que está atenazando a los países del Tercer Mundo, aumentan muchísimo las migraciones (internacionales unas veces, otras veces migraciones del campo a la ciudad, siempre por parte de los desheredados del planeta), y la explosión demográfica continúa.
Al mismo tiempo, se acentúan los desequilibrios no solamente entre ese Norte y ese Sur geográficos que pueden representar países ricos y países en vías de desarrollo, sino en el seno de las propias comunidades ricas. Europa, por ejemplo, en estos momentos, tiene cincuenta millones de pobres. Cincuenta millones de personas que constituyen ese Cuarto Mundo, o si lo queremos entender de otra manera, ese Tercer Mundo que está inscrito dentro del Primer Mundo.
En este momento, reconocer que estamos en una crisis no debe asustarnos. Lo importante, sin duda, es comprenderla, para intentar salir de ella superándola. Y a esa comprensión creemos que puede ayudar una idea de Atalli: «la crisis es la larga y difícil reescritura que separa dos formas provisionales del mundo». Probablemente estamos en ese momento. Tenemos una forma provisional del mundo que no nos sirve, y necesitamos trabajar y ayudar a transformarla en otra, que también será provisional, pero que tendrá que plantear o dar respuesta a algunos de los retos que en este momento nos preocupan.
Junto a este planteamiento de una E.A. muy comprometida con el desarrollo sostenible y orientada a la búsqueda de las interdependencias Norte-Sur, en cualquier contexto, en esta década se va evidenciando que hay algunos grupos de personas que necesitan una atención prioritaria de la E.A. Estos grupos serían:
Por otra parte, no hay que perder de vista el perfil de las familias, donde se fijan pautas de consumo y utilización de los recursos. Así conviene resaltar que, en los programas de E.A. en que se ha trabajado con las familias al mismo tiempo que con los niños y jóvenes, se ha visto cómo hay un reforzamiento mutuo de los mensajes educativos externos y los de la familia, muy beneficioso para imprimir coherencia a los programas.
Finalmente, ha llegado el momento de hacer una amplia referencia a la Conferencia Mundial de Río en 1992. En efecto, en esos momentos en Río tiene lugar una reunión de Jefes de Estado de todo el planeta en la que se plantea por primera vez, a escala internacional, una política ambiental integrada y de desarrollo. Y una política que pretende tomar en cuenta no sólo a las generaciones presentes sino también a las futuras. Ese era, por lo menos el objetivo explícito de este encuentro, denominado Cumbre para la Tierra.
Los resultados más visibles de esa reunión de Jefes de Estado se concretan en la Declaración de Río, que tiene 27 principios interrelacionados, donde se establecen algunos criterios para el desarrollo sostenible y se fijan responsabilidades individuales y colectivas. Pero la Declaración de Río no es vinculante; es un documento de recomendaciones. Junto a ella, se firmaron también dos convenios que sí son vinculantes: el Convenio de Biodiversidad y el de Cambio Climático. A partir de ahí se estableció lo que se llama Agenda 21, un largo programa donde se concretan ya los compromisos derivados de la Cumbre.
Es importante decir que en Río 92 no sólo tuvo lugar esa reunión de los Jefes de Estado y de Gobierno. Río celebró al mismo tiempo el Foro Global, en el que la sociedad civil estuvo representada por más de 15.000 personas de diferentes movimientos de todo el mundo, para reflexionar sobre los temas que se estaban trabajando en la Cumbre de Jefes de Estado y sobre otras cuestiones (como, por ejemplo la nuclear), que prácticamente habían quedado olvidadas en las instancias oficiales.
Todos los encuentros de Río, de uno y otro lado, estuvieron presididos por una frase de Albert Einstein, con la que se quería de alguna manera iluminar nuestro trabajo. Decía así: que la imaginación, en momentos de crisis, pueda ser más importante que el conocimiento». Indudablemente con esta reflexión se estaba reconociendo uno de los grandes problemas de nuestro presente: que tenemos mucho conocimiento acumulado pero nos faltan, nos han faltado, los criterios, la creatividad, las opciones que nos orienten correctamente sobre la forma de utilizar ese conocimiento.
