1. Introducción: pensando en la universidad como marco
de educación intercultural
En la última década, conforme a las
transformaciones sociales y los apreciables cambios demográficos
experimentados por nuestra sociedad, influidos, sobre todo, por
el auge de los flujos migratorios de entrada en la Unión
Europea y, concretamente, en España, se ha puesto gran hincapié
en el tratamiento educativo de la diversidad cultural, tanto dentro
como fuera de la institución escolar (Santos Rego y Pérez,
2001).
A este asunto vienen dedicando gran atención
los organismos nacionales (a través de sus políticas
públicas en los planos educativo y social) y también
los supranacionales, ejemplificados por el Parlamento Europeo, la
UNESCO y aún la misma OCDE, sin mencionar ahora la pléyade
de grandes agencias, consorcios y fundaciones que, con Informes
y Anuarios de notorio alcance mediático contribuyen a poner
de relieve la enorme importancia de tomar en serio un tema que alcanza
a todos, y que a todos conviene gestionar con prestancia política
y responsabilidad cívica dentro de la esfera pública
de la sociedad civil (Banks y Banks, 1995; Coulby, Gundara y Jones,
1997). Preparar ciudadanos globales para una sociedad civil global
está otorgando, hic et nunc, propósito social
de envergadura al mensaje sobre la imprescindible cooperación
intercultural.
Hemos de reconocer, pues, que la diversidad cultural
exige, de nuestro actual y recompuesto tejido social, respuestas
a tiempo sobre la base de educar para un cambio de perspectiva acerca
de los “otros” y de “nosotros mismos”, pensando
la identidad en términos vinculares y reconceptualizando
de paso los enfoques y las prácticas hegemónicas en
los espacios conformadores de la vida pública, en cuyo ámbito
las instituciones educativas ocupan lugar preferente, e incluso
preferido. Es por ello que el foco de la educación intencional
para la participación en la sociedad civil global ha de transcender
como sea la exclusión moral que alimenta el etnocentrismo
y los nacionalismos más radicales. Es entonces cuando la
educación en y para los derechos humanos se convierte en
vehículo de educación y cooperación intercultural
(Gervilla, 2002; Reardon, 2003).
No ha de extrañar, entonces, que por doquier
se reclame más y mejor formación del profesorado,
teniendo en cuenta, además, las necesidades derivadas de
un considerable “shock cultural”, el que se ha venido
detectando en no pocos centros educativos a medida que en su discurrir
cotidiano se han hecho notar aspectos y factores sobrevenidos, a
saber, la introducción de nuevas tecnologías, aumento
de la conflictividad escolar y la crecida de la inmigración
en el entorno de los propios centros. Ante el nuevo panorama, las
escasas dinámicas adaptativas han hecho aflorar estados de
incertidumbre y perplejidad, cuando no de indefensión ante
las carencias instrumentales y las disminuidas disposiciones para
el afrontamiento situacional y el reclamo organizado de otras respuestas
a las convencionales.
Al menos en parte, la ingente cantidad de proyectos
y programas de formación del profesorado, tanto inicial como
continua, activados en los últimos tiempos, junto a una mayor
atención de las políticas locales al fenómeno
de la multi/interculturalidad, han permitido mejorar las expectativas
de progresiva asociación entre este tema y el de la improrrogable
educación para la ciudadanía a nuestro alrededor (cfr.
Santos Rego y Lorenzo Moledo, 2003). No obstante, seguimos ávidos
de resultados capaces de inyectar más optimismo que el emanado
de un enfoque exclusivamente basado en la celebración de
cursos puntuales de formación del profesorado (cfr. Campbell,
2000; Jordán et al., 2004). Al mismo tiempo, el
respeto por la diversidad cultural ha de alcanzar también
a la misma formación o, en su caso, acreditación de
profesores con variedad étnico-cultural en origen (ver Cruickshank,
2004).
Ahora bien, la conveniencia de pensar y de hacer una
educación más intercultural no se ha detenido a la
puerta de las escuelas primarias o de los liceos donde se lleva
a cabo la enseñanza secundaria. También en la educación
superior ha ido calando una idea de mayor sensibilización
hacia la diversidad cultural, presente no sólo en la sociedad
sino en sus mismas aulas. Tradicional ha sido en los Campus la acogida
de profesores y, sobre todo, de estudiantes procedentes de otros
países (próximos y lejanos), de igual o muy distinto
registro idiomático, aportando maneras diferentes de representar
la realidad, enriqueciendo las relaciones interpersonales y mostrando
estilos o estrategias de aprendizaje no siempre coincidentes con
las usuales en un contexto dado.
