La Revista Iberoamericana de Educación es una publicación editada por la OEI 

 ISSN: 1022-6508

Está en: OEI - Revista Iberoamericana de Educación - Número 40

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 Número 40: Enero-Abril / Janeiro-Abril 2006

Educación para el desarrollo sostenible / Educação para o desenvolvimento sustentável

  Índice número 40 

Introducción

Educación para el Desarrollo Sostenible: Fundamentos, Programas e Instrumentos Para La Década (2005-2014) (I)

A finales del siglo pasado, Ernesto Sábato nos iluminó con un testamento magistral titulado Antes del fin. Allí plasmó con rigor ético y con firme voluntad solidaria sus inquietudes de infancia y sus añoranzas de madurez. Entre las confesiones personales que nos transmitió el escritor en estas memorias, dejó constancia de su continua preocupación vital, casi obsesiva, por la búsqueda de un Absoluto o de pedazos de un Absoluto que nos ayudaran a soportar las repugnantes relatividades. Todo eso como una ardua tarea que nos entretiene y que nos estimula a lo largo de la vida, tratando de discriminar entre dura realidad y sueños inocentes:

  • La dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y de torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del Absoluto, que nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades.
  • Los sueños inocentes son aquellos que nos recuerdan que el hombre sólo cabe en la utopía. Y que sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.
  • Aquí confiesa también, a mano alzada, que el fin de siglo nos sorprende a oscuras, y que estamos rodeados de sombras, [...] que la historia no progresa, [...] y que el hombre tampoco. Que no hay nada nuevo bajo el sol, como diría Eclesiastés.

Si la historia no progresa es porque se reiteran las guerras, se multiplican las multinacionales que las sostienen, y se mantienen los gobiernos que las apoyan. Lo que sí cambia son los problemas del nuevo siglo, pues tanto sus causas como la naturaleza de sus orígenes son de distinta cualidad y naturaleza a los acontecimientos del pasado siglo. También la magnitud y la intensidad de sus manifestaciones ha sufrido modificaciones: desigualdad exponencial, cambio climático, agotamiento de los recursos, pérdida de la biodiversidad natural y cultural, alteración de los ciclos naturales, contaminación de los ecosistemas marítimos y continentales... Hoy el pensamiento sostenible exige rigor en los compromisos sociales, en igual medida que la que se invierte en los compromisos estrictamente naturales; atender las demandas del medio ambiente ya no es una cuestión de interés exclusivo por los valores singulares de la flora y de la fauna exótica de unos paraísos naturales perdidos.

Tras las Cumbres Mundiales del Medio Ambiente y el Desarrollo de Río de Janeiro (1992) y de Johannesburgo (2002), se sentaron las bases conceptuales y programáticas del legado de cambios necesarios, que, en materia de medio ambiente, había que traspasar de la década saliente a la década entrante en el umbral del milenio. Se supone que el discurso de la sostenibilidad surge con estas buenas intenciones, y también se supone que, además de nuevas palabras, nos debería traer nuevas ideas, nuevos programas y nuevas promesas. Atendiendo a estas recomendaciones, la unesco decidió impulsar el Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014),como un instrumento programático orientado a coordinar acciones, a promover iniciativas, a desarrollar programas y a incentivar instrumentos sociales que contribuyeran a reducir los problemas socioambientales del presente, y a paliar sus causas. El Desarrollo Sostenible aparece como uno de los ocho grandes desafíos de la humanidad, tal como lo recoge el Informe sobre los Objetivos del Milenio. Establecer alianzas internacionales supone un primer paso importante para abordar los grandes problemas del presente, pero no basta con ello; necesitamos utopías programa (en términos de Aranguren) que atiendan estos ideales con la precisión instrumental que requieren.

Los balances de Johannesburgo sobre el cumplimiento de los objetivos de Río de Janeiro no han sido todo lo esperanzadores que debieran. Tampoco lo son las cifras de los últimos Informes Mundiales sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, en los que se evidencia la necesidad de invertir más esfuerzos por priorizar un tipo de desarrollo más equitativo y consecuente con las necesidades de desarrollo a escala humana.

