| El orientador escolar como  agente interno de cambio Cynthia A. Martínez Garrido * Gabriela J. Krichesky **
 Alba  García Barrera1 ***
 * Miembro del Grupo de investigación sobre el cambio y la mejora escolar parala justicia social (GICE) de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), España.
 ** Docente en el nivel infantil y primario; miembro del GICE, UAM, España.
 ***Profesora de la Universidad Internacional de La Rioja, España, y miembro
 del GICE, UAM.
  Síntesis:  El presente trabajo resalta la función que los  orientadores de los centros educativos pueden cumplir frente al desarrollo y  consecución de programas de mejora en las escuelas.Se describe el papel del orientador escolar a partir del  análisis de las tareas, tanto de las que puede asumir en los procesos de cambio  como de las que, por su formación y trayectoria, articula durante los mismos.  Se explicita, asimismo, el trabajo que este profesional aborda juntamente con  el equipo directivo, con los profesores y con el alumnado del centro,  destacando las potencialidades y características que lo convierten en un líder  educativo comprometido con la mejora continua de la escuela.
 Palabras  clave: orientación educativa;  cambio escolar; asesoría.
 O orientador escolar como agente interno de mudança
 Síntese:  O presente trabalho ressalta a função que os  orientadores dos centros educativos podem cumprir perante o desenvolvimento e a  consecução de programas de melhoria nas escolas.
 Descreve-se o papel do orientador escolar a partir da  análise das tarefas, tanto das que ele pode assumir nos processos de mudança  como das que, por sua formação e trajetória, articula durante o desenvolvimento  dos processos. Explicita-se, ao mesmo tempo, o trabalho que este profissional  aborda juntamente com a equipe diretiva, com os professores e com o alunado do  centro, destacando as potencialidades e as características que o convertem em  um líder educativo comprometido com a melhoria contínua da escola.
 Palavras-chave: orientação educativa; mudança escolar; assessoria.
 School  counselor as an inside change agent
 This  paper highlights the role that can be played by counselors at educative centers  in developing and implementing school improvement programs. We will describe  the counselor’s role starting with his tasks. We will consider both the tasks  that he can do in the change processes and the tasks that, considering his  training and experience, he can coordinate along these processes. We will  present also the challenges that this professional faces along with the school  board, faculty and alumni, highlighting the potential and the characteristics  that make him an educative leader committed to the continuing improvement of  the school.
 Keywords: school counseling; change at  school; guidance.
  1.   Introducción  La imperiosa necesidad de incrementar  la calidad de la educación pasa necesariamente por prestar especial atención a  la mejora, cualitativa y cuantitativa, de los centros docentes. La  investigación y la práctica educativa han evidenciado que para que esto sea  posible de manera sostenida, hay que centrar los esfuerzos en que las escuelas  desarrollen sus capacidades internas para el cambio (Harris, 2001, pp. 261-270; Hargreaves y Fink, 2006, pp. 43-58). Desde esa perspectiva, los avances  actuales en el movimiento de mejora de la escuela se encaminan hacia la  elaboración de propuestas en las que se potencia esta capacidad interna de la  escuela. Entre ellas destacan iniciativas tales como las comunidades  profesionales de aprendizaje, en las que se refuerza la necesidad del  aprendizaje de toda la comunidad escolar a partir de planteamientos de apoyo y  colaboración mutua (Bolam y otros, 2005; Blankstein, Houston y Cole,  2008); el liderazgo distribuido, como marco que promueve repartir la  información, las responsabilidades y las decisiones entre toda la comunidad (Spillane, 2006; Harris y otros,  2007, pp. 337-347; Spillane y Diamond, 2007), o el liderazgo docente,  íntimamente ligado a las anteriores propuestas (Harris  y Muijs, 2005; Ackerman y Mackenzie, 2007). La idea que subyace a todas ellas es que  es necesario fomentar y utilizar las fortalezas del centro y de todos sus  miembros para conseguir cambios duraderos que solventen las dificultades reales  de cada escuela.  