Comprender y redireccionar  las prácticas de asesoría
             Jesús Domingo Segovia *  
            * Profesor titular de la Universidad de Granada, España, en el área de Didáctica
  y Organización Escolar. 
             Síntesis: El asesoramiento  educativo es una práctica profesional en construcción, controvertida, con  múltiples posibilidades de desarrollo y, en momentos, de cambio y complejidad,  en la que proceden revisiones y re-significaciones. En este sentido, el  presente artículo propone una serie de llamadas de atención y de elementos  críticos a fin de orientar correctamente el debate. Para lograr la mejora de la  educación se necesitan, en primer lugar, comunidades de aprendizaje  comprometidas, en cuyo seno están las claves de una mejor enseñanza para todos  y del desarrollo profesional de los docentes, así como apoyo y asesoría. Pero  no todos los modelos de asesoría son aptos: esta debe establecerse en una  relación democrática, en un escenario de colaboración profesional, a lo largo  de un proceso y con un propósito ético, teniendo en cuenta que cada procedimiento debe adaptarse al contexto y a  la cultura con la que trabaja para transformarla desde adentro. Ética,  técnica y emoción deben conjugarse dialécticamente para posibilitar la  participación auténtica y la emergencia de un significado compartido y un  compromiso profesional. Para llegar aquí, cada sistema, y cada sistema de  apoyo, debe hacer su recorrido, su propio camino y a su ritmo. De nada valen  las transferencias simples y directas, descontextualizadas. 
              Palabras  clave: asesoría; servicios de apoyo; mejora de la escuela; comunidad de  aprendizaje; colaboración; enfoque de procesos.  
              Compreender e redirecionar as práticas de assessoria 
              SÍNTESE: O assessoramento educativo consiste numa prática  profissional em construção, controvertida, com múltiplas possibilidades de  desenvolvimento e em momento de mudança e complexidade em que procedem revisões  e re-significações. Neste sentido, o presente artigo chama a atenção para  aspectos críticos a fim de orientar corretamente o debate. Para alcançar a  melhoria da educação se necessitam, em primeiro lugar, comunidades de  aprendizagem comprometidas, em cujo seio estão as chaves de uma melhor  aprendizagem para todos e do desenvolvimento profissional dos docentes, assim  como apoio e assessoria. Mas nem todos os modelos de assessoria são aptos: este  deve se estabelecer em uma relação democrática, em um cenário de colaboração  profissional ao longo de um processo e com um propósito ético, tendo em conta  que cada processo deve se adaptar ao contexto e à cultura com a qual trabalha  para transformá-la de dentro. Ética, técnica e emoção devem se conjugar  dialeticamente para possibilitar a participação autêntica e a emergência  de um significado compartido e um compromisso profissional. Para chegar a este  ponto, cada sistema de apoio, deve ter seu percurso, seu próprio caminho e a  seu ritmo. De nada valem as transferências simples e diretas,  descontextualizadas 
              Palabras-chave: assessoria; serviços de apoio; melhoria da escola;  comunidade de aprendizagem; colaboração; enfoque de processos. 
              Understanding  and redirecting consultancy practices Educational  consultancy is a controversial professional practice, still under construction,  with multiple developing possibilities. It is going through a complex period  full of changes, re-significations and reconsiderations. In this sense, the  present paper presents a series of critical elements and red flags in order to  correctly guide the debate. In order to improve education, committed learning  communities are needed. In their bosom lies the key to better learning  processes for everyone, teachers’ professional development, support and  counseling. However, not all consultancy models are fit. Consultancy must take  place in a democratic relationship, in a scenario of professional  collaboration, through a process and with an ethical purpose, having in mind  that each process must adapt to the corresponding context and culture, in order  to transform it from the inside. Ethics, techniques and emotion must be  combined dialectically in order to facilitate authentic involvement, the  creation of shared meaning and professional commitment. With this purpose, each system, and each  supporting system, must do its own journey on its own path, at its own pace.  Simple, direct, decontextualized transfers are of no value at all. 
            Keywords: consultancy; support services; school improvement; learning community;  collaboration; process approach 
             1.   Una primera panorámica  del marco de trabajo 
             En un contexto complejo en el que  cobran interés creciente los informes internacionales y regionales, y en el que  han venido para quedarse algunas herramientas orientadas a fortalecer la  calidad, entre ellas las evaluaciones, al tiempo que cada vez con más impacto  se están desarrollando diferentes agendas de reforma –en ocasiones de manera  tan acelerada como desarraigada–, que lanzan recurrentes sugerencias para que  los distintos gobiernos asuman e implementen políticas estructurales y  educativas que ayuden a mejorar resultados, parece oportuno repensar qué  hacemos y hacia dónde vamos. 
             Conviene recordar este cúmulo de llamadas de atención,  especialmente si –dicho sea de paso– tenemos resultados poco halagüeños para  nuestro contexto y que pueden dar pie tanto a catalogaciones injustas e  innecesarias como a políticas vinculadas al seguidismo, escasamente  significativas y de bajo nivel de posibilidad de reconstruir la realidad. Frente  a ello cabría oírlas, debidamente atemperadas por la toma en consideración de estudios regionales1 y la puesta en valor de la investigación educativa (Murillo, 2005), así como de la documentación de procesos  y ejemplos locales exitosos (Martínez  y Bonilla, 2006). 
             Se trata, pues, de buscar ciertos consensos y, dentro de las  posibilidades y retos de cada situación, hacer viable el binomio equidad y  calidad en una sociedad plural tomando una determinada opción por la mejora (Murillo y Muñoz-Repiso, 2002; Escudero,  2002; Fullan, 2007; Hopkins, 2007). Obviamente la escuela no  puede asumir sola este desafío, pues para que se genere y circule el  conocimiento y todo se realice de manera significativa y comprometida se  necesitan, también, liderazgo, apoyo y asesoría. Respecto de los servicios de  apoyo ha de reconocerse que, pese a que son necesarios y ya llevan varios años  funcionando, no siempre han tenido el impacto pretendido. Hoy se sabe que no  basta con crear espacios, tiempos y estructuras de encuentro y que la  colaboración y la asunción de compromisos compartidos resultan difíciles y han  de trabajarse. En este sentido, tanto las funciones de los profesionales del  apoyo –que no son los verdaderos agentes de mejora sino, a lo sumo,  facilitadores de aprendizaje– como de los equipos han de deconstruirse y  redimensionarse hacia opciones más cercanas, pues en estas prácticas  profesionales no todo vale. 
             2.   Un recorrido  histórico: luces y sombras de las primeras acciones de asesoría 
