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             Formación para la ciudadanía y educación 
              superior 
            Miquel Martínez Martín 
              *  
            
              SÍNTESIS: La universidad es el lugar en el que 
                se aprende el conjunto de saberes que permitirán al futuro 
                titulado ejercer una profesión o dedicarse al ámbito 
                de la investigación. Sin embargo, no resulta tan obvio 
                que la universidad sea un lugar en el que se aprenda un conjunto 
                de saberes éticos y ciudadanos. En este artículo 
                se sostiene que una de las funciones de la formación universitaria 
                es de carácter ético y que no puede entenderse una 
                formación universitaria de calidad que no incorpore de 
                forma sistemática y rigurosa situaciones de aprendizaje 
                ético y de formación ciudadana. Se identifican tres 
                dimensiones formativas en la función ética de la 
                universidad en la sociedad actual: la formación deontológica 
                relativa al ejercicio de las diferentes profesiones; la formación 
                ciudadana y cívica de sus estudiantes; y, finalmente, la 
                formación humana, personal y social, que contribuya a la 
                optimización ética y moral de las futuras y futuros 
                titulados en tanto que personas.  
              Se argumenta que una formación universitaria de calidad 
                no puede separar la formación profesional de la formación 
                ciudadana y se ofrecen tres razones: la primera relacionada con 
                el concepto actual de formación universitaria; la segunda 
                con el objetivo de cohesión social y no sólo de 
                competitividad que debería tener como misión la 
                universidad hoy; y la tercera derivada de las investigaciones 
                sobre desarrollo moral y aprendizaje ético. 
              Se presentan cinco ámbitos de la formación universitaria 
                en los que es posible integrar acciones y establecer pautas u 
                orientaciones que favorezcan la formación en valores y 
                el aprendizaje ético de los futuros graduados y graduadas: 
                el de los contenidos curriculares, el de la relación entre 
                estudiantes y profesores, el de las formas de organización 
                social de las tareas de aprendizaje, el de la cultura participativa 
                e institucional y el de la implicación comunitaria del 
                aprendizaje académico. 
              SÍNTESIS: A universidade é o lugar em que 
                se aprende o conjunto de saberes que permitirão ao futuro 
                titulado exercer uma profissão ou dedicar-se ao âmbito 
                da pesquisa. No entanto, não parece tão óbvio 
                que a universidade seja um lugar em que se aprenda um conjunto 
                de saberes éticos e cidadãos. Nesse artigo defende-se 
                a idéia de que uma das funções da formação 
                universitária é de caráter ético e 
                que não se pode entender uma formação universitária 
                de qualidade que não incorpore, de forma sistemática 
                e rigorosa, situações de aprendizagem ética 
                e de formação cidadã. Identificamse três 
                dimensões formativas na função ética 
                da universidade na sociedade atual: a formação deontológica 
                relativa ao exercício das diferentes profissões; 
                a formação cidadã e de seus estudantes; e, 
                finalmente, a formação humana, pessoal e social, 
                que contribua à otimização ética e 
                moral das futuras e futuros titulados como pessoas. 
              Argumentase que uma formação universitária 
                de qualidade não pode separar a formação 
                profissional da formação cidadã e se oferecem 
                três razões: a primeira relacionada com o conceito 
                atual de formação universitária; a segunda 
                com o objetivo de coesão social e não só 
                de competitividade que deveria ter como missão a universidade 
                hoje; e a terceira derivada das pesquisas sobre desenvolvimento 
                moral e aprendizagem ética. 
              Apresentamse cinco âmbitos da formação universitária 
                nos quais é possível integrar ações 
                e estabelecer pautas ou orientações que favoreçam 
                a formação em valores e a aprendizagem ética 
                dos futuros graduados e graduadas: o dos conteúdos curriculares, 
                o da relação entre estudantes e professores, o das 
                formas de organização social das tarefas de aprendizagem, 
                o da cultura participativa e institucional e o da implicação 
                comunitária da aprendizagem acadêmica. 
             
            1. La función ética de la formación universitaria 
                
            La universidad es el lugar en el que se aprende el conjunto de 
              saberes que permitirá al futuro titulado iniciarse en el 
              ejercicio de una profesión con eficiencia y avanzar en los 
              conocimientos propios de un ámbito del saber, de forma y 
              manera tal que pueda -si así lo eligiera- emprender la investigación, 
              especialización y profundización de los mismos. Sin 
              embargo, no resulta tan obvio que la universidad sea el lugar en 
              el que se aprende, específicamente, un conjunto de saberes 
              éticos y ciudadanos. Al menos, no para todos. 
            Nuestra propuesta sostiene que una de las funciones de la universidad 
              es de carácter ético y, por lo tanto, no puede entenderse 
              una formación universitaria de calidad que no incorpore en 
              forma sistemática y rigurosa situaciones de aprendizaje ético 
              y de formación ciudadana. Ésta es una afirmación 
              que -como mínimo- debe argumentarse, ya que la actitud y 
              la predisposición que el profesorado universitario de las 
              diferentes disciplinas muestra al respecto no siempre es favorable 
              y con frecuencia es, en el mejor de los casos, de curiosidad o de 
              duda frente a las razones que justifican nuestra postura. 
            En el actual contexto sociocultural, la universidad es un óptimo 
              espacio de aprendizaje, no sólo de carácter profesional 
              y cultural en su sentido más amplio, sino también 
              de carácter humano, y por ende, ético y moral. A nuestro 
              entender, es un error desaprovechar esta función, ya que 
              es un deber promover la potencia pedagógica de la universidad 
              en relación con el aprendizaje y la formación relativas 
              a las dimensiones éticas y morales de los estudiantes, como 
              lo es de toda institución de educación superior con 
              voluntad de servicio público. El sentido y la misión 
              pública de la universidad no están determinados por 
              el carácter público o privado de su titulación. 