Reconocemos que las celebraciones (ya sea en los términos de la Década o en los del Milenio) son necesarias para seguir viviendo en sociedades que miran al futuro. Toda celebración tiene un componente ancestral que nos reconcilia mitológicamente con nosotros mismos y con nuestros semejantes, con los ciclos, con los elementos y con los demás seres vivientes; también supone un instrumento para hacer de nuestros deseos individuales opciones colectivas que abran paso a proyectos de futuro conjuntos. Desde un punto de vista social y antropológico, celebrar contribuye a reforzar lazos, salvo en aquellos casos en los que el término, en su sentido más literal de celebrar, y como dijo Lázaro Carreter, celebramos hasta funerales. Es cierto que a veces nos excedemos en la importancia que le otorgamos a los ritos y a las convenciones, o que ponemos demasiadas energías y recursos en la superficie de iniciativas que no van más allá de la declaración de intenciones universales y del relanzamiento de promesas en el vacío. Luego está la cuestión de lo que la Década puede significar culturalmente en cada continente y en cada territorio, aun a sabiendas de que lo sostenible admite visiones contrapuestas y enfrentadas. Si los modos de celebración cultural son diferentes en esencia, también lo han de ser los compases, los ritmos y las velocidades. Buscar equilibrios para que no sea la fiesta de unos pocos, es un reto en la construcción de significados comunes.

Son muchas las preguntas que le podríamos formular a la Década, y tal vez muy fácil formularlas con ánimo destructivo. Lo que de verdad resulta complicado es ofrecer alternativas sólidas y diseñar instrumentos inteligentes que doten de contenido programático al conjunto de aspiraciones nobles que promueve una iniciativa como esta:

  • ¿En qué medida la Década va a contribuir al progreso social y a la mejora de nuestras circunstancias cuando se trata de un dilema importante en el que somos juez y parte?
  • ¿Seremos capaces de evaluar con precisión los logros alcanzados en términos de sostenibilidad y de dar pruebas públicas de ello?
  • ¿Tendrá la unesco autonomía, energías y recursos suficientes para desarrollar proyectos de contenido socioambiental controvertido, y ejecutar compromisos de largo alcance que no sean sólo declaraciones universales de buena voluntad?

Transgredir los compromisos e incumplir las promesas es una opción más de las posibles; la historia ha de desmentir el rumbo de los acontecimientos o dar la razón, en cualquier caso, a los más optimistas. Los promotores de la Década podrán pasar a la historia de forma gloriosa, o simplemente pasarán desapercibidos o criticados por no haber cumplido en este decenio con la fracción de Objetivos del Milenio que les corresponde, es decir, con un uno por ciento, con una centésima parte de los posibles programas, de los recursos y de las acciones que se hayan de emprender. Los actores de la Década podrán escribir su propio libreto y diseñar el rumbo de su destino, o bien renunciar cómodamente a sus legítimos derechos para dejar en manos de unos pocos lo que debería ser patrimonio de la humanidad.

Mirándonos el ombligo podríamos pasarnos una o varias décadas sin descender al subsuelo de la realidad planetaria, o negando la presencia de la atmósfera que nos envuelve. Si bien no nos es ajeno poder comprobar las múltiples relatividades y diferencias socioambientales en los diversos niveles de existencia en los que se mantienen muchos pueblos y seres humanos, ya sea por debajo de la línea de la dignidad humana, ya sea en unas condiciones de subsistencia ligadas a modelos de relación con el medio ambiente y con el aprovechamiento precario de sus recursos naturales, tampoco nos son extraños los escenarios globalizados que comparten escaparate con modos de subsistencia situados a varios miles de siglos de brecha temporal, digital o existencial.

De antemano, no va a ser una década animosa, optimista, exenta de contratiempos y de novedades inéditas en lo social y en lo ambiental. Desde que a comienzos de siglo pusimos el contador del milenio a cero, la contabilidad de la Historia nos ha aportado pruebas más que suficientes. El presente siempre tiene una capacidad prodigiosa para sorprender y para desbordar nuestra limitada posibilidad de imaginar lo posible.

Siendo optimistas, hemos de reconocer que diez años son algo más que una década. Si tuviésemos una bola de cristal, podríamos adivinar el porvenir de la década, y, de entrada, modificar su futuro. Pero no tenemos certezas solventes acerca de lo que puede acontecer antes del fin; tampoco son muy halagüeños los comienzos, aunque por falta de ilusiones, de energías y de esperanzas no será, pues, como diría María Zambrano, «no se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero», y en ello hay mucho de voluntad individual y de acción colectiva.

José Gutiérrez*
Javier Benayas **

* Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Granada, España.

** Departamento de Ecología, Facultad de Ciencias, Universidad Autónoma de Madrid, España.

 

 


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