             Las recientes revisiones del campo y  los estudios sobre las prácticas asesoras (Monereo y Pozo,  2005; Vv. aa., 2008) muestran la  evolución de los modelos puestos en práctica y los efectos que han ido teniendo  en la mejora de la educación hasta consolidar las bases de un modelo actual posible,  cada vez más acorde con las recurrentes lecciones aprendidas del cambio (Fullan, 2007; Murillo, 2003) para lograr «de cada escuela una gran  escuela» (Hopkins, 2007). Hacer  traspasos sin esta perspectiva puede ser arriesgado y hundir prematuramente naves  productivas por no haberlas puesto en juego pertrechas con los debidos apoyos o  avisos para surcar mares tan controvertidos como complejos. 
             Si bien es verdad que ante la llamada técnica a la mejora  surgieron prestas acciones profesionales expertas, a modo de servicios  especializados en ofrecer soluciones y propuestas de mejoramiento que no  terminaron de llegar al aula ni ir más allá de mitigar algunas dificultades  puntuales, con ella también aparecieron estructuras y saberes que conviene no  derrochar ni despreciar. Con la debida distancia, conscientes de haber superado  el modelo de largo, dieron lugar a crear los servicios (supervisión, asesoría  de formación, orientación, etc.) y las estructuras (articulación de servicios  de apoyo internos y externos). En un punto, necesarios, aunque no la solución,  además de haber sido el germen de otras acciones profesionales más atentas a lo  que en verdad hoy denominamos como servicios de apoyo y asesoría, también  posibilitaron el desarrollo de estrategias técnicas siempre útiles en el  maletín de herramientas de un profesional del apoyo, pues para asesorar aparte  de saber de qué se asesora (contenidos pertinentes) no bastan la perspectiva a  tomar y el propósito ético desde donde hacerlo, sino que se debe contar también  con las herramientas técnicas adecuadas como para que sus acciones y propuestas  sean efectivas. 
             En la segunda ola aprendimos acerca de la importancia del  profesorado y los centros educativos, de contextualizar acciones y de dejar el  papel de «agente de cambio» en mano de los docentes y sus directivos para  ubicarnos en otros modelos de facilitadores, colaboradores y compañeros de  viaje. Avanzamos por la senda de los programas y proyectos educativos o de  gestión y llegamos a intuir y desarrollar propuestas acordes a los procesos de  desarrollo y a los caminos personales. Aprendimos del potencial de las  comunidades, centros y profesores para tomar las riendas de su futuro y del  cambio en educación. También, y eso fue determinante, que había que llegar al  centro y al aula y quedarse, hacerse internos, implicarse, así como a poner en  tela de juicio tanto la palabra «colaboración» como algunas acciones locales  que, en no pocas ocasiones, dejaban resquicios importantes para que todo  quedara en meros y políticamente correctos formalismos, vaciados de contenido,  instrumentalizados, burocráticos y faltos de compromiso. 
             Ambos pasos fueron necesarios para asentar acciones y reorientar  procesos internos de mejora, así como para ir virando hacia dimensiones  centrales y focos fundamentales tales como aula, aprendizajes, desarrollo  curricular, profesional e institucional, construcción de comunidad profesional,  apoyo al liderazgo educativo, etc. Sin duda, estas fueron fases importantes en  la construcción de las primeras bases que pudiesen ser con propiedad  catalogadas de asesoría, en la línea de actuación propuesta en el marco del  «Proyecto internacional para la mejora de la escuela» (isip, por sus siglas en inglés: International School  Improvement Project). 
             El cambio en educación y el aprendizaje del profesorado y de la  escuela son más fáciles de generar y sostener si existen sistemas de apoyo  integrados que actúen desde modelos constructivistas y colaborativos. En este  contexto la ayuda debe hacerse en forma rigurosamente respetuosa de las  realidades y posibilidades del centro, de manera razonable (con sentido común),  con las estructuras organizativas del propio centro (con la dirección),  centrándose en el currículo como contenido prioritario de la tarea, lo que  resitúa el asesoramiento en un nuevo marco de acción,  y dentro de un funcionamiento y un currículo democráticos. De este modo,  fue ajustándose el objetivo de estas prácticas de apoyo hacia la facilitación  de los procesos de mejora en la escuela, para estimular su institucionalización  y promover situaciones comprometidas, autocríticas y responsables de  autorrevisión de la acción profesional, de análisis de las consecuencias de la  misma en sus alumnos y en su desarrollo personal y social, y de consideración  de los principios didácticos, éticos e ideológicos que fundamentan sus  prácticas. 
             3.   Hacia una perspectiva  educativa y de procesos: Modelos y alternativas de la práctica asesora 
             Una vez descritos los orígenes y el  nuevo escenario parece pertinente delimitar algunas líneas programáticas o  modelos de actuación, fruto de los particulares desarrollos que han tenido los  servicios de apoyo y de la evolución de esta práctica profesional en contraste  con los intereses que la han marcado, las problemáticas a las que se ha  enfrentado y los resultados en la práctica con vistas a la promoción de la  mejora. La función asesora puede concebirse de muy diversas maneras en función  de los parámetros de referencia con los que se observe, lo que da pie también a  distintos modelos de actuación. Los diferentes campos desde los que se  construye la función y las controversias generadas en ello marcan más líneas de  continuidad e hibridaciones productivas en cada momento y circunstancia que  modelos puros claramente diferenciados. Nuestra experiencia nos señala que, ni  buenos ni malos, son las aristas de un poliedro, que debe ser lo  suficientemente flexible y dinámico como para dar respuesta a la diversidad de  situaciones, circunstancias, contextos,  posibilidades de juego o problemáticas a las que hacer frente, al tiempo que  mostrar tendencias de desarrollo, a la larga más productivas. 
             Así las cosas, para la panorámica de servicios de apoyo a la  escuela existentes en los distintos países, con denominaciones diferentes y  grados de desarrollo también dispares, sirva esta reflexión como contrapunto y  estímulo para seguir adelante y emprender la reforma desde dentro, desde las estructuras actuales y posibles, debidamente  revisadas, fortalecidas y redimensionadas, en línea a caminar juntos en pos de  garantizar una buena educación para todos (Escudero,  2002). 
             En diversos trabajos se ha organizado y descrito en profundidad  el cuadro situacional de los modelos de asesoramiento, de los que se extracta  una visión abarcadora orientada como marco comprensivo en el que situarse, no  para quedarse en modelos puros o frente a ellos, sino para ir optando e  integrándolos para ofrecer un marco de posibilidades dinámico, en el que  destacamos con cursiva las orientaciones, a nuestro juicio, más productivas. 
             En función del saber del asesor pueden darse modelos de experto  en: 
            