Se trataba de ver, de usar la imaginación precisamente, de utilizar todo nuestro campo de posibilidades creativas para vislumbrar alternativas, soluciones inéditas para los problemas ambientales existentes. En el Foro Global, lógicamente porque teníamos más libertad, se usó muchísimo la imaginación. Por eso los tratados que allí se firmaron tienen un gran valor prospectivo como orientadores de un futuro que quisiera manifestarse bastante diferente, en términos ambientales, a nuestro presente.
Y, en ese Foro Global, una de las grandes reuniones que se celebraron fue precisamente sobre E.A. Tuvimos la suerte de vivir la experiencia, de compartir todas estas reflexiones con muchas personas venidas de África, de Asia, de comunidades rurales de América Latina, etc. Todas ellas con graves problemas ambientales muy distintos a los de la Europa desarrollada. Eso le dio una gran riqueza a la reunión, porque realmente los enfoques no eran simplemente teóricos; se trataba de plantear y de llevar adelante desde la E.A. problemas que se estaban viviendo en esos países, que eran realidades muy graves, casi siempre vinculadas a la pobreza, la dependencia tecnológica y económica, la pérdida de autosuficiencia, etc.
Se firmaron en este Foro Global 32 tratados. Entre ellos el «Tratado de Educación Ambiental para sociedades sustentables y responsabilidad global». En el título ya se reflejan algunos de los aspectos a que antes nos referíamos, sobre la necesidad de incorporar a nuestro trabajo la perspectiva del desarrollo sostenible. El Tratado realmente muestra el compromiso de la sociedad civil con el cambio. Al mismo tiempo y de forma paralela, plantea la exigencia de que los gobiernos cambien, que es algo que se estaba reclamando desde el Foro Global. Es un Tratado hecho desde las bases; no está redactado por los políticos; está hecho por los ciudadanos que están sufriendo los problemas ambientales, con una gran representación de los países en vías de desarrollo.
Al lado de aspectos ecológicos, como es la defensa de la biodiversidad, o el énfasis por resaltar los fenómenos de interdependencia que se dan en los procesos naturales, se resaltan en el Tratado aspectos éticos y sociales muy importantes. Por ejemplo, se dice textualmente: «es inherente a la crisis la no participación de la casi totalidad de los individuos en la construcción de su futuro». Ahí se está planteando el gran problema de los millones y millones de seres humanos que realmente no tienen capacidad para tomar decisiones respecto del uso y la propiedad de los recursos.
Se habla también de la necesidad de desarrollar una conciencia ética sobre todas las formas de vida con las cuales compartimos el planeta. Nótese que se dice de «todas las formas de vida», no sólo la vida humana, y se utiliza la expresión «compartir». No se habla de dominar el planeta.
Por otra parte, en el Tratado se hace patente que el desarrollo sostenible plantea una necesaria transformación de la economía y de la sociedad; no es un correctivo al sistema. Un verdadero modelo económico-social que quiera responder a ese nombre supone cambios profundos en el acceso a los recursos, cambios en la distribución de costos y beneficios, igualdad dentro de cada generación, no sólo solidaridad con las generaciones futuras; supone solidaridad con esta generación, y requiere que sean satisfechas las necesidades básicas de todos, no únicamente las de los 1.200 millones de personas que vivimos en el mundo industrializado.
Al irse afianzando esta idea del desarrollo sostenible y al discutirse en el Foro, lo que sí todos teníamos claro era que ha quedado demostrado que el crecimiento económico no es suficiente por sí mismo para conseguir el desarrollo, y que altos niveles de productividad pueden coexistir con la pobreza de muchos sectores de población; incluso a veces la escasez generalizada es la precondición para que se den esos altos niveles de productividad (como en muchas áreas del continente asiático) con los que se pone en peligro el medio ambiente.