Dicho con brevedad, la apertura y el intercambio de
docentes y discentes ha puesto de manifiesto las posibilidades de
seguir haciendo de las universidades espacios privilegiados para
el diálogo, la búsqueda de soluciones a los conflictos
y la convivencia intercultural. Lo que aún falta es el convencimiento
generalizado de que así como es preciso enseñar conocimiento
y destrezas pedagógicas a los profesores de enseñanza
infantil, primaria y secundaria, también ha de hacerse lo
mismo en la educación superior. Quienes escribimos trabajamos
en una institución que, después de todo, hace algo
más que enseñanza e investigación. También
es una comunidad y, como tal, una entidad cultural (Santos Rego
et al., 2000, 2001; Vogel, 2001).
2. Universidad y formación para un mundo
global
En las últimas décadas, la flexibilidad
cuando no la ambigüedad de las fronteras se ha extendido también
al terreno universitario, mucho más volcado que antaño
al resto del mundo. A los clásicos programas educativos en
el extranjero (education abroad programs), muy comunes
en las universidades norteamericanas, y moderadamente emulados por
instituciones europeas, le está sucediendo un apreciable
énfasis en la transnacionalización, esto es, el deseo
de convertirse en agencias educativas globales. Es bien conocida
al respecto la tendencia sostenida de algunas universidades importantes
a abrir delegaciones u oficinas propias en otros países,
ya sea en el mismo o en otro continente.
Lo que se pone de manifiesto, por tanto, es más
que evidente: las universidades han entrado en fase de abierta competición
por la conquista del espacio global. Y donde más se nota
es en la oferta frenética que hacen, por todos los medios
a su alcance, tanto las universidades como un todo como, particularmente,
las grandes escuelas profesionales en campos diversos, aunque destacando
la dirección de empresas o las mismas ingenierías
(Ong, 2004). Naturalmente, tal dinámica exportadora comporta
alegatos a favor de una ciudadanía flexible, con carga de
valores y modos de representar la realidad que se alinea tanto con
las oportunidades como con los riesgos culturales.
Hemos de aceptar, entonces, que la universidad tiene
una misión cívica que cumplir. Por ello, igualmente
aceptaremos que la educación universitaria ha de tener, siguiendo
la perspectiva de Bara (2004), un carácter integral y situado.
Integral, porque hemos de formar profesionales y ciudadanos a un
tiempo. Y situado, porque toda propuesta ha de concretarse en un
contexto, en situaciones reales donde se pueda desarrollar de forma
conjunta entre los participantes el sentido y la pertinencia de
los contenidos que se enseñan y se aprenden.
No hemos de perder de vista tampoco las demandas competenciales
de formación para un mundo global, cuya expresión
manifiesta en el marco universitario apunta a la internacionalización,
estrategia de calidad y progreso sostenido en la era de la información
digitalizada. Sin una activa participación en redes de conocimiento,
las universidades se anquilosan culturalmente, amén de reducir
su competitividad y prestigio ante la comunidad, mermando incluso
el gradiente motivacional de sus recursos humanos (de los que –también
en la universidad– depende todo cambio curricular) y el cultivo
de habilidades generadoras de valor añadido para los académicos
y para la institución como tal.
En ese sentido, como tiene manifestado Vogel (2001),
las universidades podrían diseñar y llevar a cabo,
sin demasiado problema, más ‘experiencias de vida internacional’
sin salir de su demarcación territorial. Una buena estrategia
de internacionalización debería traducirse siempre
en una suerte de cosmopolitismo doméstico intracampus. La
presencia de profesores y alumnos de otros países, con lenguas,
estilos de pensamiento y modos de vida dispares, favorece una dinámica
de mayor comunicación intercultural, en absoluto reducible
a la actividad de aula, sino extensible a la convivencia cotidiana
entre individuos de variados registros etno-biográficos.
Ahora y aquí, ya no es ingenuo plantear una
educación de tipo global e internacional, que prepare a nuestros
alumnos universitarios para acceder a un conocimiento, desarrollar
unas destrezas y favorecer unas actitudes que vayan bien con el
mundo reticular en el que vivimos.
Desde una perspectiva de educación global,
un currículo relevante es el que ayuda a que los alumnos
universitarios sean capaces de examinar cuestiones sociales de amplio
espectro desde diferentes puntos de vista. Esto es algo que puede
ayudarles en la adquisición de una nueva identidad, siempre
complementaria a la que ya poseen, independientemente del rasgo
o factor que cada uno priorice en su marco de identificación
personal (orientación étnica, nacional, religiosa,
de género, etc.). Es ahora, cuando se necesita que la educación
universitaria empiece a afrontar, sistemática y seriamente,
el desafío de educar para ir a más en la conformación
de una identidad humana global, que ha de basarse en el conocimiento
de la diversidad y de las relaciones integrales que unen los destinos
de todas las personas en el mundo.
Por más que educación multi/intercultural y educación
global/internacional se hayan desarrollado como campos de estudio
separados, es claro que son muchos los aspectos que los conectan
y las metas que los vinculan, entre ellas las que siguen (ver Morey,
2000; McFadden et al., 1997):
- La promoción de la equidad y de la justicia social.
