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Revista Iberoamericana de Educación
Número 18 - Ciencia, Tecnología y Sociedad ante la Educación

Los medios de comunicación masiva: identidad y territorio frente a la globalización de la información1

Carlos H. Gómez (*)

(*) Carlos H. Gómez es Director General de Programación de la OEI y Director de la Oficina Regional de dicho Organismo en Colombia.

Hablar de los medios de comunicación masiva, de las identidades culturales, de los territorios y de todo esto en un contexto globalizado, sin partir de alguna concepción de Hombre —con mayúscula—, dejaría sin piso cualquier afirmación que se intentara realizar sobre los temas acerca de los cuales debemos hacer planteamientos desde aquí.
Por eso, comenzaré haciendo alguna reflexión sobre el Hombre, para luego pasar, sucesivamente, a temas directamente relacionados: globalización; los mediadores en un contexto globalizado; los medios de comunicación masiva en dos escenarios: el de los profetas del desastre y el de los anacoretas del desierto; la posibilidad de modificar los escenarios y, como un intento de conclusión, los medios en un mundo globalizado.

1. El hombre y su mundo

El ser del Hombre —podríamos llamarlo su esencia, a pesar de correr el riesgo de insertarnos en una tradición aristotélica poco apropiada para darle la forma que deseo a mis palabras— surge del ejercicio de su propia existencia.

Las personas actúan saliendo fuera de sí para relacionarse con todo ‘lo otro’ —el prójimo y sus mundos— que, a su vez, constituye el Mundo de cada una de aquellas; y es en ese salir en donde se despliegan las posibilidades frente a las cuales deciden la acción. Es en ese proceso de tener posibilidades enfrente, de elegir, decidir y actuar, cuando se va determinando la forma de ser de cada una.

Y actúan siempre en un doble horizonte: el temporal y el espacial.

Temporal, porque es a partir de la experiencia, entendida como la permanente presencia del pasado en el presente, que se ‘leen’ las posibilidades desplegadas enfrente, se eligen y se toman decisiones; también, teniendo en cuenta el futuro deseado; y todo esto en cada momento, en cada instante de conjunción del pasado y del futuro que es ese volátil presente, siempre llegando a y partiendo de nuestras vidas.

Espacial, porque actuamos en un lugar, en un sitio, dentro de un contexto, en el centro de nuestro territorio que surge en su estar ahí y de nuestra forma de captarlo, modificarlo, crearlo y recrearlo.

El otro y los otros, el tiempo y los tiempos, el espacio y los espacios, se constituyen, enlazados, imbricados e interdependientes, en lo que podríamos llamar el Mundo —éste también con mayúscula— en el cual se existe, al convertir la acción —presente— en historia —pasado— y en potencialidad —futuro—, fijando así en cada momento el ser específico y dinámico de cada persona: lo que podría llamarse su esencia; también su identidad.

2. Los medios y los mediadores en un contexto globalizado

Esa relación entre Hombre y Mundo que es la existencia que genera esencia, se da original y originariamente en forma directa.

El bebé que palpa su hábitat inmediato y siente el cuerpo de su madre, no requiere de intermediarios para lograrlo. Pero la necesidad, el reto, el impulso de ampliar posibilidades de relación, de comenzar a llegar a lo no inmediato, de traer hacia sí lo lejano, de potenciar las posibilidades de relación para incrementar su capacidad de crear esencia propia, identidad, lo lleva a utilizar mediadores; con ellos introduce en su cotidianidad las estrategias comunicativas y, por ende, el concepto de comunicación.

Pero no avancemos a mayor velocidad y, por ahora, detengámonos un momento en el tema de los intermediarios, de los mediadores.

La interrelación Hombre-Mundo se produce, entre otras formas pero fundamentalmente, a través de procesos de interacción, traslados de información y, como decía al principio, en horizontes temporal y espacial.

Sin embargo, al quererse ampliar los horizontes —tanto el espacial como el temporal— y cuando aparecen las estrategias comunicativas, entran en escena los mediadores, ya que comunicación sin mediador, sin un alguien y un algo que hagan posible el mensaje y su movimiento por el canal, no existe por definición. Obviamente, al aparecer los mediadores se amplían las posibilidades de interrelación Hombre-Mundo, pero también estos mediadores, como tales, interfieren y afectan la pureza de la información que llega al Hombre; y en la medida en que los procesos de mediación se multiplican y se hacen más sofisticados y complejos, las posibilidades de interrelación son más amplias por la aparición y el incremento de la virtualidad que rompe los espacios tradicionales, pero también crecen las posibilidades de interferencia y decrece potencialmente la pureza de la información. Además, puede aparecer —aparece realmente— la posibilidad de la manipulación de la información: por tanto, de la relación y también de las posibilidades de crear esencia por parte de las personas.