En el Tratado se apuesta, asimismo, por una E.A. profundamente comprometida con el cambio, afirmándose que «la E.A. es un acto político basado en valores para la transformación social». ¿Qué se quiere significar cuando se está sosteniendo que la E.A. es «un acto político»? Pues lo que se estaba debatiendo allí, y lo que se estaba queriendo decir es que ya no podemos seguir trabajando simplemente para dar información, simplemente para crear opiniones; no basta crear opiniones, hay que trabajar para la toma de decisiones. Esa es la dimensión política de la E.A., que se esté haciendo con un pequeño colectivo, en un barrio, en un pueblo, en una universidad... Hay que trabajar para que la gente tenga más información y más opiniones sobre la capa de ozono, o para que sepa más cosas acerca del peligro de la deforestación o la lluvia ácida. Ésta es una fase de nuestro quehacer que resulta necesaria pero no suficiente. Hay que trabajar para que las personas tomen decisiones, desde la Educación infantil hasta la Educación universitaria; esa es la dimensión política de la E.A. y, en ese sentido, la E.A. es un acto político.
La conclusión es que en estos 30 años hemos recorrido un largo camino. Todos tenemos conciencia de ello. Ese recorrido va, como decíamos antes, desde el simple conservacionismo hasta una E.A. como la que tenemos hoy, como la que sale de Río, metida en el corazón de los problemas del desarrollo sostenible.
Así, la pregunta que nos hacíamos hace años, la pregunta de ¿qué hacer con los recursos? ha dado paso a un nuevo interrogante: ¿qué hacer con los modelos sociales y económicos? Ya no estamos solo preocupados por los recursos, hemos aprendido a preocuparnos por los modelos donde se decide el uso de los recursos.
Se ha pasado también de seguir unas orientaciones oficiales, las de las instituciones (Unesco, Consejo de Europa, etc.), a obtener algo que hasta ahora no habíamos conseguido, que es un consenso global de los grupos de base, de la sociedad civil, como el que se dio en Río, y un documento redactado desde el lenguaje de los países en vías de desarrollo.
Queremos superar los planteamientos todavía en cierto modo etnocéntricos que teníamos al principio, cuando decíamos: «salvemos al Tercer Mundo». Se ha dado un paso muy importante porque ahora, cuando tantas comunidades humanas han asumido el desarrollo sostenible como desarrollo endógeno, lo que nos dicen es «no queremos que nos salven; déjennos elegir nuestro modo de avanzar eligiendo nuestro propio modelo».
Se ha pasado también del concepto de ciudadano como consumidor al concepto de ciudadano como partícipe; ese me parece que es un salto importantísimo. Y hemos evolucionado desde unos momentos históricos en los que se hablaba de «orientar» la economía a una realidad en la que se habla claramente de transformar la economía.
Del mismo modo, en los planteamientos actuales de la E.A. se cuestiona el modelo cultural del occidente industrializado y se plantea el respeto a todas las culturas, la interacción cultural.
Y se ha replanteado también una cuestión que es muy típica de Europa, Norteamérica y Japón, que es la preocupación por la eficiencia en el uso de los recursos (mayor eficiencia energética, mayor eficiencia en el uso del agua, etc.). Desde luego, el interés por la eficiencia no debe decaer, porque muchos problemas se atenúan con sistemas de gestión eficientes, pero hay que saber que no todos los problemas ambientales se resuelven desde la perspectiva de la eficiencia. Afortunadamente, hoy se ha ampliado esta preocupación por la eficiencia con una atención importante al problema del reparto de los recursos, reconociéndose que la crisis no deriva sólo de una escasa eficiencia, sino que es fundamentalmente una consecuencia de que el acceso, la gestión y uso de los recursos están mal repartidos.