              Más bien lo está en función de un con-junto 
              de características que permiten concebirla -o no- como un 
              espacio de aprendizaje ético que procura que sus titulados 
              ejerzan las futuras profesiones con la voluntad de contribuir a 
              la formación de una sociedad inclusiva, digna y democrática. 
              Tal voluntad no está presente por igual en todas las universidades, 
              pese a que en sus planes estratégicos así lo expresen. 
              Como se observa, del dicho al hecho hay un trecho. 
            Las dimensiones de la función ética de la universidad 
              que podemos identificar en la sociedad actual son tres: una es la 
              formación deontológica relativa al ejercicio de las 
              diferentes profesiones; otra es la formación ciudadana y 
              cívica de sus estudiantes; y la tercera es la formación 
              humana, personal y social que contribuya a la excelencia ética 
              y moral de los futuros titulados en tanto que personas. En relación 
              con estas tres dimensiones puede afirmarse que la primera está 
              razonablemente aceptada como un signo o indicador de calidad; la 
              segunda va siendo progresivamente admitida como una necesidad y 
              un reto en los que la universidad debe colaborar, y la tercera se 
              considera -salvo en algunas universidades- propia de otros niveles 
              del sistema educativo y difícil de ser integrada en la misión 
              y función de las universidades. 
            Nuestra posición defiende que las tres son necesarias, aunque 
              no suficientes, para poder entender lo que hoy debe ser una universidad 
              de calidad. Obviamente, una universidad que sólo se ocupara 
              de atender estas funciones no estaría ejerciendo la misión 
              que la sociedad entiende que le corresponde. Los titulados deben 
              acabar sus estudios conociendo las últimas técnicas 
              y avances en su profesión, pero además de ser buenos 
              profesionales, deben destacarse por su contribución a la 
              formación de una sociedad más culta y digna. Por ello, 
              la universidad que descuide o no preste la atención -sin 
              duda laboriosa y delicada- a las tres funciones citadas no sería, 
              a nuestro entender, una universidad de calidad. Tanto las universidades 
              como su cuerpo de profesores, sus investigadores y los mismos universitarios 
              pueden ejercer, formal o informalmente, mucha influencia. 
            En una sociedad de la información y la diversidad como la 
              nuestra es difícil aceptar como una oferta formativa de calidad 
              aquella que no presta atención a lo que pueda convertirla, 
              además, en una sociedad del conocimiento y del aprendizaje 
              continuo. Para tal logro deben tenerse en cuenta no sólo 
              los contenidos que hagan de un titulado un buen profesional, sino 
              también aquellos que lo conviertan en un buen ciudadano y 
              una buena persona, ética y moralmente. 
            Hoy, la formación de un buen profesional debe incluir su 
              formación como ciudadano y como persona. Aunque la realidad 
              demuestre lo contrario, el ideal debería ser éste. 
              Tal es nuestro objetivo y propósito al reflexionar sobre 
              estos temas y al formular nuestra propuesta de aprendizaje ético 
              en la universidad. 
            Para ello, proponemos que la universidad sea un espacio de construcción 
              de valores en el que los estudiantes que allí se formen puedan 
              aprovechar al máximo los recursos que ésta ofrece. 
              De este modo lograrán un avance en la construcción 
              de matrices de valores singulares y personales, guiados por ideales 
              de dignidad, libertad y justicia. Asimismo, contribuirán 
              al logro de realidades sociales inclusivas y vidas personales dignas, 
              construidas por experiencia propia, en situaciones de interacción 
              social. Pero la dimensión ética de la formación 
              universitaria no puede limitarse a la transmisión de un conjunto 
              de valores democráticos y cívicos. Por muy oportunos 
              y consensuados que éstos sean -como el caso de las universidades 
              públicas que disfrutan de autonomía suficiente en 
              relación con los poderes públicos-, no podemos reducir 
              su función ética a la mera acción de transmisión, 
              instrucción y reproducción de tales valores. Ésta 
              sería una percepción ingenua, e incluso contradictoria, 
              con nuestra propuesta. 
            Resulta conveniente defender los valores citados en tanto que ideales 
              ya que, aun desde posiciones diversas, no es difícil su consenso. 
              Sin embargo, se hace necesario construir espacios de convivencia 
              y aprendizaje universitarios, en los que tales valores estén 
              presentes de forma cotidiana y natural. No es fácil la tarea, 
              pero sí posible. 
            Una universidad de calidad y de servicio público es aquella 
              que hace más digna la sociedad, convirtiendo a sus estudiantes 
              tanto en excelentes profesionales, como en ciudadanos y ciudadanas 
              cada vez más cultos y críticos. Para ello se recomienda 
              que la universidad, el profesorado y sus responsables políticos 
              tengan presente, de manera permanente, que estos resultados se logran 
              cuando se vive en contextos donde la búsqueda de la verdad 
              se practica con rigor; a través de la argumentación, 
              el diálogo y la deliberación abierta; evitando dogmatismos 
              y fundamentalismos, en interacción social y en colaboración 
              con otros. 
            Por ello, en esta tarea las instituciones de educación superior 
              pueden desempeñar una función notable aunque no sea 
              exclusiva. Si bien en ellas se aprende a valorar la inclusión, 
              las situaciones de exclusión son factibles de experimentarse. 