Si bien es cierto que de esta manera pueden romper —digamos ampliar— su horizonte espacial y, de alguna manera también, el horizonte temporal dentro del cual se relacionan al existir para ser, igualmente lo es que están asumiendo el riesgo de que los indispensables mediadores los afecten hasta más allá de lo meramente indispensable, condicionando así la relación, las opciones desplegadas, las decisiones por tomar, la existencia y su ser, su esencia, su identidad, éstas y aquel en permanente construcción durante los sucesivos presentes que ponen en contacto la experiencia y el sueño, el pasado inmodificable y el futuro deseado.

Casi podría decir, con todo el peligro que representa una síntesis tan apretada y una simplificación que no refleja los infinitos matices y las múltiples complejidades, que el «proceso civilizador» se ha ido constituyendo en el rompimiento y la ampliación de los horizontes de la relación Hombre-Mundo, gracias a la sofisticación y complejización de los mediadores, desarrollados también en interrelaciones.

Y el rompimiento de tales horizontes permitió, hace años, comenzar a hablar de ‘aldea global’ y hoy del mundo globalizado, entendido como aquel en el cual quien esté expuesto a los mediadores adecuados, en la forma adecuada, puede entrar en relación con un Mundo cuyo horizonte es circular y, por tanto, interminable: con principio y fin pero coincidente en cualesquiera de sus puntos.

Los mediadores, entonces, se convierten en elementos indispensables para la multiplicación de la capacidad de interrelación del Hombre con su Mundo, pero también en elementos que la pueden determinar, parcial o totalmente, con todas las consecuencias.

3. Los medios de comunicación masiva en dos escenarios: el de los profetas del desastre y el de los anacoretas del desierto

Diría, sin querer entrar ahora en detalles no pertinentes —lo cual no significa que dejen de ser importantes y hasta cruciales—, que los llamados medios de comunicación masiva son los mediadores por excelencia en la relación existencial entre el Hombre y su Mundo. Y, aunque tampoco puedo entrar en este momento en la discusión de cuáles son estos medios de comunicación masiva —sería tema suficiente para otro debate, considero que se pueden aceptar, por ejemplo, la prensa y sus similares, la radio, la televisión y las redes.

A través de aquellos nos exponemos al bombardeo de la información, y se despliegan ante nosotros, ante los grupos y las comunidades, ante los colectivos móviles que constituimos y en los cuales nos insertamos, más posibilidades de relación con el Mundo que aquellas que podemos realmente aprovechar, fundamentalmente porque en el rompimiento-ampliación del horizonte temporal dentro del cual tienen que darse las interrelaciones, hemos avanzado menos que en el desarrollo de las virtualidades que rompen el horizonte espacial.

Esto hace que, cada vez más, las decisiones frente al gran despliegue de opciones de relación sean más complejas y que, si no estamos suficientemente preparados para las nuevas, crecientes y cambiantes complejidades, permitamos que, de alguna manera, los medios tomen decisiones por nosotros y, por tanto, les entreguemos esa capacidad originaria de definir nuestra existencia y, por ende, nuestra identidad.

En este panorama surgen los dos escenarios que, para lo requerido aquí, caracterizaremos de manera corta, elemental y neta, conscientes de que la realidad nunca es blanca ni negra, sino una gama casi infinita y sobrepuesta de simultáneos grises.

Los profetas del desastre.- Los mediadores —continuamos hablando sin olvidar lo anteriormente expuesto sobre los medios, entendidos como medios masivos de comunicación y, por tanto, como mediadores—, los medios, entonces, determinan el menú de opciones de interrelación y, además, la elección que hacemos de ellos para actuar y existir; inclusive la posibilidad y la realidad de la relación con los otros.

Ésto lo pueden lograr a través de muchos mecanismos y estrategias: selección de la información, intensidad del mensaje, canal utilizado, indicación de criterios de priorización, incentivos reales o figurados para la selección de determinadas opciones…

Y como realmente lo logran en muchos casos, los profetas del desastre dejan de ver otras posibilidades y comienzan a predicar anatemas contra los medios: convierten a los individuos y a los colectivos en masa y anulan identidades; homogeneizan las culturas y determinan el consumo de acuerdo con intereses dominantes… Además, a partir de aquí, las brechas crecen, la pobreza aumenta, la división internacional del trabajo consolida estados y hasta modelos de desarrollo y subdesarrollo, las existencias pierden posibilidades y las identidades son engullidas por las modas, entre otros ejemplos.