              -  Contenidos o especialista en un ámbito de  actuación: actúa en función de ese  conocimiento de forma puntual, específica.
 
              -  Procesos o generalista: dedicado  a procesos y estrategias de dinámica de grupos y cuantos aspectos sean  necesarios para provocar, dinamizar y acompañar tales procesos.
 
              - Contenidos: pero que actúa con el grupo a modo de experto  en procesos y colega crítico (tanto en contenidos como en dinámicas de  desarrollo y sus consecuencias para el aprendizaje).
 
             
             Conviene no confundir aquí –independientemente del planteamiento  por el que se opte– entre una acción profesional(con formación y  dedicación específica a ello) y otras realizadas en carácter de colega (más  cercano, pero, a veces, falto de técnica). 
             También pueden darse diferentes  estilos de actuación: 
            
              -   Directivo: dirige la acción y permite la  actuación directa sobre el problema.
 
              -   Indirecto: estilo más productivo  que el anterior; acompaña el proceso mediante una acción asesora democrática,  negociada, gestionada a favor de la acción real de los profesores y actores de  la mejora, ejercida de manera que sean los otros quienes adquieran  autoconciencia y tomen las riendas de sus procesos de mejora / acción.
 
             
             En función de su ubicación se habla  de asesoramiento: 
            
              -   Interno: cuando el asesor  pertenece a la propia institución, como por ejemplo los orientadores o  dinamizadores / responsables de programas.
 