              Del mismo modo, allí se aprende a ser responsable, siempre 
              que la cultura de la institución y la práctica cotidiana 
              coincidan para que cada uno desempeñe el rol que le corresponde. 
              Se trata pues, de excelentes espacios para asumirnos como seres 
              limitados, a la vez que capaces de apreciar el valor de la superación 
              personal y el esfuerzo para alcanzar nuevas metas colectivas y personales. 
            En este sentido, una función clave del profesorado es no 
              dejar librado a la buena voluntad el hecho de que, para los estudiantes, 
              la universidad sea un buen lugar de formación ciudadana. 
              De acuerdo con lo formulado hasta aquí, se requiere del profesorado 
              competencia para reconocer al otro -en este caso al estudiante- 
              en igualdad de derechos y condiciones en tanto que personas y para 
              diseñar situaciones que les permitan discernir la intersubjetividad 
              y la cotidianidad de la vida como elementos claves en su formación 
              como personas para poder luego actuar en consecuencia.  
            Así, desde este enfoque de aprendizaje ético que 
              formulamos, la formación para la ciudadanía no puede 
              limitarse a una cuestión meramente curricular o a un conjunto 
              de disposiciones y normativas legales. Por el contrario, implica 
              cuestiones que van más allá de lo estrictamente docente, 
              ya que supone la formulación de propuestas en política 
              académica-docente y en formación del profesorado. 
            2. La cultura docente y la calidad en la formación universitaria 
            Aunque sea brevemente, conviene situar el tema en relación 
              con el sentido y la misión actual de la universidad, dentro 
              del contexto de los cambios relativos a la cultura docente. 
            En efecto, sólo un cambio en las culturas docente y laboral 
              del profesorado hace posible nuestra propuesta, de igual manera 
              que sólo este tipo de modificaciones puede lograr una universidad 
              de calidad. Así ha acontecido en el ámbito de la investigación 
              y así deberá acontecer en el ámbito de la docencia 
              y del aprendizaje. Expresamente, nos referimos no sólo a 
              la docencia, -actividad del profesorado- sino también al 
              aprendizaje -actividad del estudiante, mediada por la actividad 
              del profesorado-. No podemos olvidar que una parte importante de 
              las resistencias ante los cambios en la universidad tienen su causa 
              en una actitud pasiva del estudiante, en extremo interesado en la 
              obtención de un título para la competencia con otros 
              en cuestiones estrictamente profesionales, a menudo alejadas, e 
              incluso contrarias, de las propuestas éticas relativas a 
              los valores que planteamos.  
            Estos cambios de perspectiva en relación con la cultura 
              docente deben posibilitar el planteo de la formación universitaria 
              no sólo en clave profesional sino también ciudadana. 
              Tal y como hemos formulado en párrafos anteriores, existen 
              razones para afirmar que una formación universitaria de calidad 
              no puede separar la meta profesional de la ciudadana. Nos referiremos 
              a tres de ellas: la primera relacionada con el concepto actual de 
              formación universitaria; la segunda con el objetivo de cohesión 
              social, y no sólo de competitividad; y la tercera derivada 
              de las investigaciones sobre desarrollo moral y aprendizaje ético. 
              Todas están relacionadas entre sí y con la construcción 
              de ciudadanía en el espacio universitario.  
            Una formación universitaria de calidad tampoco puede reducirse 
              a una formación para la inserción laboral, por muy 
              óptima que ésta pudiera resultar. En el mundo laboral 
              cada vez son más valorados aquellos graduados que muestran, 
              además de las competencias específicas de su ámbito 
              de formación, otras más genéricas. Estas competencias 
              -transversales, genéricas o básicas- suponen el dominio 
              de un conjunto de contenidos de aprendizaje relacionados con la 
              dimensión social y expresiva de la persona y, que por ser 
              comunes, pueden aprovecharse estratégicamente para desarrollar 
              competencias específicas en ciudadanía. 
            La cohesión social, segunda razón, es discutible. 
              De hecho, existen políticas y prácticas a favor y 
              en contra de la conveniencia de defenderla como condición 
              necesaria para una formación universitaria de calidad. Nuestra 
              sociedad es reflejo constante de situaciones impregnadas de aspectos 
              éticos que exigen a todo profesional, en tanto que ciudadano, 
              la adopción de una determinada postura moral. Pero además, 
              el ejercicio de determinadas profesiones, en especial las que exigen 
              titulación superior, reclama cada vez más entrenamiento 
              en la toma de decisiones de carácter ético. Los recientes 
              planteamientos acerca de las relaciones entre ciencia, tecnología, 
              sociedad e innovación ponen de manifiesto que los auténticos 
              problemas del desarrollo científico y tecnológico 
              actual no se resuelven con respuestas científicas y técnicas. 
              Por el contrario, necesitan respuestas sociales y éticas. 
              Por otra parte, la globalización se convierte en un reto 
              moral al plantear nuevos desafíos que demandan ser abordados 
              con criterios basados en ideales de justicia global, inclusión 
              social y convivencia intercultural. Éstos son los nuevos 
              desafíos formativos que hoy plantea la ciudadanía 
              y para los que se necesita más alfabetización científica 
              y ética.  