Se ha pasado también de una EA centrada exclusivamente en el mundo escolar a una E.A. que enfatiza la formación de los adultos, de los profesores, de los gestores. Una Educación hecha dentro, pero también fuera de las instituciones formativas tradicionales. En este contexto, el papel de las ONG´s, los colectivos de E.A., grupos ecologistas, etc., aparece dotado de un gran dinamismo y de unas enormes posibilidades.
Finalmente, creemos que el logro más importante de estos 30 años consiste en que por fin hemos llegado a una E.A. que ya no está «atenta a la pobreza», sino que es una E.A. formulada «desde» los esquemas de quienes valoran la pobreza como el primer gran problema ambiental. En efecto, si algo puede decirse del Tratado de Educación Ambiental que redactamos y firmamos en Río, es que es un documento que está escrito desde la perspectiva del subdesarrollo; son los países subdesarrollados los que en ese documento toman la palabra. Ese es un hecho que no se había producido nunca con tal magnitud en la historia del movimiento de E.A..
Para terminar, cabe decir que en este momento, con 30 años de historia (una historia corta pero intensa), nos encontramos con la E.A. como un reto y como una posibilidad; el reto que tenemos todos, cada uno en su nivel, es avanzar sin miedo en una dirección auténticamente transformadora, de la cual no debemos excluir nuestra propia transformación, nuestro cambio en el modo de hacer, nuestra apertura a nuevos modos de ser coherentes con los objetivos que perseguimos. Y ahí la tensión que experimentamos para intentar transformar el mundo, incluye de manera ineludible nuestra propia tensión interior, aquella que se orienta a transformarnos a nosotros mismos.
Hay una posibilidad asociada a ese reto: la gran posibilidad de la E.A. en este momento es, precisamente, contribuir al cambio, contribuir a esa reescritura, que también va a ser provisional, de la historia. Nos estamos asomando al tercer milenio y, desde luego, vamos a tener que reinventar muchos de los actuales modos de comportamiento individual y colectivo. Ojalá nuestro movimiento sea un importante catalizador que contribuya a ello.
3.1. Diagnóstico de la situación
Por lo que se refiere a la definición de la crisis ambiental contemporánea y sus características, podemos encontrar en el movimiento de E.A. algunos planteamientos básicos que permiten interpretar esta problemática en toda su profundidad y complejidad. Ellos pueden funcionar, a nuestro juicio, como ejes orientadores para el diagnóstico de la situación que han de abordar los colectivos de E.A. no formal. Son los siguientes:
3.2. Consideraciones generales
Ante el diagnóstico planteado, la E.A. se nos aparece como un movimiento que, dotado de potentes criterios inspiradores y abocado a una práctica coherente con ellos, se mueve en torno a algunos principios básicos:
3.3. Alternativas
Hemos hecho un diagnóstico de la situación, seguido de unas consideraciones generales que nos permiten ir vislumbrando en qué problemas y con qué criterios podemos centrar nuestra acción educativo-ambiental. Pero es bien cierto que ésta no puede quedarse en una simple denuncia o análisis de las situaciones de desequilibrio que padece el planeta, ni siquiera en el enunciado de nuevos planteamientos que orienten sobre las transformaciones necesarias para «virar» nuestra trayectoria sobre él. Se requiere algo más: propuestas de tipo alternativo que nos permitan no sólo vislumbrar, sino ensayar y «tocar» nuevos comportamientos y formas de vida más acordes con el equilibrio ecológico y la solidaridad inter e intrageneracional.
Desde esta perspectiva, algunas formulaciones pueden orientar nuestra tarea educativa:
3.4. Principios de una Educación Ambiental para el Desarrollo Sostenible
A la vista de lo expuesto, creemos que la E.A. que procede plantearse en este cambio de milenio marcado por la crisis social y el deterioro ecológico es aquella capaz de reorientar nuestros modelos interpretativos y nuestras pautas de acción hacia un nuevo paradigma.
Esta nueva cosmovisión sería, a nuestro modo de ver, la oportunidad posible para una transformación progresiva pero profunda de las pautas de utilización de los recursos desde criterios de sustentabilidad ecológica y equidad social.