- La mejora de las relaciones intergrupales y la promoción
de competencias interculturales.
- La reducción de prejuicios, estereotipos y procesos discriminatorios.
- La adquisición e impartición de conocimientos
sobre diversidad humana.
- La adquisición de conocimiento para la conciencia cultural
sobre la propia cultura y sobre otras.
- El desarrollo de destrezas relacionadas con la comprensión
crítica de los procesos de construcción del conocimiento.
Se trata de enfoques que, en cualquier caso, ponen en algún
aprieto a un paradigma cultural de occidente favorable a la universalidad
del conocimiento y, por tanto, remiso al reconocimiento de los límites
de la objetividad. Lo que cuenta, a medio y largo plazo, es si los
alumnos conocen y entienden el mundo desde epistemologías
no necesariamente coincidentes, y si son conscientes o no de que
su forma de ver la realidad afecta a sus creencias, valores, actitudes
y conductas. El desafío llama, naturalmente, a cambio sistémico
en el entramado universitario (ver Morey y Kitano, 1997; Morey,
2000), cuya utilidad social, tanto en el caso de individuos y colectivos
inmigrantes, como en general, será mayor o menor “en
función de la calidad de una relación humana que permita
la comprensión de la variedad cultural, de su potencial crítico
y su capacidad de predicción teórica” (Sanromán,
1998, pp. 269-270).
Más temprano que tarde tendremos, pues, que redefinir los
currícula universitarios, al objeto de explicitar mejor las
estrategias de aprendizaje de los alumnos, junto a las destrezas
básicas o fundamentales como garantía de su preparación
profesional y de su competencia cívica para manejar adecuadamente
su vida, ayudando a los demás en lo mismo, en un contexto
donde el mestizaje cotiza al alza y en el que la habilitación
social se comprende también al lado de coordenadas crecientemente
interculturales. Creemos que la construcción de un espacio
europeo de educación superior es una vía pletórica
de buenos augurios.
No estaría nada mal, por lo tanto, pensar en proyectos de
cooperación intercultural en la educación superior,
con capacidad de reforzar perspectivas globales en la misma formación
de los profesores, para que hagamos gala de un mayor tacto y crezcamos
en sensibilidad ante las dificultades de los demás, empezando
por nuestros propios alumnos y siguiendo por nuestros colegas.
Aunque no abunden, tampoco se puede decir que nos movamos en el
desierto de las ideas al respecto. Ahí están, por
ejemplo, los casos del International Institute on Peace Education
(IIPE), que viene funcionando, desde 1982, en el neoyorquino Teachers
College de la Universidad de Columbia, fuente de numerosas
redes y proyectos alrededor del mundo. En Europa, entre otras, habría
que mencionar la iniciativa de formación del profesorado
y desarrollo curricular que se ha dado en llamar EURED. Funcionando
como consorcio universitario, este proyecto ha conseguido elaborar
un contenido y un marco conceptual comunes en el terreno de la paz
y los derechos humanos para un panorama tan complejo y diverso como
el que tenemos en esta parte del planeta. Y en España no
sería justo dejar de aludir, aunque no se hayan centrado
tanto en la enseñanza universitaria, a los interesantes programas
educativos para el desarrollo de la tolerancia, con apropiado énfasis
en la conexión educación intercultural-aprendizaje
cooperativo, diseñados, desarrollados y evaluados por un
equipo de la Universidad Complutense a cargo de una reconocida investigadora
(ver Díaz-Aguado, 2003).
Lo que deseamos hacer en este trabajo es un ejercicio de pedagogía
universitaria en la órbita de ese desarrollo intercultural
que recomendamos desde una orientación ética, cargada
de valores morales, imprescindible en la labor de nuestras instituciones,
pero que no aborrece de otra más estratégicamente
volcada al crecimiento epistémico. El ejercicio ha tomado
forma de ensayo que opera, empíricamente hablando, sobre
un programa de factura novedosa en el concierto europeo de las instituciones
de educación superior.
3. Los fundamentos de un programa de educación intercultural
en la universidad
En la Universidad de Santiago de Compostela (USC) se viene desarrollando
desde el año 1999 el Programa “Tribus Ibéricas”
como un claro ejemplo de la importante labor de innovación
en el ámbito social que una institución de educación
superior puede realizar. Tal Programa, que inicialmente estuvo centrado
en las músicas de raíz en la Península Ibérica,
adopta un nuevo rumbo en el curso 2003-04 ante el importante incremento
de la población inmigrante en Galicia, fundamentalmente originaria
de países iberoamericanos. No es de otra manera como emerge
la necesidad de programar actuaciones que faciliten la convivencia
multicultural y la tolerancia, garantizando el desarrollo de valores
culturales que eviten la aparición de cualquier signo de
exclusión del inmigrante en la sociedad gallega. Por otra
parte, la política exterior de la Universidad compostelana
ha potenciado el establecimiento de relaciones con sus homólogas
latinoamericanas, propiciando una significativa presencia de estudiantes
de dichas universidades en Santiago e incluso desarrollando estudios
e investigaciones sobre distintas dimensiones de aquella realidad
social, económica y educativa. En febrero de 2004 la USC
fue la anfitriona de la Conferencia Iberoamericana de Rectores y
Responsables de Relaciones Internacionales de la que emanó
un documento –Declaración de Compostela– en el
que las universidades representadas se comprometían a contribuir
a la construcción del Espacio Común de Educación
Superior Unión Europea-América Latina-Caribe a través
de la cooperación iberoamericana. A esta situación
han contribuido, sin duda, los programas de intercambio emanados
de las Conferencias Iberoamericanas y de la relación entre
Europa y los países de América Latina.