            La tercera razón se deriva de los estudios e investigaciones 
              sobre desarrollo moral. Éstos permiten afirmar que el desarrollo 
              del pensamiento posconvencional -último nivel del desarrollo 
              moral que posibilita distinguir, al margen de lo que es más 
              conveniente para todos, aquello que también es moralmente 
              válido- sólo puede ser alcanzado en instancias superiores 
              del proceso de educación formal. Allí está 
              situada la formación universitaria y por ello puede contribuir 
              a desarrollar las competencias comunicacionales, argumentativas 
              y crítico-discursivas de la persona, facilitando su alcance 
              a un nivel de razonamiento moral posconvencional. Una universidad 
              de calidad y de servicio público, tal y como hemos señalado, 
              se caracteriza por su apertura hermenéutica, su carácter 
              abierto sin condiciones, y su interés en promover la discusión, 
              la crítica racional y el debate en base a convicciones racionales. 
              Por todo ello, es el lugar ideal para el desarrollo del razonamiento 
              moral, imprescindible para la formación en valores democráticos 
              propios de una ciudadanía activa.  
            Este análisis trata de investigar las variables y factores 
              que conforman un modelo de formación que, en igualdad de 
              exigencias, proponga objetivos de aprendizaje relativos a la formación 
              de ciudadanos y ciudadanas, y a la de profesionales. Entendemos 
              que las universidades deben avanzar también en propuestas 
              que, en la formulación de objetivos, identifiquen los contenidos 
              más adecuados y promuevan aprendizajes que garanticen la 
              competencia ciudadana del estudiante para su actuación eficaz 
              como profesional y para el logro de mayor cohesión social 
              y reducción de desigualdades, en su contexto más próximo 
              y en el global. 
            3. La sensibilidad universitaria en la formación ciudadana 
             
            ¿Existe una sensibilidad de la universidad 
              en torno a la formación ciudadana en su contexto de aprendizaje? 
              En general, y al margen de declaraciones y documentos, el mundo 
              universitario está apartado de estas preocupaciones y tiene 
              cierto recelo para realizar planteos acerca de la formación 
              ciudadana y en valores democráticos como algo inherente a 
              la formación universitaria1. Entre otras 
              razones, e incluso reconociendo la importancia de tal formación, 
              lo hace porque entiende que la responsabilidad no es suya. En el 
              mejor de los casos puede considerar conveniente la formación 
              deontológica de sus estudiantes para que, en el futuro, puedan 
              desarrollar un buen ejercicio profesional. Pero aun así, 
              con excepción de algunas universidades de carácter 
              cooperativo o privado, una formación ética dirigida 
              a la construcción de la personalidad moral y a la formación 
              ciudadana no son objetivos que, de manera habitual, puedan identificarse 
              como tales en la concreción de los planes docentes y en las 
              prácticas de aprendizaje en la universidad. 
            Dado que el mundo de los valores se aprende en la cotidianeidad 
              del aprender y el convivir, la universidad no puede ser un espacio 
              externo a ello. De hecho, no todas las formas de enseñar 
              y aprender son adecuadas para la formación de una apreciación 
              valorativa y la construcción de matrices de valores personales, 
              orientadas a la consolidación de estilos de vida personales, 
              activos, comunitarios y democráticos. 
            Con anterioridad y en relación a otros 
              espacios educativos, diferenciamos cuatro ámbitos de educación 
              en valores y desarrollo moral: el de las relaciones interpersonales, 
              el de las tareas curriculares, el de la cultura institucional y 
              el comunitario2. En lo que respecta a la universidad 
              podemos diferenciar cinco esferas, en las cuales es posible integrar 
              acciones y establecer pautas u orientaciones que favorezcan la formación 
              en valores y el aprendizaje ético. 
            Tales esferas son las siguientes: la de los contenidos curriculares, 
              la de la relación entre estudiantes y profesores, la de las 
              formas de organización social de las tareas de aprendizaje, 
              la de la cultura participativa e institucional y la de la implicación 
              comunitaria del aprendizaje académico. Se trata de cinco 
              ámbitos que en la práctica se interrelacionan e influyen 
              mutuamente y que tan sólo a efectos expositivos pueden diferenciarse. 
              En todos ellos podemos identificar procesos de aprendizaje ético 
              por ejercicio o práctica, por observación, y por reflexión 
              y construcción personal (Martínez, Buxarrais y Esteban, 
              2002). Pero nos interesa diferenciarlos ya que las consideraciones 
              sobre la potencia pedagógica de cada uno de ellos son diferentes 
              y requieren acciones que pueden y deben analizarse por separado. 
            4. Los contenidos curriculares 
            La selección de contenidos curriculares, mediante los que 
              se pretende conseguir las diferentes competencias en cada una de 
              las titulaciones universitarias no es algo exento de valor ético. 
              Así, por ejemplo, enseñar y aprender contenidos curriculares 
              de aprendizaje profundos y relevantes para las diferentes titulaciones 
              que comporten contenidos de interés social y ético 
              equivale a promover la integración del impacto social y ético 
              de los mismos. No se trata tan sólo de organizar sistemáticamente 
              un conjunto de contenidos de carácter ético relacionados 
              con el ámbito de conocimiento relativo a cada titulación. 
              Tampoco de establecer un tiempo y un espacio curricular a los contenidos 
              de carácter deontológico propios de las diferentes 
              profesiones que ejercerán los futuros graduados. Se trata, 
              más bien, de un cambio en la mirada y en la práctica 
              del profesorado cuando planifica su docencia, distribuye el tiempo 
              para el aprendizaje de sus estudiantes, escoge actividades o sugiere 
              lecturas de ampliación o complementarias, tanto para trabajos 
              en grupos de discusión como para seminarios. 