Aun a riesgo de caer en una temeraria generalización, es posible  afirmar que la cultura escolar predominante en muchos centros,  independientemente de la latitud en que se encuentren o del nivel educativo que  impartan, favorece actitudes de aislamiento y privatización de la práctica  educativa. Posiblemente la desmotivación y la falta de compromiso que se da en  la actualidad entre muchos docentes esté detrás de esa cultura del aislamiento;  desmotivación generada entre otros motivos por la creciente complejidad que  requiere su tarea, la falta de apoyo institucional y la pérdida de  reconocimiento social.  Ante esta realidad resulta imprescindible denotar la importancia  y responsabilidad con la que el director o directora, como líder formal de la  institución, cuenta para hacer que amainen las corrientes que desestabilizan  los pilares de la institución educativa. En este artículo queremos poner de  manifiesto que si bien el director es el líder tradicional de la escuela, este  no se encuentra solo para afrontar dicha responsabilidad. De esta forma  rescatamos y empoderamos el trabajo que el orientador puede llevar a cabo en  los centros educativos, actualmente infrautilizado.  Nuestro estudio se enfoca en la realidad de los centros  educativos de enseñanza secundaria donde consideramos las problemáticas  mencionadas anteriormente más acusadas. Y, por ende, atribuimos una mayor  importancia a la existencia de un trabajo consensuado entre el equipo directivo  y el orientador para impulsar la escuela hacia una mejora de su calidad como  centro educativo y de sus miembros.  La organización de este escrito es la siguiente. En un principio  se aporta una conceptualización de la figura del orientador que manifiesta su  capacidad para acompañar a la escuela en su proceso interno de cambio. A  continuación se exponen las diferentes tareas que el mismo debe llevar a cabo  con cada agente educativo, y, por último, se reivindica la consideración del  orientador como un líder educativo capacitado para asumir competencias de liderazgo y acompañar al equipo directivo en la  consecución del que abogamos, objetivo máximo de la escuela, la formación de  individuos activos capacitados para aportar, evolucionar y acompañar a la  sociedad en la que se integran mejorando, por tanto, su conformación y calidad.  La fuente de información prioritaria para su elaboración ha sido  un amplio abanico de actual bibliografía anglosajona y latinoamericana que  sostienen las carencias encontradas hasta el momento en el papel del orientador (school counselor) y la potencialidad de su figura como agente de cambio  interno de los centros. Sostenemos, por tanto, que si bien la realidad concreta  de cada sociedad se evidencia diferente, las aportaciones que el orientador  puede hacer en las escuelas de una u otra latitud son claves para acompañar al  centro educativo hacia la mejora. Buscamos propiciar, además, una reflexión  sobre la estructura organizativa actual de los institutos de enseñanza  secundaria, así como invitar a revisar algunos supuestos compartidos por buena  parte de los profesionales del ámbito educativo sobre las competencias del  orientador. La idea final es la necesidad de reconstruir un perfil profesional  del orientador como figura activa y dinamizadora del cambio interno en los  centros educativos.  2.   El orientador: Uno de  los protagonistas del cambio escolar  Pensar en el orientador como agente  interno de cambio implica, por un lado, poner en valor la formación recibida que  le capacita como agente facilitador para el cambio de la escuela. Por otro  lado, preguntarse de qué manera puede este profesional colaborar para generar  una cultura de mejora, fomentar la capacidad de cambio y optimizar el  aprendizaje de la comunidad escolar de modo que se garantice la calidad de la  enseñanza. Finalmente, reconsiderar su labor transformándole en un líder  educativo dentro de los centros.  