              -   Externo: cuando el asesor no pertenece a la  institución. No obstante, puede darse que asesores externos se hagan internos  en la medida que enraízan sus acciones en el centro y participan directamente  de sus proyectos de mejora, o a la inversa, cuando un servicio de apoyo interno  actúa de manera externa por estar ubicado permanentemente en los márgenes y en  ámbito de experto en contenidos y problemas extraños a la práctica y vida  cotidianas.
 
             
             También  es oportuno tomar en consideración la dimensión de la «continuidad»,  aunque existen modelos y acciones puntuales o,  de manera mucho más productiva y  sostenible, más continua, a lo largo de un proceso. 
             En atención a las responsabilidades, los escenarios y las  funciones que les son asignadas, hay servicios con funciones propiamente de  supervisión y asesoría junto a otras específicas de su puesto (orientador,  supervisor, formador, etc.). Es una vía de asesoría ya instaurada que,  consolidada en el tiempo, permite esta acción siempre que se reconstruya su  primera identidad profesional y se haya asumido el papel de asesor (Domingo, 2003; Amatea y Clark,  2005). También se dan otros servicios con funciones delegadas o asimiladas que  permiten el accionar del «oportunista estratégico» capaz de iniciar procesos  desde focos y acciones no específicamente diseñadas para tal fin. Existen  algunas modalidades más de actuación, pero no llegan a todos y son difícilmente  sostenibles. 
             Es especialmente relevante la clasificación en cuanto al papel  asumido en el desempeño de la práctica profesional. En este punto son clásicos  tres modelos: 
            
              -   Intervención (técnico, racionalista o experto  clínico): utilizado para resolver problemas y, como experto en contenidos,  emprender acciones de manera externa, puntual, totalmente sistemática y  programada, basada en diagnósticos clínicos; o bien, desde otra perspectiva, la  del «experto y diseminador», ofrecer información y formación específica  proveniente de la investigación o la norma y transmitirla / comunicarla /  proponerla al resto de los profesionales para que ellos la apliquen.
 
              -   Facilitación: similar a los anteriores, pero  ubicado muy cerca de la realidad, por lo que frente a la demanda actúa a modo  de centro de recursos.
 
              -   Colaboración: basado en la  integración y actuación en equipos y con el profesorado que asume dos  modalidades:
                
                  —      Colaboración técnica: cuando participa delimitando bien que  es él el experto en determinadas cuestiones, pero que trabaja dentro de modelos  colaborativos profesionales. 
                  —      Colaboración crítica: cuando participa como colega crítico  que cede el protagonismo al propio grupo para que sea este el que tome sus  propias decisiones, reservando para sí el papel de garante, conciencia y espejo  crítico que devuelve al grupo la información pertinente reelaborada. 
                 
               
             
             Finalmente, dada la  integración de los modelos y servicios en actuaciones de la  Administración educativa, pueden inscribirse en alguna de las siguientes  lógicas de actuación en función del grado de estructuración e integración de  propuestas: 
            
              -   Modelo «servicios»: frente a cada necesidad o  ámbito de acción se genera un servicio de apoyo que actúa de manera experta  pero aislada y, a veces, traslapado con otros. Al profesorado le pueden llegar varios servicios con  prioridades, mensajes y propuestas diferentes y, también contradictorias.
 
              -   Modelo programas: todos los servicios y  acciones se integran y coordinan en torno a programas; la acción tiene un  sentido de continuidad y está articulada. El problema surge cuando en la  práctica se trabaja en varios programas y se produce un efecto –similar al del  modelo servicios– identificado como «programitis», que consiste en abrir tantos  fuegos paralelos y descoordinados que terminan nublando o desviando de lo  principal.
 
              -   Modelo  programa: se actúa con la filosofía anterior pero con un solo programa  aglutinador, generalmente nacido desde un proyecto educativo y un proceso de  autorrevisión con apoyo. Este es el modelo que tiene sentido para la comunidad  de aprendizaje y el que posibilita el aunar esfuerzos y perspectivas con un  propósito común, más allá de actuar en acciones puntuales o colaterales.
 