Orientada, pues, por los enfoques que guían el desarrollo sostenible, esta E.A. debería basarse, a nuestro juicio, en los siguientes principios básicos:
Cuanto hasta aquí hemos dicho es igualmente válido para la Educación formal y la no formal, en la medida en que ambos sistemas son complementarios e inciden sobre sujetos que aprenden en diferentes fases o momentos de su vida.
El interés y oportunidad de las experiencias de E.A. no formal vienen dados por la existencia de múltiples problemas que requieren de decisiones colectivas, tomadas por la sociedad civil en su conjunto (jóvenes, adultos, etc.), para la que las respuestas escolares, siendo útiles, resultan insuficientes.
En efecto, la escuela puede ser un buen elemento movilizador de las conciencias de niños y jóvenes. Incluso puede y debe ser un elemento dinámico en su propio territorio. Pero no podemos pedir a sus educadores escolares que cubran, además, el amplio abanico de necesidades de formación permanente existente en la sociedad en su conjunto.
El papel de los educadores extraescolares se convierte así en esencial para vitalizar a unas sociedades necesitadas de permanente reflexión acerca de los objetivos que persiguen, la sustentabilidad de las estrategias que utilizan para conseguirlos, y la equidad en su reparto y utilización.
Llevar a cabo tal tarea no resulta fácil, pues la complejidad de los problemas se ve acentuada por la enorme carga de incertidumbre que plantea educar en contextos no convencionales, donde las variables que el educador o educadora controlan son pocas respecto a los elementos aleatorios que entran en juego.
En todo caso, conscientes de ello, nos atrevemos a sugerir algunas pautas que, a nuestro juicio, podrían orientar la acción educativo-ambiental no formal:
4.1. La necesidad de autoformación permanente
A los educadores y educadoras extraescolares se les pide que tengan múltiples respuestas, que ayuden a los grupos a reorientar sus valores y pautas de conducta, que sepan organizar lúdicamente las actividades, que comprendan las pautas culturales de los adultos o los jóvenes... pero la pregunta que ellos legítimamente pueden hacerse es la de saber cómo y en qué condiciones pueden prepararse a fondo para esas tareas; qué instituciones están atentas a sus propias necesidades de formación; dónde adquirir las destrezas teóricas y prácticas que se requieren para llevar a buen fin sus objetivos...
La respuesta aparece desdibujada y no es en absoluto proporcional a las necesidades. Existen todavía pocas instituciones atentas a formar a estos grupos de educadores no formales. Algunas universidades mantienen programas abiertos al respecto, pero se trata de ofertas minoritarias en relación con el amplio despegue que han tenido en los últimos años las organizaciones no gubernamentales, los grupos ecologistas, los colectivos educativo-ambientales, etc.
Seguramente, como siempre, la solución sólo en parte está fuera, y hay que buscarla dentro. Sean bienvenidas todas las ofertas que contribuyan a potenciar la formación rigurosa y permanente de estos profesionales, pero aceptemos que en ellos mismos existe un enorme potencial autoformativo que, debidamente organizado desde dentro de los propios grupos, puede ser el verdadero elemento dinamizador de quienes necesitan aprender para ayudar a otros a aprender.
Así pues, tomando las oportunidades de formación que están fuera, y combinándolas con la autoformación, lo que es evidente es que el proceso por el que una persona o un grupo se constituyen como educadores ambientales es un camino inacabado, en el que cada conquista en el conocimiento no es una llegada, sino el principio de una nueva partida. Aceptar la necesidad de formación permanente significa, vista así, aceptar la conciencia de insuficiencia que puede conducirnos, como seres humanos, al encuentro con la ciencia, el arte, la cultura, como formas vivas de comprensión de lo vivo. Es, también, aceptar la necesidad de la mano del otro para caminar, sabiendo que el camino que se emprende al educar es una ruta que requiere esfuerzo y dedicación constantes.