Empoderar una figura tan dañada por la incorrecta atribución de  funciones a su cargo nos obliga, en tanto que consideramos imprescindible  enmendar el error cometido con el tiempo, a definir la figura del orientador en  los centros educativos. Desarrollo de labores administrativas, cuidado de las  aulas, responsable de los descansos, etc., son algunos ejemplos que la  literatura nos aporta de incorrectas funciones que le son encomendadas (Lambie y Williamson,  2004, pp. 124-131; Santana Vega,  2008; Janson, Stone y Clark,  2009, pp. 98-106). Por ello, proponemos concebir al orientador como un  agente educativo en compromiso con la mejora del centro que colabora con los  docentes para mejorar el desarrollo del alumnado de manera integral, trabajando  en estrecho vínculo con el equipo directivo y promoviendo la innovación en la  práctica diaria.   Si bien la labor a realizar por el orientador en los centros de  la etapa primaria y secundaria es de naturaleza distinta, la conceptualización aportada esclarece su potencial  abandonado, ya sea en uno u otro contexto educativo. Complementando dicha  conceptualización es necesario que pongamos de manifiesto las funciones y  tareas que, en su mayoría olvidadas, ha de realizar el orientador en su labor  diaria: 
               Orientar  la labor del docente hacia la mejora de los estudiantes. Motivar a los profesionales de la institución  educativa. Dotar al profesorado y al equipo directivo de  estrategias para la resolución de problemas dentro y fuera del aula. Enfatizar los valores de respeto, solidaridad  e igualdad en el clima del centro. Potenciar la convivencia entre los miembros de  la comunidad educativa. Guiar la labor directiva para que responda a  los requerimientos y debilidades de la comunidad educativa. Apoyar al estudiante  en su desarrollo educativo, emocional y profesional.  Su capacitación a nivel  pedagógico, psicológico, estratégico y mediador le permite desempeñar su  trabajo en el centro con unos y otros miembros de la comunidad educativa. Es  por ello que resulta una figura relevante para hacer realidad el cambio interno  en la escuela.  Y es que pensar al orientador como  agente interno de cambio implica repensar su labor desde una perspectiva  sistémica (House y Hayes, 2002, pp. 249-261), cuyos  objetivos máximos son optimizar el logro académico de todos los estudiantes y  establecer relaciones de trabajo  colaborativas con ambos equipos, el docente y el directivo (Pérez Ferra y Quijalo López, 2000; Janson,  Stone y Clark, 2009, pp. 98-106).  Como puede observarse, no optamos  por atribuir nuevos roles al orientador, sino que ponemos de manifiesto que son  estos los que ha de asumir profesionalmente. A continuación los abordaremos en  profundidad en función de cada uno de los agentes educativos. Por la  trascendental influencia del equipo directivo en los procesos de cambio  escolar, empezaremos enfocando el vínculo entre este y el orientador.  Posteriormente, comentaremos la incidencia de los orientadores frente al  desarrollo profesional de los docentes como factor clave de mejora y, por  último, incidiremos en la implicación de este profesional en el trabajo diario  con el alumnado.  3.   Funciones y  potencialidades del orientador en su labor con los distintos agentes educativos  3.1 El trabajo con el equipo directivo  Si el liderazgo escolar es uno de los  factores más relevantes en el desarrollo de programas de mejora eficaces en los  centros (Creemers y Reezigt, 2005, pp. 359-371), resulta  esencial considerar el aporte que los profesionales de la orientación podrían  brindar a los equipos directivos en procesos de cambio.  Muchos investigadores comparten la idea de que los orientadores  pueden y deben apoyar la labor del equipo directivo, en tanto que su formación  específica les dota de información sustancial sobre la situación de alumnos,  profesores y familias. Igualmente, son muchos los autores que señalan que el  equipo directivo debe apoyar la labor del orientador, lo cual resulta esencial  en la aplicación y mantenimiento de programas de orientación dirigidos hacia la  mejora del centro (Ribak-Rosenthal, 1994, pp. 158-164; Beale, 1995, pp. 211-217; Coll y Freeman,  1997, pp. 251-261; Lambie y Williamson, 2004, pp. 124-131). Así,  establecer un canal de comunicación frecuente, abierto y sincero entre ambos  agentes, que propicie la correcta y consensuada toma de decisiones, permite  delimitar y definir las funciones de cada uno.  