             
             Así las cosas y habiendo  identificado diferentes estadios de desarrollo y tipologías culturales  en los centros educativos, han de implementarse estrategias para el desarrollo  de los mismos adecuadas a tales circunstancias, conscientes de que lo que es  efectivo en unos casos no tiene porqué serlo necesariamente en otros. Cada  centro necesita seguir su camino a su propio paso desde su historia, sus  posibilidades y con un justo apoyo, aunque a veces pueda transitarlo por otros  derroteros y de forma más efectiva si aprende a hacerlo.  
             Los modelos deberían funcionar más como variantes estratégicas  desde las que entrar e iniciar procesos que como modelos puros de acción. Al  adquirir cada uno de ellos pertinencia y posibilidad en función de otras  variables, probablemente lo más rentable es que, siguiendo la lógica de  ubicarse como colega técnico (por lo tanto, experto en algo concreto y en  procesos), quien asesore actúe y parta del modelo, situación o acción (posible,  demandada, necesaria) como excusa para iniciar desde ahí un proceso de  desarrollo. A partir de allí, con una mayor perspectiva, el modelo debería,  progresivamente, virar hacia otros posicionamientos de asesoría crítica propios  de un enfoque colaborativo, constructivista y de procesos (Domingo, 2004; Monereo y Pozo,  2005; Vv. aa., 2008) para concretar  y que se desarrolle su programa de autorrevisión y mejora, dentro de la  zona de desarrollo próximo de cada institución o equipo. 
             4.   Más allá del cambio  dirigido:apoyar la mejora desde dentro, entre todos y para todos 
             Una vez superadas en el contexto internacional  las olas técnicas (de intervención) y etnográficas (de contextualización y de  emergencia del centro como ámbito de mejora), se está produciendo un retorno a  lo básico, al aula y a los buenos aprendizajes. Los centros educativos deben  actuar como comunidades de aprendizaje comprometidas con los procesos de  mejora, que encuentran sus auto-soluciones y propuestas y, desde ellas, toman  sus decisiones. Como se sostenía en otro momento (Bolívar, 2000), la escuela puede generar  conocimiento y, bajo ciertas condiciones, aprender. La clave reside en cómo  lograr que los problemas cotidianos se afronten –con posibilidades de éxito– en  el seno de potentes comunidades profesionales de aprendizaje que buscan el buen  aprendizaje para todos. Para ello es fundamental generar y dinamizar prácticas  que «desarrollen capacidades y compromisos» en procesos colectivos de  autorrevisión y mejora, instalados en un escenario de democracia radical (Gate y Densmore,  2007), empresa difícil que no se produce desde cualquier tipo de supervisión o  apoyo. Necesariamente conlleva procesos de resignificación y de flexibilización  de tales prácticas, junto a serias dinámicas de capacitación profesional para  su ejercicio. Como ocurriría recurrentemente en las llamadas a la colaboración  auténtica, la reflexión profesional o puede resultar un canto de sirenas o  encaminarse por derroteros supuestamente ya experimentados si no se hace de  manera confortable y cargada de sentido común, acompañada de procesos  «plenamente educativos» de liderazgo y de asesoramiento. 
             En un momento en que se acumulan demasiadas experiencias  negativas o desilusionantes, o experiencias que han burocratizado y, en gran  medida, vaciado de contenido tales procesos por haber pervertido el sentido de  los proyectos educativos instrumentalizándolos, no son pocos los que se  cuestionan si estos no son sino rituales burocráticos desarrollados en  reuniones superfluas para rellenar y cumplir los requisitos formales, en lugar  de verdaderas herramientas de gestión escolar. Parece clave, pues, denunciar  las prácticas erráticas y poner en otros enfoques de mayor valía que se hayan  quedado ocultos y que convendría revitalizar. 
             Desde esta otra perspectiva alternativa, los documentos  institucionales y las programaciones de área y equipo pueden ser como texto y  contexto de formación. Texto en cuanto a contenido básico y temática sobre la que desarrollar los procesos  formativos en ejercicio, y contexto como lugar, plataforma y escenario  adecuado para poner en juego todos los procesos de reflexión y de  interrelación, es decir, el intercambio de pareceres, experiencias y  conocimiento pedagógico (práctico y teórico). Habría que repensar esta  situación desde la óptica de «comunidades de aprendizaje» para que todos los  miembros de la comunidad se impliquen en la reconstrucción atractiva y  coherente de la enseñanza con fines justos y democráticos. Esto conlleva  desterrar las prisas y las soluciones simples para problemas complejos,  democratizar el liderazgo e ir instaurando otras dinámicas para comprender y  fomentar la participación real. Esta tarea no es ni puntual y ni a-contextual y  toma muchas formas, tanto en términos de quién tiene el poder de tomar  decisiones, así como del grado de adopción de decisiones transferido a las  escuelas. 