Hay que admitir que no es poca la razón que tienen estos profetas al predicar un futuro globalizado expresado en un continuo homogéneo de sandeces, manipulado por una elite todopoderosa que maneja los medios a fin de consolidar situaciones que sólo a ella le parecen atractivas, interesantes o útiles.

Pero me niego aceptar que es el desastre masificador la única opción que nos queda como escenario para las relaciones Hombre-Mundo.

Los anacoretas del desierto.- Podemos —debemos, además— aislarnos de la influencia de los medios: apagar las radios, desconectar los televisores, quemar los periódicos, quedarnos fuera de la gran red. Eso permitiría la recuperación de horizontes decimonónicos o más viejos y, por tanto, el resurgimiento de identidades perdidas en ese pasado que, dicen, siempre fue mejor.

Pero también regresaríamos a estados ya superados, en los cuales el horizonte espacial se conformaba por lo inmediato, las posibilidades de interrelación eran mínimas y las identidades también homogéneas.

Estaríamos desperdiciando la posibilidad de ampliar opciones por no aceptar que los medios tercien, tanto como la desperdiciamos cuando permitimos que los mismos medios pasen de ser lo que deben ser —sólo mediadores— y se conviertan en decisores frente a las opciones y, por tanto, en determinantes de la acción, de las existencias, de las identidades.

El Mundo sería, entonces, tan limitado o más que aquél en el cual las opciones vienen ya como cartas previamente marcadas por los otros jugadores, aunque la limitación se instalaría en nosotros y frente a nosotros por dos caminos diferentes: en el primer caso, por una abundancia aparente puesta enfrente de incapaces; en el segundo, por una escasez también aparente, puesta enfrente de los mismos incapaces.

Cualquiera de los dos escenarios tendría, como característica común con el otro, la incapacidad del protagonista, en un caso frente a la abundancia y en otro frente a la escasez; el resultado sería el mismo en ambos casos: el desperdicio de posibilidades y, por tanto, la conversión del Hombre en un minusválido existencial que crea para sí pobres identidades.

4. La posibilidad de modificar los escenarios

Si el signo de los extremos descritos y caracterizados es el de la incapacidad del individuo o del colectivo, originida por él mismo o por otros, la solución, obvia como cualquier descubrimiento de Pero Grullo, está centrada en la búsqueda permanente de formas para superar esas incapacidades; en su encuentro y utilización exitosa.

El riesgo ahora, si no se busca, si no se encuentra, si no se utiliza con éxito lo hallado, es peor pues la realidad del mundo globalizado, de los mediadores astutos, de los medios manipulados y manipuladores, está enfrente en todos los presentes actuales; y si la incapacidad —las incapacidades— se mantiene siempre presente por el intento de cerrarse a la realidad como lo proponen los anacoretas, o por la anulación de las posibilidades de recibir, elegir y decidir, como lo anatematizan los profetas, el escenario de la existencia se constituiría en un cruce potenciador de limitaciones que prácticamente anularía del todo cualquier intento de identidad, cualquier capacidad de crear identidad, identidades.

Pero si no sólo logramos que lo negativo de los dos escenarios —el de los profetas y el de los anacoretas— no se haga más intensamente negativo en el cruce sino que se anule, estaríamos recuperando la capacidad original de elegir frente a las opciones desplegadas y logrando, como si lo anterior fuera poco, que esas opciones desplegadas se multiplicaran casi infinitamente, con lo cual el panorama sería del todo opuesto a aquellos que desembocan en identidades pobres —pobres identidades— impuestas por los medios.

Si no lo logramos, viviremos rodeados de prójimos —y así seríamos también nosotros— similares a aquel que por incapacidad para captar el Mundo y la realidad desplegada ante sí, llegó a la conclusión de que era el Superman de los medios, se vistió con ropas azules y rojas, se lanzó a volar y se estrelló contra la realidad en una calle, para agotar definitivamente cualquier posibilidad de continuar creando identidad al morir.

Tenemos que modificar los escenarios y eso siempre es posible a través de la Educación.

Lo cierto, y creo que al respecto no existen dudas ni rechazos, es que la educación desencadena aprendizajes y que éstos pueden modificar los escenarios que intenté caracterizar, gracias a la superación de las incapacidades múltiples y cruzadas del Hombre para interrelacionarse ampliamente con su Mundo, y de aquel para reconocer mediaciones limitantes de su capacidad originaria para crear identidad al existir.

Y ¿qué aprendizajes aparecen como necesarios?