Pero la vinculación entre la USC y los países latinoamericanos,
hoy parece que favorecida por la inmigración, se remonta
a otros tiempos definidos por la emigración gallega transoceánica.
Un ejemplo de este intercambio es la fundación de la Biblioteca
América en 1904, gracias a la labor de Gumersindo Busto,
un emigrante compostelano en Argentina, que trabajó denodadamente
con el ánimo de conectar las realidades culturales de las
dos orillas del Atlántico. Quizás podamos ver en este
proyecto un primer aldabonazo a favor de una caminata educativa
de corte intercultural en nuestro contexto universitario.
Con estos antecedentes, pero también con una nueva realidad
sociocultural, se presenta en el curso académico 2003-04
el V Ciclo Tribus Ibéricas, titulado en esta ocasión
“Las Nuevas Tribus Iberoamericanas”, con la idea de
desarrollar un programa interdisciplinario, completando la formación
con actividades que abordarían desde distintos ámbitos
el desarrollo de la comunicación cultural con Iberoamérica,
los flujos y reflujos socioculturales en ambas direcciones y la
problemática de la inmigración.
En su diseño se hablaba no sólo de los objetivos
que se pretendían alcanzar y de las acciones a desarrollar,
sino también del contexto en el que se llevaría a
cabo y de las características de sus destinatarios, ya que
ambas variables pueden condicionar cualquier posibilidad de éxito.
Por eso, en aquel momento, partíamos de siete premisas básicas:
- Ser un programa abierto a toda la comunidad universitaria, entendido
como acción de extensión educativa y cultural.
- Ser un programa interdisciplinario que aborde desde diferentes
ámbitos la diversidad cultural.
- Combinar diversas perspectivas, formatos docentes y prácticas
representacionales en su puesta en escena.
- Reconocer el programa como actividad formativa, e incluso instructiva,
en el currículum (crédito/s de libre configuración).
- Incentivar la implicación de alumnas y alumnos de todas
las grandes áreas y, especialmente, de aquellas materias
y ámbitos académicos más sensibles al aprovechamiento
de la diversidad cultural en el mundo actual.
- Activación espacio-temporal flexible en el curso académico.
- Ligar el programa al desarrollo de competencias cívicas
en los alumnos y a su participación en programas de servicio
a la comunidad.
Finalmente, proyectamos un programa estructurado en dos grandes
núcleos en los que confluyen dos de las líneas básicas
de la política cultural de una universidad, esto es, la formación
y la difusión. Uno de esos núcleos tenía un
carácter formativo-académico, con cinco sesiones en
torno a otros tantos centros de interés cultural, y un eje
común: la posibilidad de su proyección transversal
e interactiva en la comunicación entre los participantes,
independientemente del papel a jugar en cada sesión. El otro
núcleo se orientó de modo lúdico-musical, con
su epicentro situado en la celebración del mismo número
de conciertos didácticos.
4. Valoración general del programa
El V Ciclo de Tribus Ibéricas se desarrolló en la
Universidad de Santiago de Compostela, concretamente en su Campus
de la ciudad compostelana, a lo largo del curso académico
2003-04 con la participación de cien alumnos matriculados
en el programa formativo. Esto implicaba la obligatoriedad de asistir
a los conciertos didácticos programados, abiertos a toda
la comunidad.
Todos coincidimos en que el diseño y el desarrollo de un
programa debe culminar con su evaluación por parte de la
población a quien va destinado. Con esta idea, al finalizar
la última sesión perteneciente a cada uno de los núcleos
ya referidos (formativo-académico y lúdico-musical(1)),
los alumnos debían cubrir un pequeño cuestionario
–con catorce ítems– de evaluación general
del Programa. El instrumento fue cumplimentado por 56 alumnos, lo
que representa justo el 56% de los estudiantes matriculados.
4.1. Perfil del alumnado participante
Conocer las características básicas de los alumnos
que participan en este Programa nos permitirá analizar mejor
sus motivaciones para implicarse en actividades de este tipo, y
ajustar los contenidos de programaciones futuras. En buena medida,
los rasgos definitorios de la muestra de alumnos están influenciados
por dos condicionantes: la población objeto del Programa,
sólo alumnos de 1.º y 2.º ciclo, y las características
de la propia Universidad.