            Uno de los puntos débiles más notables de nuestra 
              sociedad, y también de los universitarios, es la falta de 
              densidad cultural con la que a menudo abordamos las cuestiones controvertidas 
              y moralmente relevantes que conforman nuestro mundo. Durante el 
              período de formación universitaria -queremos insistir- 
              no debe faltar rigor para favorecer actitudes que inviten a la profundización 
              de conocimientos sobre aquellos temas que afectan a la participación 
              y toma de decisiones de nuestros estudiantes -como ciudadanos que 
              son-, tanto en contextos públicos como privados; tampoco 
              en aquellos que previsiblemente puedan afectarles como profesionales 
              y ciudadanos en proceso de formación. Conviene prever qué 
              bagaje de conocimientos y competencias necesitará el futuro 
              graduado, de forma que su participación en la toma de decisiones 
              sea adecuada, pertinente y fundamentada, cuando sea requerido como 
              referente. Esta tarea obliga a incorporar en la formación 
              universitaria elementos para la reflexión, procedimientos 
              para la praxis y una serie de actitudes y valores que faciliten 
              su actuación en base a criterios de corrección y veracidad. 
              En lo posible, esto debe realizarse no sólo pensando en su 
              posterior actuación como profesional, sino también 
              en su actual y futura responsabilidad como ciudadano. 
            Entendemos que toda propuesta de formación 
              universitaria para la ciudadanía debe integrar la promoción 
              del aprendizaje de dos tipos de competencias: unas de carácter 
              específico y otras de carácter genérico3. 
              A las de carácter específico las denominaremos competencias 
              para el ejercicio de la ciudadanía y a las de carácter 
              genérico, competencias éticas. Las primeras pueden 
              desarrollarse a través de una materia concreta o en contextos 
              específicos de aprendizaje y pretenden articular coherentemente 
              un conjunto de conocimientos, aptitudes, valores y actitudes, y 
              movilizarlos para aplicarlos en el ejercicio cotidiano de la ciudadanía. 
              Las segundas se dan en múltiples materias y en contextos 
              de aprendizaje diversos, y pretenden articular un conjunto similar 
              de saberes, sentimientos y comportamientos, y movilizarlos para 
              construir un modelo de vida personal, elaborado de forma autónoma, 
              en situaciones de interacción social y con la finalidad de 
              constituir también un modelo de vida buena y justa. 
            En relación a las competencias específicas proponemos, 
              en primer lugar, identificar aquellos contenidos de aprendizaje 
              de carácter informativo y conceptual que permitan una comprensión 
              de nuestro mundo en clave política y ética, que relacionen 
              los desarrollos científicos y tecnológicos con el 
              impacto social y ético que comportan, y que faciliten la 
              comprensión de nuestra sociedad en clave económica. 
              Todo ello tiene el propósito de integrar estos contenidos 
              en las materias más afines a cada titulación o bien 
              en una específica. En segundo lugar, sugerimos que los contextos 
              de aprendizaje en los que se traten tales contenidos sean aprovechados 
              por los estudiantes para la práctica de procedimientos y 
              actitudes, para la construcción de sistemas de valores que 
              supongan un desarrollo de la comprensión crítica para 
              entender la controversia que su análisis pueda comportar 
              y para la adquisición de niveles progresivos de razonamiento 
              moral. Es condición necesaria que el profesorado actúe 
              con precisión, imparcialidad, responsabilidad, modestia y 
              veracidad y, de modo permanente, especifique cuándo da su 
              opinión como experto por la pertinencia curricular del tema 
              objeto de controversia o cuándo emite una opinión 
              como ciudadano. En ambos casos, es conveniente que el profesor sepa 
              mostrarse auténtico y sincero en sus opiniones y, al mismo 
              tiempo, respetuoso y pro activo en la promoción de pensamiento 
              autónomo por parte del estudiante. 
            En cuanto al segundo tipo de competencias, las genéricas, 
              proponemos desarrollarlas en los diferentes ámbitos que, 
              como ejemplo, hemos apuntado en las líneas anteriores al 
              referirnos al aprovechamiento de los contenidos informativos para 
              la práctica de procedimientos, actitudes y valores. 
            5. La relación entre estudiantes y profesorado 
            En el ámbito de las relaciones entre el profesorado y los 
              estudiantes conviene diferenciar dos tipos de situaciones. Una, 
              la relación docente y otra, la relación interpersonal 
              que se establece al margen de la primera, simultáneamente 
              o con posterioridad. 
            En la primera categoría de situaciones la simetría 
              es escasa. El hecho de que al profesorado le corresponda ejercer 
              las funciones de experto, de seguimiento y tutoría académica, 
              y, por supuesto, la de evaluación, hacen difícil que 
              la relación de carácter docente pueda ser de simetría. 
              Y probablemente, no debería serlo. 
            En cuanto a la segunda, la simetría no sólo es posible 
              sino también necesaria. El conjunto de relaciones que se 
              genera en este ámbito es un espacio excelente para la asimilación 
              de aquellas competencias que facilitan a los estudiantes avanzar 
              hacia niveles progresivos de autonomía, no sólo en 
              el aprendizaje sino en la construcción de conocimiento en 
              general y en la forma de diseñar y organizar proyectos profesionales 
              y personales.  
            Nos hemos referido, entre las situaciones de la primera categoría, 
              a las relacionadas con las funciones de seguimiento y tutoría 
              académica. Conviene resaltar el potencial carácter 
              pedagógico de este tipo de relaciones. En efecto, el reconocimiento 
              de competencia comunicativa en el estudiante debe permitir considerar 
              en la práctica a estas relaciones como prácticamente 
              simétricas. Ello sin perjuicio de que la función del 
              profesorado sea la de seguimiento y orientación y que el 
              estudiante reconozca la autoridad moral de quien ejerce la tutoría. 