Enumero algunos que parecen indispensables:

· La identidad del individuo y de los colectivos humanos surge de su existencia y no le es dada ni le está predefinida por agentes externos, aunque sí es condicionada por un pasado inmodificable que también surgió en momentos existenciales;
· La existencia —por tanto la identidad— se constituye en múltiples y sucesivas interrelaciones Hombre-Mundo, determinadas por el despliegue de opciones, su enfrentamiento y la acción que de allí surge;
· Las interrelaciones pueden ser directas o mediadas; en las segundas, la aparición del mediador origina la posibilidad de cualquier tipo de manipulación;
· Unos mediadores muy significativos —por no decir que los únicos y los más importantes, aunque cada vez más suelen serlo— son los medios y, como tales, amplían posibilidades, pero pueden negarlas o sesgarlas si las manipulan;
· Es necesario crear destrezas —con el requerido soporte actitudinal y aptitudinal— que permitan ampliar el abanico de posibilidades y la capacidad para enfrentarlas, entendiéndolas, priorizándolas, eligiéndolas y convirtiéndolas en acciones vitales que constituyen la existencia y crean la identidad;
· Deben crearse y desarrollarse tales destrezas.

5. Los medios en un mundo globalizado

El Hombre es el único responsable de su propia identidad, y es, individual y colectivamente, quien tiene que actuar para crearla, mantenerla, modificarla, acomodarla, proyectarla, utilizarla…

Me niego a aceptar, con la argumentación aquí planteada, que son el otro y los otros quienes determinan mi identidad a través de la influencia, cada vez más fuerte, que pueden ejercer en la relación Hombre-Mundo.

El Hombre determina su identidad, por definición, y esa capacidad es su característica original y originaria; si llegara a perderla, por entrega o arrebato consentidos, dejaría de ser Hombre.

Pero, frente a un mundo cada vez más globalizado que tiene como característica fundamental el fortalecimiento del poder de los mediadores en la relación existencial, éstos juegan un papel que puede significar la destrucción del Hombre como tal o su potenciación, en la medida en la cual le disminuya o le incremente las posibilidades que se despliegan y su capacidad de elección-decisión para actuar, creando identidad.

Con ésto se llega a la cuestión de la Ética, tema al que me quisiera enfrentar un poco a manera de conclusión.

Una ética de mínimos.- Para enlazar con lo anterior utilizando las mismas formas, diría que todo el tema puede reducirse a que los medios deben —además pueden— crear escenarios radicalmente diferentes al de los anacoretas y al de los profetas del desastre: deben impedir los aislamientos —INFORMAR— y ampliar la capacidad individual y colectiva de utilizar esa información para enriquecer la posibilidad originaria existencial de crear identidad —FORMAR—; deben EDUCAR. Obviamente, sin limitar su capacidad mediadora; antes por el contrario, fortaleciéndola respondiendo a unos principios éticos.

Lo mínimo —por eso hablo de una ética de mínimos— que deberían hacer estaría marcado por dos obligaciones:

1. Ampliar al máximo sus posibilidades de informar, de desplegar información frente a un número creciente de receptores, lo cual significa disponer de más información y de más receptores;
2. Señalar permanente y claramente a sus receptores las capacidades que tienen como mediadores —seleccionar, enfatizar, eliminar, priorizar … información— y también las limitaciones como las de su propio espacio y su propio tiempo, las provenientes del hecho de que son empresas de hombres y no de ángeles, las producidas porque también pueden ser manipuladas al recibir la información que deben transmitir…

Así podrían responder a la razón de ser de medios, en función del Hombre, sin anular lo que hace que éste sea lo que es, respondiendo a su originalidad: existir para ser, creando su propia identidad en todos los presentes disponibles, a partir de su experiencia y en el intento permanente de hacer reales sus sueños.

Más allá de los mínimos.- Si los medios quisieran ir más allá de aquello que en mi opinión debe constituir para ellos un «código mínimo de ética», podrían dar otros pasos; por ejemplo, lograr que las mujeres y los hombres que son sus receptores desarrollen y fortalezcan las destrezas necesarias para priorizar, analizar y elegir la información que despliegan ante ellas y ellos, e ir así concretando las posibles interrelaciones; también para convertirlas, posteriormente, en la acción del presente que origina el pasado y va haciendo posible los futuros.

Así pues, los medios de comunicación masiva, en el contexto dado por la globalización de la información, pueden convertirse en agentes potenciadores de las posibilidades originarias y originales del Hombre, al romper su territorio, ampliándolo, y al darle mayores posibilidades para crear su propia identidad; el paso de lo uno a lo otro tiene que ver con, al menos, el cumplimiento de las obligaciones que se concretan en una ética de mínimos y que, necesariamente, pasan por la educación.

Nota

(1) Ponencia presentada en la mesa redonda sobre «Los medios de comunicación masiva: identidad y territorio frente a la globalización de la información», durante la Conferencia Internacional UNESCO/IPA, «At the Threshold of the Millennium», Lima, Perú, 15-20 de abril de 1998.

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