El primer aspecto que debemos tener en cuenta es la edad de los
alumnos. Como era previsible, el 41,1% de ellos son jóvenes
entre 18 y 21 años, la mitad (50%) se encuentra en el tramo
22-25 y sólo un 8,9% pertenece a la franja 26-29 años.
Estos porcentajes son congruentes con el período de edad
que abarca la realización de los estudios universitarios
y también, como veremos más adelante, con el curso
en el que están matriculados en sus respectivas Facultades
y Escuelas Universitarias.
Una amplísima mayoría de estos universitarios son
mujeres, concretamente el 87,5%, mientras que los chicos participaron
en mucha menor medida (12,5%). Estos datos pueden explicarse desde
la realidad que se muestra en nuestras aulas, donde la presencia
del alumnado femenino supera claramente al masculino. Así
nos lo confirman las estadísticas de la institución
académica para el curso 2003-04: el 64,4% de los alumnos
matriculados en los dos campus de la Universidad de Santiago de
Compostela son mujeres y sólo el 35,6% restante son hombres.
También interesa saber en un programa de estas características
las áreas de conocimiento y, más concretamente, las
titulaciones que atañen a los directamente interesados en
el mismo. Muchas veces tenemos la creencia de que programas así
están demasiado orientados según las teóricas
preferencias de los alumnos de Humanidades y Ciencias Sociales,
con mucho menos atractivo si los alumnos tienen otra preferencia
académica o incluso intelectual.
Pues bien, incluso confirmando la tendencia que habíamos
previsto, esto es, que los alumnos proceden mayoritariamente de
Humanidades (destacando las titulaciones de Filología Gallega
y de Historia del Arte) y de Ciencias Sociales, con la mayor representación
estudiantil situada en Educación Social y en Ciencias Políticas,
no debemos olvidar la amplia representación alcanzada por
el área de Ciencias Experimentales, sobre todo de Biología
y de Ingeniería Química y Matemáticas. Por
último, el 5,4% de participantes se sumaron desde Ciencias
de la Salud, particularmente desde la licenciatura en Medicina.
Sin embargo, no se matricularon estudiantes de las titulaciones
englobadas en el área Tecnológica, posiblemente debido
a la menor presencia de este macroámbito cognoscitivo en
el Campus de Compostela, ya que de la docena de títulos correspondientes
a las enseñanzas técnicas que imparte la Universidad,
sólo dos corresponden al mencionado Campus (Ingeniería
Química e Ingeniería Técnica en Informática
de Sistemas).
Entre las causas de la menor participación de determinadas
áreas en este programa tenemos que considerar tres aspectos
interrelacionados:
- La propia estructuración del programa con actividades
a lo largo de todo el año y la asistencia obligatoria de
los alumnos.
- Los planes de estudios de las titulaciones que obligan a los
alumnos a permanecer en horario continuado en sus respectivos
centros para completar una jornada lectiva tanto teórica
como práctica.
- Las titulaciones que se ofertan desde cada área de conocimiento
en la USC, con una clara dominancia de las que se incluyen en
las Ciencias Sociales y Jurídicas (22 licenciaturas y diplomaturas)
y Humanidades (17 licenciaturas).
Más de la mitad de los alumnos (67,2%) que asistieron a
las diferentes sesiones y actividades del programa están
cursando tercer y cuarto curso de sus respectivas titulaciones.
Los alumnos de 5.º curso suponen el 18,2% de los participantes,
mientras que los matriculados en primero y segundo sólo conforman
el 14,5% del total de la muestra. Es obvio que los alumnos con mayor
experiencia en la Universidad son los que más demandan este
tipo de programas.
Cuando se les preguntó en que ámbito les gustaría
trabajar al finalizar sus estudios, un 33,9% situaron sus preferencias
en la educación o en la enseñanza, seguidos de aquellos
que desearían encauzar su futuro hacia la empresa privada
(16,1%). Por lo tanto, estos dos ámbitos aglutinan, en la
práctica, las prioridades de la mitad de los encuestados.
Otras opciones señaladas, con porcentajes importantes, fueron
la investigación (10,7%) y la administración pública
y la salud, ambas con un 8,9%.
Parece que aquellos alumnos que quieren dedicarse a la enseñanza
son los que reclaman en mayor medida programas como el que nos ocupa,
mostrándose más sensibles a una nueva realidad socio-cultural.
Esto concuerda, además, con la preocupación de maestros
y profesores en las escuelas de Galicia, los cuales están
pidiendo más formación en aras a una mejor atención
a los alumnos procedentes de familias inmigrantes.