Por tanto, la relación entre directores y orientadores no solo  es importante en tanto y en cuanto ambos se hallan en posiciones que ofrecen  numerosas oportunidades para unirse en las prácticas de liderazgo, sino que,  además, pueden realzar su mutua influencia (Stone  y Dahir, 2006).  En definitiva, entendemos que lo verdaderamente importante es  que estos agentes puedan combinar sus habilidades, sus áreas de conocimiento y  su experiencia profesional para construir un equipo de trabajo sólido y  complementario que beneficie el desarrollo del centro en su conjunto (Walker, 2006, pp. 114-124).  Por último, compartimos la opinión de Zalaquett (2005, pp.  451-457) cuando afirma que el director y el orientador deben trabajar de manera  complementaria en un marco de respeto, confianza mutua y valoración de lo que  cada uno de ellos aporta al centro. Por eso es importante que cada uno de estos  profesionales conozca, comprenda y aprecie los roles, las responsabilidades y  las funciones del otro. Solo así se podrá garantizar una labor coordinada y  eficiente según las necesidades de cada contexto educativo.  3.2          El trabajo  con los profesores  Si, como señala Fullan (2002a, p.  141), «el cambio educativo depende de lo que el profesorado haga y piense», es  evidente que el orientador, como agente interno de cambio, deberá estar  fuertemente implicado con este colectivo, para que pueda acompañar los procesos  de mejora en relación directa con las aulas. Así, los orientadores podrán  articular estrategias de trabajo colaborativas destinadas principalmente a  maximizar las posibilidades de formación y desarrollo continuo del profesorado.  Para ello, los orientadores deberían partir de y remitirse constantemente a las  preocupaciones y necesidades de los docentes, procurando que dichas demandas  puntuales se vinculen con el contexto general del centro (Angulo, 1995, pp. 430-457).  Asimismo y en cuanto a su relación directa con las aulas, una de  las funciones del orientador estribaría en la estrecha colaboración con los  docentes en sus actividades cotidianas, llevando a cabo una labor de  seguimiento y apoyo que haga hincapié en aquellas dimensiones curriculares que  más afecten y repercutan en el aula (Pérez  Ferra y Quijalo López,  2000; Bolívar, 2001, pp. 51-68).  Desde un planteamiento muy similar, Domingo (2001) entiende que todo agente de  cambio debe sentirse y percibirse como una figura muy próxima al aula ya que,  en última instancia, ese es el escenario concreto en el que se dirimen los  aprendizajes del alumnado. En esta dirección, la corresponsabilidad y la  interdisciplinariedad aparecen como elementos clave del trabajo colaborativo  entre profesores y profesionales de la orientación, en tanto ambos agentes se  complementan y se responsabilizan conjuntamente para mejorar los procesos de  enseñanza en las aulas (Sánchez y García, 2005) que detengan y reduzcan el  alarmante aumento del fracaso escolar en los centros de educación secundaria.  A modo de ejemplo, dos de las tareas más importantes que el  orientador de los centros de enseñanza secundaria podría desarrollar para  acompañar a los docentes durante los procesos de mejora en los centros  consistirían en recopilar y difundir buenas experiencias de enseñanza,  motivando así la innovación en la práctica de los profesores (Sink, 2009), y actuar como referente  para ayudar a los profesores a procesar los miedos y las resistencias que  genera todo proceso de cambio (Sheldon,  1988, pp. 61-65). Ser un facilitador para el  cambio implica en este caso saber acompañar a las personas en el proceso, de  modo que no se generen resistencias que atenten contra los esfuerzos de mejora  y evitando que dicho proceso se obstaculice por esta misma causa (Giné, 1995).  3.3 El trabajo con los  estudiantes  En la etapa de enseñanza secundaria el  orientador debe preocuparse por maximizar las oportunidades de aprendizaje de  todos y cada uno de los estudiantes, ya que este profesional, debido a su  formación y experiencia, se configura como uno de los más capacitados del  centro para reconocer y trabajar con  dificultades de carácter cognitivo, social y/o emocional, que pudieran  afectar al proceso de aprendizaje de los alumnos. Esto, sin duda, sitúa su  labor como clave a la hora de repensar y diseñar estrategias de trabajo más  eficaces, ya sea trabajando junto con los docentes o en colaboración con los  propios alumnos, de modo que facilite las pautas de actuación oportunas.  