            En cualquier caso, es conveniente que, en este segundo ámbito 
              de la formación en valores, el profesorado actúe guiando 
              sus comportamientos en función del respeto y la responsabilidad, 
              ya que se trata de valores que pretendemos se aprecien como tales 
              y que pueden ser mejor aprendidos si están presentes en el 
              juego de relaciones entre los estudiantes, y entre éstos 
              y el profesorado. 
            La libertad del profesorado para abordar este tipo de situaciones 
              es amplia y se recomienda el establecimiento de pautas que limiten 
              la discrecionalidad que como profesional puede ejercer al respecto. 
              El profesorado debe procurar que las situaciones sean tales que 
              el estudiante se sienta reconocido como persona, conozca "las 
              reglas del juego", las normas y referentes que regulan estas 
              relaciones y sepa cómo proceder para transformarlas, en el 
              caso que estime que son mejorables.  
            El espacio universitario debe ser un ámbito donde sea posible 
              desarrollar prácticas de aprendizaje, por ejercicio y observación, 
              de los valores de respeto y de responsabilidad y que, al mismo tiempo, 
              convoquen a la correspondiente reflexión. La promoción 
              de estos valores -que entendemos exigibles a profesores y estudiantes- 
              y el aprendizaje de las competencias que hacen posible un modo de 
              vida respetuoso y responsable son compatibles con las exigencias 
              de esfuerzo y rigor en la aplicación de los criterios de 
              evaluación de los aprendizajes. El conocimiento de tales 
              criterios, la transparencia en su aplicación y la explicación 
              de los objetivos de aprendizaje y del ritmo previsto para el éxito 
              de su adquisición, son factores que ayudan a que los valores 
              de respeto y responsabilidad sean vividos y aprendidos en la cotidianidad. 
            6. Las formas de organización social de las tareas de 
              aprendizaje 
            El proceso de convergencia europea ha generado un espacio que puede 
              resultar oportuno para reflexionar sobre el quehacer del profesorado 
              en las aulas y sobre el aprendizaje de los estudiantes. Efectivamente, 
              este proceso de reflexión y debate sobre la función 
              pedagógica de la formación universitaria se está 
              llevando a cabo en facultades y escuelas ajenas, hasta ahora, a 
              la misma. Tal debate está descubriendo y recuperando en gran 
              medida el avance de las disciplinas que se ocupan del estudio sobre 
              el aprendizaje y la educación. Algunos descubren estas oportunidades, 
              derivadas de la pedagogía y de la psicología, como 
              si realmente fuesen novedades, y otros las recuperan con más 
              fuerza en el contexto universitario. A pesar de esto, el proceso 
              no puede generalizarse ya que está limitado en su práctica 
              a quienes se interesan por la mejora de la calidad docente. Conviene 
              ser prudentes para que su posible generalización verdaderamente 
              eleve la calidad del aprendizaje de los estudiantes y no se limite 
              a un simple barniz pedagógico. 
            Este contexto nos permite identificar una serie de tendencias características 
              del cambio de cultura docente que conviene promover en la universidad. 
              Tales propensiones desplazan el centro de interés de la enseñanza 
              al aprendizaje, de la información unidireccional a la interacción, 
              del conocer al conocer y adquirir conciencia, del aula a la realidad, 
              de la exposición a la solución de problemas y, en 
              definitiva, centran su atención en el aprendizaje del estudiante, 
              destacando la función del profesorado en este nuevo contexto 
              formativo. 
            En esta cultura docente en construcción, las formas de organización 
              social de las tareas de aprendizaje adquieren una relevancia pedagógica 
              similar a la surgida entre otros niveles del sistema educativo. 
              Desde nuestra perspectiva, éste es un ámbito en el 
              que la práctica y la observación permiten, de manera 
              natural, aprender a apreciar algunos valores que nos hemos planteado 
              como objetivos en la universidad. Se trata de un modelo de autogestión 
              del aprendizaje para el estudiante en el que el profesor no sólo 
              le enseña, sino que además lo acompaña. Se 
              hace factible mediante estrategias propias de un modelo colaborativo, 
              constructivista y contextual. Así, por ejemplo, el aprendizaje 
              basado en la resolución de problemas, el análisis 
              de casos y el aprendizaje por objetivos son formas de abordar el 
              proceso de enseñanza-aprendizaje que, en el contexto de cambio 
              de cultura docente, están demostrando su potencial eficacia. 
              Tales modelos son óptimos para la formación en valores 
              que proponemos [Martínez y Payá (coords.), 2005]. 
              La adecuada integración de las estrategias señaladas, 
              juntamente con otras más clásicas como la clase magistral 
              o el seminario de lectura, permite al estudiante avanzar en su proceso 
              de aprendizaje experimentando momentos hermenéuticos y de 
              razonamiento inductivo, y momentos discursivos, de uso del lenguaje, 
              de discusión, de elaboración conjunta y de búsqueda 
              de criterios que permitan el avance deductivo y la elaboración 
              de principios y leyes. Este proceso permite aprender a pensar a 
              través de la propia experiencia del aprendizaje, y es óptimo 
              para la práctica de valores como la cooperación, la 
              participación, la autonomía, el esfuerzo, el compromiso 
              y la responsabilidad. 
            7. La cultura participativa e institucional 
            La cultura institucional es otro de los ámbitos en los que 
              se aprende éticamente. Cuando nos referimos a la cultura 
              institucional en la universidad, hacemos alusión no tanto 
              a la universidad en su conjunto como al centro, facultad o escuela 
              donde los estudiantes aprenden y conviven. Tomamos como referencia 
              a esa cultura de la comunidad que permite al estudiante particular 
              el ejercicio y reclamo de los derechos y la participación 
              en la toma de decisiones que afectan al conjunto de los estudiantes. 