             Para llegar hasta aquí, posiblemente, también habría que  desarrollar una serie de acciones tácticas (para resolver problemas) y  estratégicas de mejora (planes de acción sistematizados, en una lógica de  programas focalizados en dimensiones relevantes y con acciones de apoyo y supervisión articuladas, que puedan  contribuir a la mejora de dichas dimensiones). No se trata de domesticar  centros y realidades, ni de diseminar en ellos acciones de mejora y  determinados lineamientos, sino de ayudarles a orientar sus caminos,  acompañados por la comunidad y la Administración educativa, que tienen  funciones y responsabilidades ineludibles. 
             Esto es tan obvio y necesario como duro de asumir en la  práctica. Una «buena escuela» parece distante de la realidad del aula y del  bregar cotidiano con los retos y dificultades del hacer. El desarrollo de las  acciones también puede resultar una nueva y pesada carga que excede las  posibilidades y capacidades exigibles en determinados contextos y  circunstancias… Para que un cambio tan potente hacia lo básico, hacia una  «educación pública y de calidad para todos» (Escudero,  2002) sea sostenible e «interiorizado», hay que tomarlo como referente y  recorrer el camino desde una óptica freireana de utopías realizables, buscando  la implicación del profesorado y las comunidades siempre desde el sentido común  y la relevancia, con optimismo y de manera significativa, en un accionar pleno  de colaboración, prudente y perseverante. 
             Como norte se instala un modelo crítico, emergente de las  diferentes lecciones del cambio educativo y de la revisión actual de la propia  práctica asesora. La asesoría debiera desplegar una visión alternativa,  ideológica, estratégica y dialéctica en torno a procesos de mejora y  (auto)revisión de la práctica, en los que los asesores asumen el papel de  colegas críticos, que huyen de la posibilidad de hacerse infalibles y que  actúan bajo los parámetros del «clásico y potente» eslogan de «trabajar con» en  lugar de «intervenir en». 
             5.   Otros aprendizajes  emergentes que ayudan a redireccionar la función asesora 
             Sin menoscabar la valía de los  principios de procedimiento anteriores, también sería oportuno reseñar algunos  nuevos matices que los concreten, resitúen y amplíen en situaciones prácticas  de interacción. En otros momentos nos hemos ocupado de estos matices emergentes  del conocimiento emocional de las situaciones de asesoría (Domingo, 2009), los que, en gran medida,  pueden determinar no pocas posibilidades de éxito de esta práctica profesional,  minimizando elementos disruptivos o promoviendo puentes y lazos estratégicos y  afectivos que coadyuvan a la comunicación y la interdependencia. En definitiva,  estas prácticas que caminan junto a la ética y la técnica también deben hacerlo  junto a la emoción, el clima y el significado compartido (hablar un mismo  lenguaje y compartir mínimamente unos propósitos, una mirada, etcétera). 
             5.1 El sentido de la  acción: Trabajar desde el propio grupo 
             El cambio que genera impacto es el que  está enraizado en la realidad del centro, del aula y del profesor. Solo tiene  éxito si los individuos y los grupos encuentran el sentido de lo que hay que  cambiar y de porqué hacerlo (Fullan,  2007; Hopkins, 2007). Esta  cuestión puede ser bastante compleja, en especial cuando se trata de un gran  número de personas, cada una con una mirada particular y sin una perspectiva  amplia para entender completamente la escena, dada la complejidad de factores  que intervienen. 
             Situarse en el mundo de los sujetos implicados para comprender  su acción y promover, en el mismo, cambios significativos, puede ser una  herramienta poderosa. Pero se ha de ir más allá, hasta compartir y transformar  significados. La conciencia emerge en el contexto sociocultural y a través de la interacción cuando hay  posibilidades reales de participar y de hablar con serenidad sobre  cuestiones –para todos– importantes (Aubert  y otros, 2008, p. 103). 