No podemos olvidar que la participación de los estudiantes en  cualquier intervención o cambio docente resulta imprescindible para aumentar su  garantía de éxito (Rudduck, 1994,  pp. 385-393). Es por ello que la labor del orientador resulta clave para que  los alumnos estén siempre informados y alentados a participar en estos (Angulo, 1995, pp. 430-457). Asimismo,  este profesional debe: 
                Ser parte inherente del proceso de crecimiento  del alumnado a través de una aproximación que combine elementos de carácter  sentimental, cognitivo y de comportamiento (Womack, 2006).  Contribuir en la construcción de un enfoque  pedagógico que aliente una cultura escolar que promueva la continuidad de los  estudios para todos los estudiantes (Janson,  Stone y Clark, 2009, pp. 98-106; Jonson,  Rochkind y Ott, 2010).  Impulsar los planes de carrera y el desarrollo  de vida del alumnado en tanto tienen a su alcance «las llaves de los sueños y  las aspiraciones de muchos estudiantes»  (House y Hayes, 2002, p. 5).  Como vemos, existen múltiples maneras de entender el trabajo del  orientador con los estudiantes desde la literatura relativa al cambio y la  mejora escolar. El desafío radica, pues, en procurar alcanzar una comprensión  más amplia de la situación del alumnado para obtener un detallado diagnóstico  del centro que permita atender aspectos fundamentales a considerar durante el  diseño de cualquier proceso de cambio escolar.  Rescatando las ideas anteriormente expuestas acerca del trabajo  del orientador con los distintos agentes educativos, resulta crucial recordar  que el orientador ha de reunirse con el resto de profesionales para compartir  sus habilidades y perspectivas para mejorar la práctica educativa en áreas tan  trascendentales como son la planificación de la educación, la motivación  académica, la evaluación, el descenso del fracaso escolar, la intervención con  los estudiantes con necesidades educativas especiales y las cuestiones  relativas a la diversidad del alumnado, con el objetivo de optimizar los  resultados académicos de los estudiantes (Janson,  Stone y Clark, 2009, pp.  98-106).  Desde esta perspectiva, algunos autores argumentan que el solo  hecho de poseer una mirada más amplia de la realidad educativa del centro  implica descartar la figura del orientador como un proveedor de servicios de  respuesta directa o como un mero agente administrativo, para empezar a  concebirlo como líder que requiere de un esfuerzo consciente por recuperar y  volver a dotar de significado los aportes de dichos miembros desde una  distancia óptima que promueva la construcción  de una visión holística de centro (Amatea  y Clark, 2005, pp. 16-27).  4.   La construcción de una  mirada holística en los centros a través del orientador  Conscientes de que las funciones del  orientador pueden ser atribuidas a otros miembros de la comunidad educativa, es  preciso poner de manifiesto que el aporte más significativo del rol del  orientador no recae tanto en lo que hace sino en el lugar o la posición que  asume al ejercer sus funciones (Mollá  y Ojanguren, 1995). Para  llevar estas a cabo, el orientador ha de adoptar un enfoque holístico en el que  el conjunto de la institución pase a ser su objeto de intervención contemplando  todos los niveles que influyen en el desarrollo de la comunidad educativa (De la Oliva, Martín y Vélaz de  Medrano, 2005, pp. 55-68).  