              Obviamente, la cultura y la política institucional de cada 
              universidad, relativas a las posibilidades de participación 
              de sus estudiantes, profesorado y personal en general, influyen 
              en la formación de este ámbito. Esta influencia repercute 
              en todos los estudiantes, aunque es más notable en aquellos 
              que ejercen el rol de representantes. A pesar de ello, la forma 
              como se organiza el poder en las universidades, el carácter 
              más o menos participativo de los diferentes sectores que 
              la conforman y la transparencia en la toma de decisiones que afectan 
              a su gobierno y funcionamiento, son factores que ayudan a comprender 
              el funcionamiento de las organizaciones. Enseñan, además, 
              en qué medida la participación activa y la implicación 
              en cuestiones que afectan al conjunto de la comunidad son vías 
              válidas para lograr la transformación y mejora. Por 
              el contrario, se convierten en prácticas inútiles 
              si sólo cobran sentido para aquellos que disfrutan construyendo 
              poder a través de la función representativa, sin perjuicio 
              de que ésta haya sido legítimamente adquirida.  
            Nuestra propuesta aborda, en general, las condiciones apropiadas 
              para evitar que esto último ocurra. Para ello, conviene establecer 
              sistemas que garanticen su participación en la toma de decisiones 
              de aquello que los afecte académicamente, o que otorgue agilidad 
              y eficacia al reclamo de sus derechos. De nuevo insistiremos en 
              que participación e implicación se aprenden con experiencia 
              y se valoran cuando se comprueba su eficacia para la construcción 
              del bien común, y del bien particular cuando éste 
              se consigue de forma legítima. En consecuencia, la propuesta 
              debe ser llevada a la práctica en los contextos más 
              próximos y habituales de los estudiantes. 
            Los estudiantes son miembros de la universidad. Pero su sentido 
              de pertenencia a la comunidad lo forman a partir de su condición 
              de usuarios de docencia y servicios. Contar con una información 
              confiable y completa en relación con sus derechos y deberes 
              y conocer las vías para mejorar la actividad universitaria 
              que les afecta más directamente, son condiciones necesarias 
              para que su participación resulte eficaz. Disponer de espacios 
              dedicados al análisis, discusión y decisión 
              sobre las cuestiones que afectan a la actividad del centro, compartidos 
              por profesores y estudiantes establecidos a nivel de aula, titulación 
              y facultad, también constituye una necesidad relevante para 
              aprender a participar y a ser consciente de la necesidad de su implicación, 
              a través de la eficacia devenida de las acciones emprendidas. 
              La presencia de estas condiciones en los espacios de aprendizaje 
              y convivencia universitaria estimula el interés por participar 
              en lo común y en lo público. De este modo, estos espacios 
              se convierten en lugares adecuados para aprender que la democracia 
              requiere ciudadanía crítica, participativa e informada. 
              En definitiva, ciudadanía activa. 
            8. La implicación comunitaria del aprendizaje académico 
            La participación a la que nos estamos refiriendo conviene 
              completarla con una auténtica implicación del estudiante 
              en la comunidad donde se encuentra la universidad o con la que se 
              relaciona. Esta implicación debe permitir dotar de significación 
              social el aprendizaje académico que el estudiante adquiere 
              en la universidad. Podemos diferenciar dos maneras de conseguir 
              este objetivo. La primera consiste en la participación de 
              los estudiantes en acciones de voluntariado mediante su colaboración 
              en fundaciones o asociaciones promovidas por las universidades con 
              el objetivo de contribuir a la mejora de las condiciones sociales, 
              la cohesión social y la profundización en un modelo 
              de sociedad inclusiva, justa y digna para todos, en contextos próximos 
              o alejados del lugar en el que la universidad desarrolla sus funciones. 
              Los ejemplos de esta modalidad son conocidos y a lo largo de la 
              última década la mayoría de las universidades 
              ha promovido este tipo de acciones y organizaciones. Sus efectos 
              son socialmente positivos y la valoración de su impacto, 
              tanto en la formación personal del estudiante que participa 
              como en el colectivo en el que intervienen, es notable, cuando no 
              excelente. Pese a ello, esta modalidad supone una opción 
              personal del estudiante que no siempre es factible y que requiere 
              de un compromiso por parte de las universidades que no siempre es 
              económicamente sostenible; pero que, en cualquier caso, conviene 
              potenciar. 
            La segunda manera sobre cómo abordar este 
              quinto ámbito de formación en valores y aprendizaje 
              ético en la universidad tiene menos tradición. Es 
              una forma emergente que supone integrar actividad académica 
              y servicios a la comunidad. No se trata de una tarea de voluntariado, 
              ya que el estudiante puede integrar el tiempo dedicado a estas tareas 
              a su cuenta de créditos académicos. Y tampoco se trata 
              del aprovechamiento académico por parte del estudiante de 
              una actividad no académica, como lo es ofrecer un servicio 
              a la comunidad. Se trata de ofrecer de manera simultánea 
              un servicio y de aprender de una forma distinta y más completa 
              parte de los contenidos académicos de los estudios que se 
              cursan. En sus orígenes, el aprendizaje-servicio4 
              -nombre con el que se identifica esta modalidad formativa- no fue 
              pensado por la universidad, aunque actualmente el número 
              de universidades en el mundo que están implicadas en programas 
              de estas características es cada vez mayor. 
