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Revista Iberoamericana de
Educación Número 10 - Evaluación de la Calidad de la Educación |
En los tiempos presentes, caracterizados tanto por una presencia continua del cambio como por el ritmo acelerado de esa misma mutación, se mantiene constante un discurso que aboga por la reforma de la educación. Sin entrar ahora en las causas de este fenómeno cuasi universal, resulta evidente que, como dice uno de los autores que colaboran en este número, cualquier reflexión sobre el devenir de la escuela solo tiene sentido si descansa sobre un «balance riguroso de existencias», es decir, si poseemos un conocimiento solvente de los «productos» de la escuela. Dicho en otros términos, la evaluación de la educación se ha convertido en un instrumento imprescindible de las políticas impulsoras de reformas educativas.
Es cierto que en el mundo académico, por razones todavía no bien conocidas, determinados temas aparecen de pronto como cuestiones estelares, a veces sin fundamento razonable. No es éste, sin embargo, el caso de la evaluación de los sistemas educativos. La razón profunda del creciente interés de muchos gobiernos por las relaciones entre la evaluación y la educación obedece, a mi entender, a un conjunto de factores que desde hace varios años presionan en esa dirección: los logros de la escolarización en los niveles de la educación básica, la preocupación por una escolarización que no renuncie a determinados estándares de calidad, la necesidad de adaptar el currículo escolar a las exigencias de unas sociedades en proceso de cambio permanente, las políticas de ajustes presupuestarios, las demandas correlativas de una rendición de cuentas en relación con el gasto público en educación, la conveniencia cada vez más apremiante de tener información sobre los resultados efectivos de los sistemas educativos, son todos ellos elementos que han contribuido a poner de relieve las conexiones existentes entre evaluación y educación.
Tratar un asunto importante, como es en efecto la evaluación aplicada a la educación, no supone ni su mitificación ni su consideración unilateral. Todos los elementos que intervienen o nuclean en torno a la educación deben ser analizados en sí mismos, pero también deben ser considerados en relación con los demás elementos que forman el sistema educativo. De ahí que este número comience con un trabajo de Alain Michel, que engloba la evaluación dentro del tema más general de la conducción de los sistemas educativos, esto es, la evaluación es examinada como una de las caras de la conducción de los sistemas educativos, sin duda otro de los grandes temas que ocupan hoy al mundo académico y a los políticos de la educación. Una visión global de los problemas actuales a los que se enfrenta la conducción de los sistemas educativos y una inserción de la evaluación dentro de este contexto nos parece una buena introducción al estudio específico de las relaciones de la evaluación con la educación.
El segundo trabajo se incluye también dentro de este enfoque global, aunque circunscrito ya a la singularidad de la propia evaluación. Estamos así ante un estudio realizado por Alejandro Tiana, gran conocedor de esta materia por reunir en su persona la doble condición de profesor universitario y de responsable de los servicios españoles de evaluación de la educación. Con esta aportación pretendemos situar la evaluación en un contexto propio: sus antecedentes, el papel de los organismos internacionales, los cambios operados en el mundo de la política y de la administración de los sistemas educativos, la relación entre la evaluación y la mejora de la educación, y, finalmente, el análisis de las políticas de evaluación del sistema educativo.
Dentro de nuestro tema ocupa un lugar relevante la relación entre evaluación y calidad de la enseñanza. De hecho, una de las misiones asignadas a la evaluación consiste precisamente en informarnos sobre la calidad de la educación impartida por el sistema. Pero estamos todavía lejos de un concepto unívoco de calidad de la enseñanza, tanto desde un punto de vista teórico como desde la perspectiva de las políticas educativas: de hecho, estamos ante un concepto polisémico que depende de quién lo defina, de los parámetros que se utilicen, de los fines que se asignen a la educación, de los resultados que se esperan, etc. El trabajo de Lilia Toranzos es fruto de la labor de un equipo de profesionales que se enfrenta con rigor a los problemas derivados de las distintas acepciones que hoy presenta la calidad de la educación. Desde este prima se analizan las reformas educativas y se considera necesaria la implantación de sistemas de evaluación como instrumentos estratégicos para el mejoramiento de la gestión y de la calidad de la educación.
Otro paso adelante en la concepción del presente número ha sido considerar la conveniencia de un análisis más concreto de las relaciones entre calidad y evaluación. Así, completa estos trabajos un estudio de la profesora Marta Elena Costa sobre la evaluación de las llamadas pruebas objetivas, concretamente las pruebas de lengua, y, dentro de ellas, las de lectura. En dicho artículo la autora pone de relieve algunos aspectos ligados con el reduccionismo a que pueden conducir estas pruebas e intenta mostrar qué se puede y qué no se puede evaluar con ellas, al tiempo que trata de abrir nuevas vías que permitan superar los problemas hoy existentes.
El número se cierra con un ensayo bibliográfico de Graciela Messina, complementado por Leonardo Sánchez, en el que se comentan los libros, los artículos y los documentos más importantes publicados en la década de los noventa sobre la evaluación de la calidad de la educación. Finalmente, la sección de Estudios se dedica íntegramente al examen de las instituciones y a las experiencias de evaluación de tres países latinoamericanos: Argentina, Chile y México.
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