4.2. La contextualización de los procesos: la Educación Ambiental como instrumento para el desarrollo endógeno
Los colectivos que practican la E.A. no formal son verdaderos instrumentos de desarrollo sostenible, en la medida en que, favoreciendo el crecimiento cualitativo de las personas que aprenden, están reforzando la autosuficiencia individual y colectiva.
Autosuficiencia frente a dependencia: he ahí la gran tensión entre lo sostenible y lo no sostenible. Educar ambientalmente debe suponer, a nuestro juicio, contextualizar nuestros procesos educativos dentro de procesos más amplios que, en el campo social, refuercen los valores y formas de vida esenciales a la comunidad. Significa asimismo entender la Educación conectada a los problemas económicos, a las opciones de crecimiento en una u otra dirección, que vive cada comunidad.
Contextualizar el proceso educativo-ambiental viene a ser, en definitiva, insertarlo en el «corazón» de los problemas del desarrollo de cada grupo social, haciendo de lo educativo un motor para la reflexión crítica, las opciones libres y alternativas, las decisiones que comprometen. Así entendida, la E.A. no formal es parte constitutiva de los elementos que favorecen el desarrollo sostenible de una comunidad, y «transporta» en sí misma el germen de modos de entendimiento armónicos entre los seres humanos y su entorno y los seres humanos entre sí.
4.3. La integración entre la Educación y la acción: educar y gestionar recursos; dos dimensiones complementarias que se realimentan
Si es cierto que todo planteamiento educativo libremente asumido tiene su «banco de pruebas» en la acción, no es menos verdad que una Educación orientada directamente a la gestión de los recursos, individuales o comunitarios, permite confrontar teoría y realidad en el día a día.
Los grupos que trabajan en E.A. no formal generalmente tienen la oportunidad de vincular la Educación con la gestión. Ellos no sólo forman personas, sino que gestionan directamente recursos. La pregunta que se les puede hacer se refiere al grado de coherencia que mantienen entre una y otra tarea.
Porque es ahí, en ese reto de la coherencia, donde se legitima la parte esencial de su discurso educativo. ¿Están gestionando aquello que les compete con formas de organización adecuadas, favoreciendo el uso correcto de los recursos? ¿Están utilizando al enseñar prácticas interdisciplinarias, metodologías participativas, modos de comunicación no ideologizantes?... Entre una y otra pregunta existe un abanico de respuestas. Seguramente ninguno de nosotros saldría airoso de un exhaustivo examen, pero es preciso mantener al menos la tensión de recordar que esa coherencia es la base esencial de nuestro mensaje educativo, un mensaje que se construye muchísimas veces al margen de la comunicación verbal o con muy poco peso de ella.
4.4. Criterios ante un dilema: crecer o no crecer. El valor de lo pequeño y lo descentralizado.
Generalmente, los grupos de E.A. no formal nacen a partir de pequeñas organizaciones de profesionales inquietos por el cambio. Personas que se plantean una acción transformadora en su entorno y que desean contribuir a la sustentabilidad de los sistemas físicos y sociales que las rodean. Pero hemos de reconocer que la dimensión de esas organizaciones no viene definida siempre por una opción clara y explícita a favor de «lo pequeño», sino más bien porque las condiciones sociológicas imponen que el grupo comience teniendo ese tamaño y no otro.
Aquí conviene recordar, sin embargo, que uno de los principios básicos del desarrollo sostenible, tal y como nosotros lo entendemos, es el de revitalizar lo pequeño y lo descentralizado como formas de vida y organización mucho más difíciles de manipular, que permiten la orientación de los sistemas hacia cotas de estabilidad y autosuficiencia difícilmente alcanzables por otras vías.