Bajo esta perspectiva, global y sistemática, los orientadores,  en tanto agentes de cambio, inciden en la reducción de las diferencias en el rendimiento de  distintos grupos o sectores minoritarios de los alumnos incrementando sus  expectativas académicas, e involucrándose activamente en la creación de climas  de aprendizaje integradores que abarquen no solamente el ejercicio intelectual  de los estudiantes, sino sus emociones, sus valores y su continua toma de  decisiones, además de la resolución efectiva de situaciones familiares de  carácter abusivo o negligente que afecten directamente al alumno (Adelman y Taylor, 2002, pp. 235- 248; Herr,  2002, pp. 220-234; Ratts, DeKruyf y Chen-Hayes, 2007, pp. 90-97). Este tipo de acciones  resultan, a su vez, estrategias coherentes por un lado, con la perspectiva  ecológica en la que los orientadores se configuran como agentes capaces de  cambiar el sistema y asegurar tanto la equidad como unos resultados de calidad  para todos los estudiantes; y por otro, con la línea de la educación para la  justicia social (McMahon, Mason y Paisley,  2009), que supone considerar y cuestionar aquellos elementos curriculares y  organizativos que pudieran dificultar o impedir la participación y el  aprendizaje pleno de algunos (Murillo y  otros, 2010, pp. 169-186).  A su vez, esta perspectiva holística propuesta supone trabajar  en conjunto con todos los profesionales de la institución, de modo que se  construya un espacio colaborativo que permita adoptar una mirada más amplia  sobre la realidad de la escuela. Así pues, se empodera de nuevo el papel de  agente de cambio del orientador de los centros de enseñanza secundaria como  dinamizador y colaborador que promueve la mejora de la calidad de la escuela y  sus miembros atendiendo a las diferentes demandas y particularidades de cada  uno (Bennis, 1994; Bennis y Nanus, 1997; Burns, 1978; House y  Martin, 1998, pp. 284-291; Northouse, 2004; Mason y McMahon,  2009).  Expuestas, por tanto, las labores que el orientador como agente  de cambio lleva a cabo con alumnos, docentes y equipo directivo, además de su  potencial para construir una nueva concepción de la institución educativa que  deje atrás las individualidades de cada miembro y dé paso a la consideración de  la escuela como una organización viva, constituida por un conjunto de  profesionales y alumnado que se interrelaciona, es preciso y coherente que se  lo valore en tanto y en cuanto es necesaria su actuación para que la escuela  mejore y evolucione al ritmo requerido por la sociedad actual. Debido a ello,  abogamos por considerar al orientador como un líder dentro de la escuela.  5.   El liderazgo del  orientador  Tal como apuntábamos al comienzo del  artículo y como se ha puesto de manifiesto anteriormente, la del orientador es  una figura capacitada para trabajar por la escuela y mejorarla, lo cual le hace  partícipe de la labor de liderazgo junto con el director. Hablamos, pues, de  impulsar en los centros de enseñanza secundaria un liderazgo distribuido que  maximizará las garantías de producir cambios sostenibles en el tiempo (Fullan, 2002b; Harris yotros, 2007, pp. 337-347).  Así, coincidimos con aquellos autores que acreditan al  orientador como «líder natural» al contar con una formación más extensa y más  amplia que el resto del personal educativo (Borders  y Shoffner, 2003, pp.  51-64) y, también, como «líder innovador» por su capacidad para diseñar  estrategias de trabajo novedosas que le permitan desempeñarse y colaborar con  todos los actores del centro atendiendo a las necesidades de mejora de la  institución (Amatea y Clark, 2005, pp. 16-27).  Y es que, pensar el liderazgo como un aspecto constitutivo de la identidad de un orientador no se centra tanto  en cuestiones de habilidad, sino en  una manera diferente de abordar su trabajo en los centros (McMahon, Mason y Paisley,  2009). Esto implica, por un lado, brindar a este profesional la confianza y el  espacio de actuación suficiente que le permita comprometerse con la mejora en  los centros (House y Sears, 2002, pp. 154-162) y, por otro,  que la comunidad educativa en general, y su equipo directivo en particular,  valore los aportes y genere los espacios necesarios para que el orientador  pueda contribuir en dicha mejora (Clemens,  Milsom y Cashwell, 2009, pp. 251-261).  En definitiva, ha de llevarse a cabo el empoderamiento de la  labor de líder del orientador valorando las competencias que este profesional  posee para conocer, analizar y apoyar la actuación y el desarrollo interno del  centro en su totalidad, a través de su trabajo constante con el equipo  directivo, los profesores y el alumnado.  6.   