Como en cualquier programa educativo, pero todavía más
tratándose de un programa de extensión cultural, con
énfasis en la sensibilización intercultural, nos interesaba
conocer los motivos que inducen a que estos alumnos, con unas características
diversamente concretas, deseen participar en actividades con tan
singular orientación universitaria.
El principal motivo esgrimido por los estudiantes a la hora de
matricularse en el programa fue (50%), el crédito de libre
configuración (reconocimiento académico de la actividad
como 30 horas de formación) que otorga la propia institución
una vez finalizado y superado el curso. Sólo un 19,6% afirman
haberse matriculado impulsados por el interés de la temática,
seguidos por el 12,5% de aquellos que tuvieron en cuenta la posibilidad
de participar en una actividad novedosa. Por último, casi
un nueve por ciento (el 8,9% para ser exactos) señalan como
razón de su participación la diversidad de las cuestiones
abordadas y también la paralela oferta de conciertos musicales
(ver gráfica 1).
GRÁFICA 1
Motivo para matricularse en el Programa
Lo primero que debemos subrayar es que la mitad de la muestra no
considera fundamental la concesión de un crédito de
libre configuración para animar su participación,
situando en la temática que se aborda, o en la propia actividad
el epicentro de su interés. La concesión de créditos
por la participación en actividades culturales es un tema
que lleva a una cierta controversia en el propio seno de la Universidad.
Para algunos, este tipo de actividades no debería estar limitado
o hipotecado por la posibilidad de concesión de créditos,
sino más bien ser libres y espontáneas. Por nuestro
lado, creemos que, efectivamente, la participación en actividades
culturales no debe estar mediada por ningún señuelo
crediticio, pero sí que debe estar apoyada académicamente
por la institución, en clara consonancia con lo que se está
promulgando desde la Convergencia Europea puesto que, como se defiende
en ese marco, a lo que aspiramos es a la formación integral
del alumno universitario. Y por ello hablamos de un tipo de actividades
que deberían estar reconocidas en el currículum académico
de la enseñanza universitaria.
En segundo lugar, consideramos que los alumnos que señalan
como principal motivación el crédito de libre configuración,
esconden tras su afirmación otro tipo de razones. La participación
en un programa anual tan estructurado y prefijado como el que estamos
narrando sólo conlleva la concesión de un único
crédito que, para ser otorgado, implica necesariamente ahondar
en la carga de compromisos a los que el alumno ha de hacer frente.
Téngase en cuenta, sin ir más lejos, el proceso de
ajuste de fechas a resolver con pronta eficacia, cuando no les sería
difícil el logro de ese mismo crédito implicándose
en otro tipo de actividad.
En tercer lugar, la estructura del programa permite su apertura
al resto de la comunidad universitaria por medio de los conciertos
didácticos, más genéricamente orientados a
la difusión cultural, pues no es posible conseguir con la
mera asistencia ningún tipo de reconocimiento académico
al carecer de la necesaria formalización instructiva.
4.2. Evaluación del programa
Como ya adelantamos, el V Ciclo de Tribus Ibéricas estuvo
compuesto de dos subprogramas con objetivos y destinatarios diferenciados.
De un lado, el Programa de Conciertos ‘Las nuevas Tribus Iberoamericanas’,
con su epicentro situado en un ciclo de conciertos didácticos
y abierto a toda la comunidad; y de otro, el Programa Académico
“La Inmigración y la Representación de la Diversidad
Cultural desde Galicia”, dirigido exclusivamente a los alumnos
matriculados y que incluía a su vez el programa de conciertos.
La evaluación de los dos subprogramas correspondió
a los estudiantes que participaron en las diferentes sesiones formativas
y en los conciertos programados.
A) El Programa Académico
Este Programa se estructuró en cinco módulos de contenidos
que abordaron diferentes perspectivas de la inmigración como
exponente de la diversidad cultural. En este sentido, se les pidió
a los alumnos que expresasen su grado de satisfacción respecto
a cada uno de ellos.
Los resultados muestran que, a nivel global, la valoración
es muy positiva. De modo más concreto, el módulo V
titulado La emigración gallega y la fotografía
de ida y vuelta, el último del ciclo, fue el mejor valorado
por los estudiantes, ya que el 76% de los encuestados se sitúan
en una valoración que va desde “satisfecho” a
“muy satisfecho”, siendo el módulo IV La
pintura y la expresión de la diversidad cultural desde Galicia
el que en el marco de esta evaluación positiva alcanza un
menor porcentaje en estos dos valores de la escala (60%).
La valoración que los alumnos de la USC hacen de estos dos
módulos nos motiva, a estas alturas del discurso, a hacer
una breve reflexión sobre el trasfondo de tal evaluación.