En teoría sistémica, por otro lado, existe un principio básico que explica que un sistema puede funcionar coherentemente en el marco de unas dimensiones óptimas (los llamados «números mágicos») que vienen definidas, entre otros patrones, por la posibilidad de que los distintos elementos del sistema puedan comunicarse entre sí sin necesidad de alargar en demasía los cauces o agentes intermedios de esa comunicación. Traduciendo este principio al «óptimo de las organizaciones», de nuevo nos encontramos con que aquello que generalmente entendemos como «pequeño» (el sistema en que todos conocen a todos, por ejemplo) se nos aparece como dotado de controles propios, intrínsecos al propio sistema, para el mantenimiento de los principios y objetivos por los que nació.
Del mismo modo, en la historia evolutiva del mundo vivo podemos observar, como un principio básico de complejidad, la supervivencia de lo pequeño frente a lo grande, y cómo los organismos vivos decrecen en posibilidades de resistencia en la medida en que aumentar su tamaño. Sólo tenemos que pensar en la extinción de los grandes saurios y la ocupación de su nicho ecológico por parte de los pequeños vertebrados que vivían en «las rendijas» del sistema.
Todo ello nos conduce a pensar que los grupos de E.A. no formal deberían mantener viva la tensión ante el dilema que constantemente se les plantea después de algunos años de exitosa existencia: crecer o no crecer.
En efecto, cuando el paso de los años supone la consolidación de una trayectoria rigurosa y oportuna, generalmente desde fuera (a veces también desde dentro), el grupo educativo se ve impelido a crecer, ampliar su organización, dotarse de nuevos miembros, nuevos locales, nuevas actividades... Sin duda hay que saludar esos impulsos con alegría, pero conviene no olvidar que las organizaciones sólo pueden crecer hasta unos determinados umbrales, pasados los cuales, si continúan aumentando, se opera un «efecto umbral» similar al que sucede en los sistemas físicos, es decir, experimentan cambios cualitativos.
Muchas instituciones, por no haber tenido en cuenta este principio, han visto cómo se trastocaban sus elementos constitutivos esenciales y su coherencia interna. Precisamente por eso, creemos que resulta pertinente mantener la tensión: no se trata de negarse a crecer, sino de crecer sólo hasta el punto en que resulte posible hacerlo sin cambiar la esencia que da sentido al propio grupo, a sus objetivos y posibilidades reales de actuación.
De otro modo, el peligro de comenzar a operar agrandando excesivamente la organización se relaciona no sólo con la posible pérdida de coherencia interna y de comunicación fluida entre sus miembros sino, lo que es muy importante, puede suceder que se establezca una organización que requiera de tal cantidad de recursos para mantenerse que llegue a perder la libertad de elegir o no determinados proyectos simplemente por haber caído en la «trampa» de su supervivencia como institución. Ello ha llevado y lleva a muchos movimientos sociales que inicialmente parten de posiciones muy renovadoras, a institucionalizarse y anquilosarse, justificando el acceso a recursos y programas en los que de otro modo no estarían, simplemente por la necesidad de sobrevivir como colectivos.
No hemos querido hurtar este problema a nuestra reflexión, que desciende ahora a terrenos muy prácticos y cotidianos, porque entendemos que éste es uno de los grandes peligros que acecha constantemente a los colectivos y organizaciones no gubernamentales que, en el campo educativo-ambiental y en otras áreas, nacen con la finalidad de favorecer planteamientos alternativos. Problema especialmente grave cuando desde el principio se apuesta por el desarrollo sostenible, porque el primer compromiso es desarrollarse de forma sustentable como grupo y no romper los criterios de sustentabilidad en aras de cualquier otro objetivo.
Digamos para concluir que, en palabras de un pensador latinoamericano, «la superación de una utopía sólo se justifica si da lugar al nacimiento de otra aún más intrépida» (Benedetti). Entendamos, pues, la utopía de una humanidad en armonía con la naturaleza y entre sí no como un sueño imposible, sino como el sueño posible, necesario y desafiante ante el cual el planeta, la sociedad y la vida son espacios de posibilidades, de modo que nuestro compromiso como educadores no sea una conquista de un día, una estación a la que llegar, sino una forma cotidiana de viajar.
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