Corolario  Asumir que el orientador puede tener  un papel relevante en los procesos de cambio y mejora escolar supone, como  hemos visto, la adopción de un enfoque de trabajo holístico, colaborativo y  constante con los distintos miembros de la comunidad educativa. Ya sea como  apoyo al equipo directivo, como facilitador del desarrollo profesional del  cuerpo docente o como interlocutor de las inquietudes y problemáticas de los alumnos,  el orientador ostenta sin duda una posición privilegiada en cuanto a su  percepción integrada del centro.  No obstante, la realidad nos obliga a reconocer que haber  involucrado a los orientadores en actividades poco relacionadas con el  asesoramiento a los procesos de cambio ha dado como fruto la existencia de  barreras y la falta de claridad en sus funciones, lo cual les impide  desarrollarse en algunas de las tareas mencionadas como propias de su trabajo  cotidiano (Burnham y Jackson, 2000, pp. 41-49; Lambie y Williamson,  2004, pp. 124-131).  Puesto que nuestro objetivo es, en definitiva, poner en valor la  figura del orientador como agente interno de cambio en los centros educativos  de enseñanza secundaria, rescatamos posibles medidas a adoptar, tanto a nivel  de centro como desde las administraciones públicas, para mejorar su situación  profesional en la actualidad y empoderar su rol.  Así, una de estas estrategias supone fortalecer los  departamentos de orientación en enseñanza secundaria, en tanto organismo que debe promover la innovación en el aula, a partir  de líneas de trabajo que guíen la acción educativa de todo el centro en  su conjunto. Es decir, el orientador podrá situarse como agente de cambio  interno en la medida en la que su departamento de origen apoye y trabaje en esa  misma dirección, con el compromiso y esfuerzo de todos y cada uno de los  profesionales que lo componen (Domingo,  2006, pp. 97-118).  Otra estrategia que fortalecería el rol del orientador se  vincula con su formación inicial, debiéndose preparar a estos profesionales  para cuestionar aquellas creencias, supuestos y valores que subyacen a las  políticas escolares inequitativas (House y  Sears, 2002, pp. 154-162), o bien  proponer un núcleo común para una formación orientada hacia el cambio y la  mejora que propicie la formación de profesionales flexibles, autónomos y  reflexivos, capaces de trabajar en condiciones inciertas (Santana, 2008).  Algunos autores consideran, en cambio, que la estrategia a  seguir, para paliar la situación de ambigüedad que impera sobre el rol de este  agente educativo, consistiría en que los orientadores convencieran a la  comunidad educativa de su competencia y su autoridad como agentes internos para  el cambio (Clark y Stone, 2000, pp. 21-46). Precisamente,  sobre esta cuestión se expresa también Domingo (2006, pp. 97-118) cuando  argumenta que la definición del rol del orientador es, en definitiva, una  construcción social que se va formalizando a partir de las necesidades que  estos aprecian en el centro y de la percepción, aceptación y demanda que el  resto de la comunidad tiene de su función.  En base a lo aquí expuesto, coincidimos con McMahon, Mason y  Paisley (2009) cuando afirman que imaginar un orientador desde esta perspectiva  no le requiere abordar distintas tareas, sino afrontarlas de manera diferente.  Y, para finalizar, retomamos que nuestro propósito no es exigir una  transformación radical de la figura de los orientadores en los centros  educativos de enseñanza secundaria, sino animar al lector a reconsiderar el trabajo  diario que este ejerce en ellos e incitarle a la aplicación de algunas de las  estrategias expuestas que pongan en valor el nuevo rol que la escuela de nivel  secundario requiere de este profesional.               BIBLIOGRAFÍA  Ackerman, R. y Mackenzie,  S. (eds.) (2007). Uncovering Teacher Leadership: Essays and Voices from the  Field. Thousand Oaks: Corwin Press.Adelman, H. y Taylor, L. (2002). «School Counselors and School Reform: New  Directions», en Professional School Counseling, vol. 5, n.º 4.
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 1 En colaboración con Pilar Ortega Marcelo, miembro del GICE, UAM, España.
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