En el programa expositivo de la Universidad, la fotografía
ocupa un lugar muy destacado acaparando la atención del colectivo
más joven de la comunidad universitaria, por lo que no extraña
la familiaridad de nuestros estudiantes con los precursores de la
fotografía en Galicia y con las nuevas tendencias de este
arte. Por lo que atañe al caso concreto de la pintura, es
cierto que nuestra educación artística no fue debidamente
atendida en el currículo escolar, por lo que no es de extrañar
que los estudiantes carezcan de recursos básicos para analizar
e interpretar este tipo de lenguajes, que incluso consideran alejados
de sus intereses.
Si hacemos un análisis módulo a módulo, las
respuestas indican que el primero, dedicado a La música
de los inmigrantes en Galicia,es objeto de valoración
positiva por parte de un 70,9% de los encuestados y sólo
un 29,1% hacen una evaluación negativa. Tenemos que decir
que este módulo fue reforzado con el programa de conciertos
didácticos. Los porcentajes son similares para el módulo
II (Literatura e inmigración. Los gallegos en América),
que evalúan positivamente el 73,2% de la muestra y negativamente
el 26,8%. Respecto al módulo III (Cine e inmigración
en la sociedad actual), un 74,5% de los participantes se situó
en los valores más positivos de la escala, esto es, “satisfecho”
a “muy satisfecho”, mientras que un 25,5% enmarcan sus
respuestas en los polos contrarios (“muy insatisfecho”
y “bastante insatisfecho”) (ver gráfica 2).
GRÁFICA 2
Grado de satisfacción respecto a los módulos del Programa
Académico
Complementariamente, los alumnos valoran globalmente el programa
académico desarrollado como bastante o muy interesante (78,6%).
Sólo el 21,4% afirma que la actividad diseñada les
resultó poco interesante (ver gráfica 3).
GRÁFICA 3
Valoración general del Programa Académico
B) El Programa de Conciertos Didácticos
Asimismo, se les pidió a los estudiantes que valorasen su
grado de satisfacción respecto a la parte del Programa más
relacionado con la música, concretamente, las cuatro actuaciones
(son cinco realmente) programadas de grupos residentes en nuestro
país pero originarios de Brasil, Colombia, Venezuela y Uruguay
(ver gráfica 4).
GRÁFICA 4
Grado de satisfacción respecto al Programa de Conciertos
El primer concierto, el del grupo brasileño residente en
Madrid Zum-Zûeh, obtuvo una valoración positiva
por parte de casi la totalidad de los alumnos (98,2%) y tan sólo
un 1,8% declaró sentirse “muy insatisfecho” con
su actuación, indicando los resultados que este grupo fue
el que tuvo la mejor acogida entre los matriculados en el Programa.
Le sigue, en esta misma dirección, el grupo colombiano Palo
Q’sea afincado en Cataluña, ya que el 93% de los
asistentes afirman sentirse satisfechos o muy satisfechos con la
actuación de estos músicos. En el caso del grupo Huracán
de Fuego integrado por inmigrantes venezolanos que viven en
la capital de España, un 84% manifestó su satisfacción
y un 16% mostró una valoración negativa. Por su parte,
los ritmos de Uruguay, a cargo del grupo Tangata, que desarrolla
su actividad en Galicia, fueron los que obtuvieron puntajes más
altos en los valores negativos de la escala, ya que el porcentaje
de los que muestran insatisfacción alcanza el 30,4%.
Por último, se les solicitó a los estudiantes que
indicasen aquello que más pudiese haberles aportado a su
formación haber participado en el V Ciclo Tribus Ibéricas.
En este sentido, un 37,3% declaró que les proporcionó
conocimiento de la diversidad cultural; el mismo número (19,6%)
señalaron como aspectos fundamentales tanto el enriquecimiento
complementario de su formación académica como el mayor
conocimiento de la cultura gallega; y un 17,6% afirmaron que les
permitió analizar el fenómeno de la inmigración
(ver gráfica 5).
GRÁFICA 5
Contribución del V Ciclo Tribus Ibéricas para la formación
La evaluación de un programa debe espolear la reflexión,
desde la propia acción, acerca de los errores cometidos o
las lagunas que se hayan ido detectando. Lo que interesa es averiguar
las deficiencias y apurar la introducción de los cambios
que sean menester para su mejora. En este sentido, resulta de vital
importancia pulsar la opinión de los principales implicados
sobre la pertinencia de mantener la oferta de este programa e incluso
las temáticas que pueden ser objeto de análisis en
futuras ediciones.
Por más que casi un tercio de los participantes señalasen
la existencia de problemas o dificultades en la información
y coordinación, la práctica totalidad de ellos (98,2%),
considera que la Universidad debe seguir, en el marco de su programación
general, con la oferta planificada de esta acción formativa
en el ámbito intercultural. Inapreciable es el número
(1,8%) de los que le gustaría que desapareciera.