             En este punto conviene recordar que tanto la impaciencia  terapéutica como la claridad prematura son peligrosas. No se trata, pues, de  aportar claridad desde la asesoría técnica, sino de que el grupo (equipo /  comunidad) la conquiste y, desde ella y del proceso desarrollado, pueda crear  compromiso compartido y un contexto de apoyo. Los nuevos conocimientos y el  cambio están arraigados en la interacción humana. Luego, al plantearse  cuestiones centrales de la práctica cotidiana y de sus consecuencias para el  buen aprendizaje, se puede dar lugar a reestructurar el conocimiento (implícito  y tácito sobre la práctica docente) y a cambiar con sentido y significatividad  el propio marco conceptual y emocional que se experimenta en estas situaciones.  Con esta posibilidad de acceder al conocimiento experiencial y situado,  subjetivo y fruto de interacciones dentro de una comunidad, se ponen al  descubierto principios de actuación, procesos y cogniciones que guían la  práctica, haciendo explícito, público y discutible el conocimiento implícito o  tácito, al tiempo que se adquieren las seguridades del debate y el consenso de  grupo como condiciones básicas de transformación. 
             5.2 Buenos aprendizajes  para todos: ciudadanía y democracia 
             La realidad de la sociedad y de la  escuela se hace cada vez más compleja y exigente. Cambiar el patrón de  escolarizar por el de garantizar «para todos» el derecho a un buen aprendizaje  es un reto importante que no puede ser abordado desde esquemas obsoletos. Se  hace necesario afrontar la incertidumbre y la complejidad del día a día y las  nuevas situaciones y dificultades de nuestro tiempo y contexto, posmoderno,  cambiante, plural, exigente, diverso. La pretendida neutralidad profesional y  del currículo en no pocas ocasiones ha derivado hacia escenarios «no  democráticos», reproductores y rígidos a la mejora (García, 2004). Es preciso deconstruir  esta manera de pensar y transformar tanto las gramáticas básicas que rigen las  prácticas profesionales como sus efectos frente al aprendizaje. Del mismo modo,  los planteamientos aislacionistas de la realidad del aprendizaje y de la  escuela coartan, en gran medida, las posibilidades reales de cambio y enquistan  problemas. Frente a ello, debemos pensar de otra forma. La creatividad, la  implicación y el éxito escolar necesitan multiplicidad de manos y miradas que  ofrezcan perspectivas más amplias y nuevos aliados que ayuden a superar el  tedio. En este contexto, hablar de «garantizar los básicos imprescindibles para  todos» no es una cuestión menor sino el tema central que ha de orientar tanto  la mirada de la práctica asesora como los objetivos fuertes de cambio. 
             Por otra parte, se apuesta por planteamientos de democracia  radical y auténtica participación de todos (Gate  y Densmore, 2007). Lo que  ética y profesionalmente no puede ser cuestionado sí puede ser contextualmente  debatido para buscar consensos reales, posibles y productivos en función de  necesidades y capacidades, y llevarlo a cabo también junto a otras cuestiones  que puedan ser consideradas –sin menoscabo de las anteriores– igualmente  relevantes y estratégicamente posibles en situaciones específicas. Si impera la  ética del «hablemos», aun desde intereses dispares, se puede consensuar  productivamente. En este sentido, el desempeño de la función asesora en el seno  de equipos docentes, en plano de igualdad y en torno a estrategias dialécticas  de analizar y responder a la realidad, es  una cuestión principal, cargada de sentido, así como de empoderamiento  del propio equipo docente y, principalmente, de la validez y compromiso  generado en torno a los posibles acuerdos a tomar.  
             La democracia en educación no es un medio sino el fundamento del  propio proceso de asesoría y de construcción de la comunidad de aprendizaje  como espacio privilegiado desde el que ejercer la ciudadanía en entornos  profesionales y comunitarios. Tampoco aquí se trata de una cuestión baladí que  la función asesora y los propios procesos de autorrevisión se desarrollen en un  escenario de innovación en coparticipación con la comunidad, de asunción de  riesgo y de liderazgo educativo distribuido (Leithwood y otros,  2006). Es fundamental democratizar el liderazgo tanto desde una óptica de  distribuirlo como desde otra más radical de actuar y promover acciones  profesionales y de justicia (Fields y  Feinberg, 2001), lo que va mucho  más allá del cumplimiento de la norma o de la gestión eficaz. Un planteamiento  de comunicación crítica y de asesoramiento dialógico favorece que no se  establezcan relaciones de dependencia y que todos aprendan con todos (Aubert y otros,  2008): En definitiva, retomar la práctica asesora y de liderazgo pedagógico  desde opciones no neutrales, más allá de lo procedimental, y no carismáticas,  pues estas tienen un efecto negativo en la sostenibilidad (Fullan, 2007, p. 45). 
             5.3 Una visión  compartida de la realidad: distintos niveles de acción 
             Bolívar y Romero (2009) señalan que la  bondad de los servicios de apoyo reside en cómo sean capaces de: 
            