            Según nuestro criterio, la novedad más interesante 
              de esta forma de aprendizaje ético en la universidad es la 
              contribución a una formación profesional del futuro 
              graduado construida tanto en el ámbito de la universidad 
              como en el de la comunidad, con resultados difíciles de dominar 
              mediante otras estrategias o programas formativos. Este modelo hace 
              del territorio elegido para ponerlo en práctica y de su realidad 
              sociocultural una fuente de aprendizaje. Sumado a los aprendizajes 
              dentro del aula, del laboratorio o del hospital, puede contribuir 
              a que la formación del futuro graduado -y la manera en cómo 
              éste aborde su intervención profesional-, incluya 
              un mayor compromiso social a favor de una mejor inclusión 
              social. En definitiva, los programas de aprendizaje-servicio en 
              la universidad pueden dotar de mayor significación social 
              a gran parte de los contenidos que el estudiante aprende. De la 
              misma manera, pueden favorecer los contextos de aprendizaje correspondientes 
              -situaciones y momentos de análisis y comprensión 
              hermenéutica de la realidad en la que se vive o estudia-, 
              del todo necesarios para que los estudiantes sean capaces de construir 
              adecuada, personal y autónomamente sistemas de valores orientados 
              a consolidar una sociedad basada en la dignidad de la persona, los 
              estilos de vida y los valores propios de la democracia.  
            Bibliografía 
            ESCAMÉZ, J.; MARTÍNEZ, M., y ORTEGA, P. (2005): "Los 
              valores de la educación en el espacio europeo de enseñanza 
              superior", en V. Esteban Chaparría (ed.): El espacio 
              europeo de educación superior, pp. 165-198, Valencia, Universidad 
              Politécnica de Valencia.  
            ESCUDERO, J. M. (2002): La reforma de la reforma. ¿Qué 
              calidad? ¿Para quiénes?, Barcelona, Ariel. 
            HÁBERMAS, J. (1999): "La inclusión del otro", 
              en Estudios de Teoría Política, Barcelona, Paidós. 
            MARTÍNEZ, M.; BUXARRAIS, M. R., y ESTEBAN, F. (2002): "La 
              universidad como espacio de aprendizaje ético", en Revista 
              Iberoamericana de Educación, n.º 29, pp. 17-43, OEI, 
              Madrid. 
            MARTÍNEZ, M., y ESTEBAN, F. (2005): "Una propuesta 
              de formación ciudadana para el EESS", en Revista Española 
              de Pedagogía, n.º 230, pp. 63-83. 
            MARTÍNEZ, M., y PAYÁ, M. (coords.) (2005): La formación 
              de la ciudadanía en el espacio europeo de educación 
              superior, Academia Europea de Ciencias y Artes, pendiente de publicación. 
            MARTÍNEZ, M.; PUIG, J. M., y TRILLA, J. (2003): "Escuela, 
              profesorado y educación moral", en Revista Interuniversitaria 
              de Teoría de la Educación, n.º 15, pp. 57-94, 
              Universidad de Salamanca. 
            ORTEGA y GASSET, J. (1993): Misión de la universidad, Fundación 
              Universidad Empresa, edición 1998. 
            PUIG, J. M.; BATLLE, R.; BOSCH, C., y PALOS, J. (2006): Aprenentatge 
              servei. Educar per la ciutadania, Barcelona, Octaedro. 
            FURCO, A., y SHELLEY, H. B. (eds.) (2002): Service-Learning: the 
              Essence of the Pedagogie, Greenwich, Information Age Publishing. 
             
            SPAEMANN, R. (2004): Europa: ¿comunidad de valores u ordenamiento 
              jurídico?, Madrid, Fundación Iberdrola. 
            TRILLA, J. (1992): El profesor y los valores controvertidos, Barcelona, 
              Paidós.  
            Notas: 
            * Catedrático y director 
              del Instituto de Ciencias de la Educación (ICE), Universidad 
              de Barcelona, España. 
            1- Algunas de las afirmaciones 
              formuladas pueden encontrarse en J. Escámez, M. Martínez 
              y P. Ortega (2005): "Los valores de la educación en 
              el espacio de educación superior europeo" en V. Esteban 
              Chaparría (ed.): El espacio europeo de educación superior. 
              Valencia, Universidad Politécnica de Valencia, pp. 165-198. 
             
            2- Esta diferenciación 
              se encuentra desarrollada, a partir de la caracterización 
              que formula Josep Puig, en M. Martínez, J. M. Puig y J. Trilla. 
              (2003): "Escuela, profesorado y educación moral. Teoría 
              de la educación", en Revista Interuniversitaria de Teoría 
              de la Educación, n.º 15, pp. 57-94, Universidad de Salamanca. 
            3- M. Martínez y F. Esteban 
              (2005): "Una propuesta de formación ciudadana para el 
              espacio europeo de educación superior", en Revista Española 
              de Pedagogía, n.º 230; en especial el apartado sobre 
              formación para la ciudadanía y aprendizaje de competencias, 
              pp. 72-76. Acerca del concepto de competencia, entre otras referencias, 
              puede consultarse en D. Rychen y A. Tiana (2004): Developing Key 
              Competencias in Education: Some Lessons from International and National 
              Experience (París, UNESCO); y en E. Rye y A. Torbjorrnsen 
              (2004): Competente-Based Curricula-The Norwegian, www.cidree.org 
            4- En educación superior 
              las experiencias de aprendizaje-servicio se identifican como Compact-Campus, 
              Engaged-Campus y ServiceLearning. Puede consultarse en www.compact.org 
              y www.servicelearning.org 
            
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