5. Conclusiones
El fenómeno de la inmigración diseña un nuevo
escenario de acción educativa, propiciando una especial atención,
desde la educación infantil a la misma educación superior,
a una serie de claves ligadas a la construcción de una sociedad
más intercultural, reconociendo a la diversidad como un elemento
que enriquece el desarrollo social. Esto implica que uno de los
objetivos de la educación universitaria pasa por conseguir
en los alumnos un tipo de competencia (justo la que denominamos
‘competencia intercultural’) concebible según
la conjunción de conocimientos, disposiciones, habilidades
y actitudes para el encuentro o, si se prefiere, la comunicación
con el ‘otro’. Lo cual no será posible si no
manifestamos más tacto y mejor sensibilidad pedagógica
hacia el aprendizaje de los alumnos en la enseñanza universitaria.
Así pues, después del gran énfasis que se
ha puesto, y que continúa, en la educación primaria
y secundaria, a favor de una mejor gestión pedagógica
de la diversidad cultural en las escuelas, parece llegado el turno
de la educación superior. Bueno será que en esa dirección
empecemos a practicar algo de lo que predicamos en la línea
señalada, pero entendiendo que el tratamiento educativo de
la diversidad cultural no es un gesto de corrección política,
sino una necesidad de educación efectiva a estas alturas
de la historia.
Por lo tanto, lo que debe pretender la universidad es una formación
integral que trascienda el ámbito de la mera cualificación,
para abarcar el de la competencia social, necesariamente mediada
por una formación cívica de los estudiantes. No son
pocos, por ello, los convencidos de que para cumplir sus funciones
la institución debe potenciar una educación basada
en el desarrollo de la democracia, la defensa de la paz y de los
derechos humanos.
Está claro que la universidad debe contribuir activamente
a la configuración de una nueva realidad social, promoviendo
una política activa de educación intercultural con
posibilidad de afectar la docencia, la investigación y la
misma vida social. Por un lado, las aulas universitarias deben ser
espacios de aprendizaje en los que no constituya una quimera aspirar
al logro de las competencias que exige ser un ciudadano de y para
una democracia participativa; pero sin anular la posibilidad de
diseñar programas socioculturales que tengan como finalidad
conocer otras realidades, además de promover la participación
de la comunidad universitaria en acciones integradoras. Y por otro,
nos parece que la política exterior de la institución
debe reforzar el establecimiento de verdaderos marcos de colaboración
e intercambio con otras universidades de todo el mundo.
El programa, diseñado y realizado en la centenaria Universidad
de Santiago de Compostela, de rótulo tan poco convencional
(“Tribus Ibéricas”), constituye una muestra experiencial
del valor formativo que podemos conceder, en el plano de la educación
superior, a unos cursos de esta naturaleza y orientación
sensibilizadora hacia la interculturalidad, fortaleciendo el encuentro
entre profesores y alumnos de heterogénea procedencia disciplinar
con artistas, escritores o profesionales foráneos.
La combinación de perspectivas, formatos docentes y prácticas
representacionales de su puesta en escena (dinámica de corte
académico seguida de acto lúdico-musical), supone
la suma de ingredientes que casi siempre dan como resultado un producto
pedagógicamente atractivo. La evaluación realizada
así lo evidencia y por ello nos permitimos recomendarlo,
con este u otro diseño, según enfoque y posibilidades
de cada universidad, ayudando a pensar una educación superior
sin miedo al cambio de currículo y de estrategias instructivas
para ir satisfaciendo, paulatina pero decididamente, las necesidades
que tienen los alumnos de aprender y de saber funcionar en una sociedad
culturalmente diversa.
En este mundo interconectado, las autoridades universitarias no
pueden ni deben renunciar a su importante papel dinamizador en el
área cultural, que tiene mucho de noble educación
política en los Campus, si se perfila adecuadamente.
Con esta iniciativa compostelana no sólo se rubrica la fuerza
de la universidad como clásica agencia de creación
y desarrollo cultural al servicio de una comunidad, sino que tal
potencia crítica termina por proyectarse en dinámica
renovación de sus metas y finalidades educativas. Si la ocasión
es propicia, bien merece que la aprovechemos. Para que la universidad
siga fiel a su compromiso moral, de ahora y de siempre.
Creemos, pues, que las universidades deberían empezar a
hacer adecuadas y pragmáticas previsiones de lo que podemos
llamar una educación plena e intencionalmente intercultural,
la cual puede avanzar en paralelo al fomento y desarrollo de la
singular cultura institucional. Lo que propugnamos es un tipo de
cooperación intercultural bien clara y perfectamente asumible
desde una perspectiva práctica, esto es, operando desde la
formación de grupos de educadores, y de académicos,
dispuestos a emprender los esfuerzos cooperativos precisos como
para idear una pedagogía y diseñar unos currícula
susceptibles de ir introduciendo a los estudiantes en modos de pensar
que amplían sus esquemas académicos y sus horizontes
cognitivos.
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Notas
(1) En este caso concreto, la evaluación
se realizará en el cuarto de los conciertos, y no en el último
como había sido previsto, debido a problemas derivados de
la organización
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