              -   Articular tanto la acción docente individual  como la colectiva de la comunidad dentro de un proyecto conjunto y en línea con  lo básico que promueve el sistema educativo.
 
              -   Ayudar para que la escuela se configure como  un proyecto.
 
              -   Incidir en el núcleo  duro de la mejora, es decir, en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
 
             
             Así las cosas, las prácticas asesoras (cualquiera sea el  servicio o la instancia del que provengan) deben arbitrar y dinamizar –entre  bastidores y con las estructuras internas capaces de liderarlos y mantenerlos–  procesos en los que vaya siendo posible la problematización de las gramáticas  básicas en los tres niveles de actuación (Monereo,  1999; Bolívar, 1999) que a  continuación se desarrollan. 
                          Dimensión institucional para establecer direcciones: se  trata de promover un clima de colaboración y de comunidad de aprendizaje,  apoyando y estimulando dinámicas de trabajo, potencialmente formativas, sobre  dimensiones, dinámicas y contenidos relevantes para el desarrollo de un  proyecto intercultural colectivo. Estas acciones se convierten en motor y  ocasión excepcional para la autorrevisión, reconstrucción e integración del  centro. Es una oportunidad única para estar y asesorar en los procesos  generales de planificación, desarrollo, evaluación e innovación del currículo  y, al mismo tiempo, mediar en la apropiación y comprensión de propuestas por  parte de los profesores. 
                          Dimensión estratégica para conjuntar la acción del  profesorado en torno a campos de mejoras, desde el rediseño de la organización: si el nivel anterior proporcionaba la perspectiva global, la visión de  centro y comunidad, la realidad nos dice que, sin perder de vista este  objetivo, aumenta la funcionalidad buscar esta integración de voces,  inquietudes, esfuerzos y perspectivas en torno a cosas más palpables. Así, será  respecto de programas específicos, proyectos de trabajo particulares o tareas  globalizadoras, donde este proceso de (re)construcción adquiere una perspectiva  más real para trabajar una visión compartida. 
                          Gestión de la instrucción y la interacción educativa en el  aula o en los contextos no formales e informales: este, el más interesante  de los tres niveles, es fundamental pero tal vez es donde más roces pueden producirse. En cualquier caso, para que se  puedan generalizar en el día a día las  mejoras en los aprendizajes y en las prácticas de aula, es mejor que: 
             En lugar de pretender reservarse campos propios de decisión y  resolución [por parte de los asesores y expertos], es más inteligente y, a la  larga, más exitoso, potenciar la capacitación del profesorado para que pueda  resolver por sí mismo los problemas cotidianos que en estos ámbitos se vayan  presentando (Bolívar, 2000, p.  93). 
             A partir de estas mejoras «menores» se incide en lo global, pues  se estarán multiplicando resultados y recursos al optimizar indirectamente un  gran número de situaciones interactivas y, por consiguiente, minimizando costes  y sensaciones de esfuerzo. Y en ello, una buena práctica puede ser ayudarles a  bajar tensión, descubrir qué hacen bien y cómo se podría hacer mejor de manera  asumible. 
             A estos tres niveles de actuación se ha venido a añadir un nuevo  matiz que los atraviesa: la ampliación de escenarios. Como sostenemos desde el  «Proyecto Atlántida»2 siguiendo  las propuestas de Vygotsky, es más productivo integrar, enriquecer y  transformar el contexto, el entorno y restablecer y redimensionar vínculos  entre escuela, familia y comunidad. Para lograrlo, lo más sensato es no  trabajar de forma unilateral, sino entablar el diálogo y favorecer la  co-implicación en educación (Bardhoshi y  Duncan, 2009). Es decir, accionar  desde dentro y con múltiples actores (de todos los sectores) para que la  escuela pueda incrementar a la par los aprendizajes de los estudiantes y el  desarrollo de la comunidad (Murillo,  2003; Bolívar, 2000). 
             5.4 Los temas  generadores de transformación 
             El asesoramiento de apoyo al liderazgo  educativo y de acompañamiento crítico en los procesos de autorrevisión para la  mejora debe encontrar temas generadores actuales que puedan concientizar al  profesorado y al centro educativo ampliado. En torno a ellos se concentran  prioridades de acción y ámbitos de mejora que están en el candelero y que bien  pudieran servirnos de puntos de apoyo desde los que desarrollar acciones,  debates y dinámicas estructuradoras de una nueva realidad con el propósito de  profesionalizar (en términos de aprendizaje en común), además de abordar  cuestiones sentidas como importantes. En este punto es importante reseñar la  necesidad de buscar mecanismos lógicos y democráticos de armonización de las  necesidades y prioridades del sistema con los de la comunidad. 
                          No se trata, pues, de generar las consabidas recetas y  recomendaciones a que se trabaje en equipo, a la reflexión o la deliberación  dialéctica. La práctica ya nos ha advertido reiteradamente que eso no suele  funcionar, que suena como cantos de sirena o propuestas de iluminados; pero  que, buscando un foco principal de acción previamente identificado en un  proceso serio de autorrevisión, pueda ser concertado todo un plan de trabajo.  Todo debe pivotar en torno a una dimensión palpable del proceso de  enseñanza-aprendizaje que destaque como una necesidad percibida y  significativa, sobre la que merece la pena trabajar –tanto en sentido fuerte  del término (buen aprendizaje para todos), como débil (intereses cotidianos y  problemas palpables y verbalizados del equipo docente)– y establecer puentes  evidentes con otros procesos colaterales imprescindibles. 
             Con esta debida concreción y focalización, si se desarrolla el  trabajo desde los lineamientos defendidos se permitirá, por propia necesidad y  recurrencia, que se desarrollen indirectamente ciertas dinámicas de  colaboración, de reflexión, de intercambio de experiencias y de conocimiento.  De esta forma se irán generando determinadas capacidades absolutamente  imprescindibles para la mejora y por las que al principio –salvo los propios  asesores o los teóricos del cambio– nadie apostaría. Al mismo tiempo se atajan  problemáticas, se toma cada vez mayor cantidad de decisiones más argumentadas y  pertinentes, se adquieren ciertas capacidades, habilidades, actitudes y  hábitos. 
             En definitiva, lo que se pretende con los procesos va mucho más  allá de la solución de problemas o del desarrollo de excelentes programas. Se  aspira a que los centros, equipos y docentes se doten del proceso y,  así, en orden a actuar con pertinencia y eficacia vayan conquistando y  construyendo la competencia docente, su capacidad para encontrar  autosoluciones, movilizando diversos recursos cognitivos como saberes,  capacidades, informaciones y redes, entre otros. Más que de resolver sus  problemas, se trata de entablar un acompañamiento que propicie el dotarse de un  modo de trabajar que les posibilite devenir, cada vez más, en «profesionales  comprometidos». 
             La clave reside en que las  comunidades asuman y se doten de estos  procesos reflexivos como potentes y cotidianas estrategias de acción y  transformación curricular, profesional e institucional. 
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1 Ver www.preal.org. 
2 Disponible en www.proyectoatlantida.net. 
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